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Ria, ¿estás bien?
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Ria, ¿estás bien?
Libro electrónico257 páginas4 horas

Ria, ¿estás bien?

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Información de este libro electrónico

Ria es una cazadora de tesoros que trata de abrirse paso en el mundo y al mismo tiempo cuidar de su amiga alcohólica.

Bruno es un maestro que decide llevar a su perro a vivir una aventura.

Peter es un escritor independiente cuyo viaje por la India acaba tomando un rumbo inesperado.

Bong Gu es un perro chino que comparte su punto de vista respecto a los sucesos que experimenta durante su viaje sin destino al lado de su amo.

Gwen es una artista alcohólica cuyo desorden de personalidad se desata sobre todos a su alrededor sinprevio aviso.

Esta es su historia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jul 2019
ISBN9781071501245
Ria, ¿estás bien?

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    Ria, ¿estás bien? - Bruno Maiorana

    Libro 1- Ria, ¿estás bien?

    1.-Ria

    2.-Peter

    3.-Ria

    4.-Peter

    5.-Ria

    6.-Peter

    Libro 1- Ria, ¿estás bien?

    1.- Ria

    Hay cosas en este mundo que nadie ha visto. Algunas están escondidas en cuevas ya desde hace mucho olvidadas, otras dormitan en el fondo del mar y muchas más existen enterradas debajo del asfalto que recubre nuestras carreteras y ciudades.

    El mundo las escondió, haciendo difícil el apoderarse de ellas. Los elementos naturales hacen su parte para asegurarse de que permanezcan ocultas. Pero seré yo quien las descubra un día. Me llamo Ria y soy una cazadora de tesoros.

    Desde niña me han fascinado las cosas misteriosas. No las sobrenaturales sino las de todos los días: el mar, el cielo, las estrellas, el universo. Cosas que te cubren con su inmensidad y cuya magnitud te deja sin aliento. Te hacen cuestionarte la existencia misma y te provocan un sentimiento de inferioridad e insignificancia estando frente a ellas.

    También, cuando era niña, me gustaba buscar cosas escondidas o perdidas. Solía pedirle a mi mamá que escondiera cosas para que yo las encontrara.  Ella me tomaba el tiempo y me decía siempre que rompía me propio récord.

    Se me vienen a la cabeza recuerdos de mí misma esperando ansiosa fuera de mi habitación, tratando de escuchar hasta el más mínimo sonido que mi mamá hiciera mientras encontraba un buen escondite para la cosa en cuestión (luego me enteré que ella sabía que yo la escuchaba, así que hacía ruidos a propósito, para despistarme).

    Después ella abría la puerta y sonreía:

    ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­― Muy bien, Ria, ¿estás lista?

    Yo asentía emocionada.

    ― Encuentra la pluma que escondí y si la entras en menos de dos minutos, podrás comer helado.

    Entonces ella me decía: ¡Ya! y yo me volvía loca tratando de encontrar la pluma.

    Siete de mayo de dos mil cinco. Ella me dijo que me tenía una sorpresa especial. Esperé pacientemente afuera, como había hecho incontables veces, solo que en esta ocasión no pude escuchar nada que viniera del interior. Ah, resulta que también era mi cumpleaños número trece.

    ― La cosa que necesito que encuentres es un pequeño pedazo de papel. Bien, estoy consciente de que un trozo de papel de ese tamaño  pudo haberse deslizado o enrollado dentro de cualquier otra cosa y en donde sea. Por eso es que te voy a dar veinticinco minutos completitos para encontrarlo.

    Pan comido, pensé. Nunca me habían dado más de quince minutos para hallar algo. Conocía ese cuarto como la palma de mi mano y, además, tenía unos muy buenos veinticinco minutos. No había forma de fallar.

    ―¿Cuál será mi premio?― pregunté mientras ella salía de la habitación.

    ― Esta vez es una sorpresa.

    Ella preparó el cronómetro y me dijo al tiempo que cerraba la puerta:

    ―¡Ya!

    Después de que ella saliera del cuarto, sentí al aire tornarse más y más pesado empujándome hacía abajo. Como si ella controlara la atmósfera dentro de la pieza.

    Ignoré mi intuición y me concentré en hurgar en cada rincón de la habitación, desdoblé toda la ropa, busqué entre las páginas de todos los libros e inspeccioné cada grieta y hendidura donde pudiera deslizarse un pequeño papel.

    Con diligente paciencia busqué detrás del apagador, desconecté todo para ver si no estaba enrollado dentro de los contactos, les quité la tapa por si estaba ahí y desarmé todos los aparatos eléctricos con la pequeña navaja suiza que siempre traía en mi bolsillo.

    Ya habían pasado veinte minutos y nada. Comenzaba a ponerme nerviosa porque de verdad había revisado en cada recoveco y ranura sin éxito. El ambiente estaba muy tenso. En definitiva algo andaba mal y podía sentirlo quemándome de adentro hacia afuera. No había hecho ni un sonido al esconder la sorpresa, no me dijo qué sería el premio y me había dado veinticinco minutos para encontrar el papel― todo tenía sentido. Cuando ya habían pasado veintitrés minutos, mamá entró al cuarto para ver cómo iba.

    ―No está aquí― dije. Suspiré y me desplomé en el piso.

    ―Está aquí y sé que lo encontrarás porque el universo te ha dado un don como regalo. Creo en ti, así que concéntrate y ve más allá de las apariencias, de la envoltura. Puedes hacerlo, Ria.― Sonrió y se fue dejándome más intrigada. El cronómetro marcaba noventa segundos restantes. Un escalofrío me recorrió la espalda. Impotente, me senté en el piso. ¿Por qué me presionaba tanto en mi cumpleaños? ¿Por qué no pude oír nada cuando escondió el papel? ¿Por qué me había dado veinticinco minutos? ¿Una cosa tenía que ver con la otra?

    Sólo quedaba un minuto. ¿Por qué me diría que creía en mí y que tenía un don como regalo? ¿Era alguna clase de pista? Concéntrate, más allá de la envoltura. Concéntrate, Ria. Concéntrate.

    Tienes un regalo. Envoltura. ¡Concéntrate!

    Un regalo...

    Una envoltura...

    Veinticinco...

    ¡Esas palabras tenían relación!

    Sólo quedaban treinta segundos. Yo puedo, sabía que podía hacerlo. Un regalo sin envoltura, veinticinco regalos. No, un regalo de veinticinco. No, no sólo veinticinco sino el día veinticinco, un regalo de Navidad con envoltura. Esa era la pista. La Navidad pasada me regaló algo, me regaló un par de tenis para correr, son los que traigo puestos ¡Sí! ¡Zapatos! Seguro que estaba escondido en mis zapatos. Con sólo quince segundos en el cronómetro, me quité los zapatos, les saqué las plantillas y encontré el papel escondido. Cuando quedaban cinco segundos, abrí la puerta y le enseñé el papel.

    Ella derramó una lágrima al mismo tiempo que me abrazaba y me decía llena de orgullo: ¡Sabía que lo lograrías!

    Y vaya que lo sabía. Los padres son excelentes cuando se trata de reconocer los talentos de sus hijos y ella había descubierto el mío. El talento del reconocimiento de patrones y la habilidad para resolver problemas. Un atributo que, antes de ese preciso momento de mi vida, no sabía que tenía. Ella sabía que yo podría analizar uno por uno los diferentes patrones de ese día y después unirlos para encontrar el tesoro.

    2.- Peter

    Había sitios en la cuidad en los que valía la pena pasar un rato. Tener experiencias, experiencias únicas. Ir a comer solo al pueblo en una tarde soleada, por ejemplo.

    La mesera me trajo algo llamado Nasi Lemak, un plato típico malayo hecho con arroz, anchoas, huevo y pepino. Justo lo que quería. Por eso me encantaba el café Karma. No había menús, en vez de eso te servían lo que sea que ellos quisieran que tú comieras y luego pagabas lo que consideraras justo. La idea era que obtenías lo que merecías, de ahí el nombre.

    Además de no tener menús, tampoco tenían decoraciones u ornamentación de ningún tipo y los empleados usaban camisetas blancas comunes y corrientes. No había nada para entretener a los clientes, nada de letreros, wifi, música o pósters. No había más que mesas, sillas y una caja de cartón donde se depositaba el dinero. Ni siquiera tenías que hablar con los meseros, sólo te dejaban la comida y se iban.

    Era una experiencia culinaria minimalista. Ya había bastantes cosas por qué preocuparse así que era agradable ir y que alguien más decidiera qué iba yo a comer ese día. Además las meseras eran guapas, un punto más a favor ¿Era eso sexista? Aunque lo fuera, qué importaba. Allí era mejor la honestidad que la diplomacia.

    En un universo paralelo, es probable que yo fuera el cocinero principal de este restaurante. Dar con el platillo correcto para cada persona no sería sencillo pero sí divertido. Imagina esto: si un grupo de cuatro entrara, haría ravioles para el primero, masala dosa para el siguiente, el tercero comería grillos fritos con miel y aceite de ajonjolí y al último le serviría un guisado tradicional africano llamado Eché todo a la olla, lo herví, serví y le inventé un bonito nombre que sonara africano, como pula pula o tuku tuku.

    Me segundo lugar favorito era el café Neko. No que yo sea muy afecto a los gatos pero era entretenido ver qué hacían sabiendo que yo no era el responsable de ellos. Bien podrían pelearse o romper un jarrón y no sería yo el que limpiara el desastre. Al contrario, sería muy divertido ver que hicieran algo de eso ¿Es eso egoísta? Aunque lo fuera, a quien le importa. La honestidad primero ¿no?

    Cuando terminé de comer, puse un billete de diez dólares en la caja de la entrada y me fui. No era que tuviera que estar en algún lado pero la comida se digería mejor si caminaba.

    Mi reflejo estaba ahí parado, enjutado y muy largo, frente a mí mientras que yo lo observaba en el escaparate de una tienda. Se veía igual que cuando tenía quince años: delgado, alto y hasta tenía el mismo corte de pelo.

    Sentí la necesidad de revisar mi bolsillo derecho. Dentro había un juego de llaves. Eran mis llaves, las que necesitaba para entrar a mi apartamento. También había una larga lista. Todos los días, después de despertar, meditaba y luego de quince minutos, por lo regular, hacía una lista de siete cosas que me gustaría hacer ese día. Unas veces eran cosas tan simples como barrer o ir de compras pero otras eran más difíciles: enviar un mensaje de texto a una chica o prepararme para un encuentro de breakdance.  Ese día en particular, casi todos los deberes se habían llevado a cabo antes del almuerzo y la lista sólo tenía dos cosas. Una era escribir una breve reseña de mi lavadora para un viejo amigo. No que mi lavadora fuera especial, o tal vez lo era, no estaba seguro en realidad. Mi amigo tenía un sitio en internet acerca de todo tipo de cosas; así que, era probable que la crítica de la lavadora acabara entre un post acerca de un artista del Renacimiento y una receta rusa para preparar estofado de carne. La otra era que tenía que recoger algunos libros de la casa de mis padres en Milwakee. Aunque me había mudado de esa casa hacía ya algunos años, muchas cosas estaban ahí todavía. También era una oportunidad para verlos una última vez antes de que me fuera a India dos semanas después.

    Ya tenía yo veinticinco años y decidí que era tiempo de irme a ver el mundo, de otra forma me hubiera arrepentido de no haber viajado cuando fuera mayor. Concuerdo en que tal vez debí empezar a hacer las cosas que siempre quise hacer un poco antes pero hacerlas a los veinticinco no sonaba terrible. Digamos que muriera a los setenta y cinco, eso resultaría en veinticinco años viviendo de acuerdo a las expectativas de los demás y cincuenta viviendo a mi manera, siguiendo mis reglas o por lo menos tratando.

    3.- Ria

    Mamá murió tres meses después de que yo cumpliera trece años. Resulta que llevaba un año luchando contra el cáncer pero decidió no decírmelo para que nuestros últimos meses juntas fueran lo más animado posible. El día de mi cumpleaños número trece, ella ya sabía que no le quedaba mucho tiempo y fue por eso que se puso a llorar.

    En cuanto al premio que recibí por haber encontrado el papel en mi zapato, era un detector de metales Fisher S4 recién salido del empaque. Era lo que siempre quise pero cada vez que lo pedía mi mamá objetaba que era muy niña como para ir a buscar tesoros yo sola, lo más probable es que tuviera razón.

    Más tarde ese día compramos una pala de jardinería y unos audífonos profesionales color negro en una tienda cercana y condujimos hasta la playa para probarlos juntas. Las dos estábamos más que emocionadas. Yo estaba contenta porque iría en mi primera búsqueda real de un tesoro y mamá lo estaba por mí.

    El lugar estaba desierto. El cielo era más azul que nunca. La suave arena, las delicadas olas y la brisa salada nos recordaban cuanta suerte teníamos de estar ahí juntas, de estar vivas. Buscamos en la costa por unas dos horas. Di con la localización de un objeto con mi detector de metales y mamá me ayudó a desenterrarlo. Al final del día acabamos con dos dólares y treinta y seis centavos, doce corcholatas y un pasador oxidado. Nada mal para ser nuestra primera vez.

    De camino a casa nos detuvimos en un restaurante tailandés y pedimos para llevar. Una vez que llegamos, mientras comíamos, hicimos una lista de todos los lugares en donde valdría la pena buscar tesoros. Incluyendo todos los terrenos vacíos, parques y canchas cercanos. Luego, discutimos qué haríamos en caso de que encontráramos algo en verdad valioso y escribimos unas cuantas reglas:

    -  Si el tesoro es muy bonito y valioso, nos lo quedamos.

    -  Si es feo pero valioso, lo vendemos.

    -  Si es bonito pero no tiene ningún valor, se lo regalamos a alguien más.

    Fue el cumpleaños perfecto. Incluso ahora, cada que pienso en mamá, conduzco hasta la playa para buscar tesoros, pido comida tailandesa para llevar y paso un día tranquilo en casa leyendo o planeando mi siguiente aventura.

    4.- Peter

    ...y el interior de acero inoxidable está diseñado para limpiar cada fibra de la tela, protegiéndola y dejándola tan suave como el trasero de un mono después de una fresca lluvia de verano en la selva vietnamita. Los suaves ciclos de lavado, que van desde uso rudo a delicado, tienen una función de preservación de calcetines. La cual garantiza que el número de calcetines que sale sea el mismo que el de los que entraron . Perfecto.

    Después de acabar la reseña, llamé a mamá y le dije que iría a visitarla a ella y a papá durante la tarde. El viaje en auto de Chicago a Milwakee era de dos horas y, como todavía tenía bastante tiempo, decidí tomar la ruta panorámica.

    Después de una hora en el auto, me detuve en un café con vista al puerto. No había gatos ni empleados con playeras blancas. Sólo estábamos yo, una mesera con cara de cansancio y una adolescente que leía un libro de pasta dura, quizá una estudiante de preparatoria. Me pregunté por qué no estaba en la escuela. No parecía ser el tipo de chica que se va de pinta. Tampoco se veía como si estuviera esperando algo o a alguien, tan solo estaba ahí como parte del paisaje. Así como la mesera, la cafetera y yo mismo.

    Tendría unos dieciséis o diecisiete. Lucía promedio; llevaba un conjunto deportivo de color azul y tenis. Su cabello, rubio y corto, se veía bien cepillado y brillante. Parecía que se preocupaba más por su cabello que por su ropa. Era más bien parva y su cuerpo, que aún no se desarrollaba, denotaba sólo delicadeza y elegancia. Una pequeña mochila azul colgaba de la silla. Si alguna vez tuviera una hija, desearía que llevara el pelo como ella todos los días.

    Pagué el café, me subí a mi auto y abrí la ventanilla pensando en el cabello de la chica. Tal vez si fuera un poco más joven. Si no fuera tan cobarde... Ok, había llegado el momento, no más tal vez. Apenas me quedaban dos semanas antes de que mi viaje comenzara y tuviera una nueva vida. El nuevo yo, el que sería lo bastante valiente como para abordar chicas lindas en las cafeterías, nacería en dos semanas y hasta entonces debía comportarme bien y aparentar para que nadie se diera cuenta de lo que crecía en mí.

    ― Hola, disculpe, necesito llegar a la cuidad ― La joven de antes estaba parada junto a la puerta del auto justo cuando lo echaba a andar.  Había estado tan perdido en mis pensamientos que ni siquiera la vi acercarse. Ella veía hacia el interior del coche, apretando su mochila y su libro con ambas manos, era evidente que estaba nerviosa. Su voz era vibrante y colorida nada como la había imaginado viéndola absorta en su libro.

    ― No voy para la cuidad. Voy a Milwakee a ver a mis papás― expliqué disimulando que admiraba su cabellera.

    ― Entonces, ¿me puedes llevar a Milwakee?― preguntó, como si hubiera anticipado mi respuesta.

    ¿Podía llevarla? Parecía menor de edad pero no había nada en ella que me hiciera pensar que habría problemas. No lucía como prostituta, digo, hasta traía un libro. Siempre que me encontraba a alguien en la carretera que me pedía que lo llevase a algún lado, lo hacía; me parece que es lo correcto. Es decir, si trajera cien sándwiches y se me atravesara alguien hambriento, le daría unos cuantos. No había que pensarlo mucho. Los cuatro asientos vacíos estaban ahí y, de todas formas, iba para Milwakee. No me sería posible vivir conmigo mismo si ignoraba a alguien necesitado, en especial cuando no me habría costado nada ayudarlo. Esta chica no era como todos lo que piden que los lleven; ella era algo más. Era una oportunidad de desafiar mi cotidianidad y así prepararme para el viaje.

    Algunos dicen que le temen a que las personas que recoges en la carretera terminen matándote pero no creo que eso sea lo que sienten. Opino que su verdadero temor es romper con su realidad aprendida, en la cual no es bueno llevar a un extraño en tu auto. Y en un país en el que los medios de comunicación dicen que todos quieren hacerte daño, no es difícil imaginar por qué a las personas les asustan los desconocidos.

    ―Está bien― Quité el seguro de la puerta y la vi deslizarse con delicadeza dentro del coche y ponerse el cinturón, todo en un solo movimiento ágil e ininterrumpido. ― ¿Estudias la preparatoria?― le pregunté, para acabar con eso de una vez.

    ― No― dijo al tiempo que relajaba su brazo donde había estado la ventanilla ― pero gracias por pensarlo, creo. De hecho, tengo veintitrés.

    ― Pero tu ropa... estás vestida como una preparatoriana. Y tu cabello, tu cabello luce bien por cierto― dije, avergonzado, queriendo cambiar de tema.

    ― ¿Crees en la magia?― preguntó e ignoró mi cumplido.

    ― No estoy seguro― dije mientras rebasaba a un camión cuyo traqueteo ahogó mis palabras. Esperé a que lo pasáramos y volví a hablar en cuanto estuve seguro de que ella me escucharía. ― ¿Estás hablando de trucos de magia?

    ―No, no trucos de magia― Agarró su libro con las dos manos y miró el espejo retrovisor. Seguí su mirada y sentí como si me hubieran apuñalado el corazón con una aguja cuando vi que había un tercer pasajero en el asiento de atrás.

    5.- Ria

    Después de la preparatoria pude haber entrado a cualquier universidad  y quería hacerlo pero por más que intentaba visualizarme teniendo vida social, yendo a fiestas y siguiendo el protocolo de una educación estructurada no podía convencerme de hacerlo.

    No me oponía a todo aquel espectáculo; pensaba que estaba bien para algunas personas pero no para mí. No me veía cumpliendo órdenes o teniendo un jefe. Necesitaba hacer las cosas a mí manera aunque eso significara ser una rechazada y desobedecer algunas convenciones. Seguir mis propias reglas se volvió lo normal en mi vida y me gustaba. De todas formas, nunca me gustó socializar.

    Al final, opté por no ir a la universidad; así que, saqué el dinero destinado para eso y lo invertí en la educación necesaria para convertirme en una cazadora de tesoros profesional.

    Dominé varios idiomas gracias a que tomé tantas clases como pude, hice lo mismo con algunas artes marciales y obtuve mi certificación como buzo profesional. Aprendí a navegar, manejar un paracaídas y a sobrevivir en la naturaleza. Adquirí habilidades, como técnicas de perforación y cómo violar una caja fuerte, por mi cuenta. Me instruyeron en asuntos como la conducción en terrenos difíciles e informática avanzada pero el momento que cambió todo fue el momento en el que me uní a una clase de actuación. De pronto, un mundo nuevo se abrió frente a mí. Pude integrar todo el conocimiento que tenía. Fue entonces que me di cuenta que nada podía detenerme, que cumpliría mi sueño. Podía convertirme en cualquier otra persona a voluntad.

    El mes pasado se cumplieron doce años del fallecimiento de mi madre y diez meses desde que obtuve mi licencia de piloto comercial y me convertí en una cazadora de tesoros de tiempo completo. Diez meses se dice fácil pero fue la época más intensa de mi vida. Siendo sincera puedo decir que no fue tan divertido como lo había imaginado. El noventa y cinco por

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