Nuevas Ficciones
Por Raúl Zurita
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Nuevas Ficciones - Raúl Zurita
Shakespeare
Los boteros de la noche
1
La silueta del primer botero emergió poco antes del
alba, huracanado, recortándose sobre la inmensa
aridez del cielo. Debajo se alcanzaba a distinguir el
flanco de un bote y encima su figura se alzaba en el
momento de girar hacia atrás como si algo lo hubiera
hecho volverse abruptamente. Había levantado uno
de los remos como si se dispusiese a golpear con él y
el gigantesco vacío blanco de su cara parecía
escudriñar las corrientes. Más atrás se dibujaban los
contornos borrosos de una orilla y sobre ella el
tramado también borroso de lo que podrían ser
ciudades y luego unas montañas suspendidas en la
aridez infinita del cielo. Fue un segundo; había
alzado uno de los remos y yo grité escondiéndome.
Un instante después las ciudades y las montañas
hechas añicos flotaban como si fueran minúsculos
pedazos de papel en las corrientes. Hacia el fondo se
condensaban las primeras nubes altas y al descender
entre ellas las olas habían comenzado a oscurecerse
como coágulos. Al tocar el horizonte el río era una
sola masa sanguinolenta, ha amanecido y Abel
acaba de matar a Caín por celos del amor de la madre.
2
El cielo caía sobre el horizonte y la silueta del segundo
botero se recortó suavemente contra él como si fuera un
enorme manchón blanco. Estaba agachado, con la
cabeza vuelta hacia abajo y sus brazos parecían haberse
petrificado en el instante de recoger algo. Más adelante,
también a grandes rasgos, se distinguían los contornos
de un muelle de tablas, los reflejos del agua y hacia
abajo lo indescriptible: ríos y ríos de sangre, infinitos
torrentes de sangre, caudales y caudales de sangre. Esa
vez me había despertado gritando, afuera recién había
comenzado a aclarar y me volví a dormir casi enseguida.
Al levantarme ya era mañana y solo pude retener esas
imágenes: un muelle y la silueta de un botero recogiendo
mis restos en las orillas de un río de sangre. Su figura se
decantaba sobre el cielo, un cielo indefinible, que podía
ser de mañana o de tarde y al principio no me di cuenta
que soñaba.
Tú tampoco sabes si sueñas, te das vuelta en la cama y
dormida buscas a tientas mi mano. El cielo negro de la
madrugada se recorta tras la persiana y los boteros de la
noche esperan también el amanecer: los infinitos ríos
de sangre de la tierra en que tú y yo despertaremos. Es
15 de octubre y ya es tarde: tú veías televisión en un
cuarto de adentro y yo me acuerdo que gritaba, pero que
volví a dormirme de nuevo, casi en seguida. Lo recuerdo
y escribo estas líneas P en la amargura frontal de la noche.
3
Como si fuera un gigantesco vacío horadándose sobre el
cielo la figura del tercer botero se decantó horizonte
arriba, mientras que un poco más adelante, al costado
de lo que parecía un atracadero, se distinguían los
contornos difusos del bote. Estaba casi de espaldas, pero
el blanco de las cuencas de sus ojos resaltaba en la cara
vuelta hacia atrás como si de pronto alguien lo hubiese
llamado. Más abajo, las huellas de sus zapatos se
recortaban sobre el atracadero, después sobre la franja
inferior del cielo y más abajo aún, como si fueran
enormes pozas, continuaban marcándose sobre la
ensangrentada tierra, sobre las ensangrentadas calles,
sobre las ciudades rebasadas de sangre. Yo vivo en una
de esas ciudades rebasadas de sangre y escribo estas
notas mientras P duerme en el piso de arriba. Me había
dicho que no hiciera ruido al subir y recordé entonces
que el tercer botero estaba de pie en la inmensidad del
cielo y que al volver la cara, las cuencas de sus ojos se
posaron en mí como dos neblinas dulces y vacías.
También recordé que bajo el horizonte las huellas se
recortaban, una tras otra, como largos verrugones
estampados de sangre. Mientras subía me repitió que no
la despertara.
Te escribo entonces aquí P las instrucciones finales del
tercer botero de la noche: 1. Que despertaremos, 2. Que
nuestras bocas son dos ciudades llenas de sangre. 3. Que
sobre esas ciudades rebasadas de sangre despertaremos.
4
Abajo, sobre la tierra ensangrentada, los enormes pedazos
de las ciudades y de las montañas hechas añicos se
acumulaban por todas partes como si fueran animales
muertos. Encima, contrastando con el fondo azul del cielo,
la silueta del cuarto botero tenía el color de los desiertos.
Empujaba los remos hacia delante y no estaba solo;
emergiendo entre los manchones de las aguas infinidades
de seres se amontonaban sobre los escombros tratando de
alcanzar su bote. Durante toda la noche escuchamos los
golpes de sus remos apartándonos: eran comarcas
arrasadas, campos rebasados de sangre, multitudes que
flotaban a la deriva y antes del amanecer lo vimos.
Cubría por completo el cielo y el borrón de sus brazos
empuñando los remos resaltaba encima del horizonte
con la inmovilidad de una furia encarnecida. Mucho más
abajo las nubes parecían cangrejos cerrándose sobre la
incipiente madrugada. Cuando abrí los ojos el feroz
empujón de su remo apartándome me había destrozado el
corazón.
Es tarde. Los remos se hunden desde el cielo barriendo la
tierra y muy pronto romperán las ventanas y los muros de
la pequeña pieza desde donde te escribo. Tú duermes.
Afuera la noche es un río de sangre donde Abel mata a