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Pasados y presentes de la violencia en Colombia: Estudios sobre las comisiones de investigación (1958-2011)
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Pasados y presentes de la violencia en Colombia: Estudios sobre las comisiones de investigación (1958-2011)
Libro electrónico463 páginas6 horas

Pasados y presentes de la violencia en Colombia: Estudios sobre las comisiones de investigación (1958-2011)

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El lector que se adentre en el libro Pasados y presentes de violencia en Colombia. Estudio de las comisiones de investigación, 19582011, saldrá de él con la sensación de haber hecho una travesía problemática e inspiradora. Los múltiples y sucesivos pasados de la violencia, aprehendidos por sucesivas comisiones de diferente mandato, perspectiva y composición, no solo interpelan nuestro presente sino que en estos tiempos sirven como referente para la construcción de futuro inmediato de Colombia, acicateado por un contexto de diálogos de paz. Las iniciativas de verdad y de memoria en el país no volverán a ser miradas, ni valoradas, ni juzgadas de la misma manera después de este balance, pues, en los sucesivos planos del juego de espejos en el que el autor nos ha invitado a reflejarnos, ha logrado adentrarse, con honestidad y rigor, en los nudos de las legítimas controversias que alimentan los ejercicios académicopolíticos que son las comisiones de investigación sobre nuestras violencias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ago 2014
ISBN9789587167962
Pasados y presentes de la violencia en Colombia: Estudios sobre las comisiones de investigación (1958-2011)

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    Pasados y presentes de la violencia en Colombia - Jefferson Jaramillo Marín

    JEFFERSON JARAMILLO MARÍN

    PASADOS Y PRESENTES DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

    Estudio sobre las comisiones de investigación (1958-2011)

    Reservados todos los derechos

    © Pontificia Universidad Javeriana

    © Jefferson Jaramillo Marín

    Primera edición: Bogotá, D. c.

    Abril del 2014

    ISBN: 978-958-716-695-8

    Número de ejemplares: 400

    Impreso y hecho en Colombia

    Printed and made in Colombia

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    carrera 7 N.° 37-25 oficina 1301 Edificio Lutaima

    Teléfono: 3208320 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    Bogotá, D. C.

    Corrección de estilo:

    José Francisco Sánchez Osorio

    Diagramación: 

    Marcela Godoy

    Montaje de cubierta:

    Cristian León

    Desarrollo ePub:

    Lápiz Blanco S.A.S.

    Jaramillo Marín, Jefferson

    Pasados y presentes de la violencia en Colombia : estudios sobre las comisiones de investigación (19582011) / Jefferson Jaramillo Marín. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014.

    274 p. ; 24 cm.

    Incluye referencias bibliográficas (p. 241-268).

    ISBN: 978-958-716-695-8

    1. VIOLENCIA - COLOMBIA - 1958-2011. 2. REPARACIÓN (JUSTICIA PENAL) - COLOMBIA. 3. CONFLICTO ARMADO - COLOMBIA - 1958-2011. 4. MEMORIA COLECTIVA.

    I. Pontificia Universidad Javeriana.

    CDD 303.62 ed. 19

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. dff. Abril 08 /2014

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    Índice de figuras

    Figura 1

    . Titular de la época que elogia el Frente Nacional

    Figura 2. La demanda de participación de las mujeres en la Comisión Investigadora

    Figura 3. El político, el sacerdote y el militar: los notables del pacto y de la Comisión Investigadora

    Figura 4. Concentración popular, con motivo de la visita de los miembros de la Comisión Investigadora, en Quinchía (Caldas)

    Figura 5. Otto Morales Benítez (miembro de la Comisión Investigadora) con alias el General Peligro y alias el General Santander, en La Herrera, Tolima

    Figura 6. El cura, el abogado y el militar reunidos con los alzados en armas, en algún lugar del Tolima, para firmar un micropacto

    Figura 7. Portadas de las ediciones de 1962y 1968 de La Violencia en Colombia

    Figura 8. Duda sobre el imprimátur de la curia para la edición del libro

    Figura 9. La crítica cardenalicia al libro

    Figura 10. Titular de la época demandando un frente común para afrontar la crisis nacional

    Figura 11. El presidente técnico (Virgilio Barco) y el ministro humanista (Fernando Cepeda)

    Figura 12. Los expertos de la comisión de 1987 (¿violentólogos? ¿Irenólogos? ¿Intelectualespara la democracia?)

    Figura 13. Portada de la edición de 2009 de Colombia: violencia y democracia

    Figura 14. Prioridades de la cnrr

    Figura 15. Los altos costos de la desmovilizaciónparamilitar

    Figura 16. Miembros del grupo de Memoria Histórica.

    Figura 17. Los órdenes del horror revelados por el Grupo de Memoria Histórica en la Costa Caribe

    Figura 18. Conmemorando y resistiendo en Trujillo

    Índice de cuadros

    Cuadro 1. Algunos de los micropactos firmados gracias a la intervención de la Comisión Investigadora

    Cuadro 2. Presupuesto destinado para labores de rehabilitación por regiones (1958-1959)

    Cuadro 3. Presupuesto por rubros (1958)

    Cuadro 4. Algunas masacres ocurridas en el país

    Índice de gráficos

    Gráfico 1. Tasa de homicidios en Colombia por cada cien mil habitantes entre 1964y 2008

    Gráfico 2. Comparación de la tasa de homicidios en Colombia entre 1996y 2005

    Gráfico 3. Evolución de los ataques a poblaciones entre 1988y 2012

    Gráfico 4. Evolución de las masacres de acuerdo con los presuntos responsables entre 1980y 2012

    Índice de anexos

    Anexo 1. Comisiones oficiales de investigación de 1971 a 2003

    Anexo 2. Comisiones de la verdad de 1974 a 2010

    Anexo 3. Comisiones de investigación y comisiones extrajudiciales en Colombia (1991-2012)

    Anexo 4. Dimensiones y subdimensiones de análisis de las comisiones de estudios sobre la violencia

    Agradecimientos

    En la preparación, escritura y corrección de este libro, contribuyeron directa e indirectamente varias instituciones y personas, en colombia y en México, a las que extiendo mi más sincero y fraternal agradecimiento.

    A la vicerrectoría académica de la Pontificia Universidad Javeriana, sede Bogotá, por concederme, en el marco del plan de formación docente, el tiempo y los recursos para adelantar mis estudios doctorales en la Facultad Latinoamericana de ciencias sociales (Flacso) sede méxico. fruto de esos estudios es la investigación que condenso en este libro.

    A la dirección del Departamento de sociología y a sus profesores, mis amigos y colegas, por apoyar mi proyecto doctoral, durante los tres años que estuve ausente de las labores docentes e investigativas.

    A la nación mexicana y a su consejo Nacional de ciencia y tecnología (conacyt), por la beca de estudios que complementó lo aportado por la Pontificia Universidad Javeriana y por la beca mixta para la realización de una estancia de investigación en colombia, en la Universidad del valle (cali).

    A la flacso sede méxico. A todos sus maestros, tutores y evaluadores de mi tesis doctoral (nora, eugenia y Julio). A sus directivas y personal administrativo. Gracias por contribuir a mi formación doctoral.

    A la editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, en cabeza de Mcolás morales, y al cuidado editorial de este libro, en manos de Pamela montealegre, por apoyar con total entrega y paciencia la publicación.

    A Gonzalo sánchez, director del centro Nacional de memoria Histórica, por alimentar mi curiosidad por las comisiones y por aventurarme a la memoria histórica de nuestro país.

    especial reconocimiento a la familia de la vero, mi princesa andina, por la hospitalidad en el distrito federal y en Quito. Inmenso agradecimiento a magui, chris, Gabi y Anaís. A vero, no tengo más que amor y gratitud eterna, por su entrega y paciencia durante estos años.

    A mis padres, Pastora y Germán. A la pequeña y titánica tía Lucy. A mis hermanos, freiderman, edinson, diana, Luz miriam y Germán. A todos ellos, abrazos y agradecimientos gigantes, porque trazaron el camino de esperanza para mi futuro académico, que comenzó, hace muchos años, en la Villa de las Palmas (Palmira, Valle).

    A todos los académicos, investigadores independientes, miembros de organismos internacionales y organizaciones sociales y comunitarias que estuvieron dispuestos a ser entrevistados o a sostener conversaciones informales, en Bogotá, Cali, Trujillo, Ibagué y Manizales. A Gonzalo Sánchez, a Álvaro Guzmán, a Álvaro Camacho (+), a Carlos Eduardo Jaramillo, a Darío Fajardo, a Jaime Arocha, a Iván Orozco, a Eduardo Pizarro, a Jorge Hernández, a Javier Guerrero, a Daniel Pécaut, a María Emma Wills, a Pilar Riaño, a Andrés Suárez, a Martha Nubia Bello, a Fernán González, a María Victoria Uribe, a Teófilo Vásquez, a Absalón Machado, a Patricia Linares, a Vladimir Melo, a Claudia Girón, a José Antequera, a Camila de Gamboa, a Claudia García, a Orlando Naranjo, a la hermana Maritze Trigos, a Adrián Serna, a Laura Badillo, a Jesús Abad Colorado, a Catalina Uprimny, a Marcela Ceballos, a Fernando Cubides, a Adolfo León Atehortúa, a Alejandro Castillejo, a Andrea Arboleda, a Jesús Alberto Valencia, a Paola Castaño, a Fabio Sandoval, a Gloria Inés Restrepo, a Juan Pablo Aranguren, a Sandro Jiménez, a Jaime Eduardo Jaramillo y a Jorge Orlando Melo.

    A mis estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de pregrado y de doctorado en Ciencias Humanas y Sociales, por nutrir, en los cursos y conversaciones de pasillo, mis inquietudes intelectuales sobre la memoria y la violencia en Colombia.

    Finalmente, a mis compañeros, amigos de viaje, de diálogo y de fiesta en estos años. A Yesid, a Juan Carlos, a Carlos Luis, a Juan Pablo, a Milcko, a Maritza, a Nelson, a Ricardo, a Mauricio, a Paola, a Helder, a Orlando, a Iván, a Ivonne, a Mariana, a Javiera, a Consuelo, a Mery, a Alexander, a Erika, a Daniela y a muchos más, ¡gracias infinitas!

    Presentación

    Experiencias históricas contemporáneas obligan a repensar o resignificar otras relativamente distantes, y el juego de espejos que se plantea entre unas y otras puede resultar lúcido, si al historiador no lo deslumbran los radiantes anacronismos que le saldrán al paso al comparar a unas con otras. El lector que se adentre en el libro, Pasados y presentes de la violencia en Colombia. Estudio sobre las Comisiones de investigación (1958-2011), saldrá de él con la sensación de haber hecho una travesía problemática e inspiradora. Los múltiples y sucesivos pasados de la violencia, aprehendidos por sucesivas comisiones de diferente mandato, perspectiva y composición, no solo interpelan nuestro presente sino que en estos tiempos sirven como referente para la construcción de un futuro inmediato para colombia, acicateado por un contexto de diálogos de paz.

    sin desconocer el amplio número de experiencias de verdad y de memoria que ha habido en el país, el autor despliega sus reflexiones a partir de tres hitos: el de la comisión investigadora de las causas de la Violencia, en los albores del Frente nacional; el de la comisión de la era preconstituyente, conocida como la comisión de los violentólogos; y, por último, el de la trayectoria más procesual y acumulativa del Grupo de memoria Histórica.

    se trata en los tres casos de mecanismos y recursos institucionales y sociales que pretenden dotar de sentido el pasado de las violencias que abordan, con una explícita vocación transformadora. las comisiones referidas no son exteriores a los procesos que registran e interpretan, sino que son parte del proceso mismo de búsquedas de sentido. En los tres casos tienen orígenes institucionales, pero no son necesariamente oficiales, precisamente porque son resultado de las luchas sociales o los debates político-culturales que las precedieron y alimentaron. NO expresan, por lo tanto, voces oficiales, sino, como lo dice el sociólogo Jefferson Jaramillo, el autor de este libro, tramas que articulan relatos diversos. leídos a distancia, no son textos para ser tomados al pie de la letra, sino pretextos para promover la controversia y la conciencia pública de nuestros pasados vividos pero no resueltos.

    la comisión investigadora de 1958 asociaba su función de esclarecimiento con la de la intervención en algunas zonas en conflicto abierto, como gestora de iniciativas reconciliadoras o micropactos de paz en las regiones, según sus propios comisionados.

    diagnóstico y propuestas de política pública fueron dos componentes explícitos en la creación de esa primera comisión, a tal punto que el presidente Alberto Lleras se mantenía a la expectativa de los resultados de sus viajes y diagnósticos locales y regionales, que le irían proveyendo elementos para la toma de decisiones políticas sobre la marcha. más que escuchar a las víctimas, la comisión escuchaba a las poblaciones —en su heterogeneidad, sin ejercer sobre el testimonio esa taxonomía rigurosa a la cual hoy en día somos allegados—, con las bondades y menoscabos que tuvo dicho acercamiento general, así como a todas las fuerzas políticas y a las autoridades de todos los rangos. sus periódicos informes del trabajo en el terreno le fueron dando un carácter integrador a uno de los conflictos más fragmentados que haya tenido el país.

    Por otro lado, uno de los rasgos más interesantes, abundantemente documentado aquí, es que la comisión Investigadora era recibida como comisión de Paz en muchas localidades e incluso por dirigentes y grupos guerrilleros. de ahí la ambigüedad en su caracterización: si se la veía como investigadora había recelo frente a ella en muchos círculos políticos; si se la erigía como pacificadora, era recibida con multitudinario entusiasmo, esperanza y expectativa. Los comisionados, nos dice el autor, más que como investigadores, fungieron como oidores de necesidades insatisfechas, lo cual tendría un enorme impacto en un país recién salido de años de ejercicio de múltiples formas de censura. Aunque, como comenta el autor, la comisión investigadora practicó un ejercicio arqueológico del pasado y de inventario de atrocidades enmarcado en parte, por las condiciones impuestas por el frente Nacional, también es cierto que lo que interesaba a esta experiencia era la pacificación. en ese sentido, no había formulación de responsabilidades. Aun así, la comisión fue mucho más allá. Y su investigación quedó plasmada, unos años más tarde, en el libro admirable e inagotable, titulado La Violencia en Colombia, publicado como subproducto derivado más que como propósito inicial de la comisión investigadora.

    La comisión de estudios, la de los violentólogos de 1987, tuvo un origen y marco muy distinto: más que un diagnóstico investigativo, se le pedía proponer qué hacer para superar la violencia: las recomendaciones eran lo esencial. Recuerdo que eso fue lo que nos dijo que quería, en la primera reunión que tuvimos, el ministro fernando cepeda Ulloa: un pequeño folleto de recomendaciones. Había una perspectiva muy práctica, diría que instrumental del trabajo encomendado. Por ello, el elemento testimonial no estaba en el centro, salvo el testimonio de analistas o funcionarios ubicados en cargos estratégicos. el equipo tomó muy en serio su trabajo y decidimos ir más allá de lo que se nos había pedido, pese al cortísimo tiempo de que disponíamos: entre tres y cuatro meses.

    Esto planteaba retos complejos, pues el modelo del texto icónico de Germán Guzmán pesaba mucho como referente: se esperaba, en consecuencia, que nuestro registro tuviera una amplia descripción de los horrores e incluso un registro visual de impacto para la opinión pública. Y no sería así: se trataría de un informe de expertos que generaría recomendaciones que no fueron de recepción inmediata. Sus efectos, no obstante, se fueron incorporando gradualmente en la institucionalidad. El contexto político posterior, incluidas la negociación con el M19 y la Constitución del 91, repotenciaron la incidencia del Informe.

    En aquel entonces los intelectuales, no sin razones, eran extremadamente cautelosos y escépticos sobre la seriedad con la que se podían tomar sus recomendaciones. Este recelo se reflejó, como anécdota, muy significativa por cierto, en el hecho de que decidiéramos hacer la entrega del informe cuando ya lo tuviéramos editado en la imprenta de la Universidad Nacional. No queríamos dejar espacio a que se nos modificara una sola coma. El Presidente Barco, por su parte, mostró la misma cautela, recibiendo el informe en un acto privado, del cual no hubo siquiera un comunicado público. La divulgación se hizo por iniciativa nuestra.

    El elemento compartido del equipo y determinante en la perspectiva de los postulados era la creencia en las virtudes de la solución negociada del conflicto. Las recomendaciones que hacíamos no estaban dirigidas hacia un Estado más eficaz militarmente sino más democrático, porque se creía que la violencia solo era derrotable con más democracia. La Comisión del 58 se enfrentaba al hecho desnudo de la violencia, en tanto que la del 87 se propuso dar cuenta de las enormes tensiones entre violencia y democracias, recogidas en el título: Colombia: violencia y democracia. La violencia parecía muchas veces encapsulada en un discurso institucionalista que invisivilisaba sus raíces en las desigualdades y bloqueos a la participación política y la movilización social.

    El contexto del Grupo de Memoria Histórica fue muy distinto de los anteriores. El Grupo nació en tiempos del discurso de la justicia transicional, en un inusual y paradójico período marcado, inicialmente al menos, por un discurso de posconflicto bajo el ruido de las armas y sin negociaciones, y dentro de una estructura institucional cuestionada en su conformación —la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación—, de la cual recibió la delegación de las tareas de esclarecimiento exigidas por la Ley de Justicia y Paz, una ley igualmente controvertida. Esto planteó dos retos claves: conformar un equipo de investigación que, amparado en la trayectoria de sus integrantes, fortaleciera la credibilidad de la Academia y las organizaciones de derechos humanos en medio de un gobierno —el de Uribe Vélez— que se había caracterizado por deslegitimarlos a ambos. El reto de construir legitimidad a partir de un contexto tan impugnado desde la misma Academia y las organizaciones de derechos humanos, por otra parte, llevó al Grupo a emprender un camino muy distinto al habitual de las Comisiones de Verdad o Memoria para llegar al informe general: el largo camino de los casos emblemáticos como estrategia impuesta, no solo por las dimensiones y la diversidad del conflicto colombiano contemporáneo, sino también por el déficit de legitimidad que teníamos como punto de partida. La consigna bajo la cual comenzamos a operar pudiera traducirse en estos términos: vamos a trabajar de modo que en el proceso mismo procuremos ganar la credibilidad y legitimidad que no nos da el contexto. Hasta qué punto se logró no me corresponde decirlo. Pero lo cierto es que el Grupo, alimentado por el largo proceso social de construcción de memoria y verdad que lo antecedió, contribuyó a poner en la esfera pública y en la institucionalidad el derecho y el deber de memoria.

    El Grupo conformado no tenía ningún vínculo con el gobierno de entonces, e incluso muchos de sus integrantes eran críticos reconocidos del mismo, que en sus columnas, investigaciones o intervenciones habían manifestado amplias razones de su oposición frente a la política de seguridad democrática. si se revisan sus documentos fundadores (el Plan Estratégico de febrero de 1987), cuyos presupuestos se han mantenido vigentes hasta el día de hoy, se verá que el proyecto de esclarecimiento del GMH apuntaba al extremo opuesto: a una solución negociada del conflicto armado, aunque esta no fuera inminente cuando inició labores en el 2007. La seguridad democrática era una quebrada caparazón que incomodaba al Grupo recién constituido, pero no condicionó o fungió como marco inspirador de sus actuaciones. más bien considero que la dirección opuesta que tomó el Grupo fue posible gracias a que el gobierno de entonces se veía en cierto modo obligado a responder los reclamos de la sociedad que, como dije antes, ya venía adelantando fragmentarios, y no por ello menos fundamentales, procesos de construcción de memoria y verdad. Qué lugar ocupó entonces el GMH dentro del espectro político en el que fue creado, no dejará de ser una pregunta inquietante para el historiador, y no me corresponde aventurar aquí una respuesta protagónica. En esta dirección, me distanciaría de la apreciación de Jefferson según la cual el Grupo de memoria Histórica habría que mirarlo como parte del macropacto político de la seguridad democrática.

    El segundo reto del GMH fue formalizar, desde el inicio de sus funciones, compromisos de autonomía académica de los resultados, la cual se consagró en la Primera Plenaria de la comisión nacional de reparación y reconciliación, que en la fecha mencionada le dio vida al Grupo. Y la tercera condición expresa era la libertad de diálogo del Grupo con todas las vertientes del espectro político, de las víctimas y de los actores del conflicto. la autonomía era una apuesta muy fuerte del Grupo y un desafío que la CNRR, visto a la distancia, aceptó con generosidad. Porque no era fácil hacer una delegación tan amplia del mandato y al mismo tiempo hacerse responsable de los productos generados en el marco de ese mandato, a sabiendas de que dentro de la propia CNRR había quienes estaban lejos de compartir nuestras visiones.

    El Grupo tenía que resolver también la tensión entre una visión caleidoscópica, fragmentada, y la tarea de un informe general —insistimos en no llamarlo informe final— que integrara los resultados y el mapa del horror, de los perpetradores y de las víctimas del conflicto armado en más de medio siglo. Ese pendiente se culminó en un nuevo contexto institucional y político —el del gobierno de Juan manuel santos— y se materializó en el ¡Basta Ya!: Colombia memorias de guerra y dignidad, y en el documental que lo acompaña, titulado No hubo tiempo para la tristeza.

    A diferencia de las comisiones de otras latitudes en las cuales el informe final es un momento de cierre simbólico del conflicto, en colombia, el ¡Basta Ya! y la creación del centro de memoria Histórica, abrieron paso, según me lo advirtió un colega español, a una especie de comisión de la verdad en permanencia; el informe es el hito de un perpetuo recomienzo frente a las demandas, expectativas y deudas de memoria de las víctimas, regiones, y contendientes armados que en este momento están sentados en una promisoria mesa de negociaciones en la Habana. Puede ser anticipado este diagnóstico, pero lo cierto es que en la colombia de hoy las tareas de investigación tienen una sorprendente vitalidad y continuidad, en el mundo institucional y en el mundo social. el horizonte previsible de una comisión de la verdad no anularía sino que redinamizaría estos procesos. La pluralidad de escenarios sociales, regionales y de formas de victimización hace todavía difícil la valoración del trabajo del Grupo.

    La lectura del libro de Jefferson me ha llamado a salir una vez más en defensa, ya no solamente del trabajo del Grupo de memoria Histórica sino de aquellas iniciativas sociales que provenientes del estado se constituyen bajo premisas que se inspiran en estrictos marcos de competencia internacional en materia de derechos humanos. en ese horizonte, invito a pensar si el estado mismo no ha logrado redefinirse, al menos en parte, con una mayor o menor conciencia, a través de su diálogo con otras instituciones, como la Academia y las organizaciones de derechos humanos, o las comisiones estudiadas en este libro; y aun agregaría que es necesario comenzar a pensar en estas palabras que escribiera boaventura de souza santos en una de sus Cartas a las Izquierdas: el estado es un animal extraño, mitad ángel y mitad monstruo, pero, sin él, muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles indefensos. mejor estado, siempre; menos estado, nunca.

    su lectura también me hace considerar que la ley de víctimas no es una trampa tendida por manipuladores astutos, sino resultado de luchas sociales y del campo democrático forjados a pulso durante décadas. en este escenario, la producción de la verdad judicial, es un campo de debate, de luchas por la memoria. Piénsese no más cómo un encuadre tan adverso para las víctimas en sus formulaciones iniciales, fue transformado por ellas en el curso del debate público. de hecho, en esa confrontación las organizaciones de víctimas lograron ocupar un lugar central en la escena política, como nunca antes lo habían hecho. Los contextos no son inmunes a las estrategias de los actores. en esa dirección, es preciso reconocer que el gobierno nacional, llámese CNRR, llámese Grupo de memoria Histórica, no puede ser inmune al reclamo de las víctimas. este reclamo ha sido en lo fundamental parte de una larga conversación, un lugar para la palabra que pone frente a frente al narrador y al que escucha en un impredecible juego de reciprocidades, del que ambos, a veces sin ser muy conscientes de ello, salen transformados.

    Finalmente, una de las mayores virtudes de este trabajo, es que las iniciativas de verdad y de memoria en el país no volverán a ser ni miradas, ni valoradas, ni juzgadas de la misma manera después de este balance, pues, en los sucesivos planos del juego de espejos en el que el autor nos ha invitado a reflejarnos, ha logrado adentrarse, con honestidad y rigor, en los nudos de las legítimas controversias que alimentan los ejercicios académico-políticos que son las comisiones de investigación sobre nuestras violencias.

    Gonzalo Sánchez G.

    Director Centro Nacional de Memoria Histórica, Colombia

    Prólogo

    Desde la segunda mitad del siglo XX, los colombianos hemos sido testigos de tres manifestaciones de violencia impactantes por sus dimensiones políticas y por la magnitud de sus secuelas sociales. La primera de esas manifestaciones, la Violencia, fue un enfrentamiento armado entre liberales y conservadores, ocurrido entre 1946 y 1965, que dejó como saldo más de 190.000 víctimas, sobre todo campesinos (véase üquist 1978).

    La segunda de estas manifestaciones fueron las violencias de los años ochenta. A diferencia de la época de la Violencia, en los años ochenta, los móviles políticos no fueron los únicos responsables del caos. Al contrario, en esta época, nos encontramos frente a las estructuras del crimen organizado, responsables de los altos niveles de homicidios en el país, en especial en las zonas urbanas. Estas estructuras criminales lograron permear varios sectores de la sociedad y de la institucionalidad.

    La tercera de estas manifestaciones corresponde a lo que los expertos llaman el conflicto armado interno. Esta expresión, aunque polémica, permite dar cuenta de la lucha insurreccional guerrillera, de las reacciones legales e ilegales del Estado frente a esa insurrección y de los grupos paramilitares. con el concepto de conflicto armado interno, se ha buscado nombrar, más allá de un enfrentamiento entre partidos políticos o de unas modalidades de acción criminal, un proceso de disputa histórica (prolongado y degradado) entre actores institucionales e ilegales con diversas lógicas de organización e intereses.

    Estas tres manifestaciones condensan hitos históricos nacionales de ruptura y tres pasados recientes que han sido representados y gestionados mediante diversas narrativas y dispositivos oficiales. Las comisiones de estudio sobre la violencia han sido uno de los instrumentos institucionales que han servido para tal fin. De estas comisiones, que no son ni comisiones de la verdad ni comisiones extrajudiciales, las más importantes han sido la comisión Nacional Investigadora de las causas y Situaciones Presentes de la Violencia en el Territorio Nacional (1958), la comisión de Estudios sobre la Violencia (1987) y el Grupo de memoria Histórica (2007-2011). Este libro analiza estas tres comisiones.

    Nuestro principal interés es detallar cómo estas comisiones han sido vehículos de memoria histórica que han articulado dos operaciones centrales para la comprensión de lo ocurrido en colombia durante la segunda mitad del siglo XX. De una parte, ofrecer maneras de procesar y gestionar oficialmente las secuelas de la violencia, a través de estrategias políticas, como la pacificación, la rehabilitación, la cultura de la paz o la justicia transicional. De otra parte, contribuir a la selección de unas narrativas dominantes sobre el pasado y el presente de violencia. Estas narrativas permiten que distintos actores (gobiernos, expertos, prensa, etc.) administren públicamente los sentidos políticos y sociales sobre lo ocurrido en el país.

    A lo largo de este libro, destacaremos cómo, alrededor de estas comisiones y de sus narrativas, se evocan y omiten responsabilidades en la escena pública. Los dispositivos oficiales objeto de nuestro estudio han permitido pactar acuerdos para cerrar el pasado, realizar anatomías académicas de las violencias o generar políticas de memoria contra el olvido. A través de estas tecnologías institucionales, mostraremos cómo ciertos grupos y algunos asuntos antes no tratados dentro de los debates nacionales son movilizados como capitales narrativos. En síntesis, este libro es una apuesta analítica para tratar de comprender la naturaleza de la administración y de la producción institucional de los pasados y presentes de la violencia en el país, reconociendo que este proceso de recuperación y trámite de la memoria histórica de nuestras violencias no es una preocupación reciente.

    El libro está estructurado en cuatro capítulos. En el primer capítulo, analizamos la Comisión Investigadora (1958). Este capítulo da cuenta de los protagonistas, del marco político nacional e internacional del momento, de las estrategias de procesamiento institucional de las secuelas de la Violencia y de los mecanismos de pacificación y rehabilitación propuestos por la comisión. En el segundo capítulo, analizamos la Comisión de Expertos (1987). Este capítulo da cuenta de su formación, de la coyuntura en la que surgió, de las características y alcances del diagnóstico de la situación del país realizado por los comisionados, de la polémica alrededor de la tesis de la cultura de la violencia, de la idea de un nuevo pacto democrático y de las características de las narrativas construidas por la comisión. En el tercer capítulo, analizamos el Grupo de Memoria Histórica (2007-2011). Este capítulo da cuenta del vínculo con las narrativas humanitarias y los discursos transicionales, de los alcances y limitaciones del trabajo de este grupo, de su novedad respecto a las otras comisiones y del papel de los expertos dentro del grupo. En el cuarto capítulo, a modo de conclusión, realizamos un balance comparativo de las tres experiencias, preguntándonos en qué medida estas tres comisiones fueron tecnologías de administración y producción de sentidos históricos y políticos sobre el pasado, el presente y el futuro, en medio de las violencias del país.

    Introducción

    En este libro, defendemos la idea de que las comisiones de estudio sobre la violencia son tecnologías o artefactos institucionales de construcción de memorias históricas sobre lo ocurrido en colombia desde mediados de los años cuarenta hasta hoy. en ese sentido, pensamos que las comisiones de estudio sobre la violencia han funcionado, en medio del conflicto, como correas transmisoras de narrativas de país, como intentos de gestión pública de las violencias y como dispositivos de producción histórica de versiones sobre el conflicto, en unos marcos temporales que son vividos de diversas maneras por los actores involucrados (véase rufer 2010). examinemos con más detalle esta idea.

    Las comisiones como vehículos de tramas narrativas

    Las comisiones de estudio sobre la violencia abordadas en este libro son dispositivos oficiales que tienen efectos en la manera como reconstruimos el pasado, como diagnosticamos el presente y como imaginamos el futuro, en medio del conflicto histórico (véase villaveces 1998). Las comisiones de estudio sobre la violencia permiten comprender que los pasados nacionales son marcos temporales que dejan una huella¹ en lo que somos. en nuestro caso, estos pasados condensan diversas narrativas bélicas² que merecen ser reabiertas, reavivando [en ellas] las potencialidades incumplidas, prohibidas, incluso destrozadas (ricoeur 2009, 953). Los pasados ayudan a tejer una visión sobre el presente y el futuro, entre lo que es vivido y el horizonte de las expectativas de una sociedad.

    Partimos de una lectura de las comisiones de estudio sobre la violencia como iniciativas oficiales que traman los acontecimientos de los que hablan (White 2010, 483) o iniciativas oficiales que ensamblan experiencias histórico-temporales, a través de operaciones narrativas en el tiempo, dado que lo narrado sucede en el tiempo y lo desarrollado temporalmente puede narrarse (Ricoeur 2000, 190). Para lograr esa trama y ese ensamble, las comisiones de estudio sobre la violencia producen narrativas que permiten seleccionar y disponer acontecimientos heterogéneos sobre las violencias y el conflicto.

    La trama, tal y como es concebida en este libro, proporciona a la experiencia humana una inteligibilidad narrativa y una estructura, es decir, la trama transforma los acontecimientos temporales en relatos más o menos integradores (no únicos) de lo que ha sucedido. En ese orden de ideas, las tramas presentes en las comisiones de estudio sobre la violencia no producen relatos homogeneizantes de país, sino que articulan diversos discursos dentro de marcos temporales e históricos. La noción de trama sugiere que los ingredientes de la acción humana, muchas veces discordantes y mudos (por su carácter traumático), son ensamblados institucionalmente, para otorgarles un grado de inteligibilidad (véase Ricoeur 2000) o para agregar un contenido ideológico a la narrativa histórica (White 2010, 486) que generan.

    Las tramas también funcionan, de acuerdo con Jean-Luc Nancy (2002), como mecanismos que tienen la capacidad de hacer sentido del mundo, especialmente para quienes viven los rigores de la violencia y del conflicto armado. Esto quiere decir que las tramas articulan tiempos históricos, narrativas históricas y contenidos ideológicos fracturados por la guerra, y ayudan a construir explicaciones sobre lo que ha acontecido de forma traumática (véanse malkki 1995; castillejo 2010).

    Ahora bien, ¿estas tramas solo se encuentran en las comisiones de estudio sobre la violencia? No necesariamente. Por ejemplo, ellas pueden estar presentes en imaginarios nacionales (como el de la cultura de la violencia), en los instrumentos de gestión y administración social y política del pasado (como el Frente Nacional, la política de seguridad democrática o la Ley de Justicia y Paz), en los relatos autobiográficos sobre los periodos de violencia (como los producidos en los años cincuenta en nuestro país), en las memorias del cautiverio de policías y políticos, en los informes de expertos, en las narrativas de los grupos hegemónicos (las élites políticas o militares) y en las narrativas de los colectivos sociales de resistencia (movimientos y organizaciones sociales, asociaciones de familiares de víctimas, etc.).

    El potencial analítico de las comisiones de estudio sobre la violencia permite, de un lado, articular significados, en contextos en los que los actores armados transforman las categorías rectoras del mundo cotidiano (véanse Nordstrom 1997; castillejo 2010), y, de otro lado, trazar unas coordenadas de orientación (véanse Rabotnikof 2007a, 2007b), para comprender las capas temporales del conflicto y la profundidad de sus impactos y significados.

    A través de las tramas narrativas de las

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