La noche del fin del mundo
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Niklaus Branstechen y Pia Gyger, él sacerdote jesuita y ella de la congregación Katharina Werk, en Suiza. Nacieron en los años de la Segunda Guerra Mundial y se conocieron, ya ordenados, cuando realizaban un retiro espiritual. De allí nació una gran amistad que reconoció desde el primer momento sus afinidades y que fue creciendo con el diálogo abierto y sincero de sus sentimientos. Ambos encontraron aceptación en sus comunidades religiosas, y en el budismo zen, la manera de controlar sus sentimientos y canalizar la poderosa energía del amor en una profunda experiencia espiritual.
Sus diálogos fueron publicados en 2014 por la editorial Kösel bajo el título Es geht um die Liebe. Aus dem Leben eines Zölibatären Paares (Se trata del amor. Sobre la vida de una pareja en celibato). Esta experiencia me inspiró para narrar de manera novelada la relación epistolar de una monja mexicana con su confesor durante los primeros años del México independiente, entre los escenarios del Colegio Apostólico de Guadalupe, Zacatecas, y el convento de religiosas capuchinas en Lagos de Moreno, en los Altos de Jalisco. Las cartas que se presentan en este libro se conservan tal cual; sólo se hicieron modificaciones de sintaxis y ortografía para que pudieran ser leídas con amenidad y comprendidas en su contexto. En dichas cartas se menciona repetidamente el libro de Josafat, reimpreso en Lagos de Moreno en 1825 y utilizado como lectura edificante en las congregaciones religiosas, por lo menos de carisma franciscano. Este libro fue condenado por la Inquisición y quemado, o escondido en estos lugares, en los días posteriores a su publicación.
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La noche del fin del mundo - Lourdes Celina Vázquez Parada
1812
Prefacio
Se trata del amor… Casi al final de sus vidas, dos religiosos que se amaron profundamente y vivieron en celibato decidieron contar sus experiencias. Niklaus Branstechen y Pia Gyger, él sacerdote jesuita y ella de la congregación Katharina Werk, en Suiza. Nacieron en los años de la Segunda Guerra Mundial y se conocieron, ya ordenados, cuando realizaban un retiro espiritual. De allí nació una gran amistad que reconoció desde el primer momento sus afinidades y que fue creciendo con el diálogo abierto y sincero de sus sentimientos. Ambos encontraron aceptación en sus comunidades religiosas, y en el budismo zen, la manera de controlar sus sentimientos y canalizar la poderosa energía del amor en una profunda experiencia espiritual.
Sus diálogos fueron publicados en 2014 por la editorial Kösel bajo el título Es geht um die Liebe. Aus dem Leben eines Zölibatären Paares (Se trata del amor. Sobre la vida de una pareja en celibato). Esta experiencia me inspiró para narrar de manera novelada la relación epistolar de una monja mexicana con su confesor durante los primeros años del México independiente, entre los escenarios del Colegio Apostólico de Guadalupe, Zacatecas, y el convento de religiosas capuchinas en Lagos de Moreno, en los Altos de Jalisco. Las cartas que se presentan en este libro se conservan tal cual; sólo se hicieron modificaciones de sintaxis y ortografía para que pudieran ser leídas con amenidad y comprendidas en su contexto. En dichas cartas se menciona repetidamente el libro de Josafat, reimpreso en Lagos de Moreno en 1825 y utilizado como lectura edificante en las congregaciones religiosas, por lo menos de carisma franciscano. Este libro fue condenado por la Inquisición y quemado, o escondido en estos lugares, en los días posteriores a su publicación.
Durante mucho tiempo lo buscamos en diferentes archivos y bibliotecas, preguntando a especialistas y conocedores. Nadie supo decirnos nada. Es así que pensé, cuando llegó a mis manos, que se trataba del famoso texto medieval Barlaam y Josafat, que no es otro que la versión cristiana de la vida de Buda, el príncipe indio Sidharta Gautama, de quien se conservan manuscritos y grabados en diferentes monasterios europeos, particularmente en el Monte Athos de Grecia.
Estando lista la primera versión de esta novela, me enteré, gracias a Claudia Castellanos, que una copia del libro que mencionan las cartas se encuentra registrada en el Acervo de Fondos Especiales de la Biblioteca Pública de Jalisco. Cuando lo consulté, vi con sorpresa que se trataba de otra: La venida del Mesías en Gloria y Majestad, firmado con el seudónimo de Josafat ben Ezra, un supuesto judío converso. Al leerlo, me convencí de que era la obra mencionada, ya por el uso repetido de las mismas frases en las cartas de sor María Petra, o por el tono milenarista del texto original (de allí fueron tomados los epígrafes que abren algunos capítulos de esta novela). Este hecho y la realidad que vivimos en los últimos años me llevaron a reescribir todo el texto enfatizando en el aspecto milenarista que da título a la novela.
Las referencias al oráculo fueron tomadas del libro chino de sabiduría milenaria I Ching, Libro de las Mutaciones, versión de Richard Wilhelm. Asimismo, en diferentes páginas aparecen citados, además, los siguientes títulos:
Sabiduría de un pobre, Eloi Leclerc
Budismo moderno, Geshe Kelsang Gyatso
Camino de perfección, santa Teresa de Jesús
Giordano Bruno o el espejo del infinito,Eugen Drewermann
Diálogo entre razón y fe. Eugen Drewermann en Guadalajara, Lourdes Celina Vázquez Parada (coordinadora)
Iglesia, carisma y poder, Leonardo Boff
Excluyendo las cartas de sor María Petra de la Santísima Trinidad Zapata, quien se refiere a sí misma como Piedra del Patio, los textos tomados de la obra de Josafat, las referencias a comentarios de Facebook o mensajes en cadena por otros medios digitales, el resto de la obra es producto de la imaginación.
Bosque de La Primavera, mayo de 2019
1
Guadalajara, septiembre de 2012
Fue en mayo, cuando el sol empezó a quemarnos, que las señales se hicieron claras. Al sur, el lago fue secándose y la aridez se extendió por todos lados. Al oriente aparecían cadáveres en bolsas negras y mantas amenazantes en los puentes de las autopistas. Al poniente, los incendios asolaban el bosque ganando la lucha a bomberos y ejidatarios. Las cuadrillas de voluntarios resultaban insuficientes para controlar el fuego y, cuando apagaban uno, aparecían multiplicadas por todos lados enormes nubes grises que ensombrecían el cielo y llenaban las ciudades de ceniza. La gente dejó de sumarse a las brigadas cuando vio a los animales salir desesperados a la carretera y con la piel quemada. No había más que hacer, sino dejar que el incendio se extinguiera por sí solo y orar para que llegaran las primeras lluvias. La batalla estaba perdida. Cientos de miles de hectáreas fueron consumidas y reducidas a carbón. Miles de animales, incinerados. Seis grados más de calor que debimos soportar, cuando ya de por sí nos sentíamos entre las brasas.
Pedimos agua con tanto fervor que las lluvias aparecieron en forma de huracanes. En el Pacífico y el Atlántico, el mar inundaba las ciudades de las costas, alejándose primero y succionando el mar para luego expulsar millones de guijarros entre secos y fuertes sonidos y olas inmensas, como si fuera un tsunami. Las noticias decían que las islas del Caribe y la Florida completa desaparecerían sumergidas por las tormentas y los oleajes, que llegarían derribando árboles, edificios y todo lo que durante siglos había sido construido por la mano del hombre. Katarina se acercaba a las costas de Florida aumentando su intensidad a cada paso, cubriendo el cielo con densas capas de nubes que giraban desplegadas desde el gran ojo de su centro, oscureciendo la tierra bajo fuertes tormentas de granizo y relámpagos. La gente llena de pánico se volcó a las carreteras tratando de alejarse del peligro. El éxodo fue masivo y quedaron varados días y noches en caminos congestionados. Los que no, corrieron a los centros comerciales a comprar tablas, baterías, galletas, comida enlatada y mucha agua, a pesar de las amenazas de morir ahogados. El día en que se anunciaba el fin del mundo se encerraron en sus casas tapiadas desde donde escuchaban, en la oscuridad, las ráfagas amenazantes: ¡Coño! ¿Qué es esto? ¡Se va a caer todo!
, ¡Qué miedo! ¡Hay vientos horrorosos!
, ¡Todo se mueve, pero no veo nada! ¡Se oye feo!
, ¡Juro que no tienen idea! ¡Se está metiendo el agua por todas partes!
.
… Sello y protejo con el poder de la sangre de Jesucristo, el Señor, esta casa, con todo lo que es, con todo lo que tiene… Sello y protejo con la preciosísima sangre de Jesucristo la puerta principal, todas las paredes, los techos, los rincones, cada una de las columnas… los cuatro puntos cardinales. Sello y protejo todo el material con que se construyó… Sello y protejo con el poder de la sangre de Jesucristo, el Señor, la pintura con la que está revestida, todas las puertas de todos los cuartos, todas las áreas… Pido a Jesús que toda mi casa sea bañada con su preciosísima sangre, de tal manera que nada ni nadie pueda provocarnos ningún daño, ni a mí ni a los míos, ni a cualquiera de mis parientes, amigos o visitantes. ¡Amén, amén, amén!
Mientras mirábamos al norte y veíamos asombrados los destrozos de los huracanes y los miles de damnificados que caminaban por las calles descalzos y semidesnudos, como zombis, con la vista perdida y clamando al cielo, en el sur del país el firmamento se iluminó de repente con colores de auroras boreales, como presagiando con tanta belleza lo que vendría enseguida: el suelo comenzó a cimbrarse y a tirar las frágiles viviendas de familias tsotsiles y tzeltales, mixes y chontales, que empezaron a ver los rostros de la muerte en cada casa. Ellos, en lugar de huir despavoridos, se plantaban silenciosos frente a sus chozas cuidando a sus muertos, depositándolos suavemente en la tierra, de la que fueron formados y a la cual volvían.
El terremoto volvía también a abrir las entrañas de la ciudad más poblada del mundo, como treinta años atrás. Era el mediodía del 19 de septiembre cuando observamos asombrados los videos en las redes sociales que mostraban cómo se movía la tierra, primero girando suavemente y luego trepidando de manera rápida e inesperada, agrietando muros, colapsando construcciones, arrojando a las calles fachadas enteras de edificios habitados. Grandes y pesados bloques de cemento cayeron sobre las banquetas atestadas de gente; los pisos de las torres caían uno sobre otro como fichas en un tablero, sepultando a miles de personas. La gente lloraba y se empujaba para salir corriendo, pero el movimiento los regresaba a cada paso y los hacía caer en pasillos atiborrados. En la carrera por salvarse, gritaban angustiados aventándose y pisando a los que habían caído, tronando huesos y rasgando vestiduras. El asfalto de las calles se movía hacia arriba y hacia abajo, como si fuera una gran alfombra sacudida por manos de gigantes que la agitaban desde el centro de la tierra, del mero infierno, allá donde dicen que vive el Diablo. Parecía el fin del mundo. Las señales se estaban cumpliendo.
2
Yo. La Piedra del Patio
Convento de San Juan, 1821
Contemple Vuestra Paternidad lo que pasa con una piedra del empedrado: caminan por encima de ella para pisarla, la escupen, se sientan, se paran en ella. Pasan a su lado sin tomarla en cuenta, la hallan sumamente incapaz para todo trato de gentes, indigna de toda atención, ociosa para todo empleo, inútil para toda conversación, desatendida en todo parecer. Así me hallo yo en este convento.
Si hasta mi sobrina, a quien crie y puse el velo en la cabeza a costa de tantas congojas y es vicaria actual, se maneja lo mismo que todas: me ignora y me desprecia. Un día que le di el sentimiento porque ya no venía a verme y se retiraba cuando me veía pasar, me dijo que ya lo tenía consultado con las superioras y que le habían dicho que mejor era no visitarme, a visitarme y que hubiera pecados. ¡Cómo quedaría mi corazón de atravesado! No sé explicarlo…
Se lo dije en confesión a través de la cratícula la última vez que pasó por esta casa. Fray Romualdo, mi amado padre y confesor, es el único que me escucha y aconseja. Gran congoja tiene ahora mi corazón al saber que piensan alejarlo del convento y mandarlo a misionar a tierras lejanas. ¿Qué haré entonces yo, sola y desamparada entre las rejas de esta casa, soportando los cuchicheos de las monjas y los chismes que me inventan? La última vez que vino fue antes de la Cuaresma, a prepararnos para el recogimiento de la Semana Mayor. Fue entonces, cuando lo escuchaba predicar en el altar, que me mostró Nuestro Señor que era yo la piedra del patio: reflejé y vide lo que es, y entendí que me pasaba a mí lo mismo. Por eso le dije: Calcule usted el estado de una piedra de un empedrado porque idéntica estoy yo, pero más merezco por mis pecados
. Y ahora, en mis apuros, entiendo el total sentido de la piedra y me sosiego y doy gracias a Dios porque en Vuestra Paternidad hallo abrigo y consuelo, y porque sé que alaba al Señor por mí. Esta merced hace su Majestad a mí y no a otras de tanto mérito que viven en este convento.
Aquí sólo me acompañan Guadalupe y la niña que atendemos y vive en nuestra celda. Guadalupe es ya mayor y se enferma con frecuencia. La niña está aprendiendo a escribir. A ella pediré que me haga algunos renglones para mi amado padre cuando yo no pueda, porque mi letra es tan deforme que a veces ni yo misma me entiendo.
3
Guadalajara, abril de 2012
Pero no todo había iniciado en ese año, en esos momentos. La noche del fin del mundo comenzó el último día del segundo milenio, cuando pensábamos que el universo iba a explotar y a desaparecer en el último segundo. Decían que el cielo escupiría llamas de fuego y que la tierra se abriría para tragarse