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Amor y Crimen
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Libro electrónico143 páginas2 horas

Amor y Crimen

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Un caso de la vida real al que Eddy León Barreto toma y le da brillo añadiéndole detalles de su imaginación para brindarle al lector una novela agradable de leer y que a la vez le deje mucho para pensar.
Matiza, como siempre lo hace en sus escritos, con la presencia de la relación de pareja, donde el amor y la pasión se funden con el escenario que nos plantea inicialmente. De esta manera, el lector se transforma desde la primera línea en testigo presencial de dos historias muy diferentes entre sí que, así como pasa con frecuencia en nuestras vidas, se unen en determinado punto para convertirse en una sola cuyo desenlace nadie espera.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 sept 2020
ISBN9781005170400
Amor y Crimen
Autor

Eddy León Barreto

Eddy León Barreto es un periodista venezolano con una larga experiencia en medios de prensa y audiovisuales de su país. En los últimos años se ha dedicado a escribir sobre temas de actualidad y novelas enmarcadas en la ficción histórica y en la ciencia ficción. De estas últimas ha escrito Baraka, el perdón de las brujas, Lucía No Debe Morir, El Proyeccionista de Películas, Por Un Venao Caramerudo, La Túnica Inconsútil de Jesús, y Aquellos Perros Inolvidables. En ensayos, suyos son Perdona Todo, No Importa Qué ( sobre Un Curso de Milagros) y Amar y Sufrir en Grande

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    Amor y Crimen - Eddy León Barreto

    Cuando terminé de desabotonarle la blusa, de muy suave y límpida textura, e iniciamos unos besos demasiados escrupulosos, al principio, fue que mis dedos comenzaron a juguetear en su espalda tanteando el clip que desabrocharía su sostén que aprisionaban, lo que después miré e imaginé que eran, los pechos más lindos que desde que tenía uso de razón había visto en mi vida. Saltaron como mariposas, sin movimientos bruscos, y tuve la sensación que estaba viviendo un momento mágico, el cual quería extender por toda la eternidad. Pero los cuerpos llamaban a otra cosa, y, en instantes, ya estábamos sobre la cama y comprobé que era verdad lo que me decía que solo había tenido sexo con su esposo tres veces en los cinco años de matrimonio: la primera vez, en la luna de miel; la segunda, semanas antes de quedar embarazada del primer niño; y, la tercera, tres años después cuando al mes siguiente supo que había quedado otra vez en estado, pero sin saber el momento incierto, porque no recordaba que hubiera tenido relaciones.

    Lo que pasó después fue la vorágine de unos deseos muy largamente reprimidos que catapultaban las ansias sexuales de una pareja treintañera: solo se quería buscar tiempo para estar juntos, pero más unidos en lo que tiempo después comencé a llamar la prisión de la cama, con un solo carcelero. A la larga, no hubo manera de lograr una vida normal y, todo aquello de echar a un lado lo que decían de esa relación, adulterio, rompe hogares, insensatos, quedó a la espera de una decisión liberadora que parecía difícil lograr en el devenir de los días y los meses.

    La algarabía de alguien tocando la puerta y a la vez hablando sobre que la habitación era por horas y no por día, nos despertó. Habíamos llegado doce horas antes a aquel motel de carretera e iniciada una intimidad que no se veía venir por el respeto que se tiene hacia la mujer ajena, pero hubo mucho de empatía, y, de un café a un almuerzo, paseos, cine, más conversaciones, se pasó a lo que hoy estaba ocurriendo y que en el subconsciente se buscaba desde que nuestros ojos se miraron por primera vez. Pero después, estaríamos envueltos y unidos en la investigación de un crimen en la que haría falta mucho más que inteligencia para poder ver la luz hasta el final del túnel.

    2

    OCHO AÑOS ANTES

    Unos zamuros volando a ras del techo del «Rancho de Dios», una vieja casa cercada de enredaderas con flores encendidas y sembrada de frutales, avizoraron al caporal que algo malo debió haber ocurrido con el patrono.

    «La mañana tempranera amaneció con vientos fríos, pero seguro que terminará con un calor abrasador»— pensó cuando decidió iniciar la búsqueda, saliendo casi oscuro.

    — ¡¿Con quién vamos!? —gritó recio el hombre a la peonada que lo acompañaba, y al instante la respuesta:

    — ¡Con Dios y la Virgen! —dijeron en coro.

    — ¡Ah agobiante sol infernal de este verano, como si parece que nunca va a terminar de acabarse! — les gritó nuevamente como queriendo desviarse de la presunción que desde la noche anterior se le había metido en la cabeza. Iban a caballos a paso de trote, como si les costara un mundo tener que llegar a lo que, en verdad, no querían llegar. En el llano lo cerca parece estar mucho más allá de lo que los ojos ven. Y esa casa si estaba quedando lejos.

    — ¡Ya entró junio y ni una nube! —respondió uno de los jinetes.

    — ¡La entrada de agua se ha retrasado! «Sigue el viento, compadre, sin una sola seña de lluvia»—dijo otro.

    — ¡Pero en cualquier momento todo amanece verde! — replicó un tercero.

    —Los viejos son más testarudos que cuando jóvenes. ¿A quién se le ocurre venir a descansar en un cuchitril cuando se tiene un palacio en medio de tierras fértiles y con agua de sobra? — preguntó dirigiéndose al más cercano de los tres jinetes.

    — ¡Son las memorias! — le contestó.

    El caporal guardó silencio. No comentó la respuesta del peón, pero sí la razonó. Como sus subalternos, era hombre de pocas palabras, pero ágil e inteligente en su patio en el que a todas horas tenía que demostrar determinación para ordenar que se ejecutaran sus órdenes. Para eso se era el jefe.

    —«Tiene razón, porque fue en esa casa con un poquito de tierra, donde don Emilio comenzó desde muchacho a trabajar y nunca paró, hasta convertirse en uno de los más grandes hacendados de la región. Es de sabio regresar a lo que se tuvo para no olvidar sus orígenes». Y empezó a recordar que el patrón le tenía un gran apego a la casa fundacional, nombrada como el «Rancho de Dios» porque todo allí se daba en perfecta paz y sosiego, y por eso le daba vueltas todas las semanas para ordenar pequeñas reparaciones y renovar la tierra que sustentó a los viejos pastos que alimentaron las primeras cabezas de lo que sería después una pujante ganadería de raza. Su hato empezó a competir con la inmensidad de la sabana de lo extenso que era. En el verano, una mancha gigantesca y moviente de animales copaba bajíos y esteros, que a la menor señal de la entrada del invierno era mudada por la bravosidad de la peonada a los bancos y medanales, conviviendo con una gran variedad de fauna, como aves, peces, reptiles, quelonios, felinos y otras especies. Pero el llano era también otra cosa desconocida, y él, como caporal lo sabía, como bien lo escribiera Rómulo Gallegos, en «Doña Bárbara»:..«La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben, holgadamente, hermosa vida y muerte feroz. Ésta acecha por todas partes; pero allí nadie le teme. El llano asusta; pero el miedo del Llano no enfría el corazón; es caliente como el gran viento de su soleada inmensidad. Como la fiebre de sus esteros. El Llano es tierra abierta y tendida, buena para el esfuerzo y la hazaña, todo horizonte como la esperanza, todo caminos, como la voluntad»".

    —« ¡Coño! pero él no se perdía por tantas horas. Siempre regresaba antes del atardecer, a menos que le haya pasado algo por el camino»—siguió pensando, y no tenía miedo sino malos presentimientos que se tornaban muy oscuros al unirlos con los sentimientos, porque, « ¡caramba! sumo más de treinta años trabajando con e0l viejo y no que era como el padre que no tuve, pero él si me consideraba como el hijo que se quedó en el llano para hacerle compañía en las faenas más duras». Y en las de más responsabilidad, porque el caporal es quien tiene mayor jerarquía y, además de ejercer la jefatura de los trabajadores, es responsable de llevar las cuentas, gastos y venta de ganado. Demasiada confianza con el patrón.

    Don Emilio Garavito, ya setentón, dudaba en jubilarse, en dejar que los demás, incluyendo hijos y empleados, administradores y abogados, se encargaran del destino de sus propiedades. Y esa tarde, un poquito después del mediodía, como acostumbraba, pero esta vez sin avisar, salió de la casona familiar en su caballo acompañado de su inseparable perro, a dar una vuelta por la vieja casa. No regresó, y como nadie lo esperaba nadie, a excepción del fiel caporal, tampoco se preocupó por su larga ausencia.

    3

    LA PRESENTACIÓN

    Las ocho de la mañana en un diario era la hora nona para recibir visitas o atender entrevistas. Nadie que conociera la dinámica de un periódico se le ocurriría llegar a esa hora, pero ella estaba allí, sin cita previa, solo de la mano de un colega, quien con toda confianza abrió la puerta de mi oficina para recordarme lo que me había dicho la noche anterior:

    —Jefe —dijo— perdona, pero viene conmigo la colega de la quien le hablé, necesita trabajo y es nueva, bueno graduada hace un par de años, pero es la primera vez que ejerce…

    No lo dejé seguir. Algo contrariado le repliqué

    — ¡Cónchale, vale, ni me acordaba! Estoy aún leyendo los periódicos de la competencia y me falta hacer la pauta de hoy; dame una horita más o menos, en este momento no tengo tiempo; así que dile eso a tu amiga, después hablamos, ok ¿sí? Sírvale un cafecito, y perdóname coleguita.

    Desde mi escritorio levanté la cabeza y pude verla a través de los ventanales que mostraban la amplia sala de redacción, a esa hora ya llena de reporteros y fotógrafos, esperando sus pautas de trabajo.

    La primera impresión que tuve de ella: una muchacha joven, morena claro, bien parecida, pelo castaño, ondulado y corto; sencilla en el vestir, estatura normal, peso igual, y que al momento de mirarla se disponía a encender un cigarrillo.

    —«Según el colega, es casada; no será la mejor opción para los dueños del diario» —pensé.

    Casi a la hora volví a mirar, después que la secretaria repartió las pautas de trabajo, y aún estaba allí, sentadita, fumando, pero ahora leyendo un libro, sola, porque ya el personal de reporteros había salido. Llamé por el intercomunicador a la secretaria y le dije que hiciera pasar a la señora.

    — ¡Buenos días, gracias por recibirme! —dijo con una vocecita que masticaba las r, lo que estaba de moda en la capital del país, donde había nacido, criada y educada.

    Cuando le dije que perdonara la larga espera y que tomara asiento, antes de que mis ojos se encontraran con los de ella, parpadearon maliciosamente hacia su blusa con dos botoncitos salidos de sus ojales, lo que dejaba mostrar un moderno corpiño que resaltaba lo que celosamente debía estar guardado. Sin duda, me sentí contrariado por mi indiscreción y, al notar que había sido una fea falta, traté de disimular moviendo las manos para ordenar el desorden que tenía sobre mi escritorio, pero ella supo, muy hábilmente corregir la causa del efecto colocando su cartera a nivel de su pecho y, con dedos hábiles, cerrar lo que no debió estar abierto.

    —Entonces, —comencé a hablar— según me explicó el colega Nicolás, usted está interesada en trabajar en el diario, aunque tiene muy poca experiencia en el reporterismo, ¿no es así señora…Manrique?

    —Sí, ese es mi deseo, pero le corrijo, es Manríquez con zeta, y mi nombre Gaila.

    — ¿De Manríquez...?

    —Es mi apellido de soltera, y no uso el de casada porque uno no sabe hasta cuándo durará el vínculo y estará ese «de» como atornillado, ¿no cree usted? —explicó lo último sonriendo, mostrando una bien cuidada dentadura, fijándome en sus labios, finos y atractivos. Ahora la miré directo a los ojos, como queriendo viajar a su interior. No desvió la

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