Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Diamante en bruto
Diamante en bruto
Diamante en bruto
Libro electrónico216 páginas3 horas

Diamante en bruto

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Detrás del costumbrismo que refleja Diamante en bruto, la más reciente novela de Alejandra Trigueros, descubrimos un elogio a la vida que no soslaya a la muerte. En los detalles está la profundidad. La ironía se convierte en ternura y emerge la creencia en el espíritu y en la magia.
La muerte del padre, a la enfermedad
IdiomaEspañol
EditorialProceso
Fecha de lanzamiento14 sept 2022
ISBN9786078709083
Diamante en bruto

Relacionado con Diamante en bruto

Libros electrónicos relacionados

Crítica literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Diamante en bruto

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Diamante en bruto - Alejandra Trigueros

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Página Legal

    1

    La Fuerza

    Familia Campos

    Familia Saravia

    Familia Saravia

    La templanza

    El Diablo

    La Luna

    Los enamorados

    La emperatriz

    La justicia

    Sandalias y alpargata

    Familia Campos Sarabia

    Filosofia china

    El loco

    El juicio

    Epílogo

    Esquela

    El mundo XXI

    Portadilladiamante

    Ediciones Proceso. Coordinador: Juan Guillermo López G.

    Edición y corrección: Audrey Omar Rodríguez, Isabel del Valle

    Diseño y formación: Alejandro Valdés Kuri, Fernando Cisneros Larios

    Diamante en bruto

    Primera edición en Ediciones Proceso: Febrero 2020

    D.R. © 2020, Comunicación e Información, S.A. de C.V.

    Fresas 13, colonia Del Valle, delegación Benito Juárez

    C.P. 03100, Ciudad de México

    D.R. © Alejandra Trigueros

    edicionesproceso@proceso.com.mx

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.

    Los editores nos declaramos a disposición de los propietarios de los derechos de autor que se hayan omitido.

    ISBN: 978-607-8709-03-8

    Impreso en México / Printed in Mexico

    1

    El señor Campos se levanta de la silla del comedor impulsado por la risa. Un ji ji jí resuena en su interior y se le ilumina la cara cuando piensa todo lo que desea escribir en ese cuaderno. Va directo al teléfono. No aguanta la emoción. Marca, apenas le contestan y ni siquiera pierde el tiempo en saludar:

    –Te tengo un regalo que, úchale, me lo vas a agradecer toda la vida. No tienes idea, hijita, ¡un diamante en bruto! Sólo hay que pulirlo.

    Celeste continúa en silencio, todavía no sabe ni qué decir ni de qué se trata esta nueva idea de su padre. La sigue desconcertando con su espíritu travieso. Con sus llamadas repentinas. A veces repletas de entusiasmo y otras de nostalgia.

    –Necesito que me ayudes a escribir mi vida. Vas a ver qué cosa más padre, El Quijote se queda corto.

    –Ah, sí, ya me imagino –responde escéptica.

    –Te voy a contar todos mis secretos. La escribes y tú solita te llevas todo el crédito.

    –No quiero saber todos tus secretos.

    –Palabra, no sabes cómo nos vamos a divertir.

    –Escríbela tú.

    –¡Ooo, no seas gacha!, yo no soy escritor. Mejor te la cuento.

    –Aunque sea escribe los temas.

    El señor Campos piensa por un segundo la propuesta de su hija… ¿Los temas?… Ay, estos escritores, cómo les gusta complicarse. Y entonces tiene otra brillante idea que le vuelve a iluminar la cara.

    –Consígueme una grabadora.

    –Estás loco, papi.

    –No tienes ni idea, cualquier escritor estaría encantado; ojalá mi papá me hubiera dejado una herencia así.

    –Es que hablar no sirve. El chiste es que lo escribas para que se te ordene la mente. No es lo mismo hablar que escribir.

    –Por eso. Hablar sí sé, escribir no.

    –A mí también me cuesta mucho trabajo, tampoco es tan fácil.

    –¿Qué más te da, gordita? Hazme ese regalo antes de que me muera. Es la única herencia que te puedo dejar.

    –Empieza tú.

    Tengo un diamante en bruto que es mi vida.

    Qué rápido se pasa la vida...

    A veces.

    Prende un Marlboro light.

    El Gavillero, las convenciones del Orange. La soledad que siento por las noches.

    –Chihuahuas –dice para sí, rascándose la frente con la mano izquierda.

    Mi infancia fue muy feliz. Nos cambiamos mucho de casa. Mi adolescencia

    Los caballos

    Empieza a sentirse inquieto, interrumpe su escrito para hacer otra llamada telefónica:

    –¿Qué pasó, gorda, cómo estás?

    –Rendida. ¿Vienes a la casa?

    –Me encantaría, pero ando ocupadón.

    –Ay, sí, tú, ¿y eso?

    –Estoy escribiendo mis memorias.

    –Uy, qué padre –risa cínica de Eugenia. –¿Qué dices de mí?

    –N’ hombre, todavía no llego. Apenas estoy en mi infancia y poquito de mi adolescencia cuando me encontré con los caballos.

    –¿Entonces, no vienes?

    –Lo veo difícil –dice muy serio, dándose su taco–. Déjame ver cómo se va desenvolviendo la historia y te llamo, ¿sale?

    –Sale. Un beso.

    –Sí, gordita.

    Este es el corrido de Gerardo Campos de Vicente

    Nació el 16 de abril de 1936

    en el Gavillero (lo tacha). En la Ciudad de México (vuelve a tachar)

    En la Hacienda de Santa Rosa, Querétaro.

    Suelta la pluma fuente. Se asoma al amplio ventanal que abarca toda la sala y el comedor con vista al Periférico. Están construyendo un segundo piso, hay máquinas, varillas. Del otro lado del Periférico está Mc Donalds. Se le antoja una hamburguesa, pero no.

    Se pregunta si no será más fácil escribir en la computadora. Con la duda, cajetilla de cigarros y caballito de tequila en mano entra al estudio. Prende la luz con cuidado de no tirar su tequila. Donde más tiempo pasa Gerardo Campos, cuando está en su casa, es precisamente en este cuarto. Su departamento tiene dos habitaciones.

    Enciende la computadora. Es lenta porque es muy vieja, se la heredó su hijo Eduardo. La mesa que funciona de escritorio es de su amigo Toño, se la está guardando. Es antigua, de roble. El sofá imitación cuero, color verde botella, el único de todos los muebles del departamento que él compró, en oferta.

    Cosa más curiosa su clóset con tantos disfraces. De ruso, de motociclista, los trajes de charro. Smokings prestados que nunca devolvió. Cuanto más pasan los años más le gusta disfrazarse y menos vestirse de traje; para vergüenza de sus hijos y fascinación de los amigos. En la Navidad y año nuevo: traje de charro. Para los viajes siempre carga el de ruso que consiste en un gorro de peluche café y unos calzones blancos largos hasta abajito de la rodilla, botines negros y camisa blanca de manga larga. Es lo primero que echa en la maleta cuando se va a ir de vacaciones, aunque sea a la playa, con la intención de sorprender en algún momento de la noche con su atuendo. Las personas lo miran entrar y reaccionan fascinadas. Hay que destacar que el señor Campos suele asistir a fiestas de la alta sociedad. Nadie desentona, visten todos igual, como dictan sus estrictas reglas sociales. Él rompe con su traje, sombrero de charro y su gran sonrisa de júbilo. Su presencia transforma cualquier reunión. Se rompe el hielo. Arranca risotadas, desconcierto y algunas reacciones nerviosas por ahí. Luego improvisa algún discurso. Muy quitado de la pena, aunque no conozca a casi nadie en la fiesta, se sube en la silla y habla con elocuencia y picardía.

    Mi vida ha sido padrísima. Lo más padre del mundo. He sido rico y pobre nunca infeliz. Siempre me la he pasado bien. La vida es para pasársela bien. No es un valle de lágrimas. Yo la veo más como un parque de diversiones.

    Tuve cuatro exitosos hijos con esa gran mujer: Amparo Saravia. Una gran mujer

    lo malo que le dio por el estudio. Yo le agradezco los hijos que me dio.

    Esa gran mujer, de cuyo nombre no quisiera acordarme, es una jija. Cuando terminó su doctorado ni siquiera me puso en los agradecimientos y todavía éramos esposos

    Chihuahuas, ni porque la apoyé... piensa furioso el señor Campos. El enojo le impide continuar escribiendo. Se decide a traer la botella de tequila Hornitos que dejó en la sala. Va a orinar de pasadita, se vuelve a sentar en la silla giratoria y acomoda bien los cojines de la plaza de toros México que le ayudan a estar más cómodo debido al deterioro natural de la silla que le heredó su sobrino Diego.

    Y todavía éramos esposos.

    Le vienen recuerdos de sopetón y eso le impide seguir escribiendo. No son imágenes nítidas lo que le entra en el cerebro, más bien es una sensación en todo el cuerpo que lo saca de concentración, llevándolo a sus más hondas tinieblas. Gerardo se siente perdido en ese lugar. Siente ansiedad y miedo; se esfuma la motivación con el peso de los recuerdos y la culpa. Se da valor con un trago de tequila. Necesita que el dolor se diluya para agarrar el hilo, para no sumirse en la oscuridad.

    Noches de soledad

    Más tequila urgente o se va a perder, y sí está decidido a contar su vida. Su mente empieza a ir tan rápido y desordenada que no puede atrapar un momento, una idea, ni siquiera una palabra. Prende otro cigarro y decide escribir sin leer lo anterior para no confundirse.

    Cuando me muera quiero que me velen con mariachis. En mi casa de Polanco, en la que fui tan feliz. Que toquen El Cantador, Caballo prieto azabache, El Rebelde, El Andariego y El Corrido del Caballo blanco. Bueno y Cucurrucucú.

    Una vez completada la play list de su velorio se siente más tranquilo.

    Guarda el archivo, todo empieza a lucir borroso.

    Vuelve a marcar el teléfono:

    –Gordita, voy para tu casa... ¿Te desperté?

    La Fuerza

    Una revelación flota en el ambiente, estoy segura.

    A Celeste se le hace agua la boca, hasta se frota las manos ante la expectativa de descubrir alguna verdad sacudidora que le dé sentido a su vida, al momento confuso que está viviendo. Que le explique su estado de ánimo, que le hable el oráculo, que le ayude a comunicarse con ella misma.

    Se levanta corriendo del futón, cubierto por una tela con elefantes negros voluminosos. Rojo y espejitos. Se fue Celeste y por un instante cobraron vida. Pisadas fuertes y lentas de los elefantes hindús. Cruza el pasillo, los collares de cuentas rojas transparentes que dividen la sala de su cuarto tintinean.

    Regresa feliz con todos los aditamentos. Prende una vela dorada con devoción. Rocía espray de ángeles para armonizar la energía. Se limpia el aura con las dos manos. De adentro hacia fuera con movimientos amplios. Se sentía cubierta por una capa gris, una sutileza, pero ahora respira mejor, más profundo. El silencio ocupa su cerebro por un minuto, hace tierra. Mira a los elefantes y se sienta de chinito encima de ellos. Con todo cuidado va desenvolviendo las cartas cubiertas por una pashmina roja de seda. Las baraja con las dos manos, metiendo unas al centro, las de hasta arriba para abajo, las de en medio para arriba. Abajo, arriba, en medio, hasta que se parten en dos.

    Destino encantador, ¿qué tienes para mí hoy? Háblame con suavidad, ayúdame a entender tu mensaje con humildad.

    Una copa de agua junto a su cuba, un recipiente con sal.

    Reparto polvos de oro por todo el cuarto.

    No reparte nada. Sólo se pasea gozosa por la sala, dando saltitos y algunos giros. Se vuelve a sentar y ahora cierra los ojos. Saca La Fuerza.

    Ash, ya lo sabía, ¡La Bestia!

    Es la carta número XI, ella la reconoce como La Bestia. Una campesina con capa roja, un gran sombrero en forma de ocho. Vestido azul marino con agujetas al frente. Las mangas verdes son esponjadas, la mujer seria. Sus dos manos abren o juegan con la boca del león. Tranquila, normal, como si fuera un perro. Así es Celeste con la pasión. La vive y la revive. El león ruge y la campesina ni siquiera hace una mueca.

    Ay, no no no...

    Revuelve las cartas, hace sopa.

    Gira, gira, destino, cambia mi suerte y aparta la muerte.

    Sonríe satisfecha. Ordena las cartas, las pone boca abajo sobre la tela roja. Un trago de cuba, fuma de su cigarro electrónico y vuelve el entusiasmo a su cuerpo, a su cara.

    La Bestia, la bestia. Ya lo sabía. Estamos comenzando una nueva etapa. Lo único es que... Ay no, no voy a caer en interpretaciones intelectuales porque entonces soy yo la que habla y no el Tarot. La imagen, sólo la imagen entra en mi interior. No fuerzo respuesta sólo estoy dispuesta.

    2

    El sol invade descaradamente los muebles y los cuadros de la sala comedor; los ronquidos y el sonido de la televisión retumban en el departamento. El sol es tan agresivo por tres razones: no hay cortinas, es el piso número siete y son las dos de la tarde. Es la hora en la que mejor duerme con el sol arrullándolo; la luna le despierta la imaginación. En la noche suele estar intranquilo. Hace llamadas telefónicas. Le surgen cuestionamientos y desde que decidió escribir sus memorias le ilusiona la idea de que ahora sí sus hijos lo van a conocer de a de veras. En el día, el proyecto luce absurdo. Imposible. En la noche se siente con la energía y el optimismo necesarios para tomar la pluma o prender la computadora. Escribe poco pero disfruta mucho, como no lo lee, piensa que va adelantadísimo, que sus palabras están impregnadas de emoción y sabiduría. De mañana no quiere ni pensar en eso. Con la tele en el canal de cine mexicano a todo volumen concilia el sueño. Las películas en blanco y negro con Jorge Negrete, Pedro Infante y Sara García son sus favoritas. Se sabe los diálogos de memoria. Goza con los charros, las canciones y las haciendas. Le recuerdan al Gavillero, a Santa Rosa. Cuando vivían en el rancho. Su madre, su padre. A sus primos Echavarri y a todas las barbaridades que hacían. No recuerda la soledad que sentía de niño ni la tristeza; nunca le enseñaron y nunca aprendió ni le interesó hacerse consciente de sus emociones. Sin embargo, ahí están, a oscuras, sin saberlo dirigen su búsqueda.

    El ingeniero Campos de Vicente tiene amueblado su departamento del Boulevard Adolfo López Mateos esquina Palmas con puras herencias. La sala colonial de pana café pertenecía a su madre, que en paz descanse. Nadie de los hermanos la quiso, él se la llevó. El comedor, del más puro estilo setentero, ahora considerado una valiosa antigüedad, era de su hermano mayor. La recámara de cuando estuvo casado. Cama, burós y cómoda. Su radio antiguo, un enorme mueble que provocó uno de los tantos pleitos con su ex mujer. Siempre que llegaba a su casa con una nueva adquisición, ella se enojaba por lo inútil, estorboso o de plano feo de las sorpresas.

    Qué padre sala, lo más bonito son los recuerdos que me trae. Mi mamá siempre tan positiva, lo más positivo del mundo, con su copita. Alegre, cómo la extraño. Ya te alcanzaré, ya te alcanzaré.

    Muchos años vivimos en Mixcoac, la escuela nos quedaba justo enfrente. Recuerdo al Diamante y a La Chata, nuestros conejos, un día, el méndigo de mi hermano Fernando les disparó, decía que echaban a perder el jardín, como buen hermano mayor era muy mamila. Nosotros no sabíamos y sólo vimos a La Chata elevarse muy alto, nos pareció que estaba jugando. Mira, qué padre brinca. Rodrigo y yo muy asombrados y hasta divertidos. Dónde no sabíamos que era su último aliento de vida. Mi hermano Rodrigo lloró mucho, se abrazaba a su Chata: Me la mataste, me la mataste. Hasta que la enterramos en el jardín. Yo tenía un perro...

    ¿Cómo se llamaba?.. Se llamaba... Ay, hombre... Se me fue el nombre.

    El perro Cascabel.

    Sonríe reconociéndose muy creativo.

    Qué padre, le puedo poner como se me antoje. Al cabo que qué. Hasta mejor. Qué buena onda esto de escribir y yo estudiando ingeniería, qué burro. Piensa entusiasmado para después quedarse con la mente en blanco. Recapacita:

    Con una chingada. Yo no nací para escritor.

    Se queda sorprendido, pasmado y hasta indignado con él mismo.

    Tengo setenta y cuatro años de vida y sólo se me ocurre escribir de La Chata y de Diamante. Es el colmo, chihuahuas... Voy a seguir con algo cabrón, ahora sí voy a ir al grano, si no va a ser el cuento de nunca terminar.

    He sido buen hijo, padre y esposo.

    Se detiene: Más o menos.

    Me hubiera gustado ser un buen padre y esposo. Trabajé mucho de joven y luego la cosa se puso difícil.

    Borra todo y retoma:

    He sido buen hijo, padre y esposo. Aunque no me reconozcan.

    Le hace mucho daño pensar en lo que se fue. En su familia, en el trabajo, en el dinero. Su carácter le ayuda porque es Campos. Los Campos saben tomarse la vida con gratitud y amabilidad. Expertos en reírse de sí mismos. Lee la última frase:

    Aunque no me reconozcan.

    Se le llenan los ojos de agua. Apaga la computadora, hace un ruido como de avión a punto de despegar. Vencido se quita los anteojos. Se siente muy incómodo, ansioso, con un desasosiego insoportable. Ni siquiera intenta explicárselo porque no se lo pregunta. No acostumbra registrar sus estados de ánimo para luego analizarlos como su hija la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1