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La cruel palabra de Dios.
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Libro electrónico141 páginas1 hora

La cruel palabra de Dios.

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Un cura vasco..., una camarera colombiana..., un ex mexicano..., y problemas.
Es una historia en la que predominan la acción, la violencia, el sexo..., creando situaciones en las que el individualismo, la propia identidad, y el amor, parecen ser los elementos estable a seguir como tabla de salvación en un mar de caos y desesperación.
La narración, el tono, rebosan cinismo y un humor que podría llamarse negro.

 

"El amor y la locura son los motores que hacen andar la vida."
"No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir."
― Marguerite Yourcenar.

IdiomaEspañol
EditorialDon Nieve
Fecha de lanzamiento15 dic 2020
ISBN9781393911098
La cruel palabra de Dios.

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    La cruel palabra de Dios. - Don Nieve

    El amor y la locura son los motores que hacen andar la vida.

    No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir

    ― Marguerite Yourcenar.

    1

    —Porque tu creaste el sol y las estrellas... Porque tú creaste la luna... Porque no p... —balbucea Gorka—. ¿Por qué?... ¿Por qué me creaste?...

    Sentado en el banco de un parque, con el mentón clavado en el pecho, los ojos cerrados, y los brazos inertes a ambos lados del cuerpo, Gorka se despierta poco a poco. Va tomando lentamente el control de su realidad... la parte consciente de su ser.

    «Mierda...—piensa—. La madre que me... La he vuelto a liar. Bueno—se recuesta—, no pasa nada, luego tendremos tiempo de analizar qué ha pasado, y qué no ha pasado. Por el momento concéntrate, y coge aliento reservando las fuerzas que tienes para volver a casa.»

    Se pasa el dorso de la mano por la boca, limpiándose las babas, (o los restos resecos de éstas), y abre los ojos del todo, exageradamente, intentando así recuperar la conexión plena de sus sentidos con la vida; intentando así acoplar sus órganos perceptores con la realidad externa...

    En medio del silencio, se escucha piar a los pajaritos mañaneros, el leve ruido de los coches causado por un tráfico poco denso, y el ladrido de algún perro en la distancia... No hace ni frío ni calor. El sol, aunque aún no se ve, ilumina uniformemente la fachada de los edificios; dotándolos de una aureola brillante de luz que parece ser emitida por ellos mismos, al estilo de una bombilla clásica que no está a plena potencia.

    —Supongo que aún estoy borracho.

    Murmulla entre dientes, enarcando las cejas con una media sonrisa. Absorto en esa sensación que difícilmente se puede traducir en idea, observa una pequeña mancha de marrón oscuro casi redonda, de unos 4 cm, en sus pantalones vaqueros azules. Se mira el torso hasta donde le alcanzan los ojos, chequea las manos por ambos lados, se inclina buscando en el banco y el suelo...

    «No es sangre... o al menos, no es mía... 

    Parece potada... ¿Pero qué coño bebí ayer?...», piensa Gorka.

    Una chica de veintitantos años pasa al lado corriendo, dando las espaldas, haciendo ejercicio. Él solo le ve un instante la cara. Un jersey polar rosa apretado, y unas mallas negras sintéticas hasta la pantorrilla, dibujan su figura.

    Las prendas no parecen dejar, de este modo, mucho a la imaginación de Gorka... En el brazo derecho, el ya típico brazalete negro con auriculares para escuchar música... Zapatillas blancas de correr, y calcetines tobilleros igualmente blancos; nuevo el conjunto... Piel dorada, y pelo negro lacio recogido en una coleta que se mueve en forma de péndulo...

    Se escuchan los pasos de la chica, rápidos y rítmicos, mientras corre por el camino de gravilla anaranjada que atraviesa el césped. Este sonido seco es acompañado por su húmeda respiración, entrecortada y jadeante...

    La visión de sus glúteos y senos, cimbreando, acompasada y turgentemente, completan la escena final en la película a cámara lenta que observa Gorka dentro de su mente.

    «¡¡Dios Santo!!... —piensa sarcástico, con regocijo, y una punzada de algo parecido al dolor—. En verdad me digo... que no recordaré su cara... ¡Pero jamás olvidaré ese culo!»

    Con las piernas cruzadas, aún sentado, apoya las manos en el asiento del banco dejando los brazos rectos; soportando estos el peso del tronco. Baja la cabeza y mira abstraído al vacío sentenciando: «¡Qué penica...!»

    Se levanta del banco, lentamente, mientras toma aire profundamente... como si fuese un muñeco hinchable insuflado por una potente bomba de aire... Al ponerse en pie, continúa su gradual y constante movimiento de elevación: levanta la cabeza y mira al cielo con el ceño fruncido. Las piernas separadas a la altura de los hombros, y los brazos ligeramente separados del cuerpo, le confieren gran estabilidad; inamovilidad que le hace confundirse con los elementos fijos, pesados, del paisaje... En lo que parece un movimiento involuntario, los dedos de su mano derecha se crispan y contraen hasta formar un puño...

    —¡Ven aquí ahora mismo Marcos!

    Una madre grita suave a su hijo. Lo hace subiendo la voz medio contenida; en ese tono que resulta del intento de ser apropiado y contundente a la vez. La mujer abre los ojos y señala con el dedo índice al suelo con una mano, en lo que parece ser una pose habitual. Con la otra mano empuja el carrito de un bebé.

    —¡Ya... voyyy...!

    Contesta Marcos mientras va a la carrera, intentando controlar un balón de fútbol en exceso ligero, desgastado y ahuevado.

    El niño de unos diez años de edad, vestido con el típico uniforme azul marino oscuro y blanco de una escuela religiosa, pierde el control de la pelota. Ésta va a parar, solo a metro y medio de distancia, en el lateral del camino, a los pies de un hombre que está de pie en frente de un banco. Marcos sigue a la carrera, con la mirada fija en el balón, y se agacha a recogerlo. Levanta entonces la mirada para ver al hombre; la expresión de lúdica felicidad en la que empezaba a dibujársele una sonrisa se hiela...

    El hombre, quieto, desde arriba, lo está observando con un vacío y determinación infinitos en la mirada, que hacen que Marcos se estremezca. Sin llegar a ser ruda, la mirada glacial de los ojos azules del extraño, hace que el niño se quede instintivamente quieto y embobado. Tras unos instantes, el hombre regala a Marcos una sonrisa de calidez y complicidad, que hacen que éste se la devuelva. El niño se da la vuelta, y corre con la pelota en las manos, al encuentro de su madre. A mitad de camino, el niño se para y gira para ver al hombre. La fuerte sensación de que había algo extraño e inquietante en ese señor provoca esta reacción. 

    El hombre se aleja... No debe medir más de un metro setenta... cerca de la treintena... de cuerpo atlético... pelo castaño... Camina con paso seguro, lento, orgulloso, pesado, firme...

    Se le ve de espaldas: lleva una cazadora de estilo motero marrón muy oscuro, casi negra. En ésta, en color marrón más claro, se pueden apreciar tenuemente la figura de un escorpión y unas letras en la parte superior que rezan: FREE ROAD.

    ¡¡Quetedichoquevengas!!

    Ahora sí, gritando de veras, la madre, con el gesto descompuesto.

    —¡¡Qué ya voy!!

    Replica Marcos, antes de que su madre  acabe la frase, serio y rabioso.

    2

    EN LA PENUMBRA DE una habitación, tumbado en la cama, Gorka se despierta. Le cuesta despegar los parpados, ligeramente hinchados; los ojos le duelen en lo más profundo de sus cuencas; la cabeza está a punto de estallarle, como si le hubiesen golpeado el cerebro con un martillo; el corazón late duro, queriendo salirse del pecho, con profundidad y ritmo rápido; mover las articulaciones, espalda y cuello, le provocan un dolor agudo y chirriante... como si hubiesen permanecido en la misma posición una eternidad...

    Mira el reloj que está encima de la mesita que tiene al lado de la cama: son las diez y media. Han pasado tres horas y media desde que se acostó tras llegar a casa desde el parque. Rueda hasta el borde de la cama y se queda un par de minutos allí, sentado. 

    Finalmente se levanta y camina derecho al cuarto de baño; enciende la luz, ya que no hay ventana en él, y orina...

    «He aquí la meada del dragón...», piensa mientras la oscura, densa, y espumosa orina, va llenando la taza del váter. Después se mira al espejo cuidadosamente, evaluando el impacto de la salida del día anterior... verificando que tiene intactas todas las piezas dentales. Tras el ritual, se ducha.

    Cuando acaba se viste. Hace caso omiso de la ropa del día anterior, que tiene tirada por el suelo, y se pone la ropa que tiene colocada cuidadosamente en una silla: pantalones vaqueros azules, camisa azul claro, cinturón y zapatos negros; remata el conjunto con una chaqueta americana azul oscuro.

    Tras vestirse, en frente del espejo de cuerpo entero insertado en la puerta del armario, reacomoda las mangas de la camisa estirándolas del todo con la punta de los dedos.... Observa su cara en el espejo unos instantes, con una sonrisa torcida y una expresión de resignada tristeza... Deja la habitación. Se le escucha coger las llaves y cerrar la puerta de la casa, despacio. A través de la ventana entreabierta de su habitación se puede observar la calle: estrecha, con gente pasando, en un bonito día de casi primavera. El vecino de enfrente, como todos los días, está sac...

    De pronto, se escucha el tintineo de las llaves al meterse en la cerradura y la puerta abriéndose. Gorka entra en la habitación con prisa y mal humor.

    —Joder que cabecica llevo...

    Dice más en tono de lamento que de cabreo. Se dirige directo a la mesita de al lado de la cama, coge su alzacuellos , lo mete en el bolsillo de su chaqueta, y se marcha.

    3

    ––––––––

    TERESA SE AFANA en poner un café solo mientras mira de reojo a la cafetera, esperando a que acabe de hacerse el siguiente. Hoy es el segundo día que trabaja en esta pequeña cafetería y bar. La mañana es tranquila, con los clientes regulares del domingo.

    «Esto ya está controlado —piensa Teresa—. Para ser mi segundo día ya casi lo he automatizado. O será que ya tengo automatizado el estar en una mierda de trabajo... ¿Dónde quedan los días en Colombia? ¿Dónde la gente... las personas... mi vida...?»

    Se acerca el mediodía y Teresa se encuentra hablando con su compañera detrás de la barra. La puerta del bar se abre y entra Gorka. Va derecho a sentarse en la barra en lo que parece ser su sitio natural. La compañera de Teresa interrumpe la charla con ella, dejándola con la palabra en la boca. Se dirige resuelta y risueña, casi coqueta, a atenderlo.

    Teresa los observa con el ceño fruncido, mientras seca los vasos con

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