Ser temido, ser amado
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Ser temido, ser amado - José Rodríguez Chaves
Ser temido, ser amado
Copyright © 1998, 2022 José Rodríguez Chaves and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728374634
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Toda realidad ignorada reclama su venganza.
José Ortega y Gasset
El amor a los demás, el placer de serles útil o poderles servir, es el principio de toda sociedad.
Franz von Baader
Moneda que está en la mano
tal vez se deba guardar,
la monedita del alma
se pierde si no se da.
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Primero
—¡Los quiero a todos! –rugió Drago. La frase contenía una involuntaria ironía acerba.
Las órdenes de Drago, Jefe Supremo, eran acatadas por todos sin la menor objeción. Ni siquiera el Consejo privado, a la hora de los dictámenes, se permitía rebatir sus puntos de vista. (El Consejo exponía su parecer esmerándose en no afear o desairar lo propuesto por el Jefe Supremo.)
Los hombres envarados frente a Drago permanecieron inmóviles aún. Espadimbatible, que estaba en el centro, preguntó:
—¿Vivos o muertos?
—Por supuesto que vivos preferentemente. Por supuesto que muertos si vivos no. Por supuesto que como sea –contestó Drago con ceño inflexible.
—Vuestra orden será cumplida –respondió Espadimbatible como en un ritual.
Espadimbatible hizo una seña y los demás hombres le siguieron hacia fuera.
Drago los miró ir con feroz complacencia. En tanto se rascó la ceja toscamente y casi en seguida abandonó la estancia.
Segundo
Dolema estaba echada sobre el lecho cubierta con un camisón de gasa blanca que dejaba traslucir sus formas perfectas.
Dolema era una mujer de veintitantos años cuyo rostro estaba fresco como un jazmín abierto en el relente de una noche de junio. Sus ojos rasgados se abrían desmesuradamente como los de un niño asombrado. Dolema tenía unas facciones dulces y un semblante triste. En sus ojos rasgados se leían angustias incógnitas y una tristeza presente.
Dolema se incorporó en el lecho al oír un estrépito de puertas. Se acercaba Drago. El cual no tardó en aparecer. Dolema se cubrió con la ropa en ademán de instinto pudor.
—Dulce mía –dijo Drago–. Mira, Dolema, los he mandado buscar.
La cara de Dolema se puso más triste. Dijo sólo:
—¿Por fin...?
—Sí, dulce mía. Era necesario. Son unos malvados. Han pretendido una asechanza contra mí. Tengo que dar un escarmiento, compréndelo. Si no, ¿quién me puede asegurar que no van a intentar ellos u otros otra rebeldía? Dolema, ¿tú no has oído hablar de Maquiavelo? Maquiavelo escribió: «Es mucho más seguro ser temido que amado». Por supuesto, dulce mía, que no es eso lo que prefiero con respecto a ti –Drago se había puesto a acariciar a Dolema–. No, no con respecto a ti, mi amor. Pero de los demás no puedo pretenderlo. Son malos. Tienen envidia y odio. Quisieran verme derribado como un árbol vencido. Pero no lo conseguirán, por supuesto que no lo conseguirán. Yo te lo juro, Dolema.
Tercero
La comitiva avanza lenta y majestuosa por entre la gente que ovaciona. A ambos lados del recorrido la gente se apiña dando una nota amplia de color y calor. Las manos aplaudientes baten palmas en alto a un ritmo rápido y muchos brazos se alzan agitándose en señal de saludo.
Drago se yergue en su coche enhiesto y rígido, saludando alternativamente a la derecha y a la izquierda con ambos brazos al gentío que lo aclama.
A su lado, a la izquierda, va erguido también Brazodextro, embutido en un rico uniforme militar que le mejora un poco su aspecto de tigre dispuesto a saltar. Brazodextro tiene en el rostro una cicatriz que se lo surca de arriba abajo por la mejilla derecha. Sus ojos arden bajo la luz pujante del día primaveral. Mira y observa a la gente que aclama y en su expresión se deja entrever una marca de satisfacción.
Por su parte, Drago viste uniforme de Jefe Supremo, de autoridad total frente a la que ninguna otra prevalece. El uniforme bordado y galoneado en bocamangas y hombreras lo adornan en el pecho medallas, cruces y condecoraciones que tienen su peso específico, aparte del metafísico o simbólico. En el rostro impertérrito de Drago no se adivina satisfacción ni ningún otro sentimiento. Está muy en su papel de Jefe Supremo inalterable.
A Drago lo escolta una escolta armada de medio centenar de hombres, ataviados con vistosos uniformes y largas capas. Algunos tocan pífanos, cuyos sones taladran el ambiente en calma.
Drago se dirige a una tribuna instalada para presenciar desde ella una gran parada de su ejército conmemorando la efemérides de su asunción del poder.
Con este mismo motivo por la tarde se celebra en la Plaza Porticada y Blasonada de la ciudad, cuya construcción data, al decir de los eruditos, del siglo xiii , una gran fiesta popular bajo la presencia solemne de Drago en su calidad de Jefe Supremo y autoridad total, pero también como primer Munícipe de honor de la ciudad.
A tal fiesta acude una gran parte del pueblo, para el que se celebra, a pesar de que toda esa parte no puede tener cabida en la Plaza Porticada y sus adyacentes. Pero todos procuran un mismo objetivo: participar.
Drago se complace altamente en presidir el festejo popular de sus súbditos y hasta se diría que disfruta junto a su pueblo y que siente la tentación de bajar de su rico sitial, montado sobre un gran tinglado delante del Consejo Local, para tomar parte de un modo directo, físico, pleno, mezclado entre la gente.
Drago es pueblo porque procede del pueblo. Drago siente una veneración secreta e íntima hacia las clases altas, hacia el abolengo de sangre o de rango social, pero al propio tiempo las detesta porque él no procede de estas clases. De esta forma se riñe una enorme batalla de sentimientos en su interior.
Uno de los números o secuencias del festejo corre a cargo de un elenco de danzantes traídos a la ciudad con este fin.
Dice la gente que los componentes del elenco son zíngaros o de origen zíngaro.
Interpretan unas danzas populares exóticas que resultan del agrado de la multitud. Sobre todo gusta una muchacha a quien al final de una de las danzas dejan en solitario sus compañeros y que baila un rito cuya raíz o procedencia seguramente se pierde en los pliegues del tiempo.
La danzarina es esbelta, alta, y se contorsiona en su baile con la flexibilidad y la elegancia de un reptil. El negro pelo al aire, cubriéndole o medio cubriéndole las bellas facciones; los finos brazos moviéndose a ritmo agilísimo, trenzando en el vacío misteriosos garabatos de significado esotérico, pero cautivantes; su cintura de goma obedeciendo a la voluntad como si ésta la moldeara con manos invisibles; las piernas combinando un repertorio de actitudes raudas; los hermosos pies descalzos bordando sobre el entablado una greca mágica, sutil, inverosímil, que sin embargo casi adquiere corporeidad; el rostro encendido, los ojos chispeantes; todo en ella arranca el entusiasmo de la gente, la cual prorrumpe en una salva de aplausos que obligan a la danzarina a una repetición.
Drago ha permanecido fijo, impertérrito, imperturbable todo el rato de la actuación. Al final, viendo a la chica bajarse del tablado, le ha dado con el codo a Brazodextro, que permanece a su lado, y ha dicho simplemente:
—Ordena que se me traiga a esa muchacha.
Brazodextro ha comprendido inmediatamente. Sabe adivinar los pensamientos de su jefe. No en vano lleva veinte años pegado a su persona.
Cuarto
La