Agujero Negro Masivo
Por Andrea Barbosa
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¿Qué tan lejos llegarán para conseguir lo que quieren? Un encuentro casual reúne a tres jóvenes mujeres y comienza a gestarse entre ellas una amistad insólita que cambiará el curso de sus vidas para siempre. El infierno, como nunca lo habías imaginado.
Esta sugerente ficción contemporánea figuró en lista de los 50 Self-Published Books Worth Reading of 2014 (los 50 mejores libros autopublicados que vale la pena leer del 2014), los lectores lo votaron número 5 en ficción contemporánea en Indie Author Land.
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Agujero Negro Masivo - Andrea Barbosa
Agujero Negro Masivo
Andrea Barbosa
Para H., lo mejor que me pasó en la vida.
Contenido
El agujero negro
Capítulo 1 – La boca de la serpiente
Río de Janeiro – Poema
Capítulo 2 – Evaluación de desempeño
Capítulo 3 – Dinosaurios y monstruos
Paisaje Urbano – Poema
Capítulo 4 – La promoción
Capítulo 5 – Modelo de pasarela
Capítulo 6 – La «au pair»
Capítulo 7 – Superdotada
Capítulo 8 – Rumbo a Manhattan
Capítulo 9 – Un nuevo objetivo
Capítulo 10 – Progreso
Capítulo 11 – El exesposo
Capítulo 12 – La vida es una elección
Capítulo 13 – Vidas separadas
Capítulo 14 – Nonato
Capítulo 15 – Crece el resentimiento
Capítulo 16 – Hacerle frente en soledad
Capítulo 17 – Una idea malvada
Capítulo 18 – Un paseo por el museo
Capítulo 19 – El embotellamiento
Capítulo 20 – El ataque
Cristales rotos – Poema
Capítulo 21 – Devastada
Capítulo 22 – Nuevos comienzos
Capítulo 23 – Celos
Capítulo 24 – El descenso de Amy
De repente – Poema
Capítulo 25 – Deportada
Capítulo 26 – Sin hogar
Capítulo 27 – Noticias inesperadas
Capítulo 28 – La redención
Capítulo 29 – Agujero negro masivo
«Y el humo del tormento de ellos sube para siempre jamás. No tienen reposo de día ni de noche... »
Apocalipsis 14, 11
El agujero negro
Según el diccionario Merriam-Webster, un agujero negro se define como un objeto celestial que tiene un campo gravitatorio tan fuerte que la luz no puede escapar y se cree que se formó concretamente a partir de la desintegración de una enorme estrella masiva.
De acuerdo a la N.A.S.A., un agujero negro no es otra cosa que espacio vacío. Más aún, es una gran cantidad de materia empaquetada en un área muy pequeña. Piense en una estrella diez veces más masiva que el Sol exprimido en una esfera aproximadamente del diámetro de la ciudad de Nueva York. El resultado es un campo gravitatorio tan fuerte que nada, ni siquiera la luz, puede escapar. En los últimos años, los instrumentos de la N.A.S.A. han pintado una nueva imagen de estos objetos extraños que, para muchos, son los objetos más fascinantes del espacio.
Capítulo 1 - La boca de la serpiente
«¡No lo soporto más! ¡Esto es ridículo! ¡Tengo que regresar a Nueva York! ¡No soporto más vivir aquí... y desperdiciar mi tiempo con este tráfico de locos!», pensó Cibele sentada detrás del volante de su Volkswagen Passat azul metalizado. Había quedado atrapada, por lo que ya parecían días, en un embotellamiento húmedo y atroz de la avenida Epitácio Pessoa en Río de Janeiro, Brasil. Los coches apenas avanzaban, cuando de casualidad se movían. Aunque fuera julio, la temporada invernal en la ciudad tropical se presentaba calurosa y sofocante este año. El invierno había sido increíblemente templado lo que reafirmaba la idea del calentamiento global. Exasperada por el calor, bajó la ventanilla del coche cuando estaba a punto de ingresar al túnel Rebouças, el más largo de la ciudad montañosa. Temía sufrir un ataque de claustrofobia dentro del túnel. Tenía calor y estaba sudorosa, y no veía la hora de llegar a su apartamento del otro lado de la ciudad. Deseaba tomar una ducha e irse directamente a la cama ya que padecía un terrible dolor de cabeza y no tenía ganas de hacer nada más esa noche. Hacía ya una hora que había salido de su trabajo y aún le faltaba un largo trecho. Cibele, una hermosa mujer que siempre estaba bronceada y en forma, llevaba casi un año trabajando en una tienda de recuerdos en el lujoso barrio de Ipanema, en Río de Janeiro. Aunque el trabajo le gustaba, tenía problemas con su jefa. Pensaba que María era una perra manipuladora que la controlaba de manera excesiva durante todo el día, que observaba cada uno de sus movimientos para asegurarse de que se acercara a cada cliente, a cualquier persona que se detuviera a mirar, para invitarla a pasar a la tienda en pos de una posible venta.
Sin embargo, ella no tenía la paciencia suficiente como para merodear alrededor de cada turista que demostrara el más mínimo interés en los exóticos suvenires tropicales para persuadirlo de que hiciera la compra. Solo se acercaba a aquellos que parecían ricos y solteros con los que pudiera coquetear abiertamente, sin más interés que venderles su propio encanto. Últimamente, su cupo de ventas era muy bajo y tenía el presentimiento de que María estaba dispuesta a despedirla a fin de mes.
En la pequeña tienda de recuerdos donde trabajaba no se necesitaban más de dos empleados: con María, la manager, y ella era suficiente. No obstante, había otro empleado: Lucas, el tipo bajito con pinta de nerd que usaba anteojos y al que habían contratado pocos meses atrás. Había estudiado francés y hablaba bien el inglés. Era evidente que Lucas no le caía bien a Cibele porque significaba una amenaza. Él era presumido, acosaba a cada persona que se acercaba a la vidriera a apreciar un suvenir o una gema, con la esperanza de hacer una venta. Era rápido para entablar una conversación y estaba claro que conseguía más clientes y obtenía más ganancias para el negocio que ella.
Cibele, por otro lado, siempre estaba preocupada por su apariencia, se contemplaba en el reflejo de la ventana la mayor parte del tiempo y estudiaba su aspecto para asegurarse de verse perfecta para el próximo turista rico que, en su mente soñadora, algún día llegaría. Tenía que estar lista para cuando llegara la oportunidad de conocer a su príncipe y no quería perder el tiempo con aquellos que fueran un estorbo en pos de conseguir su objetivo. Sin dudas, María favorecía a Lucas y ese favoritismo era inconfundible por la forma en que le hablaba, siempre en un tono más agradable y con más paciencia. Lo llenaba de cumplidos por cada venta que hacía, aunque solo fuera un trozo barato de turmalina puntiaguda o una amenazante piraña disecada.
Miró por la ventanilla del coche y vio gente trotando en los senderos que rodean al lago Rodrigo de Freitas. El agua del lago era un espejo suave que reflejaba la belleza del cielo azul y las siluetas de muchos rascacielos construidos en sus orillas, se replicaban uno tras otro en un espectáculo que se asemejaba a una vista de otra dimensión. Si tan solo ella pudiera acceder a vivir en ese barrio, todo sería más fácil y no perdería tanto tiempo durante las horas pico. Tendría más tiempo para encontrar al hombre que la rescataría de su vida miserable como vendedora de suvenires.
El sol se escondía temprano en el julio invernal. El cielo mostraba una magnífica sombra herrumbrosa, el reflejo del lago empezaba a mostrar colores grisáceos con pinceladas de rojo y anaranjado provenientes del sol. Sin embargo, Cibele no prestaba mucha atención a la belleza de la ciudad. Estaba terriblemente molesta por el ruido que la rodeaba, la gente hacía sonar las bocinas con estridencia, tratando de persuadir a los demás para que se movieran. De repente, se percató de la música que sonaba en la radio. Era uno de los movimientos de la obra Los Planetas de Gustav Holst. Cibele no la soportaba. Odiaba ese tipo de música. Tembló, tratando de no revivir recuerdos dolorosos.
Decidió buscar el informe del tránsito en otra radio. Con las ventanillas bajas, no podía captar lo que decían. Las palabras parecían sonidos incomprensibles, metálicos y robóticos, así que apagó la radio de manera abrupta. Se sentía afiebrada y descompuesta del estómago. Una sensación de mareo se estaba adueñando de todo su cuerpo. Pensó que iba a vomitar y buscaba con desesperación una bolsa plástica entre los huecos de los asientos cuando se sobresaltó por el furioso y ensordecedor ruido de las ambulancias y de los camiones de bomberos. Esta repentina e inesperada sinfonía desentonada casi consigue que se le pare el corazón. El sudor le caía por la cara, le goteaba desde la frente hasta el cuello. La sensación densa, casi gelatinosa que exudaba de su cuerpo la hacía sentir aún más agitada e impaciente con los vehículos de emergencia. Sacó la cabeza por la ventanilla para gritar en dirección a los otros coches.
―¡No los dejen pasar! ¡No hay cómo salir de aquí, que esperen! ―exclamó, sacudiendo las manos enérgicamente.
Nadie parecía escucharla o siquiera notarla. Miró al azar los rostros de los demás conductores para tratar de detectar algún tipo de emoción, pero todos miraban hacia delante, cada uno en su mundo, sin prestar atención a nada ni a nadie a su alrededor. Miró hacia adelante y vio lo que parecía la boca abierta, húmeda y oscura, de una serpiente gigante lista para devorar la colorida fila de coches que se asemejaban a roedores marchando directo hacia sus tripas como en un trance, incapaces de escapar de la enorme amenaza. Estaba entrando al túnel. Sus pensamientos se desviaron hacia un cuadro que había visto años atrás en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. La boca de la serpiente se asemejaba a la terrible boca de una cara sin cuerpo en una pintura del infierno que le había causado temor. ¿Por qué recordaba esa horrible pintura justo después de haber escuchado la obra Los Planetas de Holst en la radio? Volvió a pensar en María, como si fuera la culpable de su malestar.
«Esa mujer...» pensó, tratando de olvidar la espantosa pintura que acababa de recordar.
¡Si tan solo María no la envidiara tanto por su buen aspecto y no se pusiera celosa de su buena suerte con los turistas que siempre la invitaban a cenar! No le interesaba vender suvenires feos. Lo que ella realmente necesitaba era un hombre rico que la sacara de su vida mediocre; un príncipe que hiciera realidad su fantasía y que con suerte la llevara de regreso a Nueva York. Ese era su sueño. Pensar en Nueva York siempre la transportaba a otro tiempo en su vida en el que había trabajado como au pair. Todo en lo que había pensado hoy la llevaba de regreso al mismo recuerdo. Trajo a la memoria, de mala gana, a dos personas de las que se había hecho amiga durante su corta aventura en Nueva York. Habían tenido un gran impacto en su vida.
Hoy por hoy, no sabía cuál habría sido su destino. Había perdido contacto con ellas hacía años, al regresar a Brasil. Era mejor así. Ni siquiera había tratado de buscarlas en Facebook o en alguna otra red social. Pensaba que era posible que ahora estuvieran casadas y usaran otro apellido. O quizás hubieran muerto. Mejor si estaban muertas. Las culpaba por su mala suerte y no tenía intenciones de volver a contactarse con ellas. Nunca volverían a ser amigas y no volverían a verse.
Miró por la ventanilla una vez más y le pareció captar un rostro familiar. Pensó que el calor y las náuseas la debían estar haciendo delirar. La persona que conducía el coche que iba a su lado era idéntica a la mujer norteamericana que había conocido en Nueva York. Experimentó una extraña sensación, ¿era posible que esa mujer envidiosa estuviera en Río? ¿La habría estado siguiendo? ¿Qué podría querer de ella después de tantos años? Era una de las responsables de su caída y de su eventual regreso a Brasil. Debía de ser una alucinación. ¿Sería el resultado de escuchar a Holst en la radio y de haber estado pensando en la pintura renacentista perteneciente a Bosch? ¿En qué se había convertido? ¿Cuál era el significado de todo esto?
Sintió un dolor punzante, como un vidrio hecho añicos, que se esparcía por su cabeza. La explosión fue insoportable y bajó un poco la cabeza en un intento por alejar las incómodas puntadas. Consiguió cruzar los primeros dos túneles largos cuando otra boca oscura volvió a abrirse, lista para tragarla. Aún la seguían los ruidos ensordecedores de los vehículos de emergencia que la estaban alcanzando. Sintió crecer la sensación de pánico. El Cerro del Corcovado y la estatua del Cristo Redentor se desvanecían a la distancia.
Río de Janeiro
Los brazos están abiertos para recibirnos a todos
En una cálida bienvenida, el Cristo redime
De los suburbios, todos los pecados
Desde los edificios que se alzan frente al océano,
Las riquezas y miserias que mezclan
La dulzura del azúcar con que se hizo la hogaza de pan
Un enero muchos años atrás
Cuando los conquistadores portugueses navegaron
Río arriba en la bahía
Honrando a San Sebastián en un día festivo.
Y la ciudad tomó forma con el río que era una bahía
Convirtiéndose en la Guanabara en ese río de enero.
Y Cristo, el Redentor, vigila las playas a sus pies
Bendiciendo a la muchacha de Ipanema
Besada por el brillo del sol tropical.
Capítulo 2 –Evaluación de desempeño
María concluyó la evaluación de desempeño de su nuevo empleado. Estaba muy orgullosa de Lucas. Era inteligente, divertido, amigable y, a decir verdad, gracias a su habilidad de comunicación persuasiva aportaba más ingresos a la tienda de regalos. Sabía cómo utilizar su carisma para adular a los clientes, por lo general les contaba historias curiosas acerca de alguna gema colorida que estuvieran observando con atención. Había nacido para ser vendedor y al hablar dos idiomas con fluidez le resultaba más fácil convencer a los clientes extranjeros para que hicieran la compra.
María había tomado la decisión de conservarlo a él en vez que a Cibele. No había dudas de que Lucas era la elección correcta aunque se sentía mal por tener que despedirla. Nunca era fácil despedir a alguien, pero María tenía una muy buena razón para validar su decisión: el cupo reciente de Cibele era el más bajo de todos los tiempos. Estaba claro que su bella empleada estaba más interesada en anotarse puntos en pos de conseguir citas con los turistas que en convencerlos de que compraran algo, lo que inevitablemente se reflejaba en sus cifras. A Cibele la invitaban a cenar muy seguido, pero eso era todo lo que conseguía en su trabajo.
Por otra parte, Cibele entraba en constantes discusiones a causa del impecable desempeño de Lucas. Se quejaba de que él le sacaba ventas, de que era agresivo y de que no quería compartir a los clientes. En consecuencia, no le permitía una oportunidad justa en el negocio. Día tras día, le llenaba la cabeza a María con quejas. Sus rencillas no mejoraban la situación. A María nunca le había gustado Cibele. No confiaba en ella. Era haragana y arrogante, y ahora culpaba a los demás por su lamentable desempeño, lo que demostraba su falta de integridad.
Sus ventas no habían sido nunca estelares y definitivamente estaba por debajo del nivel de competidor, aunque le había dado una buena impresión en la entrevista. Hablaba inglés con fluidez, uno de los requisitos para el trabajo. Había vivido en el exterior y afirmaba que la diversidad cultural era uno de sus atributos. Ella y María compartían una relación estrictamente profesional. Muy de vez en cuando intercambiaban detalles de la vida personal. Eran muy raras las ocasiones en que Cibele se sinceraba y le contaba a María algo de su vida, como con la necesidad de tener una amiga que la escuchara. Todo lo que María sabía acerca de Cibele era que había vivido en Nueva York como au pair y que había trabajado de modelo algunos años atrás. No parecía estar involucrada en una relación seria, a excepción de las citas ocasionales que conseguía con algún turista mientras trabajaba en la tienda de regalos. Algo le tenía que haber ocurrido a Cibele para que se convirtiera en una mujer resentida e indiferente. Sin embargo, Cibele solía evitar conversaciones en las que tuviera que abrirse y definitivamente no le gustaba responder cuando le preguntaban acerca de su experiencia en Nueva York.
Lucas estaba más que satisfecho con su evaluación de desempeño. Tomó sus pertenencias, que había dejado sobre un pequeño escritorio mientras hablaba con María, se despidió hasta el día siguiente y se retiró de la tienda. Caminó alegremente a las zancadas por la larga avenida que aún bullía con tiendas concurridas y comerciantes que trataban de poner fin su día laboral. Era un hermoso atardecer en Río, más cálido de lo habitual para ser invierno. «Al parecer, algo de cierto tiene que haber con respecto al calentamiento global», pensó Lucas mientras se desabotonaba el cuello de la camisa.
Había pasado la última media