El policía
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El policía - José Rodríguez Chaves
El policía
Copyright © 2001, 2022 José Rodríguez Chaves and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728374115
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
UNO
Abrió la puerta de la casa una chica de veintitantos años, alta, esbelta, de ojos negros rasgados de viveza poco común, rostro bello y expresivo y ademanes resueltos. Alejandro se hizo cargo de todo esto de un solo golpe de vista.
–Por favor, ¿Candelaria Barradas?
–Soy yo
Alejandro le mostró la placa diciendo:
–Policía.
–Sí; pase usted, por favor –respondió Candelaria haciéndose a un lado de la puerta para dejarle el paso franco.
Cuando Alejandro hubo entrado, cerró la puerta tras ellos y lo condujo al salón de la casa.
–Siéntese, por favor –le dijo ofreciéndole uno de los sillones del tresillo.
Alejandro tomó asiento. Candelaria lo hizo en el sofá.
–Soy inspector de la Brigada de Investigación Criminal y se me ha encargado la investigación de la muerte de doña Águeda Morales, para lo que necesito hacerle a usted unas preguntas –explicó Alejandro mirando a los ojos a Candelaria, no sin cierto azoramiento interior producto de la impresión que la belleza de la chica le causaba.
–Pobre tía Águeda –suspiró Candelaria.
–En las declaraciones que usted ha realizado hasta el momento usted dijo que no sospechaba que la muerte de su tía pudiera no ser natural.
–Si, así es. Mi tía Águeda se estaba tratando de hipertensión y entonces una muerte repentina era posible.
–Pero realmente no era tía de usted, según consta también en sus declaraciones.
–Cierto, pero es como si lo hubiese sido, es decir, en realidad era para mí más que una tía.
Los ojos de Candelaria se fijaban con su viveza en los de Alejandro y éste experimentaba una sensación honda, indefinible.
–¿Le importaría a usted hablarme sobre su tía? –solicitó de ella, disponiéndose a oírla y al propio tiempo a contemplarla a sus anchas en toda su hermosura y expresividad.
–Sí, desde luego.
Y Candelaria le contó la historia de aquel parentesco inexistente. Águeda Morales había sido amiga de su madre desde la adolescencia. La tía Águeda, como la llamaba siempre Candelaria, había tenido un noviazgo de varios años de duración, pero se llevó un gran desengaño amoroso y prefirió quedarse soltera. Por ello su amistad con la madre de Candelaria no tuvo los altibajos o distanciamientos que imponen a las mujeres casadas los cargos y obligaciones inherentes al matrimonio. La tía Águeda iba constantemente a ver a su amiga cuando ésta volvió de su luna de miel y hacía con ella de confidente y consejera. Y como la recién casada quedó encinta en seguida, como, por otro lado, era lo natural, la tía Águeda le ayudó a sobrellevar su estado dándole compañía, levantándole el ánimo cuando se encontraba decaída, haciendo de cocinera para evitarle a la embarazada bascas o náuseas, y esto lo hacía la tía Águeda doblemente gustosa, pues el arte culinario le encantaba y se le daba muy bien, tanto es así, que el padre en ciernes se aficionó a sus comidas y los días que no cocinaba la tía Águeda le decía a su mujer, entre bromas y veras:
–¿Hoy no tenemos a la cocinera?
–Oye, ¿es que tan mal lo hago yo? –protestaba la esposa, dándose por ofendida.
–No, cariño, qué vas a hacerlo mal –decía el marido dedicándole una carantoña–, lo que pasa es que si cocina Águeda matamos dos pájaros de un tiro, como el otro que dice, o séase, que te alivia a ti de la faena y disfrutamos del punto especial que sabe darles a los platos, es una gracia que tiene, como tú, mi vida, sin guisar mal, ni mucho menos, la tienes para otras cosas, y yo, pues para otras...
El que calla otorga, y la esposa callaba.
El padre de Candelaria era oriundo de Galicia, la madre, de Andalucía, y la tía Águeda era madrileña y el cocido madrileño le salía como para resucitar a un muerto.
Durante todo el embarazo la tía Águeda estuvo solícita a más no poder con su amiga, y cuando ésta dio a luz se desvivió con ella y con la criatura, que fue un niño. Todo le parecía poco comprándole cosas, aunque ya antes de nacer le había comprado el moisés y ropita y para la inminente madre un libro titulado El niño durante su primer año de vida y un prontuario de puericultura. Y quiso ser la madrina del neófito y lo fue, no hubo más remedio, aunque estaba empeñada en serlo una hermana del padre junto con su marido por padrino. Y cómo gozó la tía Águeda el día del bautizo teniendo en brazos a su ahijadito y contemplando su carita de rosa y riendo o celebrando sus mohines y diciéndole piropos y monerías, que el niño celebraba a su vez, soltando carcajaditas entusiastas acompañadas de braceo y perneo, que volvían loca a la madrina. Naturalmente, todo esto no lo sabía Candelaria por sí misma, pues ella todavía no estaba en el mundo, sino de habérselo oído a su madre más de una vez. Posteriormente vino al mundo el otro hermano de Candelaria. Y el tercer vástago del matrimonio fue la deseada niña, a quien en la pila del bautismo le impusieron el nombre de Candelaria, y desde la cuna se la empezó a llamar con el familiar de Candela. Tanto la madre como el padre habían anhelado la llegada de una niña, pero tía Águeda no lo había anhelado menos, de modo que desde el primer momento Candela fue el centro de atención y la preferida de la