Código 7700: Humo, hielo y un intenso sabor a queroseno
Por Pauline OBrayn
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Sarah y su compañero, el joven teniente Jennins, continúan su camino de huida y de búsqueda de respuestas atravesando medio mundo, tratando de no permitir que el terror de lo que van descubriendo a su paso, les paralice, aunque a la vez, desean encontrar un momento de paz en el que disfrutar del hecho de estar juntos por fin. Pero hasta entonces, los mayores misterios de su aventura comienzan a hallar una respuesta pese a que, tal vez, la respuesta que reciben no sea precisamente de este mundo. Un punto y final que recorrerá la historia de algunos de los personajes a través de los años, descubriendo que, de alguna manera, cada paso que han dado hasta ese momento, les conducía irremediablemente hasta allí. Un desenlace que no te dejará indiferente; un viaje entre el tiempo, el espacio y la mente.
Pauline OBrayn
Pauline O'Brayn es una escritora independiente de novela romántica que termina su primera novela en el año 2012. Poco después comienza a escribir su segundo libro, "¿Quién decide cuánto duran los besos?", continuación del primero, dándole fin un año después.Ambas novelas alcanzan rápidamente buenas posiciones en las bibliotecas online. En el mes de Abril, alcanzó el 3er puesto en la categoría general de novelas de iBook gratuitas, y el primero puesto en la categoría romántica. Este puesto lo ha mantenido durante 4 meses consecutivos. Su segunda novela, también ha alcanzado el tercer puesto en la categoría general de novelas de iBook. Con más de 12 mil descargas en cuatro meses, la publicación de su primer trabajo ha supuesto todo un hito para la autora, quien ve con ilusión la posibilidad de seguir trabajando en la creación de novelas de romance.En el año 2014 termina dos novelas más: "Aunque tú no quieras" y "Si me besas no me iré nunca", las cuales salen a la luz en Julio de 2015. Actualmente combina la escritura de misterio y suspense con la romántica, teniendo ya en su historial más de 6 novelas terminadas y próximas a ser publicadas.
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Aunque tú no quieras Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Código 7700 Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
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Código 7700 - Pauline OBrayn
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Prólogo
A todos los que lo estabais esperando.
Prólogo
Aeropuerto Charles de Gaulle - París
05 de octubre de 2012
SARAH
—Dios, Parrish ¿No había una hora menos…más… para viajar? ¿Señor?
El General George Parrish dirigía nuestra unidad desde hacía poco menos de seis meses tras una larga ausencia que apenas había justificado cuando volvió a Londres. «Asuntos internos», decía, «Alto secreto», y todos reíamos y asentíamos incapaces de creer que pudiese estar hablando en serio.
George Parrish era misterioso y a la vez extrañamente accesible; siempre sabía lo que decir, o cómo hacernos sentir cómodos.
—Gellermann, nunca conocí a alguien tan poco conforme con la idea de trasnochar. ¿Sabe cuántos vamos a viajar esta noche a Singapur y a la misma hora que usted? —dijo haciéndome resoplar y encogerme de hombros— 195 personas. Y sólo he escuchado quejas de una sola.
Me miró elevando su espesa ceja. Mi jefe era, cuanto menos, un tipo bastante atractivo, o al menos imaginé que veinte años antes debió romper más de un corazón que otro. Asentí sonrojándome de repente.
—De verdad, no se lo tome a mal, General, ni siquiera nos han contado a qué vamos a Singapur.
—Es un asunto de seguridad internacional, Gellermann, —dijo mirando su reloj de pulsera— Brice es quien ha decidido que la unidad militar participe.
—Sí, mientras que él ni siquiera se presenta ¿no?
La voz de Warren me sobresaltó y Parrish le sonrió con disimulo, negando en silencio, haciéndose a un lado para que Warren se integrase en nuestra conversación.
—Bueno, me temo que la seguridad internacional no es asunto de Brice —suspiró en cuanto, por fin, echamos a andar cuando la megafonía anunció que el vuelo WTA5498 ya tenía puerta de embarque asignada.
—¿Es un avión privado? —dije poniéndome de puntillas cuando el revuelo de agentes de seguridad y policías se hacía más y más multitudinario— Quiero decir…estoy viendo a personajes ilustres… ¿ese no es? ¡¿Es?! —exclamé cuando enfoqué al presidente del parlamento europeo a cien metros de distancia, rodeado por decenas de guardias.
—¿Entiendes ahora por qué salimos a esta hora, Gellermann?
—¿Es… un asunto secreto, señor? —exclamé excitada, deseando que la respuesta fuese afirmativa; él me miró unos segundos, frunciendo el ceño mientras escudriñaba mis exultantes expresiones; a continuación, asintió como si leyese mis pensamientos, visiblemente satisfecho por mi respuesta.
Capítulo 1
Provincia de Chiang Rai
Provincia de Chiang Rai - Norte de Tailandia.
13 de octubre de 2015.
SARAH
—Chiang Rai sigue siendo un lugar demasiado expuesto, demasiado cercano. Me siento vigilado, expuesto. Me siento en peligro.
Warren era experto en poner a cualquiera de los nervios, y estaba claramente en su elemento cuando se giraba sobre sí mismo alterado, o cuando se colocaba las gafas de sol en la punta de la nariz mientras observaba a la multitud de tailandeses hambrientos, entrando a borbotones al comedor.
—Oye, —interrumpí su ritual de auscultación del entorno— no hay absolutamente nadie que nos conozca aquí, pero si sigues actuando como si fuésemos terroristas buscados, obviamente vamos a acabar siendo detenidos. ¿Sabemos algo de Constanza?
Puse mi mochila carcomida sobre la silla vacía que descansaba a mi lado, pero no sabía lo que buscaba en su interior: no tenía móvil, ni apenas documentos que acreditasen quien era. Habíamos entrado clandestinamente en Tailandia en una furgoneta blanca llena de vietnamitas y chinos, pagando poco menos de cincuenta pavos cada uno por trayecto.
El aire estaba cargado, la humedad era de más del noventa por ciento y el calor era agobiante. Cuando llovía, apenas unas pocas veces al día al ser casi temporada de sequía, nos parábamos bajo la lluvia y dejábamos que nos empapase por completo. Era refrescante, aunque muy poco.
¿Que si sabía algo de Constanza?
Imposible saber si había conseguido salir con vida de aquel aeropuerto. Apenas conseguimos a un piloto que nos llevase hasta Birmania, a punta de pistola, gracias a las artes persuasivas de Warren, o a la ausencia de éstas.
Necesitaba comunicarme con el mundo, contarles lo que habíamos visto entonces, contarles lo que sabíamos o lo que desconocíamos. Hacer público que todo estaba boca abajo, inconexo, desproporcionadamente descabellado.
Negué deprisa, nerviosa.
—Busquemos a Parrish, ¡no! —exclamé— Dejemos que nos encuentre, creo…creo que sabe cómo hacerlo —balbuceé ojeando mi pasaporte.
—¿Estás segura de que no es un peligro?
—Warren, —interrumpí— gracias a él estamos aquí comiendo, como una pareja de tortolitos recién casados, y no muertos o poseídos como el maldito Madhukar.
—Ni siquiera estoy seguro de estar aquí realmente. —Gruñó engullendo pad thai peligrosamente— ¿Qué demonios sé lo que es verdad o mentira? ¿Y si…y si esa gente del avión está en una realidad paralela o alguna de esas movidas?
—En cualquier otro momento te hubiese tomado por loco, Warren, y me descubro planteándome esa posibilidad yo también.
—¿Cómo pudimos dejar que Constanza se fuese por su cuenta?
—¡Escúchame! —dije tirando de sus muñecas con fuerza— La encontraremos, pero tenemos que tomar caminos diferentes para eso.
—No pienso dejarte ahora.
—No me vas a dejar, nos veremos de vuelta en Londres dentro de seis días. ¿Warren?
—No. No. —Repitió amenazándome con su cubierto de madera.
Miré a ambos lados; el local estaba abarrotado y nadie había puesto un solo ojo rasgado en nuestra conversación, pero igualmente nos habían enseñado a no fiarnos de nadie.
—Tú buscarás a Parrish; yo me encargo de Constanza.
—Constanza estará con Brice, —dijo encogiéndose de hombros— sabes que él está esperando a que vayamos a por ella.
—Joder, Warren, ¡pues ve tú a por Constanza! Ir juntos sólo les facilita a ellos las cosas. ¡Dividámonos!
—Sólo lo diré una vez más: no voy…
—Está decidido —zanjé comenzando a comer deprisa.
Me miró un buen rato, mascullando su ira en silencio, pensando ahora en cómo plantearme las cosas, ahora que habíamos dado un pequeño paso hacia adelante en lo que a nuestra relación se refería.
Habían pasado dos días, pero sentí que aún estábamos allí, entre aquellas montañas heladas. El beso entre los dos había sido más irreal que todo lo vivido antes, casi me llevaba a plantear la posibilidad de que lo hubiese soñado todo, ya que Warren seguía actuando como si nunca hubiese pasado. Nuestra relación, por tanto, había cambiado bien poco si debía volver a zarandearlo, como estaba haciendo entonces mientras engullíamos a toda prisa.
—Mira, —dije entre sorbo y sorbo de cerveza— sabes que es lo más inteligente, lo sabes, hace unos años me habrías dicho tú mismo que nos dividiésemos.
Suspiró molesto cuando nos acercábamos al tema de por qué ahora la cosa era sencillamente diferente
.
—No creo que dividirnos sea la solución.
—¿Sigues creyendo que soy tu subordinada? ¿Es eso?
—Claro que no —resopló echando a reír— ¿crees que puedo subordinarte de alguna manera? Estás más que desbocada, eso es lo que me preocupa, Sarah Gellermann.
—Pues no soy más peligrosa que tú y ese afán proteccionista tuyo.
—Dime, si tanto te gusta hablar de sentimientos, ¿qué significo para ti? O, mejor dicho: ¿te da igual que desaparezca?
—No vas a desaparecer —suspiré.
—¿Cómo mierda lo sabes? —espetó bajando la voz a medida que se alongaba sobre la mesa. Como si alguien entendiese una palabra de aquello. — ¿Cómo sabes que no desapareceremos en cualquier maldito momento?
—No vamos a desaparecer, Warren —lo tranquilicé viendo que había verdadero miedo en la manera en que me miraba ahora. — ¿Es eso lo que crees?
Negó exasperado soltando sus cubiertos sobre la mesa ruidosamente y levantándose sin más.
Lo siguiente que recuerdo fue ver su enorme espalda desaparecer a través de la puerta del restaurante. Salí tras él y lo encontré bajo la lluvia, justo como deseaba estar yo.
—Warren —dije avanzando hasta la mitad del camino embarrado.
La vegetación no nos dejaba ver más allá de unos pocos metros hacia el interior; todo era vegetación; la vegetación sencillamente se apoderaba del paisaje, carreteras, edificios y casi de las personas, pues de haber permanecido mucho tiempo allí, estoy segura de que nos habrían salido hongos de las orejas.
—Me ha costado mucho asumir que quiero y puedo estar a tu lado, comprenderme en ese sentido, perder el miedo a perder, para que ahora que lo tengo tan jodidamente claro me mandes de una patada al otro lado del mundo lejos de ti.
—Te estoy pidiendo seis días, Warren. ¿No quieres saber qué ocurre?
—¡No! ¡No, no y mil veces no! —exclamó girando despacio a su alrededor— Quiero olvidarme de todo y regresar contigo a casa, a salvo.
—No existe esa tal casa
, —añadí— ni ningún a salvo
, Warren. No desde que subimos allí y vimos lo que vimos. Lo sabes. Quieres pensar que podemos volver atrás en el tiempo, pero por mucho que hayamos visto cosas alucinantes, ese poder aún no lo conocemos.
La lluvia empapaba ya toda nuestra ropa, pero el calor seguía siendo agobiante. Clavó sus ojos color avellana en los míos, el agua resbalaba por su frente magullada, goteando desde la punta de su refinada nariz.
—¿Quieres que te suplique?
—Ni en cien mil años. —Reí— Quiero que me esperes y que decidas la dirección que vas a tomar, consciente de que yo voy a tomar una exactamente distinta.
Parpadeó apretando sus gruesos labios y formando una fina línea de molestia mientras soltaba el aire con fuerza por la nariz.
Di un paso hacia él y me abracé a su cintura sintiendo que no se resistía a la tentación de devolverme el abrazo con más fuerza.
—¿Entonces qué? —suspiró mientras hundía su rostro en mi pelo y aspiraba profundamente. —¿Tengo que acatar sus órdenes, mayor?
—Eso parece.
Parecía que el peso de mil años y atmósferas había descendido sobre mis hombros cuando supe que lo había convencido al fin. No sabía si había sido una buena idea, ni qué camino me tocaría tomar entonces, y la realidad era que no estaba convencida de que mi idea fuese mejor idea, pero no podía permitir que nos atrapasen a los dos por no saber estar a la altura de nuestros rangos, o por incautos.
—¿Seis días? —preguntó agachando su barbilla hasta mi mejilla.
—Seis días.
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Capítulo 2
St. James’s – Londres
14 de noviembre de 1983
PARRISH
El año en que había entrado a formar parte del gabinete de relaciones exteriores del Reino Unido y tan sólo una década antes de que me nombrasen —por segunda vez— director de MI6, recuerdo que pasaba demasiado tiempo entre libros. Era la mejor manera de ver pasar el tiempo en aquel condenado Londres.
Hacía poco menos de un siglo que había empezado mi ciclo de centinela, pero mi aspecto era el de un muchacho de treinta y pocos años. No sabía cuánto me duraría aquel aspecto ya que solía notar cambios físicos importantes de década en década, siendo aquella una de las décadas que mejor me sentí en mucho tiempo como centinela. Los últimos meses habían sido extraños: se había descubierto el asteroide 007, el terremoto en Turquía con más de mil muertos, en plena guerra fría el vuelo 007 de Korean Air ingresaba erróneamente en el espacio aéreo soviético y era derribado por aviones caza de combate; morían los 269 ocupantes; el 22 de septiembre a las 7:00, Estados Unidos detonaba a 533 metros bajo tierra su bomba atómica Techado, de 2 kilotones. Era la bomba n.º 1001 de las 1129 que Estados Unidos detonaría entre 1945 y 1992. El 26 de septiembre de ese mismo año, un error en un satélite pondría al mundo a escasos minutos de una guerra nuclear total (el llamado Incidente del Equinoccio de Otoño), finalmente evitada por el teniente soviético Stanislav Petrov...
Fue una época cargada de actividades secretas y sospechosas en la que trabajamos a destajo entre