Escrito en el viento o el otro don
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Escrito en el viento o el otro don - José Rodríguez Chaves
Escrito en el viento o el otro don
Copyright © 2011, 2022 J. Rodríguez Chaves and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728374160
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Para mi hermano Antonio
In memoriam
ESCRITO EN EL VIENTO O EL OTRO DON
La felicidad es condición a la vez intrínseca
e imposible de la vida terrena: el hombre
necesita ser feliz y no puede serlo.
Julián Marías , Imagen de la vida humana
Nuestra verdadera naturaleza
se encuentra fuera del tiempo.
Marcel Proust , Contra Sainte-Beuve
DESPUÉS
EL REENCUENTRO
Iba , entre los demás coches, en el suyo tras el coche fúnebre, y no acababa de asumir que el cadáver que iba en el féretro era el de su hermano. ¡Había ocurrido todo tan sin haber podido hacerse a la idea! Un tumor cerebral, un intervención a vida o muerte, cuatro días entre la vida y la muerte... Y finalmente, el desenlace...
Qué sentimiento, mezcla de impotencia, de abatimiento, de compasión, de dolor, le había acometido cuando estuvo a verlo en la UVI.
— Me voy, Nacho... —articuló haciendo un gran esfuerzo, pues las palabras le salían con enorme dificultad.
Nacho contuvo a duras penas las lágrimas.
Llevaban el cuerpo de Fidel a darle sepultura en Villamedina porque él había expresado en distintas ocasiones su voluntad de que aguardara el Día del Juicio Final allí en el camposanto de su pueblo.
¡La muerte!
, se iba diciendo Nacho en un determinado momento del trayecto. Y recordó unas palabras del doctor Severo Ochoa dichas en una entrevista: No sabemos lo que es la vida. ¿Lo sabremos jamás?
¿Y sabemos lo que es la muerte, ese fenómeno ordinario, que deja nuestro cuerpo reducido a la dureza y yertor del mármol?
, se dijo, por su parte, Nacho. ¿Y pueden evaporarse con la muerte, como si no hubieran existido
, siguió, la personalidad, la inteligencia, el talento, el genio, la voluntad, el entendimiento, la memoria, elsentimiento del amor, y, en resolución, todo el maravilloso complejo inmaterial que nos constituye en seres hechos a imagen y semejanza de Dios, como se dice en las Escrituras?
... Y tras una breve pausa en su pensamiento, humedecidos los ojos recordó las alentadoras palabras de San Pablo: Muerte, ¿dónde está tu victoria?
, ante la Resurrección de Cristo, y las propias palabras de Cristo: Yo soy la Resurrección y la Vida. Todo el que cree en Mí y escucha mis palabras no morirá para siempre
...
Como estaba previsto, el coche y el cortejo fúnebres llegaron a Villamedina a la una del mediodía.
Nacho hacía años que no había ido por el pueblo, y al volver ahora, y en las circunstancias en que lo hacía, un ímpetu de emociones se le apretó en el pecho.
Recorrieron la calle del Ejido, larga y solitaria, y la del Paseo, cruzaron la plaza, y a seguido entraron en la calle de la Iglesia. Cuando pararon en las inmediaciones de la iglesia, antes de apearse de su coche Nacho vio cómo esperaban en el atrio el sacerdote revestido y el sacristán a su lado, y bastante gente en torno. Sacado el féretro del coche fúnebre, el sacerdote le rezó un responso y a continuación fue llevado, seguido del sacerdote y el sacristán, hasta el crucero al pie del presbiterio. Allí lo pusieron sobre un sencillo túmulo para la misa de corpore insepulto.
Durante la misa, en algún momento Nacho miraba el viejo retablo del altar mayor, tan familiar, en el que habían cambiado tal cual imagen desde cuando él era niño; la imagen de la Purísima, con su larga cabellera negra, de pelo natural, que le caía por la espalda, en su hornacina de la capilla a la derecha del crucero, su capilla; el Cristo atado a la columna, en la hornacina del retablo lateral a la izquierda del crucero, que cuando Nacho era niño se veneraba en la iglesia del conventode las monjas… Y los recuerdos se agolpaban en su mente, conmoviéndolo...
Terminada la misa, los deudos del difunto se colocaron a la derecha del túmulo para recibir el pésame o condolencia de los asistentes, que fueron desfilando ante ellos haciendo una leve inclinación de cabeza, conforme era costumbre en Villamedina. Los que habían tenido o tenían, además del paisanaje, una relación de parentesco, afecto o amistad con algunos de los deudos, se acercaban a ellos para abrazarlos, y así, muchos lo hicieron con Nacho, algunos de ellos amigos de la infancia.
Luego del acto de la condolencia, que en Villamedina era conocido como la cabezada, por la leve inclinación de cabeza, el féretro fue sacado de la iglesia y vuelto a colocar en el coche fúnebre, en el que se lo trasladó al camposanto al paso, a pie, de la comitiva fúnebre, constituida ahora por los vecinos de Villamedina casi en su totalidad. Por el camino fueron hablando con Nacho unos amigos de la infancia, algunos parientes y otros paisanos, algunos de los cuales tuvieron que identificarse, pues no los reconocía debido a su ausencia del pueblo prácticamente ininterrumpida desde que se marchara a los dieciocho años.
Cuando estaban en el cementerio dando sepultura al difunto, Nacho aprovechó para visitar la tumba de sus padres, pues quería volverse a Madrid en cuanto todo hubiera concluido. Preguntó a un amigo hacia dónde caía la tumba. Ya no se acordaba bien. O se encontraba algo aturdido por tanta emoción junta. Y cuando desandaba el trecho,abstraído, le salió al paso una mujer.
— ¡Nacho!...
Aunque estaba un tanto cambiada desde que no la había visto, la reconoció al punto.
— ¡María del Valle! —exclamó a su vez.
Ella le cogió ambas manos, como maquinalmente.
— Cuánto lo siento —murmuró mirándole a los ojos, absorbida en su mirada—. También mi hermana se fue, y en nada de tiempo, no sé si te enteraste.
— Sí, lo supe por mi hermano, precisamente… — repuso Nacho sin poder contener su emoción.
— ¡Nacho, cuántos recuerdos! —dijo María del Valle, y brillaron humedecidos sus ojos, sin haberle soltado las manos a Nacho.
En su rendida mirada, Nacho vio un mar de ternura. Y conmovido en todo su ser, le dijo:
— María del Valle, ahora debo irme en seguida para Madrid. Pero he de volver a verte pronto. Dime tu teléfono.
— Para qué, ya —repuso María del Valle tristemente, teniéndole aún asidas las manos.
— ¿Por qué dices eso?
— Bueno, apúntalo —murmuró María del Valle tras un momento. Y se lo dijo.
— Te llamaré. Nos volveremos a ver muy pronto —dijo Nacho—. Adiós, María del Valle.
— Adiós...
Hasta este momento no le soltó las manos.
Y por un buen espacio, Nacho continuó experimentando la sensación de suavidad y dulzura de las de ella...
Cuando hubo acabado el entierro, Nacho volvió del camposanto a pie, como a la ida, con la comitiva fúnebre.
Sin pérdida de tiempo se despidió de la viuda, de sus sobrinos y de los presentes, y montó en su coche para emprender el regreso a Madrid. Y llevando en el bolsillo el número de teléfono de María del Valle, henchido el pecho de emoción y ternura, le parecía recuperar la dicha perdida...
LA CITA
En unos pocos días, la llamó por teléfono desde Madrid.
— Hola, María del Valle. Soy Nacho.
— Ah, Nacho. Hola...
— María del Valle, ¿puedes ir mañana a Lluna para vernos allí?
— ¿A Lluna, dices?
— Sí. Y dime dónde podemos vernos.
— Pues, así, de pronto, no sé, Nacho...
— Para no tener pérdida, podemos quedar en la Plaza Mayor, ante el edificio de la Casa Consistorial. ¿Te parece?
— Bien, vale, ¿Y a qué hora sería?
— Podemos quedar a la una, y así ya comemos juntos.
— A ver...
— ¿A la una, entonces, María del Valle?
— No, es que estaba pensando...
— Pues dime.
— Bueno, bueno, a la una allí en la Plaza Mayor, ante el edificio de la Casa Consistorial.
Al día siguiente estaban los dos a la una del mediodía, en el lugar de la cita.
Nada más saludarse entraron a tomar un aperitivo en un bar próximo. Y después se metieron a comer en un restaurante que había en la misma plaza.
— Bueno, háblame un poco de tu vida y dime cómo te va, María del Valle —inquirió Nacho con una sonrisa.
— Pues.. bien —respondió ella, según se dejaba ver, con escasa convicción—. Vivo con