Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Del otro lado del mundo
Del otro lado del mundo
Del otro lado del mundo
Libro electrónico211 páginas2 horas

Del otro lado del mundo

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

«Los tiempos cambian» afirma el Hombre de las Nueces. Los Defectuosos no lo contradicen: todos los rechazaban y ahora han sido proclamados salvadores de la humanidad. En un mundo paralelo, es cierto, pero no es una mención anodina.

Para llevar a cabo su misión, tendrán que esquivar ejércitos de garras, encontrar granjas invisibles, domesticar seres legendarios... Además de aprender a reconocer a sus amigos.

Merlin, su profesor, les guiará en su travesía hacia ese otro mundo. Sabe que su ayuda no será suficiente. Sin embargo, todavía desconoce los aullidos de la noche, y los animales que crecen en secreto en los castillos.

Los Defectuosos avanzan...

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento21 sept 2017
ISBN9781507191699
Del otro lado del mundo

Relacionado con Del otro lado del mundo

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Del otro lado del mundo

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Del otro lado del mundo - melanie de coster

    DEL OTRO LADO DEL MUNDO

    Para todos aquellos que siempre han creído en mí.

    A Rodolphe por todos nuestros mañanas posibles.

    Mis más sinceros agradecimientos a mi patrocinador oficial.

    Del otro lado del mundo

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1: GENTE GENIAL

    CAPÍTULO 2: LOS DEFECTUOSOS O EL AZAR PREVISIBLE

    CAPÍTULO 3: EL CORONEL JUEGA A BOLOS

    CAPÍTULO 4: EL PODER DE LA IMAGINACIÓN

    CAPÍTULO 6: UN HOMBRE VESTIDO DE BLANCO AVANZA...

    CAPÍTULO 7: LA CENA DE LOS GENIOS

    CAPÍTULO 8: MÁS VALE TOMAR PRECAUCIONES CUANDO EL VIAJE ES LARGO

    CAPÍTULO 9: BAJO LOS SOLES

    CAPÍTULO 10: EL INTRUSO

    CAPÍTULO 11: LA GRANJA DEL OESTE

    SEGUNDA PARTE

    CAPÍTULO 12: ¿QUIÉN TIENE MÁS MOTIVOS PARA MARCHARSE?

    CAPÍTULO 13: A VECES LO QUE IMAGINAMOS NO ES PEOR QUE LA REALIDAD

    CAPÍTULO 14: LA CABEZA BIEN RECTA

    CAPÍTULO 15: LAS PRUEBAS MÁS EVIDENTES NO SIEMPRE SON LAS MEJORES

    TERCERA PARTE

    CAPÍTULO 16: HAY DÍAS QUE VALE LA PENA PERDER

    CAPÍTULO 17: UNA EDIFICACIÓN DE ÉBANO

    CAPÍTULO 18: NO SIEMPRE ES FÁCIL SER UN HÉROE

    CAPÍTULO 19: EN LA CIUDAD QUE APARTABA LA MIRADA

    CAPÍTULO 20: AL LADO MALO DEL PASILLO

    CAPÍTULO 21: EN LOS PUPITRES DE LA ESCUELA

    CAPÍTULO 22: DE UNA HABITACIÓN A OTRA

    CAPÍTULO 23: UN HOMBRE CON BUEN JUICIO

    CAPÍTULO 24: NUNCA HAY PUERTA

    CAPÍTULO 25: UNA VISITA DE CORTESÍA

    CAPÍTULO 26: ALGUNAS EXPLICACIONES...

    CAPÍTULO 27: CUANDO LA CIENCIA ES INEFICAZ

    CAPÍTULO 28: NADA QUE NO SEA NATURAL

    CAPÍTULO 29: NINGUNA HISTORIA ACABA NUNCA

    Acerca de la autora

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1: GENTE GENIAL

    ––––––––

    Tengo que escribir nuestra historia. Por si otros encuentran el modo de cruzar en algún momento. Eran seis, seis jóvenes con ganas de aventuras. Cinco de ellos regresaron, muy diferentes de como habían marchado, uno de ellos se quedó. De eso hace ya mucho tiempo...

    Albin se precipitó dentro del aula tarde, como de costumbre. Los demás no se volvieron hacia él. Los miró con la cabeza inclinada, cada uno estaba a lo suyo: Titiana, en un rincón del aula, observaba concentrada la baldosa que tenía ante sus pies; Arthur, reía con nerviosismo mientras miraba por la ventana; Sarah, se entretenía dando vueltas alrededor de Cosmo cada vez más rápido, y este, con los ojos cerrados, estaría recitando mentalmente alguna entrada de la enciclopedia que habría releído el día anterior.

    Le pareció que estaban llenos de polvo, como si hubiesen estado ahí siempre, esperando, y no tuviesen intención de cambiar. Albin exclamó en tono burlón:

    —Hola, panda de gusanos, ¿todo bien?

    Sarah le abrazó.

    —Tú siempre tan agradable. ¿No sabes ser puntual?

    —Parece que no soy el único.

    —No, «él» todavía no ha llegado.

    Echó un vistazo por detrás de Albin comprobando que no aparecía nadie por el pasillo y añadió:

    —¿Cómo crees que será?

    —¡Como todos los demás! ¿Qué esperas? Al principio no se atreverá a mirarnos ni a hacernos frente. Después, cuando crea que miramos hacia otra parte, nos analizará. Será otro de esos profesores que no tienen suficientes horas a la semana y que no saben qué esperar de nosotros.

    Arthur se acercó a ellos para intervenir, tropezando al pasar junto Cosmo que siempre estaba en medio.

    —¿De qué habláis vosotros dos?

    —Del sustituto —respondieron al unísono.

    —Seguro que será un tío genial.

    Sarah rio.

    —Siempre crees eso de todo el mundo.

    —¿Y qué?

    Ella puso los ojos en blanco y volvió a dar vueltas alrededor de Cosmo, canturreando.

    Mientras Arthur esperaba la llegada del nuevo profesor por el pasillo, Albin se acercó a Titiana. Se puso justo frente ella, sobre la baldosa que tanto atraía su atención. Ella, sin moverse del sitio, se arrinconó todo lo que podía hasta casi fusionarse con la pared que tenía detrás. No giró la cabeza, ni siquiera la levantó. Si él no se hubiera acercado, se habría quedado en el mismo sitio pero más ancha. Decepcionado por la falta de reacción, volvió con Sarah cuando Arthur, subiéndose las gafas que una goma prestada no podía sujetar, balbuceó: «Ya llega. El sustituto. Es alto. Enorme.»

    El hombre que se personó a continuación, en efecto, sobrepasaba los dos metros. Por costumbre, más que por precaución, se agachó para entrar en el aula. A continuación, sin mediar palabra, observó el grupo reducido de alumnos que le habían asignado para impartir historia.

    Los alumnos también lo observaban, incluida Titiana, que le dedicaba una tímida mirada. Finalmente el profesor tomó la palabra:

    —Buenos días. Soy Merlín, vuestro nuevo profesor.

    Una frase banal pero pronunciada con una voz tan profunda que daba a entender que sabía mucho más que lo que decía. Sarah le respondió haciendo las presentaciones de todos. Siempre había sido la que mejor hablaba, así que se convirtió en la portavoz de la clase. «Soy Sarah, tengo 17 años y pico. Soy la que dirige el cotarro aquí, digan lo que digan los demás. No harían nada sin mi ayuda. El de la puerta es Arthur. Más vale abrirle paso cuando llega, todavía no ha aprendido a moverse sin derribar a la gente a su alrededor. El de en medio, el que me mira cara de pocos amigos, es Cosmo. Es el más joven, pero no se fíe, es el listo de la clase. Sería capaz de corregirle a mitad explicación si cree que se equivoca. Gracias a él está usted aquí, escribió una carta para que echaran al antiguo profesor porque no le parecía lo bastante competente. Por lo menos usted queda avisado. Aquella de la esquina es la pequeña y tímida Titiana. Prefiere que la ignoren, así que no sea muy brusco con ella. Y, por último, el chulito de la chupa de cuero es Albin. No le haga mucho caso: no sabe nada de nada pero siempre se hace el listillo. Además, es el mayor, aunque en su caso no quiere decir gran cosa.»

    De normal, Albin le habría respondido, pero estaba demasiado ocupado juzgando las reacciones de su nuevo profesor, igual que todos los demás. Tras año y medio integrados en la escuela, era el primer profesor que parecía no tenerles miedo. Ese era el sentimiento que aparecía en todos los que se cruzaban con ellos: miedo, miedo a lo ajeno, a lo desconocido. Y ellos cinco lo eran, indudablemente.

    Merlin los miró uno a uno prolongadamente. Entonces, les dijo que había decidido dedicar la primera hora de clase a conocerse mutuamente. Les habló de él y escuchó lo que los alumnos tenían que decir. Se interesó por saber más sobre ellos pero no había mala intención en su curiosidad. Era la primera vez que alguien de la escuela les hablaba de verdad, como seres enteros.

    Había algo particular en ese profesor. Tal vez se tratara de su aspecto, llevaba un antiguo impermeable en cuyos pliegues se acumulaba el polvo, y un sombrero de cuero que había dejado en una esquina de la mesa que parecía haber secado numerosas lluvias y tormentas. Sus ropas, raídas por el tiempo y descoloridas por el uso, constituían una parte fundamental de él.

    Pero no sólo se trataba de su manera de vestir. Era también su mirada, observaba de verdad, en profundidad, llegando más lejos de lo que la mayoría de gente estaría dispuesta a dejar expresar con sus ojos. Era también su sonrisa, fugaz y poco común, que solamente se manifestaba en la comisura de sus labios. Evocaba a un viejo aventurero cuya piel bronceada ha recibido demasiado sol, y sus largos cabellos, pocos cortes. Si impartía historia, con sublevaciones, giros y personajes cuyos nombres no se olvidan, no cabe duda de que podría también enseñar a sus alumnos las vicisitudes de una vida llena de entresijos. O al menos, eso es lo que ellos siempre se imaginaban, sobre todo el reducido grupo que le habían asignado.

    La hora se acabó y sonó el timbre despertando con su sonido estridente y discontinuo a todos los alumnos adormecidos en aulas con la calefacción demasiado alta y profesores monótonos. Solo la pequeña clase de historia, al final del pasillo del antiguo edificio, hubiera deseado que la clase continuase. Con ese sentimiento salieron todos del aula, en fila india. El profesor los seguía lentamente, los alumnos no iban muy rápido: las sillas de ruedas avanzaban con dificultad por las baldosas mal unidas del pasillo más largo de la escuela.

    5 de septiembre de 2015

    EL ECO DE SOLEILMONT

    Dos habitantes de nuestra ciudad, Sarah Leneuf y Albin Carquois, de 15 y 16 años respectivamente, han atravesado esta mañana por primera vez las puertas de nuestro instituto.

    Gracias al entusiasmo y al empeño del alcalde Taupe, una nueva clase se ha inaugurado en el Instituto Napoleón. De ahora en adelante acogerá a discapacitados motores que quieran integrarse en el curso escolar normal y compartir la experiencia con compañeros de su misma edad.

    Está todo previsto para facilitar la adaptación de estos dos estudiantes, a los que, sin duda, pronto se les unirán muchos otros. Además de horarios adaptados que les permitirán recibir sus cuidados en el hospital Sainte-Marie, se han previsto clases particulares para no ralentizar el ritmo habitual de las clases que tendrán en común con el resto del alumnado. Este alumnado se alegrará al ver el espíritu de tolerancia y de mente abierta que muestra la ciudad de Soleilmont.

    CAPÍTULO 2: LOS DEFECTUOSOS O EL AZAR PREVISIBLE

    ––––––––

    Los del grupo B (los «defectuosos» como los apodaban los demás estudiantes) tenían clase de historia dos veces a la semana. Apenas un mes tras la llegada de Merlin, este se había convertido en su confidente habitual. Explicaba los contenidos del programa en los primeros minutos de clase y después discutían juntos sobre temas de actualidad. A menudo se daban debates muy animados. Cosmo era el más testarudo e intentaba imponer su opinión sobre los demás. Había teorías de todo tipo. A veces, a Albin le daba la impresión de que Merlin los estaba poniendo a prueba. Estaba seguro de que se preparaba las preguntas, aparentemente inofensivas, y les lanzaba aire relajado  y con toda la normalidad del mundo. Sin ningún indicio todavía, Albin no sabía dónde quería llegar su profesor.

    A veces discutían entre ellos cuando salían fuera entre horas. Siempre tenían clase en la planta baja, pero normalmente tenían que pasar de un edificio a otro y casi siempre llegaban cuando ya había sonado el timbre. Albin siempre decía con ironía que era por si no llamaban suficiente la atención. Ese comentario dejó de hacerles gracia hace tiempo.

    La verdad es que los estudiantes del Instituto Napoleón les daban pocas oportunidades de reír. Ninguno de ellos escapaba de burlas y constantes comentarios crueles. Esta experiencia en el mundo real que pretendía favorecer la integración de los discapacitados motores en la ciudad fue un fracaso estrepitoso. Y eso que su grado de discapacidad no era particularmente elevado. Solo algunas dificultades motrices, la mayoría a causa de problemas durante el parto. Se les escapaban manipulaciones simples, pero tenían capacidad para seguir las clases y entenderlas, a veces incluso mejor que los demás estudiantes. Aunque su elocución era un poco insegura habría bastado un poco de atención para descifrarla. Pero ninguno de los alumnos que caminaban se había molestado en intentar hablar con ellos. Era más fácil rechazarlos.

    No obstante, cuando Sarah y Albin, que habían sido los primeros, llegaron, creyeron que bastaría con un poco de tiempo para que se estableciera una relación real entre ellos y sus compañeros, quienes, de normal, apartaban la mirada cuando los veían pasar. Un lamentable error. Así que aprendieron a contar solo con ellos mismos y a trabajar duro para que las clases no fueran totalmente inútiles. También aprendieron a no tener esperanzas de integrarse en el mundo de los caminantes.

    Por eso les gustaba tanto la relación que su profesor de historia les había hecho descubrir, hecha de una mezcla de comprensión y complicidad. Sin embargo, ninguno de ellos compartía la opinión de Albin sobre el verdadero objetivo de Merlin. Incluso le acusaban, sobre todo Arthur, de no creer que pudieran existir seres realmente desinteresados y buenos. Aunque soltaban risitas sarcásticas cuando Arthur repetía este comentario, ningún de ellos lo contradecía cuando se refería de esta forma a su profesor. A pesar de ello, pronto iban a descubrir que Albin no estaba del todo equivocado.

    Cualesquiera que fueran las verdaderas razones de Merlin, su llegada había provocado revuelos en la pequeña sociedad bien organizada de Soleilmont. Las únicas clases que impartía las daba al grupo B, y los padres de los otros alumnos se preguntaban hasta qué punto intervenían en su salario. Cabe decir que la integración de esta clase se había producido con muchas dudas, y que, después de dos años, se habían sucedido movimientos reclamando el cierre del aula o su conservación. El alcalde no había reaccionado ante ninguna de las manifestaciones. No quería tener descontentos a sus electores, pero para él esta clase era un deber de memoria. Solo había tenido una hija que vivió toda la vida encerrada por vergüenza a mostrar su discapacidad. Se hubiera podido integrar en esa clase si hubiera existido entonces. Fue el remordimiento lo que le motivó a crearla.

    Nunca fue a visitar a los alumnos, pero tomó la decisión irrevocable de conservar esta clase mientras durara su mandato. Ahora bien, en la pequeña ciudad de Soleilmont, nadie imaginaba elegir alcalde a otro que no fuera Taupe, quien, quitado del tema de la escuela, siempre había sabido cómo responder a sus peticiones. Los habitantes de Soleilmont eran sencillos, a menudo se comportaban como la gente de esos pueblos recónditos donde generaciones y generaciones de las mismas familias repiten los mismos errores año tras año.

    No impidió que se hablara a menudo sobre el profesor que había alquilado una casita a los bordes de la ciudad, casi en los lindes del bosque. Un hombre al que cortejaban todas las divorciadas en los pasillos del supermercado, pero que, en más de un mes, no había invitado a ninguna. Como nadie sabía nada sobre él, se lo inventaban, comentaban todo lo que se podía comentar, sus compras, su ropa, su coche polvoriento de marca desconocida...

    Al cabo de un mes, la curiosidad empezó a disminuir, pero aun así, nadie le conocía realmente, ni siquiera sus alumnos del grupo B, los discapacitados charlatanes.

    Un martes de noviembre, Merlin llegó a clase con una gran caja de cartón que parecía pesar mucho. La depositó con cuidado sobre su mesa y se volvió hacia sus alumnos. Sus ojos resplandecían.

    —Chicos, hoy os he traído un objeto que no habéis visto nunca. En esta clase estudiamos historia, ¿verdad? Y la historia no sería nada sin el transcurso del tiempo. Por eso... os he traído... un reloj de pared.

    Diciendo esto, abrió la caja y sacó jirones de tela, sin duda destinados a proteger el contenido.

    —¿Sabe, Merlin? Ya hemos visto relojes de pared. Incluso Arthur sabe cómo funcionan, y ya es decir —se burló Albin.

    —Os puedo asegurar que este es diferente de todos los que hayáis podido ver hasta ahora. Acercaos y mirad bien. Prestad atención.

    El objeto, un reloj de pared,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1