El Mesías de Handel Alfonso López Michelsen ¿Delincuente de cuello blanco?
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Según el historiador Indalecio Liévano Aguirre, las galerías de prohombres colombianos están llenas de mediocres, provenientes de una fronda aristrocrática, que mediante las leyes redactadas al acomodo, abusa del poder político, gracias a la ignorancia colectiva del pueblo.
Por otra parte, es usual que muchos de esos prohombres hayan sido delincuentes de cuello blanco, cuyas familias amasaron ingentes capitales expoliando dineros públicos o negociaciones siniestras.
A juzgar por la denuncia pública reiterada en múltiples escenarios políticos y académicos por el historiador Enrique Caballero Escovar, tal podría ser el caso del expresidente colombiano Alfonso López Michelsen, un delfín político hijo del expresidente Alfonso Lopez Pumarejo, quien fue obligado a renunciar en 1944 al cargo de primer mandatario, debido a que su retoño López Michelsen urdió una fraudulenta negociación con las acciones de la cervecería Handel.
Esta empresa de capital holandés estaba bajo control del Estado colombiano, debido a que Colombia declaró la guerra a las potencias del Eje en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Y Holanda estaba en manos de los nazis.
Mediante marrullas y maniobras torvas, Alfonso López Michelsen adquirió las acciones de la Handel, situación que generó una tempestad política y la consecuente renuncia de su padre, pero debido a la amnesia colectiva de los votantes colombianos, el tramposo negociante ganó las elecciones presidenciales 30 años mas tarde para ejercer el cargo durante el lapso 1974-1978.
Según historiadores serios e independientes, Alfonso López Michelsen es el personaje político más nefasto en la dinámica política del siglo XX en Colombia, ya que no hubo una sola actividad turbia de la vida política nacional entre 1944 y 2002, en la que López Michelsen no estuviera relacionado directa o indirectamente. No obstante el poder del dinero y las amistades de "alcurnia" venden a los colombianos y extranjeros la imagen de un líder político renovador. Asi son las mentiras de la historia elaborada a contrato. En todas partes del mundo.
Enrique Caballero
Enrique Caballero, nacido en 1910 en Bogotá, fue un abogado colombiano especializado en economía, con amplia trayectoria intelectual y política, amén que fue secretario de la presidencia de la república, ministro del despacho y embajador de Colombia ante el gobierno de Brasil. Día a día sus puntos de vista y conclusiones académicas son referentes para nuevas investigaciones o para deleite informativo de los lectores en general de Latinoamérica.
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El Mesías de Handel Alfonso López Michelsen ¿Delincuente de cuello blanco? - Enrique Caballero
El Mesías de Handel
Alfonso López Michelsen, ¿Un delincuente de cuello blanco?
Enrique Caballero Escovar
Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
ISBN: 9780463717769
Smashwords Inc.
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El Mesías de Handel
El comienzo de una carrera
El Mesías de Handel
El debate de Handel
Discurso de acusación
Discurso de ratificación y conclusión
Documentos comprometedores
El comienzo de una carrera
"Nada hay tan respetable como una impunidad largamente tolerada".
Jean Paul Sartre
A tiempo que otras licencias y pecados de los tiempos antiguos dejaron de serlo, la corrupción, y la corrupción en el poder sigue, a través de los tiempos, esparciendo un olor mefítico, y nadie se atreve a absolverla ni menos aún a encomiarla. Lo cual prueba que es uno de los más feos vicios y de los más repugnantes, especialmente cuando deja de ser robo entre particulares para convertirse en el asalto a mansalva y sobre seguro contra los contribuyentes
.
Alberto Lleras
"En Colombia nadie se desacredita".
Carlos E. Restrepo
Mientras el señor Alfonso López ocupaba la presidencia de la república, su hijo, Alfonso López Michelsen, fue nombrado vicepresidente de Bavaria en representación de la Handel. Era el primer cargo visible que ocupaba el hijo del ejecutivo. Hay que registrarlo, al transcribir esta frase sacada de El Tiempo
de la época:
"El doctor López Michelsen ha debido recordar su calidad única y preminente de hijo del primer magistrado de la república. En la Venezuela de Juan Vicente Gómez, en el Perú de Leguía, en la Argentina del presidente Castillo, era frecuente ver que los hijos y parientes próximos y lejanos del presidente, escalaban magníficas posiciones financieras, conseguían conexiones inmejorables con capitales extranjeros y llegaban a la gerencia de estupendos negocios, solo por su calidad de consanguíneos del primer magistrado. Entre nosotros se tiene otro concepto de la delicadeza moral. El partido no puede, no debe responder por algo de que no tiene la culpa".
Restauración moral
¿Por qué mientras se adelantaba la negociación de la Handel, Jorge Eliécer Gaitán clamaba por la restauración moral de la república?
Jornada, periódico que servía de vocero al caudillo, presentó este diciente contraste:
El hospital de la Misericordia ha tenido que acudir a la caridad pública para solicitar treinta mil pesos. Si los treinta mil pesos no se consiguen, habrá que cerrarlo y despachar a los niños que allí se asilan
.. .
...El gobierno ha dictado una resolución sobre la sede de la Handel. Se considera que este es un paso decisivo para la gran especulación. Habrá personas que se ganarán en breves horas —sin haber trabajado— cientos de miles de pesos
.
Fallos de El Tiempo
Decía El Tiempo en 1943, en diversos editoriales, tratando de salvar el decoro del partido, amenazado por especuladores e intrigantes:
Lo que el país viene pidiendo es purificación
.
Se impone un acto de auto purificación liberal
.
Cabría preguntar si el señor López Michelsen hubiera podido realizar sus negocios, de ser uno de tantos oscuros profesionales, posiblemente tan inteligentes y tan sabios como el señor López Michelsen, pero de ascendencia menos ilustre
.
El primer atributo del partido liberal es la pureza. No la ha perdido. Aunque no pueda decirse lo mismo, de quienes lo usufructúan en cargos que él ha concedido con excesiva generosidad
.
Diagnósticos de Calibán
El partido ha perdido aquella pureza, aquel desinterés, aquella rectitud de otros tiempos. Se ha vuelto cínico, complaciente y amoral
.
No será presidente de Colombia ningún candidato de la camarilla dominante que aspira a perpetuar el reinado de la intriga
.
Nota: Como se puede incurrir en un error relacionado con él volumen, las proporciones y la cuantía del negociado, de los honorarios y de las comisiones, a causa de la desvalorización monetaria, y como no se desea hacer virtuosismos matemáticos sobre cambio, opte el lector por procedimientos sencillos. Repare en que hace treinta años un peso valla casi un dólar. Y en que el pan que hoy vale veinte centavos, valía un centavo. Multiplíquelo todo por veinte.
El Mesías de Handel
Es bien curioso esto, y yo me quedo boquiabierto ante tan escarpada contradicción: la historia se teje con la memoria, pero la política se alimenta de amnesia.
La contraposición entre historia y política, es, en verdad, protuberante. La historia, gran decantadora —filtro y crisol— está formada por una galería de recuerdos. Pero la política, que es historia en formación —y a veces en descomposición— es el reino mágico del olvido.
Está llena de inverosímiles amnistías que hacen posible tender puentes y llegar a pactos y compromisos que la tabla conocida y clásica de resistencia de materiales espirituales no solo desaconsejaría, sino que prohibiría. En esta forma la política llega a hacerse, preferencialmente, con los enemigos.
Tal vez por eso el adjetivo público va uncido las más de las veces a dos sustantivos que son mujer y vida. Mujer pública, vida pública. La primera yunta es peyorativa. La segunda encomiástica. Una inmemorial discriminación, que se incubó en las épocas en que la política sólo la hacían los hombres, puso pedestal a la imagen del hombre público y condenó a mazmorra de infamia a la mujer pública.
Esto me parece a mí lleno de sugestiones. El hombre público se atreve a hacer en público cosas que no se atrevería a hacer en privado, como mentir, y la mujer pública se atreve a hacer en privado cosas que no se atrevería a hacer en público.
De allí surge algo que a los políticos les resulta singularmente inconfortable, repelente y estorboso: la dimensión moral de la vida pública. Algunos estiman que esos términos de moral y política, se deberían separar como dos continentes. La tesis tendría la bendición de Maquiavelo. O se habla una lengua o se habla la otra, piensan.
Pero mezclar las dos corrientes, la que viene del helado páramo de la ética con la que discurre, voluptuosa, por las vegas tórridas de la componenda y de la corruptela, produce precipitados explosivos a veces. Es desaconsejable.
No es prudente. Y esto de la prudencia es otro ingrediente con el cual se tropieza uno en las zonas limítrofes entre moral y política. Que son muy pocas. Rara vez estos reinos resultan colindantes. La prudencia —lo comprendí muy tarde— debe usarse constantemente en política; de ella no puede prescindirse. Las audacias del político son relativas y aparentes. Va el político casi siempre sobre seguro. Lo que pasa es que busca la seguridad en el porvenir.
Habla siempre en función de las elecciones venideras e inmediatas. De esta suerte el oportunismo es un pecado venial, cuando no una virtud en el hombre político. Olaya Herrera hacía una diferenciación incisiva: el político es el que piensa en la próxima elección; el estadista, el que piensa en la próxima generación. Semeja a veces la cabeza del político un quijotesco molino de viento; pero sus pies son de plomo.
Si usted quiere buscar la imagen del político en una plaza de toros, no se fije en el matador, que se expone, a pie firme, al paso tangencial de la muerte; repare en el varilarguero, que avanza a hurtadillas, sobre una bestia ciega —que sería el pueblo— todo acorazado de latón, para clavar una pica traicionera y sanguinaria. Pero es mejor que piense en una muía frente a un pantano: desconfiada, retrechera, vacilante, cobarde.
El asco tiene un espectro infinito de matices, como los que separan, imperceptible pero ineluctablemente, el día de la noche. Hay gentes que al encontrar un pelo en la sopa, dejan de comer. Hay quienes ni siquiera se preocupan de apartar una cucaracha.
Y no faltan comensales que, ante el hallazgo de un ratón muerto y disecado dentro de una torta, lo trinchan e inmutablemente lo degluten. Diariamente tiene el político que tragar alimañas. Lo que pasa es que llega a no darse cuenta. O a encontrarles un buen sabor.
Además, esto no es obstáculo para pasar de la política a la historia, que es como hacerse recordar de las generaciones posteriores mediante el olvido de las presentes. Esta es una faena admirable. Y ante ella yo me descubro. Pero no me arrodillo.
No ignoro que Suetonio y que Will Durant sorprenden a los amos del Imperio Romano revolcándose entre la sodomía, la fornicación, la rapiña, el robo, en fin, la abominación, la torpeza y el vicio. De entre ese caldo pestilente emergen y destacan su perfil por siglos y milenios en los medallones de sus arcos triunfales, Trajano, Tiberio, César, Augusto.
No hay un estoico ni un asceta, fuera —acaso— de Marco Aurelio. Sus monumentos carcomidos duraron más que quienes decían descender de los dioses. Los estadistas no salen del Santoral, se argumentará. De la leyenda dorada, del año cristiano, no ha surgido estadista alguno.
Y realmente, cabe un poco de indulgente ironía (y el concilio parece haberles retirado el patrocinio eclesiástico) respecto a infinidad de santos nimbados de superstición y entre ellos muchos príncipes que hicieron voto de castidad perpetua cuando descubrieron bajo el dosel del lecho real a alguna abominable princesa escogida no por su propio instinto e ideal, sino por un consejo de gobierno o por el mal gusto de algún embajador sobornado y cegato.
En todo caso conservar sus amigos y, singularmente, conservar sus enemigos predilectos, es casi imposible en política. Y no muy aconsejable. No son ni la elegancia espiritual ni la consecuencia, frecuentes en el mundo de la vida pública; parecen ser virtudes abstencionistas. Y, mantener vivo el incómodo reflejo condicionado del asco ante ciertas bellaquerías, es algo que lo saca a uno del ejercicio de la política, para la cual, como para la cirugía o para la medicina legal —que diagnostica sobre el grado de putrefacción de los cadáveres exhumados—, se necesita algo que yo demostré desde el primer momento no tener, para mi desgracia o fortuna: buen estómago.
Pero hay otro factor con el cual el político hace malabarismos estupendos con admirable aplomo, y es el paso "del tiempo, la simple sucesión de almanaques, cosa distinta del fenómeno de la amnesia colectiva. Por eso el político busca, y muchas veces encuentra, el apoyo de la juventud. La juventud, además de idealista, es entusiasta.
Pero sobre todo, ignora la mala vida pasada del político, siempre mayor que ella. Es la mocedad elemento virgen, plasmable, efervescente y despistado. Propenso a dejarse seducir por la prestidigitación de los programas —de los programas, Dios mío!— sin averiguar, poco ni mucho, por la conducta del prestimano.
Los jugos gástricos empiezan a secretarle al joven frente al menú, y no se detiene a preguntar por el cocinero. Cuando el viejo, que conoce la trayectoria del político advierte y previene al chaval, éste suele tomar a aquél por anacrónico. Aunque el político y el viejo sean contemporáneos.
Porque el político dispone de innata capacidad para ir dejando frecuentemente su piel vieja botada en el camino algunos reptiles, a los cuales se parece tanto— y no el joven atribuye esa inconsecuencia a capacidad de renovación, de transformación, a pericia náutica para desplegar las velas en forma que las impulsen los nuevos vientos.
Los vientos que soplen. En la mayoría de los casos se debe modestamente a habilidad para esconder las ropas manchadas y para hacer olvidar antiguas faltas. Qué va a ocuparse la mocedad de las antiguas faltas, si el político adoba y le sirve nuevas ideas para distraer su apetito y embotar su hambre de conceptos y teorías?
Para esto sirve mucho al político poder presentar ribetes y guarniciones intelectuales y pasar, si es posible, por alguna cátedra universitaria. La toga magistral y el ropaje académico tapan bien las mataduras que se niegan a cicatrizar.
Se presume generalmente —y no siempre con fundamento—, que la del maestro es la figura antípoda de la del pícaro. Sobre todo cuando el fatigado profesor toma los caminos atrevidos y arriscados de la revolución y de la renunciación y hace el papel de un Francisco de Asís, que rompe sus vínculos con la plutocracia, se desnuda de los jubones ricamente bordados del capitalismo y promete andar descalzo por los montes para desposarse con la pobreza y terminar con los privilegios de las oligarquías insaciables.
Entonces toma cierto aire mesiánico, que en las masas llega