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La paciente número 5
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Libro electrónico60 páginas56 minutos

La paciente número 5

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Información de este libro electrónico

"Llevo un buen rato intentando recordar por qué estoy aquí. Me encuentro en una habitación de hotel, sentada sobre una cama enorme que prácticamente ocupa todo el espacio. Escribo con las piernas cruzadas, apoyada en la carpeta donde he encontrado los papeles de la compañía, aunque no sé cuánto tiempo voy a poder seguir haciéndolo; me duele la espalda y sobre todo, la cabeza, un dolor sordo e intermitente que no me deja pensar. En los papeles pone que es normal y que se me pasará dentro de un rato. Lo que no dicen es si seré capaz de recordar por qué estoy aquí"

Eva ha sido seleccionada para participar en un experimento de realidad virtual. Ella es la paciente número cinco.

Lo que parecían unas tranquilas vacaciones en un entorno de ensueño, se convertirá en una pesadilla que cambiará su vida para siempre.

Entornos virtuales, secretos, mentiras y un misterioso ataque en una novela ágil y trepidante que atrapa y juega con la mente del lector.

Bienvenidos a Mua, el lugar donde nada es lo que parece...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 oct 2018
ISBN9780463278857
La paciente número 5
Autor

Mónica Coca Pelaz

Mónica Coca (Santander, 1975) es una escritora, redactora y guionista afincada en Madrid. Su vida ha estado siempre ligada al mundo de la comunicación y la escritura creativa.Tras publicar varios libros para niños, con excelentes críticas, ahora estrena "La paciente número 5", su primera incursión en la narrativa para adultos con una historia llena de giros, misterio y un toque de ciencia-ficción que mantendrá al lector enganchado a su lectura hasta su inesperado final.

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    La paciente número 5 - Mónica Coca Pelaz

    LA PACIENTE NÚMERO 5

    Mónica Coca

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1

    Llevo un buen rato intentando recordar por qué estoy aquí. Me encuentro en una habitación de hotel, sentada sobre una cama enorme que prácticamente ocupa todo el espacio. Escribo con las piernas cruzadas, apoyada en la carpeta donde he encontrado los papeles de la compañía, aunque no sé cuánto tiempo voy a poder seguir haciéndolo; me duele la espalda y sobre todo, la cabeza, un dolor sordo e intermitente que no me deja pensar. En los papeles pone que es normal y que se me pasará dentro de un rato. Lo que no dicen es si seré capaz de recordar por qué estoy aquí.

    Me acuerdo de las pruebas de acceso, las entrevistas, los cuestionarios interminables en los que se repetían una y otra vez las mismas preguntas, como si fuéramos sospechosos de algún asesinato. En la recta final, éramos unos treinta candidatos. Todos habíamos visto el mismo anuncio en una página de internet, de esas que publican ofertas de empleo a granel, con muchas exigencias, a las que se apuntan cientos de desesperados por un sueldo miserable. Aquel anuncio era distinto. Se pagaba bien y no hacía falta ninguna formación. Recuerdo el texto porque lo leí varias veces, antes de decidirme a apretar el botón de Enviar: Queremos personas que sepan mirar, tengan capacidad de análisis y redacten bien. Contra todo pronóstico, me llamaron. Les había gustado mi perfil de escritora que no escribe porque está muy ocupada buscando un trabajo de los que dan de comer. Pasé entrevistas, rellené formularios, hice exámenes psicológicos.

    Mi nombre es Eva, pero los batas blancas me llaman Cinco.

    Sé que mi misión es explorar el lugar, al que no sé cómo he llegado, analizarlo y escribir mis impresiones. Me he despertado en este cuarto hace una hora y todavía estoy aturdida. No hay nada reseñable en él. La cama es confortable, el colchón firme. Hace calor, pero de vez en cuando, entra por la ventana una brisa suave que acaricia y refresca. Antes, cuando la he abierto, he visto ante mí un jardín exuberante bajo un cielo sin nubes, con árboles de ramas colgantes, retorcidas, cubiertas de hojas que buscan ansiosas la luz, estrangulándose entre ellas. El suelo es un colchón verde, invadido por plantas que no reconozco, a las que el sol solo llega a trozos. Parece que tengo vistas a un jardín tropical.

    Las instrucciones dicen que hable con las personas que me encuentre, que entre y salga por donde quiera, que me detenga a aspirar los olores, a saborear los alimentos, que no tenga miedo a tocar, a preguntar, que no haga lo mismo dos veces, que me sienta libre. Esta es una oportunidad única. Lo único que me piden es que lo escriba todo. Subrayado y en negrita. Para ello cuento con una tableta tan delgada y ligera que parece una lámina de cristal. Ellos se encargarán de rescatar lo que apunte en ella.

    Intento ordenar mis ideas. Hago memoria. Necesito situarme, explicarme a mí misma.

    Pertenezco a un grupo de control, formado por siete personas, de una nueva terapia diseñada para tratar a individuos con problemas psicológicos. El objetivo del proyecto es que los pacientes se enfrenten poco a poco a lo que más temen, superando sus miedos, ansiedades, fobias, siempre bajo la supervisión de un equipo especializado. Para ello, se les aísla durante semanas en un entorno seguro, diseñado a medida, en el que ellos puedan moverse a sus anchas sin sentirse vigilados. Nuestra tarea consiste en comprobar que el lugar esté bien acondicionado, sin fallas de seguridad, según palabras textuales del texto que he leído y releído.

    La duda de siempre... ¿De verdad enfrentarse a lo que uno más teme ayuda en algo?

    No lo sé. Creo que lo pregunté, pero la niebla de mi cerebro no me deja acordarme. Lo que importa es que ahora tengo un trabajo y debo hacerlo lo mejor que sepa. Seré la exploradora, la que pregunta, la que entra, la que sale. Me parece extraño que me hayan escogido, nunca he estado en tratamiento por problemas psicológicos; aunque supongo que eso no quiere decir nada.

    Todos tenemos miedo.

    CAPÍTULO 2

    Parecen avatares

    Otra vez ese pensamiento. Mosca sacude la cabeza e intenta fijar la vista en el suelo, como todos los demás. Dos paradas más y podrá salir del pozo. Cada vez le agobia más el metro, luces mortecinas y caras muertas alrededor. Hunde los puños en el bolsillo de la gabardina y se entretiene

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