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Tiempo De Agonía
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Libro electrónico144 páginas2 horas

Tiempo De Agonía

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Tiempo de Agona, narra los ltimos cinco das de vida de dos jvenes de clases sociales opuestas. Ernesto socialmente se siente muerto al no poder integrarse al crucigrama de la vida que lo rodea. Como chofer de su propio taxi busca encontrar (mirando siempre a travs del espejo retrovisor) en los usuarios que abordan el asiento trasero, algo que le ayude a intentar una nueva forma de ver la vida y adaptarse a ella. Algo que l no est dispuesto a encontrar, por el contrario, slo toma y ve de los usuarios un poco o mucho desprecio. Al sentir que ya no puede estar ms aqu, busca a las tres personas que alguna vez y de alguna manera influenciaron su vida, con el objetivo de despedirse y anunciarles que se marcha lejos en busca de su paraso. David es el joven de clase acomodada y es declarado clnicamente muerto por sus mdicos. Recibe el alta mdica para permitirle se marche a casa a esperar su fin. David se muestra indiferente con su familia al experimentar el enorme miedo a morir, slo busca enclaustrarse en la soledad de su habitacin sintiendo en su corazn un enorme desprecio hacia Dios, al no permitirle vivir la vida que el propio David alguna vez se ideo para l. David empieza a vivir la compasin que su familia le muestra al verlo sufrir por su enfermedad, algo que l no est dispuesto a aceptar y decide marcharse lejos de casa con su agona a los hombros y no arrastrar ms a su familia. Una luz roja de semforo cruza a David con Ernesto. Ambos inician el camino de la bsqueda del paraso y quieren encontrarlo lejos de casa, no saben dnde, por qu y con quin lo encontraran, ellos slo ansan ver el paraso. Un ser Divino le dar la oportunidad a Ernesto de vivir una nueva vida, de vivir la vida que le iba a pertenecer a David, pero Ernesto no la siente suya, la siente vaca, entonces Ernesto estar dispuesto a aceptar esa nueva oportunidad?
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 feb 2014
ISBN9781463377328
Tiempo De Agonía

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    Tiempo De Agonía - Rodolfo Cuéllar Quijano

    Copyright © 2014 por Rodolfo Cuéllar Quijano.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 12/02/2014

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    524400

    ÍNDICE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    EPITAFIO

    CAPÍTULO I

    El aire que entra es suficiente para mover las delgadas cortinas que cubren los enormes ventanales de cristal. El sol ilumina la silueta de Ernesto que de pie sostiene entre sus manos una larga copa vacía. En su joven rostro se dibuja una máscara de felicidad, sus labios sonríen en silencio mientras con la mirada recorre el interior de la enorme suite. Sin prisa coge de la hielera metálica la botella de Champaña, con extremo cuidado llena de burbujeante líquido la copa que sostiene en la mano izquierda. Satisfecho por la porción del líquido vertido en la copa, regresa la botella a la hielera, y antes de probar el líquido huele la espuma. La saborea. Con calma bebe un suave sorbo cómo si besara el fino cristal. Se convierten en pequeños sorbos a la copa para después abandonarla sobre la angosta mesa de madera roja. La tierna sonrisa sigue en los delgados labios de Ernesto, al tiempo que arregla el cuello de la camisa blanca sin corbata, y del fino saco negro se arregla la solapa. Revisa las mancuernillas plateadas con adornos de piedras negras alzando los brazos a la altura de su pecho. Busca verse de reojo en el espejo del vestidor que tiene a un costado, para después ver al frente la luz del sol que entra y mirar como el aire continúa jugando con las delgadas cortinas. Sus brazos rectos caídos a los costados, las manos con los dedos separados tiemblan. Sin dejar la sonrisa, cierra los ojos por unos instantes. Ernesto mantiene la posición rígida cómo intentando despedirse en silencio. Coge la copa ya empañada y bebe el contenido de un prolongado sorbo. Se muestra satisfecho. Baja la copa que lentamente resbala de su mano sin intentar evitarlo, la copa cae al piso. Por fin la sonrisa ha desaparecido, su gesto es serio y unas lágrimas juegan en sus ojos impacientes por rodar abajo. Con movimientos lentos se lleva la mano derecha a la cintura por dentro del saco y extrae un revólver calibre 35. Las lágrimas que habían estado ansiosas por salir ya escurren por sus mejillas. Con lentitud lleva el arma hasta su sien derecha. Su pulso es firme, en consciencia total de valentía. Los ojos de Ernesto se abren en su totalidad para mostrar una mirada llena de pánico, y jala del gatillo.

    Asustado por la pesadilla, Ernesto abre en su totalidad los ojos. En sus oídos aún se escucha el eco de la detonación. Fuera de sí, se incorpora de un gran salto del viejo camastro. En el interior de su hogar solo se escucha su respiración agitada sintiendo que su corazón busca salir de su pecho. De pie sin poder moverse recorre el interior del cuarto que tiene por hogar, mira el viejo ropero descolorido con desvencijadas puertas, más allá una mesa sucia dónde se encuentra un reproductor vertical de discos compactos lleno de polvo, un cono de leche mal abierto, vasos sucios regados en toda la mesa, una pila de discos compactos sin acomodar, un montón de revistas eróticas –algunas resbalaron al piso-, a un costado de la mesa una sucia estufa de cuatro quemadores llena de costras de cochambre en las parrillas, y de una de las paredes mal pintada, un porta trajes blanco con el nombre de una prestigiosa marca de ropa. Ernesto pestañea en repetidas ocasiones con la intención de intentar deshacerse de su mal sueño, después se deja caer sobre el camastro. Su gesto es una enorme máscara de tristeza. Apoya los brazos sobre sus piernas desnudas y deja que sus manos caigan sin control. El joven de 25 años, cabello lacio, bigote mal cortado y escasa barba sin afeitar, no sabe que pensar, se trata de una pesadilla más con la muerte, la tercera en los últimos siete días. Descalzo camina en círculos por el cuarto moviendo los brazos en ir y venir como intentando flotar, para después detenerse frente al viejo ropero de gastado color café, se apoya con las palmas de las manos, deja caer la cabeza y en silencio empieza a llorar, mueve su cabeza renegando de su realidad. El llanto cada vez es más fuerte hasta ser un llanto desgarrador, grandes cantidades de lágrimas escurren por sus mejillas y con fuerza golpea las puertas del ropero como deseando escuchar un perdón de la madera, un perdón que anhela reconforte sus oídos. Con puños cerrados continua golpeando en varias ocasiones, y sigue golpeando hasta darse por vencido. Sin algo de ánimo apoya la cabeza contra la descolorida madera del ropero, derramando demasiadas lágrimas se deja caer al piso para exclamar con gritos de dolor.

    -¿Por qué Dios mío? ¿por qué me haces esto a mi?

    Acostado sobre el cuarteado y frio piso de cemento, Ernesto llora por su desdicha, llora por su soledad, una soledad que lo está llevando al borde de la locura y mientas maldice a Dios, más crece su odio a estar vivo, más anhela que esas pesadillas se hagan realidad para llevarlo muy lejos de casa.

    Ernesto está poco relajado. De sus cabellos escurre agua que trata de reconfortar un poco la angustia que aún recorre su interior. Respira calmado, Ernesto se dispone a salir al trabajo, viste como es su costumbre, con camisa de manga larga a cuadros –sus favoritas, alguna vez soñó que su camisa se convertía en una red que lo atrapaba salvándolo de la muerte-, pantalón de mezclilla y zapatos industriales sin amarrar. Coge las llaves del auto que se encuentran sobre una de las revistas eróticas en la mesa y sale de casa azotando con fuerza la puerta metálica, intentando dejar encerrada su frustración y desdicha en la vida. Afuera el clima de la mañana es agradable, un amarillo brillante inunda el panorama y el enorme cielo azul presagia un día caluroso. Ernesto de pie sobre la banqueta, respira profundo. Antes de subir a su taxi una vez más llena sus pulmones de aire fresco con la intención de relajarse y tranquilizarse un poco, quizá llenar su pecho de paz y armonía, y lo ayude a mirar mejor el mundo fuera de su vida, ya que el mundo no tiene la culpa de su desgracia y debe tomarlo con calma.

    En medio del mar de autos, el taxi -blanco con líneas rojas quemadas a los costados- circula con lentitud. Acelera cuando le es posible hacerlo, frena cuando debe hacerlo. Sin proponérselo el joven Ernesto parece ir aliviándose del traumático sueño que tuvo horas atrás., El conducir en una ciudad de tráfico tan complicado y personas que atraviesan sin precaución entre los autos, lo obliga a olvidarse de todo y concentrarse por completo en su trabajo. Ernesto conduce a baja velocidad. Con insistencia mira el espejo retrovisor para estudiar bien al usuario sentado en el asiento trasero, un joven enfundado en un traje verde obscuro con gesto preocupado, que sólo se limita a mirar el exterior. Ernesto intenta sacar al sujeto del estado de incomprensión que a su juicio su pasajero carga y pregunta por la dirección que anteriormente le fue indicada.

    -¿Me indico la colonia Cañada Sur? –trata de ser amable.

    -Aquí me bajo –ordenó, mientras busca su billetera.

    -¡La colonia Cañada Sur es más adelante! –señala con el brazo.

    -¿Tienes cambio? –autoritario, el usuario de gesto preocupado entrega un billete verde.

    Sin mayor contradicción Ernesto estaciona el auto para que el usuario descienda. Ernesto descubrió a través de su espejo un rostro lleno de problemas, quizá no tan graves a los suyos pero muy sus problemas - pensó. El taxi con baja velocidad se pone en marcha. Circula por las calles del centro de la ciudad. Ernesto mira y estudia por el espejo retrovisor a la madura señora que viaja en el asiento trasero. Una señora con profundas líneas en el rostro, cubiertas con exceso de maquillaje, de vestir elegante y carga en sus piernas a su pequeña mascota, un diminuto perro de color negro. Tratando de ser amable Ernesto sonríe, al tiempo que intenta conversar con la madura señora.

    -¡Sin duda nos espera una tarde de mucho calor! –ve por el espejo.

    La madura mujer ignora el comentario, se limita a mirar al exterior y sólo acaricia el lomo de su perro. Ignorado por la mujer, Ernesto vuelve a la carga.

    -¡Bonita mascota, me imagino que requiere de un extremo cuidado parece objeto de colección!

    La mujer encuentra los ojos de su chofer justo en el espejo retrovisor, y sin mostrar sentimiento alguno tajante ordena.

    -¡Limitase a hacer su trabajo, no quiero escuchar su voz, sus comentarios me tienen sin cuidado así qué maneje y deje de mirarme por su estúpido espejo! –su gesto es desafiante.

    -Sólo trato de ser amable –agregó con voz tímida.

    -Pues olvídese de su gentileza, qué nadie la necesita y punto –sentenció.

    Obligado por la luz roja de un semáforo el auto se detiene. La mirada de Ernesto es vacía, un gesto de frustración empieza apoderarse de él. Pero no importa y lo intenta una vez más. Sólo que ahora la joven de ropas de diseñador que viaja en asiento trasero, es dueña de una mirada llena de arrogancia, cómo sí el mundo girara en torno a ella y fuera lo único importante.

    -¡Demasiado calor! –sonríe.

    -No acostumbro a platicar con extraños –con desconfianza agrega–. Sí quisiera hablar, tomaría mi celular y llamaría a cualquier persona que no sea un desconocido para mi ¿entiendes?

    Ernesto levanta los hombros en señal de derrota y se disculpa.

    -No quise molestarte, discúlpame.

    -¡Pues lo hiciste!, ¿sabes por qué? –se muestra desafiante-… Porque no todos somos amables, algunos preferimos ignorar a las personas que son ajenas a nuestro mundo.

    Molesto por las palabras de la sofisticada joven, Ernesto mira a través del espejo y responde.

    -Entonces su mundo debe ser muy pequeño –encara a la joven por el espejo.

    -¡Sólo mírate, eres un guiñapo!, piensas que mereces respeto cuando la realidad es otra, ese es el problema de gentes cómo tú, piensan que pueden sostener una conversación interesante con cualquier persona que sube a su auto, pero no es así, no hablo con extraños, así que deja de mirarme por el espejo y conduce. Ese es tu mundo.

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