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Soñadora de mundos: La reina y la puerta de hierro
Soñadora de mundos: La reina y la puerta de hierro
Soñadora de mundos: La reina y la puerta de hierro
Libro electrónico224 páginas3 horas

Soñadora de mundos: La reina y la puerta de hierro

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Información de este libro electrónico

Hay dos cosas que Angela siempre ha tenido claras: La primera, que es la última Soñadora, la única con la habilidad de abrir puertas a todos los mundos en el Universo; la segunda, que ella es propiedad de un señor demoníaco y solo puede usar su don cuándo y para lo que él quiera. Sin embargo, cuando su dueño le ordena integrarse a la vida cotidiana
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 abr 2021
ISBN9789585162273
Soñadora de mundos: La reina y la puerta de hierro
Autor

M. P. Toro

Nació en Bogotá, Colombia. Estudió Gobierno y Relaciones Internacionales en la Universidad Externado de Colombia y, posteriormente, se especializó en Gerencia Financiera en la Pontificia Universidad Javeriana. Desde muy temprana edad, manifestó interés en la literatura y la escritura. Empezó a escribir a los once años y, desde entonces, ha escrito un total de once novelas. En el 2012, con veintitrés años, publicó su primer libro titulado «Taeb y los Siete Reinos» con la casa editorial Intermedio, al que le siguieron «Taeb y el heredero» y «Mi hermano y su guitarra». En el 2021 publica con Calixta Editores «Soñadora de mundos: La reina y la puerta de hierro» una bilogía de fantasía que dará mucho de qué hablar.

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    Soñadora de mundos - M. P. Toro

    historia.

    PREFACIO

    No somos ni ángeles ni demonios. No creamos y no destruimos. No protegemos. Esas son tareas que las historias de miles de pueblos nos han asignado en un pobre intento de entender lo que somos; porque es difícil entender que un ser con nuestro poder esté destinado a ser un simple espectador, un viajero sin rumbo que solo sigue los sueños que se agolpan en su cabeza. Nosotros no intervenimos, solo observamos y recogemos los sucesos. En nuestras mentes se encuentra la historia de los mil mundos que existen, desde su creación y, en algunos casos, hasta su muerte. Dentro de nosotros, y solo dentro de nosotros, se encuentran las llaves que permiten abrir las puertas de entrada a todos los mundos.

    Antes éramos muchos, tantos como los mundos e incluso más. Los ángeles y demonios buscaban nuestro favor para que les permitiéramos moverse por el vasto Universo. Porque sin nosotros habrían estado confinados al mundo en que nacieron. Por muchos años fue así. Los creadores llegaron hasta el último rincón del Universo, trayendo consigo la vida. Los destructores los siguieron llevando muerte. Todo gracias a nosotros, que soñamos con miles de mundos y cruzamos miles de puertas. Muchas historias atribuyeron la existencia del equilibrio a nuestra labor, en varios mundos se veneró la existencia de los soñadores como portadores y puentes entre la vida y la muerte. Algunos, incluso, llegaron a creer que nosotros, los viajeros, éramos lo único que mantenía a los mundos con vida. Pero nosotros permanecimos ajenos a ello, no permitimos que los pueblos que conocían de nuestra existencia nos llenaran de honores, tratando de atarnos a su historia y resguardando así su hogar del final. Los soñadores nos limitamos a viajar sin importar lo que nos siguiera en nuestros viajes, nunca perteneciendo a un mundo y perteneciendo a todos a la vez.

    Por miles de años, en miles de mundos, ese fue el orden de las cosas. Luego ella llegó y nos convirtió en sus presas.

    Todo inició como un rumor lejano. Un cuento de terror que se contaba en susurros, hablando de una reina que arrancaba los corazones de los soñadores que se cruzaban en su camino. Se decía que poseía un ejército de monstruos para cazarnos y que ningún lugar era inalcanzable para ella.

    El cuento pronto se volvió nuestra realidad y decidimos llamarlos Gadaí, ladrones con la capacidad de llegar hasta el último rincón del Universo para robar los corazones y llaves de los Soñadores. Nos cazaron, nos asesinaron sin piedad, usaron sus garras para extirpar nuestros corazones y robar nuestras llaves. Nadie pudo hacerle frente a los Gadaí y aquellos que lo intentaron fueron castigados con muerte y destrucción.

    Nos empujaron hasta el borde de la extinción y, ahora, queda menos de un puñado de soñadores en el Universo. Yo soy una de las últimas, tal vez la última, pues ya han pasado varios días sin recibir noticia de los otros. Cargo en mi vientre a otra soñadora como yo, pero no vivirá para ver la luz del día si no logro que alguien me proteja de Ella: su nombre es Marco y en él reposa mi última esperanza. Mi hija pagará un precio alto por su protección, porque una vida al servicio de un demonio no será sencilla. Pero no hay opción, es eso o la muerte de ambas.

    Y si debo elegir entre una o dos muertes, elijo una.

    La mía.

    I

    Angela siempre vivió bajo el ala protectora de Marco, o tal vez sería mejor decir que vivió bajo su control. Usaba sus poderes cuando y para lo que él quisiera. Vivía en el mundo que él eligiera y desempeñaba –dentro del mundo elegido– el papel que él considerara apropiado. Fue así desde que cumplió quince años, cuando Marco decidió que ya tenía edad suficiente para moverse sola en uno y otro mundo sin despertar sospechas. Por seis años, Angela tuvo que acostumbrarse a usar su don solo cuando el demonio lo consideraba apropiado.

    En esta ocasión, el demonio eligió un mundo sin magia, donde los bosques eran cada vez más escasos y en donde la mayor parte de los habitantes parecía feliz de vivir en medio de ciudades grises, respirando aire sucio. Además, estaba la terrible monotonía: dedicaban horas y horas a realizar trabajos mecánicos en cubículos, que variaban de tamaño según la importancia de la tarea. Lo peor no era tener que pasar ocho horas al día, o más, en medio de una oficina, lo peor era el trato que recibía Tasch por parte de los otros humanos.

    Como Tasch no era humano, lo trataban como una bestia sin conciencia o inteligencia. ¡A Tasch! El compañero de su alma que era más sabio que cualquier humano y ellos, convencidos de ser los únicos seres con verdadera inteligencia, lo trataban como a un ser inferior. Y el lobo, que había caminado siempre al lado de Angela, incluso aunque eso significaba caminar bajo la sombra de un demonio, lo soportaba en silencio, limitándose a gruñirles a los humanos que le hablaban como si se tratara de un niño pequeño o que trataban de tocar su pelaje sin permiso.

    De haber podido, Angela habría elegido un mundo muy distinto para vivir.

    Habría escogido uno en donde sus habitantes conocieran la existencia de los soñadores, así habría podido caminar al lado de Tasch, sin que el lobo tuviera que ocultar su verdadera naturaleza.

    No, Angela nunca hubiera escogido un mundo así para vivir. Era un mundo que no tenía nada que ofrecerle, ni siquiera pistas para resolver las incógnitas que habitaron en su cabeza desde que descubrió que era la última soñadora de mundos. No entendía qué había pasado con los otros y tampoco sabía por qué. Solo sabía que habían existido antes, que habían recorrido el Universo, libres y, luego, se habían ido sin dejar nada. No existía de ellos ningún rastro más que los recuerdos dejados atrás en las mentes de algunos pueblos.

    En sus primeros viajes, siempre bajo las órdenes de Marco, Angela nunca descubrió nada, pero aprendió a no preguntarle mayor cosa; era mejor vivir con preguntas que sufrir los castigos del demonio cada vez que se le iba la lengua. Si la decisión fuera suya, viviría en un mundo como el que habitó durante su infancia; de hecho, escogería justo ese: el mundo de los Amu.

    Los Amu no se parecían a los humanos. Para empezar, medían alrededor de dos metros de alto, eran en extremo delgados y tenían los cráneos alargados, de modo que sus cabezas eran ovaladas. Su piel, casi impenetrable, era lisa y su color variaba de café a verde, dependiendo de dónde habitara el dueño: bajo las montañas o sobre las praderas. Eran fuertes, un solo golpe podía destruir todos los huesos de la niña humana que adoraba correr entre ellos, siguiéndolos y participando en sus tareas diarias como si se trataran de las más grandes aventuras. Además, mientras la mayoría de los humanos preferían dormir bajo un techo solido que los protegiera de las inclemencias del clima, los Amu preferían dormir a la intemperie. Si llovía o nevaba, buscaban refugio en los troncos de los árboles o en las cuevas de las montañas. Razón por la cual la casa que Marco construyó en medio de un bosque escandalizó sobremanera a los Amu. La muchacha sonrió cuando recordó la cara de horror y disgusto que ponían sus amigos al llevarla a casa al final del día. Odiaban la forma en la que la estructura dañaba el paisaje y alejaba a los animales de la zona y, sobre todo, lamentaban la pérdida de las flores que fueron aplastadas para apilar ladrillos, y de los árboles talados para abrir espacio.

    Dejaron pasar la ofensa de Marco por dos razones. La primera, no había nada que pudieran hacer para que se fuera. Enfrentarse al demonio para derribar la espantosa estructura solo habría traído dolor y muerte, quien ofendía a un demonio solo podía esperar ser presa de su oscuro poder. Y la segunda, Angela; esa niña humana que llegó con el demonio, pues la sentían como una más de su clan. Los Amu eran conscientes de lo que ella era, por eso la aceptaron como una más. La cuidaban y protegían su mente para que la oscuridad del demonio nunca le robara los sueños. Le enseñaron a ser valiente y a no temerle a lo nuevo. La mente de un soñador siempre debía estar abierta a todo, y los Amu se encargaron de que Angela nunca perdiera la capacidad de soñar.

    La joven suspiró mientras pensaba que, en ese mismo momento del día, sus amigos estarían llegando a su casa para llevarla con ellos. Por un momento, creyó oler la fragancia de las flores y sentir la suave hierba, cediendo bajo el peso de sus pies. El viento que…

    —Deja de soñar o terminaremos en el mundo de los Amu —gruñó Tasch por lo bajo mientras ambos caminaban por una de las calles de concreto de la ciudad que ahora era su hogar; el sueño que había llenado la mente de Angela se esfumó. ¿Cuál era el nombre de la selva de concreto? ¿Chicago? No, a Marco le había disgustado el frío extremo de los inviernos. ¿Valencia? No, demasiado calor para Tasch… —. Bogotá —Volvió a gruñir el lobo y Angela se encogió de hombros. No le interesaba mucho el lugar que Marco había escogido para confinarla.

    Era su primer día de trabajo en uno de los bancos más importantes de la ciudad. Se suponía que estaba terminando su carrera universitaria y que estaba realizando un año de aprendizaje en aquella oficina para cumplir con uno de sus requisitos de grado. Nada ello emocionaba a Angela: caminar media hora soportando el aire contaminado de la ciudad para llegar al edificio, en donde tendría que permanecer cerca de ocho horas, para luego volver a caminar media hora de regreso a su apartamento y llegar cuando el sol ya se había ocultado tras las montañas. La misma rutina durante cinco días consecutivos a cambio de dos de descanso y una paga que sería depositada en una cuenta bancaria al final del mes.

    —¿Por qué me obliga a hacer esto? —se quejó Angela sin bajar la voz para que nadie la escuchara, a lo que Tasch respondió con un gruñido mientras miraba a su alrededor en busca de posibles testigos de las palabras de Angela—. No necesitamos el dinero y hay mejores cosas para hacer en este mundo.

    —Para recordarnos que eres su soñadora —dijo Tasch resignado y acompañó sus palabras con lo que sonó como un suspiro. Angela levantó la vista del pavimento para mirar el parque que estaba frente a su nueva oficina. Era uno de los pocos refugios verdes y con árboles que ofrecía esa ciudad. Se extendía desde una de las calles principales de Bogotá hasta conectarse con las montañas. Lo llamaban el Parque Nacional, y para Angela habría sido más interesante explorarlo que recorrer calles pavimentadas. Con algo de decepción descubrió que estaba a unos veinte pasos de distancia de su nuevo trabajo, lo que quería decir que se acercaba la hora de separarse de Tasch. Quiso detenerse y regresar o tal vez dar una vuelta alrededor de alguna calle para demorar su llegada.

    —No —repuso Tasch cuando sintió las intenciones de la muchacha y ella se encogió de hombros. No podía controlar el curso de sus pensamientos.

    Llegaron al parque y Tasch, después de darle un leve empujón con el hocico, se perdió entre los árboles. Podrían verse una hora al mediodía y luego al final de la jornada. Angela esperó a que el semáforo le diera vía para cruzar y siguió caminando sola hacia el edificio grande y frío.

    El día laboral se fue rápido. Como aún no tenía un usuario para acceder a los servidores del banco, la joven se dedicó a leer normas financieras y manuales que le ayudarían a entender en qué consistía su nuevo trabajo. Ese día, una de sus compañeras cumplía años, y aunque Angela intentó por todos los medios zafarse del compromiso, la insistencia de su jefe y nuevos compañeros de área fue tal que terminó asistiendo a la celebración, lo que significó que no pudo ver a Tasch sino hasta las cinco y media de la tarde, cuando terminó la jornada.

    No hablaron de regreso a casa, Angela aprovechó que había mucha gente caminando a su alrededor y se mantuvo en silencio. En otra situación, la joven le habría contado al lobo todo lo que había hecho mientras estaban separados, pero está vez todo era diferente. Habían pasado más de ocho horas desde que se vieron en la mañana, sin embargo, no tenía nada nuevo que contarle. ¿Qué podía decirle sobre su trabajo? Al lobo no le iba a interesar saber sobre el funcionamiento interno del banco y Angela había dedicado todo el día a aprender sobre eso. Cuando llegaron a su apartamento, la joven se acostó sobre el sofá sin siquiera quitarse los zapatos y cerró los ojos para descansar la vista.

    Había leído todo el día sobre impuestos, tasas y formas de calcular el riesgo de personas y empresas, temas que eran centrales en su nuevo trabajo, pero la realidad era que no sabía nada. No encajaba allá, tendría que renunciar e irse antes de que se dieran cuenta de la farsa que había montado Marco para que ella lograra entrar.

    —No vas a renunciar —dijo una voz masculina muy cerca de ella y la joven se levantó de un salto mientras Tasch gruñía y se acercaba a ella.

    Angela se encontró con la mirada azul de Marco, estaba sentado en la poltrona que completaba el mobiliario de la sala de estar. El nuevo hogar de Angela no era muy amplio, contaba con un espacio compartido para la sala de estar, la cocina y el comedor y una habitación en donde apenas cabía una cama y un escritorio, además de un baño diminuto. Aunque era todo lo opuesto a la mansión con innumerables habitaciones amplias en la que la muchacha había crecido, la soñadora encontraba el espacio acogedor. Tal vez porque no tenía que compartirlo con nadie diferente de Tasch.

    —No pertenezco aquí —se atrevió a decir y el demonio rio por lo bajo. Angela bajó la mirada, incapaz de mantenerla fija en los ojos glaciales del demonio.

    —Eres una soñadora, perteneces a todos los mundos y a ninguno. En tu mente está guardado todo lo que hay por saber, así que no me digas que no perteneces o no puedes —respondió Marco.

    Angela asintió con la cabeza y luego se atrevió a levantar la mirada hacia el demonio, que en ese momento había adoptado la forma de un humano alto y fornido. Aparentaba treinta años, tenía el pelo rubio y corto, que llevaba desordenado, y una barba le rodeaba solo los labios. Vestía jeans, zapatos negros, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negro. Cualquiera que lo viera podría creer que se trataba de un músico de rock, pero Angela sabía que detrás de aquella apariencia despreocupada se ocultaba uno de los demonios más poderosos de todo el Universo.

    —¿A qué viniste? —preguntó ella en un leve intento de alejar de la mente del demonio –y de la suya– el mundo que tanto odiaba y en el que ahora estaba confinada.

    —¿Vengo a visitarte y es así como me recibes? Qué mal te he educado, Angela —respondió Marco con una sonrisa bailándole en la comisura de los labios.

    —Tú nunca vienes sin un motivo. Siempre hay una puerta que necesitas cruzar, una respuesta que solo está en mi mente… Siempre hay algo —Angela hizo énfasis en las últimas tres palabras. Marco suspiró y abandonó su lugar en la poltrona. De inmediato, Angela sintió que algo le oprimía el pecho. Apretó los dientes y se mantuvo de pie junto al sofá del cual acababa de levantarse; sabía que nada complacería más al demonio que verla caer, incapaz de luchar contra su poder.

    —Sé que me conoces bien —repuso él y se encaminó hacia la puerta. La presión en el pecho de Angela se hizo más fuerte, pero ella se las arregló para no moverse y mantenerse con el rostro inexpresivo—. Espero que mañana llegues a tu trabajo a tiempo, sabré si no es así —Y luego abandonó el apartamento.

    En cuanto la presencia del demonio se desvaneció en el aire, la joven cayó de rodillas mientras la presión que había sentido sobre su pecho, haciéndole casi imposible respirar, desaparecía. Tasch se acercó con las orejas aplastadas contra el cráneo. Angela comprendió la frustración del lobo, al ver que, una vez más, había fallado en protegerla del demonio. La soñadora sonrió y con una mano le recorrió el cuello, tratando de hacerle entender que todo estaba bien.

    Era imposible hacerle frente a un demonio, incluso para Tasch, que era un lobo Amu que se convertía a voluntad en una bestia poderosa. Ambos lo sabían, pero él nunca lograba ocultar su frustración. Tasch se enfrentó a muchos monstruos que amenazaron con herir a Angela, y nunca perdió una sola batalla; pero con Marco era diferente… Aún sin enfrentamiento, cualquiera sabía cuál sería el desenlace y, por eso, Marco era la única pesadilla que el lobo nunca había podido ahuyentar.

    —Podemos escapar. Saltar de mundo en mundo para que nunca pueda atraparnos y ser libres —propuso Tasch mientras Angela rodeaba el cuello del animal con sus brazos y enterraba su

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