Llevado al Límite (Cuentos)
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La ira, ese instinto básico de supervivencia, es la pasión del alma que causa indignación y enojo y ha convivido con nosotros desde tiempos inmemorables.
Bulle en nuestra garganta, quema como el ácido, dispara acciones impensadas, temerarias y, muchas veces, de resultados adversos cuando nuestro cerebro oye lo que el corazón siente.
Karina Elisabet Rosa
Certified Project Manager Professional® and Scrum Master with 20+ years managing projects and business development.I have more than 20 years leading communities of software development teams that build innovative new digital products that enable companies to unlock new yield potential on their business. These product offerings are diverse and span from mobile & web apps, to data & analytics services, to smart devices using Internet of Things technologies along the digital transformation journey.
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Llevado al Límite (Cuentos) - Karina Elisabet Rosa
Llevado al límite
Primera edición: Agosto, 2016
Segunda edición: Setiembre, 2020
© Karina E. Rosa, 2020
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Table of Contents
Llevado al límite
Prólogo
El acecho
La deuda
Telaraña
El club de los Carcamales
Prólogo
Hay una marea en la vida de los hombres
cuya pleamar puede conducirlos a la fortuna;
mas si se ignora, el viaje entero
abocado está a perderse entre bajíos y miserias.
En pleno océano flotando nos hallamos:
Debemos aprovechar la corriente mientras nos favorece
o perder nuestra futura ventura.
W. SHAKESPEARE
Julio César, acto IV; parlamento de Brutus
El acecho
El viaje tuvo esa cualidad hipnótica y adormecedora que produce la sucesión monótona de campos vírgenes y parcelas con restos de viejos rastrojos de cosechas aferrados a la tierra, esperando que la peonada termine la penosa tarea de su erradicación. Un Abril que no se había desprendido aún del calor veraniego y el feriado de Semana Santa invitaban a huir temprano de la ciudad. Mario planeó el viaje al detalle y se ocupó de supervisar atentamente los preparativos de Luis. Suponía que tres viajes de caza al sur le daban cierta autoridad en la materia sobre su viejo amigo de la infancia, cuya actividad más peligrosa en los últimos años fue lidiar con los ahorristas enfurecidos del banco.
En Viedma los recibió Pedro Catani, dueño de La Clorinda
y amigo de la infancia de Mario; se escribían seguido a pesar de la nostalgia de la amistad sesgada por la lejanía y ocupaciones disímiles. Pero Pedro no podía acompañarnos en esta aventurita; la estancia era un coto de caza y esperaba la llegada de varios turistas deseosos de capturar buenos trofeos a cambio de unos cientos de dólares a la semana por una cama caliente, baño, comida y un ciervo colorado convenientemente arreado a la zona de acecho. Así las cosas, les presentó a Don Tito, baquiano de La Clorinda, la misma tarde de su llegada, para hacerles de guía hasta el Paraje El Escondido, donde les ayudaría con el apostadero y el cebado de la aguada.
El viejo Tito era el exponente mas viejo de los baquianos del lugar, acostumbrados a la invariable ronda de mate con galleta o asado con vino, según la hora del día; era imposible determinar su edad: solo era un viejo peón de campo, como tantos del sur, de baja estatura, delgado, la piel curtida por el sol y las piernas arqueadas por tantos años sobre la monta. Su más simpática peculiaridad era que, a pesar de ser argentino y tener de italiano sólo el apellido, como rastro de una improbable herencia paterna, le daba por pronunciar las jotas como ces. Cuando llevaba tiempo sin escucharlo, las carcajadas pugnaban por salir de la boca Mario ante cada ¡camine, caraco!
o ¡salga de ahí, coder!
, únicas dos frases que dedicaba a los perros, acompañadas siempre por un par de patadas a cada trasero; en verdad no sabía si la risa se debía a la adulteración fonética o porque no tuteaba a los perros.
Don Tito inclinó la cabeza y les tendió la mano en saludo al ser presentados, les cebó unos mates y les recomendó estar listos al alba para aprovechar el fresco de la mañana. La jornada sería larga y habrían de pasar la noche al descubierto, así que era fundamental estar bien descansado para que el cuerpo no se resintiese.
Partieron a la madrugada siguiente con la idea de tener el acecho preparado al mediodía. Abrían la marcha Mario y Don Tito, que cabalgaban cincuenta metros delante, provistos de guardamontes para protegerse de los matorrales, y machetes para abrir el fatídico chañar amarillento, con sus espinas tan largas como agujas de tejer capaces de causar profundas heridas al jinete despreve¬nido. Los dos perros, producto de cruzas ya imposibles de rastrear, cerraban la marcha detrás de Luis, el inexperto del grupo, nervioso y dolorido por cada golpe que da la montura al jinete novato.
Dos horas mas tarde, adentrados en el camino amurallado de zarzas, Luis sintió la necesidad urgente de apearse: sus riñones estaban a punto de fallar y las piernas eran dos garrotes unidos a un cuerpo que no controlaba; se sentía una marioneta,