Una gran pareja
Por Elizabeth August
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Gwen Murphy, la que en otro tiempo fue la chiquilla del rancho vecino, le debía un favor a la apache Halcón de la Mañana, pero utilizar sus habilidades como investigadora para encontrarle novia a su nieto... y tener que vivir en su casa era demasiado. Y era demasiado sobre todo porque Jess Logan llevaba años despertando en ella sentimientos que no deseaba: era demasiado masculino.
Una vez que estuvo bajo el mismo techo que Jess, Gwen hizo todo lo que pudo para buscarle esposa, ¿o no? Porque lo cierto era que, desde que estaba allí, se había dado cuenta de que su corazón podría volver a sentirse pleno; solo tenía que encontrar el coraje para dejarse llevar...
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Una gran pareja - Elizabeth August
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Elizabeth August
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una gran pareja, n.º 1800 - julio 2015
Título original: The Rancher’s Hand-Picked Bride
Publicada originalmente por Silhouette© Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6864-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
Gwendolen Murphy, Gwen para sus amigos y conocidos, hizo una mueca de disgusto al dirigirse hacia la propiedad de Logan. Había tardado casi una hora en llegar hasta allí desde Lubbock y todavía le quedaba un kilómetro hasta la casa principal.
El calor de Texas era increíble y el aire acondicionado del coche había decidido estropearse a mitad de camino. Llevaba la melena corta y castaña empapada en sudor y la camiseta y los vaqueros mojados e incómodamente pegados al cuerpo. Sin embargo, no era eso lo que la tenía intranquila.
Volver a su ciudad natal le hacía recordar cosas desagradables. Significaba volver a la minúscula casa que había compartido con su madre dentro del rancho de Logan. Había pasado junto al lugar donde había transcurrido su infancia y había sentido un escalofrío por la espalda. La había asaltado el recuerdo de los dos padrastros y de los incontables novios, del olor a alcohol que siempre había en la casa y de su madre adormilada en el sofá.
Su madre no había sido una mala mujer, pero había sido débil y Gwen estaba muy decidida a no ser así jamás.
Y, para colmo, Jess Logan. Se llevaba mal con él desde el colegio y era mutuo, aunque Gwen sabía que había sido más culpa de ella que de él. Siempre había tenido una actitud defensiva ante él porque le hacía sentir cosas que la incomodaban, y desconfiaba de los hombres tras ver el comportamiento de su madre con ellos.
Como consecuencia, cuando él había querido ser amigo suyo, le había dicho que no y, desde entonces, se habían evitado siempre que habían podido. Aun así, la incómoda sensación que tenía siempre que pensaba en él nunca se había desvanecido. Había intentado acabar con ella, pero había sido en vano.
Cuando se había ido a vivir a Lubbock tras la muerte de su madre, había creído quitárselo de la cabeza para siempre.
–No sé por qué he venido –gruñó.
No era cierto. Había ido porque Halcón de la Mañana, la bisabuela de Jess, la había llamado. Era una mujer que no dejaba indiferente. Unos pensaban que estaba loca y otros le tenían miedo, y todos tenían razón. Halcón de la Mañana era enigmática y arisca, pero Gwen le debía mucho. Era una deuda de cuando era adolescente y había sido la única vez en su vida que había tenido contacto con ella.
Al aparcar frente a la casa, vio a la anciana apache de pura raza, bajita y arrugada, sentada en una mecedora en el porche. Salió del coche y subió los escalones y Halcón de la Mañana se levantó a saludarla.
–Te quiero pedir una cosa –le pidió la mujer sin más preámbulos.
Gwen se sintió como si hubiera retrocedido cien años en el tiempo.
Halcón de la Mañana le hizo un gesto para que la siguiera al interior de la casa. Se trataba de una casa grande y confortable, mucho mejor que el resto de las de los alrededores. Claro, los Logan podían permitírselo gracias al petróleo que había en sus tierras. Aun así, seguían trabajando el rancho. El padre de Jess había muerto hacía años y sus dos hermanos se habían hecho Texas Rangers. Jess se había quedado en casa llevando el rancho junto a su madre. Gwen tenía la esperanza de que estuviera haciendo cosas por las tierras y de que no volviera mientras ella estuviera allí.
–Pasa –dijo Halcón de la Mañana agarrándola del brazo y guiándola por el pasillo. Se paró frente a una puerta, llamó y entró.
Allí, frente a un ordenador, estaba Jess Logan. Sus rasgos medio apaches eran visibles en su rostro y tenía unas manos grandes y callosas, testimonio de las muchas horas pasadas haciéndose cargo del rancho.
Gwen tuvo que controlarse para no salir corriendo. Maldijo en silencio. A pesar del gran esfuerzo que había hecho por librarse de aquella sensación, seguía estando allí. Y más fuerte que nunca.
–Me dijiste que iba a venir una persona y que era muy importante que hablara con ella –dijo con el ceño fruncido.
Por el tono que había empleado, Gwen tuvo muy claro que no era ella a quien esperaba ver. Muy bien, ella a él tampoco.
–Modales –dijo Halcón de la Mañana haciéndoles un gesto a ambos para que se sentaran.
Ninguno obedeció.
–No creo que la señorita Murphy y yo tengamos nada de lo que hablar –dijo Jess dirigiéndose a la puerta–. Tengo que trabajar.
–Jess Logan, siéntate –dijo su bisabuela–. Y escúchame porque tengo algo importante que decir.
Gwen se quedó boquiabierta y sonrió al ver el poder que aquella diminuta y anciana mujer tenía sobre el enorme vaquero.
–Muy bien –gruñó Jess sentándose–. Cinco minutos.
Gwen, vencida por la curiosidad, se sentó también. Halcón de la Mañana sabía que se llevaban mal. Todo el mundo lo sabía. Lo que no sabían era por qué. Gwen sabía que incluso Jess se había quedado anonadado ante la fiereza con la que había rechazado su amistad. Gwen no pensaba confesar jamás que había sido porque le daba miedo la reacción femenina de su cuerpo en su presencia. No le gustaba ni admitírselo a sí misma. Al final, todo el mundo, Jess incluido, había dado por hecho que era una de esas cosas de la química, como el agua y el aceite o dos imanes que se repelen. Entonces, ¿por qué aquella apache se empeñaba en juntarlos en la misma habitación?
Halcón de la Mañana se giró hacia ella.
–Tengo entendido que tienes un servicio de investigación muy personal. ¿Te contrata la gente cuando no se fía de la persona con la que sale?
–En el mundo de hoy en día, la gente se muda de ciudad a menudo y es muy fácil cambiar el pasado para adecuarlo a la nueva vida. Y no nos olvidemos de Internet. Una persona de Nueva York puede conocer a una de Alaska y no tiene manera de saber si lo que le cuenta es cierto o no. Solo contratándome.
Halcón de la Mañana asintió satisfecha.
–Así de que, de alguna manera, eres una celestina.
–Más bien, todo lo contrario –la corrigió Gwen–. Se quedaría anonadada de las mentiras que cuenta la gente.
–No, no creo. Por eso te he llamado –dijo la anciana girándose hacia Jess–. Es hora de que busques una esposa.
Jess sacudió la cabeza.
–Sabía que estabas tramando algo. Me casaré cuando me parezca bien. De momento, no estoy preparado para dar ese paso.
–Tienes veintinueve años, edad suficiente para estar preparado.
Jess frunció el ceño.
–¿Por qué este interés repentino en que me case? Mis dos hermanos se han casado siendo mayores que yo.
–Porque me estoy haciendo mayor y quiero verte felizmente casado antes de morir –contestó Halcón de la Mañana mirando a Gwen–. Por eso estás tú aquí. Quiero que le encuentres esposa.
Gwen la miró con los ojos muy abiertos y sintió que el estómago se le encogía.
–¿Quiere que yo le encuentre una esposa a su bisnieto?
–Soy capaz de encontrarla yo solito –protestó Jess.
–No, porque estás muy ocupado con el rancho y con el petróleo. La última chica con la que saliste era una sosa que me hizo cuestionarme tus gustos y dónde conoces a ese tipo de mujeres.
–¿Sosa? ¿Te refieres a Jeanette Harrison, la hija de nuestros vecinos? Habla cuatro idiomas, ha viajado por todo el mundo y tiene mucho dinero. No creo que la palabra que mejor la describa sea sosa.
–No creo que sea feliz viviendo aquí. Su madre, a la que solo le interesan las fiestas de la alta sociedad, se ha asegurado de que ningún vaquero polvoriento se acerque a ella. Necesitas una mujer que ame esta tierra y esta forma de vida tanto como tú.
–Podré elegir yo el tipo de mujer que me gusta, ¿no? –protestó Jess.
Halcón de la Mañana lo miró fijamente.
–Puedo ser tan cabezota como tú –le advirtió.
–O más –susurró Jess.
–Esto es importante para mí. No te suelo pedir que hagas cosas