Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Atados en las Tinieblas
Atados en las Tinieblas
Atados en las Tinieblas
Libro electrónico157 páginas2 horas

Atados en las Tinieblas

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Las mujeres de la familia Aguilar son muy particulares, bondadosas, con almas puras y llenas de luz.

Cualquiera diría que están destinadas a la felicidad, porque aman sin condiciones y de verdad, se lo merecen. El amor apareción en sus vidas, claro, pero en vez de conducirlas al paraíso, fueron sumidas en un infierno terrenal.

No saben qué es lo que ha destrozado sus vidas, pero aún así, dan pelea con los pocos recursos con los que cuentan, sin duda son valientes. Lo que les hace falta, es un conocimiento ancestral, que desconocen y no tienen a nadie que les muestre el camino, al menos de momento.

Será una lucha sin tregua, tanto en el plano material como en el espiritual, una lucha que libramos todos los seres humanos sin darnos cuenta.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 abr 2021
ISBN9781393724018
Atados en las Tinieblas

Relacionado con Atados en las Tinieblas

Libros electrónicos relacionados

Romance contemporáneo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Atados en las Tinieblas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Atados en las Tinieblas - Silvia Turcios

    silvia turcios

    Texto – 2020  silvia turcios

    Todos los derechos reservados

    ÍNDICE

    CAPÍTULO 1

    UNA VIDA NORMAL

    CAPÍTULO 2

    LUIS SALGUERO

    CAPÍTULO 3

    UNA OSCURA SOMBRA

    CAPÍTULO 4

    ¡ME ENFERMA!

    CAPÍTULO 5

    EL LADRÓN

    CAPÍTULO 6

    AMARGOS RECUERDOS

    CAPÍTULO 7

    LAS CARTAS SOBRE LA MESA

    CAPÍTULO 8

    SIEMPRE QUISE SER COMO TU

    CAPÍTULO 9

    JUSTICIA

    CAPÍTULO 10

    A CORAZÓN ABIERTO

    CAPÍTULO 11

    LA VICTORIA DEL AMOR

    EPÍLOGO

    CAPÍTULO 1

    UNA VIDA NORMAL

    San Miguel, 1947

    −Nunca me dijeron que iba a ser monja, no he hecho votos de obediencia ni castidad, no pueden obligarme, ni encerrarme −rezongó Aurelia enojada. Era una chica de dieciocho años, de baja estatura, cabello castaño rizado y grandes ojos color miel coronados por largas, espesas y rizadas pestañas.

    −Estas llevando las cosas al extremo Aurelia, esto no es un convento, ni siquiera vives aquí y llevas una vida normal, la hermandad solo te ofrece enseñanza. Eres especial y por eso debes aprender a defenderte y a ayudar a los demás −aseguró Ángela, de veintidós años, de piel blanca como la leche y cabello negro y lacio, su expresión era serena y dulce.

    −Si le digo esas cosas a Bernardo, pensará que estoy loca, de hecho, a veces yo misma lo pienso, no me siento diferente de nadie, no logro entender sus creencias. Lo intento, pero me parecen fantasías −refutó Aurelia.

    −Octavia te descubrió hace menos de un año, aun no sabes lo suficiente y como no tienes la actitud adecuada, no has entendido nada de lo que se te ha enseñado. Solo estás enfocada en tu noviazgo −reconvino Ángela con suavidad.

    −¿No me digas que tu si crees en esas tonterías? Ahora resulta que somos brujas. Pues, las brujas no existen y si por casualidad llegasen a existir, me niego a ser una de ellas. Quiero ser una persona normal y vivir como una esposa y madre normal y feliz −gruñó Aurelia.

    −Entiendo que tengas tus reversas porque tus padres son muy religiosos y tu sientes que estás traicionando tus creencias, pero Octavia solo te pide que continúes tu educación −explicó Ángela haciendo acopio de paciencia.

    −No, Ángela, no, ya sabes que no soy creyente, ni de la religión de mis padres ni de esta locura. Yo agradezco tu amistad y sobre todo estoy muy agradecida con la señora Octavia, ella ha sido muy buena conmigo, pero no quiero ser una persona anormal −insistió Aurelia.

    −No eres anormal, solo especial, muy especial −se escuchó la voz de Octavia quien en ese momento entraba en la habitación.

    Era una mujer de más de setenta años, con el cabello gris peinado en un moño bajo, sostenido con una peineta, a pesar de su edad caminaba erguida y con movimientos ágiles, se veía la sabiduría en sus ojos, aunque en ese momento se notaba su molestia.

    −Lo siento, no quise decir que... −Aurelia bajó la cabeza avergonzada.

    −¿Qué todos los de la hermandad somos anormales? −preguntó Octavia con ironía −Pues, hasta cierto punto eso es cierto, por eso es necesario el aprendizaje.

    Aurelia negó con la cabeza.

    −Solo te pido un poco más de tiempo, para que estés mejor preparada para tu vida futura, nadie te impedirá casarte y tener familia, pero, así como tú eres especial, podría ser que tu descendencia también lo sea −argumentó Octavia de nuevo.

    −Según lo poco que he aprendido eso sería una posibilidad bastante remota. Así que no quiero ser diferente, solo quiero vivir una vida feliz y en paz −dijo Aurelia.

    −Si en estos meses de enseñanza no has comprendido de qué se trata lo que somos y lo que hacemos, es por demás que insista, harás tu voluntad porque eres terca y estás enamorada, no atenderás razones, lo sé −concluyó Octavia.

    −Lo siento, señora Octavia, yo me he sentido muy bien entre ustedes, pero quiero llevar una vida normal y no quiero que Bernardo piense que estoy loca, no querrá casarse conmigo −murmuró Aurelia.

    −Si te ama de verdad lo hará y te apoyará −apuntó Octavia.

    −No quiero arriesgarme −dijo Aurelia con lágrimas en los ojos.

    −No insistiré más, solo debes saber que en el momento que necesites nuestra ayuda, estaremos para ti, siempre Aurelia, siempre −dijo Octavia.

    La anciana la estrechó entre sus brazos y Aurelia derramó lágrimas sobre su hombro.

    −Sé feliz, hija −dijo Octavia retirándose resignada.

    −Bueno, si Octavia, que es nuestra prima no te detiene, no lo haré yo −dijo Ángela con tristeza −¿Mantendrás el contacto conmigo?

    −¡Claro que sí! Aunque me vaya de la ciudad, seguiremos siendo mejores amigas −dijo Aurelia. Las chicas se fundieron en un fuerte abrazo.

    −Si me necesitas, no importa lo que sea, no dudes en llamarme, Aurelia, siempre estaré pendiente de ti, lo prometo −dijo la chica con una nota de preocupación en la voz.

    −Gracias, Ángela, gracias. Sé que puedo contar contigo sin condiciones, así como tú puedes contar conmigo ¿Vendrás a mi boda?

    −Por supuesto, ya lo dijiste, somos mejores amigas por siempre... Además, soy tu dama de honor...

    Ambas muchachas se echaron a reír y olvidaron las lágrimas de momentos atrás.

    ∞∞∞

    San Salvador,  2018

    −La señora Ángela Sandoval ya ha llegado, licenciada −informó la secretaria a Lidia Aguilar, quien estaba sentada en su despacho, sentada en una butaca frente a un gran escritorio de vidrio ahumado que lucía un orden impecable y denotaba muy buen gusto.

    −¿Tenía cita? −preguntó Lidia, mientras veía la pantalla de su ordenador.

    −Sí licenciada.

    −Hazla pasar, entonces −dijo Lidia, la abogada.

    Lidia era una mujer muy hermosa, a pesar de ser madura. Delgada y fuerte a sus cincuenta y dos años, de mediana estatura, piel clara, brillante cabello castaño con reflejos dorados, lacio y sedoso, que usaba hasta los hombros y se movía con suavidad cuando movía su cabeza. Vestía con sobriedad, pero tenía una elegancia indiscutible que le confería un porte de reina.

    Su rostro era hermoso, y las arrugas aún no habían hecho su aparición, pese a su edad, apenas mostraba algunas líneas de expresión en un cutis aun terso. parecía más bien un ser atemporal. Su expresión era seria, imperturbable, pero serena a pesar de todo.

    −Buenos días −dijo la dama al entrar al despacho. Al ver que era una anciana, Lidia se levantó de inmediato y fue a su encuentro para ofrecerle apoyarse en su brazo.

    Ángela sonrió y apoyó su mano en el brazo que Lidia le ofrecía, a pesar de que no parecía necesitar ayuda, se movía muy bien, caminaba erguida y sus movimientos eran ágiles como si tuviera menos edad, su cabello blanco era brillante y sedoso, estaba cortado a la altura de la barbilla en un estilo muy elegante y sus ojos grises brillaban con inteligencia y sabiduría. Vestía un traje sastre de color claro.

    −¿En qué puedo ayudarla, señora Sandoval? −preguntó Lidia con amabilidad.

    −Eres una abogada muy ocupada, y muy buena por lo que se dice en la ciudad. Pedí cita, para que hicieras espacio de una hora de tu tiempo, estoy dispuesta a pagar tus honorarios. Pero lo que vengo a tratar no es de índole profesional, sino personal −dijo la anciana con voz clara, que no denotaba su edad de pasados noventa años.

    Lidia la miró sorprendida ¿Por qué alguien haría algo así? En fracción de segundos tuvo que admitir, para sí misma, que era una persona muy ocupada y que casi no tenía vida social.

    −De ninguna manera, señora, no cobraré honorarios si no trabajo −dijo Lidia. La anciana rio por lo bajo.

    −Me lo imaginaba, eres como tus padres, honesta hasta el fondo del corazón −dijo Ángela.

    −¿Conoció a mis padres? −preguntó Lidia muy interesada.

    −Sí, los conocí a ambos, pero sobre todo a tu madre, fuimos mejores amigas −respondió la anciana.

    −¿Usted es esa Ángela? −preguntó Lidia sorprendida y con una sonrisa en los labios.

    −No sabía que tu madre te había hablado de mí −apuntó Ángela.

    −Sí, me dijo que era su mejor amiga, y que tenía que aprender mucho de usted, de hecho, me enseñó algunas cosas que aprendió de usted −contó Lidia.

    −¿Qué cosas? −preguntó Ángela.

    −A meditar. Diferentes tipos de meditaciones, algunas para protegerme y otras para permanecer centrada y fuerte, también algunos rituales y oraciones que parecían conjuros. No ahondaba mucho en el por qué, pero insistía en que practicara lo que me enseñaba −recordó Lidia, mientras sus pensamientos volaban al pasado y ella se llenaba de nostalgia.

    −¿Lo pusiste en práctica? −disparó la anciana sin rodeos.

    −Sí, sobre todo en esa fue una época, que fue muy difícil para mí, bueno para toda mi familia −recordó Lidia en voz suave.

    −Lo sé, también lo fue para mi familia. Mi hijo se enfermó de leucemia, tus padres viajaron a San Miguel para ayudarme y...

    −Fue cuando ellos murieron en ese accidente −concluyó Lidia la oración.

    Ángela asintió.

    −Sé lo que tú y tu hermana Claudia estaban pasando en esos tiempos, por eso Aurelia, tu madre se empeñaba en que aprendieras a protegerte −explicó Ángela.

    −Me ayudó mucho en esa época, estaba desolada y me sentía tan sola −explicó Lidia.

    −Ese también fue un tiempo muy duro para mí, mi hijo falleció, también tus padres y varios de mis amigos, me llevó un buen tiempo reponerme ¿Y ahora, lo practicas?

    −Ahora, solo a veces, cuando me siento muy agobiada, me hubiera gustada que mi madre ahondara más en lo que me enseñaba, no solo en que lo practicara. Quiero, decir que me gustaría saber el porqué de esas cosas −anotó Lidia.

    −Para eso he venido, Lidia, para enseñarte lo que tu madre no pudo hacer en su momento, ni yo, porque estaba muy quebrantada. Tu madre te enseñó con prisa solo a protegerte y lo has hecho bien, estás a salvo por el momento −dijo Ángela.

    −¿Por el momento? −preguntó Lidia.

    −Así es, cada pregunta, tendrá su respuesta y aprenderás lo que tu madre no alcanzó a aprender, ella estaba angustiada por protegerte a ti y a Claudia, y sé que lo que más deseas tú es ver a tus hijas felices y prósperas.

    −Es el deseo de toda madre −apuntó Lidia.

    −Lo sé, fue el mío, fue el de tu madre, pero ahora tú debes lograr lo que tu madre y yo no logramos en el pasado, las consecuencias todavía pesan sobre ti y tu familia −dijo con misterio la anciana.

    −¿A qué se refiere? −preguntó Lidia intrigada, el tono de voz y las palabras de la anciana le recordaban la forma en que su madre se expresaba.

    −Tus hijas pueden estar en peligro, de la misma manera que lo estuviste tú y tu hermana hace casi treinta años −afirmó Ángela.

    −¿Por qué? −preguntó Lidia angustiada.

    −Por las mismas causas que entonces −apuntó Ángela.

    −No quiero que ellas tengan que sufrir, si hay manera de evitarlo. Daría lo que fuera porque tengan una vida normal y feliz −puntualizó Lidia.

    −Ahora vivo en San Salvador y mi deseo es enseñarte, si tú deseas aprender −dijo Ángela mirando

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1