Viaje a la India
Por Celia Quilez
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Así empieza este libro. es un viaje por el sur de la India, pero también es un viaje hacia nuestro interior. No hay nada que ocurra por casualidad, por azar. Todo son elecciones. Cada uno de nosotros decide cómo quiere ver aquello que ve.
En nuestro andar, en nuestro viaje por el mundo, nos encontramos con la otredad. A menudo, rechazamos aquello que no entendemos. Este libro es un mosaico.
Nos acerca a la realidad de la India desde el punto de vista geográfico, sociológico y filosófico. Este libro aúna saberes, pero sobre todo es un viaje. Cuando salimos de los conocido para adentrarnos en los desconocido, tenemos la oportunidad de descubrir quiénes somos realmente.
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Viaje a la India - Celia Quilez
Capítulo 1
La extrañeza del otro
¿Cuándo llegará el domingo?, pensaba Mendel.
En otro tiempo había vivido de sábado en sábado.
Ahora vivía de domingo en domingo. El domingo tenía visita.
JOSEPH ROTH, Job
No camines delante de mí, porque no puedo seguirte;
no camines detrás de mí, porque no puedo guiarte.
Camina a mi lado y sé mi amigo.
SATYHA SAI BABA, El Mundo de Sai Baba
Me levanté temprano aquella mañana. Iba a ser un día ajetreado. Eran las cinco y aún no había amanecido. Como en muchas otras ocasiones, una misma escena que se repite. Mi madre y yo de pie, contemplando la hermosa luz que desprende la luna antes de esconderse, para dejar paso al sol. Nuestras mochilas «de viaje» apoyadas en uno de los bancos de metal del andén. Ambas, inquietas y expectantes, esperando la llegada del primer tren. Nuestro destino inicial: el aeropuerto. Nos disponíamos a viajar de Barcelona a Bangalore, con escala en Londres. Nuestro destino final: la India.
Ya en el tren, mi madre me iba contando todo aquello que quería ver. Solo teníamos el billete de avión. Ni reservas en hoteles, ni destinos preestablecidos. Disponíamos de todo un mes para recorrer el sur de la India. Nos gusta viajar de ese modo, sin planificar, sin reservas. ¿Por qué? ¿Para qué? Para desprendernos de nuestros apegos. Para volar bien alto. Eso es, volar libremente. Libertad. Es arriesgado, y en más de una ocasión puede desajustar tu presupuesto, porque no encuentras un hotel económico para pasar la noche y has de alojarte, forzosamente, en uno muy caro –siempre que dispongas de dinero para ello–. Pero eso no sucede todos los días o, mejor dicho, todas las noches. Es mucho mayor la satisfacción que uno siente cuando permite que todo le sorprenda y se da cuenta de que es capaz de actuar con valentía ante cualquier situación.
Un nuevo reto, algo que te sorprenda y te haga salir de tu zona de confort, te impulsa a crecer. ¿Qué es nuestra vida? ¿Tal vez nuestra casa y nuestro trabajo? De nuestra casa vamos al trabajo y del trabajo a una casa que llamamos hogar. No salimos de nuestra seguridad rutinaria. Nos asustan los retos y aquellas situaciones en las que hemos de responder de un modo distinto. Viajar sin planificar en exceso aquello que quieres hacer te permite vivir, aunque solo sea durante unos días, con total libertad. Como un pájaro, puedes volar de un lugar a otro, caminar de aquí para allá, y si te gusta lo que ves, te detienes. ¿Quién te espera? ¿Quién me espera? ¿A dónde voy? Me dirijo hacia un lugar desconocido.
Uno de los maestros espirituales hindúes que más me han cautivado ha sido Krishnamurti. Recuerdo que me impactó el hecho de descubrir que a menudo recreamos las mismas escenas y los mismos diálogos, donde nuestras respuestas son siempre como las de antaño. ¿Y la novedad? ¿Y la inocencia del momento presente? Krishnamurti afirmaba que deberíamos vivir nuestra vida sin apegarnos al pasado ni proyectarnos hacia el futuro. El futuro, casi siempre, solo es una repetición de lo que vivimos en el pasado. ¿Existe algo distinto? Anda con inocencia por el mundo. Recuerdo que un tiempo antes de viajar a la India me estuve preguntando: «¿Qué encontraré allí?». La respuesta siempre fue la misma: «Aquello que uno busca será lo que encuentre». ¿Acaso tenía una idea preconcebida sobre lo que era «la India»?
Sin guía de viajes, sin reservas en hoteles, solo un billete de avión. Descubriría algo nuevo y, con la mirada inocente, de un niño pequeño al que aún no se le ha puesto frente a un espejo y se le ha dicho que eso que ve es una imagen de sí mismo,caminaría ingenuamente. Es cierto que las experiencias que he vivido han ido endureciendo mi mirada. Pero ese viaje iba a ser una nueva oportunidad para mí. Quería conocer sin juzgar. ¿Sería eso posible?
Tardamos menos de lo que pensábamos, y a primera hora de la mañana, justo cuando empieza a despuntar el sol, ya estábamos en el aeropuerto de Barcelona. Mis sentidos se agudizan en los aeropuertos. Reconozco que me fascinan. Me gusta observar a las personas. El ir y venir de unos y de otros. Me entretengo observando y creando en mi mente historias de ficción sobre la vida de quienes andan perdidos por los aeropuertos y se topan con otros que van a paso decidido, que saben muy bien a dónde tienen que ir porque más a menudo de lo que quisieran su trabajo los obliga a viajar de un lugar a otro.
Al facturar nuestro equipaje, se me presentó mi primer reto. Yo buscaba salir de mi zona de confort. Recuerda: «Encontrarás aquello que buscas». Una señora de mediana edad, pelo castaño, cara poco amigable y muy bien uniformada me anunció, ante el mostrador, que solo podía asignarme el asiento del vuelo hacia Londres, nuestra primera escala. De Londres a Bangalore, no tenía asiento asignado. El vuelo estaba lleno, y mucha gente había reservado los asientos con antelación por Internet.
—De acuerdo –fue mi respuesta.
¿Qué iba a hacer? ¿Angustiarme? Suspiré y me fui hacia la zona de embarque. Estaba algo inquieta. ¿Cómo iba a disfrutar del vuelo si no podía ir al lado de mi madre durante más de nueve horas? ¡Qué aburrimiento! No es que tuviera la intención de hablar todo el tiempo con ella durante el vuelo, pero quería estar a su lado. Me gusta tenerla cerca. Se hacen más llevaderas todas esas horas en las que mi cuerpo se ve forzado a mantener la misma postura. ¡Iba a volar sin estar a su lado! Sin ese hombro sobre el que apoyarme. Sin esa mano a la que sujetar con fuerza mientras volamos, indicándole con mi gesto que la amo incondicionalmente. La madre que me crió y me dio la vida.
Mi mente quería guerra; mi corazón, paz. Para acallar ese diálogo interior que me estaba perturbando, alejándome de mi serenidad, hice unas cuantas respiraciones conscientes y me prometí a mí misma que vería aquello que estaba sucediendo como una oportunidad para experimentar algo positivo. ¿Acaso era tan terrible no tener un asiento asignado? ¿Podía volar de pie durante nueve horas? Eso era una locura. Sabía que iría sentada, pero ¿al lado de quién? Me imaginé junto a un joven atractivo y soltero. Un aventurero que, como yo, quería conocer la India ese país tan atrayente.
«¡Despierta!», me dije pues estaba viajando, ya de Londres a Bangalore, al lado de mi madre, de mi querida madre. En el aeropuerto de Heathrow me habían asignado finalmente un asiento. Sabían que viajábamos madre e hija, y nos sentaron juntas. Me dedique a observar con curiosidad qué había a mi alrededor. Pocos turistas –un grupo de jóvenes que llevaban atado al cuello un pañuelo idéntico, como si fueran miembros de alguna organización; más allá, una pareja de franceses con indumentaria de safari (a lo hindú), y, por último, nosotras, y nunca mejor dicho, porque íbamos en la cola del avión, asientos j y k, fila 43, última fila–. El resto, la mayoría, eran indios o hijos de inmigrantes de segunda o tercera generación nacidos en