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Libro electrónico319 páginas4 horas

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El Papa Gregorio XVII fue visto por última vez saludando a la multitud en la Plaza San Pedro desde la famosa ventana del Palacio Apostólico. A pesar de varios anillos de seguridad, ni la Gendarmería, ni La Entidad (el Servicio Secreto del Vaticano) o la Guardia Suiza dicen saber algo sobre su misteriosa desaparición. Mientras el mundo llora por el papa, una frenética búsqueda comienza en Italia más allá de sus fronteras en medio de especulaciones de que la Santa Sede debe saber más de lo que cuenta.

Ayden Tanner, un ex oficial de comando en el SAE Británico –oficialmente muerto—es enviado con otros dos miembros del grupo a encontrar al Supremo Pontífice en nombre de La Liga de los Caballeros Invisibles, una división encubierta de Anónimos cuyo objetivo es lograr el triunfo del bien sobre el mal

Se pauta un encuentro secreto entre el agente Ayden y Rafael Rabolini, el secretario de prensa del Papado en Génova, quien podría darle más información. Pero el problema comienza inesperadamente en el momento que Ayden llega a la ciudad un frio día de invierno…

IdiomaEspañol
EditorialKhaled Talib
Fecha de lanzamiento30 may 2020
ISBN9781547563418
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    Incógnito - Khaled Talib

    La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y los hechos mencionados en la misma son producto de la imaginación del autor, o se usaron en forma ficticia y no deben ser interpretados como reales. Cualquier coincidencia con eventos reales, ubicaciones, organizaciones o personas, vivas o muertas, es totalmente fortuita.

    DEDICATORIA

    Imran Talib and Tetsu Liew

    Prólogo

    La cucaracha espiaba dentro de las fosas nasales del Papa Gregorio, moviendo salvajemente las antenas. Reaccionó frunciendo la nariz, arrojando la criatura nerviosamente hacia una esquina. El anciano abrió aún más grande el ojo izquierdo, después el derecho. Si éste era el purgatorio, al menos esperaba ver las alas de un ángel- no las de este insecto asqueroso.

    Sentía latir el corazón en el centro de la palma de su mano. Claramente, el Ángel de la Muerte, no lo había visitado todavía. ¿Entonces dónde estaba?

    La confusión giraba en su cabeza mientras percibía el olor a tierra mezclada con cemento. No podría aseverar si era de día o de noche. Los dos tubos fluorescentes del cielorraso manipulaban la hora. No había ventanas, y apenas entraba un aire muy escaso por la ranura debajo de la puerta de metal. No podía escuchar nada salvo su propia respiración. Miró a su alrededor algo mareado, después se arrastró lentamente contra la pared.

    Revisó su memoria borrosa. Dos camiones negros aparecieron de la nada en la calle silenciosa bajo la fábrica oscura del cielo. Saltaron más de una docena de hombres enmascarados armados. El cuerpo de sus escoltas, incluidos varios cardenales, miembros de la Guardia Suiza y los hombres del servicio secreto, comenzaron a caer al piso al tiempo que golpes secos sonaban repetidamente a su alrededor. Gritos y quejidos de dolor acompañaban los chorros de sangre rojo oscuro que saltaban por los aires.

    Sintió ansiedad cuando un hombre armado le apuntó con el arma. Al principio pensó: ¿Por qué alguien querría hacerle daño al representante de la paz? ¿Un hombre cuya única misión en la tierra era entregar bondad y aliviar el dolor y la aflicción de los demás? Lo segundo que pensó: Temor. En las nubes oscuras de la duda, él cuestionaba su propia fe; ¿Qué pasaría si moría y no se encontraba con Dios? ¿Qué sucedería si había pasado su vida entera sirviendo a la religión equivocada? Tercer pensamiento: Resiste. Si existía un momento para reaccionar, incluso si eso significaba matar a alguien, éste sería el momento apropiado. Papa o no papa, él era un ser humano cuya vida estaba siendo amenazada.

    Miró los ojos fríos del hombre armado. Sus plegarias por fortaleza fueron interrumpidas por un agudo, dolor punzante en la mejilla izquierda. Un dardo. Cuando se lo quitó, dos hombres enmascarados se adelantaron rápidamente y lo tomaron de los brazos. Sintió tambalear su cabeza, hundiéndose más y más en lo profundo en un abismo de desesperación. Eso era todo lo que recordaba.

    A medida que sus sentidos se volvían más alertas, se daba cuenta de que estaba en una celda. Miró hacia abajo sus atuendos. Todavía tenía la sotana negra de la noche anterior. Le dolía el cuerpo del cansancio, y se sentía sucio. El mundo no lo debía ver en este estado. Sostuvo fuertemente la Cruz Pectoral que colgaba de su cuello. ¿Quién se atrevía a raptar al Siervo de los Siervos de Dios? Quien quiera que fuera lo mantendría vivo por alguna razón- al menos por ahora. Dios bien sabe.

    Afuera sonaban pasos pesados, y él levantó la mirada cuando la puerta de metal se abrió de par en par. Un hombre con una máscara negra y con camuflaje del desierto apareció de pie en la puerta.

    Su Santidad, dijo una voz que sonaba como del este de Europa detrás de la máscara.

    Tus palabras no concuerdan con tu hospitalidad, dijo el anciano, sintiendo seca la garganta. ¿Quién eres? ¿Por qué estoy acá?

    El hombre enmascarado metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón y se acercó varios pasos. Sólo quería vigilarlo. ¿Necesita algo?

    Quiero agua, dijo el anciano. Y también quiero lavarme.

    El hombre enmascarado asintió. Disculpe por la incomodidad. Era lo mejor que conseguimos dadas las circunstancias. ¿Tiene Ud. hambre?

    No. Lo mínimo que pudieron haber hecho es preparar una cama para un anciano. Estaré muy enfermo dentro de pocos días si continúo durmiendo sobre este piso miserable. ¿Cuánto tiempo piensan tenerme aquí?

    La cucaracha pasó corriendo delante del misterioso anfitrión.

    Depende de si el Vaticano acepta o no, nuestro ultimátum, el enmascarado dijo, mientras aplastaba el insecto bajo la suela de su bota.

    ¿Qué es lo que quieren? preguntó el anciano.

    Algo más grande que el Vaticano, respondió el hombre enmascarado. Ud. es como el queso de la trampa para el ratón.

    No entiendo.

    Estamos pensando por Usted, así que no tiene que entender nada. Pero esperamos que el Vaticano cumpla.

    ¿Esperar? ¿Y si no lo hacemos?

    No pensemos tan lejos. Además, un hombre de Dios no debería temerle a nada.

    Puedo controlar mi temor. Es hora que me venza. Tengo responsabilidades. Tengo cosas que hacer. El anciano puso una mano sobre su mejilla izquierda y sintió que estaba inflamada.

    Es el efecto de una pistola tranquilizadora, dijo el enmascarado, sacando sus manos pálidas de los bolsillos. La inflamación desaparecerá dentro de unos días.

    ¿Cómo supieron dónde estaría la otra noche? El anciano se quitó del cuello la Cruz Pectoral y la sostuvo con ambas manos.

    El hombre enmascarado gruñó, Honestamente ¿Cree que ese disfraz me engaña? ¿Seguro que no será tan inocente como para creer que el Vaticano está desprovisto de traidores? Señaló la Cruz Pectoral. Necesitaremos esa cruz como prueba de vida.

    ¿Qué les sucedió a mis escoltas? preguntó el anciano.

    La mayoría murieron. Quizás en el futuro, un Homero de la modernidad escribirá un relato sobre esto.

    Que Dios te perdone, dijo el anciano, mirando fijo al los ojos congelados que lo espiaban a través de los orificios de la máscara.

    Gracias por traducírmelo en palabras sencillas.

    Había distancia entre ellos.

    Tienes una tonada del centro europeo, pero no puedo detectar tus orígenes, dijo el anciano.

    El hombre enmascarado se dio vuelta y caminó hacia la puerta. Sin volver la mirada dijo, Si hubiera querido que supieras quien soy, ¿Para qué usar la máscara? Descanse, mis hombres atenderán todo lo que necesite. De todas maneras, los medios de comunicación se han enloquecido. Todos se preguntan ¿En qué parte del mundo está el papa?

    También yo.

    Primera Parte

    Capítulo Uno

    El Papa está Desaparecido

    El titular emblasonado se destaca en la primera plana del Times. Ayden Tanner lee el artículo correspondiente en su i-Pad mientras esperaba en la sala de embarque con vista a la pista del Aeropuerto de Heathrow. La misteriosa desaparición del Papa había puesto al mundo en estado de shock y confusión desde que irrumpió la noticia el día anterior. Se lo vio por última vez saludando a la multitud desde su ventana en la Plaza San Pedro. Se había declarado el estado de emergencia en Italia. Líderes mundiales habían ofrecido todo tipo de ayuda necesaria para localizarlo.

    En la fila de asientos frente a Ayden, varios pasajeros miraban segmentos de la conferencia de prensa del Vaticano en televisores de pantallas planas colgados en las paredes. Una presentadora de la BBC estaba hablando con un reportero ubicado en las afueras de las puertas de la Plaza San Pedro. Detrás de él, los paramédicos sacaban personas en camillas mientras que la policía actuaba para mantener la calma. El reportero respondió las preguntas de la presentadora, mientras que también daba su propia valoración de la situación. Analizaba las frases y palabras usadas por los oficiales del Vaticano durante la conferencia de prensa.

    El teletipo que da las noticias en la parte inferior de la pantalla pasaba los últimos sucesos: protestas callejeras; las marchas que se estaban llevando a cabo alrededor del mundo; los soldados desplegados por el mundo para acordonar los kilómetros de área; unidades caninas especiales, helicópteros y drones que se estaban empleando para investigar y las operaciones de rescate; vigilias con velas en varias ciudades y pueblos desde Latinoamérica hasta las Filipinas.

    La prensa extranjera, hambrienta de más información, se arremolinó en el lugar de nacimiento del Papa, Annecy, Francia, en la búsqueda de diversos ángulos y perspectivas para elevar sus ratings. Las entrevistas abarcaban a los hermanos del Papa, familiares y viejos amigos.

    Ya en el ranking de los temas de noticias globales, la cobertura de la notica de la desaparición del Papa Gregorio había triplicado su popularidad. El Papa había robado el protagonismo. Como cualquier ciudadano, Ayden tenía algunas preguntas en su mente. ¿Lo raptaron terroristas? ¿Habrían hecho algún pedido? ¿Habría sido asesinado por políticas internas del Vaticano? ¿Cómo podría simplemente desaparecer un hombre de fama mundial con tanta seguridad encima? ¿Era ésta una pantomima para recuperar la fe en la Iglesia?

    Dios nos proteja.

    Pero Ayden Tanner...él,... no creía en Dios.

    ***

    Ayden no esperaba encontrar un arma en el compartimento del lavatorio de la nave mientras estaba esperando su turno afuera. No la necesitaría hasta más tarde, entonces esperaba a su compañero designado, generalmente alguien familiarizado con las entradas y salidas de destino, para suministrarle el equipamiento al aterrizar. Salvo que se produzca un secuestro el avión estaba tranquilo. Dadas las circunstancias, un arma y otros accesorios estarían disponibles a bordo. Estas misiones solían suceder. Pero él no era terrorista. Era diferente-él no existía.

    Encontrar al Papa sería la séptima misión de Ayden desde que se unió a la Liga de los Caballeros Invisibles. La organización secreta funcionaba bajo los auspicios de Anónimos, la red internacional de activistas y hackeadores activistas. Anónimos había establecido esta unidad de conversión para que el bien triunfe sobre el mal. A pesar de su reputación picaresca, Anónimos había ganado popularidad en todo el mundo como la voz que empodera al silenciado. Brindaba una nueva forma de protesta, evitando que los gobiernos tengan control absoluto.

    El chisme y los comentarios casuales llegaban a sus oídos, incluso por encima del anuncio del piloto que decía que el avión aterrizaría en breve. Todos los vuelos esperarían en tierra hasta nuevas noticias debido a las malas condiciones del clima en Génova. Dentro de la cabina del lavatorio Ayden rumiaba sobre el papa. A diferencia de las demás personas, él se guardaba las teorías para sí mismo, separando las habladurías de los hechos. Nada bueno salía de una verdad borrosa y la ficción.

    El espejo reflejaba la imagen de un hombre inglés reservado de pelo negro azabache. Alguna vez había sido rubio. Lo sería nuevamente en un par de semanas si no se volvía a teñir el pero nuevamente. Estudiaba la barba crecida en la tensa mandíbula de su cara angular y pálida. Era afortunado de estar vivo después de su última misión cinco días atrás. La misión de Myanmar fue todo un éxito – el terrorista monje Budista ahora estaba muerto- pero Ayden estuvo a un paso de la muerte.

    Tenía círculos oscuros alrededor de los ojos acuosos. Sentía que la nariz se le comenzaba a cargar. Anuncios de un resfrío común; nada que no pueda curarse con una aspirina.

    Volvió a escucharse la voz del piloto a través del intercomunicador. Se le recomendó a los pasajeros y los tripulantes de cabina que regresen a los asientos y se ajusten los cinturones.

    Ayden cruzó el pasillo de regreso a su asiento. Odiaba la charla de los momentos de despegue y aterrizaje. En verdad, odiaba la experiencia completa, del comienzo al final. El incremento de la seguridad portuaria en medio de temores de un ataque terrorista era la menor de las preocupaciones. Tú mueres, tú mueres. Era la temida detección que más odiaba. Pero lo convirtió en un viajero más seguro. Había aprendido a usar botas con cremalleras para apurar su paso por la seguridad. Nunca llevaba monedas en sus bolsillos. ¿Quién disfrutaba yendo y viniendo por la máquina de detección? Viaje liviano, viaje inteligentemente. Ese era el nuevo lema.

    El avión aterrizó suavemente. El oficial de control de inmigraciones no lo volvió a mirar. El pasaporte falso de Ayden estaba encima de la línea.

    Ayden pasó a través de la barrera y salió al hall de recepción. Afuera, sus ojos buscaron un conductor de limosina que sostuviera un cartel con un nombre griego ficticio: Demetrious Mallas.

    Segunda fila... un hombre delgado con el pelo color pimienta de unos cuarenta años, con campera de cuero descolorida y jeans. Ayden se le acercó.

    Soy yo. Ayden señaló la pizarra por encima de la cabeza del hombre.

    Bienvenido a Génova dijo el conductor de limosina, abriéndose camino al frente. ¿En qué hotel se aloja?

    "Les Hauts de Rive."Ayden dió el nombre del pequeño establecimiento.

    Lo conozco. El conductor de la limosina miraba la maleta con ruedas de Ayden. ¿No tiene más equipaje?

    Viajo liviano. Como si eso fuera ilegal.

    Espere cerca de la parada de taxis y traeré el auto, dijo el conductor de la limosina mientras lo guiaba a Ayden hacia la salida.

    Afuera, una corriente de aire frio sopló sobre la cara de Ayden, La chaqueta de invierno que traía puesta era poca protección ante los vientos helados que calaban los huesos. Se puso la gorra y los guantes. Sintió un poco de confort al usarlos a pesar de la congestión nasal. Por encima de él arremolinaban los cielos oscurecidos. ¿Más oscuros que los de Inglaterra? De ninguna manera.

    Dos hombres de edad Madura que estaban cerca discutían sobre el papa en francés. Era el tema candente en Europa, fueras o no católico. El papa se había ido en un exilio auto impuesto, harto de las chicanas del Vaticano, decía un hombre. Lo asesinaron, dijo el otro. Y seguían y seguían.

    Una mujer parada afuera de una de las puertas de salida miraba detenidamente a Ayden. Le recorda a la Sra. Baylock, el ama de llaves del maléfico Damien Thorn en la vieja película The Omen Satan’s Nanny.

    La Niñera de Satán tenía un semblante pálido y almidonado, con pelo lacio negro que asomaba debajo del sombrero. Tenía ojos hundidos y negros, incluyendo las partes blancas. Estaba imaginando cosas.

    Corpulenta, estaba de pie y medía aproximadamente un metro ochenta de estatura y tenía un sombrero de felpa y un saco tejido en jersey sobre un pulóver y bufanda. La falda tweed le llegaba hasta debajo de las rodillas.

    La niñera de Satán lo escudriñó con la mirada cuando pasó cerca de él y después desapareció en una de las entradas de la terminal. Maldita loca.

    El taxi apareció pasando la curva. Ayden abrió la puerta trasera del pasajero y se subió, colocando la valija sobre el piso. El conductor de la limosina metió los cambios para salir y condujo a una velocidad prudente, manteniendo el auto firme sobre el camino resbaladizo. A medio camino de la salida del aeropuerto, encendió la radio. La estática interrumpía el noticiero en idioma francés: la carretera estará cubierta de nieve y helada, haciendo imposible el tránsito hacia cualquier dirección. Partículas en el aire acompañarían los fuertes vientos. Una tormenta de granizo podría causar daños estructurales. Ayden entendía francés, era una de los tantos idiomas que hablaba.

    ¿Entiende francés? El conductor de la limosina miraba a Ayden a través del espejo retrovisor.

    No, mintió Ayden.

    Habrá mal clima durante unos días, tradujo el conductor de la limosina lo que emitía el noticiario radial. No es buen tiempo para vacacionar. No se puede esquiar ni practicar ningún deporte de invierno.

    ¿El conductor suizo estaría tratando de sacarle información? Todo extranjero debería saber que no era buen momento para visitar Génova, entonces ¿Por qué vino Ayden?

    Por supuesto que Ayden no iba a aportar que él había venido a encontrarse con un allegado del Vaticano, que le iba a resumir y profundizar lo que le había sucedido al papa. El apoderado era enviado en representación del cardenal cuya identidad debía mantenerse en secreto y que por ende no podía nombrarse.

    Sonaba una canción a continuación de las noticias.

    ¿Le molestaría apagar la radio, compañero? preguntó Ayden, no podía tolerar más el sonido de la estática.

    El conductor de la limosina se estiró y la apagó.

    Ayden tomó el bolso de tela de lana, abrió el cierre, y sacó su i-Pad. Se quitó los guantes y comenzó a deslizar los dedos sobre la tableta, confiaba en su dispositivo personal de wi-fi que no podía ser localizado. Leyó las últimas actualizaciones de las noticias sobre el papa en varios sitios. Las fotos mostraban a un hombre mayor de estatura mediada con pelo blanco fino con una cara mofletuda y con arrugas. Las sombras oscuras alrededor de sus mejillas estaban más oscurecidas por el botón de la nariz, que le daba un aire alegre a su rostro aunque era reconocido que el hombre tenía carácter fuerte.

    El Papa Gregorio había nacido en una familia de queseros franceses. Cuando joven había rescatado a una pareja de un auto en llamas. Se había graduado en la Sorbona, Paris, con un título de Master en estudios de museo y artes. Entró al claustro en el Seminario de Santa María Majestuosa en Strasbourg. Luego, una vez ordenado sacerdote, sirvió en Sudamérica y Filipinas. Años más tarde fue ordenado obispo y después arzobispo de Paris desde donde se postuló para el papado. El papa tenía afición por el chocolate y disfrutaba pintar paisajes. Cuando era niño se había entrenado para descifrar el código Morse, después de haber sido reclutado por la resistencia contra los Nazis. Hablaba inglés, italiano, alemán y latín.

    La limosina viajó a la par del Rio Cours, Los comercios estaban cerrados, el lugar se veía desierto. Según el GPS del reloj pulsera táctico de Ayden, el auto parecía tomar una ruta más larga de la necesaria.

    ¿Por qué tomamos el camino más largo hacia el hotel? preguntó Ayden, simulando estar familiarizado con la dirección. Miraba por el espejo retrovisor. Sus miradas se juntaron en el reflejo.

    Disculpe, olvidé decirle- hay un accidente en la carretera más transitada y la circulación está complicada allí. El conductor señaló el mensaje en el tablero del auto. No mentía.

    Está bien, no se preocupe, dijo Aylen, dejando el i-Pad a un lado.

    La nieve crujía bajo las ruedas a medida que el auto avanzaba por la calle desierta. Ayden reconoció el sonido difuso de campanas. ¿Era el reloj público o la campana de un tranvía? Lo descifraría más tarde. La ciudad estaba cerrada. No había servicio de tranvías hoy. Debe haber sido el reloj. Había bastantes relojes grandes y de pulsera en esta ciudad.

    La vista era la misma en cualquier dirección: hielo y  nieve cubrían la ventanilla trasera, cubrían incluso el tendido de cables en la parte superior por encima de los tranvías. El viento que rechinaba en forma continua cepillaba nieve contra las aceras.  La escarcha se adhería sobre una bicicleta encadenada a una barredora de calle afuera de un comercio.

    El cielo se volvía más oscuro y el conductor encendió las luces delanteras. Volvió a encender la radio, y escucharon a Andrea Bocelli cantando Con Te Partiro. Había desaparecido el ruido de la estática.

    El auto se detuvo en un semáforo.

    No hay otros autos en la calle, ¿Por qué debía haberlos?

    El conductor de la limosina comenzó a toser fuertemente, luego inclinó la cabeza y la apoyó sobre el volante de conducir, las manos cayeron pesadamente en el asiento. Parecía sin vida.

    Hey, ¿Qué pasa? Ayden se adelantó y sacudió al hombre. No respondía.

    Ayden se pasó al asiento del acompañante del frente. Retiró al conductor de la limosina- Hey señor-

    El conductor de la limosina abrió sus ojos grandes y volvió la mirada hacia Ayden. Los ojos brillaban de maldad, y le clavó una jeringa en el cuello de Ayden.

    El asombro de Ayden se transformó en ira. Puso la mano sobre la cara del conductor y lo empujó fuertemente contra la puerta. La cabeza del agresor dio contra la ventana, pero el impacto no lo redujo. Mientras peleaban, Ayden sentía que sus párpados se volvían pesados, se le aflojaron las extremidades. Se desplomó contra la puerta del acompañante, mirando fijamente al conductor. El sonido de la canción de Bocelli parecía un eco en su cabeza cuando el mundo se oscureció.

    Capítulo Dos

    Isabelle Gaugler entró a su habitación, cerró la puerta, y encendió la luz. La reserva en Les Hauts de Rive también había sido hecha por el Sr. Alguien. Había leído sobre el hotel en Internet. Ubicado en el Boulevard des Tranchees, antes había sido un hospedaje familiar. Tenía aproximadamente veinte habitaciones, el hotel presentaba un exterior de color marrón claro con persianas verdes cerradas por encima de sus ventanas de arco. La entrada al vestíbulo dividida conducía a una escalera curva al lado de un elevador antiguo con controles a tracción con marcos y molduras. Desde la entrada, el lado izquierdo del vestíbulo conducía al pasillo con más habitaciones de huéspedes. El pasillo de la derecha llegaba al hall de recepción, la cocina y un pequeño baño. La oficina del propietario estaba ubicada en frente del hall de recepción. El comedor, ubicado a la par el mismo lado de la oficina del dueño, ocupaba la mayor parte del espacio.

    Issabelle tiró sus bolsos sobre la cama, se bajó el cierre de la campera de cuero, y la colgó sobre el respaldo de la silla. Un rasguido de arpa sonó como señal de recepción de un mensaje en su celular. Lo sacó del bolsillo de los jeans y miró un video mensaje. Se sentó en el borde de la cama y abrió el archivo. Apareció una figura que llevaba un máscara de Guy Fawkes en su cara un una gorra en la cabeza. Isabelle reconoció la voz del Sr. Alguien cuando empezó a reproducir el mensaje.

    Saludos Isabelle. Se te ha asignado la búsqueda del papa. El Vaticano ha dispuesto que te

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