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Zylgor 1: Zylgor, #1
Zylgor 1: Zylgor, #1
Zylgor 1: Zylgor, #1
Libro electrónico539 páginas6 horas

Zylgor 1: Zylgor, #1

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Información de este libro electrónico

Cã es un niño huérfano de 15 años cuya vida se pone patas arriba cuando un espíritu de la lluvia lo lleva a través de un portal mágico a un mundo exótico llamado Zylgor. 

Allí se enfrentará a muchas aventuras inusitadas y peligros letales, ya que pronto descubre que tendrá que participar en una jornada arriesgada si quiere volver a su planeta.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 nov 2021
ISBN9781393967392
Zylgor 1: Zylgor, #1

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    Zylgor 1 - Lu Evans

    Lu Evans

    Estados Unidos 2021

    Título original:

    ZYLGOR I

    LA PRINCESA DE LAS AGUAS

    ––––––––

    Derechos reservados en lengua portuguesa, en Brasil, por Lu Evans. Ninguna parte de la obra puede ser reproducida o transmitida por cualquier forma y/o medios cualesquiera (Electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia y grabación) o archivada en cualquier sistema o banco de datos sin el permiso por escrito de la autora.

    ––––––––

    Nombres, personajes e indicios correlatos están protegidos por copyright/EUA

    ––––––––

    Primera publicación en los Estados Unidos

    ––––––––

    Traducción

    Roberta Prado

    ––––––––

    Ilustrador

    Murilo Araújo

    Dedico este libro a mi madre y a mi hija.

    Bosque azul

    El chico se despertó con lentitud. Sentía un hormigueo en su cuerpo, su cabeza le zumbaba y daba vueltas. A medida que sus ojos estrechos y tan oscuros como el ónix parpadeaban, él comenzaba a ver el escenario a su alrededor. Tendido en una hierba suave, miró el lindo cielo de tono azul claro con nubes tan finas y escasas que adoptaban la tonalidad azul propia del cielo iluminado por un sol brillante... de lindo tono azul claro.

    Se sentó rápidamente. Aún sin poder creerlo, constató que más allá del cielo y del sol, todo allí era azul puro: árboles, piedras, suelo, pájaros... Todo completamente azul.

    Se frotó los ojos insistentemente. Pero en nada resultó. Aún veía las cosas completamente azules. Sin embargo, reducir lo que veía a ese único color sería simplificar los infinitos tonos, matices y gradaciones a su alrededor. Índigo, cobalto, celeste, turquesa, lápis-lazúli, marino, zafiro... Un arcoíris de azules.

    Miró sus manos. ¡Uf!, suspiró aliviado. Por un instante imaginó si no estaría teñido de azul como todo a su alrededor. El momento de alivio fue corto, pues el suelo tembló dejándolo en alerta. Cuando el temblor cesó, él se levantó. Estaba un poco aturdido y su frente palpitaba. ¿Tal vez había sufrido un golpe en su cabeza? Eso explicaría su jaqueca, el raro efecto de ver todo en tonos azules, y la confusión mental. ¡Necesito un médico, y rápido!, pensó.

    Sin saber que rumbo seguir, se mantuvo allí parado, mirando de un lado para otro, investigando el bosque azul y repitiéndose a sí mismo: ¡Vaya lío me he metido ahora! ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué hasta aquí?

    Disgustado, pateó una piedra que fue a chocar con unos arbustos que estaban delante. El ruido produjo el revoloteo de pájaros azulados de colas cortas y erizadas. Las aves levantaron el vuelo en grande alboroto, entonando un chirrido agudo y asustado, que se desvaneció en el horizonte entre las tenues nubes.

    El chico dejó escapar otro suspiro, ahora de indecisión. Otra vez, miró a los lados. Tenía que hacer algo. No podía estar en medio de un bosque azul, esperando el día del juicio final.

    Con pasos inseguros y la frente palpitando, empezó a caminar por entre los árboles de troncos finos, corteza lisa y apariencia encerada. Su intención era seguir caminando, no le  importaba para que lado. Con un poco de suerte, encontraría cualquier cosa que le diera una idea de su paradero, una carretera o incluso alguien para pedir información.

    A pesar de su aprensión por la inusual situación, comenzó a distraerse con el extraño y hermoso paisaje. Encontró, por ejemplo, flores que sonaban como campanillas resonando y brillantes insectos con un fuerte zumbido que se agitaban, liberando un dulce aroma en el aire.

    El chico iba concentrado en sus observaciones sobre la naturaleza exótica de aquel sitio cuando, súbitamente, fue invadido por una inquietante sensación de que era observado. Incluso pensó que había oído una rama rompiéndose cerca y luego algunos susurros. Estaba perplejo, su corazón saltando, tratando de localizar quién lo estaba espiando. No vio nada más que los árboles, la hierba, los arbustos y las piedras

    ¿El golpe en su cabeza había sido tan fuerte como para provocarle alucinaciones? Tal idea le dejó más preocupado todavía. En la frente, la parte superior y la parte posterior de la cabeza, no sintió nada que indicara que había sido golpeado. Volvió a caminar. Se sentía un poco cansado y su aliento era entrecortado como si el nivel de oxígeno fuera menor. Tal vez la altitud de esa área estuviera por encima del nivel del mar, pensó.

    Un rato después escuchó un sonido conocido y se encaminó a su dirección. Descubrió una cascada tibia que caía sobre un río de agua tranquila, clara y cristalina. La imagen del agua fluyendo suavemente era tan atractiva que caminó hacia el lecho de arena fina y brillante. Tenía mucha sed. Se arrodilló y se inclinó para beber. Luego se quitó los zapatos, la camiseta y la chaqueta, se quitó también los vaqueros y saltó al agua. Tal vez un buen chapuzón ayudaría a aclarar sus ideas.

    Respiró profundamente cuando subió a la superficie, dio unas brazadas, estiró su cuerpo y flotó durante unos segundos. La suavidad del agua que burbujeaba en su piel repuso sus energías y relajó sus músculos, hasta entonces duros y tensos. Incluso el dolor de cabeza se estaba aliviando.

    El profundo efecto de calma producido por el agua se rompió cuando escuchó un chirrido. Sobreexcitado, abrió los ojos y, mirando la vegetación que bordeaba el río, notó un ligero movimiento. También había un olor algo fuerte a perro sudado. Si antes solamente tenía la impresión de que le estaban espiando, ahora estaba absolutamente seguro. Siempre mirando a los alrededores con mucha atención, el chico nadó lentamente hasta la orilla del río.

    A pesar de lo embarazoso de la situación, su única alternativa era salir del agua desnudo. Con su cara sonrojada por la vergüenza, saltó a la orilla y alcanzó su ropa. Apresurado, trató de vestirse. Con tanta prisa al vestirse, acabó desequilibrándose cuando llegó el momento de atar el cordón del zapato y se cayó sentado. Para empeorar las cosas, escuchó una risa contenida.

    Se levantó de un salto y pasó sus grandes y cuadradas manos por su cabello para quitar el agua que goteaba en sus ojos. Miró a su alrededor, con los ojos apretados e inquietos. Con una voz fuerte y alterada, dijo:

    —Debes estar encontrando todo esto divertido, ¿eh? ¿Por qué no te presentas, quienquiera que seas?

    Se cubrió la boca con las manos en cuanto terminó su discurso. ¿Se estaba volviendo loco o realmente había hablado en un idioma muy diferente al suyo? Aunque no sabía qué idioma era, tenía la noción exacta del significado de las palabras, así como la pronunciación perfecta.

    La situación se volvió aún más loca cuando escuchó una voz ronca en tono medio gracioso y desafinado tarareando en el mismo dialecto extranjero.

    ––––––––

    En el Bosque Sereno la luz apuntó

    No sabes quién va a venir

    Pero eso no importa

    La verdad la luz mostrará

    La verdad la luz mostrará

    Si el valiente guerrero va a llegar

    No habrá nada que temer

    El camino él enseñará

    Y al gran villano va detener

    Y al gran villano va detener

    La esperanza y la fe traen la libertad

    Al valiente que ganar

    Será suya nuestra amistad

    Y más recompensas si merecer

    Y más recompensas si merecer

    Muy confundido, el chico empezó a buscar al cantante detrás de la vegetación.

    Mira que todo es azul

    Alrededor del bosque hay índigo

    Sereno es nuestro hogar

    Pero en el reino que manda es el vil

    Pero en el reino que manda es el vil

    Contra los peligros lucharemos

    Hasta que la libertad conquistemos

    Los que mueren no lo harán por nada.

    Como hermosos rayos de sol andarán sueltos

    Como hermosos rayos de sol andarán sueltos

    —¡Déjate este juego de esconderte! ¡ Déjate de cantar esas adivinanzas inútiles! —gritó el muchacho enfadado, dejando de buscar.

    La música se ha detenido. La voz ahora hablaba muy suave y educadamente:

    —Presta más atención y verás que no me oculto.

    Una cosita

    con ojos de pug

    El chico miraba hacia adelante porque de allí venía la voz. Finalmente, se dio cuenta de los contornos de una pequeña figura rechoncha sentada en la rama más baja de un árbol robusto. El pequeño agitó las piernas en el aire y le hizo señas con la mano al chico. Las cosas empezaban a ser muy confusas porque el pequeño tenía la apariencia más extraña de todas.

    Su piel estaba cubierta de un corto y duro pelaje azul. Era un poco azul descolorido, pero era ciertamente azul. Llevaba una túnica de manga larga. En su gran cabeza redonda había un gorro cónico sin ala; sus orejas eran grandes y abiertas; sus mejillas flácidas; su nariz hinchada como una patata; y sus ojos saltones tenían la misma expresión que un cachorro. ¿Cuál era aquella raza tan graciosa? ¡Pug! En vez de los labios había dos líneas finas y alargadas. En cada pie y mano, cuatro dedos cortos y gruesos. Sin embargo, lo que más impresionó al chico fue la barba del pequeño, que descendía hasta sus rodillas en dos mechones que se balanceaban con cualquier brisa.

    El hombrecito... la cosa... saltó de la rama y, apoyándose en un viejo y gastado bastón de madera, caminó tranquilamente hacia el chico que le miraba con gran curiosidad. Cara a cara con alguien tan extraño que olía como un perro sudoroso, y en una situación tan insólita, el chico, que era muy tímido por naturaleza, permanecía estático.

    Después de unos segundos en silencio mirando al chico, la pequeña criatura emitió su muy peculiar voz ronca.

    —¿Quién eres tú? Nunca te he visto por estas partes o  por aquellas o aquellas otras —preguntó señalando en varias direcciones—. ¡Preséntate!

    Cuando el joven dijo quién era, el pequeño se rascó la nariz.

    —¿Qué raza es esa?

    —No es una raza. Es mi nombre.

    —¿Nombre? ¡Nadie tiene un nombre así! ¡Es ridículo! ¡Muy tonto! —contestó el pequeño con un aire pedante—. Mejor darte otro nombre, más fácil y no tan feo... Ummm... ¡Déjame pensar!... Tal vez... ¡Sí! ¡Tengo un estupendo nombre para ti! ¿Estás listo para escuchar?

    —No puedo esperar —respondió con sarcasmo.

    —¡Cã! —el pequeño anunció.

    El chico sacudió los hombros.

    —No me importa. —Después de un corto silencio reflexionando sobre ese extraño nombre, añadió—: Pensándolo bien, me gusta.

    —Me alegro de que te haya gustado, querido, porque te habría seguido llamando así aunque no te hubiera gustado.

    —Y ya que has cambiado mi estúpido nombre por otro tan... o más... es hora de que yo sepa el tuyo, cosita.

    —¡Cosita! ¿Con quién crees que hablas? —El pequeño agitó sus orejas y contestó un poco orgulloso—: todo el mundo me conoce. Seguro que has oído hablar de mí, ¿eh?

    Cã no dijo nada. Permaneció de pie, con el semblante pensante, pues este era otro rasgo de su personalidad: se tomaba todo muy en serio para su edad.

    El pequeño sacudió sus orejas una vez más. Cuando el silencio se hizo insoportable, el chico buscó alrededor, removiendo su pelo despeinado con impaciencia.

    —Todavía no sé quién o qué eres. De hecho, tampoco sé dónde estoy ni cómo llegué aquí.

    Disgustado, el pequeño cruzó los brazos y pensó por un segundo; en reverencia inclinó su tronco hacia adelante y proclamó:

    —Porque de ahora en adelante, me conocerás. Soy Mu, el sabio.

    ¿Mu!? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿¡ Y además dice que mi nombre es ridículo!?, pensó el chico, sintiendo una gran ansia de reírse, pero no quería parecer irrespetuoso, así que imitó el gesto del bajito.

    —Encantado de conocerte, Mu el sabio. Ahora, si no te importa, ¿puedes decirme dónde estoy?

    Con gran formalidad y cortesía, el pequeño contestó:

    —Estás en el Bosque Sereno, hogar de los gnomos.

    El chico se rascó la frente con impaciencia y se rió.

    —¿Esto es algún tipo de broma?

    —¿Acaso parezco alguien que hace bromas? —respondió, cruzando los brazos.

    —¿Por casualidad te presentas como un gnomo y no quieres que lo encuentre gracioso?

    —Por casualidad me presenté como un gnomo porque eso es lo que soy —respondió con gran orgullo.

    —Por casualidad... —Dejó de hablar y puso los ojos en blanco—: ¿Sabes qué? Dejemos esto a un lado y vayamos al grano... ¿De verdad piensa que me voy a creer esta historia de que eres un gnomo del tipo que aparece en los cuentos de hadas?

    —¿Hadas? Creí que era el primero que conociste aquí. ¿Cuándo las has visto? No tengo ni idea de las historias que ellas cuentan, pero sé que las traviesas son, digamos, juguetonas e incluso les gusta inventar cosas.

    —¿Hadas? ¿Además de gnomos hay hadas por aquí?

    —¡Bah! ¡Estás diciendo estupideces! A fin de cuentas, ¿estabas con ellas o no?

    Cã se confundió aún más. Nada tenía sentido para él.

    —No, por supuesto que no... ¿Sabes qué, Mu? Olvida lo que dije sobre las hadas y adelante, por favor.

    —Si así lo desea... Como decía, estás en el bosque de los gnomos que, si me permites decirlo, es uno de los territorios más bellos de las Tierras Calientes de Zylgor.

    ¿Zylgor? Zylgor!?, repetía el chico en sus pensamientos. El nombre resonó con fuerza en su cabeza. ¡Zylgor!

    Su respiración se volvió irregular cuando los recuerdos de anoche invadieron su memoria. Sintió un hormigueo en las sienes y las comprimió vigorosamente.

    Mu avanzó un paso.

    —¿Qué pasó, joven?

    —¡Me acordé! Me acordé cómo llegué hasta aquí. Toda la historia es... —Se detuvo, tratando de encontrar un adjetivo para describir mejor la situación que había experimentado la noche anterior—. ¡Absurda!

    El gnomo parecía muy interesado. Sus ojos de pug crecieron.

    —Me alegrará oírlo.

    Cã lo miró. Curiosamente, confiaba en ese gnomo. E incluso si no confiará en él, ¿con quién más podría contar? ¿No era Mu el único que conocía en esos bosques azules?

    Mu carraspeó un poco impaciente.

    Cã empezó:

    —Todo esto sucedió anoche... creo... Podría haber sido hace dos noches. No sé... Al menos estoy seguro de que fue una noche lluviosa. Yo estaba en la sala de estudio del orfanato. Había estado leyendo durante muchas horas y acabé dormido allí mismo.  Me desperté en medio de la noche con el estruendo de un trueno. Había tenido un sueño. Un sueño sin imágenes, un sueño diferente a lo que normalmente tenemos. —Se detuvo por un rato, incapaz de encontrar palabras para definir el sueño. Mu se arriesgó a adivinar:

    —Una sensación complicada para explicar con palabras, deduzco.

    A Cã no le gustaba mucho cuando alguien le cortaba el hilo de sus pensamientos. Al menos el bajito parecía interesado en la historia y eso lo motivó a continuar.

    —En realidad, era una voz. Así es. Una delicada y hermosa voz. Incluso despierto, todavía oía la voz dentro de mi cabeza. Traté de entender lo que me decía, pero los truenos interrumpían todo el tiempo y también la luz fuerte de los rayos que iluminaban la habitación. Caminé hacia la ventana de cristal. Aquella tormenta fue la más violenta que he visto nunca. Algo a lo que temer.

    —Incluso puedo imaginar el relámpago queriendo rasgar el cielo de una punta a otra y el ruido de los truenos como los rugidos de los monstruos que se tragan la noche.

    —¿Tú también estabas allí, Mu? —El muchacho, expiró entonces con impaciencia—. En medio de la tormenta, vi...

    —¿Qué, qué?

    —Eso es lo que intento decirte... Vi las gotas de lluvia tomando la forma de una delicada figura femenina. Como si tal visión ya no fuera algo fuera de lo común, ella me saludó. Sacudí la cabeza y cerré los ojos. No funcionó.  Cuando volví a mirar por la ventana, ella seguía en el mismo lugar, esperándome. Traté de convencerme de que era una alucinación. ¿Cómo podría ser real? Y si fuera real, ¿qué sería?

    —Un espíritu de la lluvia, por supuesto —el gnomo se apresuró a responder como si un espíritu de la lluvia fuera algo muy normal.

    Después de pensarlo un poco, Cã llegó a la conclusión de que era una buena manera de definir la aparición. Entonces sacudió la cabeza, resignado a la inusual situación.

    —Sí, por supuesto... ¿Por qué no?

    —¿Y qué pasó después? —Mu preguntó en tono de queja porque el chico había tardado unos segundos en reanudar la narración.

    —Estoy tratando de ordenar mis ideas, pero no lo lograré si no dejas de interrumpirme. —Después de una pausa para asegurarse de que el gnomo estaba tranquilo, continuó—: Por alguna razón que no puedo explicar, agarré una silla y la tiré contra la ventana.  El vidrio se rompió e  hizo un ruido, pero el ruido fue amortiguado por otro trueno... Crucé el jardín tan rápido como pude, subí el muro y salté a la acera... Ella estaba al otro lado de la calle. Seguí acercándome, tratando de verla mejor y cuando pensé que estaba lo suficientemente cerca para verla bien...

    El gnomo se llevó las manos a la boca para amortiguar un bramido de ansiedad. No quería estorbar, pero su gesto hizo que Cã se detuviera. El chico incluso pensó que el bajito estaba a punto de tener un ataque de nervios o algo así. Mu se apresuró a decir que estaba bien y pidió que la narración continuara.

    —La figura se mezcló con el agua y desapareció. Yo estaba angustiado, no lo niego. Busqué por todas partes tratando de encontrar el... como tú mismo dijiste... espíritu de la lluvia. Entonces me di cuenta de que había reaparecido más adelante. Nuevamente fui tras ella. Sí. Ella. Estaba seguro de eso. Era la figura de una chica... Pero cuanto más me acercaba, ella se desvanecía y aparecía en un punto más distante, saludándome para que yo fuera tras ella.

    —¿Y tú fuiste?

    —Sí, por supuesto. Caminé la mayor parte de la noche bajo la fuerte lluvia, viendo caer rayos por todas partes y con el ruido de los truenos dejándome casi sordo. Luego llegué a un sendero que atravesaba el bosque. Era una situación muy aterradora, pero mi curiosidad era mayor que cualquier miedo. Luego continué caminando por el estrecho y oscuro sendero.  Si no fuera por los rayos, ni tan siquiera hubiera podido ver el camino. Con unas pocas horas de caminata, llegué...

    —¿Llegó? ¿Así de simple? —El gnomo se rascó la barbilla—. ¡Pensé que sería más complicado!

    Cã puso su dedo índice delante de su boca.

    —¡Chisss! ¿Sería tan amable de no molestar? —Respiró profundamente—. Llegué a una casa. En realidad, era una mansión antigua, alta y con una torre. Me detuve y me pregunté quién la habría construido en medio del bosque. El sitio parecía abandonado. El arbusto se había apoderado de toda la tierra circundante. La pintura de las paredes estaba vieja y deteriorada; el moho se esparcía por el techo; los cristales de las ventanas estaban casi todos destrozados, y para cerrarlos había tablas clavadas desde el interior... Levanté la mirada y observé la torre. De repente tuve la impresión de que alguna luz en el interior parpadeaba. Una vez más, escuché la voz del espíritu en mi mente. Miré hacia atrás, buscando a mi compañera de viaje, pero ella había desaparecido, lo que me desanimó.

    Mu suspiró, cruzó las manos sobre su pecho y sacudió la cabeza lentamente. A Cã le pareció gracioso que sus palabras afectaran el comportamiento de su oyente.

    —Fui al porche de la mansión. En cuanto llegué, el pomo de la puerta giró y la puerta se abrió lentamente.

    ¡Qué bien! ¡Has venido!

    —Me quedé un poco decepcionado. No era a quien yo buscaba.

    —¿Y tú sabías a quién buscabas?

    —En realidad, no. Aún así, sabía que la persona que estaba delante de mí no era quien yo estaba tratando de encontrar.

    —¿Y quién era ella? —Mu parecía muy ansioso.

    —Una mujer que usaba un largo vestido muy blanco y un chal lanzado sobre sus hombros. Era mayor, con el pelo blanco peinado en un moño alto. Era alta y delgada. Una tez extraña, bastante rosada, y sus ojos también eran rosados, casi rojos, grandes... y me miraban fijamente con una extraña admiración.

    —¡Entonces la has visto? ¡Ohhhhhh!

    La paciencia no era una de las mayores virtudes del chico, y esa conversación ya se estaba alargando. Él resopló.

    —Sí, la vi, quienquiera que fuera... ¿Puedo continuar ahora?

    El gnomo ya estaba abriendo la boca para responder, pero Cã se apresuró a hablar:

    —Me daba vergüenza llegar así en medio de la noche a la casa de otras personas, pero a la mujer no parecía importarle. Al contrario, estaba feliz como si ya supiera de mi visita. Hizo un gesto de invitarme a entrar. Caminé hasta el medio del salón, el agua de lluvia bajando por mi ropa y goteando en la alfombra. Vi muebles viejos hechos de madera pesada y bien pulida. La decoración era de buen gusto. Todo estaba arreglado y limpio. Muy diferente de lo que se veía desde fuera.

    Un ruido en la vegetación interrumpió la narración del chico que miró a su alrededor algo temeroso. Sin embargo, Mu agitó sus manos como para indicarle que no había nada de qué preocuparse.

    —La mujer me sonreía, entonces se me acercó y me pasó la mano por la cara. Mi corazón latió más fuerte y estoy seguro de que mi cara se puso roja.

    No tenemos tiempo para hablar. Debemos darnos prisa.

    —Después de decir eso, me tomó de la mano y me llevó escaleras arriba. Me fui sin protestar ni preguntar nada. Después de caminar toda la noche, no me costaría nada dar unos pasos más. Es más, si tuviera que viajar a otro mundo para obtener las respuestas que quería, seguro que me iría. No habría vuelta atrás en absoluto. La misteriosa voz del sueño, el espíritu de la lluvia, aún resonaba en mi cabeza. Aquello me obligó a seguir adelante.

    —¡Puedo imaginarlo!

    —¿De verdad puedes, Mu? ¿Acaso algún espíritu de la lluvia ha nublado alguna vez tu juicio? ¿Susurrando en tus oídos, poniendo ideas en tu mente, forzándote a hacer cosas?

    El gnomo hizo un movimiento negándolo. Cã pasó la mano por su pelo, se rascó la cabeza y volvió a hablar:

    —Subimos dos pisos y nos detuvimos frente a una puerta pesada. La mujer estaba jadeando por causa del esfuerzo de subir todo aquello. Aún así, seguía sonriendo. Soltó mi mano y sacó una llave pesada de su bolsillo. Me miró a los ojos y dijo:

    No temas nada. Que sepas que fuerzas sobrenaturales que  nunca has imaginado estarán a tu lado. Has sido predestinado para grandes hechos y la historia que vivirás nunca será olvidada.

    —Habiendo dicho esas cosas sin sentido, giró la llave en la cerradura y la puerta se abrió con un chirrido. Al principio no vi nada. La mujer me tocó el hombro, animándome a entrar. ¿Dónde en medio de esa oscuridad? Me pregunté, ya que no tenía el valor de hablar con ella. Fue entonces cuando noté algo que brillaba en el medio del salón.

    —¡Ohhhh! ¡In - creí - ble!

    En ese momento, Cã parecía frustrado.

    —¡Mu! ¿En serio? ¿Sabes cuántas veces me has interrumpido?... Como yo decía, había algo que brillaba. Tal vez eso era incluso lo que vi parpadeando cuando estaba en el jardín. Necesitaba ver aquello de cerca. Así que di algunos pasos adelante. Era una pequeña caja de metal. Había una luz gris que irradiaba desde su interior. Es decir, la cajita estaba cerrada, pero la luz salía de pequeñas grietas dentro de la tapa. Pues bien, la caja de plata estaba justo delante de mí, allí en medio de la torre y, para mi sorpresa, no estaba encima de ninguna mesa sino flotando como si estuviera sostenida por una mano invisible. Me acerqué aún más, sintiendo una gran necesidad de recoger la caja. Me di cuenta de que cuanto más me acercaba, más se encendía la luz. Cuando la toqué, la luz empezó a extenderse por todas partes. Al mismo tiempo, un rayo subió por mi brazo. La descarga fue tan fuerte que sentí que el salón giraba y el suelo se me escapaba de los pies. Luego vino la sensación de caer en un agujero muy profundo. Y mientras caía en el abismo, todavía podía oír a la mujer decir:

    Cuando llegues a Zylgor, no abras la caja bajo ninguna circunstancia. Llévala a la persona adecuada.

    La caja misteriosa

    El joven había terminado la historia y ahora esperaba que Mu dijera algo. El hombrecito caminaba de un lado a otro, en silencio, pensativo, y sacudiendo lentamente sus orejas.

    —¿Por qué el silencio, Mu? ¿Y por qué esa cara?

    —Has dicho que serías capaz de viajar a otro mundo si tuvieras la explicación de tus sueños allí, ¿no es así?

    —Dije solo por decir, por supuesto. No pasaría por mi cabeza que realmente iba a ser transportado a otro mundo. ¿Además, de qué estás hablando? Quieres tomarme por tonto, ¿o qué? Lo digo en serio, Mu! Esta es la Tierra. Tal vez sea algún parque de diversiones y todo alrededor es un escenario. Tal vez estoy participando en algún juego o en un programa de televisión.

    El hombrecito sacudió la cabeza sin entender ni siquiera la mitad de esas cosas.

    —Si no crees que estás en un mundo lejano, entonces contéstame: ¿cómo explicas que hables mi idioma?

    El muchacho sacudió sus hombros.

    —No tengo la menor idea.

    —Pues te explico. Puedes hablar y entender mi idioma porque eres el portador de la caja.

    Esa información dejó a Cã todavía más confundido. Y las sorpresas apenas comenzaban, pues el bajito le dio la espalda al muchacho y preguntó en voz alta:

    —¿Qué te parece, hermano?

    Otro gnomo salió de detrás de una roca. Era un poco más alto y robusto que Mu y parecía más joven. No llevaba gorro, lo que dejaba su vasto, erizado y grueso pelaje a la vista en su cabeza. Al igual que Mu, ese gnomo también era azul, aunque tenía un tono más vibrante. Su barba le llegaba al estómago y estaba atada en una única trenza. Llevaba pantalones anchos con tirantes y una chaqueta corta. Tenía un arco y también una aljaba sujeta al  hombro y llena de flechas.

    —Puede que sea a quien vinimos a buscar, o puede que esté intentando engañarnos —dijo el segundo gnomo con la cara amargada. Acercándose, el gnomo, continuó—: Después de todo lo que hemos pasado y todo lo que estamos a punto de pasar, no me gusta la idea de confiar en un extraño sólo porque puede contar una historieta convincente.

    Cã resopló exasperado sin entender la conversación. Sin embargo, antes de hablar de otra cosa, los dos gnomos se volvieron a un arbusto y dijeron a coro:

    —Y tú, hermanito,¿ qué crees?

    El arbusto de delante se movió y un tercer gnomo apareció, o mejor dicho, un par de ojos saltones salió del arbusto. Cã estaba aún más sorprendido y se preguntaba si estaba rodeado por una tribu de bajitos de barbas largas.

    —¿Por qué tuvieron que revelar que yo estaba aquí? ¿Y si él no es amigable? —respondió desde el arbusto, con la cara hacia afuera—. ¡Déjame en paz, escondido aquí!

    Refunfuñando, el segundo gnomo se metió en el arbusto y sacó un pequeño y rechoncho gnomo de pelo azul oscuro cuya corta barba apenas le llegaba al pecho. Era muy parecido a sus hermanos y, como el segundo, tampoco llevaba gorro. Llevaba pantalones cortos y una camisa suelta. Por la apariencia del pequeño, Cã concluyó que era el más pequeño de los tres. 

    El pequeño gnomo tembló, gruñendo sin parar y tratando de deshacerse del brazo de su hermano que lo llevó casi colgado de las orejas. Y cuando llegó delante de Cã, su pelaje, tan lacio y duro como de los demás, se erizó de tanto miedo.

    — ¡Pue-puede que sea peligroso! —exclamó el pequeño gnomo con su voz ahogada y sus rodillas temblorosas, escondiéndose detrás de su hermano.

    —¡Tontería! Él es demasiado joven para ofrecer peligro. Probablemente no tenga más de quince años —dijo el segundo gnomo, burlándose del chico.

    —¡Ay, ay, ay... no lo subestime!¡Es bastante alto y tiene los hombros anchos! ¡Y qué músculos tan vigorosos! ¿No lo viste nadar?

    Cã bajó la mirada. Estaba totalmente ruborizado. Trató de disfrazar su timidez preguntando:

    —¿No vas a presentar a los otros, Mu?

    Mu se dio golpecitos con la mano en su propia frente.

    —¡Claro! Perdona mi grosería... Este es Vu el guerrero; y el pequeño es Zu el pacífico. Mis hermanos.

    Al final de la corta presentación, Mu arrinconó a sus hermanos y allí comenzaron a debatir. Cã no escuchaba más que chillidos, a veces agudos, a veces roncos.

    Los hombrecitos debatían haciendo muchos gestos y mirando al chico con sus ojos redondos como si lo estuvieran analizando. Después de mucho tiempo de debate, parecía que habían llegado a una conclusión porque Vu se volvió hacia el chico y le dijo en un tono imperativo:

    —Has afirmado que trajiste la caja. ¡Enséñamela!

    Cã se dio cuenta de que hasta ese momento no se había acordado de comprobar si el pequeño encargo todavía seguía con él. ¿Qué pasaría si lo hubiera perdido? Temeroso y ansioso, tocó los bolsillos de su chaqueta y no encontró nada. También buscó en los bolsillos de sus pantalones.

    Los hombrecitos se pusieron de puntillas y no pudieron evitar un murmullo de asombro al ver la cajita de metal que brillaba en la palma de la mano del chico.

    —Por la expresión de vuestras caras, esta caja es realmente valiosa.

    —La caja en sí no es valiosa, pero su contenido sí lo es —Mu respondió.

    La explicación hizo que el chico estuviera aún más curioso. Echó una mirada reflexiva al objeto que sostenía.

    —¿Por cierto, qué tienes aquí?

    Vu, el guerrero, indagó:

    —¿Por casualidad, la señora de la mansión comentó el contenido de la caja contigo?

    Cã meneó la cabeza, negándolo.

    —Entonces no seremos nosotros los que lo revelemos.

    El sabio miró seriamente a sus hermanos y anunció:

    —El joven debe venir con nosotros ahora mismo para entregar la caja a la persona adecuada.

    El chico apretó sus labios. Estaba fastidiado y tenso porque tenía que acompañar a seres extraños a un sitio desconocido para tomar algo que no tenía ni idea de lo que era y dárselo a alguien que no podía imaginar quién era. Después de escuchar esa protesta, el sabio respondió lo siguiente:

    —¡Vaya!¿No fuiste tú quien dijo que la señora de la mansión te pidió llevar este encargo a la persona adecuada?

    —Sí, pero...

    —Lo llevaremos a esa persona y todo se aclarará —insistió Mu.

    El  chico se rascó la cabeza de manera indecisa.

    —No lo sé. ¡Me parece una locura!

    —¡Vamos, vamos! No perdamos el tiempo. Necesitamos que vengas con nosotros. Después de todo, tú tienes la caja.

    —No sea por eso, Mu. Si quieres, te la entrego ahora mismo. —Tendió su mano. Hubo un pequeño temblor de tierra y los gnomos se retiraron con miedo.

    Mu exclamó nervioso:

    —¿Has visto? La tierra tembló cuando has querido deshacerte de la caja. No debes hacerlo. No debes rechazar lo que se puso bajo tu responsabilidad.

    —Lo que hay aquí dentro me meterá en líos, ¿no?

    —No tengo cómo saberlo, pero sí puedo decirte que mucha gente moriría y mataría por lo que hay ahí dentro.

    El chico miraba la cajita con gran curiosidad.

    —¿En serio? ¿Por qué? Pensándolo bien, no contestes. No es asunto mío. Todo lo que quiero es volver al sitio de donde vine.

    Cada segundo los gnomos se impacientaban aún más con la insistente reluctancia del chico. Vu, que se tiraba de la barba atada con una trenza, se quejó:

    —¡Dejémonos de tonterías! Necesitamos llegar a casa antes de que los enemigos nos encuentren. Hemos estado expuestos en el exterior demasiado tiempo.

    Zu miró a su alrededor, frotando sus pequeñas manos peludas una contra la otra y murmurando:

    —Tuvimos mucha suerte de no haber encontrado a los que vigilan durante el día, pero cuando llegue la noche, no necesitaremos suerte, sino un milagro.

    Cã respiró profundamente. Se sentía cansado y su estómago rugía. No tenía idea de donde estaba y las únicas personas que conocía eran los gnomos. Si estaba en peligro, lo mejor era salir de allí.

    Los gnomos ya se alejaban y Cã, sin tener una mejor opción, fue tras ellos, manteniendo la caja misteriosa en su mano.

    Cielo alienígena

    Mu, Vu  y  Zu caminaban rápidamente. Solo Zu, el más pequeño, se arriesgó a mirar hacia atrás para asegurarse de que el chico no hacía ningún movimiento amenazador, pero cuando encontró sus ojos negros y profundos, desistió.

    El sendero en el bosque era algo que encantó al chico. La hierba baja y blanda brillaba con los últimos rayos del sol. Los árboles tenían troncos delgados y rectos y sus copas redondas parecían ramos azules adornados con frutas y flores de suave belleza. Al contrario de estos delicados árboles, él vio, aquí y allá, otros árboles gigantescos en estatura y anchura, con una coloración azul marino y hojas tan oscuras que eran casi negras. Y todos los árboles parecían susurrar con alegría cuando los gnomos pasaban y tocaban sus hojas y troncos, como si estuvieran saludando a sus queridos amigos. Las pequeñas plantas también murmullaban alegremente al toque de los gnomos.

    Pequeños pájaros y aves gordas y zancudas se acercaron a los pequeños como si

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