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El abismo del yo. ¿Cómo sobrevivir al Nihilismo más profundo?
El abismo del yo. ¿Cómo sobrevivir al Nihilismo más profundo?
El abismo del yo. ¿Cómo sobrevivir al Nihilismo más profundo?
Libro electrónico168 páginas6 horas

El abismo del yo. ¿Cómo sobrevivir al Nihilismo más profundo?

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Éste es un libro fuera de todo género literario, de naturaleza ensayística, escrito en primera persona. En él se combinan metafísica, religión, esoterismo, filosofía, ciencia y psicología. El denominador común es el individuo, el ente humano, y cómo se relaciona con el todo. Puede ser duro para aquellos cuya conexión es positiva, clara y definida. Pero se convierte en un atípico manual de supervivencia para aquellos que están perdidos, aquellos que no se han encontrado del todo, o para aquellos que necesitan una explicación y sentido a sus vidas que no ha conseguido ningún credo, pensamiento o esperanza...

   

"La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados".
—Tyler Durden, (en la película "El club de la lucha")

IdiomaEspañol
EditorialDon Nieve
Fecha de lanzamiento13 dic 2020
ISBN9781393637301
El abismo del yo. ¿Cómo sobrevivir al Nihilismo más profundo?

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    El abismo del yo. ¿Cómo sobrevivir al Nihilismo más profundo? - Don Nieve

    La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.

    —Tyler Durden, (en la película El club de la lucha)

    Aquí estoy, intentando escribirte una carta. Una extensa carta. Un resumen de todo este tiempo. De todas estas experiencias. No sé quién serás. No sé por dónde habrá transcurrido la historia de tu vida, o de tu muerte. No sé si habrás salido del abismo, o si estarás plenamente adaptado a él. Puede, que lo que ahora te plantee sea definitivo para ti. O tal vez solo sea un episodio, en este mar de sucesos, que conforma la existencia.

    No te rías de mí, o me juzgues severamente. La intención que tengo, es la de intentar guiarte, apoyarte. O al menos, hacerte compañía en los momentos de dolor insufrible.

    Ahora tengo 31 años, es septiembre, lunes día 12 del 2011. Esto va dirigido a ti..., o más bien a mí mismo. ¿Qué importa eso? Cuando vuelva a leer esto, si lo hago, seré alguien distinto. Cada nuevo día, cada nuevo o recurrente pensamiento que pasa por ti, te cambia, te hace otro. Te moldea, te define, te deforma.

    El agua que transcurre por un río, no es la misma, aunque no lo parezca. De este modo, nuestro ser, el ente que nos define y llamamos yo, podría compararse al agua del rio. Y nuestro cuerpo, a su cauce. Así, a un nivel material más elemental, nuestras conexiones neuronales más inmediatas, nuestra energía, eso es lo que seríamos.

    ¿Y los recuerdos? ¿Acaso no influyen de forma constante, integrados, invariantes, nuestros? ¿No están codificados de forma permanente, susceptibles de ser rememorados a nuestro antojo? ¿Cómo vamos a estar atados a una inmediatez nerviosa, que forma un presente escurridizo, ambiguo, a caballo del pasado y el futuro, atemporal?

    Lo cierto es, que para que esa base de datos virtual, de información, exista, es necesario un continuo flujo de energía. Energía generada químicamente, traduciendo señales perceptivas, externas y propias. Dando forma a nuestros pensamientos, alegría, pesadillas, pasiones, y a eso que llamamos corazón. Ésta es la raíz de nuestro espíritu en definitiva.

    Toda nuestra construcción del yo es ficticia. Es adaptativo tener una identidad, pero es una ilusión. Una genial quimera diseñada, e implementada, por los distintos componentes de nuestro sistema nervioso. Si estas estructuras funcionan como es debido, la conexión con esta realidad será intensa. Si existe un desorden, la identidad es conflictiva, y la conexión con esta realidad, ingrávida.

    En fin, no voy a intentar ser muy científico, porque no soy un defensor a ultranza de la racionalidad, y las limitaciones que aporta un discurso de este tipo. Además, soy muy vago cuando se trata de protocolos. Me desespero y aburro con terrible facilidad.

    Soy echao palante, pero no soy arrogante o soberbio. Poseo, el valor de un perro que no se siente en casa. Que puede ser prescindible. Que no tiene nada que proteger, nada que perder, ni nada que desee fervientemente, o a lo que esté enganchado. Como si estuviese en una película, siendo que debería estar en otra, pero sin saber en cuál. Me siento como en un abismo.

    Es curioso cómo se parece la sensación de estar cayendo, a la de la ascensión vertiginosa. Es posible que sea un romántico, o un sujeto depresivo, según los manuales de psicología.

    Solo sé que me rodea la oscuridad, el vacío infinito, la ausencia de todo, incluso miedo. La falta de aire, el casi aislamiento sensorial. Y aun con todo, y por el momento, nunca me he sentido mejor, más libre.

    He aprendido a perdonarme, a amarme, a disfrutar de ese valle de sombras, que siempre ha estado ahí. No parece algo puntual, ya que llevo muchos años en esta situación, y toda mi vida luchando por frenar la caída.

    Es por eso que a modo de cortafuegos, ya sea porque alguien lea esto, o porque he subido a la superficie de la existencia, voy a definirlo por etapas. Con previos indicadores de no continuar. Porque, si bien es posible que solo te haga reír, también es posible que te dañe la cabeza.

    No sé si habría llegado a este resultado, si todos mis humildes objetivos se hubiesen cumplido, o si hubiese nacido en otra época, si fuese un pájaro, el viento, o una estrella... Es posible que tarde o temprano estuviese abocado a ello. Tal vez es algo que le tiene que suceder a todo el mundo, aunque solo sea en el momento de su vejez, o de su muerte inminente y consciente...

    1. Campamento base.

    El campamento representa, metafóricamente, el lugar en el que todos o casi todos crecemos. Está conformado por la sociedad y sus normas.

    Una sociedad apartada del ecosistema, del mundo, de la realidad del universo. Vallado por una idea:

    La vida y muerte son conceptos claramente diferenciables, e incluso contrapuestos.

    La tierra, como planeta, enmarcada en un universo estable, lineal y limitado. Una idea del bien y del mal.

    La sensación de que somos especiales, ante un ser indefinible, pero claramente protector y bondadoso, colérico, pero justo. Un padre o una madre que no nos abandonará, si hacemos lo correcto.

    La creencia, de que todas las cosas terribles que les pasan a otras personas, es porque se lo merecían. En el caso de creer que su dolor, o su fatal destino, son por mala suerte, sabemos en el fondo de nuestro corazón que a nosotros no nos tocará. Porque nosotros somos especiales. Porque eso siempre pasa a otros. Porque tenemos que tener fe, esperanza. Hemos de esperar que las cosas, en caso de tener solución, se arreglen solas, mediante plegarias más o menos religiosas. Y porque este optimismo, nos blindará de todo mal.

    La nuestra es una sociedad justa, en la que cada uno de nosotros, ponemos un granito de arena en eso que llamamos la seguridad, el bienestar. Uno, si se lo propone y es tenaz, puede alcanzar lo que quiera. Ya sea trabajando o estudiando, las puertas de los distintos sistemas están abiertas. La mayor parte, estamos educados, e intentamos ayudarnos unos a otros, queriendo lo mejor para el prójimo.

    La existencia de unos valores, de una conciencia, de un honor. El sentimiento de amar algo, o a alguien. El compromiso interior de seguirlo o apoyarlo, pase lo que pase. Todo esto, desde los comienzos de la humanidad, ha estado más o menos guiado por la religión. Desde las tribus más remotas o milenarias, llegan conceptos que tienen denominadores comunes: una creación realizada por Dios o dioses y una fe sumisa a ellos. Es decir, descargan la culpa de las consecuencias de vivir, gracias a un concepto que desde siempre ha fascinado, aterrado, y desorientado al hombre, casi tanto o más que la muerte: la libertad.

    El concepto de libertad, es para mí, simplemente el ser esclavo de uno mismo. Y si uno se siente cerca de un dios, o un amor comparable, es mejor que sea esclavo de ellos.

    La alternativa a no sentirlo es la independencia, la individualidad, la soledad.

    Para ser libre y servirte a ti mismo es necesaria principalmente una cosa: saber quién eres.

    La ciencia, la curiosidad, el desentrañar la verdad... La ciencia pretende matar a Dios. Si se es capaz de conciliar la idea de un ente creador y paternal con la ciencia, mejor que se permanezca ahí, y no quiera salir del campamento. Fuera solo esperan las sombras, y el frío del vacío infinito.

    Si uno cree en la evolución, seguir los pasos de ésta, te conduce inevitablemente a la nada.

    Descendemos del mono, de la vida. La vida, desde el punto de vista racional, inevitablemente desciende de la materia. Y ésta, a su vez proviene de la nada.

    Así pues, la nada puede ser ese ente generador que llamamos Dios. Pero este Dios no es protector, ni justo. Ni siquiera es alguien que vele por nuestros actos. Tan solo es un Dios indiferente. No tiene emociones. Es un Dios frío y distante, al que no le importa nada lo que haga o le ocurra a su supuesto hijo.

    Y digo supuesto hijo, porque para este sistema generador, probablemente seamos tan solo una consecuencia de su ser. Un resultado del acto de beber, como es el eructar. O la flatulencia, del comer .La consecuencia de copular, que pueden ser los hijos o las enfermedades venéreas. En definitiva, probablemente solo seamos la reacción al acto de ser, de la esencia del universo, de Dios. De este modo, no somos sus hijos predilectos. No somos su creación más preciada. Seguramente solo seamos un subproducto, basura.

    Con esto no quiero decir que seamos algo negativo, o que Dios nos odie. Simplemente, pretendo decir, que somos un mero epifenómeno de un movimiento que escapa a nuestro entender: el continuo movimiento de energía.

    La constante transformación, más allá del big bang, más allá de la muerte del universo.

    Así tu vida, enmarcada en este panorama existencial, encuentra esta verdad. Una verdad de tantas, cierto. Pero indudablemente, la más probable y acertada.

    ¿Cómo puede sobrevivir el espíritu con esta carga? ¿Cómo llevar el día a día, cuando la religión de hoy, la del placer, del consumo, no te llenan? ¿Cómo darle entonces un sentido a tu vida? Si eres una persona de las profundas, de aquellas que necesitan una razón, un fundamento, por pequeño que este sea, y no lo encuentras, estás apañado. Bienvenido al nihilismo.

    La mayor parte de las cosas en nuestra vida, están basadas en un montón de mentiras. Recuerda que desde muy niño, no acababa de cuadrarte esto. Y cuando digo esto, me refiero a todas las construcciones que forman la existencia; la sociedad, el frágil equilibrio del planeta, nuestras vidas. Y ¿por qué no?, nuestro yo.

    Mentiras, sí. Como crear una nube de algodón dentro del bosque más inhóspito, y luego, llenar a su vez esa nube de oscuridad. Crear reglas y normas para que los ingenuos, los incautos, los débiles, puedan caer con facilidad y ser alimento de los depredadores superiores. Muchas especies distintas enmascaradas en el la capacidad de retorcer, de doblegar, artísticamente, gracias al instrumento del intelecto y la imaginación.

    La razón es usada como una herramienta.

    Pues aquellos que la instrumentalizan, no centran la esencia de su ser en ella. La centran en su corazón. Con el mismo tipo de proceder y comportamiento de los seres con corazón del exterior del campamento: como animales.

    Y es que pensar con el corazón, gusta demasiado. Resulta adictivo. Tanto, que muchos incluso matan, o se hacen daño a sí mismos, por él, por ese placer.

    No me refiero, con el término razón, a elevados discursos del tipo de Kant. Sería más bien el tipo de razón que propone Goleman: una mínima inteligencia emocional. La capacidad de sumar uno más uno, con tranquilidad, tras una ligera meditación y un cierto criterio a la hora de su ejecución. Cualquier persona sencilla, feliz, adaptada, sabe hacer esto. No se requiere un elevado coeficiente intelectual.

    Lo que ocurre es que es muy difícil hablar un poquito contigo mismo, para conocerte, para ordenar la casa de pensamientos que es tu mente, tu espíritu. Y no me extraña. A la sofisticada persona de hoy en día le resulte tan complejo, aburrido,

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