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El viaje de Narciso
El viaje de Narciso
El viaje de Narciso
Libro electrónico150 páginas2 horas

El viaje de Narciso

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A Narciso le fue quitada la vida de manera repentina y es llevado por un remolino surrealista que cambiará radicalmente su concepción de la existencia.  

Sibila avanza, insegura, en el pasado y el presente entre Grecia y Paris, en busca de su camino, inclinaciones sexuales y  sus ambiciones sociales.

Dios, el Diablo y el Ángel se juntan para manipular y hacer que se crucen los destinos de Narciso y Sibila.

Entonces, ¿somos dueños de nuestro destino o tan solo somos títeres guiados por fuerzas caprichosas, igual que en la mitología griega?

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 may 2018
ISBN9781547529841
El viaje de Narciso

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    El viaje de Narciso - Isabella Marques

    Isabella Marques

    El viaje de Narciso

    Para Sara.

    ***

    Mientras mezcla lentamente el azúcar en su taza de café, Sibila mira, sin demasiada atención, a la multitud de transeúntes que se agitan delante de ella. De repente, observa a una gran morena que camina despacio y hurga nerviosamente dentro de su bolso; irritada, la mujer no encuentra lo que busca. Entonces, levanta el rostro, recorre con la mirada la terraza donde se encuentra Sibila y se aproxima a ella con un paso decidido. Es una mujer hermosa: un metro setenta y cinco, delgada, con un paso elegante y un rostro bien definido. Con un tono seco, la morena le pide fuego, enseguida, sujeta entre sus dedos con sus uñas barnizadas, un cigarrillo fino de filtro blanco a tan solo unos centímetros de sus labios. Sibila observa que su boca carnosa, pintada de un rojo vivo, se abre ligeramente para mostrar una dentadura perfecta; se disculpa por el tiempo que le toma encontrar su encendedor en el revoltijo de su bolso y, finalmente, saca el objeto: un pequeño Bic negro que le ofrece a la morena. Esta última no hace ningún intento por tomarlo y se queda inmóvil esperando. Nuevamente, Sibila balbucea algunas disculpas, mientras alumbra el cigarrillo con una mano temblorosa. La morena aspira una gran bocanada y suelta el humo hacia el cielo con una larga espiración. Una vez más se inclina hacia Sibila; esta vez, esboza una larga sonrisa y le agradece antes de alejarse entre un sonar de tacones. Sibila sigue con la mirada la hermosa silueta que termina por confundirse entre la multitud. Así, comienza a imaginar una escena en la que esa mujer se hubiera sentado en su mesa para conocerse.

    Sibila, más audaz que en la realidad, le hubiera dicho: ¿Tiene prisa? a lo que la bella morena hubiera respondido:

    —No, no del todo.

    —Entonces, siéntese. Se lo ruego. ¿Le ofrezco un café?

    La mujer hubiera aceptado con gusto. Le hubiera contado su vida, una vida extraordinaria, una vida de actriz, o mejor aún, de rica heredera...

    El mesero interrumpe su fantasía; acaba de terminar su servicio y debe cobrar. Sibila deja de pensar en la bella heredera y saca de su bolsillo un montoncito de monedas para pagar, pero no es suficiente. Llena de vergüenza, dirige una sonrisa hacia el muchacho, quien le regresa una mirada fría e impaciente. La joven lo calma; tiene un billete de diez euros en su billetera. Impasible, el mesero se apodera del billete, vuelca sobre la mesa el puñado de monedas, y luego, con la bandeja en la mano, continúa su ronda hacia los demás clientes. Sibila verifica la hora en su teléfono celular: las nueve y cuarto. Si quiere llegar a la sala de conferencia a tiempo, debe apresurarse.

    Durante casi diez minutos deambula entre los corredores del edificio antes de encontrar el gran auditorio donde se llevará a cabo la conferencia. Se instala de prisa en medio de una fila casi vacía, luego, coloca su bolsa y su abrigo sobre el asiento de al lado. Se encuentra separada del escenario por tres filas. La sala está lejos de estar llena, tan solo una centena de personas se encuentran diseminadas por aquí y allá, siempre teniendo cuidado de mantener su distancia entre ellos. Sibila lanza una mirada a su vecina más cercana; cuatro asientos más lejos hacia su lado derecho. Se trata de una mujer de alrededor de unos sesenta años, con cabellos grisáceos y recogidos en un chongo, lentes finos sobre una nariz recta, y con una estatura mediana, a juzgar por la altura de su busto. Su camisa es de una tela violeta y radiante donde se reflejan las luces de la sala. Sobre sus piernas tiene un cuaderno de notas, y con su mano derecha juega con su bolígrafo, mordiéndolo de vez en cuando o haciéndolo girar en el aire como un bastón de majorette. Inquieta en su asiento, la mujer se gira hacia Sibila y le dirige un gesto educado con la cabeza, a lo que la mujer responde mostrándole una corta sonrisa.

    — ¿Me permite? —lanza la sesentona, apuntando su bolígrafo hacia el asiento al lado de Sibila.

    —Eh... sí... por su puesto —responde Sibila, arrepintiéndose inmediatamente de esta respuesta.

    La mujer se contorsiona y se desliza con dificultad por los lugares enfilados, hasta que, finalmente, se deja caer de manera escandalosa sobre el asiento. Entonces, pone su mano sobre el brazo de Sibila, y le murmura con un tono confidencial y lleno de complicidad:

    —Puedo apostar a que vino por Belamant...

    Sibila responde con un sí breve, al mismo tiempo que se pregunta por qué diablos tuvo la mala suerte de sentarse en la misma fila que esa parlanchina. Después de un corto silencio, la anciana retoma más y mejor:

    — ¡Es increíble! ¡Nunca pueden empezar a tiempo! La última vez esto comenzó con más de una hora de retraso; tuve que irme antes de que terminara. El que yo esté jubilada no quiere decir que pueda perder mi tiempo. Tengo un horario extremadamente ocupado. Usted sabe, entre mis actividades deportivas, culturales y caritativas, ¡poseo una verdadera agenda de ministro!

    Ella hizo énfasis sobre las palabras extremadamente y verdadera, articulando de manera exagerada las silabas y arrastrando las vocales.

    A lo largo del escenario se encuentra una larga mesa cubierta por un mantel blanco. Y a distancias regulares, correspondiendo a cada asiento, unos pequeños porta nombres blancos indican en letras negras los nombres de los participantes. Sibila cuenta los porta nombres: diez. Desde su fila no alcanza a leer los nombres, sin embargo, se detiene en el que le corresponde a la persona por la que ella está ahí: Narciso Belamant. ¿Qué clase de ironía del destino le había otorgado ese nombre tan apropiado? ¿Acaso su nombre había hecho de él lo que él era? Desde cierto punto, este hombre no había tenido otra opción que convertiste en un presumido seductor. Lo que, desde el punto de vista de Sibila, no iba del todo con el personaje de un escritor filósofo.

    Ella consulta su programa: Belamant tendría que intervenir a las diez, tan solo un cuarto de hora después de la sesión inaugural. Esta aún no había comenzado y ya eran las nueve con cincuenta minutos. Entre el escenario y la primera fila se puede ver a muchas personas alteradas con su teléfono celular pegado a la oreja. Se levantan, se vuelven a sentar, una anfitriona pasa a dejar botellas de agua y vasos sobre la mesa... Se puede sentir cómo las ondas de nerviosismo que rondan el ambiente de la sala se vuelven cada vez más eléctricas. Hacia las diez con cinco, una mujer sube al escenario, se desliza tras el pupitre colocado a la derecha de éste, se inclina hacia el micro, anuncia el retardo imprevisto del Señor Narciso Belamart, y que debido a esto, el programa se verá modificado: el Profesor Hans Krüger de la Universidad de Postdam intervendrá en primer lugar.

    Sibila no puede más con su vecina entrometida. La sesentona acaba de entablar un largo monologo sobre Marx, los derivados del comunismo hacia el totalitarismo estalinista, la manera en que Trotski hubiera podido salvar a Rusia, ver a Europa como una sola... Pese a su intención de no ofenderla, Sibila termina por pretextar una urgencia terrible. Infortunadamente, por levantarse tan de prisa, vuelca la mitad del contenido de su bolso entre los asientos y, mientras maldice en su interior por lo mal que este día había comenzado, recoge todas sus cosas, sube su asiento lo más discretamente posible y se escapa de la sala casi corriendo. De cualquier manera, ese Krüger, que se lanzó en una larga ponencia, es increíblemente aburrido, y ella se dice que no se pierde de gran cosa.

    Cuando entra en el tocador de damas, se topa frente a frente con la gran morena del cigarrillo que se había encontrado un poco antes en la cervecería. Está tan sorprendida que vuelve a tirar su bolso, y ya que éste nunca se encuentra cerrado, su contenido se expande por toda la loseta blanca. Esta vez, Sibila suelta una grosería en voz alta, pero se ruboriza al ver que la mujer se gira hacia ella.

    — ¿Necesita ayuda? —dice inquieta y con una voz amable la bella morena.

    —Amm... no... está bien, gracias, soy algo torpe... —contesta Sibila para excusarse.

    — ¿Vino a la conferencia?

    —Sí... ¿y usted?

    —Más o menos. De hecho, vine por Narciso. Narciso Belamant... Soy su hermana. Estoy sorprendida de que venga retrasado. No es su costumbre.

    —Sí, es verdad, generalmente es puntal...

    — ¡Ah! ¿Lo conoce?

    — ¡No, no! No personalmente —responde Sibila—-. Sé a lo que se dedica... su carrera... De hecho, yo también escribo. Hasta ahora he publicado una novela corta. No espero que se convierta en un best-seller, pero bueno, en fin... Me gustaría hacer de su hermano el personaje principal de mi próximo libro. ¡He leído todo de él y sobre él!

    Ella se arrepiente rápidamente de sus propósitos ingenuos e inmaduros; le pareció leer una burla benevolente en los ojos verdes de su interlocutora.

    —Interesante, muy interesante... ¡Estoy segura de que la idea le agradará mucho! Me llamo Helena —dice la mujer tendiéndole su larga mano.

    —Encantada, yo... yo me llamo Sibila... Sibila Marceau.

    — ¿Cómo el mimo? —pregunta Helena, levantando una ceja, asombrada.

    —Como el mimo —confirma Sibila, quien ya había escuchado eso centenas de veces.

    —Estoy sentada en la primera fila, en frente de Narciso... No hay nadie a mi lado. Venga si quiere, nos conoceremos mejor y le presentaré a Narciso en el descanso para desayunar. Así le hablará de su proyecto.

    Sibila está tan atónita que se queda un momento sin responder, solo observando el reflejo de Helena en el espejo. Después, piensa en su incomoda vecina y se dice que esa proposición llegó en el momento oportuno.

    —Sí... sí... por supuesto, será un placer, es muy amable de su parte —tartamudea finalmente.

    — ¡Muy bien! Le diré de inmediato.

    Helena Belamant sale con un movimiento agraciado y deja ondear detrás de ella un perfume sutil y voluptuoso. Seguramente se trata de un perfume muy caro de la marca Chanel o Guerlain. Sibila se deleita con él unos instantes, estando aún bajo el encanto de este extraño reencuentro.

    ***

    Narciso Belamant nunca llegó, nadie sabía dónde estaba y los otros participantes no pudieron retener lo suficiente a la audiencia que había venido principalmente por él. Hacia las once y media, Sibila y Helena se pusieron de acuerdo con un movimiento de cabeza para dejar juntas el auditorio. Una vez en la calle, Helena intentó contactar a Narciso con el teléfono celular infinidad de veces,

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