Christine

Por C. Sean McGee

"Vístete, ¿no tienes vergüenza? Nos estas poniendo incómodos" dijo la mujer mayor, en shock y decepcionada de ella; alejándose con repulsión del cuerpo desnudo de Christine. La mujer se sintió extraña e incómoda y Christine se sintió empoderada e invencible, mientras colocaba pequeños pedazos de cinta negra en forma de x sobre sus pezones.

"Si queremos enfrentar a los hombres entonces tenemos que pensar como ellos. Si queremos que nos escuchen entonces nos tenemos que hacer ver, en primer lugar. ¿Y qué llama la atención de un hombre? El sexo. Nos ven como objetos, como cosas; como algo para follar y algo para alimentar a sus hijos, algo para limpiar la casa y algo para chupar sus penes y como algo que pueden hacerlos sentir útiles solo cuando ellos quieren. "No soy solo mis tetas, no soy solo mi vagina", gritó Christine.

"Entonces guárdalas" dijo la mujer mayor. Y detente con esa blasfemia. No es femenino”

Christine cortó pedazos de cinta negra y luego tomó un pincel fino, sumergió sus cerdas en pintura negra y con los ojos cerrados, se acercó a cada mujer con una mirada depredadora, fijando sus limitaciones y defensas, sometiendo a todas y cada una de ellas a su voluntad y al sentimiento de su tremenda necesidad.

Una por una, las ayudó a salir de su esclavitud; sus hermosas vestimentas que solo esclavizaban sus cuerpos con una recompensa servil. Sobre sus pezones colocó la x de su desafiante censura y sobre los cuerpos pintó la abrasión; palabras fuertes, cortas, contundentes, de lucha.

"Ahora nos verán" gritó.

• Idioma: Español
• Editorial: C.Sean McGee
• Fecha de lanzamiento: 23 nov 2018
• ISBN: 9781386194446

C. Sean McGee

"I write weird books."

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INDICE

CAPÍTULO 0

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

para, Nenagh y Tomás

mi verdadero norte

CAPÍTULO 0

Las sombras se dibujaron, manteniendo la maravillosa ilusión de la noche representando su fachada para ayudar a conciliar el sueño de la joven, que yacía acurrucada debajo de las sábanas, acogedoras y cálidas. Ya había amanecido hace algunos minutos y horas atrás pero la luz agobiante ya tenía que robar a Christine de sus sueños y cuando parpadeó, su mente imaginaba todas las cosas que solo eran reales aquí, en la comodidad de su cama, detrás de sus párpados intermitentes y las sombras dibujadas.

La melodía de una sombría guitarra se reproducía suavemente desde el celular que estaba al alcance de la mano junto a la cama. Su colchón estaba tendido en el suelo y ella, extendida sobre toda la cama, dormía como un niño, en cualquier posición.

La guitarra sombría luego bailó con una voz melancólica y triste, construyéndose lentamente en su despierta reverberación de modo que los párpados de Christine titilaron; al principio un poco irrisorios, luego temblando y por último dando una advertencia como si el teatro en su mente bajara las cortinas. Sus ojos se abrieron como un gran aplauso cuando la mujer etérea que cantaba la canción en el celular recitó sobre la incertidumbre, con un recato tan sobresaliente y argumentado que hizo que Christine quisiera este tipo de afecto, que se despojara de la fantasía de sí misma.

Y cuando cambió el tempo, y el ritmo se mezcló a través de sus huesos, se levantó hasta que se sentó y apoyó su pesada cabeza contra las palmas de las manos.

Junto a ella, tendido sobre su espalda estaba su anudado gato persa de color naranja, tenía sus piernas extendidas por delante y detrás de su regordete cuerpo y anudado pelaje naranja y una sonrisa delicada grabada en su cara, oculta bajo un lío de ondulados y entrelazados bigotes, enlazada como el pelaje desaliñado de su cuerpo.

Eres tan malditamente adorable, dijo volviéndose hacia el persa anudado y naranja, sumergiéndose en su espeso pelaje, presionando su rostro contra su vientre y luego hundiendo los dedos en su piel, haciéndolo rodar de un lado a otro.

Pero tan vago, dijo mientras el ronroneante gato la miró fijamente a los ojos y extendió una de sus patas hacia su boca, empujando las garras suavemente hasta que hicieron presión contra la piel agrietada de sus labios, alejándola tímidamente pero realmente deseando que