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América en Europa
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Libro electrónico376 páginas8 horas

América en Europa

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América en Europa es el primer ensayo americano, mediante el cual su autor, el maestro Germán Arciniegas confronta con argumentos geopolíticos e históricos entre lo que América le debe a Europa, y lo que Europa le debe a América.
El resultado es sorprendente. América deja de ser la deudora tradicional que denunció Papini. La Europa a la americana que sucede a la mágica Europa precolombina nace de la nueva perspectiva de este libro, en que culmina la sostenida obra de Arciniegas iniciada con El estudiante de la mesa redonda (1932) y América tierra firme (1939).
A partirdel descubrimien­to, no ha habido cambio fundamental en Europa sin que la presencia de América sea decisiva para cada nuevo plantea­miento. La ciencia moderna, la filosofía cartesiana, el arte barroco, las costumbres son productos del fenómeno america­no que se impone en el Viejo Mundo. América duplica los horizontes geográficos de Ptolomeo, y con el globo del Nuevo Mundo en la mano de Copérnico impone el sistema que trans­forma la astronomía.
La visión cinematográfica de este proceso apasiona lo mismo que la mejor novela, y el narrador en este caso es el mismo autor de Biografía del Caribe. Garibaldi se forma en Brasil, Montevideo y Argentina y es como un gaucho que lucha por la Unidad italiana y se convierte en el abanderado del Risorgi-mento. Vivaldi se inspira en Montezuma para la ópera románti­ca que dominará el panorama musical de Italia.
Libro de obligada lectura para quien desee comprender mejor el pasado, el presente y el futuro de Latinoamérica.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2019
ISBN9780463008096
América en Europa
Autor

Germán Arciniegas

Germán Arciniegas, nacido en Bogotá, doctor en Derecho de la Universidad Nacional, profesor universitario en Colombia y Estados Unidos. Embajador ante los gobiernos de Italia, Israel, Venezuela y la Santa Sede. Fundador y director de varias publicaciones culturales, entre las más recientes "El Correo de los Andes" revista bimestral desde 1979. Ministro de Educación de Colombia 1942-43 y 1945-46."BOLÍVAR Y LA REVOLUCIÓN" es el número 38 en su larga lista donde se destacan: "El estudiante de la Mesa Redonda", "Biografía del Caribe", "América Mágica", "América en Europa"; muchas de estas obras se han traducido al inglés, italiano, francés, alemán, polaco, rumano, húngaro y yugoeslavo.

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    América en Europa - Germán Arciniegas

    América en Europa

    Germán Arciniegas

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    ©Ediciones LAVP

    Cel 9082426010

    New York USA

    ISBN: 9780463008096

    Smashwords Inc

    América en Europa

    Prefacio

    El continente presentido

    Imago Mundi

    La utopía como protesta y como ilusión

    América en la duda y en el espíritu aventurero

    Historia verdadera del buen salvaje

    El invento de la independencia

    Entre el ditirambo y la diatriba

    La revolución española del XVIII

    El risorgimiento italiano

    La reconquista frustrada

    Romanticismo

    La mesa está servida

    Bibliografía

    Prefacio

    Sobre la influencia en América del pensamiento europeo se han escrito muchos libros. No ocurre lo propio en sentido inverso, y por esto da la impresión de que éste es un libro pensado atreves. En uno y otro sentido se han movido las ideas, a partir del día en que se establecieron las primeras colonias, pero ya es superfino insistir en los aportes de Occidente al Nuevo Mundo. Tomando la dirección contraria, sorprende el papel decisivo que ha correspondido a América en cada nueva etapa del pensamiento europeo. Primero, como un hecho negativo que se extiende a los siglos más remotos.

    Basta ver cómo antes de revelarse la existencia de un nuevo continente la ciencia no pudo llegar a ninguna conclusión positiva sobre la estructura del cosmos. Para que pudiera presentar Copérnico su sistema en forma comprobable fue necesaria la aparición real de América. Hasta entonces el sistema heliocéntrico no pasaba de ser una aventura del pensamiento.

    De la revelación de América hacia atrás, todo, visto hoy, parece novela ficción, pintura de fábula. Con América se inicia el mundo moderno. Comienza el progreso de la ciencia. Lo mismo en el campo de la filosofía. Por América, Europa alcanza su nueva dimensión, sale de las tinieblas.

    El vacío que pretende llenar este libro es una novedad en el sentido de que abarca todo el proceso histórico en ese gran fenómeno de la evolución de las ideas, las letras o las artes, sin pretender figurar como el primer trabajo en muchos campos concretos que han sido estudiados en forma monográfica por investigadores más calificados, en obras a veces exhaustivas.

    Lo que el autor se propone ahora es seguir panorámicamente esta marcha del pensamiento europeo, destacando los ejemplos más salientes. No es posible, en este caso, ir más allá de la presentación de un muestrario que en ningún caso ni llegaría al fondo de la investigación, ni a la proyección de todas sus consecuencias.

    Más que otra cosa se trata de un estímulo. De provocar a los curiosos invitándolos para que completen estos apuntes, en la seguridad, sí, de que tomando el punto de vista de esta obra hallarán comprobaciones muy notables y gratas.

    No creo exagerar en el papel que lo americano ha jugado en el progreso de las ideas. No incurro en la ingenuidad de pensar que el origen mismo de cada nueva concepción del mundo haya que situarlo en América. Muchas de las novedades americanas han agitado antes el pensamiento en Europa. Lo notable está en que haya sido la experiencia americana causa determinante de que puedan realizarse.

    Podría servir de ejemplo simbólico el caso de Colón. Toscanelli ya había dicho en Florencia que era posible llegar al oriente marchando siempre hacia occidente, y con estas palabras resumía una "experiencia imaginativa" que venía de tiempo atrás.

    Pero fue necesario el viaje de Colón y la presencia física de América para hacer el paso de la ficción a la realidad. Podrá ocurrir que la descripción de la sociedad americana hecha por Amerigo Vespucci y considerada original por Tomás Moro, tuviera un ingrediente poético platónico, por haberse formado Vespucci en un hogar iluminado por el humanismo de Marsilio Ficino.

    Más aún: podrían señalarse en el cuadro descriptivo que hizo el Inca Garcilaso de la sociedad incaica, toques de la misma fuente florentina. Pero en uno y otro caso la tierra firme americana ofrece la posibilidad inmediata para salir de la fantasía y entrar en la realidad.

    De la misma manera, cuando en Filadelfia se echan las bases de la nueva democracia en el mundo, y se hace la invención de la república moderna, toman cuerpo ideas que aparecían ya expuestas por especuladores europeos. Lo admirable está en la transfiguración operada dentro del medio americano. En el hecho de que regresen las teorías convertidas en sustancia viva. Lo que se había exportado como invención imaginaria, produce, al retorno, el mayor fermento revolucionario en Europa.

    Si América ha sido el crisol donde se han fundido las más grandes ilusiones del hombre, si de América han partido los fundamentos de la filosofía política que transformó al mundo, si con esos elementos .ve han cambiado las bases del pensamiento europeo, no queda implicado en estas afirmaciones la exclusión del aporte del hombre europeo.

    El blanco trasladado al Nuevo Mundo cambia los fundamentos de su vida, es un europeo quizá mejorado que adquiere una nueva conciencia de su libertad, un espíritu de independencia que me atrevo a llamar americano. En este juego de correspondencias está la universalidad de los hechos —y de las causas— que eliminará en unos y otros la arrogancia de exclusividad con que suelen pronunciarse los portavoces de los continentes cuando se presentan en función de un macronacionalismo.

    La objetividad de las observaciones que han originado este libro obliga a considerar el fenómeno americano en su totalidad. Aunque lo escribe un latinoamericano, no escapa a su reflexión el hecho de que todo el continente está integrado en el proceso. Hay casos como los que determinaron la formación ideológica en Copérnico, Descartes, Tomás Moro o los autores de la Revolución Francesa, cuya importancia surge de la idea de América continental, asilos puntos de referencia sean las Antillas, Brasil o Filadelfia.

    Como este libro trata ante todo de fomentar la escogencia de un nuevo ángulo de observación, no agota —sería pueril pretenderlo— el estudio de una historia cuyas proyecciones son infinitas. Se reduce a formar un muestrario de ejemplos que apenas llegan a un cierto momento del siglo XIX. Lo que viene luego está a la vista de cualquier observador. Figurar el cuadro o los cuadros siguientes es muy sencillo.

    Ya el mundo no se ve como una consecuencia de lo que Europa piensa y publica. Cada vez intervienen en el diálogo o la polémica más voces nuevas, y América ha llegado a ser un actor decisivo en la solución de las guerras mundiales o en los debates y forcejeos que comprometen la paz del mundo.

    El respeto al más remoto pasado se ha extendido a la arqueología americana, incorporada hoy en el cuadro universal. La novela, la poesía, la música y el arte americanos influyen en forma creciente fuera de sus ambientes originales. Mil aspectos de todo esto ocuparían las páginas de un libro mucho más amplio y denso que este.

    Por el momento, digamos que América existe, genera ideas y acontecimientos, e ilustra el hecho, en vía de desarrollo, de un planeta que al girar va bañándose de luz hasta en el último trozo de su esfera.

    El continente presentido

    La Nueva Europa y su Era Americana— Después del cristianismo, nada ha producido un cambio tan radical en el pensamiento europeo como la presencia de América. Hasta el día anterior a la revelación del nuevo continente, la tierra podía considerarse como obra de los dioses, pero era una obra manca, inconclusa; una máquina de maravilla... a la cual le faltaba una pieza esencial.

    Era el planeta a medias, y de esto estaban conscientes algunos sabios. Un planeta incomprensible a la razón, vecino a la fábula y al mito. Cuando Vespucci se dio cuenta de la existencia de un continente distinto de los tres ya conocidos y con la más natural de las sorpresas propuso que se lo llamara el Nuevo Mundo, se quedó corto en la expresión.

    Nuevo iba a ser, desde entonces, no sólo ese enorme trozo de tierra que él anunciaba —equilibrio del otro hemisferio— sino el mundo entero. Nueva iba a ser Europa, nuevo el Occidente, nuevo el ámbito en que iba a moverse la imaginación del hombre.

    Siendo incompleto el conocimiento de la esfera, todo terminaba para el Occidente frente a las columnas de Hércules. La ciencia tenía obstruido su camino esencial, se hallaba detenida. La era de la razón no hubiera podido ocurrir antes de Colón.

    El filósofo antiguo, como hombre de ciencia, se movía dentro de los límites más estrechos. Su razón erraba en las tinieblas, y se veía forzado a trabajar con el instinto, a la aventura. Era poco menos que irracional. Con el viaje de 1492 el hombre de Occidente se realiza, entra a la realidad. El cambio geográfico que se produce está destinado a alterar la teoría del universo aceptada por los sabios. América libera el pensamiento europeo, lo redime.

    Es la primera operación mágica que se desprende de su presencia en el horizonte occidental, desmesuradamente dilatado. América hace posible a Copérnico, Galileo, Descartes. Sin ese campo de experimentación, virgen hasta entonces, sin esa base física para el trabajo de la inducción fecunda, jamás hubieran podido comprobarse teorías que hoy nos son familiares y sin las cuales la ciencia continuaría siendo una bella durmiente. Los sabios no hubieran podido formularlas. En el destino de América, como nuevo personaje de la edad moderna, queda comprendido el haber hecho posible la aparición de esos grandes hombres, corona del Renacimiento, precursores de todos los tiempos que hoy vivimos.

    Hasta dónde se aprovechó, en qué medida y en qué fechas, nuestro propio planeta entonces revelado, es asunto por explorar. No puede negarse esta evidencia: una vez que pudo dársele la vuelta al globo, todo lo demás se abrió camino.

    El descubrimiento ha podido ocurrir un siglo antes o un siglo después. El Colón que tuviera coraje suficiente para poner el pie en la otra orilla del Atlántico ha podido aparecer en cualquier momento de la edad madura. Edad madura, porque cuanto se hizo antes, en tiempos de ninguna grande expectativa comercial —pensamos en los vikingos— quedó escrito en el agua, perdido en el silencio infinito de las edades cautivas. Si el Colón imaginario no hubiera sido el real de 1492, se habría corrido el meridiano de las ideas o cien años antes o cien años después y, o estaríamos más avanzados, o viviríamos con un siglo de retraso.

    Bertrand Russell, con el orgulloso individualismo de su flema sajona, al trazar el esquema de la evolución científica, no vaciló al decir que hay hombres singulares —aventureros, aventurados, bienaventurados— que abren los caminos. Si, para ser más exactos, borráramos de la historia del pensamiento europeo unos cien nombres, todavía andaríamos por los laberintos de la Edad Media.

    ¿Por qué fue posible Colón? ¿Por qué al abrir él la pista del Atlántico la convirtió en la más rendidora para las naves de Europa? Cuánto oro, plata, perlas, esclavos, tabaco, palo brasil.

    —las riquezas de entonces— comenzaron a transportar, ahí mismo, las naves de España haciendo tráfico legítimo, y... las de Francia u Holanda', de contrabando. Cuánto las de Drake, Hawkins o Ralegh, precursoras del imperio británico. O las de Portugal, que al fundar en Brasil la América Lusitana duplicaron el tamaño de su imperio. Todo esto, y lo que vino luego, han sido la obra maestra de la burguesía. En 1500 ya estaba orientado el mundo por hombres de vocación mercantil.

    Ellos habían capacitado a cada nación para aprovechar las exploraciones marítimas y ponerlas al servicio de la burguesía adulta, motor de las grandes expediciones. La presencia de América aceleró el proceso histórico. Europa pensó con mayor rapidez. Se introdujo un nuevo tiempo, un horario distinto, hasta donde lo permitió la inercia heredada de siglos. Ocurrió un despegarse de la economía universal... Comenzó en Europa lo que debería llamarse la Era Americana.

    Como tantas otras veces, entonces la razón y la magia se enfrentaron. Ha sido la constante en el caso europeo. Filósofos, cosmógrafos, poetas, dialogadores peripatéticos, novelistas de la antigüedad, con ciencia y ficción lucharon por llenar el vacío sucular en que estaba envuelto el mundo predilecto de los dioses. Moviéndose en planos ideales formulaban ellos teorías contradictorias, fabricaban imágenes arbitrarias. Había ciencia, pero una ciencia montada en el aire. Veinte siglos antes de Colón, caldeos, egipcios, griegos, buscaron soluciones científicas... pero acabaron por rendirse ante la magia.

    El mismo Bertrand Russell dice: los griegos miraban al mundo más como poetas que como científicos, en parte porque toda actividad manual era para ellos impropia de un caballero, y así, todo estudio que requiere experimentación, les parecía un tanto vulgar. Quizá sería el caso de conectar este prejuicio con el hecho de que el departamento en que los griegos hicieron mayores progresos científicos fue la astronomía, que trata de cuerpos que sólo pueden ser vistos y no tocados.

    En cuanto América aparece, cambian las dimensiones de la tierra, las posibilidades del experimento. La esfera que algunos presentían, materialmente se revela, y duplica su tamaño. Pero más que esta comprobación física, lo esencial es la progresión geométrica en que se desenvuelven los horizontes del pensamiento. La esfera intelectual no se multiplica por dos sino por ciento.

    Lo que sigue de la historia —hoy la vemos con una perspectiva quinientos años— es fascinante. Europa y sus sabios entran vivir su nuevo mundo —el nuevo mundo europeo que existe p América. Tienen a la vista la totalidad de su planeta. ¡Magallan le da la vuelta! Y, sin embargo, son más los que dudan que los que reconocen. ¡Bienaventurados sean los cavilosos!

    A la ciencia sigue deteniéndola, hasta más allá de la razón, lo de Santo Tomás. Mientras el sabio no mete el dedo en la herida, no cree. Así. magia no muere. Ni en el siglo de la razón. Es más porfiada sostenida que la duda. Quienes estaban por la ciencia tenían que a verlo todo. —Cook, La Condamine, Humboldt... Quienes estaban por la magia, manejaban en secreto, manejan hoy, ciencias ocultas. Fabricaban sus propias divinidades.

    En la Enciclopedia de Diderot— En 1751 se inicia la publicación de la Enciclopedia —Summa del pensamiento del Siglo de 1 Luces, monumento erigido a la Razón, primer principio de Revolución Francesa, compendio de los conocimientos de Europa Ilustrada. Allí, a la palabra "América" se concedí cincuenta líneas —la cuarta parte de una página— y a Alsacia un espacio dieciocho veces mayor. América no valía un dieciochavo de Alsacia.

    Las dos palabras están registradas en el primer volumen. A medida que la obra fue avanzando se reveló en t forma lo americano en palabras de geografía, historia, planta animales, ciudades... que al redactarse el Suplemento, años de pues, se ve la necesidad de revisar la información original, y presenta de nuevo la palabra "América" en un artículo que ocupa diecinueve páginas.

    Comienza así: "La historia del mundo no ofrece quizás acontecimiento más singular a los ojos de los filósofos que el descubrimiento del nuevo continente que, con los mares que lo rodean, forma todo un hemisferio de nuestro planeta, di cual los antiguos no conocieron sino 180 grados de longitud, que aun podrían reducirse a 130 por rigurosa deducción, pues tal es i error de Ptolomeo cuando sitúa la desembocadura del Ganges e el grado 148, y los astrónomos modernos la fijan alrededor d 108, es decir: que Ptolomeo lleva un exceso de 40 grados, n pareciendo haber tenido idea de lo que va más allá de Indochina término oriental del mundo entonces conocido".

    No hay que sorprenderse de estas vacilaciones y contradicciones de la Enciclopedia. El hombre del siglo XVI descubre que con el continente americano y el mar Pacífico, el pequeño mundo que imaginaron los griegos —y en que Colón seguía pensando— se convierte en este globo inmenso que va a ser objeto de las más atrevidas exploraciones.

    Y sin embargo, los ingleses demoran cien años antes de aventurarse a establecer —forzados por emergencias religiosas— sus primeras colonias en la América del Norte. Los enciclopedistas del primer momento, los de 1751, al despachar el tema en 50 líneas, no parecían haberse dado cuenta de lo que había ocurrido...

    Aceptando que la ciencia de los griegos fuera sideral, era ciencia. Y quizá, más segura fue la anterior de egipcios y caldeos. En todo caso, las especulaciones de los filósofos griegos, partiendo de estudios tan penetrantes como los de Aristarco de Samos, Seleucos de Babilonia o Pitágoras, contrastan por su mayor aproximación a la realidad con las Summas Teológicas de la Edad Media.

    Después de todo, los griegos inventaban y manejaban a sus dioses para ponerlos al servicio de su inteligencia, en tanto que en la Edad Media eran especulaciones metafísicas, arrulladas al nacer, y adormecidas por la sinfonía mística de la Revelación y de la Gracia. El apagón que se produce en Occidente a la caída del Imperio Romano precipita en las tinieblas las conquistas de la ciencia antigua.

    Aristarco de Samos formuló, mil ochocientos años antes de Copérnico, la hipótesis de que la tierra es un planeta que gira dentro de un sistema de conjunto, moviéndose al mismo tiempo sobre su eje y alrededor del Sol. El tiempo que corre de Aristarco a Copérnico representa dieciocho siglos de silencio, y de miedo. El desperdicio es apenas concebible.

    Las riquezas acumuladas por la ciencia de caldeos, egipcios, griegos, quedan congeladas en un paréntesis que viene a cerrarse el día en que Colón declara abierto el camino del mar de los Sargazos y Amerigo Vespucci anuncia la aparición del continente que se pensaba sumergido.

    Todavía hay quienes se maravillan de que el mensaje de Vespucci produjera mayor efecto que el de Colón y se hubiera dado al Nuevo Mundo el nombre de América en vez de Colombia. La explicación no es difícil. Colón comprobó que el pequeño mundo de los griegos era, como muchos lo pensaban, esférico. Con una sola variante: que el temido mar tenebroso de escollos y lodo era limpio y navegable.

    Salía valedero Toscanelli. Así, el genovés pudo decir: he llegado al Japón. El mensaje de Vespucci era muy distinto: se refería a otro continente. Con esto se agrandaba al doble el tamaño de la esfera. Esto sí era noticia y revolucionaba las ideas preconcebidas (1).

    (1) . Las palabras de Vespucci dan la medida de su revelación: En días pasados os escribí sobre mi vuelta de aquellos países, los cuales hemos buscado y descubierto con una armada hecha a expensas y por mandato del serenísimo rey de Portugal, los cuales me sea lícito llamar Nuevo Mundo... Conocimos que aquella tierra no era isla, sino continente, porque se extiende en larguísimas playas que no la circundan y está llena de innumerables habitantes... Yo he descubierto el continente habitado por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa o Asia o la misma África, y hallado que el aire es más templado y ameno que en otras regiones por nosotros conocidas... De este continente, una parte está en la zona tórrida más allá de la línea equinoccial, hacia el polo Antártico, ya que su principio comienza a los ocho grados más allá de ese equinoccial....

    Fueron mucho más sagaces y entendidos unos frailes o canónigos desconocidos, de la Abadía de Saint Dié, cuando realizaron la magnitud del anuncio e inventaron el nombre de América, que se impuso en seguida. Fue mucho más alerta el editor veneciano que dio el título de Mundus Novus a la carta de Vespucci. Ellos también se dieron cuenta de lo que significaba la noticia, y no quienes a lo largo de cuatrocientos años han arrojado ciegamente basura sobre el nombre de Vespucci(2).

    (2) Muy agudamente, Stefan Zweig explica así el impacto producido por las noticias del Nuevo Mundo (En Amerigo, a comedy oferrors in history): "El éxito inmediato de la carta de Vespucci no consistió precisamente en la carta misma, sino en el título: Mundus Novus, dos palabras, cuatro sílabas que revolucionaron la concepción del cosmos como nada antes lo había hecho...

    Hay palabras, pocas pero decisivas, que hacen del Mundus Novus un documento memorable: con la primera declaración de independencia de América. Colón, hasta la fecha de su muerte, quedó ciegamente envuelto en el error de que, habiendo descendido en Guanahaní y en Cuba, había puesto la planta en la India, y disminuyó con esta ilusión el tamaño del globo ante los ojos de sus contemporáneos. Sólo Vespucci, destruyendo la hipótesis de que este nuevo país fuera la India e insistiendo en que era un continente nuevo, dio las dimensiones que han quedado en pie hasta hoy...".

    En contraste con estas líneas de Zweig, recordemos las de Emerson: Extraña que toda América deba llevar el nombre de un ladrón, Amerigo Vespucio negociante de conservas en Sevilla, que salió en 1499 como subalterno de Ojeda y cuyo puesto más elevado en el escalafón naval fue de segundo contramaestre en una expedición que nunca se dio a la vela, pero quien se dio trazas para suplantar en este mundo mentiroso a Colón, y bautizar la mitad del globo con el propio nombre de embaucador.... Naturalmente, Emerson lo ignoraba todo en este punto, y en esa ignorancia hay que buscar la disculpa a cuanto dice en tan pocas líneas.

    De la ciencia-ficción griega a la novela medieval— El poético encanto de la invención de Atlántida, y su espantable final, presentados por Platón en un libro precursor de la Ciencia Ficción, impresionaron por siglos a los navegantes griegos y a quienes les sucedieron. El realismo de las imágenes se impuso. En los diálogos de Timeo y Critias aparece la Atlántida como un continente fabuloso, primero formidable y prepotente, luego hundido en uno de los mayores cataclismos que hayan registrado la litera-tura o el periodismo universales.

    En el espacio de un día y una noche el mar se tragó la Atlántida, y la dilatada isla se convirtió en un mar erizado de escollos, intransitable. Eso, y los bajos fondos cenagosos de que habla la novela platónica, cerraron todo intento de cruzar el Atlántico. El pavor duró veinte siglos.

    Lo más notable del libro de Platón no es la idea de la Atlántida: es la ficción de otro continente, otro mundo, otro océano presentidos. Continente, mundo, océano en parte inventados sobre aproximaciones científicas de sabios antiguos, en parte tomados de la fábula.

    Dice Platón que él consultó monumentos escritos en donde se daba cuenta de una potencia ultramarina cuyos ejércitos se dispusieron para ir a la conquista del Asia y de Europa, desafiando a la divina Grecia. Esos ejércitos, son sus palabras, vendrían del otro mundo (digamos: América), situado en el océano Atlántico.

    De esa América —grande como Asia y Libia unidas— se podía pasar entonces a otras islas y de éstas ganar el continente que se extiende delante de ellas y bordea el verdadero mar. Porque todo lo que está de este lado del estrecho semeja un puerto cuya entrada es estrecha, en tanto que lo que está del otro lado forma un verdadero mar y la tierra que lo rodea tiene en verdad títulos para que se la llame continente.,.. Para sorpresa de la sombra de Platón, todo esto vino a anunciarlo veinte siglos más tarde Amerigo Vespucci como una realidad.

    Todo en Platón tiene algo de extraordinario. No de otra manera ha de calificarse el encuentro, también novelesco, en que describe el choque de su América con Europa, representada en ese momento por Grecia.

    Es algo así como el deseado conflicto, ilusión de muchos de nuestros contemporáneos, que daría a Occidente el triunfo sobre un imperio colocado al otro lado del Atlántico. Cada vez que se leen esas páginas antiguas se les encuentran más y más filos... "En aquella Atlántida los reyes habían formado una potencia grande y admirable que extendía su dominio sobre toda la isla, sobre las islas vecinas y sobre algunas partes del continente. Del lado acá del estrecho, de nuestro lado, éramos la Libia hasta Egipto, y Europa hasta el Tirreno. Un día la potencia de la Atlántida reunió todas sus fuerzas, y se propuso de un golpe reducir a servidumbre a nuestro país —Europa— y a todos los pueblos de este lado del estrecho.

    Solón entonces, con su poderío de Atenas, hizo brillar a los ojos del mundo su valor y su fuerza...". Europa, pues, bajo Solón, respondió al desafío americano en la primera guerra intercontinental, contuvo sus ejércitos y ganó en una sola batalla la libertad del Viejo Mundo. Poco después se hundió la Atlántida. Telón.

    La mágica novela medieval— Repitiendo las expresiones de la Enciclopedia, puede decirse que no hay espectáculo más singular en el mundo de las ideas que el apagón de Occidente al hundirse el Imperio Romano. Un cataclismo como el de la Atlántida, para que lo hubiera escrito Platón.

    Llegaron los bárbaros, pusieron una lápida sobre Europa y los vencidos quedaron moviéndose al tanteo, no ya con la ayuda de las ciencias para explorar el mundo en torno, sino entregados al destino mágico... legado también por Platón en la parte fabulosa de la Atlántida.

    Recorriendo hoy ruinas y museos, haciendo arqueología en lo que aún queda o se desentierra en las viejas ciudades —templos, acueductos, puentes, teatros, arenas, imágenes de dioses y emperadores, mausoleos de patricios y matronas romanas...— vemos cómo la antigüedad llegó a extremos de perfección en arquitectura, artes figurativas y abstractas, casi increíbles. De repente, vino el derrumbamiento total.

    Las generaciones subsiguientes queda ron huérfanas, ciegas y esclavas. Hubo el regreso a las cavernas. Y cuando en el siglo XI o XII otra vez se comienza a levantar templos, esculpir estatuas, pintar imágenes de la Divina Matestad, el arte se hace primitivo, folklórico.

    Las basílicas del año 1100 son elementales y toscos monumentos comparados con el Partenón o los templos de Pestum y Siracusa, las ruinas de Bal Bek, la imponente cascara del Coliseo o el Panteón romanos. Mil años —quinientos en el mejor de los casos— obligaron a los sobrevivientes de las invasiones a esperar... para comenzar de nuevo.

    Quienes llegaron al final de esos siglos callados —desnudos e ignorantes—, o inventaban, o desentrañaban la historia de las civilizaciones perdidas para resucitarlas (renacerías). Rescataron el arco y la bóveda romanos, buscaron libros perdidos, metieron la mano en los basureros arqueológicos. Eran Colones que miraban hacia atrás y descubrían un mundo muy viejo para ellos. La historia tiene eso de bueno: anima, estimula, ambiciona. El recuerdo empuja.

    Después de mil quinientos años se descubre a Ptolomeo —salvado por los árabes— y los descubridores tienen la emoción de hallarse de repente con la imagen de la ciencia olvidada. Platón resucita en la Florencia de los Médici, y forma una escuela de discípulos aún más entusiastas que quienes le escucharon de viva voz en sus días. Llega a su madurez el Renacimiento... pero continúa el forcejeo entre la razón que despierta y la magia que no cede. La idea de la tierra esférica preconizada por Eudoxio de Cnida en tiempos de Platón, cae bajo la duda en Salamanca mil novecientos años después.

    El pobre Colón, a quien el sentido común hacía pensar en la esfericidad del planeta, abandona, en vísperas de su primer viaje, y para siempre, el contacto con una ciencia que España rechaza, y se encierra en la rebúsqueda de las Sagradas Escrituras y los libros de los Santos Padres para encontrar razones divinas o adivinatorias que le abran el camino en una sociedad puesta bajo el signo medieval. Si la ciencia no le sirve, que la novela le dé la mano.

    Hemos visto cómo la novela puede influir en las grandes aventuras de la historia. Con una novela Platón detiene las naves por veinte siglos y Con la misma novela mantiene vivo el ideal. Grecia fue racional, científica y humana hasta donde pudo, y el resto lo hizo con la imaginación.

    Así se hicieron diálogos, tratados, rapsodias, comedias, tragedias, que forman una literatura muy semejante a la de nuestro tiempo por los problemas que la intrigan, el espíritu curioso y desenvuelto que la anima, la humanización de lo divino, la divinización mitológica de lo humano.

    Grecia acerca con poderosa lente de aumento a los Dioses del Olimpo hasta hacerlos convivir en la propia casa, en la vida diaria, en las salidas al campo de las doncellas, y al mismo tiempo proyecta figuras de héroes y reyes hasta llevarlos por las nubes a la cumbre del Olimpo.

    Cuando se entra en la zona del Medioevo lo que domina de esa herencia fabulosa se resuelve en la novela mágica, diabólica y cristiana. Mejor que novela, linterna mágica. Desde el fondo tenebroso de la catedral, lo que se ve a través de los vitrales da una imagen fascinante de la teología, la demonología, los laberintos metafísicos. La ficción fantástica se convierte en vidas de santos y caballeros encantados, relatos milagrosos de las cruzadas y las peregrinaciones.

    Aún hoy es difícil que la ficción llegue a producir imágenes tan vividas como las luchas medievales entre ángeles y demonios. Sus monstruos y sus paraísos convierten en retablo barroco la mitología griega. El paso de la transparencia azul del Mediterráneo a la Selva Negra de la Europa Central tenía que dar estos resultados. Ayudaba al buen suceso de romances y poesías la receptibilidad encantada de la humanidad crédula, cuyos ojos estaban puestos en el tremendo Juicio Final.

    A la entrada de cada catedral se presentaba en escultórico realismo la escena de los muertos que levantando la losa de los sepulcros acuden al tribunal supremo requeridos por trompetas apocalípticas.

    Dominándolo todo, la majestad, entre el óvalo de almendra flamígero cuya visión está reservada a los justos que suben al paraíso. Abajo, los forcejeos del diablo agarrando el platillo de la balanza donde se pesan las almas, y el empeño de San Miguel Dorado por defenderlas. Por un despeñadero, los reprobos certificados caen en garras de monstruos infernales.

    Sobre la trama de estas invenciones, se movían los hombres contenidos por el santo temor de Dios. El miedo estaba adueñado de sus destinos. El novelista trabajaba con estas fantasías, sus personajes eran santos o demonios, y sus hazañas quiméricas.

    De lo griego tomaron los autores tradiciones como las de las Amazonas o el reino de California. Luego vinieron las aventuras

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