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Entre la libertad y el miedo. Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950
Entre la libertad y el miedo. Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950
Entre la libertad y el miedo. Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950
Libro electrónico642 páginas10 horas

Entre la libertad y el miedo. Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950

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Cuando Germán Arciniegas publicó el libro titulado Entre La Libertad y el Miedo, bullía en todo el continente latinoamericano una efervescencia liberal, que propugnaba por sacar del poder a las élites conservadoras cercanas a la iglesia católica. Por elemental lógica de los conflictos sociales y políticos, la evolución ideológica en el hemisferio dio paso a dictaduras populistas como la de Perón en Argentina, militaristas como las de Centroamérica, Bolivia y Perú y de opinión como la de Rojas Pinilla en Colombia; así como brotes de inconformidad en los demás países.
Opinar y analizar acerca de estos fenómenos impregnados de altas cargas de violencia política, represión y fácil concatenación para señalar a los liberales como comunistas o socios de estos, porque quienes estaban en la cúspide no estaban dispuestos a ceder nada, repercutió en desaforada persecución política e ideológica contra los librepensadores e intelectuales de las décadas de 1940, 1950 y 1960, que cuestionaban los gobiernos conservadores, porque estos críticos estaban imbuidos por el positivismo en imaginarios cambios sociopolíticos y los vaivenes geopolíticos que se derivaban de la Segunda Guerra Mundial, el Plan Marshall, la guerra de Corea y los movimientos de liberación nacional en Asia y África contra las potencias coloniales europeas.
Leer, analizar e interpretar esta magistral obra del maestro Germán Arciniegas, es dar un paso gigantesco, hacia la comprensión de la dinámica social, política, económica y cultural que ha servido de motor dinamizador para la imperfecta configuración de la democracia en el continente, la complejidad de las relaciones con Estados Unidos y la necesidad de proyectar la geopolítica de Hispanoamérica, alejada del comunismo y del capitalismo salvaje.
Entre la libertad y el miedo, es un libro de obligatoria lectura para toda persona que pretenda comprender quienes somos y cuál es el destino de las naciones hispanoparlantes. Por ende, no puede faltar en su biblioteca personal, empresarial o institucional.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2018
ISBN9780463660355
Entre la libertad y el miedo. Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950
Autor

Germán Arciniegas

Germán Arciniegas, nacido en Bogotá, doctor en Derecho de la Universidad Nacional, profesor universitario en Colombia y Estados Unidos. Embajador ante los gobiernos de Italia, Israel, Venezuela y la Santa Sede. Fundador y director de varias publicaciones culturales, entre las más recientes "El Correo de los Andes" revista bimestral desde 1979. Ministro de Educación de Colombia 1942-43 y 1945-46."BOLÍVAR Y LA REVOLUCIÓN" es el número 38 en su larga lista donde se destacan: "El estudiante de la Mesa Redonda", "Biografía del Caribe", "América Mágica", "América en Europa"; muchas de estas obras se han traducido al inglés, italiano, francés, alemán, polaco, rumano, húngaro y yugoeslavo.

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    Entre la libertad y el miedo. Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950 - Germán Arciniegas

    Entre la libertad y el miedo

    Libro censurado por dictaduras latinoamericanas durante la década 1950

    Germán Arciniegas

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    ISBN: 9780463660355

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Entre la libertad y el miedo

    De un largo reportaje a una historia

    La razón de ser de este libro

    ¿Hacia dónde va la América Latina?

    Palabras de doble sentido

    La presidencia de dos cabezas I-Evita

    La presidencia de dos cabezas II-Perón

    ¿El justicialismo es fascismo?

    Militares y aprismo en el Perú

    Venezuela o los militares en el paraíso del petróleo

    Bolivia con estaño, militares y ahorcados

    Paraguay entre Argentina y el infierno verde

    Colombia: Cómo se destruye una democracia

    Los colombianos en la guerra de Corea

    Brasil: Un continente dentro del continente

    Chile, Ecuador, Uruguay; Triángulo sobre abismos

    Caribe, torbellino del mundo I

    Caribe, torbellino del mundo II

    México, o el águila y la serpiente

    El ejército y los ejércitos en América Latina

    Entre la libertad y el miedo

    América visible y América invisible

    Apéndice: A la conciencia de América

    De un largo reportaje a una historia

    En 1952, cuando apareció este libro, era como un largo reportaje de la situación en América Latina. Hoy ha perdido su carácter periodístico para entrar en la categoría de obra histórica. Es el testimonio de una época, que siendo hoy reciente, se proyecta en la mente de las generaciones más nuevas borrosa, confusa, desvirtuada.

    Los intereses políticos del momento hacen que resulte conveniente, para los tergiversadores, inventar una historia diferente de la que vivimos. Los fenómenos más violentos como el fascismo, el nazismo, el peronismo, se presentan en versiones tan deformadas que, para quienes los sufrimos, resultan irreconocibles.

    El objeto de esta nueva edición de Entre la Libertad y el Miedo está en que se conozca aquella realidad. Los personajes que entonces dominaban la escena latinoamericana siguieron viviendo y no pocos todavía están en la escena, sin que sus antecedentes se conozcan como los vivimos nosotros. Así, la nueva conducta política se monta a base de olvido, de meticulosa deformación, de cirugía plástica.

    El libro originalmente se publicó en inglés, en Nueva York. Entonces pululaban allí asilados de unas diez repúblicas. Por el seminario de Tannenbaum en Columbia University pasaban todos los jueves argentinos, venezolanos, peruanos, paraguayos, centroamericanos... cada cual con su cuento. Una tarde asistieron a este grupo, de unos quince estudiosos, tres presidentes en el exilio.

    Oyendo testigos, sabíamos lo de estos encuentros más que los bogotanos en Bogotá, que los de Managua en Managua. En Nueva York hacíamos fiestas para recoger fondos y auxiliar a Fidel Castro en su lucha por derrocar a Batista, y de ahí una buena parte de los fondos que recibió el estudiante insurrecto.

    Cuando cayó Pérez Jiménez se celebró en casa de Jóvito Villalba su derrumbamiento, y nos encontramos para el brindis, reunidos, Rómulo Betancur, Rafael Caldera y colombianos y venezolanos y cubanos de todas las corrientes. El cierre de La Prensa de Buenos Aires y su incautación por Perón, nos agrupaba a todos en torno a Gainza Paz en los foros por la libertad de expresión...

    Víctor Raúl fue a nuestro seminario para hacernos la relación de lo que ocurría en el Perú bajo Sánchez Cerro... A través de Herbert Matthews teníamos acceso al New York Times, y Miss Francis Grant era la mujer que defendía en todas partes la causa de todos los latinoamericanos perseguidos. Por ella teníamos tribunas en universidades y clubes políticos.

    Con Rómulo Betancur pensamos en fundar una editorial en Nueva York. Pepe Figueres, en liga con él, vinieron a ser el gran respaldo que tuvo en su tiempo Fidel Castro... Naturalmente, con riesgos. Al gran divulgador de la tiranía de Trujillo en Santo Domingo, Galíndez, lo agarró una noche, cuando iba de la salida del subway (metro) a su departamento en Down Town, un sicario de Trujillo. Inconsciente, le llevó a un aeropuerto vecino, lo metió en una avioneta y así pudo asesinarlo en ciudad Trujillo el generalísimo. Y echarlo al mar para que se lo tragaran los tiburones... No hay que pensar que en estas aventuras no viéramos la posibilidad de consecuencias semejantes.

    Nueva York misma no era ciudad segura. Lo de Galíndez no fue único. El propio Trujillo trabajó entonces en terreno ya aprovechado por él mismo. Había un factor que le favorecía: el imperio de la Ley McCarthy. Denunciarnos como comunistas se volvió expediente muy sencillo para los dictadores. Pero teníamos amigos, y para el caso de mi libro, siendo yo de la Casa de Knopf, la obra salió en inglés antes que en castellano...

    A poco aparecía en español, en México, con grave daño para Cuadernos Americanos, editores. Silva Hertzog lo sabía, pero asumió el riesgo. Entre la Libertad y el Miedo no sólo fue prohibido en unos diez o doce países, sino que se castigaron, de paso, las otras publicaciones de Cuadernos... La segunda edición la hizo en Santiago de Chile por la editorial Ercilla, que dirigía Luis Alberto Sánchez, hoy vicepresidente del Perú... Tanto en Caracas como en Bogotá yo estaba prohibido. En la capital de Venezuela mi nombre quedó borrado, no solo por mi columna suprimida, sino hasta de toda información.

    Lo de mi propia ciudad natal se ilustra porque por muchos meses hubo de publicarse lo mío con el seudónimo de Ariel —inventado por Roberto García-Peña—, y en las calles los voceadores de periódicos ofrecían Entre la Libertad y el Miedo, traída de contrabando, bajo la ruana. Hasta que cayó Laureano Gómez, y con la subida de Rojas Pínula un librero audaz celebró el cambio pidiendo quinientos ejemplares a Buenos A ires. Cuando llegaron ya el general que había llegado a la presidencia en medio de un júbilo inmortal, había dado el vuelco, y, como dictador, ordenó a ¡a aduana la quema del libro... Cuando cayó nuestro peligroso general, regresé a Colombia, y en el aeropuerto me atendió gentilísimamente el director de la aduana, que me hizo seguir a su oficina mientras revisaban las maletas.

    Me dijo: —Doctor Arciniegas, usted se habrá formado la peor idea de mí, sin razón.... Para ser exacto, yo no sabía con quién estaba conversando, pero él me explicó: "Le habrán dicho que yo quemé sus libros y es totalmente inexacto: recibí la orden de hacerlo, pero usted comprende que unos paquetes amarrados como llegan, no prenden. Tenía que quemar sus libros y una cantidad de revistas Life. Decidí tirarlos al Tequendama...".

    Sobre Entre la Libertad y el Miedo podría escribir un anecdotario como para otro volumen, qué no estaría mal para que los de ahora sepan las cosas que pasan bajo las dictaduras. Yo, por ejemplo, hoy mismo, no existo en La Habana... El propio gobierno de Colombia, siendo presidente Urdaneta Arbeláez, quiso quemarme en Nueva York, de esta manera.

    Iba a pasar en Europa tres meses de vacaciones y me di cuenta que mi pasaporte estaba vencido. Le propuse a Germán Zea me acompañara al consulado para pedir la revalidación. En cuatro años ni él ni yo habíamos pisado esas oficinas y en cuanto nos vio entrar nuestro amigo el cónsul levantó los brazos regocijado y nos dijo:

    ¡Por Dios, que al fin los veo en esta casa de ustedes! Y ordenó que nos sirvieran tintos. Le expliqué a qué venía, me pidió el pasaporte, lo vio, y: Vente mañana, todo está en orden; ya es tarde para hoy porque los empleados van a salir. Abrió el cajón central del escritorio, metió el documento y nos fuimos, encantados.

    Me dijo mi tocayo: Ya ves: todo salió perfecto: no hay problema... —Espérate a que me devuelvan el pasaporte—, le contesté. Al día siguiente, el cónsul con gripa. Le duró ocho días. Yo telefoneaba, y nada. Entonces la señorita Montenegro, amiga nuestra, telefoneó a Germán Zea, y le dijo: Lo llamo para que le diga al profesor que esté tranquilo. El cónsul ha estado en conferencias con Bogotá toda la semana, y ya hoy dieron orden para que le entreguen el pasaporte... En efecto, me lo dieron. Y nos fuimos para Europa, Gabriela y yo.

    Regresamos. La cola de rutina en la aduana. Entregué el pasaporte, buscaron en ese como libro de teléfonos que se usa en estos casos, y levantándose, dijo el oficial: Un momento, y salió del Cubículo. Pasaron cinco minutos. Regresó con mi documento en la mano y dirigiéndose a Gabriela: La señora puede seguir; el profesor no, porque hay sobre él un expediente y debe seguir para Ellis Island...

    Quedé frente a un abismo. Apenas pude balbucir: Este recibimiento lo esperaba bajando en Buenos Aires o Santo Domingo: aquí, me sorprende, pero permitirá usted al menos que deje a mi señora en el bus, con las maletas... (Yo mismo tenía que sacar la mía). Muy cortés, dijo el oficial: No hay problema, profesor... Y entre dos policías, cada uno de dos metros de altura, pasé a ordenar lo del equipaje. Gabriela me dijo: Llama a Matthews y a Germán Zea...

    Los policías, atentísimos, me dejaron entrar a la cabina. A Matthews, en el New York Times: — Acabo de llegar, Herbert... —¿Cuándo nos vemos? —Nunca: me llevan para Ellis Island... —No puede ser: voy a poner el grito en el cielo... —Ato puede ser, pero es, Mil gracias, pero aquí está el carro esperándome para llevarme... A Germán Zea apenas le alcancé a pedir que cablegrafiara a Eduardo Santos a París... Gabriela, cuando llegó al terminal de los buses y subió al taxi en New York, se le olvidó la dirección de nuestra casa...

    En aquel tiempo era Ministro de Relaciones Exteriores Juan Uribe Holguín, y secretario ejecutivo Alfredo Vázquez Carrizosa. Guillermo Camocho Montoya, muy acucioso, en menos de ocho días formó un voluminoso expediente que demostraba, con recortes de periódicos, que yo era comunista... Se puso el expediente en manos de las autoridades y, me decía más tarde el rector de la Universidad: A nadie lo han investigado tanto en estos meses, como a usted...

    Se sacó en claro que todo era patraña del gobierno de Colombia, y pasé el examen. Sólo que sacar un nombre de la lista de los indeseables no es fácil. Por eso pasé la única noche que me ha tocado en la cárcel, en Nueva York. Mucho me ha alegrado luego ver como presidente en Colombia de los Derechos Humanos a Vázquez Carrizosa. Seguramente, ya ni se acuerda...

    De otra parte están los recuerdos buenos. La publicidad honrosísima para mí que se dio a la detención en la prensa americana y las protestas de los diarios. Los compañeros de Facultad en Columbia me preguntaban cuánto había pagado por la propaganda... Pero cosas aún mejores. Cayó Perón, me invitaron a Buenos Aires, se me dio el Premio Alberdi Sarmiento de La Prensa... y fui a dictar una conferencia en Córdoba, capital de la revolución universitaria en Sur América.

    Me fue muy bien y salieron a despedirme en el aeropuerto unos cuantos amigos. Desde el avión veía la ciudad entre las sierras, bellísima. De pronto, el avión dio una vuelta y regresó a la base. Los amigos se habían ido... Era cuestión de esperar una hora...En la sala de espera una señora me miraba con demasiada insistencia.

    Finalmente, se levantó y: —Profesor, quiero estrechar su mano... Encantado, pero: —¿Por qué, señora? Y me contó: Poco antes de caer el que sabemos, estuvimos en Chile, y de regreso trajimos el primer ejemplar de su libro que llegó a Córdoba. Era muy difícil, pero se nos ocurrió la cosa más inocente: Quitarle la cubierta y ponerle una de Los Tres Mosqueteros... No hubo problema. Nuestro hijo estaba en último de ingeniería, y se apasionó por el libro.

    Se reunían en nuestra casa y cada noche leían un capítulo. Estaban para terminar, cuando una mañana se difundió como relámpago la noticia: ¡Cayó Perón! ¡Cayó Perón! Una hora después, los estudiantes se echaron a las calles cantando y gritando ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! El ejército se mantenía fiel al dictador, y dispararon. Mi hijo recibió la primera descarga: iba a la cabeza... Pero como madre, me siento orgulloso de lo que fue y de cómo murió... Y asocio a su memoria el nombre de usted...

    Se explican las resonancias del libro, que confirman el título. Cada vez que se hacía una nueva edición, la complementaba con lo que luego había sucedido. Las últimas ediciones se hicieron en Buenos Aires, por la Sudamericana. Al llegar a la décima, lo que resultaba era un grueso volumen. La primera edición era de 366 páginas. La décima iba en 500...

    Yo llevaba a cada personaje una carpeta, que iba enriqueciéndose con recortes y documentos. Cuando salí de New York entregué a la New York Public Library de la 42 ese archivo, con los documentos esenciales. Y no seguí. No seguí, porque estaba convirtiéndome en un almanaque. Además, aquel mundo del comienzo en que todo se reducía a un despotismo elemental y criollo, fue convirtiéndose en un laberinto internacional, difícil de seguir y surcado de caminos subterráneos.

    El solo tránsito del Castro contra Batista al Castro con los soviets exigía una aproximación y un tratamiento distinto. Una vez, en Montevideo, recibí la visita de un grupo de estudiantes argentinos. Habían tomado mi libro como una Biblia y me acorralaron. Profesor, usted termina su libro en este año, y hay que continuarlo.

    Nosotros lo hemos hecho... Al día siguiente me llegaron con unas carpetas mucho mejores que las que yo hacía en Nueva York... Todo, puesto al orden del día. Se me quedaron los nombres de algunos, a quienes luego hallé como líderes izquierdistas...

    Hay en Buenos Aires una calle que se llama Victoria. Sus números pasan de los dos miles. En pleno régimen de Perón me surgió un amigo estudiante, que para despistar a los de la censura siempre ponía al respaldo del sobre en letras muy claras, bajo un nombre supuesto. Victoria 1960. Se equivocaba: cayó antes: 1955. Pero lo hermoso era el nombre que daba al remitente. Conocí en Bogotá a un estudiante de Provincia que murió de hambre.

    No porque no le enviaran sus modestísimos padres una pensión pequeña pero suficiente, que él consumía en libros. Y como tenía talento, y una pasión de saber que nos conmovía, cuando murió lo incluí en El Estudiante de la Mesa Redonda como un personaje real. Se llamaba Tamí Espinosa, y Tamí Espinosa se decía mi amigo desconocido de Buenos Aires...

    Bogotá, Abril 1988

    La razón de este libro

    De 1951, cuando se publicó por primera vez este libro, a hoy, se han producido muchos cambios en la superficie. El creciente alejamiento de las formas de gobierno representativo nos coloca una vez más fuera, en nuestra América, de la órbita democrática. Sesenta millones de habitantes están viviendo en diez países donde se desconocen o algunos de los principios consagrados en la carta de los derechos humanos, o todos ellos.

    Los ciento y tantos millones que restan no están del todo seguros. Se ha conservado en el lenguaje oficial la vieja terminología. Se habla de democracias, repúblicas, libertades, derechos políticos. Pero, al menos académicamente, tendrían que llamarse de otra manera, y no repúblicas democráticas, a los Estados en donde no hay elecciones, no hay congreso, no se reconoce a los partidos de mayoría, no se toleran los de minoría, no hay independencia del poder judicial, las constituciones se modifican por decreto, el poder ejecutivo legisla directamente en materias civiles, penales, económicas, comerciales, políticas o culturales, no existe el habeas corpus, no hay libertad de prensa, ni de asociación, ni de reunión, la universidad está intervenida, la religión amenazada, el presupuesto de gastos y de rentas se hace sin consulta de parlamento ni control fiscal, y el derecho a la vida está en manos de las autoridades respetarlo o no, sin fórmula de juicio.

    En algunos casos, todas estas características concurren en un solo Estado. En otros, sólo algunas de ellas. Ateniéndonos a las normas del derecho aún vigentes en el mundo, basta que uno de esos vicios exista para que la república democrática deje de existir. Esa república se funda en tres poderes y no en uno solo.

    Esos poderes son representativos de mayorías y minorías que deben disponer de libertad para expresarse, moverse, decidirse. Un grupo ya bien numeroso de mandatarios de las veinte repúblicas rechaza de hecho, como anticuada e inoperante, la idea tradicional de democracia, y ha establecido un sistema de gobierno nuevo, aún no clasificado con nombre propio en los tratados de derecho. Nos encontramos frente a una de ¡as desviaciones más serias de la historia moderna, y quizás la menos explorada.

    El mundo se ha acostumbrado a recibir los mensajes más singulares que jamás se hayan conocido. He aquí una declaración oficial hecha en Venezuela y el Perú: el partido de mayoría queda fuera de la ley. En Colombia el partido liberal, que es el de los más, ha quedado civilmente muerto. En la Argentina el eclipse duró doce años.

    Para acudir a un truco demagógico, se llaman oligarquías a los partidos populares que han probado ser mayorías. Se adueña del poder, por cuartelazo, un grupo de oficiales, desaloja a las autoridades elegidas por el pueblo en sufragio universal, y se constituye lo que la academia llama oligarquía, es decir: gobierno en que unas cuantas personas asumen todos los poderes del estado.

    Al día siguiente, este gobierno de facto, oligárquico, declara que ha asumido el mando como un movimiento imperioso de la democracia contra la oligarquía. En Venezuela, consolidada la oligarquía militar, creyó que nadie osaría discutirla en elecciones: permitió la Junta Militar hacerlas, con esta excepción: no admitir como partido legal al que había tenido mayoría en la última prueba democrática. A pesar de esto los resultados fueron adversos a la junta.

    Esta, sin dar tiempo a terminar los escrutinios, y en nombre de la democracia, desconoció los resultados, encarceló a los elegidos, los deportó, y restableció el ejercicio de la democracia. Este es el proceso típico de la tergiversación que sufre ahora en este continente el vocabulario político. Uno de los problemas serios de América está en reeducar su ejército y poner fuera de su diabólica influencia a los oficiales que le han hurtado su histórica función libertadora.

    El espectador contemporáneo, distraído por lo de Europa o Asia, pendiente de los movimientos de Rusia o Estados Unidos, no se da cuenta de que a la vuelta de la esquina de los Estados Unidos se va formando en nuestra América la tercera grande agrupación humana sujeta a régimen totalitario.

    Este régimen está organizado por minorías que sólo mantienen el control limitando, o anulando totalmente, el derecho de expresión de cuantos se aparten de las ideas del gobierno. Hay una sistemática negación de los derechos civiles.

    El partido liberal colombiano, el aprista peruano, el de acción democrática en Venezuela, suman muchos millones de afiliados: probaron, mientras hubo elecciones libres, ser mayorías, y hoy están poco menos que anulados como organizaciones políticas.

    En Santo Domingo o Nicaragua las dictaduras, consolidadas por muchos años, no han permitido la formación de partidos. En algunos casos, eminentes jefes de estado, intérpretes de la nueva filosofía, han declarado incompatible con la tranquilidad pública la existencia de los partidos. Se trabaja, como en Rusia o en España, sobre la base del partido único.

    Quien no está con el del gobierno, es un traidor a la patria, un vendepatria como decía Evita Perón. Los europeos y los estadounidenses juzgan estas situaciones —que jamás analizan en la impresionante realidad de su conjunto— como resultantes del carácter veleidoso y elemental de los cobrizos, los nativos, los mestizos.

    Se equivocan. La causa está en procesos históricos que arrastran lo mismo al hombre de color que al blanco. En la pobreza y en la amargura se producen gérmenes de rebeldía, de inconformidad, de descontento, sin que pueda decirse que sea más favorable para su desarrollo ni la soberbia del blanco ni la humildad del negro, ni la lectura del universitario ni la rusticidad del campesino.

    A la cabeza de los países empecinados en formular la filosofía del neo-caudillismo estuvo la Argentina de Perón, país en donde hay menos negros que en Francia o Italia. En la Argentina, además, no se detuvo la sombra dorada de los indios. La revuelta de Buenos Aires peronista contra el sistema representativo de gobierno y contra el régimen de las libertades civiles, fue el alzamiento bárbaro de un grupo europeo que en la tierra de San Martín se encastilló para combatir el pensamiento del occidente liberal.

    Perón fijó una frontera que ambiciosamente soñó en ir moviendo hacia el norte y el poniente, llevando en la mano su nuevo evangelio. De otra parte, el núcleo que mejor resistió a esta tentación diabólica fue el del Uruguay, otro país blanco europeo. Uruguay, con un escudo suizo, montó la guardia al otro lado del Plata. Lo que queda ahí dicho de los blancos, puede ilustrarse igualmente con ejemplos cobrizos.

    Pero el problema de nuestra América no le importa a un mundo como el europeo, aburrido de pensar, abrumado de problemas, que evita el estudio de otro asunto complejo y difícil, y le busca una solución simple. Se contenta con adjudicar a nuestra población un color de piel, un grado de civilización y un sistema emotivo arbitrarios, y diagnostica la cura por los dictadores. Aun si esto fuera así, cabría formular la hipótesis de que aquí puede nacer mañana una segunda Asia. Bastaría esto para preocupar a los interesados en la política internacional. Y no les preocupa.

    En 1951, al publicarse en Estados Unidos la primera edición inglesa de este libro, comentaba la sorpresa con que se registró allá el hecho de que la población de nuestra América sobrepasara a la de la república del Norte. Ahora, las cifras son más impresionantes. Hoy la población de Estados Unidos es de 162.670.000 habitantes, y la nuestra llega a 171.000.000.

    Tal cifra no puede disminuirse con la vieja idea de que las gentes al sur del Río Bravo viven en un mundo agreste, selvático, protegidas por el analfabetismo, que las pone a cubierto de toda tentación. La persistencia de este prejuicio romántico y optimista no ha permitido analizar ni a los estadounidenses ni a los europeos la importancia de las cifras.

    He aquí el orden de las ciudades que hoy (1942) pasan de un millón de habitantes en los Estados Unidos y en las veinte repúblicas: Nueva York, Chicago, Buenos Aires, Los Ángeles, México, Filadelfia, Río de Janeiro, Sao Paulo, Santiago de Chile, Montevideo, Baltimore, Lima, La Habana, Cleveland. Es decir: seis en Estados Unidos y ocho en nuestra América.

    Hace años el ser analfabeto era un poco estar al margen de toda información universal. Hoy es posible discutir sobre lo que pasa en Estados Unidos o en la China con un pobre diablo que jamás fue a la escuela. Hay otros medios de informarse. Que se entienda esto bien: los millones de americanos al Sur del Río Bravo son ya parte del drama universal.

    Tener una población urbana informada, y que crece como ocurre entre nosotros —Sao Paulo y Caracas son los dos casos más notables hoy en el mundo—, implica un cambio radical en la evolución histórica. Para 1975 se calcula que nuestra América llegará a 275 millones. Avanzamos a mayor velocidad que ninguna otra comarca del planeta. Entre los campesinos, siempre habrá analfabetismo. En cambio la masa de las ciudades tiene el periódico y la radio, el cinematógrafo y el café, viaja, se informa.

    Sin poder expresarse, las vastas mayorías que han quedado fuera de la vida política forman un fondo de inestabilidad, una reserva revolucionaria, que fatalmente acabará por desbordar. Cortejan las conspiraciones. Se hacen jugadoras, mientras llega el momento de un ajuste de cuentas definitivo. Cuanto más difícil se vuelve la posibilidad de comunicarse, de discutir, más se aviva el de seo de libertad.

    Es impresionante ver cómo han progresado en estos años últimos los sistemas de información clandestina, las catacumbas de la resistencia, las redes de entendimiento subterráneo. Pero, ¿bastará ese fervor de la lucha en la sombra para mantener la moral de los partidos? Después de unos cuantos años en que no se ha producido un libre debate electoral, sin la tribuna del parlamento, sin posibilidad de hacer oposición en la prensa, sin universidades, esos partidos pierden su eficacia y su color, muestran un perfil borroso e incierto.

    Se repite el proceso disolvente del inventor de ¡adoctrina, de Franco, en cuyas manos de caudillo listo se ha disuelto la capacidad política de los españoles libres. Si los partidos democráticos hubieran mantenido el tono de la lucha, habrían renovado a estas horas radicalmente sus programas, tendrían nuevos líderes, serían una fuerza viva de renovación en cada país, o habrían sido desalojados por otros más capacitados.

    Cerrados todos estos caminos, frustradas todas estas hipótesis, no es fácil saber en qué forma la América contenida desbordará. Ni qué oportunidades encuentren los partidos internacionales antidemocráticos en la lucha. La recuperación democrática argentina es hoy la esperanza de América. Pero si el régimen de Perón se hubiese prolongado diez años más, Dios sabe lo que le hubiera costado a la Argentina retomar el camino y hacer el reajuste democrático.

    Sólo el porvenir podrá decirnos si la revuelta que determine la opresión del espíritu americano desembocará en una ola de violencias no imaginada. El factor nuevo que hace más azaroso el porvenir está en el formidable poder de las fuerzas armadas que controlan el Estado.

    La generosidad y ligereza con que se han distribuido las más violentas armas para todos los gobiernos de nuestra América, hace que con ellas se defiendan hoy quienes se mantienen en el poder por el miedo, y mañana dará la medida de sangre que haya de costar la recuperación de las libertades perdidas.

    La doctrina de retener el mando en las manos de las fuerzas armadas, hace de nuestra América un continente puesto bajo la tutela de una institución educada para la guerra y no para la administración pública. Esta idea primitiva, no puede progresar en nuestro tiempo. Hay conquistas de siglos, como la de la formación y discusión pública del presupuesto, y el control de los gastos públicos, que no caen con la facilidad con que se proclama una dictadura.

    Es una droga demasiado fuerte para un pueblo necesitado de escuelas, caminos, casa, zapatos e higiene, pagar lo que está pagando por formar a un capitán del ejército, y dejar a la buena de Dios la educación de un ingeniero, un médico o un veterinario. No existen ni en el ejército de los Estados Unidos ni de Rusia oficiales que ganen los sueldos que se pagan en Sudamérica.

    En toda su vida de campañas por cinco repúblicas, Bolívar no recibió en sueldos lo que en un mes devenga uno de sus lugartenientes. Hablando un día en Montevideo con el presidente Martínez Trueba le decía yo: el presupuesto del Uruguay es un papel revolucionario que quizás no permitan publicar en muchas repúblicas de nuestro hemisferio. En ese presupuesto se dedican para ejército, marina y aviación el 8,4 por 100; para instrucción y cultura el 16 por 100; para previsión el 28,4 por 100.

    Hablando de los armamentos de nuestra América, decía Eduardo Santos en Nueva York, al celebrarse el segundo centenario de Columbia University: "¿Contra quién nos armamos los latinoamericanos? ¿Cuál es la razón para que nuestros países se estén arruinando con armamentos costosísimos que jamás se podrán emplear?

    Porque el crimen de la guerra internacional americana, de unos pueblos contra otros, sería uno de esos crímenes que no perdona el Espíritu Santo. Un crimen que nada explicaría, que nada justificaría, fuera del interés personal de determinados individuos, fuera del monstruoso interés de los vendedores de armas.

    Nosotros no tenemos ningún motivo para combatirnos; no tenemos sino motivos para acercarnos y para vivir fraternalmente... ¿Y tenemos acaso papel que desempeñar militarmente en los grandes conflictos internacionales del universo? Jamás. Esto es una tartarinada que no se puede sostener durante cinco minutos.

    En esta época de la bomba atómica, con estas nuevas armas fabulosamente costosas, con estos sistemas técnicos basados en miles de millones, ¿qué van a hacer nuestros pobres países, arruinándose en armamentos que en un momento de conflicto internacional no representarán absolutamente nada? ¿Entonces? Estaríamos creando ejércitos insignificantes en la vida internacional, pero aplastantes en la vida interna de cada país. Cada país está siendo ocupado por su propio ejército".

    Tantos hechos nuevos han venido produciéndose a partir de la primera edición de este libro, que requeriría otro volumen hacer la historia de los últimos cinco años. Y sin embargo, éstos no son sino corolarios fatales de una situación que he tratado de pintar en la forma más objetiva.

    Ya he aclarado en la edición anterior que no he querido contribuir con un ensayo más a la abundante literatura de interpretaciones históricas y de adivinanzas que ha servido de tema aun a escritores de genio y que da prestigio a las letras de nuestra América con cuatro o cinco libros ejemplares. He tenido la impresión de que más que todo eso nos importa tener a la vista el cuadro del proceso histórico. No olvidarlo. No poner el velo de la teoría sobre la brava realidad.

    Un libro que llegue hasta 1951 tiene el valor de estar compuesto de elementos ya históricos. Es posible que para orientar el pensamiento contemporáneo sea tan rica la experiencia de los últimos veinte años, como otros capítulos más extensos, igualmente formativos de nuestra personalidad: La colonia, la guerra de independencia, la reconquista española, las luchas del siglo XIX. Anotando al vuelo algunos hechos acaecidos entre 1951 y 1954 señalaba en la cuarta edición de este libro éstos:

    la muerte de Eva Perón, la revolución de Bolivia, el golpe de estado de Batista en Cuba, la expulsión de Laureano Gómez de Colombia, el triunfo electoral de Ibáñez en Chile, el cambio oficial de la política de Estados Unidos frente a Perón, el triunfo de Figueres en Costa Rica, el nuevo estilo introducido en México por Ruiz Coruñés, el desconocimiento por la junta militar de Venezuela de ¡as elecciones que dieron el triunfo al partido de Jovito Villalba, el tránsito en el Ecuador de Galo Plaza a Velasco Ibarra, la movilización en Estados Unidos de la opinión pública contra el gobierno de Arbenz en Guatemala, etc. Y agregaba otros importantes, como típicos:

    En Buenos Aires se suicidó a Juan Duarte, en Nueva York se asesinó al periodista dominicano antitrujillista Andrés Requena, en Venezuela el gobierno llevó a la tumba a Alberto Carnevalli y liquidó a balazos a Leonardo Ruiz Pineda, etc. Ya esta lista era impresionante. Unos meses más tarde se hizo una nueva edición y dije:

    "Hoy habría que agregar muchas cosas. En la Argentina, Perón se hace el abogado de la separación entre la Iglesia y el Estado. La idea no es nueva en la Argentina, y fue tradicional entre los radicales. Pero Perón le da el sabor peculiar de violencia y agresión que le es característico, y lo que era una simple teoría política se trueca en un instrumento de violencia organizado para contener la posibilidad de que se forme un partido demócrata-cristiano.

    La situación anterior, la de 1946, está muy bien resumida en estas palabras de Hubert Herring en su 'A History of Latín America': 'Perón fue ayudado por el clero. En su campaña presidencial de 1946 recibió el apoyo en una carta pastoral firmada por el Cardenal Copello y los obispos, previniendo a los fieles para que se abstuvieran de dar sus votos por cualquier candidato que abogara por la separación de la Iglesia y el Estado, el divorcio o la supresión de la enseñanza religiosa.

    De todos los candidatos, era Perón el único libre de sospecha'. Un obispo, Miguel de Andrea, rehusó su firma a la carta diciendo: 'Es trágico vender la libertad por unas pocas ventajas sociales y económicas'. Un cura párroco se negó a leer la carta pastoral en su iglesia, y el cardenal lo destituyó. Centenares de católicos firmaron una carta de protesta contra el párroco y la enviaron a Perón. Por su parte.

    Perón, siguiendo el ejemplo de Franco en España, incluyó sacerdotes en los comités del partido... 'El post scriptum que tendrá que hacer el profesor Herring para la próxima edición de su libro será muy instructivo. Podría fundarse en los encendidos comentarios hechos en los últimos meses por el Observatore Romano a las prisiones de sacerdotes que ordena Perón para impedir que se discuta en los pulpitos la ley sobre el divorcio, o en la observación que hacía II Popólo de Roma, diario de los demócratas cristianos —a la vista del ministro Remorino, afines de 1954. Decía II Popólo:

    "El general Perón ha querido dar a la lucha antirreligiosa desatada por su partido en la Argentina el toque final del hombre que ya se declara en definitiva contra la iglesia. En la víspera de Navidad —bien triste navidad para los ciudadanos de esa república que tienen sentimientos profundamente cristianos— la propia persona que no ha mucho tiempo había atribuido a gloria de su país la iniciativa del dogma de la Asunción, da una ley que introduce el divorcio en la Argentina. Hay algo de verdaderamente morboso en el gesto que ha tenido y en el tiempo para el caso escogido. Es casi una perfidia, una voluntad de unir a una demostración ostentoso una decidida afrenta, que obliga a recordar la expresión dantesca: lo que más ofende es la manera".

    "En Brasil se suicida Getulio Vargas, en Panamá asesinan al presidente Reman, en Paraguay cae de cuartelazo el presidente Chaves... Castillo Armas se levanta en Guatemala con el generoso apoyo de los Estados Unidos y el presidente Arbenz, prácticamente sin dar un tiro, deja a Guatemala y se va a practicar esquí en Suiza.

    En Honduras se arma una guerra contra Figueres, se invade a Costa Rica, y con el apoyo universal Figueres deshace el ejército agresor que, según los observadores de la Unión Panamericana, se había formado con la ayuda de otros países. El pudor impuesto al organismo interamericano por la presencia de los responsables en su mesa redonda, impidió que se les señalase por sus nombres.

    "De estos episodios y de muchos otros, se hará la mención del caso en las páginas finales. Queda sólo abierto el interrogante que justificó este libro, y el que con toda razón nos debe preocupar: ¿Hacia dónde va nuestra América? ¿Hacia dónde vamos?

    ¿Hacia dónde nos llevan? Quizás las nuevas generaciones puedan hablar con mayores reservas de esperanza, y responder más fielmente a la única palabra posible dentro del lenguaje que nos dicta la dignidad y la historia: Hacia la libertad. Quiera el destino que para esta América, tan digna de mejor suerte, no cueste demasiado ¡legar a ese puerto. Al puerto a través de tantos siglos y tempestades apenas vislumbrado".

    Hoy me veo precisado a publicar de nuevo este libro en una Buenos Aires liberada. La sola caída de Perón señala un cambio tan fundamental en la escena que pintaba yo en 1951, que parece dejar definitivamente consagradas estas páginas como una obra histórica.

    Como la historia de una pesadilla. Pero aun así es posible que el libro sea de actualidad. El peronismo está muerto pero no enterrado. Y la filosofía que Perón y Evita divulgaron por América se reproduce en otros países. Parece anacrónico, y loes, que el general Rojas Pinilla proclame en Colombia en junio de 19561a tercera posición e implante en el país el mismo régimen de prensa que fue característico de la Argentina peronista.

    Esta circunstancia, que entre muchas otras destaco sólo como un ejemplo, está indicando la conveniencia de no perder de vista este inmediato pasado de nuestra América, tan maltratada por su vocación de libertad. El libro, en su esencia, queda tal como se publicó anteriormente, con sólo breves epílogos o notas cronológicas al final de cada capítulo, que señalan muy esquemáticamente los desarrollos posteriores.

    Buenos Aires, junio 1956.

    Capítulo I

    ¿Hacia dónde va la América Latina?

    La libertad. Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

    Cervantes.

    El 23 de mayo de 1951 apareció en Time esta información: Por primera vez en la historia, la población de la América Latina ha sobrepasado a la de los Estados Unidos. De acuerdo con los resultados preliminares del primer censo coordinado de la población en la América Latina, las veinte repúblicas tienen 152.800.000, y los Estados Unidos sólo llegan a 150.697.361, de acuerdo con las cifras oficiales de 1950.

    ¿Hacia dónde se mueven esos 152.800.000 latinoamericanos? ¿Hacia la derecha? ¿Hacia la izquierda? ¿Hacia la democracia libre? ¿Hacia la dictadura? ¿Se inclinarán al comunismo? ¿Al neofascismo? ¿Se extenderá el justicialismo que proclama el general Perón? ¿Volveremos a los caudillos bárbaros del XIX? ¿Se mantendrá la disciplina manteniendo sumiso a un pueblo desencantado? ¿Habrá sorpresas? ¿Qué pensarán quienes están arriba? ¿Qué pensarán quienes están abajo?

    Las grandes cifras son engañosas. No hace mucho, a principios de este siglo, la población de la América Latina no se daba en número de habitantes sino de almas. Cada república o cada ciudad tenía tantas almas, que se consideraban almas dormidas. Unas se irían al cielo, otras al infierno. A los jefes de Estado este balance ultraterreno poco les inquietaba. Mucho menos a los observadores de fuera. Esto no es extraño, y se ha visto en otras partes del mundo.

    China ha tenido 460 millones de almas que vivieron por siglos entre sus murallas. Apenas ahora comienzan a convertirse en un problema serio más allá de las viejas fronteras. Y Dios sabe lo que murallas adentro pasará con los chinos.

    Para nosotros, latinoamericanos, la cifra de 152.800.000 está cargada de mucha sustancia que no es propiamente romántica. Sabemos que las almas del siglo XIX se han convertido en hombres de carne y hueso que quieren ganar más, comer y vestir mejor, tener seguridades hasta en este mundo y organizarse en sindicatos libres.

    Time ha incurrido en un error. Dice que es la primera vez en la historia en que se registra esta desproporción entre las dos partes del hemisferio. Todo lo contrario. En 1852 la población de la América Latina pasaba de 18.500.000, y la de los Estados Unidos, en 1830, no llegaba a 13 millones. Durante el XIX los Estados Unidos tuvieron una expansión relámpago y llegaron a donde hoy se encuentran por la conquista y colonización del Oeste, la revolución industrial y la caudalosa inmigración.

    Un crecimiento análogo se registra ahora en la América Latina, donde se está viendo algo que recuerda fielmente lo que fueron el despertar de California con el oro, el crecimiento del Middle West y el propio caso de Nueva York. Basta estudiar las cifras de cualquiera de las capitales latinoamericanas. La ciudad de México es un buen ejemplo. En 1518 se contaron allí 60 mil almas. Al cabo de cuatro siglos, en 1900, el censo habla de 368 mil almas. En 1940 había allí 1.464.000 habitantes. Hoy se acercan a 3 millones de carne y hueso.

    En promedio, la población del mundo crece al año en un 1%. En la América Latina el crecimiento dobla el porcentaje mundial. Los expertos de las Naciones Unidas han hecho esta declaración:

    La América Latina es la parte del mundo que crece con mayor rapidez. En esta región, con una natalidad relativamente elevada y la reducción de la mortalidad debida al mejoramiento en las condiciones de vida, se ha producido un aumento medio de 2% al año. En el resto del mundo una natalidad y una mortalidad igualmente altas, o una natalidad y una mortalidad muy bajas, conducen a un crecimiento que oscila apenas entre el 0,8 y el 1,5%.(1)

    .(1) The New York Times, 28 de marzo, 1951.

    No todo el mundo ha observado que hoy México y Buenos Aires son más grandes que París, y Río de Janeiro más grande que Madrid. En el XIX las gentes ricas de la América Latina iban a París, y en París todo las deslumbraba. Hoy van las señoras de Lima, de Caracas, de Bogotá, a Europa, a sufrir las incomodidades de hoteles o residencias en donde nunca encuentran las comodidades, los buenos baños, el confort de sus propias casas.

    Cuando un latinoamericano encuentra en los Estados Unidos que una persona vive muy bien, dice: Fulano está viviendo como un príncipe: tiene una casa casi tan buena como las de Caracas. En todo lo cual no hay exageración. Buenos Aires es una ciudad que parece salida de la mente del novecientos francés, retocada por Le Corbusier y adornada por Rodin y Bourdelle. Río figura entre las más bellas del mundo. Las mujeres bien vestidas que se ven en París son argentinas. Conviene recordar esto porque no hace cincuenta años en Francia se hacía una generalización para hablar de "les pays sauvages de l'Amérique du Sud".

    El cambio no se ha operado sólo en la superficie. A medida que las ciudades crecen, la gente aprende a leer y se informa de lo que ocurre en el resto del mundo. Las antiguas almas dormidas, al despertar, se tornan ambiciosas. Aun quienes no saben leer ni escribir pueden informarse. Hasta la gente más humilde sabe que hay una guerra en Corea, y aun tiene una opinión propia sobre esa guerra. Hay un millón de ejemplares de las Selecciones del Reader's Digest que popularizan conocimientos menudos en las ciudades y en las aldeas.

    Las opiniones de los de abajo pueden ser bien o mal fundadas, nacer de errores de apreciación o de una recta aplicación del sentido común. De equivocaciones semejantes son susceptibles, en todo el mundo, las personas ilustradas. El hecho es que el pueblo se forma opiniones buenas o malas. Tiene la idea, exagerada, de que la escuela puede obrar cambios milagrosos.

    A veces los demagogos le embaucan. Hay invenciones nuevas que contribuyen a revolucionar las ideas corrientes en forma difícil de apreciar. El cinematógrafo, por ejemplo, da una imagen desorbitada de la vida de un obrero. Ya se ha observado cómo en Rusia el celuloide americano, mostrando en la pantalla obreros que tienen buenos zapatos, radios y relojes, se ha considerado como material explosivo.

    En pequeños teatros de las aldeas de Brasil o de Colombia, o en los barrios obreros dé las capitales, se ven películas de Hollywood en que aparecen obreros y campesinos con nevera en la cocina y automóvil para ir al trabajo. Lo que en los Estados Unidos se considera un modesto automóvil, a los ojos del trabajador latinoamericano es un automóvil de verdad. Estos cuadros de costumbres de un país rico y vecino resultan más eficaces que todo lo que escribió Marx, de quien muchos apenas saben que fue un hombre con barbas.

    *****

    Lo que diferencia radicalmente a los 152 millones de latinoamericanos de los 150 millones de estadounidenses es el hecho de que éstos son 150 millones de gentes satisfechas, y aquéllos son 152 millones de insatisfechos. Todo lo que haya podido mejorar la vida del latinoamericano se queda corto ante las perspectivas que le ha abierto su ambición.

    En términos generales el latinoamericano ha sido un frustrado. Los demagogos le han ofrecido democracia y bienestar: y el pueblo les ha seguido ilusionado. En el poder, las promesas se han resuelto en el pan amargo de la dictadura. Subsisten injusticias seculares y progresa la corrupción administrativa. Hasta bien avanzado este siglo, los campesinos vivieron en condiciones nada mejores que las que tuvo el indio antes de que Colón cruzara el Atlántico. Aún hoy, las enfermedades tropicales, la mala alimentación, la falta de educación, no permiten al hombre común producir de acuerdo con su capacidad.

    Dentro de un sistema democrático representativo, estos hechos se convertirían en estímulos para corregir los males. Se podría discutir por la prensa, en los parlamentos, en la calle, en la casa. Todos se expresarían libremente y la evolución social se haría más rápida. Así ocurre hoy en México, así ocurría en Colombia.

    Hasta el momento, así ocurre en el Brasil. En las dictaduras, las opiniones son acalladas y van concentrándose en un material explosivo. La mayor parte del presupuesto, que podría ir remediando deficiencias sociales, pasa al ejército, a la guardia personal del dictador, a la policía del partido. En estas circunstancias, lo que en la nueva terminología se llama países económicamente no desarrollados, se traduce en países maduros para la revuelta y la violencia.

    Cuando llegaron a Bogotá los delegados a la Conferencia Panamericana que se reunió en marzo de 1948, apenas sí observaban en la superficie un orden forzado que se mantenía por la fuerza pública. Una larga serie de arbitrariedades cometidas en las provincias había creado una tensión entre el pueblo y el gobierno que en cualquier momento podría conducir a un levantamiento.

    El 9 de abril, el jefe del partido liberal es asesinado en el centro de Bogotá: en tres horas, como una reacción incontrolable, el centro de la ciudad queda reducido a cenizas. Los observadores extranjeros que se hallaban presentes dicen que al día siguiente Bogotá ofrecía el aspecto de Londres después de un bombardeo.

    Con el dedo se señalan hoy varias repúblicas de Sudamérica que están sentadas sobre un volcán. El caso de Bolivia es trágico. Una inmensa masa popular, la mayoría de los bolivianos, se inclinó en las últimas elecciones en favor de un candidato que no podía hablar, que estaba desterrado. ¿Cómo pudo triunfar Paz Estenssoro? ¿Qué ha movido al minero de Bolivia, al campesino, al pueblo, a seleccionar como su bandera a un antiguo funcionario del régimen de Villarroel, el presidente que terminó colgado de un farol?

    ¿Qué le ha empujado a esta solución de desafío, de resentimiento, de amargura, de desencanto? El gobierno boliviano ha resuelto el problema desconociendo sencillamente el voto del pueblo. El recuerdo de lo que fue el antiguo régimen de Villarroel ha silenciado las voces de censura que naturalmente brotan al ver este acto que está fuera de toda norma constitucional. Pero quien vaya a gobernar hoy en Bolivia no se sentirá como un patriarca acariciado por la dulce mirada de las llamas, sino como un arriesgado que monta un potro salvaje.

    Orden impuesto y mantenido por la fuerza no es orden seguro. El pueblo no tiene armas, y puede verse casi desnudo. Esto no significa nada desde el punto de vista explosivo. Los mexicanos que seguían a Pancho Villa contra el general Pershing volvieron cantando un corrido que dice:

    Si ellos tienen aviones a montones aquí tenemos... lo mero principal.

    La revolución francesa, la rusa, la china; la independencia de la India y la de Indonesia; la de los Estados Unidos y la de las repúblicas latinoamericanas, se hicieron con masas sin educación. En los casos de mayor violencia, quienes iban en la montonera no llevaban nada en el estómago, y apenas unas piedras y unos palos en los puños.

    *****

    El asunto del analfabetismo es interesante. Muchas de las guerras civiles se han promovido en la América Latina buscando un cambio de constitución, por pueblos que no pueden leerla. Esto no tiene nada de extraño. Los Estados Unidos se formaron para rodear a Jefferson y darle calor a quienes debían redactar la carta de Filadelfia, pero no hay que olvidar que todavía cien años después, en 1870, más de un 20% de la población era analfabeta. La revolución industrial inglesa fue promovida, ciertamente, por algunas personas ilustradas, pero la inmensa mayoría de los ingleses sólo podían comunicarse de viva voz.

    Por otra parte, en la América Latina se lee y se escribe bastante. En muchos lugares de la tierra ha sido una sorpresa para el público informarse que el diario La Prensa de Buenos Aires fue hasta 1951 uno de los más grandes y mejor servidos de todo el mundo. Pero este no es sino un fragmento de la verdad. Son muchos los diarios que tiran varios cientos de miles de ejemplares, y hay revistas que llegan a los 300 mil.

    El Mercurio de Santiago de Chile es más antiguo que el New York Times. Los diarios principales de las capitales latinoamericanas publican en promedio una información internacional más completa que la de los diarios de las capitales en Europa o en los Estados Unidos.

    Pero además de ser periódicos de noticias, son periódicos de opinión. En países de problemas tan complicados como los que confronta cualquier república del sur, es más indispensable quizás que en el resto del mundo poder expresar una opinión libre. Nuestra situación se agudiza cuando no pueden expresarse quienes saben leer y escribir.

    La más caracterizada o más conocida amenaza al sistema general de las libertades en América, se ha perfilado en uno de los países que tienen el menor número de analfabetos: en la Argentina. Cuando aún La Prensa no había sido clausurada, en octubre de 1950, se informaba por una comisión internacional al Congreso Interamericano de Prensa:

    De los últimos hechos que afectan a la libertad de prensa en la Argentina, la comisión señala: Siguen clausurados los siguientes periódicos: Provincias Unidas, Tribuna Democrática y Vanguardia. Este último fue clausurado por defecto en sus instalaciones sanitarias, pero ha permanecido clausurado después de haber cesado tales circunstancias...

    A principios de este año fueron cerrados cincuenta periódicos en un solo día; posteriormente han sido clausurados también: La Nueva Provincia, de Bahía Blanca; El Intransigente, de Salta; El Día, de Posadas; Democracia, de Junín; y las revistas Qué, Véritas y Semana Financiera...

    En realidad, lo que puede considerarse como auténtica doctrina Perón es la eliminación de la libertad de prensa. Esta doctrina se está extendiendo a toda la América Latina en donde hay regímenes dictatoriales. Ya aparecen variantes que superan a las fórmulas descubiertas por los esposos Perón. En el Perú se clausuró sin fórmula de juicio el diario aprista La Tribuna, y sus maquinarias pasaron a poder del gobierno.

    También se clausuró allí el periódico La República, que dirigía el antiguo embajador del Perú ante los gobiernos de la Argentina y del Uruguay, y exdelegado del Perú a la Corte Permanente de Justicia internacional de La Haya, doctor Barreda Laos.

    En Colombia la censura cubre toda forma posible de expresión: se clausuró el parlamento por dos años hasta que se eligió uno sin representación del partido opositor; se intercepta la correspondencia. Se controlan las conversaciones telefónicas, hay censura previa para las radiodifusoras, y por último el gobierno ha establecido en las oficinas de cada diario —desde noviembre de 1949 y así lo mantiene aún hoy— su cuerpo de censores a los cuales deben someterse los comentarios,

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