Tailandia: historias que un tailandés nunca te contará

Por Eli Zubiria

Tailandia: historias que un tailandés nunca te contará no es una guía de viaje al uso, sino un relato sobre las costumbres del país a través de las vivencias de su autora. Además del thainess o «arte de vivir tailandés», caracterizado por la calma y la ausencia de estrés, en estas páginas conviven la tradición —fantasmas, amuletos o tatuajes— con el movimiento feminista.

• Idioma: Español
• Editorial: Editorial Libros.com
• Fecha de lanzamiento: 13 abr 2022
• ISBN: 9788419174062

Vista previa del libro

por.jpgpor.jpg

Primera edición digital: abril 2022

Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com

Fotografía de la cubierta: Eli Zubiria

Fotografías de interiores: Rafa Zubiria y Sandra Morante

Maquetación: Álvaro López

Corrección: Ana Briz

Revisión: Maite Lecue Santovenia

Versión digital realizada por Libros.com

© 2021 Eli Zubiria

© 2021 Libros.com

[e-mail]

ISBN digital: 978-84-19174-06-2

Logo Libros.com

Eli Zubiria

Tailandia: historias que un tailandés nunca te contará

A mi madre, por abrirme camino como mujer

y por estar siempre conmigo.

Índice

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Introducción

Parte I: Nación, rey y religión

1. Una nación a base de golpes

El thainess y el nacionalismo tailandés

2. La muerte de un rey

Las elecciones y el inicio de las protestas

3. La rueda del karma

Otras religiones

Parte II: Un viaje al mundo de lo sobrenatural

1. Todo comienza en un taxi

El sak yant o el tatuaje tailandés

2. Continúa en un autobús

Apariciones recientes de fantasmas

3. Y termina en casa

Rituales en torno al agua

Parte III: Una mujer en un mundo de hombres

1. Viajar sola por Tailandia

¿Cómo preparar un viaje sola a Tailandia?

2. Situación de la mujer en Tailandia

Matrimonios mixtos

3. Feminismo tailandés

Algunos nombres propios

Diccionario de tailandés

Anexo fotográfico

Mecenas

Contraportada

Introducción

En mayo de 2014 llegué a Tailandia por casualidad; no era uno de los países que tenía en mente por aquel entonces, pero supuso el destino final de mi primer viaje en solitario. Mi primera impresión fue de rechazo, no lo disfruté en absoluto. Seguramente la velocidad a la que viajaba, de manera poco responsable y uniéndome a tours masivos, contribuyó a que no apreciara su belleza particular. Ni de lejos podía imaginar que aquellos paisajes y aquella gente iban a convertirse en mi hogar. Durante aquel viaje exprés también viví un golpe de Estado que desde mi ignorancia percibí con miedo, pero que sonaba a rutina para los tailandeses. No en vano, ya llevaban doce en menos de cien años.

En 2016, en mi obsesión de volver a Asia para pasar una larga temporada, encontré una oferta de trabajo en Chiang Mai, al norte del país, a través de Facebook. Buscaban teleoperadores que hablaran español. Envié mi currículum consciente de que me faltaba más de la mitad de la documentación para conseguir el visado de trabajo. Y, sin comerlo ni beberlo, fui pasando las entrevistas y a los tres meses ya había conseguido todos los papeles.

Y de pronto, en abril de ese mismo año, me vi en el aeropuerto rumbo a tierras tailandesas por un tiempo indefinido. En Barajas, cuando me despedía de mi madre y fruto de un ataque de pánico a lo desconocido, le confesé: «No pasa nada, pero creo que me he equivocado. Me voy demasiado lejos».

En Chiang Mai el calor sofocante, típico de la fecha, me dio la bienvenida con sus cuarenta y cinco grados. Un par de días después, durante la celebración del año nuevo tailandés, muchos lugareños me bendijeron mientras caminaba por la calle, al mismo tiempo que me tiraban agua. Desde luego, esas bendiciones surtieron efecto porque, de pronto, empecé a sentirme como en casa. Comencé a dejarme llevar con la seguridad de que en este lugar del mundo tarde o temprano todo se soluciona. Mimeticé su ritmo pausado decidida a practicar el sabai sabai.

A lo largo de los años y a medida que fui profundizando en sus costumbres, esta sensación de estar en casa se ha ido convirtiendo en algo más. Una de las cosas que más me fascina es la creencia en los fantasmas y su presencia en el día a día. Aquí se respeta y se toma muy en serio a los espíritus, lo que da lugar a múltiples rituales y constituye la cosmovisión tailandesa. Aunque en los orígenes de la humanidad todos aceptábamos la existencia de deidades en forma de elementos de la naturaleza, como el agua o los animales, en Europa esta relación se ha ido perdiendo. Sin embargo, a este lado del mundo la creencia sigue intacta en forma de espíritus y fantasmas que conectan a sus habitantes con sus antepasados y con la tierra.

A medida que profundizaba en estas costumbres vislumbré un mundo nuevo, por lo que decidí ahondar en su cultura yendo más allá de sus playas paradisíacas y la mágica sonrisa de sus habitantes. También aprendí a vivir de otra manera. Lo cierto es que una vez que Tailandia entra en tu corazón ya no hay vuelta atrás: siempre querrás volver.

Esta pasión por el país me llevó a querer darlo a conocer en profundidad y comencé a impartir clases online de cultura tailandesa. Fruto de todo esto es este libro con el que pretendo enseñarte una parte de sus costumbres, todo ello desde mi perspectiva como extranjera y acompañado de las anécdotas que he vivido durante más de cinco años en el país.

Si después de leerlo te quedan dudas, siempre puedes contactarme a través de mi blog Vida de viajera. Sin más da comienzo este viaje cultural.

Madrid, diciembre de 2021

Parte I: Nación, rey y religión

1. Una nación a base de golpes

«Quiero a la gente. Todos los días desde mi coche miro a través de la ventanilla. No sé cómo mejorar la calidad de vida de la gente que veo. No quiero ningún beneficio. Así es como gestiono [el país]».

General Prayut-Chan-Ocha, primer ministro tailandés.

Mayo de 2014. Amanece en un pueblo perdido de la montaña tailandesa en algún punto de la provincia de Chiang Rai. Apenas he pegado ojo; unos perros salvajes han decidido pelearse debajo de la choza donde hemos pasado la noche. Aclaro que las casas en esta zona se construyen con cierta altura respecto al suelo para evitar inundaciones durante el monzón.