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Fuego bajo la montaña: A Helena Brandywine Adventure, #2
Fuego bajo la montaña: A Helena Brandywine Adventure, #2
Fuego bajo la montaña: A Helena Brandywine Adventure, #2
Libro electrónico221 páginas3 horas

Fuego bajo la montaña: A Helena Brandywine Adventure, #2

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Una joven mujer busca a su familia en una mágica California de 1899. 

La segunda aventura de Helena Brandywine.

Algunas cosas son peores que la muerte.

Helena Brandywine tenía lo que algunos considerarían una vida idílica y mimada durante la época dorada de San Francisco. Pero lugo de descubrir feas verdades sobre su familia y su comunidad se encontró con las trampas del poder y la riqueza, de las cuales escapó para buscar a sus padres.

Enemigos acechan en cada esquina mientras nuevas fuerzas se preparan para avanzar contra ella. Un antiguo dragón que liberó accidentalmente continúa acosándola. Sin saber en quién confiar, espera encontrar traición entre sus más cercanos aliados.

¿Quienes son las figuras sombrías en su contra? ¿Podrá Helena rescatar a sus padres? ¿Morirá intentandolo? O, aún peor, ¿terminará en un hospital psiquiátrico?

No te pierdas Fuego bajo la montaña, el segundo de la serie de Helena Brandywine por Greg Alldredge. Si te gusta la aventura y la fantasía con una fuerte heroína, ¡entonces esta novela de Steampunk para jóvenes adultos te tendrá pasando las páginas a toda velocidad!

¡Ven a verlo!

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 abr 2021
ISBN9781071594971
Fuego bajo la montaña: A Helena Brandywine Adventure, #2

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    Fuego bajo la montaña - Greg Alldredge

    EN LA CELDA

    El detective Doyle Longstreet se apoyó sobre las frías barras y dijo, Espero que entiendan que retener a un oficial de policía en contra de su voluntad es un crimen grave. Sintió cómo su temperatura aumentaba en la húmeda, oscura celda. Demonios, pensó, estirando su brazo derecho a través de las barras, fallando a coger al captor más cercano.

    Los dos guardias en túnicas negras ignoraron su amenaza.

    ­̶ Miren, muchachos, mi brazo me está matando, podrían darme un poco de agua o algo. Podría infectarse.  ̶  Doyle inspeccionó la venda que Helena había puesto sobre su herida de flecha, la sangre había empapado el vendaje improvisado y ahora goteaba por sus dedos.

    Mientras Doyle estaba distraído, un guardia contestó a su pedido de agua con una gran cubeta llena de agua salada helada, mojando su disfraz de hombre andrajoso. El shock repentino causando una profunda bocanada de aire, hasta que el agua salada empapó su herida abierta, momento en el cual gritó de agonía.

    ̶ ¡Bastardos! Si me van a matar solo háganlo con –, su oración interrumpida. Una ráfaga de viento sopló a lo largo del túnel con fuerza suficiente para pegar a Doyle de espaldas a la pared de la celda.

    Confundido, Doyle se esforzó por aclarar su visión; la única antorcha en todo el pasillo había desaparecido junto con los dos guardias encapuchados, zambullendo a Doyle en la oscuridad total.

    Demonios, dijo Doyle al universo batallando por regresar a la puerta de la celda. Pasando su cabeza a través de las barras lo más lejos posible trató de mirar a lo largo del túnel, en vano.

    ̶ ¿Hay alguien ahí afuera?

    Nadie contestó a su llamado.

    ̶ ¡No me dejen aquí abajo a morir de hambre!

    Silencio de nuevo.

    Descansó su cabeza contra las barras, para mitigar su fiebre cada más alta.

    ̶ No creo que haya alguien ahí fuera para oírte. ̶ Una voz suave dijo desde lo más profundo de la celda.

    Doyle volteó, detrás de él se encontraba sentado un hombre chino anciano, con bigote y barba  blancos, nunca se le ocurrió cómo ahora podía verlo en la celda oscura como la tinta.

    Doyle sacudió su cabeza.

    ̶ ¿De dónde has salido?  ̶ La visión de Doyle se volvió borrosa.

    ̶ He estado aquí todo el tiempo, quizás quieras sentarte. El veneno de Naga actúa rápido. Cuanto más te muevas, más rápido morirás ̶  dijo, palmeando el asiento para que Doyle se sentara junto a él.

    El detective sintió cómo su energía flaqueaba, se dirigió a tropiezos hasta la banca para unirse al hombre.

    ̶ ¿Quién eres?  ̶ preguntó Doyle, dejándose caer junto a él.

    ̶ Siempre detective. Puedes llamarme señor Ao. ¿Estás listo para tu viaje a la próxima vida?

    ̶ ¿Próxima vida? ¡No! No estoy listo para morir. ¡Debo salir de aquí! Helena y Missy están grave peligro!

    ̶ ¿Estás listo para abandonar una próxima vida feliz para ayudar a las mujeres? ¿Incluso si se trata de tu tiempo y te arriesgas a perder tu lugar en el paraíso puramente para ayudar a dos mujeres?

    Doyle consideró al extraño hombre antes de contestar,

    ̶ Necesito ayudar a mis amigas, ¿No es eso suficiente para quedarse atrás?

    ̶ Interesante, ¿Acaso amas a una de las mujeres junto a la piscina?

    Su mente nadaba, los efectos del veneno en su, normalmente, tranquila mente.

    ̶ ¿Cómo sabes de ellas si estabas encerrado aquí?  ̶ La cabeza de Doyle resbaló hasta uno de los hombros del anciano, hizo lo mejor que pudo para evitar la respuesta.

    ̶ Yo sé muchas cosas. A pesar de eso, siempre estoy ávido de aprender más. Helena será interrogada a su tiempo. Ahora estoy intentando determinar qué te pasará a ti.

    ̶ Ahora mismo solo quiero dormir. ¿Puedo dormir? ¿Acaso hace más calor que en el infierno aquí? Necesito ayudar a las señoritas.

    ̶ Gracioso que utilices esas palabras.

    Doyle cayó inconsciente.

    El señor Ao lo recostó gentilmente sobre la banca y extrajo un pequeño frasco de su túnica, del cual procedió a vaciar su contenido verde en la boca de Doyle, guardando el frasco en el bolsillo de su andrajoso uniforme.

    ̶ Veremos cómo termina esto. Podría ser muy interesante  ̶ dijo el anciano, antes de abrir la puerta de la celda con un ademán de su mano.

    Aún inconsciente, Doyle percibió el eco de una voz a lo largo del túnel. Sus ojos se entreabrieron lo suficiente para ser testigo de una luz brillando a lo largo del túnel y reflejándose en los barrotes de la celda. Intentó gritar pero su garganta estaba seca y sólo puedo emitir un débil quejido. Con todas sus fuerzas se forzó a ponerse de pie y se dirigió a trompicones hacia la puerta abierta de la celda, entrando al rayo de luz.

    ̶ Que me condenen si no es el detective Longstreet. ¿Cómo has encontrado el camino hasta aquí abajo?  ̶ dijo el oficial O’bannon.

    Doyle pensó para sí mismo: De todos los policías del Beat de San Francisco, ¿Por qué tenía que ser O’Bannon? Antes de decir:

    ̶ ¿Tienes agua? Me estoy muriendo de sed. ¿Las mujeres están bien? ¿Has encontrado a las mujeres?

    O’Bannon y otro policía corrieron hacia el pálido rostro de Doyle que se reflejaba en la luz de las linternas.

    ̶ Te ves como uno de esos vampiros debería verse. Necesitas tomártelo con calma, parece que has perdido mucha sangre ̶ dijo O’Bannon.

    Doyle colapsó en sus brazos antes de preguntar de nuevo:

    ̶ ¿Qué ha pasado con las mujeres?

    Medio cargando al inspector el policía del Beat contestó:

    ̶ Ambas han sido llevadas al hospital. Necesitamos llevarte con el doctor Carlyle para que pueda verte. No se ve nada bien, inspector.

    Doyle se relajó un poco al oír que las dos mujeres habían sido llevadas al hospital y no a la morgue. Siendo acarreado más que acompañado, hizo lo que pudo para caminar en dos pies pero sus piernas no querían cooperar.

    Una vez que alcanzaron la abertura del túnel y el solárium de los Sutter Baths, Doyle fue enceguecido por el sol de media mañana que llenaba el cuarto de cristal con su luz. Aún así, era capaz de ver que un pequeño ejército se había convocado en los baños. Supongo que nuestra nota llegó al señor Wizard.

    ̶ ¿Doyle? ̶ El doctor Carlyle, el juez de instrucción, preguntó mientras inspeccionaba un cuerpo sin nombre que yacía junto a una cruz de San Andrés. ̶ Muchachos, traigan una camilla. Necesitamos recostar a Doyle. ̶ Indicó el juez de instrucción a dos camilleros para que lo asistieran. ̶ ¿Qué te pasó a ti, hombre?

    ̶ ¿Puedes creerlo? ¡Me dispararon una flecha! Había dos mujeres aquí, ¿Qué pasó con ellas? Doyle preguntó mientras lo recostaban sobre la camilla.

    ̶ Pronto las verás, estaban inconscientes cuando llegamos aquí. Ya han sido transportadas al hospital, tú necesitas ir también.

    ̶ Asegúrense que los túneles estén limpios. Cuando me llevaron había cientos de personas rodeando esta piscina. ̶ Doyle se recostó mientras los camilleros se los llevaban.

    Doyle sintió la necesidad aferrarse a la camilla como si su vida dependiera de ello. El viaje acantilado arriba lo aterrorizaba. Suspendido sobre unas escaleras con solo una baranda baja de madera separándolo del olvido. El subidón de adrenalina por el miedo de caer hacia su muerte lo mantenía despierto pero también causaba que su brazo sangrara más.

    Varios reporteros gritones interceptaron a Longstreet, todos buscando una declaración, una vez que llegó a la cima sano y salvo. Un puñado de oficiales de policía mantenían a los reporteros en su sitio con porras.

    ̶ Inspector, inspector. ¿Tiene alguna declaración para el diario?

    Otro gritó:

    ̶Inspector, ¿Es cierto que hubo criaturas supernaturales involucradas en un sacrificio humano?  ̶ Doyle reconoció al hombre del callejón de la semana anterior.

    ̶ Un momento, quiero hablar con él. Dejen que pase.  ̶ Doyle dijo a uno de los policías uniformados más cercano a él.

    Un reportero se acercó y preguntó:

    ̶ ¿Tienes una declaración para mí?

    ̶ Ven a verme al hospital, creo que tú y yo necesitamos hablar. ̶ Doyle se dejó caer en la camilla.

    ̶ Claro que sí, inspector. Estaré ahí cuando despierte. ̶ El delgado reportero volvió a su caballo, listo para seguir a la ambulancia hasta el pueblo.

    DÍA EN LA CORTE

    Helena despertó sobresaltada. Nunca había estado en una corte, pero había leído sobre ellas en historias de detectives. Así es como siempre había imaginado que se verían.

    ̶ ¿Por qué sintió la necesidad de rescatar a las niñas del barrio chino?  ̶ Preguntó el hombre mirando al jurado.

    ̶ Estaban solas. Y en ese barrio. Quería salvarlas. ̶ dijo Helena.

    ̶ ¿Incluso si no necesitaban ser salvadas?

    ̶ ¿Qué? Estaban ahí en medio de la plaga. Quería rescatarlas.

    ̶ ¿Y sus familias? ¿Planeaba rescatar también a sus familias?  ̶ presionó el fiscal.

    ̶ No... no entiendo la pregunta.

    El hombre finalmente volteó para enfrentarla antes de continuar.

    ̶ ¿No es cierto que usted sólo quería salvar a las niñas para agrandar su nombre? Una simple jugada de publicidad.

    Helena tuvo que parpadear para asegurarse de que no estaba imaginándose cosas. Ahí estaba el Don Nadie de Sutter’s Baths, solo que ahora la miraba con un ojo normal y una órbita verde.

    ̶ No, eso no es cierto.

    Helena intentaba defender sus acciones pero ahora ya no estaba segura.

    ̶ ¿Es cierto que usted asesinó al hombre, el señor Meiyouren, a sangre fría?  ̶ Cambiando de dirección, el fiscal comenzó una nueva línea de interrogación.

    Helena tartamudeó, intentando encontrar sentido al lugar donde estaba y a lo que estaba sucediendo.

    ̶ Yo... yo... ¿Podría repetir la pregunta?

    Señor Don Nadie se volteó, hablándole al jurado.

    ̶ No va a poder utilizar su juventud, o la dificultad de ser mujer para defenderse en esta corte, señorita. Voy a preguntarle una vez más, ¿Es cierto que usted asesinó a la víctima a sangre fría?

    Helena asumió que estaba sentada en el estrado de los testigos. A su izquierda estaba sentado el jurado más extraño. Doce réplicas del fiscal la miraban con doce ojos de verdad y doce órbitas negras. Intentando excusarse, estudió al jurado antes de preguntar.

    ̶ ¿Su señoría podría permitirme un corto receso? No me siento bien. Necesito un vaso de agua.

    ̶ Su señoría, está excusándose. Todos sabemos que ella me mató sin razón alguna. Debería ser llevada a la horca y colgada del cuello hasta su muerte. ̶ Gritó el fiscal.

    El jurado comenzó a corear ¡Cuélguenla! a todo pulmón.

    Helena intentó hablar con el juez pero el fiscal, el jurado y la audiencia se habían convertido en una sola persona. Señor Don Nadie. A quien ella había apuñalado para salvar su vida y la de Missy.

    Con un golpe del mazo el juez pidió silencio, y la corte se sumió en el sigilo.

    Helena examinó al juez e inmediatamente se sorprendió de que en el asiento del juez se encontraba un hombre chino, con una polvorienta peluca blanca muy británica apoyada sobre su cabeza; su túnica negra ocultando todo lo demás.

    ̶ Debe responder la pregunta, señorita  ̶ dijo el juez.

    Helena no tenía idea de cómo había llegado desde la costa de San francisco a esta corte.

    Lo último que recordaba era una voz en su cabeza susurrando la palabra duerme.

    No tenía manera de saber cuánto tiempo había estado inconsciente antes de despertar en este tribunal improvisado.

    ̶ Si están preguntando si tomé la daga Dragón y la hundí en el ojo del señor Don Nadie, entonces la respuesta es... Sí, lo hice. Lo haría de nuevo para salvar la vida de Missy. Y no importa lo que digan, también intentaría salvar a esas niñas de la plaga.

    Antes de que terminara, en la corte se desató el pandemonio. Cientos de Don Nadies se apuraron al estrado de testigos. Helena intentó alejarse de la multitud pero no había dónde ir.

    Justo antes de que la alcanzaran escuchó una sola palabra, duerme, hacer eco en su cabeza y pensó: Demonios. Y se durmió.

    Helena despertó en un claro mágico, rodeada por ondulantes flores púrpura de plantas de glicina que habían escalado los troncos alrededor de su lugar natural de descanso. El aire estaba tibio y perfumado con el fresco aroma de flores floreciendo. Sobre los árboles y los extraños y coloridos hongos del tamaño de árboles pudo distinguir pináculos de piedras preciosas naturales proyectándose hacia el cielo, con pequeños edificios construidos en la cima.

    EL REPORTERO

    Doyle caminó de un lado al otro por el pasillo del hospital. Contó cinco pasos desde un lado de la puerta de Helena; seis pasos hasta la otra. Habría dado cinco pasos hacia cada lado pero sintió que eso sería extraño. Además de eso, al final del quinto paso había un espejo en el número seis. Doyle no podía soportar ver los oscuros círculos debajo de sus ojos y el color ceniza de su piel que lo hacía ver como si perteneciera a la morgue. Agrega a eso el hecho de que aún estaba usando su uniforme hecho pedazos que asemejaba a los heridos en la batalla de la colina de San Juan.

    El doctor Carlyle tenía razón, las dos mujeres esperaban por él cuando llegó al hospital. Por supuesto, los doctores quisieron admitirlo luego de coser su herida y reemplazar la penosa venda que Helena había improvisado. A su pesar, Doyle no aceptaría nada de eso.

    Tenía un presentimiento de que algo extraño estaba sucediendo en la ciudad. La hermana Ping era solo el comienzo. Tenía un talento para oler la basura antes de pisarla, y ahora mismo sentía que una pila entera venía hacia él.

    ̶ Inspector ̶ lo llamó el flacucho reportero lo llamó desde el extremo del pasillo.

    ̶ Técnicamente es detective, pero no voy a gritarte mucho. Me alegra que hayas podido venir.

    ̶ Lo que sea por una historia. Ya debería saber eso en este punto.

    ̶ Lo sé, por eso te pedí que vinieras.

    Doyle hizo señas al reportero que lo siguiera a una habitación vacía que previamente había inspeccionado mientras merodeaba por los pasillos.

    El reportero sonrió ampliamente pensando que podría obtener una primicia antes que todos los otros necios recorriendo la ciudad.

    Una vez en la habitación, Doyle cerró la puerta detrás de él.

    ̶ Voy a sugerir un trato de intercambio de información. Si alguien me pregunta, negaré haber tenido esta conversación. Y no puedes mencionar que fui yo quien te dió esta información.

    ̶ Como un quid pro quo

    ̶ Podrías decir que sí. Creo que podríamos ayudarnos mutuamente a mantener las calles un poco más seguras. Pero tenemos que hacerlo bien, o los cuellos de ambos terminarán con una soga alrededor.

    ̶ ¿Qué es lo que tienes para mí?

    ̶ Primero guarda tu pequeño cuaderno y hablemos.

    El reportero obedeció, deslizando su cuaderno en el bolsillo interno de su chaqueta.

    ̶ ¿En qué está pensando, detective?

    ̶ ¿Para qué periódico trabajas?

    ̶ Trabajo para el Investigador de San Francisco.

    ̶ No es un periodicucho tan malo. Tú y yo sabemos que algo extraño está sucediendo en las calles.

    ̶ Concuerdo con usted. Algo supernatural está pasando.

    ̶ Una mujer llamada hermana Ping es responsable por los asesinatos y mutilaciones de la mujeres abandonadas en la frontera entre el barrio chino y la costa de Barbería. No tenemos un motivo aún y la hermana Ping está prófuga.

    ̶ Cuando dice que va a darme información no se guarda nada. ¿Qué es lo que quiere de mí?

    ̶ Me da la impresión de que eres un reportero que va donde la historia lo lleve, no importa cuán perturbador sea. Estoy seguro que tienes historias

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