Libro electrónico176 páginas1 hora
Cielo nocturno con heridas de fuego
Por Ocean Vuong
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Erudito, delicado, desgarrador, Vuong enraíza su poesía en el mito grecolatino y la combina con la musicalidad de su Vietnam natal para abordar, con un coraje lleno de belleza, el exilio, la guerra y la homofobia. Escribe con la humildad y el orgullo de quien se sabe el primer alfabetizado en una familia en la que la poesía siempre fue oral y demuestra su amor por la lengua y el país que le sirvieron de refugio. Pero no por ello deja de manifestar extrañeza. Vuong escribe como inmigrante, refugiado y homosexual en una América marcada por el prejuicio y los traumas de una guerra sin la cuál no hubiera nacido, pero que le marcó con el estigma del exiliado.
Autor
Ocean Vuong
Ocean Vuong (Ciudad Ho Chi Minh, antes Saigón, 1988) emigró a Estados Unidos con su familia en 1990, tras pasar un año en un campo de refugiados en Filipinas. En 2014 recibió la beca Ruth Lilly / Sargent Rosenberg de la Poetry Foundation y con el poemario Cielo nocturno con heridas de fuego ganó el Whiting Award y el Forward Prize en Estados Unidos y el Premio T. S. Eliot en Inglaterra. Sus textos se han publicado en medios como The Atlantic, Harper’s, The Nation, New Republic, The New Yorker y The New York Times. Es profesor en el Amherst College de Massachusetts. En la tierra somos fugazmente grandiosos es su primera novela.
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Threshold
In the body, where everything has a price,
I was a beggar. On my knees,
I watched, through the keyhole, not
the man showering, but the rain
falling through him: guitar strings snapping
over his globed shoulders.
He was singing, which is why
I remember it. His voice—
it filled me to the core
like a skeleton. Even my name
knelt down inside me, asking
to be spared.
He was singing. It is all I remember.
For in the body, where everything has a price,
I was alive. I didn’t know
there was a better reason.
That one morning, my father would stop
—a dark colt paused in downpour—
& listen for my clutched breath
behind the door. I didn’t know the cost
of entering a song—was to lose
your way back.
So I entered. So I lost.
I lost it all with my eyes
wide open.
Umbral
En el cuerpo, donde todo tiene un precio,
yo era un mendigo. De rodillas,
miraba, por la cerradura, no
al hombre bajo la ducha, sino la lluvia
atravesándolo: cuerdas de guitarra que se rompían
contra sus hombros curveados.
Él cantaba, y por eso
lo recuerdo. Su voz
me sostenía por dentro
como un esqueleto. Incluso mi nombre,
arrodillado dentro de mí, suplicaba
clemencia.
Él cantaba. Es todo lo que recuerdo.
Pues en el cuerpo, donde todo tiene un precio,
yo estaba vivo. No conocía
una mejor razón.
Que una mañana mi padre se detendría
–un potro oscuro, inmóvil bajo el aguacero–
para escuchar mi respiración crispada
detrás de la puerta. No sabía que el precio
de entrar en una canción era perder
el camino de regreso.
Así que entré. Así que perdí.
Lo perdí todo con los ojos
bien abiertos.
Telemachus
Like any good son, I pull my father out
of the water, drag him by his hair
through white sand, his knuckles carving a trail
the waves rush in to erase. Because the city
beyond the shore is no longer
where we left it. Because the bombed
cathedral is now a cathedral
of trees. I kneel beside him to see how far
I might sink. Do you know who I am,
Ba? But the answer never comes. The answer
is the bullet hole in his back, brimming
with seawater. He is so still I think
he could be anyone’s father, found
the way a green bottle might appear
at a boy’s feet containing a year
he has never touched. I touch
his ears. No use. I turn him
over. To face it. The cathedral
in his sea-black eyes. The face
not mine—but one I will wear
to kiss all my lovers good-night:
the way I seal my father’s lips
with my own & begin
the faithful work of drowning.
Telémaco
Como todo buen hijo, saco a mi padre
del agua, lo arrastro del cabello
por la arena blanca, sus nudillos dejan un surco
que las olas se apuran a borrar. Porque la ciudad
más allá de la costa ya no está
donde la dejamos. Porque la catedral
bombardeada es ahora una catedral
de árboles. Me arrodillo a su lado para ver cuánto
podría hundirme. ¿Sabes quién soy,
Ba? Pero la respuesta nunca llega. La respuesta
es un agujero de bala en su espalda, rebosando
agua salada. Permanece tan quieto que, pienso,
podría ser el padre de cualquiera, hallado,
como una botella verde que aparece
a los pies de un niño y contiene un año
que nunca tocó. Toco
sus orejas. Es inútil. Lo giro
bocarriba. Para enfrentarla. La catedral
en sus ojos de mar negro. El rostro
no es el mío, pero lo usaré
para besar de buenas noches a todos mis amantes
del modo en que cierro los labios de mi padre
con los míos y comienzo
la devota tarea del ahogamiento.
Trojan
A finger’s worth of dark from daybreak, he steps
into a red dress. A flame caught
in a mirror the width of a coffin. Steel glinting
in the back of his throat. A flash, a white
asterisk. Look
how he dances. The bruise-blue wallpaper peeling
into hooks as he twirls, his horse
-head shadow thrown on the family
portraits, glass cracking beneath
its stain. He moves like any
other fracture, revealing the briefest doors. The dress
petaling off him like the skin
of an apple. As if their swords
aren’t sharpening
inside him. This horse with its human
face. This belly full of blades
& brutes. As if dancing could stop the heart
of his murderer from beating
between his ribs. How easily a boy in a dress
the red of shut eyes
vanishes
beneath the sound of his own
galloping. How a horse will run until it breaks
into weather—into wind. How like
the wind, they will see him. They will see him
clearest
when the city burns.
Troyano
A un dedo de oscuridad del amanecer, él se pone
un vestido rojo. Una flama capturada
en un espejo tan ancho como un ataúd. El acero brilla
al fondo de su garganta. Un destello, un asterisco
blanco. Míralo
cómo baila. El tapiz azul amoratado se descascara
en ganchos mientras él gira, su sombra,
una cabeza de caballo, cae sobre los retratos
familiares, el vidrio se rompe
bajo su mancha. Y él se mueve como cualquier
fractura, revelando las puertas más breves. El vestido
se deshoja como la piel
de una manzana. Como si sus espadas
no se estuvieran afilando
en sus adentros. Este caballo con su rostro
humano. Este vientre colmado de armas blancas
y de bestias. Como si bailar pudiera detener el corazón
de su asesino que late
en sus costillas. Con qué facilidad un chico en un vestido
rojo como cerrar los ojos
desaparece
bajo el ruido de su propio
galope. Cómo un caballo correrá hasta romperse
en clima, en viento. Cómo lo mirarán
tan viento.
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