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El arca del Zodiaco: crónicas de Libra
El arca del Zodiaco: crónicas de Libra
El arca del Zodiaco: crónicas de Libra
Libro electrónico604 páginas9 horas

El arca del Zodiaco: crónicas de Libra

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El Arca del Zodiaco ha sido abierta, las armas han sido liberadas y el poder ha pervertido el universo de Zodiacci. El Certamen Lunar, bajo el mando de Celethial Arcubens, ha arrasado con la Nación de Leo y ha difundido el miedo y el terror por todo el mundo: La Guerra de las Constelaciones ha comenzado. Wounded Charm, la joven Pirata de los C
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2021
ISBN9789585162792
El arca del Zodiaco: crónicas de Libra
Autor

Nicolás Guevara

Nicolás Guevara Rengifo es un escritor y periodista de la Universidad del Rosario, apasionado por la gastronomía, los viajes, el cine, y la literatura. Nacido en la ciudad de Cali en 1997, entre el deleite de los chontaduros y la vivacidad de la salsa, creció amando la fantasía; soñando con piratas de barcos alados, valkirias sagradas que irradiaban luz antes de descargar sus espadas y sabias hadas con la capacidad de curar cualquier maldición. En 2016 hizo parte de la expedición de la Ruta Quetzal Aventura en las Selvas Mayas de Yucatán, recorriendo parte de México y España en un viaje antropológico de intercambio cultural con 180 jóvenes de 17 países hispanohablantes. Entre 2019 y 2020 se desempeñó como periodista en el noticiero local de City Tv, haciendo parte de valiosos cubrimientos nacionales como lo fueron el Paro Nacional del 2019 y la pandemia del Covid-19. Su trabajo de grado Paladar Vallecaucano: una exploración de la gastronomía de Santiago de Cali, fue nominado al Premio Otto de Greiff a mejores tesis de pregrado del país.

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    El arca del Zodiaco - Nicolás Guevara

    I

    La Pirata de los Cielos

    Wounded Charm atravesó el cielo rompiendo la brisa cardinal con el bauprés de su barco alado, el Fortuna. Desde la proa inspiraba el amplio azul que se antojaba interminable. De su bolsillo sacó un telescopio plegable de peltre, y apuntó con él por encima de las velas, mientras enfocaba hacia la profundidad del espacio; el barco pasaba justo bajo Alhena, la subgigante blanca de la constelación de Gémini; Charm sonrió y guardó el telescopio, pronto llegarían a casa. Era el 27 de junio del año 530. Había zarpado de Puerto Líbella tres semanas atrás en la misión más extensa de su trayectoria como pirata de los cielos: cazar al dragón metálico de segunda categoría, Oxidomouroll. No fue fácil, menos para su modesta tripulación: Garpho, el arponero que la había acompañado desde su primera incursión para domar crías, con la capacidad de infundirle magia a los objetos. Nataliee, una pequeña aprendiz de la magia del viento que se encargaba de guiar el barco. Ogre, un fornido escudero, tan fuerte que se rumoraba que era capaz de resistir el coletazo de un alado sin titubear a pesar de no hacer magia. Y ella, por supuesto: Wounded Charm, la famosa maga que dominaba el Canto de las Balas , capitana del barco Fortuna.

    Los cuatro conformaban el equipo más fuerte de Aerial Luck, el gremio de piratas del cielo de mayor renombre en Puerto Líbella; eran capaces de leer las corrientes de viento lejanas para calcular la remota aparición de dragones por todo el territorio. Fue Nataliee quien saboreó en el aire las partículas de óxido que había esparcido remotamente el aleteo del dragón metálico mientras volaba a contracorriente. La tramontana¹ del norte le otorgó el gustó en el paladar y entonces lo supo: tardó una noche entera en ajustar su trayectoria para concluir que Oxidomouroll estaría volando entonces por entre las Montañas Marinas de Sagitario, y posiblemente emplearía tres días en cruzar la frontera antes de traspasar los cielos de Escorpio, una de las casas caídas; zona prohibida para cualquier tipo de tránsito. Debían evitar a toda costa que eso sucediera.

    —Casi se nos escapa el lagarto de hojalata —recordó Garpho entre carcajadas, como si pudiera escuchar los pensamientos de su Capitana. Así fue: Oxidomouroll en efecto migró por entre las Montañas Marinas, pero en un cambio brusco encausó su viaje por entre la frontera de Capricornio, para atravesar el océano de estrellas sin rumbo y llevar a los bucaneros a dar vueltas sin parar antes de poder atajarlo. Estuvieron a punto de rendirse hasta que, en la nación de Piscis, tras una emboscada cuidadosamente planeada, pudieron atraparlo.

    Aunque tuviera la fuerza para hacerlo, Wounded Charm era incapaz de matar dragones. Por tanto, completaba sus misiones sin derramar una sola gota de sangre. Cuando avistaron a Oxidomouroll surcaron el aire enfurecido que dejaba la corriente alborotada tras la explosión metálica del redoblar de las alas del dragón. Nataliee concentró toda su fuerza mágica en situar al Fortuna justo encima de la bestia. Sin temores, Wounded Charm se arrojó de espaldas desde la proa de su inmenso acorazado; su caída era el grácil clavado de un ángel que parecía acostumbrado a sumergirse en el viento bravo. Aterrizó sobre el lomo alcalino de su presa sin dificultad. Llevaba entre las manos un aparato con forma de garra; clavó cada punta en un extremo distinto de la escama sobresaliente del animal.

    —¡Ahora, Garpho! —Desde las alturas el viejo bucanero accionó en el timón uno de los mecanismos del codiciado Fortuna. Enseguida una prominente cadena se propulsó disparada desde los cañones del costado de babor. La cadena empató su punta perfectamente contra la garra, acoplándose en uno solo al artefacto. Garpho sostuvo con fuerza el timón: de sus manos brotó un resplandor platinado que recorrió la cadena hasta darle vida a la garra, la cual empezó a desprender la lámina metálica. Oxidomouroll sintió a los piratas. Un rugido gutural activó las defensas del alado, cada una de sus escamas se erizó para demostrar el filo implacable que caracterizaba a los de su clase. Wounded Charm estaba preparada: portaba una armadura que absorbió el impacto de la bestia sin infligirle ninguna herida.

    —¡Nataliee! Con todas tus fuerzas, vira a estribor —La combinación de movimientos hizo crujir la escama, hasta que se desprendió de su cuerpo. El animal rugió enardecido, sacudiéndose mientras su piel se erguía para despedazar a los intrusos. Desde el Fortuna, Ogre tomó las riendas de la cadena y tiró con fuerza, lo que elevó a Wounded Charm que montaba la escama de dos metros de ancho como si se tratara de una balsa improvisada. Oxidomouroll no desistiría. Desplegó sus alas y se alzó frente a ellos: estaba demostrando la furia de los dragones.

    —No te darás por vencido, ¿eh? ¡Balas! Vengan a mí, Lluvia de fuego —Con una de sus pistolas disparó al cielo. La singular bala los rebasó hasta alcanzar una nube cercana. La inscripción mágica de un perfecto círculo rúnico rojo se esbozó sobre el aire; de ella cayeron, invocados, un centenar de balines envueltos en una cálida llamarada, juntos dibujaron un poderoso torrente de fuego que bajaba alrededor del alado. El animal detuvo su vuelo. En principio pretendió desviar la acometida con un golpe de sus alas, pero eran tantas balas surcándole que pronto quedó preso en la cárcel ignívoma formada por el hechizo de Charm—. ¡Nataliee, vuela! —El barco extendió sus blancas alas de pluma y remontó el cielo alejándose. Así habían completado su misión.

    Wounded Charm viró sobre su espalda y la vio: una escama perfecta de dragón metálico. Medía tres metros de alto y dos de ancho, tamaño suficiente para el botín de su misión. Podía entregar el material a su cliente y guardar un poco para fraguar una buena arma. La garra de arpón que utilizaba Garpho había sido forjada de una zarpa de dragón de tierra de tercera categoría. Su telescopio de peltre provino de un dragón de primera categoría de pantano. Y su pistola, la imbatible Codicia, fue producto del ardiente aliento de un dragón Arcano de fuego junto con la piel mudada de una cría de madera. Los Arcanos eran majestuosos dragones superiores que habían completado su forma y se encontraban en la última etapa de sus vidas. Pero ella jamás había sido capaz de domar uno: la flama de su pistola fue un regalo de su madre, su último presente de despedida.

    —Hogar —pronunció Ogre, sacándola de su ensimismamiento. A lo lejos se divisaba la terminal aérea de Puerto Líbella, la ciudad portuaria más importante de la nación de Gémini. El reino de Zodiacci estaba regido y dividido por las estrellas y se repartía en 12 naciones: una por cada casa del zodiaco. Todos los seres vivos llevaban tatuada en alguna parte de su cuerpo el símbolo de su casa estelar, que servía como una marca que los representaba a ojos del mundo. Gémini, una de las seis casas nobiliarias de las estrellas, era reconocida por ser uno de los territorios más ostentosos del planeta; propia de islas flotantes, barcos alados y vidas aéreas. Los nativos de su nación tenían el derecho de recorrer casi todo el globo con libertad, y eran tratados con distinción por ello; todos los territorios a excepción de las casas caídas pertenecientes a la Alianza: Escorpio, Tauro y Cáncer. Charm aún recordaba el inicio de la catástrofe.

    —En la repartición del zodiaco, Leo y Cáncer son los símbolos regentes —le explicó su madre con simpatía—; Cáncer, la reina, se rige por la Luna. Leo, el rey, se maneja por el Sol. Esas dos son las regiones con mayor concentración mágica, y el poder de sus casas ha sido temido y respetado por siglos, lo que ha invitado a la unidad del resto. Desde hace varios años, Leo forjó el Régimen del Sol, un sólido gobierno que vela por la paz de Zodiacci. De su mano se encaminan cuatro casas nobles, con los príncipes y princesas de las estrellas: Virgo y Gémini, los hermanos de Mercurio. Libra y Tauro, hijos de Venus —Su madre siempre se empeñaba en que conociera la historia y la geografía de Zodiacci, un elemento clave para dominar sus cielos—. Seguido de ellos están los comandantes, los zodiacos expertos en la pericia de combate: Escorpio y Aries, siervos de Marte. Hay que tener mucho cuidado con ellos, sus naciones concentran poderes mágicos atroces: artes demoniacas y oscuras. Después encontramos a los sabios maestros espirituales, Sagitario y Piscis, quienes reciben la bendición de Júpiter. Y finalmente las casas sirvientes, Capricornio y Acuario.

    —¿Por qué sirvientes, mamá? ¿No pueden ser princesas como nosotros, en Gémini? —Su madre rio suavemente.

    —Es solo un viejo orden del mundo. Todos somos iguales, sin importar de qué nación provengamos. Lo entiendes, ¿verdad?

    —Capitana —Se sobresaltó. Era Nataliee. Charm había caído una vez más al interior de sus pensamientos—, disculpe que la interrumpa… pero es hora —Wounded la miró consternada. Nataliee se encogía de brazos, estaba ocultando con vergüenza parte de su rostro bronceado. La Capitana entendió enseguida. De una bolsa negra de cuero que colgaba de su cintura sacó un sello luminoso y rodó la perilla horizontal que poseía. Con delicadeza presionó el marcador sobre el hombro descubierto de su compañera y al retirarlo la marca de Gémini resplandeció en un potente color dorado.

    —Con esto bastará, debería durarte por las próximas dos semanas. En caso de que notes alguna variación en su tono o intensidad, ven a verme sin dudarlo.

    —G…gracias, Capitana —Los ojos de Nataliee se aguaron lacónicamente. Comenzó a inclinar su cuerpo hacia ella, con la intención de hacer una reverencia. Wounded Charm detuvo su gesto de inmediato poniendo su brazo contra el pecho de la joven. Nataliee alzó el rostro, apenada.

    —Jamás te inclines ante nadie, Nataliee. Eres libre, no debes negociar tu posición. Ya te lo he dicho —El tono de Charm era serio, pero fraternal.

    Nataliee sonrió con sinceridad y la miró a los ojos por primera vez en esa tarde. Agradeciéndole de nuevo se retiró, tomándose los brazos por la espalda con la cabeza gacha. La pequeña aprendiz de magia aérea era una ciudadana de Acuario, la casa estelar de la sirvienta, considerada la casta más baja de Zodiacci. Durante una incursión tras el rastro de un dragón de cristal, Wounded Charm había liberado el corregimiento de Aries que esclavizaba a Nataliee; desde entonces la joven maga fue acogida al interior del gremio. Sin embargo, el resto de los ciudadanos de Gémini no aceptaría que una mujer de Acuario caminara con libertad por entre sus calles pretenciosas, por lo cual debían esconder siempre la marca de su nacimiento, y reforzar la veracidad de su origen alterado con la compañía constante de los reputados magos de Aerial Luck. Charm odiaba la injusticia del sistema de castas del zodiaco.

    Se asomó por la barandilla y vio cómo la coraza de la nave rozaba la marea aérea: era producto de las nubes desperdigadas y el viento, lo que creaba una espumosa corriente que a simple vista parecía la cremosa cubierta de un pastel, por su tono delicado y su color semitransparente. No obstante, esa misma marea había derrumbado a los más osados marineros que abusaron de su confianza al subestimarla.

    A pocos kilómetros la prominente bahía de Puerto Líbella apareció a la vista de Wounded Charm. Decenas de barcos encallados flotaban quietamente sobre una columna de nubes pastosas que se mantenían quietas por un encantamiento arquitectónico usado para fijar la ciudad en las alturas. Cuando el barco apareció en el horizonte una multitud de curiosos se acercó a avistar la llegada.

    —¡Arriba un barco! ¡Arriba un barco! —gritó emocionado uno de los hombres, que agudizaba la mirada para reconocer la inscripción ornamentada del acorazado—. Es… el Fortuna, ¡es el Fortuna! ¡La Capitana ha vuelto!

    —¿El Fortuna? —preguntó la gente en un barullo que se fue extendiendo entre el tumulto.

    —¿En verdad son ellos?

    —¿Fortune Chaser? ¿Podrá ser? Zarparon hace días.

    —¡Ahí están! Son ellos, ¡son ellos! La Capitana ha regresado —El equipo era inconfundible. Charm era una mujer alta, imponente desde su sola postura. Llevaba erguida la cola de cabello rojiza y trenzada con que se le había visto desde niña correteando por las calles empedradas de Puerto Líbella. Su cuerpo esbelto portaba aquella tarde un elegante traje azul enchapado por unas botas oscuras de cuero y un tricornio negro con una fina línea roja y amarilla que aplomaba la coronilla de su intensa cabellera. Garpho era un hombre algo mayor, de baja estatura. Sus brazos anchos y su espalda levemente curvada, junto con un estereotípico parche negro que cruzaba su ojo izquierdo, eran los motivos que más le distinguían entre cualquier multitud. Nataliee, por su parte, alcanzaba apenas el metro con cincuenta de altura, su piel castaña sutilmente tostada estaba ataviada por un sencillo traje purpura de dos piezas y un gorro anaranjado que cubría su corto cabello crespo, café oscuro. Ogre medía dos metros completos. Parado como una estatua inquebrantable detrás del grupo llevaba un traje de lino ligero que hondeaba ante la brisa y dejaba ver su pecho y su torso trabajados: eran Fortune Chaser el equipo más fuerte de Aerial Luck.

    Wounded Charm lo sabía: el tumulto de gente debería estar esperando de ellos un triunfo, reunidos en medio de la conmoción generada por su regreso. El orgullo de los residentes de Gémini se nutría en la popularidad de los logros de sus magos. Y solo por esa vez participaría de su espectáculo. Tomó su pistola y disparó al cielo; una inscripción violeta se marcó en la profundidad del espacio y de ella cayeron dos balas hacia cada costado del Fortuna, que estallaron cada una en una centella de fuegos artificiales. La multitud vibraba de emoción entre gritos y aplausos. Ogre levantó con un solo brazo la placa resplandeciente que habían capturado de Oxidomouroll y entonces cada habitante soltó un millar de aplausos. Lágrimas, rosas y monedas de oro se veían volar entre la gente. Wounded Charm tomó de las manos a Garpho y a Nataliee, elevándolas en su tarea cumplida. Entonces le susurró al oído:

    —Recuérdalo por siempre, Nataliee. Están parados en el puerto esperando por nosotros, por ti. Los ciudadanos de Gémini te celebran. Hoy les demuestras el peso de la gente de Acuario. Hoy reivindicas tu origen.

    Nataliee devolvió la mirada hacia el puerto, percibiendo cómo su nombre, junto con el de sus compañeros, resonaba vivamente. Un par de lágrimas recorrieron febrilmente sus mejillas mientras sonreía, extasiada; un momento que Wounded Charm se prometió no olvidar.

    Aerial Luck estaba situado frente al puerto. Luego de recibir los agasajos de una multitud hipnotizada por el brillo de la escama se dirigieron con premura a las puertas del gremio. La prominente arquitectura de su hogar saltó a los ojos; era un edificio oscuro de dos pisos que llamaba la atención por una serie de cañones extendidos por los flancos de la edificación. Llevaba erguidas con orgullo las anchas banderas rojas con líneas horizontales amarillas que representaban su cofradía, clavadas en ambas esquinas del techo del primer y segundo piso. Amplias ventanas daban vida a la fachada junto con una serie de banderines dispuestos de manera vertical y pintados del mismo color que identificaba al gremio. La entrada se fijaba por una puerta doble; arriba una vistosa inscripción daba la bienvenida a cualquier forastero:

    Cuando Wounded Charm abrió las puertas de par en par todos los piratas corearon su nombre elevando sus copas para saludarla. Algunos se tambaleaban para llegar hasta ella y recibirla lanzándole sus brazos encima. Otros le ofrecían barriles enteros rebosados de cerveza. Mientras su equipo se vanagloriaba de la perfecta estrategia con que habían capturado la escama, Charm se dirigió hasta el fondo del gremio.

    —Maestro —Agachó su cabeza y juntó su puño derecho contra su palma izquierda, para saludar.

    —Bienvenida a casa, Charm —El maestro respondió el saludo con su potente y deferente voz—. No creí que lo lograrían en tan poco tiempo. Dragón de metal en la frontera, ¿ah? No dejan de sorprenderme, pero es un resultado esperado para Wounded Charm. Felicitaciones —La joven sonrió, fugazmente sonrojada. Sentía un profundo respeto y admiración por Acrimono ‘Ojos de Perla’, el maestro del gremio. Su apodo provenía de su poder, tenía los ojos totalmente blancos y alcanzaba a ver apenas la silueta de algunas sombras que pisaban la tierra. Sin embargo, cuando volaba su visión se convertía en el basto pentámetro estelar que conformaba el cielo, podía ver y sentir más allá; entre las nubes calculaba cada movimiento galáctico, cada tormenta, cada marejada, divisaba cualquier objeto que abriera sus alas para volar en dicho instante. Además, era el mago de viento más fuerte que hubiera conocido, el mismo mentor de Nataliee. Pero Charm no lo apreciaba tan solo por ello. Acrimono fue parte de la tripulación de su madre. Volaron juntos en el Fortuna, el mismo acorazado que ella había heredado a corta edad, surcaban el cielo con su intensidad sin temor a nada.

    —Gracias, Maestro. Pero no fui yo sola, se trató por completo de un trabajo en equipo.

    —Una buena incursión depende enteramente de una capitana preparada, Charm. Tu fuerza mágica crece cada día, puedo sentirlo. Recuerdo… —El maestro sonrió paternal—, recuerdo cuando corrías con una espada de hule por la bodega, saltabas de barril en barril… Y, precisamente —Acrimono hizo un gesto con sus dedos y una ventisca jaló una silla por las espaldas de Wounded Charm, obligándola a tomar asiento— me causa curiosidad, ¿has decidido acaso cuál será el material de tu primer sable? Tengo una colección de garras de gárgolas y grifos que podrías estudiar. Ya es hora de que te proclames como una gallarda capitana, con sable y pistola.

    Wounded Charm sonrió con modestia.

    —Ya he escogido mi material, Maestro. La espada será de la escama de Oxidomouroll, pude sentir la conexión desde el primer momento en que me acerqué al lomo del animal.

    Acrimono la examinó con seriedad. —¿Otra arma de dragón? No lo sé… No será bueno que sigan con esa fama. En Fortune Chaser todas sus armas provienen de una misma clase mágica, una desventaja. Si algún día se enfrentan a un enemigo portador de un elemento anulador, ¿qué harán para contrarrestarlo?

    —Los dragones nunca decepcionan, Maestro —Charm sonrió y se levantó de la silla. Pese a que los magos en Zodiacci poseían un poder mágico natural como regalo de las estrellas, sus cualidades se fortalecían a través del arsenal mágico, en los que empleaban elementos de distintas criaturas para forjar toda clase de equipos. Las armas de dragón, junto con las herramientas demoniacas y el equipamiento titánico, eran las tres clases de fragua superiores en todo Zodiacci, contenedoras de la mayor fuerza mágica. Mientras mayor fuera el rango de la criatura, más alto sería el poder y la propiedad concedida al artefacto. En el caso de los dragones, se podían encontrar desde crías recién incubadas hasta míticos Arcanos, dueños del cielo, así como dragones de tercera, segunda y primera categoría, haciéndose más poderosos mientras más viejos fueran. Pero no era algo para tomar a la ligera: incluso una cría solitaria poseía el poder para arrasar con un puerto. El trabajo en Aerial Luck consistía precisamente en obtener partes de dragón con las que se pudiera comercializar, pero también defender civilizaciones, y así ahuyentar criaturas rebeldes y salvajes.

    En el caso de las herramientas demoniacas el proceso era distinto. Las armas creadas por medio de su poder poseían el alma del demonio del que se tomara prestada la magia. Por lo usual, un demonio se sellaba en un arma y mediante un contrato con un mago, tomaba posesión parcial de su portador a cambio de permitirle maniobrar tanto su poder como su artefacto. Eran poderosas, pero temibles por el riesgo que implicaban. Cientos de magos habían perecido, incapaces de controlar la oscuridad contenida por los espectros. En todo Zodiacci se podían encontrar demonios de distintas especies, clasificados por letras según su letalidad. Los demonios más inofensivos eran los de tipo F, con una fuerza equivalente a la de un recién nacido, pero astutos en el arte del engaño. De ahí en adelante los tipos D y C, sin representar una afrenta mayor. Seguidos por la clase B, el rango en el que era más habitual encontrar portadores, en donde se mezclaba tanto la fuerza mágica de la herramienta como la capacidad para dominarla. Los demonios tipo A podían ser considerados una amenaza mayor, necesitando de la unión de varios magos para derrotarlos. No obstante, el verdadero terror residía en los seres oscuros de denominación tipo S. Demonios de élite cuyo poder podría derruir una sociedad entera en apenas segundos. Sin embargo, Charm jamás los consideró una amenaza latente, dado que no pululaban en su nación. Por el contrario, al tratarse de un sector aéreo, los dragones eran las criaturas nativas. Los demonios podían ser encontrados con facilidad en Escorpio y Aries, zonas en las que se rumoraba había alta experimentación con criaturas de este tipo.

    Por su parte, el equipamiento titánico era escaso, por poco inexistente, debido a la rara aparición de titanes en Zodiacci. No tenían un hábitat habitual, y su poder descomunal fue por décadas el terror de la humanidad. No obstante, su relación con los magos era altamente distante; para portar un equipamiento titánico, el usuario debía acceder a un sacrificio tan alto como la magia que estuviera dispuesto a utilizar al acceder al armamento. Los titanes eran imposibles de vencer con magia convencional. Por ello, el armamento que se fraguaba era especial y personalizado, dado que su materia prima se daba a través del favor concedido por el titán a través de la ofrenda. En conclusión, las Armas de Dragón eran las más inofensivas con su portador, sin sacrificar el gran poder que conferían. Las tres descritas eran inferiores por una sola categoría tan solemne y descomunal que su poder yacía en la mera mitología: las Armas del Zodiaco.

    —En la Antigüedad, Zodiacci enfrentó la que fue tal vez su peor amenaza: una maldición capaz de devorar la vitalidad de las estrellas, que extinguía la magia y la vida de las personas en cada continente. El mundo cayó al borde de la desaparición. Se le conoció como la Guerra de la Estrella Oscura. No había poder capaz de contrarrestar esa oscuridad. Desesperadas, las naciones perecían sin un héroe. Fue entonces cuando las doce naciones tuvieron que unirse, para perseguir un único propósito. Cada casa estelar creó un arma representativa de su constelación, con un poder que superaba cualquier tipo de magia concebida: las Armas del Zodiaco, empuñadas por doce herederos portadores que llevaban el linaje de la casa de sus estrellas. Doce equipos que juntos mezclaban la letalidad y la defensa inquebrantable, la velocidad y la pericia, los encantamientos de más alta maestría junto con un nivel de fuerza mágica que no tenía rival. Nada podía hacerles frente. Así, la oscuridad pudo ser extinguida y cada estrella brilló de nuevo, lejos de la amenaza.

    —¿Y entonces qué pasó, mamá?

    —Las armas del Zodiaco tenían un poder superior. Ningún mago, equipado con toda serie de herramientas, era capaz de hacerle frente a sus portadores. Pronto se descubrió que un arma del Zodiaco solo podía ser destruida por otra igual. Entre pares tenían la capacidad de apoyarse, contenerse o anularse. Pero era ese un poder demasiado atrevido, que despertaría toda clase de ambiciones. Los gobernantes, encabezados por Leo y seguros de que no podrían procurar la paz empuñando tan temibles artefactos, decidieron sellar sus armas en el Arca del Zodiaco. Un panteón móvil que vagaría eternamente por las estrellas, lejos de la mano de aquellos que no buscaran proteger el bien.

    —¿Y Gémini? ¿Cuál era nuestra arma, mamá? ¿Un gran sable eléctrico? ¿Un poderoso tridente de las nubes? Cuando crezca seré capaz de portar nuestra Arma del Zodiaco —Charm saltaba emocionada alrededor de su madre.

    —El arma de Gémini fueron las Alas de Póllux. La protección de los gemelos.

    —¿Alas? ¿Un par de alas? —preguntó desilusionada, mientras su madre reía.

    —Es un mito —contestó ante su decepción—. Nadie nunca ha visto un arma del zodiaco. Y jamás se ha conocido a alguien que haya portado un equipo de esa serie, más allá de las historias legendarias.

    —Capitana, ya está listo —Era Ogre. En sus manos traía un recorte de setenta centímetros de la escama de Oxidomouroll. Los ojos de Charm alumbraron con entusiasmo, contemplando el trozo de lámina del que próximamente obtendría su sable. Acrimono suspiró, comprendiendo que no podría cambiar la opinión de la joven Capitana.

    —No puedo esperar… —Suspiró, ensimismada en el resplandor del candor metálico. Se despidió torvamente y abandonó el gremio, internándose en las calles. Saltó por entre las fuentes de la fachada de las Sirenas de Azufre, un gremio de magas dedicadas a cazar criaturas volcánicas. Escaló los tejados residenciales de Villas de Balapena para acortar camino, y esquivó a los mercaderes cruzando transversalmente el atiborrado mercadillo de Jalapeño. Por fin llegó hasta la plaza central. Wounded Charm divisó uno de los locales de la plaza, situado en el corredor de occidente, y se dirigió hacia él. «Herreros de Indalo» rezaba un modesto letrero de madera, de una fachada sencilla, bruñida en pino. Gladio no podrá creerme cuando le entregue esto, pensó emocionada, abrazándose a la pieza con entusiasmo. Podrá forjar el mejor sable, uno capaz de cortar cualquier superficie.

    El afán le evitó ver el camino. Chocó de frente contra una mujer. Una sensación anormal se posó sobre ella. Todo se oscureció repentinamente. Se sintió mareada, con la impresión de que un vórtice la absorbía. Abrió los ojos. Puerto Líbella estaba en llamas. Todos gritaban. Las columnas de nubes se desperdigaban, haciéndose añicos mientras se venían abajo, anulando el encantamiento arquitectónico que las mantenía fijas. Sombras endebles volaban a su alrededor. Los edificios se venían abajo. Una figura se acercaba por uno de los callejones de la plaza, era una mujer de cabello escarlata con una abominable silueta envuelta por la oscuridad, perseguida por un cúmulo de flamas negras. Llevaba una Katana guardada en un estuche al costado: cuando la levantó, cortando el aire, percibió como un millar de lamentos brotaban desde el suelo, a su alrededor. Cerró los ojos. Los abrió de nuevo. Vio dos alas abiertas frente a ella que irradiaban calor. Se sintió protegida, era una sensación acogedora. Cerró los ojos. ¿Qué está pasando? Al abrirlos otra vez vio Puerto Líbella desde las alturas: toda la isla se quebraba y caía en pedazos al vacío.

    La ilusión se rompió. Cayó al suelo empedrado de la plaza. Todo había durado apenas un segundo. Temblaba frenéticamente. La mujer la observaba con los ojos desorbitados. Llevaba el rostro cubierto por un velo violeta, dejando al descubierto tan solo una mirada cansada. Charm recorrió la plaza velozmente con su mirada. Puerto Líbella estaba intacto, ¿qué había sido eso que experimentó? Viró de vuelta, pero la enigmática mujer ya no estaba ahí. La buscó entre la multitud, pero la espesa muchedumbre caminaba en todas las direcciones, mudando de personas en cada segundo. Se levantó, recobrando la respiración. Contempló la normalidad inmutable de la plaza. Todo estaba en orden.

    Como pudo caminó hasta la herrería, confundida. Se sentía desorientada, y miraba a su alrededor sin creer lo que segundos atrás había ocurrido. ¿Fue un sueño acaso? Atravesó la puerta haciendo sonar la campanilla de la entrada que avisaba a los tenderos de la llegada de nuevos clientes.

    —¡Ahoy, Capitana! —vitorearon los fundidores y clientes que se encontraban en la parte delantera del local. Charm levantó su mano con un gesto modesto y sonrió mientras le preguntaban por la placa que llevaba entre brazos. Sin entrar en detalle se internó en la profundidad de la tienda con la confianza que miles de horas jugando entre el calor abundante de los hornillos le habían conferido. Aerial Luck y Herreros de Indalo eran sus lugares favoritos en todo Puerto Líbella; a los que podía llamar hogar.

    Charm entró en la recamara principal de la herrería, sintiéndose consternada aún por la enigmática visión que había experimentado. Pensó que podía tratarse del cansancio, la caza había sido extenuante. Corrió la cortina que separaba el gabinete central y entonces le vio: un hombre alto, de basto cabello negro y barba profusa, espalda ancha y brazos contorneados, trabajaba con un delantal rojo sobre una pieza ardiente de metal. El herrero alzó su mazo burlando el peso de la herramienta y golpeó hábilmente ambas partes del cobre irrigado por las llamas. La pieza se iluminó por completo y usó sus manos desnudas para darle forma a una lanza ocre que despertó la curiosidad de la joven pirata. Notando su presencia, el hombre giró su rostro hasta divisarla con el rabillo del ojo, sonriendo con picardía.

    —La mismísima Wounded Charm —El herrero dobló su cuerpo por completo, retirándose el delantal en tanto se aproximaba a ella—. No eran solo rumores los que llegaron hasta mi tienda esta tarde —Simulando a un ávido espectador el hombre comenzó a dar vueltas por cada uno de sus flancos mientras se mofaba—. ¡Capitana! ¡Por las estrellas, Capitana! ¡Heroína de Gémini! ¡Capitana, Capitana, un disparo suyo en el pecho me haría feliz, Capitana!

    Charm lanzó un decidido puñetazo contra el rostro del herrero. El hombre respondió con impecables reflejos atajando con su antebrazo. Ambos sonrieron con complicidad. Charm saltó tomando impulso, esgrimiendo una patada de un barrido horizontal. El hombre arqueó su cuerpo hacia atrás esquivando nuevamente la ofensiva. Puso sus manos contra el suelo y con ellas se catapultó hacia adelante. La Capitana utilizó la escama como escudo contra el golpe. El hombre exhibió una amplia sonrisa; entusiasmado giró en el aire para caer sobre sus pies.

    Rompe moldes —bramó, golpeando el suelo de madera con su martillo. Toda la consistencia de las losas comenzó a vibrar, perdiendo la firmeza, como si se tratara de un suelo de gelatina. Charm se tambaleó mientras el herrero se acercaba sosteniendo el mazo por lo alto, «Explosión contenida», La bucanera tomó su pistola y disparó al suelo frente al hombre. Una luz roja alumbró en el área demarcada por el círculo mágico y estalló cuando el herrero se decidía a pasar por ahí. Él se elevó por lo alto con una mueca de dolor al ver el hueco de madera en el suelo. Ambos se preparaban para atacar de nuevo, hasta que una voz ronca y deforme irrumpió en el escenario con un aplauso que devolvió al suelo su consistencia y apagó las llamas de la explosión desatada por Wounded Charm.

    —Pero ¡¿qué está pasando aquí?! —Se trataba de un anciano diminuto que los observaba enfurecido, con gestos de reprimenda. Era Orquine Copernicus, el viejo administrador de la herrería—. El regreso de Charm no es motivo para que destruyan la tienda. Me hago viejo y me canso ya de repetirlo. ¡Limpien este desorden!

    Ambos rieron mientras el hombre se retiraba. El joven herrero golpeó el suelo de madera quebrantado y las tablas alumbraron de la misma forma que el metal lo había hecho un momento atrás. Con sus manos tomó los trozos sueltos y volvió a darse forma al piso, que ya no mostraba huecos.

    —Nada mal para un herrero, ¿no crees? —indicó el hombre, llevándose el martillo al hombro.

    —¡¿Qué puedo decir?! —comentó Charm alzándose en hombros—. Serías un gran pirata, ya lo he dicho. A mi tripulación no le vendría mal un lustrador de pisos. El Fortuna necesita algunos arreglos y un poco de cariño —rio antes de lanzarse a sus brazos con profundo cariño. El hombre se sonrojó, devolviéndole el abrazo cándidamente mientras recostaba su cabeza contra la suya.

    Gladio Copernicus había hecho su nombre fraguando los artefactos de mejor calibre para toda serie de piratas en Puerto Líbella. Su magia era el Arte de la Reconstrucción: al golpear con su martillo podía manipular cualquier material, cambiar la forma, la textura e incluso las características de la materia prima para crear una herramienta. El poder de Gladio como mago también era notorio en combate, pero había decidido dedicarse a la herrería. Desde niño había fraguado los utensilios de batalla de Wounded Charm. Eran amigos de infancia. Así como Orquine –el abuelo de Gladio– fraguó el armamento completo de la madre de Charm, por lo cual le consideraba parte de su familia.

    —Llegué a preocuparme por ti en algún momento —confesó Gladio, retirando gentilmente a Charm de su abrazo. La Capitana lo miró ofuscada.

    —¿Preocupado? No hay motivo, ninguna misión me ha costado.

    —No es eso… La Alianza atacó de nuevo —El rostro de Charm se ensombreció, escondiendo todo asomo de enojo—. Según me contó una cliente, hace un par de días atacaron un corregimiento de cristaleros de la nación de Sagitario. Buscan algo desesperadamente, van tres ataques en menos de un mes. Son implacables. Esta vez no dejaron nada a su paso —Gladio se retiró hasta un gabinete y buscó con los dedos entre varias carpetas, sacando una fotografía que le acercó a la pirata. Charm se llevó las manos al rostro, estupefacta. Elevó la mirada a Gladio, atónita.

    —¿Qué mago es capaz de hacer algo así?

    La fotografía era una toma aérea y enseñaba el territorio de lo que alguna vez fue una aldea de Sagitario. El recuadro era la escena de un terreno consumido. Ni siquiera quedaba rastro de los escombros de lo que fueron las viviendas del pueblo.

    Tres años atrás la nación de Cáncer rompió el orden mundial, el 25 de junio del 527. En una sorpresiva Alianza con la casa del príncipe, Tauro, y la nación del maestro en combate, Escorpio, atacaron el reino regente: el territorio de Leo. Celethial Arcubens, reina de Cáncer, la temida Emperatriz del hielo, declaró su ofensiva alzándose con el inmenso poder mágico de su ejército. Pese a toda la confianza puesta en la casa del León poco fue lo que el Régimen del Sol pudo hacer para contener la fuerza implacable de la nueva Alianza. Cásilon Raugave –el rey de Leo– cayó. Y su territorio fue devorado por las fauces oscuras de la reina de la Cáncer: ningún ciudadano quedó en pie y la marca de Leo pasó a ser historia. Todo el Régimen del Sol que protegía a las casas del zodiaco se apagó, dejando una guerra en donde nadie era capaz de hacerle frente a la tiranía de Cáncer. Ninguno se explica el alcance ni la capacidad de su poder. Varios magos de distintas regiones se levantaron en contra del Certamen Lunar, el denominado Imperio forjado por Cáncer tras la caída de Leo, pero fueron aplastados sin dificultad. El poder de tres de las casas estelares superiores es difícil de contrarrestar y al paso de cada día se hacía incontenible.

    Nadie conocía su verdadero motivo; tras la desaparición de Leo los ataques no cesaron. A diario Cáncer colonizaba más territorios aledaños, esclavizando ciudadanos de Acuario y Capricornio, reforzando el sistema de castas que los oprimía como inferiores. Libra había sido una de sus víctimas más hostiles y la única nación en alzarse en su contra: sin poderlo explicar, un día desaparecieron todos sus habitantes, tres años atrás, dejando la soledad del basto desierto del territorio, pese a no haber registrado signos de batalla en la nación. Las regiones de la Alianza no podían ser visitadas con libertad. Ni siquiera para los habitantes de Virgo y Gémini, las casas nobiliarias restantes. Gémini adoptó el asunto con diplomacia y se mantuvo al margen del conflicto, criticada por los demás territorios. Era una de las pocas casas, junto con Virgo, que podía equiparar su poder al de la reina. Pero había fijado su postura de los últimos tres años en la neutralidad, ignorando las injusticias de Zodiacci.

    Las imágenes de Puerto Líbella en llamas, que había experimentado tras el encuentro con la misteriosa mujer en la plaza, cruzaron su mente. ¿Podía ser acaso? Sintió miedo. Pero no, no… Gémini es un territorio libre, que jamás ha interferido en contra de Cáncer, pensó. Sin embargo, una molesta sensación de preocupación se mantuvo bullente, oprimiéndole el pecho.

    —Por favor ten cuidado. Sé que no te gusta escucharlo, pero no te confíes en tus próximas incursiones, Charm. No puedes caer en manos de la Alianza, no distinguen entre los ciudadanos de Zodiacci y aplican la severidad del régimen sobre cualquiera —Los ojos de Gladio la observaban con la vulnerabilidad que exigían sus palabras. Una tierna mirada condescendiente que expresaba su verdadera mortificación.

    —He traído esto —La Capitana se abrió paso por el taller, evitando los ojos suaves del herrero. Gladio pasó saliva mientras recuperaba su rígido semblante, dejando escapar un suspiro imperceptible antes de seguir a la mujer—. Podrás crear el mejor sable con este material. Puedo sentir la vida que recorre la solidez en el metal.

    Gladio tomó la escama de dragón y la observó con detalle, colocándose un monóculo que le permitía examinar el pormenor del elemento.

    —Tiene una consistencia impecable. Pese a los cortes que hicieron para retirar este trozo, las partículas se mantienen compactas en toda la estructura —comentó Gladio fascinado, mientras pasaba los dedos por la superficie analizando su textura—. Tardaré algo de tiempo. —indicó, al retirarse el monóculo—. Antes de construir, deseo analizarlo bien. Necesitamos fortalecer tu equipo ahora que has decidido mantener tus armas en la serie de dragón. Antes de que lo olvide… —Gladio se acercó a su gabinete y sacó un pequeño frasco de cristal que contenía en su interior una refulgente llama perenne. El fuego brindaba un poderoso resplandor a través del recipiente que lo contenía y era capaz de trascender la limitante barrera de cristal para contagiar de calor a quienes lo rodeaban—. Insisto en que deberías llevarlo contigo.

    Wounded Charm negó con la cabeza.

    —Ya te lo he dicho, Gladio. Eres herrero, hallarás mejor uso que yo al inagotable aliento de fuego de un dragón Arcano. Yo ya he conseguido lo que quería del regalo de mi madre —Charm palmeó la funda de su pistola, la imbatible Codicia—. No necesito más.

    Gladio agachó la cabeza tras la mención de la madre de Charm. La Capitana observó su reacción con impaciencia; despreciaba todos los gestos de lástima con que contestaban a la mención de ella. Altagracia Linborealis era una leyenda de Puerto Líbella. Algunos aseguraban que fue la encargada de darle al puerto la fama prominente de Piratas del Cielo que ostentaba, por su osada capacidad de surcar los aires sin temor, enfrentado con elegante gracia las misiones de más alto rango y peligro, en las que era capaz de domar dragones sin dificultad. Su magia era superior, sin duda: la Profecía de las Estrellas. Altagracia era capaz de utilizar la energía de los astros para crear infinitud de encantamientos. Dedicó años a la creación de hechizos utilizando los giros celestes y perfeccionó así su poder, protegida perpetuamente por las constelaciones. El mundo la recordaba como la cartógrafa del cielo de mayor prestigio de su época en todo Zodiacci, parte de su tiempo libre se lo entregaba a las nubes, entendiendo el trazo que dejaban las órbitas planetarias. Ella decía, y lo mencionaba siempre a oídos de su hija, que todo baile en los cielos llevaba el secreto de un destino: «No hay cometa en una constelación que no decida moverse o brillar, si no es acaso por obra del sino de su suerte».

    Habían pasado cinco años desde su desaparición. Altagracia había zarpado en solitario a una misión sin entregar coordenadas o detalles: solía internarse en el cielo viajando sin tripulación. Pero su viaje se prolongó más de lo esperado, y tres meses más tarde el gremio comenzó a preocuparse al no dar con señas de su paradero. Una mañana su barco, el portentoso Fortuna, encalló en el puerto. El bucanero que dio aviso aseguró que ningún marino lo estaba tripulando al arribar, y que desde las alturas pudo comprobar que nadie maniobraba las velas o el timón en su curso: el Fortuna, sin su madre, había vuelto a casa. ¿Dónde estaba? Wounded Charm inspeccionó cada madero al interior del barco buscándola. No había rasguño, no había una sola marca de combate que indicara una herida. No había cartas de despedida ni tampoco explicaciones. No había mapas, ni bien rastros para su búsqueda. ¿Dónde estaba? Sin dar indicios, su madre había desaparecido.

    Centenares de escuadras la buscaron por todo el continente. Nadie en todo Zodiacci pudo dar con su paradero. Fue entonces cuando Charm se enlistó en el gremio, fortaleciendo sus habilidades a diario para encontrar a su madre. Perfeccionó su temida magia que había hecho nombre por sí misma: el Canto de las Balas. Equipada con su pistola, la Capitana era capaz de invocar y controlar cualquier artillería: no había explosión capaz de resistirse al encantamiento de sus palabras. De tal forma, tenía la destreza de guiar toda la pólvora a merced de sus órdenes. Cuando se hizo lo bastante fuerte consolidó Fortune Chaser para completar sus misiones con mayor facilidad. Desde la primera vez que sostuvo en sus manos el timón del barco de su madre viajó por el reino pidiendo pistas que le permitieran encontrar su paradero, pero el paso de Altagracia Linborealis por el mundo

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