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Relatos De Un Marinero
Relatos De Un Marinero
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Libro electrónico353 páginas5 horas

Relatos De Un Marinero

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La profesión de marinero me proporciona la oportunidad de viajar por algunos países del mundo y participar en sucesos insólitos que no se presentan en la vida de las personas que viven en una ciudad.
Algunos de los escritos que conforman este libro, hacen parte de un compendio investigativo e histórico de unos hechos que desde hace algún tiempo originan intensos debates y actualmente dividen a una parte de la humanidad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2018
ISBN9781370317370
Relatos De Un Marinero
Autor

Vicario Ventura

EspañolVicario Ventura es el seudónimo de un marinero colombiano nacido en 1951, quien a la edad de los 26 años suspendió los estudios secundarios y en un puerto de su país se fue de polizón a bordo de un barco de bandera extranjera, iniciando así una vida de viajes y aventuras eligiendo posteriormente la profesión de marinero, compatible con su vocación de viajero solitario, que con una mochila a la espalda lo ha llevado a conocer diversos países del mundo entre ellos Nepal y Suiza, que no tienen cercanía con el mar.EnglishVicario Ventura is the pseudonym of a Colombian sailor born in 1951, who at the age of 26 suspended his high school studies to direct his footsteps to a port of his country and leave as a stowaway on board a foreigner ship. Thus, began a life of trips and adventures which he later dedicated to the profession of seaman, compatible with his vocation of solitary traveller. With a backpack as his only possession, he has travelled to different countries around the world, among them Nepal and Switzerland, which aren't near to the sea.

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    Relatos De Un Marinero - Vicario Ventura

    DESCORTESÍA

    El idioma griego antiguo tiene más de 3.000 años, mientras que el idioma inglés es más reciente. El inglés antiguo que se conoce formalmente como anglosajón data del año 500 a.C. En el siglo XIV se convierte en la lengua oficial de Gran Bretaña. Sin embargo no fue el idioma griego, sino el inglés, que hoy en día se ha convertido en el idioma más relevante en el mundo y que nos permite comunicarnos entre las diferentes razas y países que componen la geografía de este planeta.

    Hace unas horas el barco en el cual trabajo como marino de la cubierta, se encontraba atracado en una ciudad portuaria ubicada al suroeste de la China, Fangcheng que se encuentra a 93 kilómetros de distancia de la frontera con Vietnam.

    La tripulación del navío desesperaba por descender a tierra luego de una travesía marítima de 40 días procedente de Rusia (Murmansk). Fui de los primeros en descender del barco pero no estaba solo porque, por conveniencia, debíamos viajar en grupo para disminuir el costo del transporte público. El solo pasaje individual cuesta $30 dólares de ida; siendo seis pasajeros nos correspondería aportar, solamente, cinco dólares, razón por la cual fui para Fangcheng en compañía de un tripulante griego (el cocinero) y cuatro filipinos.

    En la ciudad no había un centro comercial similar a los que se encuentran en otras ciudades de la China y, aunque en la ciudad de Fangchen está ubicado el muelle más grande de esa región, escaseaban los bares y las mujeres, algo insólito, debido al incesante arribo de barcos de gran tamaño que descargan el mineral de hierro importado de otros países.

    Es factible que muy pronto algún ciudadano chino se le ocurra la idea de establecer un ostentoso bar o cabaret para atraer a los marineros que frecuentan la ciudad en busca de esa clase distracciones, algo muy común en todos los puertos del mundo inclusive en la China y en algunos países musulmanes.

    El colega griego que me acompañaba no tenía ningún interés en caminar para conocer la parte comercial de la ciudad ni tampoco tenía pensado entrar al supermercado a comprar algunas golosinas y artículos de uso personal (crema dental, champú, desodorante, cuchillas de afeitar) que usualmente se necesita para tener en reserva cuando se trabaja en la mar; lo único que el veterano marinero griego quería era tomarse algunas cervezas y tener a su lado a una mujer.

    Desde el primer momento cuando la furgoneta del servicio público nos transportó al centro de la ciudad, allí, sin nosotros saberlo, nos esperaba una mujer (36) no muy atractiva en sus facciones pero sí bastante fluida en el conocimiento del idioma inglés por lo que de inmediato fue bien recibida por nuestro grupo porque sin esa traductora sería sumamente difícil el poder comunicarse con otra persona debido a que son muy contados los ciudadanos chinos que han aprendido a hablar en inglés y además en ninguna parte de la China le reciben dinero extranjero por lo cual es imprescindible de que una persona nativa se encargue de hacer esa diligencia. Como es de suponer, confiadamente, le entregamos a Weng (ese era su nombre) el dinero que cada cual quería cambiar por yuan (unidad monetaria de ese país) y ella nos compró los dólares a un precio de cinco yuan por cada dólar mientras que en el banco se cambia a 6 yuan, pero el trámite es demorado y siendo ya de noche no había un banco abierto. Ella fue sincera al darnos esa explicación y con su intervención se solucionó el problema.

    Su amabilidad fue desapercibida para los demás colegas que la acosaban con preguntas relacionadas con el interés que cada tripulante tenía en su mente; el griego quería una compañía femenina, un filipino quería comprar unos accesorios para la computadora portátil, otro estaba interesado en entrar al supermercado y comprar varias docenas de noodles (fideos de pasta) mientras que otro de sus amigos estaba antojado con ir a comer a un restaurante comida china y yo por mi parte necesitaba conseguir un antivirus para la computadora y Weng era la única persona que nos podía entender y complacer en nuestras peticiones.

    El primero en ser atendido fue el cocinero griego quien después de escuchar la explicación de nuestra interprete, comprendió de que no tenía otra alternativa que la de conformarse con asistir al único burdel de la ciudad, de mal aspecto, atendido por cuatro mujeres, poco seductoras que fungían el trabajo de prostitutas. Un local falto de decoración, con un ambiente deprimente, me relató el amigo griego, al día siguiente cuando nos volvimos a encontrar a bordo del navío, porque esa noche el hombre se quedó a dormir con una de esas mujeres y nosotros no lo acompañamos hasta ese lugar, ni lo volvimos ver porque ninguno del grupo estuvo animado a relacionarse con esa clase de mujeres, y nosotros, al finalizar las compras, nos reunimos en una plazoleta designada para la venta de comidas al aire libre, un lugar improvisado sin ninguna distinción o comodidad, sin música para escuchar y ni siquiera, las mesas estaban cubiertas con manteles.

    El precio de una cerveza era muy barato: 2 Yuan y cada porción de comida no alcanzaba a costar dos dólares. Los filipinos pidieron mejillones porque no había mucho para escoger que no fueran ostras, calamares, y caracoles sin ningún aditamento, valga decir, sin salsas o aderezos. Simplemente hervidos y a la mesa.

    El grupo de marineros estábamos sentado alrededor de unas mesas colmadas con cervezas y mejillones. Los cinco colegas ignoraban la compañía de la única mujer a nuestro lado. Ninguno le conversaba mientras ella, silenciosa y pensativa, se tomaba un zumo de naranja, rehusando las cervezas que los marineros filipinos le insistían que aceptara sin percatarse que estaban en otro país y que Weng no era una persona acostumbrada al consumo de bebidas alcohólicas. Transcurrieron horas hasta cuando, de repente, Weng recordó del antivirus que momentos antes yo no había podido conseguir para comprarlo en un disco compacto y original. Utilizando su teléfono hizo una llamada comunicándose en inglés por lo cual comprendí que su amigo interlocutor, tenía un antivirus de nombre no muy conocido instalado en su computadora y por el cual, Weng, le ofrecía un precio en dólares americanos para que lo compartiera conmigo. En un intervalo de la conversación, me preguntó que si tenía una USB (memoria portátil). Con mi favorable respuesta, de inmediato, estableció un trato de $20 dólares con la condición de que ese sería el precio total, incluido el transporte hasta la casa en donde vivía su amigo; ella aceptó y con la idea de que íbamos a abordar un taxi, me llevé la sorpresa de que Weng tenía una motocicleta de un modelo actualizado. Utilizando ese vehículo nos dirigimos hacia un lugar que para mí era desconocido pero me sentía muy a gusto pues estaba sentado, en la parte posterior, asido a la cintura de una mujer que con sus cabellos largos sacudidos por el viento me rozaban suavemente el rostro (no llevábamos casco protector). Esa sensación me estaba estimulando sexualmente y acercándome a su oído le susurre que en mi bolsillo tenía un billete de $100 dólares, que si ella quería, se lo daba por una hora de placer. La escuché reprochar mi conducta juzgándome de loco. Preferí guardar silencio reflexionando en lo inesperado de mi proceder, preguntándome a mí mismo del porqué le estaba insinuando una proposición indecente a una mujer que no estaba ofreciéndose y fugaz pensé que debía de haber sido por lo que la tenía muy cerca de mi cuerpo, pero no quedé satisfecho con esa justificación y seguí reflexionando del ¿por qué? de mi actitud muy poco acostumbrada; la introspección me hizo comprender que se debería al efecto de las cervezas, y que también pudo influir lo encantador de una noche estrellada y con una luna menguante, pero principalmente la causa pudo haber sido por los muchos meses de castidad que voluntariamente me gusta imponerme como una disciplina para poner a prueba la voluntad y el dominio personal.

    Minutos después la moto se detuvo frente a un edificio de apartamentos en donde ella sin utilizar una llave abrió la puerta principal empujando suavemente y con el dedo me indicó que guardara silencio. Subimos por las escaleras hasta el tercer piso, con su propia llave ella abrió la puerta de un apartamento por lo que comprendí que esa era su lugar de residencia, Weng hablo en voz alta en el idioma inglés anunciando mi llegada y me introdujo en una habitación en donde había un hombre sentado de espaldas frente a una computadora tratando de encontrar un antivirus. Sin saludarlo le hablé en inglés cuando vi en la pantalla el logotipo del antivirus que necesitaba. Mi emoción se tornó en decepción porque ese programa (antivirus Avast) no tenía una duración permanente sino solamente por un periodo de 30 días y sin girar su torso, el hombre me sugirió instalar un antivirus de un nombre para mi desconocido que él usaba en su computadora, asegurándome de que era bastante eficaz y del cual me daría una copia completa.

    El hombre se afanaba en realizar su trabajo y yo le entregué el USB para copiarlo y fue entonces cuando le pude ver el rostro. Su edad podría ser de unos 50 años e indudablemente era de descendencia europea por los rasgos característicos de su piel blanca y sus cabellos rubios lo que me hizo pensar que podía ser un ciudadano británico o un americano quienes, con más frecuencia, se adaptan a vivir en lugares muy apartados de su país de origen. Cuando me entregó el USB le di un billete de 20 dólares y en ese mismo instante apareció Weng quien me apresuro para salir. Quería hablar un poco con ese forastero que vivía allí en ese lejano país y, espontáneamente, le dije que era un marinero colombiano, trabajando en un barco griego.

    Al escuchar mi nacionalidad pronunció unas pocas palabras en español explicándome que había estado varias veces en México y sin preguntarle cuál era su país de origen deduje, indudablemente, debía ser norteamericano y para relacionarnos como oriundos de un mismo continente me despedí de él pronunciando en español las estereotipadas palabras que a veces se escuchan en las películas del viejo oeste norteamericano Adiós amigo saliendo enseguida de esa habitación hacia las escaleras en donde en la penumbra Weng me estaba esperando. Esas escaleras no tenían suficiente iluminación aunque sí pude ver en su rostro el esbozo de una sonrisa quizás de congratulación por haberme conseguido el programa que necesitaba. Antes de subirnos a la motocicleta vi destellar en uno de sus dedos la argolla de matrimonio muy poco notoria por lo delgada e imprudentemente le pregunté que: ¿Cuántos hijos tenía? y sin mirarme a los ojos me dijo: No tengo hijos. Para insistir con la indiscreción le volví a preguntar: ¿Es su marido?, No, es el esposo de mi hermana, me respondió.

    A nuestro regreso los colegas filipinos comenzaron a hacer bromas con el tema del antivirus, dando a entender que Weng y yo habíamos ido a satisfacer un deseo sexual. Ella parecía no inmutarse por eso, comprendiendo que esos hombres regresan del mar luego de una prolongada abstinencia sexual y que solamente estando en un puerto los marineros pueden encontrar mujeres prostitutas dispuestas a complacerlos por un precio de $40 dólares por una hora de sexualidad, tarifa aproximada que se cobra en los países en vías de desarrollo, porque en Europa cuesta mucho más.

    En esa noche fresca de un verano en sureste de la China, los filipinos definitivamente no estaban interesados en copular con esa clase de mujeres y decidieron embriagarse bebiendo cerveza a un precio irrisorio mientras que yo, me aburría al estar allí sentado escuchando sandeces y tomando una cerveza de mala calidad, hasta que tuve la idea de ir a dar una vuelta por los alrededores evocando las veces anteriores que he estado en otras ciudades portuarias de la China como Shanghái, Dalian, Quingdao, Nanjing, Yantai, Zhoushan, Guanzhou, y otras más.

    Antes de retirarme de la mesa les dije a todos de que me iba a dar una vuelta y que más o menos en el término de una hora estaría de regreso. Mi ausencia no se hizo notoria porque mis colegas están acostumbrados a mi insociabilidad y fue Weng quien antes de irme me preguntó hacia dónde iría. Ni yo mismo lo sabía. No conocía los alrededores y solamente se me ocurrió decirle de que quería caminar sin un rumbo fijo por el sector comercial. En realidad todavía había varios almacenes abiertos y para mi sorpresa encontré uno en donde vendían artesanías talladas en madera con una calidad y perfección maravillosa que enseguida suscitaron mi admiración.

    Elegí una pagoda de casi 40 centímetros de altura y con señas pude hacerme entender para saber cuál era su precio que exactamente vino a ser de $50 dólares. No podía pagarlos en Yuan pero con una calculadora les hice comprender de que era lo mismo si ellos lo cambiaban en el banco al día siguiente; quizás por tratarse de un almacén frecuentado por los visitantes extranjeros no fue difícil que aceptaran los dólares y con satisfacción seguí caminando por esa parte de la ciudad llevando conmigo una artesanía que había adquirido en su lugar de origen, algo que no todo el mundo puede hacer.

    Una hora después ya estaba de regreso y mis colegas parecían despreocupados sin inmutarse por el tiempo transcurrido, sentados en el mismo lugar. Fue Weng quien, al verme llegar, les insinúo regresar al buque porque ya era casi la medianoche. No le hicieron caso. Pude observar que nuestra traductora se veía cansada y tal vez se sentiría aburrida por la compañía de esos marineros neófitos que no le participaba de la conversación. (Los filipinos hablaban entre sí, en su idioma, basado en el dialecto tagalog)

    Esperé unos minutos más antes de instar a los colegas a regresar al buque y cuando lo hice, todos me hicieron caso como si hubiera sido una orden. Le dije a Weng que llamara por teléfono la furgoneta para que nos transportara hasta el navío. Minutos después nos despedíamos de la intérprete china, pidiéndonos una colaboración de dos dólares por cada uno por su trabajo que, haciendo la cuenta, ya casi completaba las cinco horas de acompañarnos para traducir, explicar y responder a las preguntas que le hacían, porque un diálogo amistoso ninguno le ofreció.

    Los filipinos se subieron en el vehículo y ninguno hizo el ademán de introducir la mano en el bolsillo para sacar esa mísera suma de dinero que esa amable mujer nos había solicitado. Cada uno devengamos un salario mensual de $1.500 dólares, una buena cifra de dinero para quienes vivimos en países subdesarrollados y fácilmente ellos hubieran podido entregarle a esa mujer el poco dinero que les había solicitado pero, en un acto de desdén, se burlaron diciéndole casi al unísono, la próxima vez mientras que yo, algo cohibido, le dejaba en su mano dos billetes de a un dólar cada uno y ella me lo agradeció con su mirada y perdiendo el control en su dominio personal, los maldijo diciéndoles Qué se hunda su barco en el océano y que se vayan al infierno esas palabras hicieron mella en sus mente embotadas por el consumo de alcohol porque momentos después, viajando dentro del vehículo, uno de ellos las repitió y en ese instante los demás al escucharlas guardaron silencio porque sabían que se habían portado como patanes con esa mujer honesta que sin su ayuda no hubiéramos podido cambiar el dinero ni hacernos entender para la adquisición de las compras que todos hicimos.

    Cuando habíamos estado en el supermercado, Weng colocó en una canasta un litro de zumo de naranja y dos yogur y en el momento de pagar ella se hizo detrás de mí y me pidió el favor de que si podía incluir esos alimentos en mi cuenta, y amablemente le contesté que sí, y en ese instante recordé que en la ciudad de Yantai una traductora me había cobrado $30 dólares por las dos horas que me había acompañado mientras que yo hacía las compras que tenía pendientes, por eso en el supermercado, sin saber cuánto nos iba a cobrar Weng por su servicio, accedí a complacerla para que fuera condescendiente en el precio por sus honorarios sin llegar a cobrarnos una cifra exagerada.

    En esta vez, habíamos sido acompañados por una mujer humilde que pedía por su trabajo una irrisoria suma de dinero que le fue negada por unos marineros que han conocido la pobreza porque casi todos los filipinos que se hacen marineros provienen de familias pobres y sin embargo, ahora que comienzan a mejorar el nivel social de sus vidas, se vuelven tacaños y desconocen la necesidad ajena.

    El cocinero griego regresó al barco a eso de las cinco de la mañana. Yo estaba de guardia (trabajando) y lo vi llegar en una moto que era conducida por un hombre que a esa hora de la madrugada se hizo taxista para ganarse un dinero.

    HEDONISMO ANCESTRAL

    El hedonismo es una palabra de origen griego que determina el placer como el objetivo de la vida, lo mismo sucede con la palabra sibarita, que también se deriva del idioma griego antiguo y cuyo significado define la devoción por los placeres sensuales.

    Los griegos y los romanos son famosos por sus contribuciones a la filosofía, la literatura, el arte y la organización política que instauró leyes y beneficios a los ciudadanos, pero también son famosos por sus libaciones y orgías que festejaban con banquetes que hoy día se pueden considerar como el inicio de una decadencia moral.

    La historia nos demuestra de que el hedonismo ha presidido la existencia de la humanidad y en la época contemporánea los placeres son más refinados porque el vino y la champaña son de mejor calidad, además, que proliferan los licores de todas la clases y las recetas de cocina son más apropiadas en sus ingredientes, lo mismo sucede con la música, el baile y la diversión en general.

    El placer hace parte de la vida y el hedonismo es un exceso de goce y excitación que trasciende a los sentidos y, a veces, culmina en un hastío o se convierte en una degeneración.

    La mujer es primordial para el complemento hedonista porque su presencia puede reemplazar el sonido de la música o el sabor de la comida más exquisita que, en un banquete, un comensal se pueda imaginar, eso lo puede preguntar a los marineros griegos descendientes de unos antepasados que desde la época de los fenicios ya navegaban.

    Varias veces he presenciado la alegría de los marineros griegos y también la euforia compartida por los polacos, búlgaros, chilenos las razas que más conocí en los barcos cuando se celebraban las bacanales en las cuales yo mismo llegue a participar.

    Eso no son recuerdos del pasado porque en el siglo XXI todavía se siguen repitiendo, a bordo de los barcos, cuando estos se encuentran en países como Tailandia, Indonesia, Brasil, Colombia y Ecuador, en donde son infaltables las mujeres que se ganan la vida complaciendo a los hombres, con su cuerpo, ofrecido al mejor postor.

    Para que eso suceda se requiere que el capitán del navío sea condescendiente con los hombres que conforman su tripulación, porque sin su permiso, al ser sorprendidos, se puede incurrir en una sanción. Para algunos capitanes griegos no hay objeción para que se permita el acceso de las mujeres a sus barcos y eso es un estímulo para esos navegantes que recién arriban a un puerto después de haber cruzado un océano y rodeados por una constante soledad.

    Me gusta trabajar con esos capitanes que, de vez en cuando, toleran un poco de indisciplina pero sin caer en la molicie que no es acorde a la norma establecida para quienes se acostumbran a la disciplina y el rigor.

    La empresa marítima a la que pertenece el barco, en donde relato este suceso, es muy estricta con el reglamento a bordo de sus barcos y desde hace varios años ha prohibido el consumo de bebidas alcohólicas sancionando, severamente, a todo tripulante que resulte implicado en el examen de orina que, eventualmente, se practica en cualquier arribo y luego esa muestras son enviadas a un laboratorio clínico para un análisis en busca de pruebas que comprometan al marinero con el consumo de drogas o alcohol.

    La sanción es imparcial y está consiste en el despido inmediato con un pasaje aéreo de regreso a su país de origen, algo que nadie quiere que le ocurra y por eso se evita infringir las normas que, excepcionalmente, un capitán valiente y hedonista se atreve a desafiar.

    Una vez en un puerto de México, (Manzanillo) un tripulante griego subió a bordo una mujer mientras yo estaba de servicio nocturno (celador) y la tuvo en su cabina hasta el amanecer sin que el capitán se diera cuenta de esa travesura que infringía la orden impuesta a bordo del barco porque el capitán no permitía el acceso de mujeres para proporcionar alegría a la tripulación.

    Lo mismo sucedió en el Ecuador (Esmeraldas) mientras el capitán dormía llegó una lancha transportando mujeres (el barco estaba anclado en la bahía) que sigilosas fueron bien recibidas por varios miembros de la tripulación y antes del amanecer descendieron del barco satisfechas con su negocio que consiste en desvestirse, entregarse, disfrutar, recibir el dinero y despedirse de un nuevo amigo que quién sabe cuándo volverán a ver.

    Quiero con esto decir que no siempre los marineros griegos acatan esa clase de orden impuesta por un capitán, porque asumiendo el riesgo, algunos marineros logran subir a bordo la preciada recompensa que le otorga una mujer cuando ofrece su cuerpo sin un ápice de pudor.

    En la época de los 80 las bacanales eran dantescas en los puertos de Colombia cuando, en ese entonces, no se prohibía el consumo de whiskey, cerveza, aguardiente o cualquier licor y las mujeres subían a bordo de los buques mientras la nave permaneciera en el puerto y hay que ver cómo se divertía la tripulación.

    En Barranquilla estuve durante 14 días a bordo de un barco atracado a un muelle mientras que se descargaba potasa proveniente de Alemania y en ese lapso no hubo un solo día en que no se escuchara unas voces femeninas que nos alegraban con sus risas y compartieran nuestras vidas, sin problemas ni reglamentos que ahora existen por doquier.

    La vida sobre la mar es monótona y el trabajo es arduo e incesante porque aún durante la noche debe de haber un marino en constante vigilancia oteando el horizonte para prevenir alguna colisión, mientras que el oficial de turno debe observar del buen funcionamiento de los radares y los demás sofisticados aparatos que en los tiempos modernos se utilizan para la navegación, y cuando un barco arriba a un puerto eso no significa que el trabajo disminuya y que los marineros se puedan ir a pasear por la ciudad, eso sucede solamente después del atardecer cuando se concluye el horario de trabajo correspondiente porque siempre y en cualquier circunstancia un buque no debe de permanecer sin un mínimo de tripulantes a bordo, listos para alguna inesperada emergencia como puede ser un incendio o cualquier otro imprevisto y que de inmediato el barco debe de zarpar, por ejemplo, ante la proximidad de un huracán.

    O cuando un buque está anclado en la bahía en espera del turno para arribar al muelle o cuando debido a la falta de recursos económicos para la construcción de un muelle portuario que facilite el arribo de los barcos, el barco suelta el ancla a varias millas de distancia de la tierra y espera que la carga sea transportada en enormes gabarras amarradas a un remolcador que las acerca a uno de los costados del barco y con una grúa flotante se comienza a depositar la carga y ese proceso puede demorar varios días mientras se traslada el material que se ha de transportar, por ejemplo el mineral carbón utilizando la gabarra hasta depositarlo con la grúa en el interior de las bodegas del navío.

    En Indonesia hay algunas bahías destinadas para efectuar esta clase de embarque del carbón mineral que ese país produce para la exportación y la afluencia de barcos es notoria lo mismo que la llegada a bordo de lanchas que transportan las mujeres que ofrecen su negocio de ceder un placer sexual por un determinada cifra de dinero, en efectivo, ($40 dólares por una hora o $80 dólares por toda la noche) y la tripulación no desdeña esa oportunidad por la facilidad a la adquisición de tan atractiva oferta que a ellas les produce pingües ganancias porque en casi todos los barcos su visita es recibida con emoción.

    En la bahía de Taboneo (Indonesia) las mujeres nos acompañaron durante los cinco días en que el barco estuvo anclado en la bahía mientras se iban cargando lentamente miles de toneladas métricas de carbón y en ese lapso la presencia femenina fue un acontecimiento muy singular para toda la tripulación, en especial para los neófitos tripulantes filipinos que hacía poco tiempo habían comenzado a navegar, porque los griegos, que han sido marineros, por generaciones, ya están acostumbrados a relacionarse con esa clase de mujeres por todo el mundo y en sus comentarios siempre se destaca el nombre de Colombia, quizás por los buenos recuerdos de las mujeres que en ese país conocieron. Para mí ese encanto está es en Brasil.

    Las mujeres de Indonesia (un país musulmán) no muestran la idiosincrasia y fogosidad sexual características de la mujer latina, ese siempre ha sido el concepto personal de los tripulantes helenos cuando el barco ya ha zarpado y durante las horas de descanso tomando café y fumando cigarrillos los griegos hacen sus comentarios de la reciente actividad sexual.

    Los filipinos suelen ser más románticos que expertos en la sexualidad, que de acuerdo al tratado indio del arte amatorio llamado Káma-sútra que fue escrito en el idioma Sanscrito en el siglo II antes de Cristo, para ser un buen amante sexual se requiere destreza y vitalidad, aptitudes que hacen famosos a los griegos y que son buscados por las turistas de Escandinavia quienes en las vacaciones se van para las islas griegas a buscar un amante heleno que las haga sentir fogosas olvidando el frío que constantemente predomina en esa hermosa región de la Europa Septentrional.

    Por eso no me causó asombro que un tripulante griego con 57 años de edad se haya bebido casi toda una botella de vodka sueco y para rematar se haya ido a la cama con dos mujeres a la vez, (ellas dos eran las únicas mujeres con una edad entre los 30 y los 35 años, porque todas la demás que subieron a bordo eran más jóvenes) y al día siguiente el comentario fue difundido discretamente sin que el protagonista, se hubiera enterado; según el rumor que circulaba entre los tripulantes, las mujeres se turnaban y gemían del placer porque quién sabe cuántas veces en realidad algunas mujeres alcanzan un orgasmo que solamente un experto follador se los puede hacer llegar, los colegas griegos que habitan en las cabinas adyacentes dicen que no pudieron conciliar el sueño, perturbados por esas exclamaciones femeninas que a todo hombre le gustaría escuchar.

    Mi buen amigo el cocinero griego (54) se encerró en su cabina con una joven de 23 años de edad, la tuvo a su disposición durante cuatro días (en el día, durante el horario de trabajo él debe de estar trabajando) y por la noche se reunía en el salón con sus colegas a beber whiskey escocés y fumar en exceso escuchando la música griega de su predilección mientras que de los filipinos ninguno se quedó a dormir toda la noche con una mujer, casi todos copularon por un rato y después prefirieron dormir solos quizás para evitar el compromiso de pagar más dinero, porque depositado en el banco a un tanto por ciento de interés el dinero ahorrado se va a multiplicar.

    El cocinero fue generoso con la chica que le proporciono compañía y placer, él debía de pagar $320 dólares por los cuatro días y en vez de eso le entregó $600 dólares para que ella siempre se acordara de él, esa fue su decisión y su comentario hecho en público. Lo elogié por ayudar esa mujer desconocida que se sube a los barcos a vender su cuerpo para ganar más dinero que lo se devenga trabajando como sirvienta o de empleada en un almacén, porque el salario mínimo en Indonesia es mísero y similar a lo que se gana un obrero trabajando en cualquier país del tercer mundo.

    Otro colega griego a quien conozco desde hace tiempo, se compadeció de una joven (21) y la mantuvo en una cabina (ellas pueden salir y caminar por todo el barco) durante cuatro días obsequiándole un dinero sin llegar a tocarle una mano porque él quiere ser leal a su mujer (está casado desde hace dos

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