Tiempos de riña
Por Emilio Cano
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Con un estilo directo, onírico y difícilmente clasificable, Emilio Cano Núñez nos narra sucesos poco tratados en las páginas de la literatura contemporánea.
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Tiempos de riña - Emilio Cano
En los relatos compilados en la antología Tiempos de riña, los personajes se ven sometidos por las circunstancias de la vida y de la sociedad en que viven, se enfrentan a esas circunstancias y son continuamente vapuleados, hasta el punto de perder pie y sumergirse en una zozobra insalvable. Ya sea a causa del azar o del destino, de la torpeza, o por la falta de herramientas vitales para afrontar esos escenarios, estos personajes no encuentran los fundamentos que les permitan salir a flote, y suelen acabar a merced de los indescifrables vientos del provenir.
Con un estilo directo, onírico y difícilmente clasificable, Emilio Cano Núñez nos narra sucesos poco tratados en las páginas de la literatura contemporánea.
logo-edoblicuas.pngTiempos de riña
Emilio Cano Núñez
www.edicionesoblicuas.com
Tiempos de riña
© 2021, Emilio Cano Núñez
© 2021, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-18397-42-4
ISBN edición papel: 978-84-18397-41-7
Primera edición: abril de 2021
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
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Contenido
Oscuridad
Palabras difíciles
La carta
Desgracia
El libro
El niño que envejeció de soñar
Amor
La vida sigue
La herencia en el porche
Los Ruiz Solano
Estación Sol
Dilema ético
La clase
El jabalí
En el granero
La importancia de llegar a ser
La sombra
Directrices
Botas
Herida
Campanas
El plan
Caminos
El banco
La buena gente
La Visitadora
Hospital C
Playa del Carmen
El autor
Mi agradecimiento a Clara Obligado por todo este tiempo
de amistad, de escucha y diálogo literario.
A Mª José por su amor, paciencia y comprensión,
por ser mi primera lectora.
A Yoel, por las horas que a veces la Literatura
me impide dedicarle, el Gran Dilema.
A mis padres y hermanos.
A mis compañeras y compañeros del Taller, Paloma,
Susana, Teresa, Isabel, Elvira, Mercedes, Ricardo,
Jesús y a otros muchos, por su escucha y sus aportes,
por su pasión y honestidad.
El problema con Eichmann fue (…) que la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales.
Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal
Hannah Arendt
El ser humano, considerado como persona,
está situado por encima de cualquier precio (…)
posee una dignidad.
Immanuel Kant
Cualquier poder es un acto de violencia contra el hombre.
El maestro y Margarita
Mijaíl Bulgakov
Oscuridad
Esperar en el pasillo a que salga tu padre. Ver la luz por la rendija de debajo de la puerta de su habitación. Sentarse en el suelo frío. Intuir la silueta de los marcos de los cuadros colgados en la pared. Adivinar la forma de la lámpara oculta en el techo. Así es el juego de Daniel mientras aprieta las piernas para no mojar los pantalones. Espera la decisión de cuál será el castigo. En la penumbra de ese trozo de suelo entretiene su pánico. Llegó a él porque sus pies no le sostenían. Y sigue. Imaginar un submarino en el fondo del océano. Ir con una expedición en busca de un mapa del lecho marino. Aprender de la vida de los animales si los hubiera. Y continúa. Él, el comandante Danielson, va a cambiar el rumbo sur-suroeste. A partir de ese instante sorprender a la tripulación con esa orden y adoptar otro plan: en lo profundo del mar hay silencio. Es el momento soñado. Respirar hondo y con voz enérgica, comunicar a la tripulación: caed diez grados a estribor, descended hasta los mil pies. Observar la reacción del guardia que lleva la derrota. Tener la certeza de que ninguno osará replicar. Mientras tanto, se desliza el submarino por las aguas oscuras, se apagan máquinas, se llega al abismo. Verificar la longitud y latitud exactas. Confirmarlo con el radar. Tensión. No respirar. Se produce el contacto del submarino con el fondo del océano. Ese mismo respirar tenso lo siente ahora Daniel al ver abrir la puerta del dormitorio de su padre. Qué haces a oscuras, le pregunta. Nada, esperar. Esperar qué. Pues a usted. Al sótano y sin rechistar, el padre le coge del brazo. Su madre se muerde el labio viendo la escena. Daniel percibe cómo esa tenaza de cinco dedos le corta la circulación de la sangre. Al armario, le ordena su padre. Castigo superior, piensa Daniel mientras oye girar la llave en la cerradura. Entonces, cerrar los ojos. Volver al submarino, sintiendo la humedad del mar en las perneras de los pantalones.
Palabras difíciles
A Clara Obligado
El maestro ordenó silencio mientras escribía las palabras en el encerado. Enmudecieron las gargantas de los muchachos y estos agacharon sus cabezas sobre los cuadernos y cogieron sus lapiceros. Un retrato presidía las respiraciones ahogadas. Por los ventanales, las sombras de los nubarrones asaltaban los pupitres. La tiza obediente entre los dedos del maestro imprimía el olor de las letras sobre la pizarra. Josué, ajeno, miraba cómo se deslizaba.
—Ominoso —pronunció el maestro, y su mirada recorrió los pupitres de los alumnos que apuntaban en sus cuadernos.
Josué siguió la modulación de la «o» suspendida en el espacio: o-mi-no-soooooo. Y Ominoso fue invadiendo el aula desde la gran pizarra con su capa negra y su alma maligna capaz de apoderarse de sus corazones y convertir a los colegiales en esclavos o parias, someterlos a su voluntad, sembrar el terror entre ellos y castigarles si no hacían los deberes. Algunos luchaban contra Ominoso. Otros, atemorizados, se sometían. En estos pensamientos andaba Josué cuando escuchó:
—Triglicérido.
La «t», «r» más la «i» y la «g» surgieron como un eco que retornara de una cueva. Avanzaban los Triglicéridos en formación de a tres subiéndose por las mesas, acompañados de sonidos guturales, y arrastraban los trofeos cazados llenando la clase de un olor carroñoso. Su pelo negro escardado estaba tieso y decoraban sus brazos con pulseras. Venían escoltados por unos animales desconocidos para Josué. Se asomaron por los cuadraditos de las hojas del cuaderno. Los había de todos los tamaños, de toda condición: herbívoros, carnívoros, voladores, acuáticos. ¡No cabían en el aula! ¡Serían aplastados por ellos o comidos!, se alarmó Josué.
Le sacó de la ensoñación el maestro señalándole con el dedo. Josué vio la vena en su cuello a punto de reventar. El maestro volvió a vocalizar frente a él:
—Pro-cli-ve.
Ese sonido era como invertir el orden de las vocales:«o-i-e» en su libro de lenguaje. Pero Proclive apresó a Josué cuando el maestro se dio la vuelta y se fue a la tarima de la pizarra. Le ató las manos con unas cuerdas por detrás de la espalda y le hizo recorrer mucho rato un páramo hasta llegar a un sendero que llevaba al interior de una montaña donde había humedad y un laberinto dentro. Proclive se detuvo en la entrada del laberinto que estaba oscuro y dejó que Josué continuara solo. Josué se orientó por el sonido del agua que oía a su izquierda. Era un riachuelo. Llegó hasta él y al dar varios pasos en el cauce cayó por una cascada. Josué seguía tan embelesado en sus lecciones secretas que no observó ciertos cambios en la actitud del maestro. Cuando de pronto escuchó un estruendo. Miró a la pizarra, en la que había dibujadas unas tijeras:
—Oxímoron.
Y Oxímoron, que era grande, agarró esas tijeras y empezó a trocear al maestro por las articulaciones y el cuello, y cortó, también, el dedo acusador y se hizo un río de sangre que empezó a inundar el aula, llevándose por delante pupitres, sillas, cuadernos, el retrato, a Proclive, a los Triglicéridos y a Ominoso dejando a sus compañeros sobre un paisaje salvaje. A Josué, sin tiempo a reaccionar, la trompa de Oxímoron le asió fuerte de la cintura y lo depositó sobre el lomo, y él, aferrándose de forma instintiva al cuello del animal, se sumó a la vorágine de la estampida.