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Ser o aparentar: Los entresijos de la manipulación global
Ser o aparentar: Los entresijos de la manipulación global
Ser o aparentar: Los entresijos de la manipulación global
Libro electrónico1098 páginas13 horas

Ser o aparentar: Los entresijos de la manipulación global

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Atrévete a descubrir todo tu potencial para desafiar el orden global establecido.

¿Y si tuvieras a tu alcance el control del más maravilloso y potente videojuego que pudieras imaginar? Tal vez, simplemente, te lo han ocultado para hacerte creer que debes resignarte a un destino regido por los poderes dominantes -por más que este no te guste-. Atrévete a averiguar las claves que te pueden proporcionar algunas respuestas y algunos hechos esenciales de conocer y que, quizás, jamás te contaron. Nuestro universo neuronal encierra un potencial infinito del que apenas conocemos nada. ¿Cómo funciona nuestro cerebro?, ¿actuamos con libre albedrío o respondemos a una programación previa?, ¿somos tan conscientes e inteligentes como creemos?, ¿cuáles son las mayores manipulaciones que nos afectan?, ¿hay alternativas?...

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 jul 2018
ISBN9788417426873
Ser o aparentar: Los entresijos de la manipulación global
Autor

Javier Argüeso

Fco. Javier Argüeso Conde es periodista y escritor. Nació el 15 de enero de 1966 en Sopeñano (Valle de Mena), tierra de variadas confluencias fronterizas y mestizaje cultural, cuya riqueza trató de incrementar con sus estudios en diferentes lugares, sus muy diversos trabajos y, especialmente, los conocimientos de aquellas energías con las que tuvo relación en cada momento. Diagnosticado de una grave enfermedad crónica e incapacitante, se frustró su trayectoria, pero lo empujó a caminos alternativos para buscar respuestas que la oficialidad dominante no le daba. Este libro refleja parte de ese nuevo viaje.

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    Ser o aparentar - Javier Argüeso

    SER O APARENTAR

    (Reseña)

    Ser o aparentar es un ensayo que pretende despertar la conciencia de las personas, mediante hechos históricos, teorías científicas y argumentos razonados, sobre el potencial real de sus mentes, que los poderes políticos, religiosos y económicos han pretendido ocultar y manipular a lo largo de la historia de la humanidad.

    Para hilvanar los datos, hipótesis y acontecimientos que llevan a las conclusiones finales se ha dividido el libro en cinco partes, con desarrollos cronológicos independientes y temáticas muy variadas, pero todas ellas vitales para comprender la maraña de manipulación global que nos atrapa.

    En la primera se trata de profundizar en la esencia de la naturaleza humana, su funcionamiento, condicionamientos y limitaciones como ser vivo, pero también sus potenciales evolutivos. Las tres partes siguientes enlazan sucesos y hechos acontecidos históricamente, y que por sí mismos o manipulados, delatan graves engaños favorables a las élites, creencias y culturas dominantes y someten a la mayoría a sus oscuros intereses, especialmente económicos, atándoles a falsas ilusiones y esperanzas.

    Por último, en la quinta parte se exponen teorías y alternativas válidas y científicamente comprobadas y demostradas, pero silenciadas, desprestigiadas y hasta ridiculizadas por la oficialidad del sistema, pero que denotan ineludiblemente el poder infinito de la mente humana cuando se educa al humano para ser lo que encierra su esencia en lugar de a aparentar aquello que los valores dominantes prestigian, en definitiva a convertirse en un dios todopoderoso en lugar de ejercer como un insignificante esclavo sumiso, dependiente y manipulable.

    Primera parte

    Las capacidades de la mente humana

    Un potencial infinito

    Un cerebro humano medio tiene entre diez mil y cien mil millones de neuronas, como estrellas nuestra galaxia, y cada neurona posee entre cinco mil y cincuenta mil conexiones con sus vecinas, lo que crea una red neuronal con cien billones de conexiones. Todo un cosmos de potencialidad, similar al que nos acoge.

    La mente humana, como todo lo existente en este universo, material e inmaterial, es energía, pero emanada de un tipo de energía privilegiada, porque, aun estando en sus niveles más básicos de desarrollo o entrenamiento, tiene exactamente las mismas características que la Energía Universal Creadora, de la que todo emana y en la que todo fluye, como de nuestra mente surgen ideas e imágenes ilimitadas y en constante evolución. Es como si el ingenio de esa Energía Creadora quisiera vivir desde dentro la experiencia de la propia vida que ha inventado. En la tierra lo hace, al menos, a través de nuestras mentes. Cada ser humano que viene a este universo, si no todos los seres vivos, está dotado de una mente básicamente igual en todos ellos. Las únicas diferencias entre los seres humanos son tan solo las externas, las que hacen referencia a la apariencia, porque por lo demás todos, salvo malformaciones embrionarias o genéticas, tenemos similares órganos y composición, con las diferencias biológicas, orgánicas y funcionales propias de cada sexo, así que nada justifica el trato diferente a unos u otros por cualquier causa. Nuestras mentes y su infinito potencial, que son idénticas e implantadas en cada cuerpo, son el medio por el que la Energía Creadora vive la experiencia vital de la propia vida que ha creado. Al igual que sentimos cada vez con mayor grado de interacción y realidad los videojuegos y experiencias virtuales ideadas por la mente humana, el cosmos, creado por el mismo creador de esta mente humana, es el gigantesco escenario de los juegos y vivencias resultado de la creatividad de la Energía Creadora, la tierra uno de esos juegos y la vida de cada uno de los seres vivos (al menos los humanos), una partida en el correspondiente escenario elegido para vivir la experiencia por esa porción de energía.

    En este sentido la elección del personaje podría ser tan definida que incluso hay teorías que afirman que elegimos hasta el seno de la familia en la que venimos a nacer. El médico y psiquiatra norteamericano Brian Weiss (Nueva York, 1944) afirma en su libro Los mensajes de los sabios (2001) que no nacemos en nuestra familia por accidente o casualidad. Asegura que elegimos las circunstancias y establecemos un plan de nuestro proyecto de vida y los objetivos a alcanzar, incluso antes de ser concebidos. Weiss, como otros terapeutas, ha recopilado múltiples experiencias clínicas de pacientes, bajo efectos hipnóticos o de la medicación, en la que rememoran vivencias anteriores a su nacimiento. En sus libros, como otros tantos autores y tendencias, defiende la reencarnación y llega a aventurar que cada ser viene al mundo con un plan vital detallado. Después de un pasado escéptico, desde que publicó su primer libro en 1988 sus teorías crearon mucha polémica entre la comunidad científica, pero también supusieron los inicios de las terapias regresivas.

    Por otra parte, la mayoría de las religiones y pensamientos con orígenes hinduistas defienden, de un modo u otro, que la esencia individual de las personas, en forma de mente, alma, energía o conciencia, no vive una sola experiencia vital en un cuerpo físico, sino varias en diferentes cuerpos. En muchos casos la reencarnación supone una especie de rehabilitación de lo efectuado incorrectamente en la última vida, redimir los errores cometidos o premiar los aciertos potenciados a través de nuestras acciones y comportamientos, lo que se conoce como karma. En cierto modo, todas estas teorías incluyen cierto determinismo que implica que el autoconocimiento y las buenas acciones te provocarán hechos positivos, y la maldad y comisión de injusticias te reportarán sufrimientos y castigos, que en algunos casos extremos incluyen la reencarnación en seres inferiores, árboles, insectos u otros animales menores.

    La discusión sobre el equilibrio entre el determinismo extremo que defiende Weiss, y que implicaría ese plan vital, y el libre albedrío en las decisiones humanas para llegar a cumplir los puntos ineludibles del mismo, sería interminable. Históricamente pensamiento y pensadores han debatido constantemente sobre si el ser humano dispone de libre albedrío y es libre para tomar sus propias decisiones, o por el contrario su comportamiento está condicionado por determinantes de cualquier tipo previos. La respuesta es primordial porque desvelaría una parte vital de la naturaleza humana y nos ayudaría a comprender mejor la esencia del hombre.

    El determinismo es una doctrina filosófica que postula que todo acontecimiento físico, incluyendo el pensamiento y la actividad humana, está causalmente determinado. Cada causa tiene ineludiblemente una consecuencia aparejada. El abanico de opciones va desde el determinismo fuerte, que niega cualquier posibilidad de suceso azaroso, hasta el determinismo débil, que sostiene que lo determinado es una probabilidad, no una seguridad, y defiende una compatibilidad entre un universo determinista y un libre albedrío que surge de un pensamiento, deseo o creencia interior del ser humano. El escenario sería determinista, pero el protagonista podría elegir sus opciones dentro de las posibles, más o menos como en los videojuegos.

    Por señalar algunos autores con aspectos deterministas suaves, a nivel social Karl Marx (1818-1883) defendió un determinismo económico en el que las estructuras sociales están condicionadas por factores económicos y el modo de producción, y también por un determinismo tecnológico, al que se suman otros autores como Jared Diamont (USA, 1937) y Marvin Harris (USA, 1927-2001) afirmando que la tecnología y los recursos disponibles condicionan el desarrollo de las sociedades.

    Es evidente que en la evolución de la humanidad los avances se deben a los progresos tecnológicos, que así mismo procuran mejoras en todos los campos del conocimiento. A su vez, los modos de producción que utiliza una sociedad, tal y como los entiende Marx (definía cuatro tipos: esclavista, asiático, feudal y capitalista), no dejan de condicionar claramente el tipo de relación que se establece entre sus individuos. De hecho, se puede decir que actualmente la práctica totalidad del planeta se encuentra bajo el evidente determinismo del modo de producción capitalista avanzado y sus consecuencias, que han impregnado de tintes económicos la mayor parte de las actividades humanas y destruido los recursos del planeta.

    A nivel individual el determinismo admite variantes biológicas, genéticas, ambientales o educacionales, entre otras. Muchos de esos condicionantes son innegables, así que, cuando menos, se deben admitir ciertas predisposiciones determinadas en el ser humano.

    En cualquier caso, más o menos determinadas o no, las mentes, mínimas unidades de la energía creadora, se instalan en los cuerpos, utilizando los cerebros y sistemas nerviosos para gobernarlos, libremente o condicionados, y atesorar las vivencias con las que se mejoran y perfeccionan.

    Conocer los cerebros que rigen nuestros cuerpos y recogen nuestro aprendizaje y experiencias, tal vez ayude a comprender algo más nuestra naturaleza y condicionamientos.

    La Energía Universal formó la vida inteligente, de tal modo que pudiera autónomamente evolucionar sin ninguna otra intervención, adaptándose a los cambios del sistema y a sus propias necesidades. Dentro de las vidas inteligentes evolucionadas surgieron los homínidos, su principal característica diferencial es el poseer un desarrollado cerebro triuno, denominación creada por autores como el neurocientífico norteamericano Paul Mac Lean (1913-2007) para proponer una teoría evolutiva del cerebro humano, también aplicable a otros mamíferos superiores, y que nos podría llevar a comprender un poco mejor algunos de los dispositivos que condicionan nuestro funcionamiento. El término triuno quiere decir que tiene tres partes claramente diferenciadas, y ubicadas físicamente una encima de la otra, un cerebro básico, llamado reptiliano, donde se asientan los instintos, un cerebro límbico, común a todos los mamíferos, donde se asienta la afectividad y los sentimientos, y un cerebro neocórtex, evolucionado en los mamíferos superiores, donde se generan y fluyen los pensamientos.

    El cerebro básico, instintivo o retiniano se desarrolló hace unos quinientos millones de años y está básicamente presente en los reptiles, como primeros seres formados por los organismos que salieron del agua para poblar la tierra. Esencialmente trata de asegurar la supervivencia y habitualmente funciona de un modo binario: luchar o huir, sin que apenas interfieran otros procesos sentimentales o emotivos. Regula funciones vitales como la respiración o el ritmo cardiaco, y se caracteriza por actuar, siempre condicionado eso sí, por los instintos e impulsos básicos. Es un auténtico guardián de la vida y de mantener las condiciones que la permitan, está muy limitado por el instante presente y conforme a él actúa, almacenando en su interior las amenazas que atentan contra su integridad y concibiéndolas como miedo, para protegerse de ellas. Es capaz de gran espontaneidad a la hora de ejecutar su esencial función: ejecutar acciones en este instante para sobrevivir individuo y especie, luchar, comer, guarecerse, procrear… También es capaz de cometer las más atroces acciones.

    El cerebro de los reptiles les hace reaccionar de inmediato y sin análisis o emoción alguna ante situaciones vitales como peligros, comida o sexo. Los humanos, querámoslo o no, también llevamos incorporados esos instintos de supervivencia, y, de un modo u otro, nos condicionan.

    El cerebro límbico se desarrolla incipientemente en aves, y completamente en los mamíferos. Está físicamente ubicado encima del anterior y atiende a un desarrollo sentimental entre los individuos de las nuevas especies y a unas capacidades de sentir y desear, además de incluir emociones básicas como la calidez, el amor, el odio, el placer, el temor… Su desarrollo está muy ligado con las relaciones grupales y la sociabilidad, y es directamente proporcional a ellas. Su importancia en nuestra inteligencia y capacidades para el aprendizaje es esencial, ya que se le atribuye el desarrollo de la memoria al tratar de recordar situaciones emocionalmente intensas, como la pérdida de un ser querido. La energía de esos recuerdos intensos y el deseo de revivirlos crearía la necesidad de un lugar donde poder almacenarlos, con la consiguiente ampliación cerebral. El sistema límbico gestiona los deseos y sentimientos con los que nos pueden afectar los demás seres que nos rodean y frente al presente en el que nos mantiene alerta el reptil, se nutre del pasado y la experiencia que alimentan y permiten establecer los referentes para su función vital, que es sentir. Esta parte del cerebro normalmente pasa las decisiones instintivas del reptil por el tamiz de los sentimientos y las emociones.

    El neocórtex es propio de mamíferos más evolucionados y surge y se desarrolla para albergar actividades con necesidad de mayor entendimiento, normalmente relacionadas con el desarrollo social, la cooperación, y su progresiva complejidad. Permite el uso de procesos racionales de lógica y comprensión, capacidades analíticas y sintéticas, y pensamientos críticos y creativos. Todo aquello que debemos aprender y no está registrado en nuestros genes. El neocórtex tiene que aprender e incorporar todo cuanto le enriquezca, mientras que la información que determina a los dos primeros cerebros, instintos y sentimientos, está recogida en las cadenas genéticas del ADN, e incluso en el ARN que permite la perpetuación de las especies. Sus posibles modificaciones también se registran en los genes, tanto las evoluciones y características físicas del individuo como las de los instintos y afectividades necesarias para tratar de garantizar su supervivencia.

    El cerebro neocórtex o del pensamiento está compuesto en su mayor parte por sustancia gris, son diferentes tipos de neuronas sin mielina (sustancia proteica que recubre y aísla las fibras nerviosas para la correcta transmisión de los impulsos que dirigen el sistema corporal), en contraposición a la sustancia blanca que tiene ese color precisamente por la mielina que lo rodea.

    La única información que se perpetúa en el ADN con respecto al neocórtex es la correspondiente a su composición y características físicas, incluido el volumen, no a los contenidos que maneja y atesora durante la vida del ser que le alberga. La sustancia gris es como el disco duro en el que se almacenan las vivencias, experiencias, percepciones y emociones del individuo. Esta información diferencial de cada ser, junto a los instintos y afectividades comunes, es la que abastece a la mente para dirigir al cuerpo. En tres millones de años el peso del cerebro ha aumentado de quinientos a mil cuatrocientos gramos, presumiblemente para incrementar la capacidad de ese disco duro a medida que se incrementaban los conocimientos y las habilidades a atesorar. El ser humano es el ser, aparentemente, más evolucionado del planeta porque es el que más veces se equivoca. Eso le permite avanzar.

    Al contrario que la mayoría de las especies, la humana llega a la vida con información insuficiente para sobrevivir. Necesita, durante más tiempo que ninguna otra especie, los cuidados y atenciones de sus congéneres hasta aprender a sobrevivir. Algunos instintos son menos marcados que en el resto de seres vivos que ya incorporan en su ADN la información necesaria para sobrevivir porque están filtrados por un desarrollado sistema límbico y unas necesarias atenciones sociales que les hace más frágiles y muy diferentes al resto. La diferencia esencial es la necesidad, capacidad y deseo de aprender. La necesitan para sobrevivir y es lo que les hace crecer, a base de aciertos y errores, con la capacidad de hacerlo hasta el máximo potencial del cerebro: cien mil millones de neuronas y mil millones de millones de conexiones entre ellas y en completa plasticidad de cambios constantes y diferentes en cada individuo, que ya de por sí era un ejemplar único gracias a su ADN. Esa versatilidad y plasticidad es la que hace posible la creatividad, que al fin y al cabo es la evolución y el avance.

    Una creación casi perfecta capaz de inventarse y hacerse a sí misma: En contra, la fragilidad humana y a favor un potencial casi infinito. Es la mente la que está compuesta por la energía imperceptible e inmaterial semejante a la de Energía Creadora Universal. Esa energía es la que interpreta, ordena y organiza la información recibida y acumulada en el cerebro, la que abre la comunicación entre el consciente, el inconsciente y todas las células de nuestro cuerpo, y aprendiendo a utilizarla, con otras energías externas a él. Es, en definitiva, el complejo programa que rige y crea nuestras vidas. La realidad que nos rodea y la nuestra propia.

    El ser más inteligente

    del planeta azul

    Decíamos que, aparentemente, el humano es el ser más avanzado del planeta tierra. En este sentido, razonada y racionalmente, solemos identificar cerebro y materia gris con inteligencia y hemos remarcado que nuestro cerebro ha aumentado hasta casi triplicar sus quinientos gramos iniciales, cifra que se corresponde aproximadamente con el 2% de su masa corporal, es decir, del porcentaje sobre el total del cuerpo que supone la masa del cerebro.

    Los mamíferos, con cerebros triunos, son los animales más inteligentes, y los que tienen los cerebros más grandes. Entre ellos hay algunos que lo tienen mucho más voluminoso que el del humano, aunque son menos inteligentes que él, por lo que tendríamos que rechazar la relación directa entre la masa cerebral y la inteligencia de su propietario. Hay elefantes con cerebros de hasta seis kilos y su inteligencia es inferior a la del humano. La explicación puede estar en que la relación de su masa cerebral es inferior, y que parte de ella sea necesariamente empleada en sostener la poderosa estructura celular que le sustenta, y de modo proporcional a ella.

    Es posible entonces que lo que marque la inteligencia, o más bien el potencial de la misma, sea la relación de la masa cerebral, y efectivamente la del humano es superior que la del resto de los seres vivos. Aquí haré referencia a una parte de la única diferencia que de hecho existente entre hombres y mujeres: el físico. Ellas tienen los cerebros ligeramente más pequeños que ellos, lo que viene a respaldar que es el porcentaje de la masa cerebral con respecto al total del cuerpo el que dicta el potencial intelectual. Las mujeres tienen menos masa cerebral que los hombres, pero también menos masa corporal, con lo que la relación porcentual de la primera sobre la segunda es idéntica o muy similar en ambos sexos. Esto explica porque las mujeres pueden ser tan inteligentes como los hombres, si bien normalmente los superan en determinadas actividades relacionadas con la empatía y la inteligencia emocional, frente a las cognitivas, deductivas o racionales, es decir la que tienen más que ver con reconocer y gestionar sentimientos, en las que lo son muchísimo más.

    En este sentido cabe citar que los dos hemisferios en que se divide el cerebro tienen más conexiones entre sí en las mujeres, además de ser el derecho (holístico, global y conceptual) levemente mayor que el izquierdo (secuencial, lineal y analítico), lo que puede explicar sus ventajas a la hora de establecer comunicaciones y empatías. También es evidente que su natural rol e instintos de maternidad pueden potenciar estos aspectos, y tal vez la reiterada incidencia histórica entre ambos sea la causa de la realidad actual de su cerebro.

    En cualquier caso, tampoco está claro que la relación de masa cerebral sea la que define estrictamente el potencial intelectual. Hay especies de pequeños monos que llegan a tener una relación de masa cerebral cercana a 4 o 5, frente al 2% humano. Probablemente se puede explicar que no sean más inteligentes que el hombre debido a que el cerebro es demasiado pequeño, y sin la capacidad suficiente para crear pensamientos complejos, así pues, quedan descartados como competidores de nuestra inteligencia.

    Hay autores y teorías que atribuyen el potencial intelectual no a la masa cerebral y a su relación porcentual con el total corporal, sino con el número de circunvoluciones, surcos y repliegues que aumentan la superficie cerebral, pero hasta en eso el cerebro humano es superior al de cualquier otro ser vivo citado hasta ahora.

    El ser humano se sitúa así en un lugar privilegiado dentro de la creación evolutiva por su potencial de inteligencia que queda reflejado en un cerebro plagado de circunvoluciones, actualmente con un peso medio de mil cuatrocientos gramos correspondiente aproximadamente al 2% de su masa corporal total, pero si miramos, en nuestros mares descubriremos a un mamífero que se sitúa por encima del dominador de la creación, o más bien, hasta el momento, de su destructor. El rival que nos supera, en todas las variables, es el delfín. Con distintos tamaños y pesos en la treintena de diferentes especies existentes, su masa cerebral es superior a la de los humanos y, además, se aproxima al 2,4% de su masa corporal, superando en un 20% a la humana, y por si fuera poco también presenta más circunvoluciones, con lo que, si nos atenemos a los criterios habituales para discernir el potencial intelectual, los delfines serían más inteligentes que los humanos. Y tal vez lo sean…

    Ciertamente los delfines son incapaces de inventar, crear y utilizar las herramientas, tecnologías e instrumentos ideados por los humanos, pero eso no significa que no sean más inteligentes, sino simplemente que en su medio de vida no lo necesitan para aumentar su felicidad. El humano ha demostrado su capacidad intelectual modelando el entorno a su antojo y en general a él mismo, con todo lo relacionado con lo externo y las apariencias, pero muy poco con lo relacionado con su interior y con sus valores como ser. Por su parte, veamos de lo que es capaz un delfín, que no ha necesitado adaptar su entorno para vivir y crecer en él.

    Estos mamíferos, con longitudes y pesos muy variados, de hasta cuatro metros y cuatrocientos kilos, tienen en común auténticas y sorprendentes capacidades intelectuales y energéticas que, bajo su simpática y apacible apariencia, pueden resultar fascinantes. Las crías, después de un tiempo de gestación de entre diez y doce meses, según la especie, nacen bajo el agua, e inmediatamente son ayudadas por varios congéneres a subir a la superficie para que puedan respirar. Después serán lactantes durante seis meses y más tarde llegarán a vivir entre treinta y cinco y cincuenta años. Llegados a adultos comerán diariamente alrededor del 5% de su masa corporal en peces, calamares y crustáceos que tragan sin masticar, eludiendo así atragantamientos, para digerirlos en un estómago dividido en compartimentos que facilitan la rápida y ordenada digestión.

    Los machos alcanzan la madurez sexual sobre los once años y las hembras entre los cinco y los siete. Son sexualmente receptivas casi todo el año, además de ser las que normalmente provocan las relaciones, que no se realizan únicamente con fines reproductivos, por lo que al parecer son perfectamente capaces de disfrutar del sexo. Además, como los seres humanos, de otra multitud de sorprendentes actuaciones lúdicas que inventan, sin olvidar los saltos, piruetas y requiebros con los que adornan sus vidas. Suelen vivir en grupos bastante numerosos de hasta cuatrocientos individuos, conviviendo mayoritariamente hembras y crías, y algunos machos, sin que haya un líder dominante, aunque con ciertas tendencias matriarcales, y con unos fuertes lazos sociales y de cooperación que incluyen, además de cazar o defenderse en grupo, incluso ayudar y cuidar a compañeros heridos o enfermos, sin olvidar los numerosos testimonios de actuaciones solidarias con seres humanos en naufragios o peligros en la mar. Como los humanos, atesoran una gran capacidad de aprendizaje y además de tener conciencia de sí mismos ya que saben reconocerse en un espejo o cualquier otro medio de reproducción porque saben en cada momento su identidad, son capaces de transmitirse los conocimientos adquiridos de unos individuos a otros. Incluso militarmente se les utiliza para proteger instalaciones o detectar minas. Con todo, aunque su potencial puede ser muy superior al de la especie humana, sus intereses son muy diferentes.

    El lenguaje da al ser humano la capacidad de comunicarse oralmente y es una de las características que lo distingue del resto de seres vivos. Inicialmente fue exclusivamente de modo oral, con el primer instrumento que todos tenían en común: la voz, aunque tuvieron que cultivarla. Comunicarse, exige la existencia de la capacidad cerebral suficiente como para organizar y memorizar un lenguaje; crear y almacenar informaciones, significantes y significados; y necesidad de comunicárselos a un receptor, de ahí la importancia de la complejidad y efectividad de sus sistemas de comunicación para establecer la inteligencia de una especie. Más tarde los lenguajes humanos se diversificaron junto con sus tecnologías e imaginación.

    Los delfines también dominan la capacidad de emitir diferentes sonidos con distintas funciones, entre ellas la comunicación. Un primer tipo de sonidos es una amplia gama de valores sonoros llamados clicks que les permiten recibir ecos sonoros de los mismos con amplia información del entorno. En un medio, el agua, que dificulta las informaciones visuales, pero facilita las auditivas, el delfín ha perfeccionado un método para acumular el máximo posible de datos con el fin de enriquecer sus percepciones con una ecolocalización extremadamente precisa que les permite conocer tamaños, distancias, densidades, posiciones, movimientos, velocidades, aspectos, siluetas…, de objetos y entorno. Si bien con modos diferentes de catalogación o utilización de los mismos, los delfines son capaces de obtener muchos de los datos que podría discernir el ser humano, de un modo mucho más rápido que él, y sin ningún instrumento ajeno a su propio cuerpo. En este sentido nos superan y, por ejemplo, son capaces de recoger del fondo del mar, aún en condiciones adversas de visión, tres monedas arrojadas simultáneamente en tres direcciones distintas. La primera la recogen antes de llegar al fondo, y las otras dos a los pocos segundos. Seguro que no les dan el mismo valor que nosotros, pero las localizan mucho antes.

    Esa ha sido su especialización, elegida a la hora de priorizar sus habilidades sensitivas, porque es sin duda la más adecuada al medio acuático, un sónar perfecto que incluso podría suplir a cualquier invención humana que utilizara ultrasonidos o ecolocalización para sus fines, incluidos los utilizados para diagnósticos médicos, como las ecografías.

    Los otros sonidos que emiten, con gran variedad de frecuencias, son una especie de silbidos o cánticos con los que, presumiblemente, se comunican fuera del agua, junto con danzas y saltos. Dentro del agua hay teorías que afirman que, en ocasiones, podrían comunicarse con clicks semejantes a los ecos que les transmite el entorno, es decir transmitir a sus congéneres la misma sensación que estos percibirían de su propio click, e incluso que podrían hacerlo telepáticamente y en este sentido hay testimonios de náufragos que afirman que sabían que iban a ser rescatados por un delfín, aún antes de suceder.

    En cualquier caso, los delfines albergan en sus cerebros el suficiente potencial y demuestran capacidades y habilidades suficientes como para igualar la inteligencia de los seres humanos y controlar y adaptarse equilibradamente a su entorno, ya que apenas poseen enemigos naturales y su principal depredador es el hombre.

    Incidiremos ahora en las características del cerebro humano más externo, dada su importancia dentro de su inteligencia: el neocórtex, donde se alojan sus capacidades del pensamiento y entendimiento superior. Está dividido en dos mitades o hemisferios unidos por un cuerpo calloso compuesto por una compleja red de fibras e interconexiones nerviosas, de tal modo que la parte izquierda controla la derecha del cuerpo, y viceversa.

    Además, como hemos citado anteriormente, el hemisferio izquierdo es el encargado de todo lo relacionado con el análisis y el razonamiento, mientras que el derecho es el encargado de la visión global y la integración. En la mujer las conexiones entre ambos hemisferios son mucho mayores que en el hombre porque intercambia más fácilmente la información entre ellos y los implica más, lo que le ayuda a potenciar ciertas ventajas y habilidades a la hora de afrontar la vida, por ejemplo, es capaz de expresar mejor sus sentimientos puesto que en el hombre las emociones se almacenan en el derecho y el lenguaje en el izquierdo. En la mujer muchas funciones, entre ellas el lenguaje y las emociones, no tienen una ubicación tan definida por esa mayor intercomunicación entre sus hemisferios. Al parecer el diferente desarrollo del cerebro masculino es debido a la presencia de testosterona cuando el feto está en formación, lo que influye tanto en el desarrollo de los genitales y de aspectos físicos corporales, como en parte de la estructura cerebral.

    Así pues, dentro de su partición, el neocórtex es esencial porque nos permite anticipar, planificar y visualizar el futuro, frente al pasado que referencia al sistema límbico y el presente del cerebro reptil. En definitiva, es la evolución que nos permite soñar

    Como hemos citado, esa evolucionada división en dos partes del cerebro también es compartida por otros mamíferos superiores, entre ellos el delfín. Ahora bien, aquí también experimenta notables variantes: las dos partes del cerebro de los delfines actúan, al menos para algunas funciones, de modo independiente. Así funcionan los ojos, incluso una parte puede estar durmiendo, mientras la otra está en vigilia, esto les permite respirar mientras duermen, ya que para los delfines la respiración es un acto voluntario, y solo aguantan unos diez minutos sin respirar (en el esfuerzo bajo el agua duplican o triplican su resistencia), y de ese modo duermen unas ocho horas diarias repartidas en tramos que oscilan entre varios minutos y dos horas.

    El delfín lleva evolucionando y perfeccionándose desde entre el doble y diez veces de millones de años antes que el ser humano y en un medio mucho más estable, de ahí que no sea tan descabellado pensar que puede, dentro de sus necesidades, estar mucho más avanzado que él, y que las citadas aparentes ventajas sean consecuencia de eso. Sus presumibles capacidades telepáticas y empáticas les han convertido en excelentes terapeutas para determinadas discapacidades, tanto psíquicas, como físicas y sensoriales, lo que, sumado a las capacidades curativas de sus ultrasonidos, similares a los utilizados en fisioterapia o ultrasonoterapia, les hacen seres muy especiales en todos los aspectos.

    Por último, los delfines, al igual que otros animales efectivos en procedimientos de terapia, como el caballo y el perro, tienen el sistema límbico bastante mayor que el humano, lo que potencia su empatía, es decir, su capacidad de sincronizar con nuestras emociones a niveles que ni máquinas ni terapeutas pueden llegar a alcanzar.

    También es probable que las inteligencias y percepciones de los citados animales sean capaces de profundizar en la detección de leves cambios químicos, vibratorios o energéticos que sin duda provocan los diferentes estados anímicos y emocionales, y son sensibles a ellos, pudiendo actuar en consecuencia, tanto por percibir la variación y necesidad de contrarrestarla, como por haber desarrollado las capacidades empáticas, solidarias y desinteresadas que alimentan al amor, muy superiores al humano.

    El filósofo alemán, Arthur Schopenhauer (1788-1860), expresaba ese cultivado privilegio de algunos animales aseverando: «El que no ha tenido perro, no sabe lo que es querer y ser querido». Quizás los canes, ya de por sí agasajadores y agradecidos al contacto con el ser humano hasta el extremo de continuar siendo leales a su dueño incluso cuando este desee por cualquier medio deshacerse de él, a través de su inmenso potencial olfativo detecten tenues cambios en nuestro olor, provocados por las sustancias químicas, como las monoaminas que actúan como neurotransmisores del sistema nervioso en la inhibición o potenciación de multitud de estados físicos, anímicos o emocionales. Sirva como ejemplo la serotonina, sintetizada en las neuronas serotosinérgicas del sistema nervioso central, que se cree que puede influir en la inhibición de la ira, la agresividad, la temperatura corporal, el sueño, el apetito, la sexualidad o el humor. Muchos de estos síntomas están relacionados con la depresión, y precisamente los antidepresivos lo que pretenden es modificar los niveles de serotonina de una manera artificial.

    Un perro tal vez pueda detectar, por ejemplo, la particularidad del olor de la sustancia que nos provoca la tristeza y potenciar por ello las atenciones que nos presta si nos percibe en ese estado, hasta acabar lamiendo nuestros rostros y enjugando las lágrimas, si llegan a surgir. Lo mismo sucedería con el miedo u otros estados, olerían la adrenalina o las respectivas sustancias que estos generan en el cuerpo humano.

    En la actualidad hay estudios y pruebas de que los perros pueden detectar ciertos cambios que preceden a la hipoglucemia en los diabéticos, como: olor, sudoración, cambio de frecuencia cardiaca…, por lo que, debidamente adiestrados, serían el único medio existente para prevenirla y de ese modo ayudar a actuar en consecuencia.

    La inteligencia de los caballos y su conexión con los seres humanos se plasma en el amplio adiestramiento de actividades en el que puede ser entrenado, incluido su majestuoso baile al ritmo de la música, además de los patentes beneficios de la equinoterapia en muchas carencias físicas y mentales. En el delfín, sus propias características y habilidades físicas dejan patente su inteligencia y capacidades, aunque más adelante incidiremos sobre algunos aspectos de las mismas.

    Los mamíferos, como seres de sangre caliente, necesitamos el contacto y la sincronización con nuestros congéneres y con otros seres para regular nuestros organismos y estados anímicos, aunque se hace de forma inconsciente, pero la tendencia es que los humanos por temor, miedo, prejuicios, inseguridades, influencias culturales o tecnológica…, cada vez pongamos más barreras en nuestras relaciones lo que nos provoca carencias emocionales y afectivas muy negativas para nuestro desarrollo.

    Las escalas y variables que definen el nivel intelectual deberían ser diferentes y establecerse según la cultura del ser a analizar. Aunque indudablemente el humano es el ser más inteligente, no se puede medir con el mismo baremo la inteligencia de otros seres. El delfín, además de llevar mucho más tiempo evolucionando, reúne las condiciones físicas cerebrales para superar el potencial humano, incluso aplicando sus criterios científicos, posee extraordinarias capacidades y un privilegiado cerebro que le permite amar, ayudar, comunicarse y buscar el contacto y la sincronización con los humanos, a pesar de que a veces nos empeñemos en aniquilarlos. Quizás su mayor capacidad cerebral se debe a que su estancia en la parte acuática del mal denominado planeta tierra la han dedicado más a conocerse y tratar de comunicarse con los demás seres inteligentes para compartir su sabiduría, que a acumular riquezas y vanidades que solo fomentan la avaricia aún a costa de explotar a sus congéneres. En eso sí son más claramente inteligentes: saben que no se llevarán nada material de este planeta azul, constituido en sus tres cuartas partes por agua, así que no malgastan su tiempo persiguiéndolo.

    Para culminar este capítulo concluiremos diciendo que, a pesar de la prepotencia del hombre, solo ocupa el tercer escalón en el podio de la inteligencia terrestre. Justo por detrás de los delfines, y por todo lo visto hasta aquí, el segundo animal potencialmente más inteligente, tanto por el desarrollo del sistema límbico como por la mayor funcionalidad e interconexiones entre ambos hemisferios de su cerebro neocórtex, es la mujer. Al hombre, entendido en todo este capítulo como individuo macho de la raza humana, parece ser que lo estropea completamente la testosterona, al menos para estos tiempos avanzados, porque en su momento tal vez fue muy necesaria para sobrevivir en un entorno salvaje y hostil. Definitivamente, en una continua evolución, el hombre, sus características físicas y su funcionamiento, es más primitivo que la mujer.

    Puntualizo aquí que en este texto normalmente se utiliza el término hombre en referencia al ser humano sin distinción de sexo, a no ser que se cite un hecho diferencial con respecto a la mujer, como en el párrafo anterior. El uso del término no se realiza, ni mucho menos, de modo sexista, despectivo o por machismo. De hecho, queda patente el mayor potencial de la inteligencia en la mujer. La testosterona ayuda al hombre quizás a tener un cuerpo con mayor potencial físico, pero el cerebro pierde cualidades.

    Así pues, dentro de la igualdad que defendemos entre hombres y mujeres, por diferencias físicas adjudiquemos a ellos una leve superioridad en sus potenciales habilidades físicas y a ellas en sus potenciales habilidades intelectuales y comunicativas.

    La mente y su aprendizaje

    Conociendo la estructura y funcionamiento del cerebro y retornando a las capacidades del hombre, ya que las del delfín son, de momento, inalcanzables, continuaremos analizando su mente para tratar de entender su alcance.

    La cantidad de energía privilegiada con las mismas características que la Energía Universal Creadora es limitada, al igual que lo son el resto de las energías existentes. La energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, excepto esa Energía Universal Creadora que no se transforma, sino que, como hemos dicho, es la que tiene la facultad de crear, generar, construir, cambiar o modificar la variante vital que en ese momento la albergue.

    Si bien la parte física de nuestro cuerpo se descompone exactamente del mismo modo que el resto de materia orgánica del planeta tierra, la energía que compone la mente se reintegra a la completa conexión con la Energía Creadora Universal, donde tienen cabida todas las posibilidades, conocimientos e ideas. Allí, como si de una memoria RAM, memoria de acceso aleatorio, se tratara, es donde se analiza y almacena parte de la información que atesora el cuerpo y las experiencias con el fin de permitir el funcionamiento de todo el sistema en cada instante, y permanece allí mientras el soporte físico del mismo mantiene la energía vital. Cuando el ser muere, la energía de su mente vuelve a su procedencia para después reintegrarse a la experiencia cósmica reencarnado en un nuevo ser energético.

    Como hemos citado, las regresiones utilizadas en algunas terapias parecen demostrar la existencia de vidas pasadas y la posibilidad de la reencarnación. También hay recogidas experiencias de personas capaces de reconocer detalladamente lugares físicamente muy lejanos a su residencia habitual y donde no han estado nunca. Tal vez ambos casos sean el resultado de un formateado defectuoso de la memoria RAM como la que se comporta la mente, o de la permanencia en la memoria del individuo de informaciones antiguas, pero a un nivel de subconsciencia inaccesible en estados vitales normales y con nuestros potenciales mentales actuales.

    La energía que compone la mente es una pequeña memoria virtual que se aloja en el cerebro humano. Procede del gigantesco Ordenador Energético Universal que todo genera, de la Inteligencia Natural que nos enseñó a crear la inteligencia artificial.

    Desde ella se tiene acceso a todas las experiencias y conocimientos que adquirimos a lo largo de nuestra vida, además de a los instintos y afectividades que nos condicionan y viven en los cerebros reptil y límbico. Esta memoria, tiene además la capacidad de conectar con la fuente de la Inteligencia Natural, ya que al fin y al cabo es una parte de ella, para nutrirnos de su sabiduría y aportarla al desarrollo equilibrado de la humanidad, la naturaleza y el universo.

    Muchos grandes genios históricos de diferentes artes y ciencias y con distintas creencias religiosas y espirituales, han atribuido sus descubrimientos a inspiraciones superiores que les colocaban en el camino de las soluciones a sus búsquedas y aspiraciones, y otras tantas tendencias y teorías espirituales señalan a la meditación y a la vida ordenada y equilibrada como medio para conectar con la fuente del conocimiento. Quizás los delfines con su mayor tranquilidad y control en el medio acuático lo han logrado antes que nosotros, pero, en cualquier caso, hasta el más reservado y escéptico debe admitir que sus logros más poderosos son a los que más esfuerzo y dedicación ha destinado. Quizás en algún momento tuvieron algún tipo de inspiración o ayuda, o tal vez les sirvió únicamente su energía para atraerlo hacia ellos.

    Sea como fuere, lo innegable es la evolución de la humanidad y el progresivo incremento del conocimiento de nuestro entorno y de nosotros mismos que ha sido posible gracias a la inteligencia y avances creados por nuestras mentes.

    La mejora y perfección de las mentes se realiza con la información que reciben y acumulan y con las experiencias que generan y gracias a su potencial de análisis y aprendizaje.

    En este sentido, la actividad lúdica es esencial en el desarrollo humano ya que el juego ayuda a los bebés a explorar el mundo y facilita el aprendizaje, pero, además, la mente precisa jugar, motivar su ingenio, pensar, entretenerse, divertirse… Los seres humanos, y algunos mamíferos, precisan introducir los aspectos lúdicos en su desarrollo y crecimiento, eso parece determinado en sus genes, y juegan especialmente en sus épocas alevines, de cachorros, cuando aún no les oprime la responsabilidad de sobrevivir y son amparados y ayudados por el grupo, y la familia. Después pueden perder progresivamente la necesidad de esa expansión lúdica y creativa, pero humanos y mamíferos se forman con ella, y tienen la capacidad de inventar los juegos que la alimentan: solo tienes que observar a tu mascota para comprobarlo.

    El ser humano, debido a la complejidad de su mente, necesita aún más de ese relajamiento esencial para alcanzar su equilibrio, huir de sus preocupaciones, y como cada vez puede programar más y mejor la cobertura de sus necesidades físicas básicas para garantizar su supervivencia, puede dedicar más tiempo a otros aspectos que le enriquezcan y ayuden a crecer; aunque lo más habitual es que lo dedique a tratar de sobrevivir a una vida cada vez más estresante.

    Quizás lo más acertado sería dedicar una pequeña parte de ese tiempo sobrante, apenas dos sesiones de diez minutos diarios antes de acostarse y al levantarse, a conocernos a nosotros mismos, a meditar, que es simplemente dejar la mente en blanco, sin pensar en nada, y desconectar del mundo físico y material para reordenar el equilibrio interior y las energías lejos de todos esos problemas de nuestro entorno material, lo que sin duda nos hará verlos de otra manera. Probablemente acostumbrarnos a ese pequeño esfuerzo para estar con nosotros mismos también nos enseñaría a desear incrementar los momentos de contacto interior y con los seres queridos. Eso en definitiva ayudaría a cumplir otra parte fundamental de ese tiempo de ocio humano mucho más extensa que se debe destinar a satisfacer las necesidades afectivas y emocionales.

    Como todos los mamíferos necesitamos el contacto de nuestros semejantes, y con otros seres vivos, pues es importante para nuestro crecimiento como seres. Compartir tiempo y empatía con familia, amigos, conocidos, desconocidos, mascotas, plantas…, cualquier energía con la que sintonizar, nos ayuda a mejorar. El ser humano necesita dar y recibir afectos y energía de otra naturaleza viva para mantenerse equilibrado con el universo, quizás por eso el valorar tanto y aferrarse a lo material e inerte, nos deshumaniza. Parte de ese tiempo compartido se puede compaginar con la satisfacción de las necesidades lúdicas mediante juegos y entretenimiento en grupo.

    Entre las aportaciones del juego están la función emotiva y socializadora que nos facilita la relación con otros seres, también entrena, ejercita y educa la mente además de procurarle los necesarios descansos, relajación y entretenimiento.

    A lo largo de la historia la mente humana ha inventado y diseñado numerosos juegos para llenar esas necesidades lúdicas. Quizás uno de los más fascinantes e inagotables sea el ajedrez, completamente actual a pesar de contar con más de mil doscientos años sin apenas modificaciones en sus normas. Aunque ahora se vea muy superado por la espectacularidad de la realidad virtual de los videojuegos, quizás tenga más que ver con ellos de lo que parece a simple vista. Precisamente fue el ajedrez —un juego básicamente matemático, como el secreto del mismo universo buscando el equilibrio, y como el lenguaje informático, basado en las combinaciones— uno de los primeros retos para idear tecnologías relacionadas con la inteligencia artificial.

    Ya en los siglos XVIII y XIX se trataron de construir autómatas capaces de jugar al ajedrez. Muchos de ellos eran un fraude, pero el germen de la idea cristalizó y, además de motivar la construcción de robots y autómatas para otras muchas funciones, por fin logró conseguir máquinas que sí lo hicieran realmente y mejorarlas progresivamente. El punto culminante del intento de crear una inteligencia artificial que jugara al ajedrez llegó con Deep Blue, el ordenador creado por IBM, que logró derrotar en 1996 al campeón mundial Gary Kaspárov. El ruso acabó ganando la serie por cuatro puntos a dos después de tres victorias y dos tablas en los cinco enfrentamientos siguientes, pero por primera vez una máquina ganaba una partida al campeón mundial de ajedrez del momento. Al año siguiente un ordenador mejorado ganaba a Kaspárov por 3 ½ a 2 ½ en una nueva serie a seis partidas, aunque el equipo del campeón dudó de que la máquina luchara sola y sin asistencia directa humana, ya que en una ocasión la máquina no aceptó el sacrificio de una pieza por parte del jugador soviético de Azerbaiyán. La lógica de la inteligencia artificial de las combinaciones matemáticas señala que la jugada más ventajosa es comerse la pieza y aún no llega a la habilidad humana de establecer un plan ingenioso, e incluso retorcido.

    Sin duda el juego, en todas sus variantes, tiene mucho que ver con la evolución de la humanidad en aspectos muy diferentes y en muchas ocasiones insospechados.

    En el caso del ajedrez su permanencia en el tiempo y las ya citadas motivaciones creativas y tecnológicas de su juego ratifican la brillantez que encierran las inagotables posibilidades de buscar la derrota del rey rival a través de un simple ejército de dieciséis piezas con diferentes funciones y movimientos, en un campo de batalla de sesenta y cuatro cuadros. Actualmente hay estudios que indican que la práctica del ajedrez puede prevenir el Alzheimer porque mantiene más activa a la mente.

    En cualquier caso, ninguno de esos ingenios se acerca a la posibilidad del magistral juego de la creación cósmica, que nos ofrece infinitas posibilidades de vivir la vida. La partida acaba cuando nuestros cuerpos mueren y las mentes se reintegran a su origen para repetir el ciclo. En el camino se quedan cientos de miles de informaciones y experiencias percibidos por nuestros cuerpos y registrados e inventados por nuestras mentes que constituyen los contenidos de nuestra participación en el interactivo prodigio del escenario del cosmos, aunque el ser humano aún reduzca la mayoría de sus actividades al planeta azul.

    El hecho de que sea la época de la niñez en la que más cabida tiene el tiempo lúdico es un arma de doble filo, ya que es precisamente en la que el ser humano es más receptivo y capaz de aprehender, lo que facilita su aprendizaje y educación, pero también es cuando es más débil y manipulable. En estas edades tempranas las orientaciones son imperceptibles y fácilmente asimilables, especialmente si se realizan a través del juego, por lo que son circunstancias añadidas que delatan que es relativamente sencillo condicionar y dirigir los comportamientos humanos.

    El poder de la mente tiene la capacidad de crear, generar, construir, cambiar o modificar la variante vital que en ese momento la albergue. Lo primero y más trivial que puede hacer para demostrar su poder es decidir cómo actuamos, lo que hacemos en cada momento, las órdenes que le transmitimos al cuerpo, así como la actitud que adoptamos ante situaciones sobrevenidas, aunque no podamos influir en ellas.

    Estas opciones, como la mayoría de las decisiones que tomamos, parecen completamente conscientes, pero los últimos experimentos con neuroimagen demuestran que la parte inconsciente cerebral ya ha tomado una determinación unos segundos antes de que la parte consciente la reafirme. De hecho, nuestro inconsciente, donde se almacenan caóticamente las experiencias, recuerdos, sensaciones, percepciones…, adquiridas a lo largo de nuestra vida, desde que éramos fetos, e incluso los instintos que permitieron a nuestra especie surgir, sobrevivir y evolucionar, además de las influencias genéticas y ambientales, es capaz de procesar once millones de bytes por segundo, mientras que el consciente llega como máximo a cincuenta. Así, en la toma de decisiones, influye la información almacenada en el inconsciente, y es este quien la valora para decidir. El consciente simplemente acata esa decisión y la expone, con la creencia de que ha sido él quien la ordena. Ya Baruch de Spinoza, un pensador determinista, afirmaba en el siglo XVII que «Los Hombres se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza».

    El consciente nos expresa en cincuenta bytes por segundo la decisión que ha tomado el inconsciente analizando once millones de bytes por segundo. El primero solo puede analizar en cada momento uno de los miles de datos que baraja el segundo en el mismo tiempo, y para colmo hay pensamientos, emociones o problemas que nos obsesionan con demasiada frecuencia y ocupan excesivo tiempo en nuestra consciencia, lo que cada vez es más habitual en la sociedad actual donde se multiplican los problemas, informaciones, necesidades, anhelos y aspiraciones materiales creadas artificialmente por el sistema.

    En realidad, la función del consciente es poco más que ejercer de portavoz del inconsciente y discernir si los datos que analizamos en ese momento son presentes, los percibimos ahora, pasados que están almacenados en nuestra memoria o futuros, que aún no han sucedido y los estamos imaginando. La mente consciente nos permite percibir la realidad física del ser en la que se encuentra en ese momento, la partida que está jugando y el modo de actuar según los condicionantes inherentes y los aprendidos, todos aquellos que se alojan en cerebro reptil, sistema límbico y neocórtex. Aunque puede que no decida, normalmente, si es consciente de las decisiones. Morir solo es ser consciente de que se abandona esa experiencia material para reintegrarse en la energía originaria con el fin de repetir el proceso; de que se abandona la partida, aunque para el resto de los jugadores del mismo escenario sea un misterio.

    El inconsciente facilita nuestras vidas porque evita que nuestro consciente tenga que procesar continuamente los datos que ya conocemos, pero del mismo y determinante modo influye en nuestros actos, por muy racionales y conscientes que pensemos que son. ¡Es pura soberbia! A los humanos les gusta aparentar que son muy poderosos, que son dueños conscientes de sus actos e incluso que son lo más importante de la creación y el planeta donde vivimos, el centro del universo, mientras no se demostró lo contrario. Todo eso es pura e infundada vanidad porque la realidad es que fuimos de los últimos en llegar a este milenario e infinito universo.

    Si consideramos que este tiene un año de existencia, nuestra aparición en él fue apenas hace un par de horas, el delfín lleva bastante más rato, y encima tenemos que aceptar que, aunque seamos conscientes de muchas cosas, nuestra vida está regida por el inconsciente. Esa es la paradójica grandeza del hombre: siendo tan insignificante es, potencialmente, capaz de todo porque su poderosa mente es esencia creadora. Pero esta fuerza creativa está orientada hacia el exterior que nos deslumbra y potencia la avaricia, la envidia y el orgullo. Por eso, en lugar de propiciar humildad, equilibrio y solidaridad, que es lo necesario para adaptarnos y comprender el sistema, inventamos que estamos en la cúspide de la creación, que dominamos todo lo material y hacemos de ello lo que deseamos para adaptarlo a nuestras necesidades. La arrogancia la mostramos al acumular pertenencias y presumibles riquezas para sentirnos seguros y fuertes y por encima de los demás, pero la realidad es que todos somos iguales.

    Cuando llegamos a este mundo debemos conocerlo para adaptarnos a él y sobrevivir, y de ahí que tengamos que mirar con demasiada frecuencia hacia el exterior. Las percepciones de nuestros sentidos físicos, y básicos, los convierten en transmisores entre el mundo material externo y la mente que nos rige. Las fabulosas cualidades de los sentidos físicos multiplican la capacidad de seducción del universo material que nos rodea, y nos mantienen atrapados en él. En realidad, esa atracción ha aumentado progresivamente con la seguridad y comodidad con que se ha ido rodeando la humanidad, y lo han hecho hasta el punto de dejarnos totalmente adormecidos e indefensos, amaestrados por los poderes económicos. Cuando nuestra especie tenía que velar por su integridad, protegerse de las fieras y de otros peligros y garantizar su supervivencia, los sentidos eran esenciales en ello, aunque también cumplían las placenteras funciones de comunicarnos con el exterior.

    Ahora en muchos lugares, dada su precaria situación, siguen cumpliendo, en parte, esa función protectora, pero en el occidente desarrollado y sus zonas de influencia se han convertido únicamente en modos de obtener placer. La comodidad y la seguridad nos han llevado a ser completamente manipulables mediante el placer que obtenemos a través de nuestros sentidos y del condicionamiento de las dos emociones más básicas que hemos ido consolidando evolutivamente: el amor (a nuestros padres, a quienes nos cuidan cuando estamos indefensos, el afecto que en todo caso necesitamos como mamíferos, y desarrollado en el sistema límbico…) y el temor (a las fieras, a la soledad, a la oscuridad, al frío, al hambre…, inscrito a fuego en nuestro cerebro reptil e incrementado en ocasiones por el apego emotivo). Pero ya profundizaremos más delante, y en diversas ocasiones, sobre la importancia de todos estos aspectos en nuestras actitudes y comportamientos.

    Funcionalmente los sentidos son constantes conexiones con el exterior: el sabor y el olfato nos transmiten percepciones químicas, mientras que la vista, el oído y el tacto tienen más que ver con los fenómenos físicos de ondas, vibraciones y presión, y temperatura respectivamente. Son los perfectos sensores que permiten a la mente vivir y analizar el cuerpo y la realidad exterior y material dentro de los parámetros y amplitud para los que están reglados, no así los que están fuera de esas medidas, ni especialmente, muchas de las variables y manifestaciones energéticas.

    Ninguno de nuestros sentidos físicos necesita esforzarse para funcionar correctamente, así que la información nos llega por ellos sin efectuar ningún esfuerzo, por eso mismo estamos estancados en su uso. La percepción interior, nuestro potencial infinito, se rige por unos sentidos diferentes y extrasensoriales que debemos descubrir y potenciar. Pero mientras la cómoda evidencia de las sensaciones físicas los eclipse, no seremos capaces de descubrirlos y aceptarlos. Cuanto más miremos al exterior y a lo material que detectamos con nuestros sentidos físicos más manipulables seremos, y menos nos conoceremos a nosotros mismos.

    Es este aspecto, aunque todos los sentidos obtengan informaciones privilegiadas y vitales, quizás el más espectacular y valioso por sus características, amplitud y cantidad de información que proporciona sea la vista. Su primacía queda patente: podemos oír algo, tocar algo, oler algo o gustar algo, pero normalmente los datos que nos dan más seguridad para afirmar la naturaleza de lo que estamos examinando son habitualmente los visuales. «Lo he visto» es la mayor aseveración que puede hacer un ser humano para manifestar su certeza. La vista es el sentido que más información del exterior nos facilita, en el que más confiamos y, por lo tanto, el más manipulable. También es el primer modo de comunicación entre el bebé y quienes le rodean, y siempre buscan el contacto visual directo con ellos y con sus ojos cuando pretenden establecer algún tipo de conexión y no tienen otro medio de hacerlo, del mismo modo que rompen en llanto cuando algo les incomoda.

    El conocimiento y la evolución, si el capitalismo no lo impide, nos llevarán a comprender que los sentidos son los instrumentos para comunicarnos y conocer el mundo físico y material en el que experimentamos la vida, y nuestras capacidades extrasensoriales son las que nos mantienen conectados con todos los tipos de Energía que componen el universo y con las que estamos íntimamente ligados. Cultivar cómo comunicarte con ellas es la clave para sublimar las vivencias. Aquí se resuelve otra contradictoria inmensidad humana: el hombre es insignificante en el mundo material y todopoderoso en el energético.

    Mientras sigamos esclavizados al mundo material mantendremos la arrogancia de estar en la cima de la creación física y de ser superiores a los demás, incluidos los de nuestra misma especie, la misma que alimentamos con la acumulación de objetos y propiedades materiales, aún a costa de explotar y destruir a nuestros semejantes y a todo lo que se sitúa en nuestro entorno. La ambición por lo material y las posesiones es el pecado original de la humanidad, el que no nos permite vivir en el paraíso en el que podríamos estar porque mientras unos pocos se quedan con todo, muchos se mueren de hambre, cuando en este edén asolado por las guerras e injusticias que provocan la desigualdad y la ambición, hay alimentos y bienes necesarios para que todos pudieran vivir bien.

    Verdaderamente es un sinsentido esa loca carrera hacia la consecución de propiedades y logros materiales porque nos vamos de este mundo tal y como vinimos, lo único que quizás nos llevemos sean la experiencia de una vida que es tanto más rica y placentera cuanto más hayamos sabido generar circunstancias positivas y equilibrio en nuestro entorno, ayudando al fluir natural de toda la energía vital que nos rodea, especialmente la de nuestros semejantes. El equilibrio produce bienes materiales suficientes para una estabilidad en el sistema, la acumulación de propiedades y riquezas genera desequilibrios en los que, por ejemplo, el 1% de los más ricos recibe lo mismo que casi el 60% de los más pobres. El planeta está en manos de poco más de mil multinacionales, en muchas de las cuales los principales accionistas son coincidentes, mientras que la población mundial para finales de 2011 alcanzaba los siete mil millones, mil más que hace apenas doce años, y superaba los siete mil quinientos millones a finales de 2017, con una proyección que la ONU situaba próxima a los diez mil millones para el 2050.

    La evolución de la humanidad nos ha llevado a ser vanidosos, prepotentes, soberbios y mezquinos hasta el punto de permitir que mientras unos se enriquecen indecentemente otros se mueren de hambre a pesar de que se derrochan, estropean o tiran diariamente cientos de toneladas de alimentos. Todos somos un poco culpables de que suceda eso. Nuestra soberbia lo es. Hasta de declarar que queremos salvar al planeta de nuestras propias atrocidades, cuando en realidad deberíamos decir que queremos conservar en el planeta las condiciones que nos permiten sobrevivir, aunque la avaricia humana lo hará difícil. El universo y la tierra han superado situaciones mucho más adversas que la que nuestra insignificante existencia pudiera provocar y lo continuarán haciendo. Del modo en el que actuamos solo acabaremos con unas cuantas especies más, sin duda demasiadas, incluida la nuestra.

    Si no estuviéramos tan obsesionados con poseer el esplendor externo y material que nos deslumbra, y mirásemos más a nuestro interior podríamos llegar a comprender que nuestro valor radica en nuestra mente, en lo que somos, no en lo que tenemos, poseemos o aparentamos; y lo que somos es seres privilegiados con una mente capaz de comprender y crear universos. ¿Para qué hacerlos entonces tan injustos?

    Si repasas los acontecimientos más trágicos que están ocurriendo en este mismo instante en diferentes rincones del mundo observarás que los que no están provocados por catástrofes naturales siempre tienen las mismas causas en su origen, e incluso algunas de esas catástrofes naturales las pueden tener. Si piensas que los motivos económicos (armas, drogas, petróleo, diamantes, fármacos, minerales, prostitución, esclavitud, explotación…) son suficientes para justificar tanta tragedia gratuita y evitable es que te han hecho creer que la actual situación del planeta es la mejor de todas las posibles, con unos pocos enriqueciéndose a costa de la mayoría, mientras se legitima una falsa democracia en la que legislan unos mediocres políticos puestos en sus cargos por esos pocos magnates y especuladores que controlan bancos, Gobiernos y multinacionales. Es por el dinero y el poder por el que permanecemos esclavizados. Al fin y al cabo, es muy fácil hacernos creer cualquier cosa.

    Desde que nacemos permanecemos anclados a nuestros sentidos físicos para conocer el mundo, especialmente el de la vista, que en el fondo es el más relacionado con las apariencias y el aparentar. Así, ávidos de aprender y tenemos facilidad para hacerlo, desde pequeños se nos puede educar y condicionar tendenciosamente para hacernos creer cualquier cosa con cierta facilidad, y más aún cuando somos consecuencia de nuestro inconsciente, que es quien decide. Entre todos permitimos las tragedias del planeta, pero podemos cambiarlo con pequeñas variaciones en nuestra actitud. Para ello tal vez deberíamos aprender a ser tal cual somos y dejar de aparentar lo que nos quieren hacer ser.

    Muestras del poder mental

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