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La memoria del agua
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Libro electrónico355 páginas4 horas

La memoria del agua

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Información de este libro electrónico

Slade Harris hará lo que sea por una historia, incuyendo asesinar a la mujer que ama.

Slade no piensa dos veces al saltar de un avión, o al involucrarse en desastrosas relaciones con tal de obtener material para su trabajo, pero su estilo de vida está por alcanzarle con las consecuencias. En mitad de sus treintas, sin esperanza y un poco ebrio, Slade tiene una brillante y peligrosa idea que cambiará su vida por siempre. Será su obra maestra... él solo espera sobrevivirla.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2017
ISBN9781507192726
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    Vista previa del libro

    La memoria del agua - JT Lawrence

    Sobre La memoria del agua

    de JT Lawrence

    ––––––––

    Tan emocionante que lo leí de cubierta a cubierta en una sentada.

    - LITEROGO

    Adoré este acercamiento literario a la novela de crimen... Slade es un protagonista extrañamente tentador.

    - BOOKED UP

    Visceral y rebosante de voz propia.

    - MICHELLE WALLACE

    Éste libro es un oscuro viaje en el desconcertante laberinto de memorias y experiencias, algunas reales, otras imaginadas... si están dispuestos a sumergirse en una mente que se desintegra frente a sus ojos, abróchense el cinturón para este viaje.

    - WP, crítica de Amazon

    Sigue un ritmo dinámico... una novela bellamente construida que mantendrá su atención de principio a fin.

    - IAN BARKER

    Te mantiene en suspenso hasta la última página.

    - PAIGE NICK

    Absorbente, escalofriante, graciosa y original... definitivamente una nueva y fresca voz en la ficción sudafricana.

    - HAMILTON WENDE

    OTROS TÍTULOS DE JT LAWRENCE

    Why You Were Taken (2015)

    Sticky Fingers (2016)

    The Underachieving Ovary (2016)

    Grey Magic (2016)

    How We Found You (2017)

    LA MEMORIA DEL AGUA

    ––––––––

    f

    ––––––––

    JT LAWRENCE

    La memoria del agua es un trabajo de ficción

    Nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son utilizados en modo ficticio. Cualquier parecido con personas de la vida real, vivas o fallecidas, eventos, o lugares es enteramente coincidencia.

    2017 Edición de bolsillo

    ISBN-13: 975-0-620-74655-7

    Quinta edición

    Copyright 2017 JTLAWRENCE

    Todos los derechos reservados

    Publicado en Sudáfrica por Fire Finch Press, una imprenta de Pulp Books

    www.jt-lawrence.com

    Diseño del libro por Mandie Van der Merwe, adaptado por la autora

    A la memoria de Laurence Cramer

    LA MEMORIA DEL AGUA

    Así que aquí estamos otra vez, con el artista de ojos y corazón fríos, aquél que se ha sacrificado por su arte y abandonado la habilidad humana de sentir, pero esta vez hay una clara sugestión de un pacto con el diablo. No solamente ha perdido su corazón, sino su alma también.

    - Margaret Atwood, Negotiating With The Dead

    Un monumento a las causas perdidas

    El cuerpo de mi hermanita estaba azul para cuando lo sacaron del río. Ella era una cosa tan pequeña. Normalmente el perplejo lo dejaría a uno desilusionado, confundido, ambivalente. No fue así conmigo. La impresión me hizo agudizar la vista, me hizo sentir más vivo que nunca. Sus pulmones durmientes hicieron que los míos ansiaran el aire. Me sentí electrizado por el verdor de las cañas del río, estrangulado por el aire veraniego, y todo lo demás de aquel momento se iba con el gorgoteo de la persuasiva corriente.

    Los hombres que acudieron a mis agudos gritos se veían más altos que los árboles. Pero no llegaron a tiempo.

    Al final, el grisáceo hombre-árbol no podía dejar a Emily en el suelo. Su vestido se pegaba a su cuerpo, como si fuese por voluntad propia. Con la niña en brazos, lo jalaba como si tratase de cubrirla, protegerla, pero era ya demasiado tarde. Estaba plantado en el suelo de modo que parecía que nunca abandonaría ese pedazo de tierra: un monumento a las causas perdidas. Los demás estaban sentados en la orilla, tragando saliva, mareados y con rodillas temblorosas. El sujeto, desesperado por devolver los latidos a su corazón, había tratado de resucitarla con una combinación de violencia y cuidado, sin ninguna certeza de cuánto podría aguantar el delicado cuerpo de porcelana. Fue de salvajes golpes al esternón a tiernos besos, una y otra vez. Casi sin aliento y con escalofríos, los cuatro goteábamos.

    Esperamos el comienzo de los gritos en silencio y temor.

    f

    PARTE I

    Una idea que no es peligrosa no merece llamarse idea en absoluto.

    - Oscar Wilde

    1.

    Al menos alguien está teniendo una mañana interesante

    ––––––––

    En la oscuridad: dolordecabeza, náuseas, picazónenlosojos.

    Busco la botella de San Pellegrino que tengo junto a la cama. Alguien la ha tomado. Maldito.

    No, eso no es correcto.

    El auto de mi vecino refunfuña. Un Jack Russell está ladrando.

    Dejé la botella en la guarida anoche, estaba usándola para llenar mis whiskys. Error de aficionado. Levanto los parpados apenas lo suficiente para ver una raya del techo blanco.

    Después de un par de alientos, me pongo de pie y caigo al suelo. Estrellasenlacabeza. Mareado. Alcanzo la cafetera y presiono el botón rojo. Gruñe.

    Me rasco la barba de tres días. Micerebroestáenllamas.

    El brillo de la mañana a través de la ventana de la cocina es inmisericorde. Cierro los ojos para dejarlos descansar por un momento. Necesito orinar y una ducha, y comer algo grasiento. Desayuno en el Café Salvation. Un Bloody Mary doble bombardeado con un huevo crudo y salsa Tabasco.

    Caliente, la cafetera muele el grano, chorrea y escupe. El refrigerador está vacío, excepto por unas cajas de pizza manchadas de aceite, jarabe balsámico cristalizado y un frasco de misterios nunca abierto que compré en el mercado orgánico con Eve. Nunca debí de haber ido a mercados orgánicos. Y nunca debí de haber comprado un refrigerador tan grande. Mirar sus frías entrañas me hace sentir solitario. No era así antes. Este refrigerador ha visto una generosa dotación de riquezas: incontables botellas de Veuve Cliquot y brillantes latas de caviar ruso, como monedas de oro para gigantes. Ahora yace aquí, triste, vacío, desolado. Mi corazón es un refrigerador vacío.

    La leche es insalvable y acaba haciendo remolinos en el fregadero. Revuelvo el café con demasiada fuerza, derramando un poco al lado de la taza, haciendo un eclipse en la pálida loza de marfil de la barra. Lo limpiaré después.

    Como los muertos vivientes, con una taza caliente en mano, me tambaleo hasta mi escritorio en la guarida para evaluar el daño, cuidadosamente para no tropezarme con las columnas de libros en el camino. No se ve tan mal a primera vista, al menos no hasta ver mi cuaderno Moleskine yaciendo asesinado en la orilla del escritorio, con su vientre blanco expuesto y sus entintadas entrañas de fuera.

    *

    Te ves de la mierda.

    Gracias. Me veo mejor de lo que me siento.

    Ha sido una horrible mañana hasta ahora y me duele sonreír. Le doy un beso en la mejilla y tomo la silla en la sombra, no demasiado cerca, con la vacua esperanza de que no alcance a oler el whisky viejo goteando de mis poros. Pongo mi teléfono en la mesa junto a sus llaves: la manzana plateada de su llavero refleja el destello del sol.

    Está bien arreglada, Me pregunto si se va a ver con alguien después de desayunar. Otro hombre tal vez, o un patrocinador. O tal vez un rodaje: además de ser artista, es socio en una pequeña empresa cinematográfica. Me siento inmediatamente celoso.

    Ligeramente baja sus enormes gafas de sol para dar un vistazo a mi miserable estado.

    ¿Festejaste algo rudo anoche con cómo-se-llama?

    Algo así, sonrío. Auch. Uno podría decirlo así.

    Eve se reclina con los brazos cruzados. Siempre tiene los brazos cruzados; es su acostumbrado ademán de crítica, como de bibliotecaria sensual.

    ¿Entonces? ¿Cómo van las cosas con ella? ¿Cómo se llama, otra vez?

    Llega la mesera con menús demasiado grandes para ser prácticos. Casi derribo mi Bloody Mary doble al abrir el menú.

    Eso ha terminado, así que no importa. Balbuceo, pero Eve entiende lo que trato de decir.

    ¿Por qué no me sorprende? Suspira, cerrando el menú y poniéndolo en la mesa. ¿Qué pasó?

    Terminé con ella anoche.

    Otra no-sorpresa entonces. Hace como si bostezara. Da golpes en la pata de la mesa con su Ballet plano. Muy aburrido, Slade.

    Esto es un golpe en el estómago. Pocas cosas me causan tanto temor como la predictibilidad. Ser aburrido: eso me aterra. Ella lo sabe y me muestra una media sonrisa para indicar que bromeaba a medias.

    Dios mío, Eve se ve sensual en su traje entallado color marfil y labios rosados. Gafas de Jackie O. Pero se ve igual de deseable en las camisas de hombre, manchadas de pintura y de talla grande que usa para trabajar. Y su cola de caballo. Me encanta su cabello recogido en cola de caballo. Qué no daría por tomar... me doy cuenta de que estoy fantaseando e intento recordar de qué estábamos hablando. Me escondo detrás de mis lentes Oakley’s: ésta resaca me hace sentir como si tuviese mil años.

    Colas de caballo, labios, bostezo: Ah, cómosellama.

    Pues, no estaba funcionando. Tenía que terminarlo. No valía la pena.

    Un hombre en la mesa adyacente mira en nuestra dirección y desvía la mirada justo antes de que pueda decirle que no es asunto suyo.

    Te refieres a que no valía la pena para tu escritura.

    Si. Bueno, es la misma cosa, ¿no es cierto? No es como si pudiese estar bien sin mi escritura.

    Es todo lo que tengo.

    No le digo a Eve que le di las noticias a esta mujer en la tarde para así llegar a casa a tiempo para trabajar en unas notas. No funcionó: nada me llegó. Al final - aparentemente - me terminé una botella de whisky e hice trizas mi cuaderno, lo cual se está convirtiendo en un hábito.

    Ignoro el destello de fastidio en los ojos de Eve. Se mordisquea una uña.

    ¿Cómo se lo tomó?

    Bien.

    ¿Bien?

    No se desmoronó como la contadora, no se vio tan feliz como la anfitriona de televisión. Fue algo entre ambas. Bastante neutral, de hecho. Creo que eso es lo que no me gustaba de ella.

    ¿Su gracia? ¿Ecuanimidad? ¿Temperamento moderado? Si, puedo ver cómo eso podría ser nada atractivo.

    La mesera vuelve con una mirada esperanzada en el rostro.

    Cierro el puño. No me daba nada

    El sujeto vuelve a mirarnos: Siento sus ojos sobre mí. ¿Quién es él? ¿Un fan, un espía, un asesino? Le miro con furia e inmediatamente comienza a inspeccionar sus huevos cocidos. Entrometido imbécil.

    Apuesto a que tu no le dabas nada.

    Miro en la distancia y me ajusto la bufanda contra la brisa. Ordenamos omelette de Brie y pan francés del caribe con jarabe de maple, con moras y crema orgánica. Y una tetera gigante llena de Earl Grey.

    Lo que Eve no sabía era que mi karma me había castigado esa mañana. La resaca no era la única cosa que me empujaba hacia el precipicio. Al ir de mi guarida a la puerta de entrada, escuché el azote de la puerta de un automóvil y el rechinido de llantas. Recuerdo pensar que al menos alguien estaba teniendo una mañana interesante. Hice un esfuerzo distraído para cerrar la bata sobre mi vieja camiseta de Iron Maiden y mis calcetines grises, ponerme gafas oscuras para aplacar la vil luminosidad del sol de Johannesburgo, y abrir la puerta. Nada se veía fuera de lugar, pero tenía una extraña sensación en las tripas, lo cual puede o no haber tenido que ver con el Glenfiddich de la noche anterior. Unos cuantos pasos después, tenía el periódico en una mano, café en la otra, y un sentir un poco más dulce sobre la vida en general. Hasta que me di la vuelta.

    No fue tan malo. Es decir, podía haber lanzado una bomba Molotov por la ventana. Podía haber hecho una rutina de Al-Qaeda y detonado algún explosivo plástico en el césped. Podía haber contratado a un Caspir - Mellow Yellow - y aplanado mi casa. Eso ciertamente habría sido peor. Pero en vez de ello, marcó la fachada con un grafiti que leía ‘SLADE HARRIS BASTARDIJO DE PUTA’, todo en un vistoso tono carmesí. No he decidido si disfrutaba su originalidad con la mala puntuación y la conjunción de sustantivos en un insulto fonéticamente desagradable. Tenía un cierto toque, y no sería fácil de olvidar. Calificación alta por el impacto. Había una noción de justicia en la escena, conmigo sintiendo el fresco aire de la mañana en los muslos y admirando su trabajo. Supongo que he herido a muchas mujeres, y una ha ejecutado la intención de castigarme. Es desafortunado, no obstante, que ésta en particular resultó ser una psicópata.

    Cuando regreso del desayuno con Eve, me siento todavía algo impactado. Sigo imaginando a Sally, afuera de mi casa, estática y con los ojos frente a sí, un epítome de calma aparte de las manchas de pintura en la mano. Una versión callejera de la Reina Macbeth. La idea me estremece un poco, por lo tanto, me gusta. No porque yo fuese un intrépido: ciertamente no lo soy. Paso el resto del día evitando ventanas y no abro la puerta a nadie, ni siquiera al hombre del plumero. Me gusta porque tener una ex novia, de la particular variedad que es bella, persistente y psicótica puede ser muy interesante.

    Y desesperadamente busco algo interesante.

    2

    Detalpalotalastilla

    Unos días después me desperté con un sombrío sentido de propósito. Hoy cumple años Emily. Ella nació dos años después de mí, tendría treinta y seis años si estuviese viva. En realidad, no puedo imaginarlo. Está congelada en mi mente, así como en Aquel Día - cabello enredado, pecas veraniegas y una sonrisa que mostraba aún sus dientes de leche - todas estas cosas exudando luz y promesa. Y ahora aquí estoy: cojeando hacia los cuarenta con la apatía de los años. Consciente del dolor sordo al pensar que mis días de gloria ya han pasado. Yo sé que algunas personas viven con vitalidad hasta los sesenta. Sería agradable esperar algo así. En vez de lo que tengo ahora.

    Ella probablemente habría hecho más con su vida de lo que yo hice con la mía, algo con más significado. Tal vez habría tenido una familia con su esposo fiel (léase: tedioso) y dos injuriosos niños. Unos cuantos perros también. Definitivamente habría tenido perros. Sería como esos yuppies que veía durante las caminatas matutinas, corriendo con sus labradores y sus cunetas, pasando al lado de personas como yo, personas que tienden a tener mejillas rojas, sobrepeso, y una expresión de derrota, y huskies.

    Llego a la casa de mi padre en Belgravia con una botella de Johnny Walker y algo de comida de Fournos. A veces hago algo de compras para él. Como yo, siempre agradece el whisky. Es gruñón, pero agradecido. Detalpalotalastilla. Hago esto por culpa, más que por benevolencia. Nunca he sido particularmente amable. Sólo me siento más y más culpable a cada día que no visito a mi padre; en algún momento, tengo que salvar lo que me queda de cordura. Ir de compras pospone el momento en que realmente tenga que pasar tiempo con él, así que es un asunto que se toma su tiempo. Siempre hay una nueva botella de pepinillos que revisar, o una alcachofa fresca que frotar. En El Padrino, Don Corleone dice que un hombre que no pasa tiempo con su padre nunca puede ser un hombre de verdad. Supongo que nunca lo he sido.

    Presiono el timbre en la puerta. Le tomará un rato llegar, así que espero, viendo la pintura desquebrajándose. Dios, desearía que hiciese caso y que se largara de este lugar. Es horrible. Probablemente no sea el vecindario más seguro.

    Siento que alguien me observa, así que miro a mi alrededor, pretendiendo indiferencia, tratando de no parecer como un blanco paranoico. Nadie necesita saber que soy un blanco paranoico. ¿Quién no sospecha, en este país, donde un saludable sentido de paranoia te mantiene con vida? Gente estúpida, supongo, y gente que se ha dado por vencida. Doy cuerda a mi reloj.

    La casa ocupa toda la cuadra y está cercada con tablas oscuras y putrefactas. Los huecos en la cerca, como dientes enfermos y podridos, son casi una invitación para ladrones oportunistas. Frente a la puerta principal está un parque municipal, lleno de ebrios, vagabundos, basura y amantes perezosos con traseros demasiado grandes para sentarse cómodamente en los asientos de tronco del perímetro de madera. En los terribles días del pasado, el pasto era verde, y patio de recreo estaba lleno de colores brillantes. Los vagos eran expulsados (si eras negro, eras un vago - si eras blanco, eras un visitante). Recuerdo el gusto a metal pintado de las barras, no sé por qué; supongo que los niños tratan de saborearlo todo. Metálico, fresco y duro, con una capa suave de pintura.

    Toco el timbre otra vez, en caso de que no hubiese escuchado la primera vez.

    Antes podíamos jugar ahí bajo la casual vigilancia de mi madre, quien parecía estar más interesada en las profundidades de cualquier libro que estuviese leyendo la mayoría del tiempo que en cualquier cosa que estuviésemos haciendo. En esos días, ella sacaba una frazada de tartán escocés de Transvaal, como si preparase un picnic familiar, y nos decía que nos divirtiéramos mientras leía sus ficciones. A veces nos miraba para asegurarse de que siguiésemos ahí, pero nada más.

    Me caí una vez, atrás de la casa. Hay un enorme roble en el patio trasero. Firme como una torre, probablemente sobrevivirá a mi linaje.

    Estaba trepando, tal vez para impresionar a Emily. Estaba siendo arrogante. No recuerdo por qué caí, tal vez mi pie se resbaló o mi brazo trató de aferrarse a una rama que no existía. Pero sí recuerdo caer y qué tan extraño se sentía el hecho de estar en el aire. Y después el crujido de mi coxis contra el suelo.

    El grito de Emily. Pequeños pasos en zapatos tenis en búsqueda de ayuda. Yo no sabía qué era ese sentir tibio y pegajoso esparciéndose a lo largo de mi espalda. Pensé que podía ponerme de pie y así no meterme en problemas. Pero no podía, así que me quedé extendido bajo la sombra del aire. Mi abuela fue la primera en salir, limpiándose las manos con su viejo delantal, y la mirada fija en mí. Nunca vio necesidad de ponerse histérica. Décadas como voluntaria en la Cruz Roja, dos esposos fallecidos y un accidente automovilístico casi fatal la hizo inmune a los dramas en general. Una inmigrante holandesa con más sentido del que podrías imaginar. Pero esta vez corría.

    Slade, dijo sin alarma, ¿estás bien?

    Si, dije, o tal vez asentí con la cabeza.

    Si, todo bien. Excepto que no podía ponerme de pie.

    Con sus palmas frías y secas y nudosos dedos, palpó en búsqueda de huesos rotos. Emily esperaba en el fondo, aferrada con un brazo a la cadera de nuestro papá.

    ¿Puedes ponerte de pie? preguntó mi abuela.

    Todos los ojos estaban sobre mí. Lo intenté otra vez, y funcionó. Debí de estar adormecido por el golpe. Recuerdo mirar abajo y ver una pila destruida de cajas de tomates. Uno ya no las ve estos días, pero estaba hechas de franjas bruscas de madera unidas con pequeños clavos. Tenía un pedazo de madera encajado en la espalda, como si fuese la víctima de un juego de cacería de vampiros para principiantes. Una herida superficial, sangraba mucho, pero el crujido al menos no había sido mi espina dorsal.

    La cerradura de la puerta se agita. Alcanzo a ver la voluminosa figura de mi encorvado padre a través de los paneles de vidrio texturizado. Detrás de las barras negras de la entrada, veo su silueta discutiendo con la puerta hasta que ésta finalmente se abre, arrastra los pies hasta la veranda, con una mirada indignada en los ojos.

    ¿Acabas de llegar? exige sin darme tiempo de responder. ¿Por qué no tocaste el timbre?

    ¿Piensa él que soy un idiota? ¿Que simplemente me quedaría afuera arbitrariamente hasta que el decida, a capricho, abrir la puerta?

    Toqué el timbre, papá, dije a través de dientes apretados.

    ¿Estás seguro? No oí nada.

    No pierdas la paciencia, Slade. Te quedan varias horas por delante.

    Tal vez está rota. Déjame tratar una vez más.

    Golpeo el botón, con más violencia de la estrictamente necesaria.

    ¿Puedes oírlo?

    Con un diablo, claro que puedo oírlo ahora. ¡Estoy parado afuera!

    Viste unos viejos pantalones de ejercicio y un cárdigan azul. Veo una mancha de pasta de dientes en el frente de su camisa. Su voz tiembla con indignación. Yo también me sentiría indignado si fuese él. Si hubiese tenido su vida, su pasado.

    Vamos, papá, le dijo, vamos adentro. Resolveremos esto del timbre después.

    El interior de la casa en un museo. Pisos rallados de madera, alfombras persas que han perdido su color. Cuadros de Vermeer mirándote a cada paso. Copias baratas de La Joven de la Perla, La Lechera, El Astrónomo. Candelabros con sus interruptores de luz originales. 

    En los cuartos de los niños hay literas de roble tan grandes como barcos. Hay suficiente espacio para ocho adultos en cada habitación, sin contar los niños. En el baño, una cuadrícula de azulejo en blanco y negro y una bañera con un ángulo lo suficientemente inclinado para salpicar un rato si la abuela te dejaba. A Emily a veces la regañaban por lamer la pastilla rosada de jabón porque olía tan bien. Dios, en ocasiones deseo que mi padre vendiese este lugar, pero se aferra como un bobo sentimental. Esnifo profundamente y me froto las sienes. Las memorias sofocan.

    Dejo los paquetes de comida en el suelo de linóleo marrón y escucho algo romperse. Típico. No quiero buscar un trapo para limpiarlo, pero lo hago de todos modos. Llevo el paquete entero al fregadero. Él había sacado una caja de galletas saladas y una lata de sardinas para el almuerzo. Las sardinas y el vómito ocupan el mismo pequeño espacio en mi cerebro, junto con el olor de callos hirviendo. Mi padre es un millonario, pero sólo come pescado aceitoso como una indulgencia. Mis abuelos se tomaron muy en serio todo esto de la economía de guerra, y mi padre heredó ese modo de pensar. Me atrevería a decir que tal vez disfrutaba de la recesión. Otra justificación para sus nudillos pálidos. Yo, por otro lado, gasto dinero como si fuese agua. Pienso que las sardinas son comida para gato. Es el 2011, por amor de Dios. La guerra tiene más de sesenta años de haber terminado. Es la era de la globalización y el consumismo. Gastar dinero como si fuese agua - ¿De dónde viene eso? No me lo inventé - no me gusta cómo suena.

    Fue el frasco de aceitunas rellenas lo que se rompió. No es nada grave, todo lo demás en el paquete solo necesita una servilleta. Como una aceituna del frasco roto. No puedo resistirlo. Tengo la vaga sensación de que Francina va a salir de algún lado para regañarme, lo cual pasa cada vez que bebo leche de la botella en mi propia cocina. La aceituna es salada, saboreo su aceitosa piel en mi boca y el jugo que sale de dentro. Tal vez valga la pena ese pequeño pedazo de vidrio que accidentalmente acabo de tragar. Ése sería un modo bastante indigno de morir. Me imagino el encabezado: ‘Famoso autor local muere después de comer pedazo de vidrio’, o peor aún: ‘Descanse en paz. Slade Harris (Alguna vez autor célebre).’

    Conozco a alguien que murió ahogándose con un pedazo de pan tostado; juro que no lo estoy inventando. Fue un alcohólico y adicto al crack la mayor parte de su vida y lo perdió todo, incluyendo a su esposa y desconcertados hijos. Finalmente

    rectifica su vida y se acaba

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