Nunca Hables Con Extraños
Por JL Scally
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Estas historias son como ventanas a distintos sentimientos, sensaciones o reflexiones. Situaciones donde los personajes nunca piensan que van a encontrarse, ni cómo van a reaccionar.
Lo más extraño del mundo suele ocurrir en la cotidianeidad, donde nadie lo espera. Las situaciones se entrecruzan y sacan a la luz sentimientos escondidos o nuevas sensaciones.
Así, aparece una bella muchacha perseguida por delincuentes, un relojero mágico que sufre por su hijo descarriado, un escritor poseído por fuerzas sobrenaturales en algún lugar de oriente medio, una mujer amada que vuelve del más allá a buscar al amor de su vida.
También aparecen en escena un joven oprimido por su madre, a la cual le hace un regalo que ella desprecia y un hombre solitario que quiere esconderse en medio de la ciudad. Vemos los desvelos de un escritor que debe volcar lo que su esposa le cuenta, y un delincuente que cree engañar a alguien cuando parece que al final el perjudicado será él.
En muchas de estas historias hay rasgos biográficos y escenarios vividos en la niñez o en la juventud, y todas en conjunto conforman una serie de preguntas que el autor se hace desde siempre. Las respuestas las tendrá el lector cuando, al terminar cada cuento, permanezca un momento pensando en lo que le dejó el relato. Muchas veces el final no es la conclusión, sino el comienzo, la pregunta a responder. Y eso solo se encuentra en la vida de cada uno.
JL Scally
JL Scally es argentino. Escribe obras de ficción en la forma de cuentos breves. Rodeados por una atmósfera de clase media argentina, a veces algo pesimista, sus cuentos siempre invocan lo metafísico cuando no directamente lo paranormal. Concebidas como historias cortas para leer rápidamente, sus cuentos contienen una prosa sencilla y sin aditamentos.
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Nunca Hables Con Extraños - JL Scally
PROLOGO
Estas historias son como ventanas a distintos sentimientos, sensaciones o reflexiones. Situaciones donde los personajes nunca piensan que van a encontrarse, ni cómo van a reaccionar.
Lo más extraño del mundo suele ocurrir en la cotidianeidad, donde nadie lo espera. Las situaciones se entrecruzan y sacan a la luz sentimientos escondidos o nuevas sensaciones.
Así, aparece una bella muchacha perseguida por delincuentes, un relojero mágico que sufre por su hijo descarriado, un escritor poseído por fuerzas sobrenaturales en algún lugar de oriente medio, una mujer amada que vuelve del más allá a buscar al amor de su vida.
También aparecen en escena un joven oprimido por su madre, a la cual le hace un regalo que ella desprecia y un hombre solitario que quiere esconderse en medio de la ciudad. Vemos los desvelos de un escritor que debe volcar lo que su esposa le cuenta, y un delincuente que cree engañar a alguien cuando parece que al final el perjudicado será él.
En muchas de estas historias hay rasgos biográficos y escenarios vividos en la niñez o en la juventud, y todas en conjunto conforman una serie de preguntas que el autor se hace desde siempre. Las respuestas las tendrá el lector cuando, al terminar cada cuento, permanezca un momento pensando en lo que le dejó el relato. Muchas veces el final no es la conclusión, sino el comienzo, la pregunta a responder. Y eso solo se encuentra en la vida de cada uno.
El autor.
DEDICATORIA
Este libro va dedicado a mi esposa, mis hijos, y mis dos gatas.
NUNCA HABLES CON EXTRAÑOS
Esa noche salí a la calle con un mal presentimiento, como si comenzara a sentir una piedra en el zapato o una basura en el ojo. Me encaminé hacia ese sótano oscuro que llaman Blackmount, a tres cuadras de mi casa. No me gusta la noche, porque no puedo encajar una costumbre en ella. No admite la repetición cadenciosa que llamamos rutina. Y no me gustan las sorpresas. Las luces de la noche en Cochabamba son apenas pequeños faros aquí y allá. Como la vida, no forman un camino, son solo señales dispersas en medio de la negrura infinita.
Adentro, los espejos detrás de las botellas devuelven una visión distorsionada y confusa, donde caras y vidrios conforman unos dibujos caprichosos. Miro a mis espaldas por el espejo y a duras penas la veo, tan contundente, tan negro su cabello, haciendo gestos con sus manos. No para de hablar. Su cuerpo es pequeño, delicado, su cintura sugerente, toda ella es una muñeca de esas que se ven en los escaparates. Me ha visto, pero cuando giro sobre mi butaca no parece notarme. Habla en tono fuerte, y aun así la música la opaca. Pasa Carlos con un bote de hielo, y Erik con una bandeja cargada con dos botellas, y Moisés anota y se refriega las manos. Ella sabe que la miro.
El hombre que la acompaña asiente con la cabeza, a veces niega, habla con monosílabos, mientras ella mueve las manos y señala, arriba, al costado, se toca el pecho, se balancea en su silla, sin parar de hablar.
Moisés me sirve otro vaso de cerveza y anota en su cuaderno. Es amable y nunca reconocerá haber visto nada. Es ciego y mudo para sus clientes. Es invisible, también.
El sótano está casi en la penumbra, apenas algunas luces amarillas en las paredes y los vidrios de colores detrás de la barra. La música parece jazz, pero es sonora y brillante. Las personas entran y salen con singular facilidad.
De repente Ana queda en silencio. Se miran. Ella baja la vista. Él se levanta y le da un beso en la mejilla, y sale por la escalera al piso de la acera. Se escabulle entre la noche brillosa de lluvia y frio. Ella se mira las manos y su vaso de vodka. Parece una chiquilla que espera a su madre a la salida del colegio. De repente se ha quedado sin nada que hacer.
- Puedo sentarme, si quieres… - digo inclinándome hacia ella. Es evidente que la he sorprendido.
- Estoy ocupada. - me dice.
No puedo verla desde arriba, las sillas son bajas. Moisés me mira curioso, nunca me ha visto caminar esos pasos que acabo de dar. Se restriega las manos.
- Él se ha ido. ¿Volverá?
- No.
- Entonces estás sola.
- No se ha ido.
Su perfume es una ola de flores, una caricia de lavanda y limón. Vista de cerca sus ojos parecen negros, sin pupilas. Su nariz, suave y elegante, se extiende un poco más allá de lo apropiado. Tiene un acento duro, como esas personas acostumbradas a pelear para vivir. Vista desde arriba, se adivinan unos pechos anchos.
- Puedo invitarte una copa. - arriesgo.
- No.
Eleva sus ojos para verme bien. Creo que intenta oler mi perfume. Me siento y baja la vista, como avergonzada. Le digo que no ha parado de llover, que si no va a volver ese fulano está sola, que la música es triste, y que una mujer no debe estar así, que cómo se llama, que Ana es un bonito nombre, muy simple y sencillo para no olvidarlo.
Unas lágrimas traicionan su rigidez y su disimulo, y toma una servilleta de papel y se seca sus ojos negros, sin que la pintura corra por las mejillas. Veo que Moisés eleva las cejas. No sé si lo veo o lo adivino.
- Perdón. - dice.
- ¿Por qué lloras?
- Estoy un poco nerviosa.
- ¿Por qué se fue?
- No... No se fue.
Terminó su vaso y se recompuso. Hice una seña a Moisés. Erik vino con otro trago y otra cerveza. La música ha cambiado, es más romántica, haciendo que el lugar parezca más oscuro. A veces se puede ver luz por los oídos, o escuchar la tiniebla. Bebe un sorbo de vodka.
- Estoy ebria. - me dice, como adelantándose a lo que pienso. O disculpándose.
- No. Estás triste.
- ¿Qué quieres?
- Hablar. Escucharte.
- Nada. Vete. No está bien que estés aquí. - me dice, y parece sincera.
- ¿Por qué llorabas?
En el acto tuve la sensación de que no debería haber preguntado eso.
- Tu novio te dejó.
- No es mi novio. Solo me cuida. Y yo le pago.
-