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Crónicas del destino 16: El despertar (Volumen III)
Crónicas del destino 16: El despertar (Volumen III)
Crónicas del destino 16: El despertar (Volumen III)
Libro electrónico935 páginas13 horas

Crónicas del destino 16: El despertar (Volumen III)

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En los sueños de un inocente de corazón reside la clave para la salvación.

¿Eres tú uno de ellos?

Demasiadas incógnitas giran en torno a la deidad oscura que fue liberada por el dios del fuego. Da la impresión de que, ni contando con la intervención de algunos dioses elementales, se le pueda frenar: su nombre es Darklink y su magnificente preponderancia le garantiza la capacidad de que pueda consumirlo todo a su paso. Su objetivo es claro: desea imponer su voluntad sometiendo y controlando a todos los seres vivos de Destino 16.

El único ápice de esperanza que parece existir recae sobre los vaticinios de los portadores de la esencia de los Niños Perdidos; solo en sus sueños se podrá vislumbrar alguna esperanza de supervivencia.

Por otro lado, existe un hombre salido de la nada, un anciano misterioso al que llaman «el profetizado», que vaga por el mundo sin aparente rumbo fijo y que parece haber sido el causante indirecto de que se vayan encontrando todos los que ahora luchan codo con codo para salvar la humanidad.

¿Serán acaso los elegidos, junto con el profetizado, los que logren salvaguardar la supervivencia de millones deseres vivos?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento16 oct 2019
ISBN9788417669768
Crónicas del destino 16: El despertar (Volumen III)
Autor

Manuel J. Quesada

Manuel J. Quesada nació en Baeza, un pueblo de Jaén, en el año 1984. Desde muy temprana edad se dedicó a la agricultura junto a su padre, lo que de alguna forma contribuyó a que desarrollase una firme actitud de perseverancia y sacrificio. Una vez cursados los estudios correspondientes, logró hacerse con un puesto en la administración pública, situación que le obligó a viajar alrededor de España durante años. Estabilizado al fin en su tierra natal, formó su propia familia y se dedicó a su gran pasión: dar rienda suelta a la imaginación, pasos que lo motivaron para crear sus idílicas obras.

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    Crónicas del destino 16 - Manuel J. Quesada

    Breve resumen

    de lo vivido hasta el momento

    Prólogo

    Todo indica que no fue casualidad que nuestros héroes procedentes del planeta Tierra terminasen en Destino 16. A los pocos días de su llegada, fueron auxiliados por varios nativos de aquel extraño mundo y rápidamente descubrieron que existían cuatro dioses elementales, de los que se desconocía su paradero. Averiguaron que, si deseaban regresar a su planeta natal, debían encontrarlos.

    Diferentes sendas persiguieron, ya que sus caminos todavía no se habían cruzado.

    Antonio, considerado especial desde su llegada por la persona que parecía esperarlo, fue motivado para desentrañar el misterio que lo llevaría al paradero de aquellos dioses desaparecidos. De igual forma, descubrió que era garante de una antigua esencia que, a través de los sueños, avisaba de inminentes amenazas que estaban a punto de acontecer.

    María, junto a Sherkhan, líder de la raza estratos, pronto se unió a la causa de Antonio y juntos investigaron sobre cómo proceder, pero Miguel, ajeno a todo aquello y todavía desconocido para ambos, comenzó de forma completamente diferente. Habiendo aparecido en un continente distinto y todavía sin conocerlos, parecía haber sido arrastrado hasta ese planeta por uno de los mismísimos dioses. Aquella deidad era Rick, dios elemental del fuego. Le dijo que era especial y le propuso efectuar ciertas tareas que solo podría hacer él: si accedía, le prometió devolverlo a la Tierra colmado de riquezas. Accedió al trato y, durante su trayectoria, terminó en un grandioso palacio donde las cosas parecieron torcerse, una amenaza procedente del espacio exterior anunciaba el apocalipsis en aquel planeta. Por tanto, debían detenerla.

    Se convocó a la antiquísima Orden de los Aguerridos, un grupo de portentosos héroes bendecidos con la gracia de los dioses que harían frente a aquello junto a la divinidad que los citó.

    Agrupados, averiguaron el punto de colisión exacto y, prestos, acudieron, terminando por encontrarse frente a frente con el enemigo: se trataba de un cíborg de aspecto temible que emergió de interior de su nave espacial en aparente actitud hostil y no tardó mucho en atacarlos. El primero en ser derrotado fue el dios del fuego para luego iniciarse una dura contienda entre el alienígena y los expertos guerreros que lo acompañaban. Lucharon ferozmente hasta conseguir bloquearlo, pero no era suficiente, debían destruirlo por completo.

    Rick tenía la solución. Propuso que se desplazasen hasta un gran desierto, allí escondía dentro de una mágica pirámide la sustancia que desintegraría a aquel ser, aparentemente indestructible.

    Mientras tanto, Sherkhan y sus dos discípulos terrícolas lograron desentrañar la misteriosa desaparición de Sax, dios elemental de la tierra, puesto que creían que esa deidad sería la encargada de devolverlos a su mundo de origen. Encontrado y reanimado de su letargo, la deidad les explicó lo especiales que eran algunos de ellos, ya que contaban con el don de predecir el futuro. Además, promulgó la razón por la que tuvo que esconderse: el motivo era claro, la traición de su hermano Rick frente a los demás dioses. Incluso manifestó que dos de sus hermanos habían caído en combate contra él: el dios del aire fue confinado dentro de una mística prisión llamada Rubikorn, mientras que el otro fue transformado en una bestia marina carente de razón.

    Por suerte, no estaba todo perdido y en su justo momento dieron con el paradero de Deal, dios elemental del agua, antaño convertido en el kraken Oz. Otros tantos héroes se sumaron a la hazaña, intentaron movilizarse para frenar a Rick, pero era demasiado tarde, terminó por liberar del interior de la mística pirámide a un antiguo mal, un ente oscuro más poderoso incluso que las cuatro deidades juntas. Aquella amenaza comenzó a consumirlo todo a su paso. Por fortuna, algunos fueron rescatados gracias a la ayuda de aquel autómata que creían el enemigo y que los auxilió haciendo uso de la tecnología a su alcance.

    Un reino entero fue destruido de la noche a la mañana, pero no estaba todo perdido. Gracias a la activación de los congéneres del cíborg, que dormían dentro de unas instalaciones subterráneas ubicadas en ese mismo planeta, lograron resistir el avance del oscuro.

    En la actualidad, el mundo poco a poco es consumido, y nuestros héroes, unidos a dos de los dioses y a una pequeña resistencia de seres todavía libres, intentarán por todos los medios evitar el avance de la personificación del mal más absoluto y de Rick, el traidor. Existen ciertas armas de tremendo poder que pueden derrotarlos; eso, sumado a los vaticinios de los que gozan del don de los sueños, garantizarán a los habitantes de Destino 16 un ápice de esperanza en lo que está por venir…

    * * *

    «Ten siempre claro que la muerte de una ilusión, por absurda que sea, supondrá la destrucción de un mundo entero que podría ser, pero que no fue y que jamás regresará en idéntica forma y equivalente convicción».

    Nota cuarenta y seis del Destino 16

    Capítulo 1

    Vida

    En la sala principal de las inmensas instalaciones subterráneas de Tierra Muerta, tras pasar más de media hora desde que habían comenzado los preparativos, el dios Deal deseó que el vigilante del cielo Cid ultimase los ajustes necesarios para el experimento, ya que, aun viéndose alguna que otra imagen nítida, no se terminaba de fijar la secuencia que finalmente se vería. Incluso dio tiempo a que Leciar regresara para proponerles que atasen a las mesas a los dos sujetos experimentales.

    Tras fijar los correajes que los sujetarían cuando estuvieran inconscientes, tanto Antonio como Olga estarían seguros de no caerse en el caso de que tuvieran cualquier espasmo involuntario durante su experiencia. El objetivo era claro: ver sus vaticinios a través de la gran pantalla, por su especial característica como portadores de la esencia de los Niños Perdidos.

    Llegó el momento: Cid tecleó diversos códigos en el panel de control de la consola central que iluminaron la pequeña urna de cristal, donde habían introducido los dos anillos Ouler requeridos. Unos sensores la unían con el cableado de Antonio y Olga, y con el panel de control.

    Frente a la gran pantalla fraccionada que, supuestamente, comenzaría a reproducir los sueños visionados por ambos, todos los presentes esperaron hasta que los sujetos de prueba se durmieron y surgieron las primeras imágenes, con una gran riqueza visual, proyectadas por el subconsciente de estos. Centrados en lo que Antonio soñaba, se distinguieron imágenes sueltas en la pantalla que no guardaban relación entre ellas por el momento.

    Una vez fijadas, algunos de inmediato identificaron la zona: se trataba de la región de Prototi, hogar de los estratos, en donde se alzaba la grandiosa montaña de cristal. La ominosa escena evidenciaba que el duro cristal del que estaba compuesta escurría en abundancia una especie de alquitrán muy espeso, que todos identificaron como la esencia del oscuro.

    De improviso, lo visionado radicalmente cambió, pudiéndose ver a la pequeña Laura a lomos de Arely en su forma de Sombra Nocturna: avanzaban en la penumbra de la noche a través de una senda arenosa cercana a un puerto pesquero que colindaba a su vez con el principio de lo que sería un bosque isleño. A pocos metros de ellas se encontraron con Raven, que, muy preocupado, observaba a dos sujetos clavados en grandísimas y recias cruces de madera situadas de cara al embarcadero del puerto.

    Para sorpresa de los tres, esos dos moribundos individuos allí clavados eran Morgan y Dalbros.

    Se atisbó el entorno que los rodeaba: era una isla amurallada en donde su aparente acceso era a través de dos titánicos portones metálicos anclados a grandes torres de piedra negra y ubicados al final del puerto marítimo. La defensa era perfecta, ya que los excelsos muros que rodeaban el área, sumados a su impenetrable cierre, no dejaban ningún entresijo para poder entrar o salir.

    Nuevamente, la filmación cambió drásticamente: esta vez se vio a Dargor escalando una montaña presumiblemente volcánica, debido a su característica coloración. El guerrero se paró a descansar. Iba acompañado por una lechuza blanca que hablaba con él. Lamentablemente, no se distinguía en la imagen sonido ni interpretación alguna.

    El punto de vista cambió a Miguel, parecía encontrarse en un terreno similar al de la ubicación de Dargor. Su perspectiva era desde un punto elevado. Parecía encontrarse surcando el cielo nocturno a lomos de un gran drato evolucionado en su etapa superior. Como rasgo reseñable, alrededor de su cuello llevaba el medallón Phyros.

    La imagen se perdió durante minutos hasta que, en un momento dado, empezaron a distinguirse varias siluetas dentro de más absoluta opacidad presentaba. Se trataba de Antonio junto al Profetizado. Parecían conversar, pero, al no tener sonido alguno a través de la pantalla, no supieron de qué hablaban.

    La oscuridad, lentamente, se difuminaba hasta descubrirse completamente el escenario: estaban en un claro donde en su parte central existían los restos de una hoguera casi extinta; a su alrededor se extendía un inmenso campo de gigantescas espigas de trigo que lo único que permitían ver era su linde hacia el norte. Delimitado por un magnificente muro dorado que parecía no tener fin ni en extensión ni en altitud, su totalidad estaba esculpida con innumerables pictogramas representativos, pero algo andaba mal: entre los ideogramas tallados brotaba una oscura y espesa sustancia que parecía contaminar aquel titánico monumento, donde se reflejaba un perpetuo y anaranjado atardecer salido de alguna parte. No había duda de que su ubicación era Destino 0.

    Las visiones de Antonio dieron paso a las de Olga: la primera situación expuesta fue el ver a Antonio abriéndose camino a través de un terreno incierto con cierta pendiente. Vestía un extraño traje de una pieza y portaba en su brazo derecho un brillante escudo mientras en su otra mano blandía una espada de hoja curva. Centrados en lo que a este le rodeaba, se dieron cuenta de que casi todo estaba impregnado por el mismo líquido que contaminaba el muro de la última visión que tuvo Antonio, pero era extraño, la sustancia parecía ser repelida por el terno que vestía.

    El visionado de esa escena se esfumó, recreando un contexto completamente distinto: esta vez la protagonista era María. Se encontraba en lo que pudiera ser la montaña de cristal y en sus dedos portaba los diez anillos Ouler. La acompañaban cuatro individuos a los que no se les distinguía el rostro, dando la impresión, por sus complexiones físicas, de que pudieran ser un varón de mediana edad, un vigilante del cielo, una adolescente y un snuck. Sorpresivamente, se le sumaron dos sujetos más que parecieron salir de la nada y a los que sí se les pudo distinguir sus rostros. Eran Sorius y un segundo djinn, por ahora desconocido, de amarilla pigmentación refulgente. Leyendo entre líneas los labios de los tres revelados, se juraron con gran ímpetu no ceder frente a ningún enemigo para terminar deseándose suerte en su ascenso por el exterior de la montaña.

    Los espectadores conjeturaron que ese djinn desconocido tendría que ser uno de los tres hermanos de Sorius, protectores de las armas que Sax y Deal crearon, pero no precisaron cuál, ya que ni su propio creador lo reconocía, posiblemente, debido al paso del tiempo.

    Inmediatamente, el escenario se mudó hasta los tres dioses elementales, que, provistos de sus respectivos medallones, se esforzaban entablando batalla contra cientos de infectados que les iban viniendo, todo ello sobre un territorio completamente corrompido por la esencia de Darklink. Su intención parecía no ser otra que la de garantizar la correcta llegada de imponentes naves que surcaban los cielos teletransportando hasta tierra firme, incesantes, muchísimos batallones de variopintos sujetos entre los que podían distinguirse a robots, vigilantes del cielo, seres humanos, estratos, snuck e incluso hasta animales salvajes; todos ellos, armados hasta los dientes, procuraban, mientras recibían por parte de las divinidades una envidiable cobertura, formar una tetrafalangarcia, a fin de ser más efectivos contra el enemigo.

    El siguiente cambio de suceso fue una gran batalla vista desde el cielo: se trataba de Miguel portando el medallón Phyros alrededor de su cuello. Iba a lomos de un gran drato evolucionado, liderando en formación de flecha a una sección bien organizada de más o menos treinta dratos superiores que cargaban con sus respectivos jinetes. Algo llamativo fue que, siguiéndolos muy de cerca, la estructura ósea de un drato superior, el doble de grande en dimensiones que todos los demás, parecía haber sido reanimada. Sospecharon que aquello solo podía ser fruto de una magia hasta ahora desconocida.

    Otro cambio de imagen les sobrevino: nuevamente, se dio la misma situación que en la última vicisitud de Antonio. La oscuridad total que poco a poco dejaba entrever a dos sujetos: uno de ellos era Olga y el otro, el Profetizado. Conversaban en un idioma indescifrable para los que intentaban leerles los labios, también estaban en Destino 0.

    Cogitabundo, Deal intentaba darse a sí mismo una explicación coherente. Las inopinadas situaciones de aquellos portadores de la esencia eran sorprendentes. Lo que no llegaba a entender era la presencia de aquel personaje filosofastro que parecía querer guiarlos. Su conclusión fue clara: esperar a que despertasen para comprobar de qué habían conversado.

    Durante la espera, sin más visiones que se revelasen a través de las pantallas, algunos vigilantes del cielo informaron a Cid sobre que habían tenido contacto con diferentes seres vivos aun sin infectar. Teniendo en cuenta lo visto, les ordenó que procedieran al rescate sin distinción alguna entre personas, animales o cualquier raza susceptible de poder ser salvada.

    Deal no pudo evitar tener en cuenta que el peor destino sería el que tendría la flora del planeta, ese tipo de vida no podía ser movido. Entristecido, lo hizo saber, momento en el que Cid intentó restar importancia. Alegó al dios que, en esas instalaciones, los vigilantes del cielo poseían toda la biodiversidad existente en el planeta y que ese trabajo fue efectuado antes de que decidieran olvidarlos allí. Leciar arguyó que la primera vez que encontró aquel gigantesco almacén de criopreservación, admiró profundamente a la humilde sociedad que hubiera efectuado aquella brillante acción. A su juicio, ese titánico esfuerzo garantizaba la repoblación de un mundo entero que en un futuro pudiera haber sido completamente devastado por cualquier catástrofe, al igual que sucedió con la antigua Atizonia y la región de Prototi.

    El elemental del agua se sintió avergonzado, ya que descubrió la verdadera humildad y el tenaz compromiso que esa raza poseía. A su juicio, jamás serían igualados. Estaba claro que eran dignos de heredar el planeta por sus desinteresados actos. No dijo nada, se limitó a mirar a Cid con tremendo orgullo mientras daba las instrucciones precisas a sus congéneres sobre la forma de rescate y su inmediato traslado a aquellas instalaciones a través del micrófono de la consola de mandos.

    Entretanto, un nuevo aviso fue transmitido: se trataba de la nave de apoyo en el reino Adaseuq. Acababa de potenciar el campo electromagnético que protegía el territorio. Por el momento, ya eran completamente autónomos desde el castillo. Indicó que en breve se trasladarían sobre territorio hostil, a fin de desembarcar a los Hijos de Oldagor capturados que aún quedaban.

    El dios, nuevamente, se centró en los sueños de los portadores de la esencia mientras los miraba absorto, esperando a que despertasen. En cierto modo, se alegró de saber que volvería a encontrarse con su hermano Sean. Al verlo peleando junto a él, supo que en un futuro lo rescatarían de su destrozada prisión. También recapacitó sobre el hecho de ver a Miguel portando el medallón Phyros.

    De igual modo, si este capitaneaba a los dratonianos, significaba que, de una forma u otra, tendrían que pasar por la isla Taimiel y la inaccesible isla Pendroyel.

    Resolvió que, por ahora, no se podía descifrar nada de lo visto. Existían demasiadas incógnitas sobre el tablero, lo que sí estaba claro es que había que obtener el medallón de Rick y rescatar a su hermano Sean, pero ¿de qué manera lo harían? ¿Cómo romperían en hechizo que pesaba sobre Pendroyel sin ayuda de la magia elemental de Rick? Era evidente que la misma era pieza clave para su desencantamiento. Centrado en aquello, no se dio cuenta de que los muchachos se estaban despertando. El dios fue alertado por la ascensión de las mamparas de protección.

    Mientras los ayudaba a quitarse el cableado, Leciar manifestó que se ausentaría para continuar con su investigación sobre el anillo Touler. A todos los presentes le pareció correcto, indicándole que, si descubría algo nuevo, de inmediato se lo haría saber a todos. Antes de que se marchase, el elemental del agua recordó a Leciar aquella piedra preciosa que encontró en aquel barco donde apareció tras recuperar la consciencia; fue entonces cuando le reveló que esa joya en bruto era uno de los fragmentos de una prisión de dioses ya ocupada, una similar a los dos Rubikorn que hacía tanto tiempo custodiaba. Incidió en que la necesitarían para futuras investigaciones, ya que era vital encontrar todas sus partes y recomponerlas, a fin de lograr averiguar la forma de liberar en un futuro próximo a su hermano Sean. Este la recordó perfectamente aquello, citó a la más absurda de las casualidades el haberla encontrado él y no otro en el mismísimo sitio que la dejó, y terminó por fundamentar, antes de marcharse, que, sabiendo lo que realmente era, la pondría a su disposición cuando quisiera.

    Se fue del sitio mientras Deal daba a los jóvenes la enhorabuena, ya que el experimento había sido un éxito. Subrayó que lo único que no pudieron percibir fueron las conversaciones mantenidas. Rascándose la nuca, Antonio miró a Olga y, respetuoso, le preguntó si deseaba ser la primera en narrar su auspicio. Manifestó darle igual mientras se desplazaba hasta las sillas metálicas de la habitación junto al resto.

    Acomodados, Antonio decidió ser el primero en divulgar:

    —Si habéis podido ver las imágenes, me saltaré la parte perspectiva. Bien, ¿os acordáis en mi sueño, donde vimos a Dargor subir la gran montaña volcánica y pararse a descansar? Pues la lechuza blanca que lo acompañaba sabía hablar. En ese instante visionado, le comentaba a nuestro amigo que debían matar a un tal Voldagor, afirmaba que ese villano era aliado de Rick. El pájaro afirmaba que tanto el elemental del fuego como Voldagor mantienen contacto desde hace bastante tiempo.

    »La forma de hacerlo era mediante signos visuales ayudados por dos catalejos, uno plantado sobre una alta torre en el centro de una isla tremendamente fortificada y el otro posicionado en el punto más alto de Pendroyel. Evidenciaron que existía un artefacto que en segundos sería capaz de contaminar el mundo entero con la esencia oscura de Darklink. Por ese motivo, Rick planeaba romper el confinamiento mágico de la isla. Los conversadores afirmaban que era cuestión de tiempo que el hechizo se disipase, especificando en que las consecuencias si aquello sucedía serían nefastas.

    El dios caviló ante la información dada para terminar aseverando:

    —Si lo pensáis por un instante, Dargor y Miguel se encontraban en la isla Pendroyel antes incluso de que el hechizo de sellado fuera retirado. Por tanto, tiene que haber una forma de llegar hasta allí que hayamos pasado por alto, debemos indagar sobre ese aspecto. —Escrutó a Antonio para preguntarle—: Con relación a la conversación que mantuviste con el Profetizado, ¿te dejó claro algo con relación a nuestro sino?

    Circunspecto, le respondió:

    —Al verme, se dio a conocer, presentándose como el Profetizado. Astutamente, inquirí sobre el porqué de ese nombre, y, sonriente, me contestó que su poder consistía en descubrir la esperanza dentro de los corazones heridos y de ahí ese término: se consideraba un profeta que motivaba y guiaba los corazones heridos que albergaban el sentimiento de esperanza más puro. Le pregunté sobre cuándo nació, incidiendo en la posibilidad de que fuese más antiguo incluso que los propios dioses elementales.

    »Afable en su explicación, me dio a entender que había preguntas que no tenían resolución hablándome sobre que la realidad, tal como la conocemos todos, no podía resolver la cuestión que, en ese instante, le estaba planteando. De hecho, me puso un ejemplo sobre la conducta del ser humano. Planteó que un individuo, desde su nacimiento, no paraba de cambiar durante todo su ciclo vital, adquiriendo nuevas conductas, hábitos y formas de ver la vida, llegando a convertirse en un nuevo ser al final de su efímera vida.

    »Se asemejó a nosotros en ese aspecto, refiriéndose a que soportaba un estado de perpetuo autodescubrimiento, con la diferencia de que los sufridos por él, hablando en cálculos matemáticos, eran aproximadamente un millón de vivencias por cada segundo que pasaba existiendo en ese plano relativamente atemporal, todo ello dentro de su propia exégesis racional. Finalmente, se despidió indicándome que no se arrepentía de haberme conocido, por fin, dándome un último consejo.

    »Argumentó que debía continuar siendo una persona que obedeciese al juicio de mis nobles emociones, puesto que, a su entender, era completamente humilde en ese aspecto. Incidió en que, en ciertos momentos, mis acciones parecerían erráticas y refutables a muchos de mis amigos, pero que eso no me debía importar, ya que al final todo saldría como era debido. Intenté que me explicase más, pero, cuando quise preguntarle, me desperté.

    Deal parecía interesado, pero, salvo la pista dada en lo relativo a Dargor y Miguel, ese tal Profetizado, en su opinión, era un sujeto que garlaba demasiado, generando demasiadas incógnitas. Deal se centró en Olga para averiguar qué era lo que había sacado en claro, momento en el que la snuck testificó con cierta extrañeza:

    Cuando comencé a verlo, enseguida me reconoció. De hecho, lo primero que me dijo fue que ya era la segunda vez que nos veíamos en un corto periodo de tiempo. Sorprendiéndome ese dato, teniendo en cuenta que intuía que era un individuo que no seguía una cronología en la línea espaciotemporal, con sus palabras, me demostró que estaba equivocada. Me sorprendió cuando comenzó a explicarme el fenómeno inicial que se daba, elucidó estar recreándose el amanecer de un nuevo día.

    Quise ser irónica, pero me cortó para preguntarme si reconocía ese sitio. Dije que lo identificaba como el sueño que se me había venido representando de idéntica forma en varias ocasiones a lo largo de toda mi vida; un lugar ficticio que se le alojaba en mi subconsciente y que, posiblemente, sería fruto de mi imaginación, al que llamábamos Destino 0. No pudo evitar reírse. Alegó que ese espacio se alimentaba de esperanza. Puntualizó que yo debía ser igual.

    Precisó que esa confianza ciega en los que me rodeaban sería lo que algún día removería los corazones de los buenos y los justos. No lo entendí. De hecho, se lo hice saber. Concluyó manifestándome que, cuando llegara el momento, lo terminaría por entender. Esta respuesta me dejó mucho más desconcertada y, sin poder evitarlo, mientras me sentaba a su lado, le pregunté directamente sobre quién era realmente él, si era aliado o enemigo de nuestra causa. Ni se inmutó mientras miraba las tenues ascuas de lo que antes sería una gran hoguera; serio e inmóvil, me respondió con otra pregunta: «¿Qué esperas que sea para ti?». No supe qué contestarle cuando de inmediato señaló que, en las relaciones interpersonales entre seres garantes de razón, en un momento dado a lo largo de sus ciclos vitales, los individuos en cuestión podrían enfadarse con sus seres queridos, esa acción desembocaría en la peor enemistad jamás forjada.

    Quiso rectificar al ver mi indecisa reacción, achacando que precisamente ese proceso de disputa no era el fin para los enemistados. Se fue por las ramas cuando narraba que, con el debido tiempo de reconciliación entre esos sujetos, se podría incluso generar una gran fortaleza, si esa amistad renacía, siempre y cuando existiese sincera y mutua voluntad para retomar aquello que perdieron. Ejemplificó ese proceso en las relaciones afectivas entre dos individuos: hermanos, amigos e incluso se atrevió a citar a las fuerzas cósmicas que, de manera invisible, regían con sus omnipotentes leyes el universo infinito y eterno. Puntualizó que jamás olvidase que la realidad, tal y como yo la conocía, fue fruto de una disputa de ese tipo.

    Seguía sin entenderle, momento en que la situación en Destino 0 se torció, comenzó a ocurrir lo que seguramente todos visteis, lo relativo al extraño alquitrán negro que salía del muro. Lo admito, me puse nerviosa; aun así, continué preguntándole ciertas cuestiones que podrían servirnos en un futuro como, por ejemplo, el porqué de permitirme presenciar la lucha entablada entre algunos de mis aliados sin siquiera darme la opción de ayudarles.

    Me pidió que me serenase para responderme con otra ambigua contestación. Según decía, esa acción era la que debía hacerse en ese preciso momento de la historia. Enfadada por no entenderlo tampoco, me levanté y le supliqué que nos ayudase a vencer a Darklink y a Rick, ya que eran sumamente inicuos, ya que habían asesinado brutalmente a toda mi familia delante de mis propios ojos.

    Dio la impresión de que mi postulación no le gustó. Hastiado, se levantó para de inmediato responderme que no podía tomar esa determinación cuando se consideraba la personificación de la neutralidad. Adujo que no podría saber si la senda que ellos seguían era justa o no y terminó por puntualizar que, si tenía fe en mis convicciones, comprendiera todas las palabras que me estaba diciendo en ese momento. Añadió que, decidiera lo que decidiese, debía ser justa con mis acciones, determinante con mis propias decisiones y confiada en lo concerniente a mi gran capacidad compasiva hasta ahora enterrada en lo más profundo de mi corazón.

    Se acercó a mí y me agarró de las manos, me miró a los ojos, aun estando casi todo el piso encharcado de aquella sustancia oscura; él parecía emocionado. Terminó dándome un consejo: apuntó que no debíamos tener miedo a la muerte, ya que solo era un proceso más en el ciclo vital. Puntualizó que quien estaba preparado para nacer también lo debía estar llegada su hora. Al terminar la frase, me desperté.

    Parecía que cuanta más información tenían, más confundidos se encontraban, solo Deal opinó que los sueños presentados por Antonio eran los que presagiaban un futuro inmediato; en cambio, los de Olga podrían ser los que auguraban la batalla definitiva. Teniéndolo en cuenta, se sabía que la última batalla se daría en la montaña de cristal y que Antonio sería el que portaría las armas celestiales que Sax y él crearon.

    El dios planteó idear un patrón sobre cómo actuar: propuso que lo primero que debían hacer era buscar una manera de acceder a la isla Pendroyel. La incógnita era cómo hacerlo y de qué forma.

    El vigilante del cielo recordó algo antaño olvidado que podría ser la clave. Parecía exaltado cuando informó a los presentes sobre un prototipo experimental de translación arcaico en desuso. Su emoción fue interrumpida por un sonoro aviso en el cuadro de mandos. Se escuchó la voz de Sax, que le decía:

    —¡Sax al habla! ¡Sax al habla! ¿Hay alguien a la escucha?

    Todos los presentes se centraron en la pantalla. Se podía ver en el mapa de los territorios del globo la localización exacta del equipo del elemental de tierra.

    Parecía fallar el posicionamiento de estos, ya que daba a entender que se encontraban en alta mar, concretamente, entre las tres islas del mar Beracico.

    Deal supuso que habían llegado a la isla oculta Taimiel, en donde probablemente hubiesen encontrado la comunidad de los dratonianos.

    Mientras miraban aquello, Cid ya había activado el micrófono. Indicó a Deal que podía hablar con su hermano cuando quisiera. Lo saludó y le preguntó por su situación, y este le contestó algo pesaroso:

    —Según se mire… Hace varias horas entramos en contacto con los dratonianos. Los últimos que quedan son treinta dratos superiores con sus respectivos jinetes, una gran cantidad de niños pequeños y muchas crías de dratos interiores, fuertemente protegidos por dratos superiores en estado salvaje. La isla Taimiel necesita evacuarse de inmediato, ya que está prácticamente contaminada por la esencia lóbrega. El problema es que los dratonianos no desean abandonar a los dratos salvajes y aún menos a sus crías; estos, a su vez, se niegan a abandonar sus nidos.

    Deseoso de salvarlos a todos, el elemental del agua lo tuvo claro. Insistió en que una nave nodriza debía trasladarse hasta ese punto para salvarlos a todos. Ante aquella proposición, Sax apreció alarmarse, ya que, en su opinión era demasiado peligroso. Fue determinante en su respuesta:

    —En mi opinión, es demasiado peligroso. Las tropas de Darklink nos pisan los talones. Desconozco de qué forma llegan aquí y cuánto tiempo podremos aguantar sus intermitentes ataques. De hecho, estamos a punto de entablar nuevamente combate contra ellos.

    La tensión se mascaba en el ambiente, Deal se temía lo peor. Preguntó si los modificados que los perseguían eran los capitaneados por Astaroth, pero su hermano lo desconocía. Consideró que esperaba toparse con aquella masa cuando aterrizaron en el desierto de Gameluza, pero no fue de ese modo.

    Manifestó sentirse culpable por no haber auxiliado a los capturados antes de que llegasen a isla Bastión, cosa que ahora mismo era imposible.

    El elemental del agua intentó transmitir tranquilidad a su hermano, pero las comunicaciones comenzaron a fallar, la voz se entrecortaba y la poca calidad en las telecomunicaciones no presagiaba nada bueno, empero citó, queriendo demostrar resiliencia:

    —Tranquilos, os ayudaremos de inmediato, ya tenemos las coordenadas exactas y estaremos allí de inmediato. Entre todos, saldremos de esta cueste lo que cueste, aguantad.

    Nadie respondió, solo se escuchaban el sonido enmarañado por la pérdida total de las comunicaciones. No pudo evitar expresar su impotencia mientras procesaba palabras de ánimo. Terminó por propinarle un fuerte palmetazo al panel, quiso acudir de inmediato al rescate de su hermano. Repentinamente, sintió a través de los altavoces una masculina voz, conocida por todos, que preguntaba:

    —¿Qué le ha pasado a mi padre?

    Todos enmudecieron ante esa manifestación. Cid miró a su alrededor y se fijó en que, casualmente, Olga se apoyaba sobre la parte derecha del panel y sin querer había presionado con su trasero ciertos botones que activaban la red de comunicación general. Al parecer, todo el mundo había escuchado la interlocución entre los dos dioses, incluidos Raven y Laura, que se hallaban en el castillo de Norien Olta del reino Adaseuq.

    Laura tomó la iniciativa en la conversación:

    —¡¿Me escucháis?! ¡Decidnos qué le ha ocurrido a mi abuelo y al padre de Raven inmediatamente! Ya decía yo que tardabais mucho en darnos noticias de ellos. ¡¿Qué ha pasado?! ¿Qué nos estáis ocultando? ¡Contadnos la verdad!

    Con intención de no generar más revuelo que el que ya se había formado, Cid cerró en seco las transmisiones, dejando a Laura, literalmente, con la palabra en la boca. La joven no desistió en su empeño de contactar nuevamente con las instalaciones de Tierra Muerta. Quisieron elaborar una coartada para calmarla. Mientras, Deal reflexionó sobre lo que estaba pasando. Fue consciente de que todas las circunstancias que se estaban dando, irremediablemente, los conducían a que se cumplieran los vaticinios expuestos por los portadores de la esencia. Parecía casualidad que el error de Olga desencadenase en que en un futuro la nieta de Morgan y el hijo de Dalbros terminasen en isla Bastión. No quiso considerar que, aun siendo un dios, era una víctima más del irremediable destino, aquello que el Profetizado catalogaba como leyes omnipotentes e invisibles dictadas por un todo que estaba incluso por encima de sus hermanos y de él. Esa idea lo frustró tremendamente. Ardió en cólera, llegando a golpear una de las columnas metálicas que sostenían la gran sala mientras gritaba con desespero:

    —¡¿Qué es todo esto?! ¡¿Quién eres y a qué estás jugando, Profetizado?!

    Coincidió con que Leciar, que venía escuchando por el pasillo sus gritos, entrase a la sala y no tuviera más remedio que toparse con el dramático panorama. En cierto modo, lo entendió, siendo el único que se atrevió a calmarlo. Aproximándose a él por las espaldas, situó su mano sobre uno de los hombros del dios y argumentó con voz serena:

    —Lo que concibes ahora mismo es lo que cada ser humano siente cuando se compara con vosotros. Esa sensación de estar guiado obligatoriamente por una fuerza invisible que te lleva hacia un destino incierto es, precisamente, a lo que nosotros nos enfrentamos todos y cada uno de los días de nuestras efímeras vidas. Desde hoy puedes decir con orgullo que, al haberte dado cuenta de ese dato, puedes considerarte un ser de similares pensamientos y emociones que vuestras creaciones.

    Abatido, se arrodilló y no pudo evitar romper a llorar. Aseveró sentirse aterrorizado al no poder controlar lo que estaba por venir. Desconsolado, miró a Leciar y le preguntó:

    —¿Cómo podéis soportar estos sentimientos?

    Lo sujetó de la cabeza con ambas manos mientras lo miraba a los ojos y, templado, le respondió:

    —Teniendo fe en nuestras posibilidades y, sobre todo, aprendiendo a disfrutar de cada momento que nos brinda esta vida sin echar cuentas a nuestro irremediable final.

    Mientras acabara esa frase, el dios sintió sobre sus espaldas la presión de muchas manos y, al girarse, se dio cuenta de que todos sus compañeros refrendaban las palabras de Leciar y le mostraban su apoyo incondicional. Ese gesto lo llenó de fuerza. Se levantó del suelo completamente revitalizado, secó las lágrimas de sus ojos y los abrazó mientras se prometía a sí mismo que jamás los abandonaría, ya que los consideraba parte de su propia familia. Por primera vez, comprobó lo que era realmente la verdadera amistad, juntos para lo bueno y para lo malo, por y para siempre.

    Antonio todavía le daba vueltas a la negligencia de las escuchas. Su reconcomía lo llevó a contactar con Laura para intentar tranquilizarla. Pidió a Cid que le pusiera en contacto con ella. De buen agrado, reactivó las comunicaciones entre el dispositivo que llevaba Raven y la base, momento en el que Antonio declaró:

    —Laura, ¿me oyes? Soy Antonio, contesta.

    De forma instantánea, la joven replicó:

    —¡Por fin, Antonio, dime ahora mismo lo que está pasando y, por favor, te ruego que seas sincero conmigo!

    Antonio le respondió con rigor:

    —Escúchame atentamente y, sobre todo, no nos juzgues por las decisiones que todos resolvimos con relación al asunto que estoy a punto de contarte. ¿Me lo prometes?

    Desconcertada, Laura le dijo:

    —Sí, te lo prometo, pero te ruego que no te andes por las ramas. Quiero saber la verdad, por dura que sea.

    Antonio se vio obligado a contarle a Laura lo sucedido:

    —¿Recuerdas el día en el que nos dirigimos en la nave al encuentro tu abuelo y los demás cuando fueron al palacio real de Galapia? Resulta que, cuando llegamos, nos dimos cuenta de que nuestros compañeros habían sido derrotados por las legiones de infestados de Darklink. Únicamente, María logró salvarse gracias al auxilio del djinn Sorius. —Se resistía a creérselo, aterrada entendió que su abuelo y el padre de Raven habían muerto; Antonio rápidamente clarificó—: Tranquilízate, Laura, no está todo perdido.

    »Dalbros y Morgan no están muertos, solamente han sido capturados y en este momento están siendo trasladados como prisioneros hasta un lugar llamado isla Bastión. Nos han dado un tiempo de margen para ceder ante sus condiciones. Quieren canjearlos por el vigilante del cielo Cid y no solo eso. Además, desean que colaboremos para romper una barrera mágica de otra isla, antaño sellada por los cuatro dioses. Si accedemos, han jurado que los liberarán. Por ese motivo, todavía no os habíamos dicho nada.

    Laura permaneció en silencio durante unos segundos para seguidamente preguntarle sobre el plazo de tiempo dado. Antonio promulgó la verdad:

    —Una semana, pero no desesperes, confía en nosotros. Estamos haciendo todo lo que podemos para…

    Lo cortó en seco y, en actitud altiva, exclamó:

    —¡No, Antonio, no sigas, por favor! Ya he visto la confianza que nos habéis demostrado, ¿qué te crees? ¿Que somos menos capaces de hacer las cosas por ser todavía menores de edad? Que yo sepa, todavía no hemos fallado en nada de lo que nos habéis mandado, al contrario que vosotros. A mi parecer, habéis traicionado nuestra confianza y difícil lo veo para que yo misma vuelva a confiar en vuestras palabras.

    »¿Sabes una cosa? Cuando acompañé a Dargor hasta el palacio real sin que lo supiese mi abuelo, este, nada más enterarse, no tardó mucho en llegar hasta donde me encontraba para rescatarme de mi cautiverio. Esa fue la primera vez que lo vi y en ese justo instante me prometió que jamás nos separaríamos, me juró que siempre me protegería.

    La voz discontinua de la joven, fruto de la emotividad que sentía, se entremezcló con un ligero sollozo mientras procuraba continuar con su relato:

    —Me sentí la niña más afortunada del mundo, me prometí a mí misma que, desde ese preciso instante, me convertiría en una persona fuerte que pudiera afrontar y resolver todo tipo de problemas. Desde ese momento, decidí que mi abuelo sería un ejemplo para seguir durante toda mi vida.

    Circunspecto, procuró empatizar con ella para que atendiera a razones:

    —Te comprendo, Laura, pero también debes de entender la difícil situación en la que nos encontramos. Si damos un paso en falso, el mundo puede irse al traste. No debemos dejarnos llevar por los impulsos y las emociones, ya que, si lo hacemos, seguro que perderemos.

    Mostrándose importuna en aquellas pretensiones, Laura prorrumpió:

    —¡Me da lo mismo, Antonio! ¡Que le den al mundo entero, que le den a Sax y los demás allá donde estén! ¡Lo primero para mí es mi abuelo y, si no me ayudáis, tendré que ir yo a por él!

    Antonio se alteró debido a la soberbia con la que le hablaba.

    —¡Laura, eso no es así y lo sabes! Tienes que escucharme, todavía tenemos tiempo hasta rescatarlos. No han pasado los siete días, tranquilízate. Hace poco, he tenido una visión. Si vas a isla Bastión, tu vida estará en grave peligro. Por favor, déjanos ese asunto a nosotros. ¡Te lo ruego!

    Nuevamente, el silencio fue protagonista en la conversación, momento en el que Laura, algo más calmada, le preguntó sobre su vaticinio. Considerando que había hablado más de la cuenta, Antonio no quiso explicarle nada. Salió por peteneras, haciendo un llamamiento a la confianza mutua y el entendimiento. Volvió a recalcar, prácticamente suplicando, que no hiciese nada y exteriorizó su miedo a perder a más amigos por negligentes acciones. La joven se cansó, expresándole con desmedro:

    —Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual. Me has decepcionado, por favor, te ruego que no vuelvas a contactar conmigo, ni tú ni ninguno de los que ahora me escuchan. Me habéis fallado. ¡Hasta nunca!

    En ese instante las comunicaciones se cortaron, y Antonio, debido a la frustración que sentía, golpeó el cuadro de mandos. Se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra el panel, mientras, depresivo, se agarraba la cabeza con las manos. Se sentía tremendamente culpable por la situación y murmuró mientras derramaba lágrimas de amargura:

    —No puede ser posible lo que está pasando, todo nos sale mal.

    Olga se acercó a él y, agachándose hasta su altura, lo acarició mientras le decía:

    —Tranquilo, tú y yo sabemos que tenemos que seguir en nuestra línea. Lo siento mucho por Laura, pero en ese momento no estamos para niñerías. No podemos olvidar que luchamos por el destino del mundo.

    La miró a los ojos y, tragándose el sufrimiento que sentía, le dio la razón. El drama fue interrumpido por la voz enmarañada del dios elemental de tierra. Parecía que la cobertura de las comunicaciones iba y venía, solo se le pudo entender que la situación allí era insostenible. Antonio sacó fuerzas, se levantó enérgicamente y, dirigiéndose al personal, dispuso:

    —¡¿A qué esperamos, amigos?! ¡¿Vamos a rescatarlos o no?!

    De inmediato, Cid contactó con un vigilante del cielo llamado Rondavis, que parecía estar preparado para el despegue. Tras una breve conversación, se decidió que únicamente el elemental del agua y Antonio serían los que se encargarían del rescate. Ambos corrieron a través de los largos pasillos de las instalaciones hasta llegar a la nave de transporte designada. Con una gran incertidumbre todavía exterioriza en el estómago de Antonio, entrambos colaron el acceso en rampa de la nave que inmediatamente se cerró.

    Despegando a toda velocidad, a través del largo y ancho túnel, el transporte se propulsó, elevándose sobre las nubes a una velocidad vertiginosa. Durante ese corto periodo de tiempo, llegaron hasta la cabina de mando, encontrándose con el vigilante del cielo que los transportaba. Rondavis mediría un metro setenta de altura, siendo únicamente su torso, cabeza y cuello aparentemente humanos, su tez era ligeramente morena. El resto de su cuerpo parecía estar fabricado con una aleación plateada y compacta, su pelo era moreno largo y liso a la altura del tren inferior de la espalda, el cual llevaba recogido con una coleta. Sus ojos estaban cubiertos por una extraña lente rectangular de color rojizo, pieza que parecía encontrarse incrustada en la parte frontal de su cráneo. Parecía muy amable. Se presentó mientras, laborioso, rastreaba las coordenadas de localización con las que ya contaba. Casi en el destino deseado, a Rondavis le extrañó el gran tráfico de navíos, sin aparente rumbo fijo, surcando aquel mar corrupto.

    Pronto llegaron a su hipotético destino. El transporte se detuvo en seco sobre las aguas, no detectando ínsula alguna. El vigilante del cielo se extrañó. Aludió a que las coordenadas podrían estar equivocadas, momento en el que Deal explicó que sobre Taimiel pesaba un hechizo de invisibilidad y traslación.

    Al no ver nada, aconsejó no desembarcar por precaución, pero el dios, mostrando seguridad plena en lo que decía, le ordenó que los teletransportase sobre el centro de la isla con base en los datos del terreno perimetral con los que contaba. Perseverante, cotejó las coordenadas con los datos geográficos del terreno con base en un antiguo archivo de cartografía donde aparecía aquella isla. Mientras lo hacía, alegó con gran soberbia que él era el mejor tripulante de todos los vigilantes del cielo y que por eso estaría pendiente de cualquier estímulo que le diera a entender que necesitaban auxilio una vez fuesen teletransportados. Era rara la actitud de aquel vigilante del cielo, que parecía deseoso de demostrar sus habilidades como piloto. Súbitamente, una melodía de piano comenzó a sonar. Rondavis, frunciendo el ceño, se sentó sobre un sillón que emergió del suelo y frente el panel de mandos advirtió a sus acompañantes que estaba a punto de trasladarlos hasta tierra firme. Les recordó que, para cualquier consulta o requerimiento que necesitasen, lo único que debían hacer era solicitarla a través del dispositivo móvil de comunicaciones que poseían.

    Lo último que vieron fue el incesante tecleo de Rondavis tras cambiar de escenario. Se encontraron sobre un pequeño cerro en la parte central de la exuberante isla Taimiel.

    Antonio miró al cielo y vio cómo el transporte activaba una especie de campo de invisibilidad, a fin de no ser detectado. Optimista, le dijo a su compañero:

    —Es bueno ese vigilante del cielo, no se le escapa detalle alguno.

    Asintió y con premura se asomó al desfiladero. Parecía que la infestación era casi completa. Comenzó a lloviznar. El petricor, en cierto modo, lo tranquilizó, ya que intuía que, si se iniciaba una tormenta, la lluvia frenaría el avance de la corrupción a través de la vegetación. Eso les garantizaba mucho más tiempo para el rescate que tenían en mente. Divisaron a lo lejos que aquellos navíos, que erráticos parecían rondar el mar. En realidad, tenían un objetivo claro: su intención era atracar en las costas de Taimiel, aunque dieran con la isla de forma fortuita.

    Proveniente del cielo, algo los alertó. Se dieron cuenta de que, sobrevolando los cielos, había más o menos treinta dratos superiores de gran envergadura, que eran conducidos por sus respectivos jinetes. Laboriosos por combatir contra los invasores, ni se percataron de su llegada. La fiereza de aquellos guerreros era sorprendente; su coordinación, sublime. Lamentablemente, los infectados se multiplicaban por millares a través del territorio.

    En el núcleo de la batalla, ubicado en un claro del poblado que a lo lejos divisaba, el elemental del agua pareció localizar a su hermano junto al resto del equipo. Estaban rodeados por un remolino de polvo que parecía repeler el incesante ataque de una gran nube de insectos. Entre aquel enturbiado ambiente, todos parecían luchar formando un círculo de seguridad junto a algunos nativos de la isla, a fin de defender a lo que parecían ser un gran grupo de niños.

    El primer impulso de ambos fue acudir hasta allí, haciendo uso de los poderes del dios, cuando de pronto Antonio sintió lejanos pero incesantes vagidos emitidos por animales que no reconocía. Provenían de una gruta próxima, custodiada por dos imponentes dratos en su etapa superior. Atemorizados, se mostraban en actitud defensiva ante cualquier estímulo que los perturbase. Deal argumentó que no tenían tiempo para lidiar con esas salvajes criaturas y que su prioridad era rescatar a sus amigos. Tornándose en estado líquido, como si se tratase de un caudaloso río, introdujo a Antonio dentro de una gran burbuja y lo arrastró sin darle posibilidad de opinar. Arroyando todo lo que se encontraba a su paso, finalmente llegaron junto al resto del equipo dentro del vórtice arenoso. Las caras de los hostigados por el azote tenebroso reflejaban alegría y esperanza.

    Antonio se posicionó entre María y Miguel, mientras que Deal se recomponía. La deidad acuosa no tardó ni un segundo en coordinarse con su hermano. Juntos tocaron el suelo y generaron un gigantesco muro perimetral de hielo y piedra que detuvo el avance de los corrompidos. Sin siquiera saludarse, Deal tomó la iniciativa: ordenó al equipo que los primeros en ser rescatados serían los críos. Haciendo uso de su elemento, los rodeó, advirtiéndoles que debían sujetarse fuertemente los unos a los otros para no caerse. Generando una potentísima impulsión, fueron lanzados por los aires, traspasado el campo mágico de invisibilidad.

    Antonio fue avispado, comunicó a Rondavis que debía interceptar el corro acuoso que acababa de ser despedido por los aires, ya que contenía en su interior al elemental y a un grupo de niños.

    Mirando al cielo, Sax y los demás distinguieron cómo Deal y los jóvenes desaparecían, dejando a su paso una estela de luz celeste provocada por el teletransportador de la nave. De igual modo, el dios del agua había sido inteligente, ya que, gracias al rocío residual de su expansión, logró generar en el ambiente, minúsculas gotas que bañaron las alas de los enjambres modificados, provocando que estas se congelasen. Eso les garantizó una ventaja enorme para continuar con el enfrentamiento, ya que el elemental de tierra podría centrarse mejor, sin necesidad de hacer uso continuo de su poder. Aun habiendo cambiado la situación a mejor, no parecían contentos. Sus rostros ocultaban a Antonio algo que no todavía no se atrevían a decirle. Sin perder la guardia frente a los muros de defensa, escucharon insistentes y duros golpes que, poco a poco, desquebrajaban las defensas. Sax advirtió que se preparasen para entablar batalla. Armas en mano, la incertidumbre se apoderó de la situación cuando el muro pareció ser cortado en dos. Ni el elemental de la tierra fue consciente del ataque, potente y preciso, lanzado contra el resguardo que los protegía. Lenta y perezosamente, la parte superior del alto muro de hielo y piedra, se deslizaba hacia el flanco izquierdo, debido al presunto corte diagonal efectuado. Pronto se identificó al autor. Resultó ser Marik el que lideraba el azote de modificados allí presente. Esa tétrica imagen coincidió con el inicio de una fuerte tormenta que agravó, aún más si cabía, el protervo aspecto del antiguo aliado. Su patibulario cambio era significativo: los largos cabellos que antaño poseía se le habían caído, quedándole solamente alrededor del perímetro interior de su cráneo un poco de anaranjado pelo largo. En la parte superior de su cabeza presentaba una gigantesca cicatriz que recorría la parte central del cráneo y la gran barba blanca, compuesta por dos trenzas perfectamente simétricas la una con la otra, por la que se solía caracterizar, la llevaba suelta y descuidada, variando su color en la misma tonalidad de la poca melena que le quedaba.

    Una apreciación que llamó mucho la atención fue que los ojos del oscuro aguerrido eran totalmente negros en su contorno, pudiéndose diferenciar en ellos un iris azur. Su infecto vestuario se componía de unos pantalones oscuros, una deslustrada camiseta de seda de la misma tonalidad y como arma portaba en su mano izquierda una espada catana. Parecía tener la mirada perdida mientras esbozaba una macabra sonrisa.

    Tomó la iniciativa sobre el resto de su séquito. A su orden, la horda compuesta por seres humanos y animales se retiró, manteniéndose quieta a más o menos veinte pasos del punto donde se encontraba. Se puso a la cabeza y avanzó hacia sus antiguos compañeros. Debido al respeto que su influencia ejercía, todos, salvo Antonio, retrocedieron.

    Mientras eso pasaba, casi de forma simultánea, una gran parte de la vesania caterva que tenían enfrente intentaba emboscarlos por las espaldas. Quizá por ese motivo eran distraídos por Marik. Gracias a que los jinetes dratonianos se percataron de aquella artimaña y contraatacaron aprovechando que los conversos se escabullían entre la vegetación de la jungla, pudieron mermar sus filas, por el momento, calcinando la zona por la que, en secreto, avanzaban.

    Entretanto, el elemental de tierra se centró en Antonio, ya que se dio cuenta de su bloqueo frente al oscuro aguerrido era permanente. Entendió que era debido a que lo consideraba su mentor desde que llegó a Destino 16 y aún no concebía que quisiera hacerles daño.

    No lo dudó, se transmutó en una gigantesca roca de piedra de más de tres metros de diámetro y se lanzó en defensa del chico rodando hacia Marik, arrollando durante su trayectoria a muchos infectados que intentaron frenarlo. Sin apartar la mirada de Antonio, el sombrío guerrero saltó sobre la roca y, con extrema facilidad, la cortó con su arma. El contraataque fue sublime: el dios emergió del interior del peñasco alcanzándolo de lleno, propinándole un sinfín de golpes, haciendo uso de sus puños convertidos en dura piedra maciza.

    María, que también había percibido el bloqueo de Antonio, hizo uso del anillo Xouler para crear un campo electromagnético alrededor de todos sus compañeros, a fin de ralentizar la contienda en su favor, puesto que los enemigos que quedaban se dispusieron de inmediato a atacarles.

    Riddick ii volaba alrededor de Antonio para que saliera de su trance, mientras que María le gritaba:

    —¡Reacciona de una vez y lucha por tu vida hasta que podamos escapar!

    Por suerte reaccionó y, obteniendo una alabarda que había tirada en el suelo, se armó de valor y la utilizó para defenderse. Bastante fatigada, la deidad parecía ganar terreno. En un momento dado, aprovechó la oportunidad tras un derribo y como apoyo generó dos gigantescos gólems de roca que se lanzaron contra su émulo. Tras reincorporarse, mostrando una fuerza colosal y una destreza magistral, de inmediato se deshizo de los gólems invocados. Acometió con rabia contra Sax, combatiéndolo de tal forma que parecía casi superarlo. Su maestría con la espada era preocupante. El dios supo que, tarde o temprano, sería gravemente herido. Por suerte, comenzó a notarse cierta vibración en el suelo que pisaban. El seísmo rompió a través de algunas grietas cercanas, desde donde emanaron minúsculas partículas blanquecinas que, pareciendo contar con inteligencia propia, se adhirieron al cuerpo de todos los enemigos. Ese raro elemento, combinado con el agua torrencial que caía, comenzó a solidificarse hasta dejarlos irremisiblemente congelados. Parecía ser que Deal había regresado sin que nadie se diese cuenta, consiguiendo desencadenar su terrible poder de congelación.

    El único con capacidad de liberarse de inmediato fue el oscuro aguerrido, que desquebrajó su ataúd de hielo sin mucha dificultad. Ocultando un profundo odio, centró su mirada en el elemental de agua mientras se reía a carcajadas y declaraba:

    —¡Ja, ja, ja!, ¿creías que eso iba a acabar conmigo? —el perverso aguerrido parecía sobrado al vindicar—: Tranquilos, moriréis de un momento a otro, el inmerso poder de Darklink no puede ser frenado, ¡hoy seréis testigos de cómo la isla Taimiel es consumida!

    Antonio se sintió emocionalmente herido al percibir la demencia mostrada por la persona que lo acogió en su llegada a Destino 16. Se armó de valor, no quiso perder la fe e intentó hablar con él con los recursos de los que disponía. La grisácea luminiscencia que emitía el anillo Pouler indicó al resto que Antonio intentaba razonar con su atrabiliario amigo. Un nuevo poder lumínico de inmediato se manifestó. El castaño brillo del anillo Kouler dio a entender que deseaba acceder a la mente de Marik, quizás con el fin de averiguar si existía la esperanza de revertir los efectos de la esencia infecta que lo dominaba.

    Le sobrevino un dolor de cabeza insoportable, pudo visionar un sinfín de imágenes relacionadas con Marik y los demás aguerridos convertidos. Captó lo que se sentía cuando sucumbían a la oscuridad. De igual forma, descubrió que aún existía una chispa de razón en sus mentes, estando presente el rechazo mental de todos ellos ofrecían frente a la potente influencia impuesta por su dominador. Durante ese breve lapso, Dargor, que observaba los mágicos esfuerzos de su aliado, se percató de que el pérfido guerrero avanzaba evadiendo fácilmente el poder de los anillos. Era evidente que Antonio no era consciente de lo que pasaba a su alrededor.

    El embate fue inminente. En defensa de Antonio, el general de dorada y brillante armadura enfrentó su dentada espada contra la del enemigo. Miró con brío a los ojos de su contendiente, siendo correspondido con una siniestra expresión. Se permitió el lujo de intercambiar unas palabras:

    —Ha faltado poco para que despedazase a ese estúpido chiquillo. Pensaba que podía dominarme con esa influencia mágica tan endeble.

    Antonio reaccionó, dándose cuenta de que justo delante de él, Dargor lo defendía; notó cómo la resistencia que presentaba su aliado era insuficiente. No tardó mucho en gritarle:

    —Espabila y ponte a salvo, ¡rápido!

    Desconcertado, preguntó:

    —Pero ¿qué ha pasado aquí?

    Apretando los dientes mientras hincaba la rodilla contra el suelo, le respondió:

    —¡Marik tiene la capacidad de repeler los efectos de la magia! ¡Rápido, terminad de evacuar a los pocos supervivientes y marchémonos, esta batalla está perdida de antemano! —dirigiéndose al resto del equipo, añadió—: ¡Los dratos de la montaña deben ser salvados!

    El elemental del agua se acordó de aquello y le dijo a su hermano:

    —Tiene razón, esas criaturas no merecen el destino que les espera. No perdáis tiempo, tanto Sax como yo os daremos cobertura, ¡corred!

    María se desvaneció para reaparecer junto a Miguel y Antonio. Solo quedó el rastro rojizo que el anillo Nouler dejó tras esos desaparecer. Marik terminó por romper la resistencia entre el cruce de hojas. Dargor de inmediato se replegó, con la mala suerte de ser alcanzado por una estocada de su contendiente. Por suerte, solamente dañó parte de su recia loriga.

    Aireado, Marik argumentó:

    —¿Quién lo diría? He conseguido dañar la armadura del guerrero que, según dicen, jamás ha perdido un enfrentamiento.

    Ofendido, pero sin perder la compostura, rebatió:

    —Las piezas de una armadura pueden repararse, para eso están, para proteger.

    Alzó su espada completamente centrado y absolutamente concentrado, su adversario hizo lo mismo, atreviéndose a decirle:

    —Seré el primero en quebrar tu voluntad, serás un siervo fiel para nuestro querido amo.

    Los dratonianos y sus monturas estaban agotados. Las hordas de infectados parecían no acabar; incesantes, irrumpían en el terreno de batalla por millares, daba la impresión de que hasta los mismísimos caídos volvían a levantarse. En definitiva, la isla se había convertido en un infierno.

    Entretanto, María y sus paisanos aparecieron muy cerca de los dos dratos superiores que protegían la gruta. Fue debido al poder del anillo Nouler, combinado con la imagen zonal que Antonio tenía en su memoria, cuando llegó con Deal. Los dratos se asustaron, llegaron a procesarles algunos ataques ígneos; acometidas que fueron repelidas en un instintivo acto reflejo de María. Su notable habilidad con el grupo de anillos Ouler que portaba era innata.

    Riddick ii intentó mediar con sus congéneres, pero en principio no consiguió que bajasen la guardia debido a zozobra que difícilmente soportaban. Ante aquello, la grisácea luminiscencia del anillo Pouler se manifestó de nuevo por mandato de su portador. La estrategia funcionó a la perfección, puesto que aquellos dratos guardianes, gracias a la mágica influencia del anillo de Antonio, accedieron a la evacuación de las crías a las que protegían.

    Una espesa nube anaranjada emergió del anillo Zouler de núcleo azabache, signo de que Sorius hacía acto de presencia. Tras solidificarse, restituyéndose con forma humanoide, María le dijo que debía comunicar a los dratonianos que combatían desde el cielo que ascendieran hasta toparse con la nave de evacuación que los transportaría hasta poderlos a salvo. Nuevamente, volvió a su estado gaseoso y ascendió por los cielos para cumplir la misión encomendada. Mientras tanto, los demás fueron sacando a las pequeñas crías asustadas hasta un saliente rocoso cercano.

    Antonio avisó a Rondavis a través del comunicador para que procediera con la teletransportación, mientras que los dos dratos superiores emprendían el vuelo hacia el vehículo de salvamento.

    Dargor y los dioses elementales vieron cómo sus compañeros habían tenido éxito. Agotados, se replegaron. Su enemigo notó que su intención era escapar. Soberbio, les preguntó:

    —¿Por qué no os rendís de una vez? Os prometo que no sufrieres. Darklink es el nuevo orden al que tenemos que obedecer, sed consecuentes como lo ha sido vuestro hermano Rick. —Centró su mirada en Dargor mientras continuaba con la charla—: Dargor, si quieres ser el guerrero definitivo, la esencia de Darklink cumplirá tus deseos: hará que nunca te agotes en una batalla, te concederá diez veces más fuerza de la que actualmente tienes y eliminará cualquier dolencia que puedas llegar a padecer.

    »¿No es lo que siempre has estado buscando? —El elemental de tierra advirtió al guerrero que no lo escuchase, momento en el que el aguerrido oscuro argumentó—: Soy consciente de todas y cada una de las palabras que digo. Lo que pasa es que sois vosotros los que no aceptáis el gran cambio que se avecina.

    Cansado de tanta locuacidad, el elemental del agua, que se encontraba diez pasos por detrás de sus asociados, se arrodilló al límite del terreno sin infectar que pisaban y, mientras tocaba el suelo, provocando un leve temblor sísmico, un aura celeste lo rodeó, siendo esta la expresión del temible poder que se encontraba ejerciendo: indicó a sus compañeros que se agarrasen a él.

    Iracundos, los infectados corrieron hacia ellos mientras Marik se preparaba para un ataque definitivo. Por suerte, en el último momento, emergió del suelo un fortísimo géiser que los elevó por los cielos, derribando a los modificados más próximos a ellos, que ya se habían lanzado embravecidos contra ellos para atraparlos.

    En un momento dado, aquella propulsión acuosa cesó y, como dicta la gravedad, comenzaron a descender. Mirando hacia el terreno, se dieron cuenta de que todo el territorio se encontraba infectado, y que Marik y sus lacayos esperaban ansiosos su descenso para terminar el trabajo. El nerviosismo sentido se adueñó de ellos debido a que no eran rescatados de inmediato por Rondavis.

    Quedando unos trescientos metros para que se estampasen contra el suelo, el transporte hizo acto de presencia y, a una velocidad extrema, los interceptó. Escapando del espacio aéreo de la isla en pocos segundos, los tres suspiraron, siendo conscientes de que les había faltado poco.

    Deal apretó los dientes y comentó:

    —Voy a matar a ese vigilante del cielo, ha sido capaz de llevarnos hasta el límite con el único fin de demostrarnos su valía como piloto.

    No pudieron evitar reírse por la situación vivida mientras accedían por una de las esclusas de la nave. El viaje de retorno se hizo relativamente corto. Rondavis solicitó

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