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El Profesor
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El Profesor
Libro electrónico402 páginas6 horas

El Profesor

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Información de este libro electrónico

Había vuelto a suceder. Parecía algo imposible, algo terrorífico, no tenía mucho sentido, solo podría ser real en una película de terror. Eso creían algunos. Otros aceptaban la dura realidad.

Algo tenebroso había llegado, solo que ahora sucedería en el pueblo de Esperanza, un nombre que no iba en sintonía con lo que estaba a punto de pasar. Desde hacía algún tiempo por todas partes comenzaron a desaparecer personas, en especial adolescentes. Parecía que eran los favoritos de alguien o algo. Era como que había una bestia, un ser, algo oscuro que disfrutaba con el sufrimiento que veía en los rostros ajenos, y le encantaba aquello. Ese dolor era su alimento vital. La cuestión de todo esto es... ¿Existía de verdad? ¿Una cosa así es real o es ficción? ¿Estarán preparados en el pueblo de Esperanza?
Amor, miedo y sangre son las cosas que impregnan estas páginas. ¿Será Aquiles capaz de soportar todo esto? ¿Hasta qué punto podemos aguantar el dolor de perder a alguien y no poder hacer nada por ello? ¿Confiamos en la gente que tenemos a nuestro alrededor? ¿Nos dicen la verdad o es pura actuación? Te invito a descubrirlo. Adelante.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2022
ISBN9781005779979
El Profesor
Autor

David Valladar García

Un joven que desde encontró el mundo de la literatura no ha podido salir de él. Ese mundo que nutre, perfecciona y ayuda a ser mejor cada día contigo mismo y en un futuro ser mejor con los demás. Futuro Dietista y con ganas de seguir creciendo. Su vía de escape para entender el mundo y sobrellevar mucho mejor todo lo que vive es a través de unos papeles y un boli. Con ello es más que feliz para disfrutar de la vida. Nunca sabes qué puede suceder.

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    El Profesor - David Valladar García

    EL PROFESOR

    DAVID VALLADAR GARCÍA

    Todos los derechos de este libro están protegidos por la propiedad intelectual, no se permite plagio, copia total, parcial o distribución sin el pleno consentimiento del autor. David Valladar García Copyright © 2020-2021.

    Fotografía  de portada realizada por Ashley Fuertes Villena.

    Un abrazo amiga.

    Kindle Direct Publishing.

    Para los que supieron esperar, ya que la espera es una cualidad de la sabiduría.

    ÍNDICE

    PRIMERA PARTE.

    Capítulo 1.

    Capítulo 2.

    Capítulo 3.

    Capítulo 4.

    Capítulo 5.

    SEGUNDA PARTE

    Capítulo 6.

    Capítulo 7.

    Capítulo 8.

    Capítulo 9.

    Capítulo 10.

    TERCERA PARTE.

    Capítulo 11.

    Capítulo 12.

    Capítulo 13.

    Capítulo 14.

    Capítulo 15.

    EPÍLOGO

    AGRADECIMIENTOS

    SOBRE EL AUTOR

    REDES SOCIALES

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1

    El sonido de la tiza contra la pizarra marcaba el ritmo de la clase, cientos de ojos contemplando como aquel profesor movía la mano de un lado a otro, dejando allí unas frases muy importantes para la vida y para el curso en el que se encontraban.

    «La Guerra de la independencia española 1808-1814»

    Se leía en aquella pizarra desgastada por el tiempo y llena de suciedad.

    Entre bostezos y quejas de algunos que no entendían la letra a pesar de encontrarse en segundo de bachillerato, algunos ponían atención a aquello no sólo por una prueba para entrar en la universidad,  sino también porque notaban correr por sus venas la pasión y el cariño que desprende la historia en cualquiera que la viva de verdad.

    En especial ese joven de pelo negro y rizado. Se llamaba Aquiles. Estaba completamente absorto en aquellas palabras que salían de la boca del profesor. Para él ese hombre era muy importante, desde el curso anterior, o como muchos lo llaman «El inicio de una carrera contrarreloj», había causado una impresión enorme en Aquiles, le tenía respeto y mucho aprecio. Gracias a él sabía y veía que todo aquello que en la historia se cuenta, siempre vuelve al mismo lugar, es una especie de círculo vicioso y constante, sobre todo porque la gente no comprende que siempre se acaba repitiendo lo mismo de diversas formas y en otros lugares, en otras épocas o en otros momentos, pero lo mismo al fin y al cabo. Es triste pero si ya ha pasado siempre puede volver a suceder. Y hay veces que uno no puede escapar de ese futuro cíclico. Tan increíble como terrorífico.

    Aquella clase olía a vida. Por todas partes se notaba ese miedo, esos nervios y en concreto las prisas, las famosas prisas de bachillerato. A nadie le gustaba aquello como era normal, no sabían cómo reaccionar ante tanta insistencia de los profesores pero siempre que uno decide hacer algo, lo hace, de la mejor forma posible, salga mal o bien estará terminado y eso es lo que realmente creará el ser que serás en un futuro. No tiene pérdida, sólo depende de uno...

    Sólo depende de uno mismo.

    —De acuerdo chicos, vamos a ver, para que os aclaréis un poco las ideas es importante que penséis en una plaga de cucarachas, son difíciles de quitar y suelen ocupar los espacios rápido, pues esto suele suceder en todo tipo de guerras. Si se tiene un buen dirigente junto con tropas bien entrenadas se logrará la victoria fácilmente.

    Antes de que pudiera continuar con su explicación un chico que estaba rapado al cero, al parecer por apoyo de una enfermedad a otro amigo que tenía, le interrumpió.

    —Si claro, pero… ¿Se puede comparar una plaga de cucarachas con la invasión de los franceses en nuestro territorio español hace un siglo? ¿No le parece que suena un poco extraño que los compare con cucarachas?

    El profesor dejó la tiza encima de la mesa tras notar como aquel joven alumno le interrumpía antes de acabar. Se llevó el dedo índice al centro de las gafas y se las ajustó con un impulso de abajo arriba para proseguir con la explicación.

    —Bien. —dijo dirigiéndose a toda la clase.

    Ahora su rostro se puso serio, el reflejo del sol de la mañana estaba dando de lleno en sus gafas, negras y amplias, ya que esa era la última clase antes del esperado recreo. Solía ser muchas veces la de mayor agitación y dejadez por parte del alumnado. El recreo les volvía locos, parecían presos que salían de un módulo de la cárcel y que llevaban sin ver la luz del sol durante décadas, era hasta angustioso ver como salían corriendo despavoridos por un trozo de patio.

    —Justo antes de que me interrumpieras —dijo el profesor con un tono de voz serio y grave mientras volvía a dirigirse a toda la clase—. Estaba diciendo que es comparable a cualquier invasión, es verdad que comparar a los franceses con unas cucharas es como comparar un bebé tierno y carnoso con un excremento de perro, lógicamente no se pueden comparar.

    En ese instante la clase estalló en cientos de risas sin control por aquello que acababa de decir el profesor. Era un tipo simpático, no se llevaba mal con nadie y bastante amigable, eso sí, las clases las daba con una intensidad y dedicación especiales. De esas clases que sales y necesitas volver a entrar solo para empaparte del aura de inteligencia que desprenden.

    Tras las carcajadas sin control todo se calmó un poco y prosiguió con la explicación:

    —Perfecto, veo que estáis conmigo, menos mal que no soy el único loco de por aquí—. Dijo mientras guiñaba un ojo a toda la clase—. Me refería a la idea o al concepto mismo de «Invasión», es decir, que cualquier plaga o invasión siempre va a estar bien organizada, bien estructurada y tendrá un porqué para hacer lo que hace. Por ello se puede asemejar a las plagas de insectos, ya que los franceses invadieron España para tener más control territorial y conseguir llegar a su objetivo, justo después de haber fallado al tratado de  Fontainebleau, de la mano de «El hombre de corazón y el hombre de cerebro», Napoleón.

    Y es que el objetivo no sólo era llegar a hasta Portugal ya que en esos momentos era aliada de Inglaterra y lograr cerrar todo el bloqueo continental que hicieron en Europa, sino que también quería llegar a invadir esta última, la icónica Inglaterra, y conseguir conquistarla. En su caso por deseos de expansión y control económico. El caso de los insectos es bien distinto, ellos lo hacen para sobrevivir, no para destruir, pero es importante ver ese enfoque, y es que el planteamiento es similar, y el desarrollo prácticamente igual, solo que el objetivo es muy diferente. Unos buscan hogar y otros buscan poder ¿Veis la diferencia?

    En esos momentos todo la clase estuvo en completo silencio, tanto aquellos que no les interesaba en absoluto la historia como aquellos otros que si les apetecía saber y conocer más de la historia tanto de su país como del mundo en general.

    El joven Aquiles recibía esas palabras como manos divinas que tocaban su alma y la hacían poco a poco más grande y más poderosa, le daba influjos de vida por doquier las palabras de aquel hombre, y sobre todo la forma tan simple y a la vez compleja de las explicaciones. Desde luego él notaba que explicaba bien. Se veía que le gustaba lo que hacía y eso es muy importante, ya que si a uno le gusta, le interesa o le apasiona algo, siempre de un modo u otro va a lograr llegar a su objetivo, a vivirlo y a poder disfrutarlo tanto él como los demás que estén a su lado. Los caminos pueden ser escarpados, irregulares, o simplemente no haber camino y tener que construirlo tú mismo, pero aquél hombre era ese tipo de persona que nadie ha hecho las cosas por él, sino que casi todo en su vida se lo ha forjado él mismo y es algo completamente admirable. Sin duda.

    2.

    El timbre que daba por concluidas las clases de la mañana resonaba en todo el instituto. Los pasillos comenzaron a ser unas aglomeraciones de gente corriendo de un lugar a otro buscando una salida para sentir el aire fresco, y olvidar un poco el sitio donde se encontraban. La sirena se vio tapada de forma asombrosa por cientos de voces y de chillidos de felicidad por el famoso recreo que ya había llegado. La profesora de matemáticas, Cristina, se encontraba borrando los últimos vestigios de una ecuación que se encontraba en la pizarra. Ella siempre había visto el mundo como una ecuación, fácil de pensar pero complicado de hacer.

    Eso lo sabía muy bien ya que su relación sentimental no pasaba por un buen momento, y se notaba un poco aturdida, parecía que las clases eran su único medio de salvación. Ayudaban a que se relajase y que pudiera llegar a olvidar por unos momentos el dolor que llevaba por dentro.

    Cuando algo sale mal pero los humanos queremos que salga bien es cuando nos duele, no siempre todo puede salir bien, y lo estaba descubriendo. Miró la hora en la pantalla de su móvil y al ver que ya habían pasado diez minutos tras el toque de esa sirena decidió alejarse de allí, y disfrutar las dos horas que le quedaban por delante para almorzar, ver a algún que otro profesor y seguir corrigiendo exámenes hasta la llegada de la última clase.

    Recogió varios libros de matemáticas tanto de cursos anteriores como de ese segundo de bachillerato ya que siempre le servían como explicación rápida y sencilla para aquellos que suelen olvidar algunas cosas de cursos anteriores. Los recogió y uno se le fue de las manos como si tuviera vida, cayendo al suelo con el pico y provocando un sonoro golpe frente a sus pies.

    « ¿Dónde tienes la cabeza chica? Anda, vete a tomar un café que lo necesitas» fueron las palabras que se oyeron en su mente mientras se agachaba a recoger el libro.

    Al salir de la clase y cerrar con llave, debido a ciertos problemas de robos de los alumnos miró dentro del aula por la ventanita en el centro de la puerta. La clase vacía, en silencio y con unas cuentas mochilas colocadas en los respaldos de las sillas.

    —Perfecto —dijo en voz alta mientras ponía rumbo a la sala de profesores.

    Andando por aquel pasillo de baldosas blancas oía la jauría de niños afuera, pero también oía lo que le decía su corazón «¿Le quieres? Porque si es así deberías luchar por él,  una y otra vez pensaba esto mientras aferraba los libros en un costado, que parecían pesarle una tonelada cuando de pronto, pum. Un niño que apareció de la nada corriendo con un zumo en la mano hizo que todos los libros se cayeran por el suelo. Junto con su boli rojo preferido, uno que le costó más de lo que hubiera imagino nunca. Se giró y...

    —Maldita sea. ¡Ten más cuidado! —dijo en voz alta a aquel niño que ya se había perdido en la lejanía.

    Cuando volvió a girarse le vio allí, a casi menos de dos zancadas se encontraba el profesor de Historia y Filosofía más simpático que había conocido. Héctor le sonreía y se aproximaba a ella.

    —Vaya. Veo que has sufrido las consecuencias de un bombardeo de niños. Esto parece casi el inicio de una guerra. Ahora tu y yo nos aliamos y vamos a por todos los niños y adolescentes de por aquí ¿Verdad? —dijo Héctor con un tono divertido que causó risa en Cristina.

    Tras esa risa comenzó a sonreír en silencio, y a la vez que se colocaba el pelo rizado y largo que llevaba detrás de la oreja comenzó a ordenar los libros mientras Héctor la ayudaba. Una vez terminado empezó a hablar.

    —Bueno. Muchas gracias, no creo que sea necesario hacer una guerra de todo esto, pero solo por las molestias y por ayudarme te invito a tomarte un café conmigo, ¿de acuerdo? No puedes rechazar la propuesta de una profesora de matemáticas.

    Héctor ya conocía el chiste de otras veces, siempre solían bromear ambos cuando les pasaban estas cosas, en especial dentro del instituto.

    —Vaya. ¿Y por qué no podría rechazarla? —dijo fingiendo como si no supiera nada más.

    Cristina miró fijamente más allá de los cristales de sus gafas y clavó sus ojos en los de él.

    —Porque lo tengo todo calculado.

    Ambos se miraron y rieron ampliamente mientras se dirigían a la sala de profesores. Al bajar a la primera planta Héctor contempló a Aquiles a punto de salir por la puerta de la entrada hacia el patio. Le gustaba aquel chico. Quizá demasiado. Tenía algo especial.

    Al entrar en la sala de profesores, una habitación grande y amplia el sol estaba penetrando por las ventanas, se podía ver a la señora Carla, la profesora de educación física comiendo una manzana mientras se preparaba para marcharse al patio ya que le tocaba clase de tenis, y normalmente había que ir con tiempo. Marta era atlética y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, como Héctor. Daban lo mejor que tenían constantemente. Ambos se chocaron las manos al salir como dos hermanos pequeños. Había un ambiente muy amigable allí. Cristina dejó los libros en una larga mesa mientras el otro profesor de lengua, Carlos, comenzaba a hablar con ella. Se notaba que le gustaba, o al menos lo que se podía permitir dentro de un instituto. Héctor se dirigió a la máquina de café para sacar dos cafés para él y Cristina ya que Carlos tenía el suyo junto con un dulce no muy bueno para él, pero dulce al fin y al cabo. Cuando de pronto entró el señor Hidalgo, director del centro. Llevaba unos papeles en la mano, con intención de dejarlos en la mesa principal.

    —Hola Héctor, buenos días. Ya veo que por aquí todo bien ¿Verdad? ¿Qué tal ha ido la revisión en el médico?

    Héctor sabía que era un señor algo anticuado pero era el capitán del barco, y tenía que seguir ciertas directrices, no podía decir todo lo que quería siempre, aunque le parecía entrañable, simpático y algo chistoso. Hay veces que es mejor callar y seguir el fluir de la corriente.

    —Buenos días director, desde luego que sí. Un buen día parece ser. Por mi parte aún ninguna alergia puede acabar conmigo. Los espartanos somos duros de roer ya sabe. Usted los debe conocer mejor que nadie ya que es medio persa ¿no? Algo de contacto tienen.

    Al decir aquello el señor Hidalgo comenzó a reír sin poder controlarse mientras dejaba unas hojas encima de la mesa principal. Lo más seguro serían los nuevos horarios de los profesores o quizá algunos turnos que tenían que suplir por faltas.

    En el ambiente se respiraba tranquilidad y paz, pero tan rápido como viene puede irse y no volver jamás. Se debe de aprovechar bien. No dura para siempre.

    3.

    Tras aquella clase tan esperanzadora tanto para el futuro que le esperaba como para las siguientes que tendría que vivir en su día, Aquiles bajó las escaleras del instituto, llegó a la puerta y salió al patio. Amplio y lleno de columnas a los lados que custodiaban la entrada principal, a su vez hileras de bancos a la derecha, algunos niños de los cursos más pequeños con sus bocadillos y en la famosa cafetería que estaba justo al lado de la entrada al instituto. Un instituto en un pueblo tranquilo donde no pasaban cosas horribles pero todo puede ser posible, nada escapa de las manos de la realidad, ni siquiera el pueblo de Esperanza. (Y así fue como se descubrió el primer incidente).

    4.

    Aquel día Aquiles estaba extrañado, se notaba demasiado inseguro, algo cabizbajo y con poca energía, quizá por la presión que tenía que soportar en aquel curso nuevo y casi último para algunos. O quizá simplemente era agobio de futuro, ya que su sueño principalmente era ser profesor de historia, le apasionaba la idea y era otra de las razones por las que Héctor, el profesor que comparaba invasiones de cucarachas con los franceses le encantaba. Era un tipo seguro, fuerte, inteligente además de chistoso.

    Aunque muy posiblemente su estado de ánimo se debía a su chica, o su compañera de vida, que en esos momentos no había acudido a clase, estaba preocupado por ella, pero sabía que los viernes había veces que no podía ir a clase porque tenía alguna revisión en el médico y ese era el motivo mayor de su preocupación, estaba deseoso de que le pudieran ayudar. «Espero que se me quite ya esta maldita alergia, es horrible cariño», es lo que siempre decía su novia, Helena, aquella mujer tan especial para él y tan normal para el resto. Llevaban ya juntos casi tres años y medio, y era desde luego mucho tiempo, pero no el suficiente para conocerse realmente. Ella vivía en otro pueblo de la zona, alejado de donde tenía su hogar Aquiles, pero gracias a ese instituto, el instituto de educación secundaria  «Νίκη, Nike» (lo que para unos era una palabra en griego nueva y extraña y lo que para otros era «Victoria», su significado pleno de ganar o de lograr el triunfo, y que solía ser utilizado mucho más) donde lograron conocerse. Fue como conseguir unir un huracán con un maremoto, eran tan diferentes y a la vez tan iguales, tanto por dentro como por fuera. En esos momentos ambos vivían en el mismo pueblo de Esperanza y desde que se conocieron sus mundos particulares cambiaron para siempre. Helena veía en Aquiles alguien especial, no sólo por esos rizos negros con un brillo diferente que siempre tenía desordenados en su cabeza, sino que notaba que tenía una personalidad muy distinta a lo habitual. Era educado, sincero, un poco loco, para que vamos a engañarnos, pero un chico en el cual siempre se podía confiar, y sobre todo tenía como lo llamaba Helena un «Don», para atraer a la gente a su alrededor. Ella decía que era increíble la facilidad de palabra que tenía a la hora de expresarse, pero Aquiles como cualquier persona no podía llegar a ver realmente todo de lo que es capaz o lo que tiene dentro de sí mismo, por ello es bueno que otra gente nos avise y nos informe desde el punto de vista objetivo de lo que a veces solemos y no solemos hacer. Conocerse a uno mismo suele partir casi siempre de aquello que ven los demás en ti, dependiendo de cómo sea esa gente que te avisa.

    Siempre puede haber algún tirano. Y algún envidioso. En cuanto al resto suelen ser auténticos.

    En cambio para Aquiles ella era una especie de musa de la naturaleza, le encantaba aquella voz con ese tono dulce, tan suave y sedoso con cualquier palabra que dijera... aun siendo malsonante. Había conocido a pocas chicas de su edad, ambos tenían casi la misma, Aquiles escalaba el puesto primero con 18 años y el segundo era para Helena con 17 años.

    Las ondulaciones de sus cabellos castaños olían como esa humedad del rocío que desprende por las mañanas un prado verdoso. Era increíble. Aunque lo que verdaderamente le impactó fueron sus ojos, unos ojos que a pesar de que pasaran cientos de siglos jamás se podrían llegar a olvidar. Tenían una claridad especial y un brillo abrumador.

    Con esos tonos castaños que cuando el sol incidía en ellos se fusionaban para añadir unas tonalidades de un verdor intenso, algo acaramelado. Eran profundos, desde luego. Cuando ambos se miraban el resto de toda su realidad desaparecía y se iban al lugar en que muchos quieren estar pero poco saben apreciar, al mundo del Amor. Aquiles estaba ilusionado con ella y ella con él, habían vislumbrado un futuro juntos. Él trabajando en lo que podía para ahorrar y con ello conseguir ser profesor de historia para poder seguir aprendiendo y enseñando e los demás, y ella tres cuartas de lo mismo, solo que su futuro sería en el mundo del arte, quizá escultora o pintora. Algo que siempre le había encantado.

    Pero todas estas ensoñaciones o ideas de futuro se vieron truncadas allí, en ese instituto de un pueblo cualquiera que siempre o casi siempre ha sido de lo más tranquilo que uno pudiera imaginar.

    Aquiles no entendía aquello que salía de su móvil, una voz que no continuaba, estaba repitiendo exactamente lo mismo una y otra vez. O eso creía él.

    — ¿Aquiles? ¿Me estás oyendo? No hay porqué preocuparse, al menos por ahora ¿De acuerdo? Que Helena no haya ido al instituto y tampoco se sepa a dónde ha ido después del médico no quiere decir que le esté pasando algo malo. Recuerda que no siempre se puede estar al cien por cien. Hay veces que las personas necesitamos desconectar un poco de todo, en especial para relajarnos. ¿Cariño, estás ahí?

    Esas eran las palabras que salían de la boca de la madre de Aquiles. Aunque para él solo existían unas pocas que se repetían incesantemente en su mente. «Helena» y «Le esté pasando algo malo».

    Desde luego era extraño que no hubiera acudido a clase y tampoco dijera nada de lo que había pasado en el médico, él no pudo darse cuenta de las llamadas de su madre para tranquilizarlo debido a la clase, pero ahora lo sabía. Helena no daba señales de vida desde que salió de su casa esta mañana. No vivían muy lejos pero siempre preferían ir separados a clase, ya que convivir en el mismo pueblo requiere también tiempos de espacio personal para cada uno. Tener independencia dentro de su unión es algo más sano de lo que puede parecer en un principio.

    Aquiles volvió en sí, giró la cabeza de un lado a otro para despejarse por completo de aquello y lograr entrar en razón.

    Con voz entrecortada continuó la conversación.

    –Pero Mamá, es raro que no haya venido aún al instituto, ayer me estuvo insistiendo en que quería que le recetasen de una vez algunas pastillas para controlar la alergia, lo suele pasar mal por las noches a la hora de respirar. Entiendo que no haya venido a clase pero lo que sí que no comprendo es porque no ha avisado a nadie del lugar al que ha ido después de la cita, ni siquiera a su madre. No sé mamá...

    –Tranquilo hijo, lo más seguro es que se sintiera un poco agobiada por todo, recuerda que estáis en un curso muy pesado e importante para el futuro, sumado a su problema con las alergias es normal que necesite «Tiempo en soledad», no te preocupes que seguro que dentro de poco sabemos algo de ella. Te tengo que dejar porque entro al trabajo. No te preocupes, te lo vuelvo a decir, que te conozco, besitos.

    Y tras aquellas palabras de verdad o al menos en parte, la madre de Aquiles colgó el teléfono. Dejándole pensando más que existiendo en esos momentos dentro del patio del instituto, rodeado de cientos de alumnos que sufrían y a la vez se alegraban de estar allí dentro. Tras esta llamada recibió otra. Casi parecía imposible. Esta vez al parecer de alguien con un tono de voz mucho más preocupado que su madre. Las madres tienen un sexto sentido. Saben más de nosotros de lo que creemos y en ciertas ocasiones nos pueden ocultar algunas cosas porque saben que nos afectan y nos duelen, por ello es mejor ser prudentes y callar para proteger y no decir para destruir. Y la madre de Helena no era de menos, siempre estaba fuera de casa, era profesora en un colegio que estaba justo en un pueblo al lado de Esperanza.

    Ese pueblo llamado Paz, albergaba cientos de viviendas rurales, con tejados de diversas tonalidades, precisamente el nombre quizá fuera por eso sumado al gran lago que tenían dentro de él, un lago enorme, amplio y cristalino. El cual emergía de la tierra como un cráter y alrededor estaba ese pueblo con sus casas rurales, sus costumbres campestres, sus campos, y sus habitantes que ha decir verdad no eran demasiados, pero los suficientes para que hubiera justamente paz. Allí trabaja Marga, de profesora en un colegio de primaria donde había aprendido a que la paciencia es la mejor arma para entender a cualquiera niño, si quieres la paz y no la guerra.

    –No es posible Aquiles, ¿Sabes algo de Helena? Esta mañana ha salido de casa muy contenta con ganas de que el médico por fin le recete algún medicamento para quitar de una vez por todas esas noches tan horribles que sufre. Por favor dime que sabes algo de ella, no coge el teléfono y la única persona con la suele estar más es contigo, cielo.

    El tono de la madre de Helena era una mezcla extraña, parecía segura y fuerte pero era más bien todo lo contrario, tenía mucho miedo. No saber dónde está tu hija que se fue de casa por la mañana como un día cualquiera, y que hayan pasado más de cuatro horas y nadie sepa dónde está es para volverse loco, en especial porque no contestaba el teléfono. Y eso en nuestro actual siglo es una de las cosas más imposibles que existen. Como que te toque la lotería.

    –Verás mmm... La verdad de todo esto Marga es que tampoco sé nada de ella, es raro. Me ha dicho mi madre que no me preocupase demasiado que seguramente esté haciendo un descanso de todo lo que le agobia... He pensado que sería eso pero cuando me dicen que no coge el teléfono… ya me parece otra historia... Sabes perfectamente que Helena le encanta usar el móvil para escuchar música y de repente un día no lo utiliza... No me encaja ¿Esta mañana no te dijo nada fuera de lo común? ¿Estaba bien? ¿Cómo la viste?

    En el otro lado de la línea se oyó una especie de jadeo y un suspiro como para controlar un profundo llanto que parecía casi inevitable que llegara a salir. En especial por la situación.

    –Bien... Bueno cielo, estaba como siempre, se quejaba de haber dormido pocas horas porque no podía respirar bien, pero ya está más que acostumbra, me había avisado porque el despertador no funcionaba y al levantarme vi cómo se guardaba su almuerzo, ya sabes que siempre lleva una mandarina junto con sus tortitas de maíz, y salió corriendo de casa tras darme un beso. Pero no me hago a la idea de donde ha podido ir... Tenía cita en la clínica médica del pueblo a las 9.00 de la mañana...

    –Entiendo... Por ahora vamos a relajarnos por unos instantes y pensar las cosas fríamente –dijo Aquiles cogiendo la mochila que había dejado en el suelo, y tras ponérsela en la espalda se dirigió a la entrada del instituto a través de ese porche lleno de columnas donde el sol golpeaba sin piedad. Y continuó.

    –Me dices que tenía la cita a las 9.00 de la mañana. Me dijo lo mismo ayer por la noche, ahora mismo son las 11.33 de la mañana y no sabemos nada de ella, bien, ¿Cuándo se fue de casa?

    –Salió como siempre alrededor de las 8.15 más o menos para que le diera tiempo llegar sin tener que ir corriendo, lo que más miedo me da es que me han dicho que salió de la clínica sobre las 9.30 ¿Dónde demonios ha podido ir? Por favor... –. Dijo Marga cada vez más abrumada.

    –Vaya... Está bien, tranquila, es decir, de tu casa al centro clínico con buen ritmo y sin pausas hubiera llegado a las 8.45 más o menos. Por tanto tras el médico, ya estaría libre a eso de las 9.30. Tendríamos que pensar dónde ha podido ir hace 2 horas, en realidad lleva desaparecida 2 horas, no más. No te asustes. En estas situaciones parece que el tiempo pasa mucho más lento. De verdad que seguro que está bien, tranquila Marga. Pero no puedo quedarme más tiempo en clase sabiendo que ella está desaparecida, avisa a la policía y mientras voy a ir a buscarla por el pueblo. Te prometo que la vamos a encontrar.

    –Está bien cielo, gracias de verdad, sabes que Alberto ya no quiere saber nada de ella, mi único apoyo eres tú y tu familia, de verdad que me siento muy acogida por todos vosotros. Avísame si sabes algo, voy a avisar a la policía. Te Quiero cariño —dijo la madre de Helena con la voz cada vez más rota por la fatiga y la angustia. Aunque no le impidió enviar el sonido de un beso a través de la línea para después colgar.

    El corazón de Aquiles a pesar del dolor que estaba soportando por la extraña desaparición de Helena sonrió ampliamente. Esas palabras de una madre son como estrellas fugaces en el cielo, cuando las ves de verdad siempre permanecen en tu recuerdo, imperecederas. Marga siempre había tenido que sufrir el maltrato de su marido Alberto, y gracias a la ayuda de los tribunales judiciales pudo salir ilesa de más peleas y golpes que le proporcionaba Alberto. Helena siempre acababa con un moratón en la cara por ayudar a su madre del estúpido de su padre, hasta que llegó un punto donde nadie podía soportar más toda aquella situación. Cuando se juega con fuego o con bombas al final siempre uno acababa por quemarse o por explotar y eso fue lo que pasó. Alberto estuvo abusando demasiado de la paciencia de su familia. Cuando Helena presentó al maltratador de su padre a Aquiles, él notó algo extraño en ese hombre, con una gran barriga, bigote y poco pelo. No solo olía rancio y como a huevos podridos sino que siempre parecía tener en el pantalón o en la chaqueta una especie de petaca dorada, era un alcohólico. Se veía a la legua.

    Y menos mal que llegó Aquiles, gracias a él todo explotó. A veces es necesario que otras personas externas a nosotros lleguen y hagan que nuestra propia realidad cambie y explote para siempre para dar paso a una nueva, llena de belleza, de realidad y de esperanza. Aunque a veces no es de la forma que uno desea.

    Y así fue. Aquel día que Aquiles asestó un tremendo puñetazo en la barbilla sucia del maltratador, todo cambió. Sí. A mejor para todos. No pudo soportar ver un día más a la mujer que amaba y a su madre sufriendo las consecuencias de un cobarde. Todo tiene un límite y cuando se pasa de la raya al final siempre acaba habiendo consecuencias.

    Quizá no fuera la mejor forma de poder quitar de en medio a un tipo como él, pero era una forma contundente y potente para poder hacer entrar en la realidad tanto a la madre como a la hija, eso desde luego. Y lo logró. Alberto con miedo y vergüenza de ser un enfermo y maltratador huyó como la rata que era, un cobarde sin corazón, uno más de esos hombres malos que campan a sus anchas en el mundo. Se marchó tras firmar los papeles del divorcio y nadie jamás volvió a verle. Hay veces en que personas de nuestro alrededor desaparecen para siempre y nosotros no sabemos nada de ellas, ni por un tercero ni por ellas mismas.

    Se van, y no vuelven jamás. Sin embargo, no es tan malo, hay veces que lo tóxico es mejor tirarlo a la basura para que no estropee el resto de cosas que tiene a su alrededor. El que está corrompido a un extremo tal como lo estaba Alberto era muy complicado que pudiera salir del hoyo de amargura. Porque precisamente él quería permanecer ahí. Oculto entre las sombras como un alma perdida entre la multitud del mundo. Por ello era otra de las razones por las que Helena y Aquiles tenían esa conexión tan especial, ambos tenían padres que se habían ido, uno de su entorno y otro de la existencia. Aquiles era joven cuando sucedió, casi no se acordaba de su padre, lo único que le venía cada vez que veía su imagen borrosa en la memoria era su gran mano agitando sus rizos con cariño. Por ello no podía permitir lo que estaba viviendo la gente que amaba en el mundo. Por eso lo cambió. A mejor.

    En esos instantes tras las palabras tan sinceras de Marga y los recuerdos momentáneos que tuvo el joven Aquiles. Se encontraba completamente desorientado, no sabía qué podía hacer, ¿Cómo logras encontrar a alguien que conoces en un pueblo que conoces? Se supone que

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