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Un poco de magia nocturna
Por Liz Jarrett
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¿Qué mal podía hacerles una pequeña aventura temporal antes de separarse para siempre?
Dani Karlinski no podía evitarlo; como buena abogada de Chicago, sólo creía en los hechos, no en las maldiciones de su excéntrica abuela. Pero resultaba que alguien había demandado a su abuela asegurando que su maldición se había cumplido y le había arruinado el negocio. Afortunadamente el amigo de Dani, el investigador Travis Walker, iba a ayudarla.
Al principio lo único que había entre ellos eran los negocios, pero pronto Dani se encontró cautivada por el buen humor y el atractivo de Travis. Y aunque él sentía lo mismo, Dani estaba a punto de trasladarse a Nueva York a proseguir con su carrera...
Dani Karlinski no podía evitarlo; como buena abogada de Chicago, sólo creía en los hechos, no en las maldiciones de su excéntrica abuela. Pero resultaba que alguien había demandado a su abuela asegurando que su maldición se había cumplido y le había arruinado el negocio. Afortunadamente el amigo de Dani, el investigador Travis Walker, iba a ayudarla.
Al principio lo único que había entre ellos eran los negocios, pero pronto Dani se encontró cautivada por el buen humor y el atractivo de Travis. Y aunque él sentía lo mismo, Dani estaba a punto de trasladarse a Nueva York a proseguir con su carrera...
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Un poco de magia nocturna - Liz Jarrett
Capítulo Uno
Travis Walker volvió a leer el mensaje que tenía en la mano: Clienta necesita ayuda con maldiciones de su abuela. Vendrá a la 1:00.
¿Qué era aquello? ¿Investigaciones Walker había caído tan bajo como para preocuparse por abuelas malhabladas? Si su hermano no estuviera de luna de miel, pensaría que aquello era otra broma de Max. Pero el canalla estaba en Bahamas disfrutando de la vida.
No, aquella nota era de Elvin Richards, el nuevo ayudante, más conocido como «El Favor». Travis estaba saliendo con la tía de Elvin cuando aceptó contratarlo. Algunas veces, un hombre diría que sí a cualquier cosa.
Desgraciadamente, su tía, que tenía unas piernas de escándalo, había desaparecido. Pero Elvin seguía allí. Eso le enseñaría a tomar decisiones con el corazón en lugar de con la cabeza.
Aunque, para ser sincero, no había tomado esa decisión precisamente con el corazón. Otra parte de su anatomía había sido el factor decisivo.
Sí, podría despedirlo, pero eso no sería justo. Elvin era un chico tan simpático y alegre… Sería como despedir a Santa Claus.
Y él no era tan malvado.
–¡Elvin! –gritó, en lugar de usar el complicado sistema de intercom. A Max le encantaba, pero Travis lo odiaba porque tenía demasiados botones–. ¿Qué significa este mensaje? –preguntó, cuando el susodicho asomó la cabeza en el despacho.
Elvin, un joven universitario, rubio, típicamente norteamericano, sonreía como de costumbre.
–¿Qué mensaje, jefe?
–El de la cita de la una –contestó Travis, mostrándole el papel–. ¿Se puede saber qué significa esto?
–Significa que una señora quiere que la ayude porque su abuela dice muchas palabrotas. Supongo.
Travis arrugó el ceño.
–¿Y qué demonios tiene que ver eso con una agencia de investigación? ¿No le pediste más información a esa mujer?
Elvin seguía sonriendo mientras negaba con la cabeza. Elvin sonreía siempre.
–No. Como Max y tu siempre decís que hay que tener cuidado para no ofender a los clientes… no le pregunté nada. Pero creo que su abuela habla como un marinero –contestó, mirando alrededor como para comprobar que nadie podía oírlos–. La mía también era así. Decía cada barbaridad…
Travis no dudaba que la abuela de Elvin hubiera dicho tacos a todas horas, pero esa información no lo ayudaba nada.
–La próxima vez, entérate de algo más, hombre.
Afortunadamente, Max no estaba allí. Su hermano había dejado claro desde el principio que Elvin era asunto suyo, pero, claro, como cualquier hermano, disfrutaba señalando los problemas que creaba una contratación hecha con las hormonas.
–No se me da bien sacarle información a la gente. Además, ¿qué podía preguntarle?
–Somos investigadores privados, Elvin. Buscar información es precisamente nuestro trabajo.
–A mí me parece un poco grosero.
Antes de que Travis pudiera contestar, y tenía muchas cosas en la punta de la lengua, sonó el timbre de la oficina. Elvin fue a abrir la puerta y él se quedó esperando. Dos minutos después, como «El Favor» no daba señales de vida, salió al vestíbulo.
Elvin estaba mirando a la clienta con cara de cordero degollado. Ah, muy profesional, mirar a las clientas con ojitos tiernos.
Pero cuando se fijó en la clienta, Travis tuvo que tragar saliva. Sí, la cara de cordero degollado estaba justificada. Porque la mujer que estaba sentada en la recepción era una morena alta y preciosa, la clase de mujer que acude a un detective privado en las películas, pero nunca en la vida real.
Ella sonrió y Travis sintió que toda la sangre se le iba hacia los bajos. Y luego, cuando se acercó a él, con ese movimiento de caderas…
Cielos.
–Hola –lo saludó, con una voz tan seductora como su rostro.
Travis se percató de que tenía los ojos negros. Negros como la noche. La clase de ojos en los que un hombre podría ahogarse.
–¿Se encuentra bien? –preguntó ella, sin dejar de sonreír.
Travis intentó salir de su estupor. Debía de haber puesto la misma cara de idiota que Elvin.
–Sí, claro. Soy Travis Walker –dijo, ofreciéndole su mano.
–¿Y yo quién soy?
«Vaya, hombre». «Para una vez que entra una clienta guapa en la oficina, tiene que ser una loca».
–¿Mi hada madrina? –intentó bromear.
Ella dejó de sonreír. ¿Por qué? ¿La conocía?, se preguntó entonces. Debía de conocerla de algo. Pero no había salido con ella, eso seguro. Si hubiera salido con ella, se acordaría.
El ADN de un hombre no olvida ciertas cosas.
–Soy Danielle. Danielle Karlinski –dijo ella entonces, con su voz aterciopelada–. Dani.
–¡Gypsy! –exclamó Travis.
Ella soltó una carcajada.
–Ahora me llaman Dani, Matador.
–¿Matador? –exclamó Elvin–. ¿Por qué te llama Matador, Travis?
Hacía años que nadie lo llamaba así.
–Es un mote del instituto.
Había querido dejarlo ahí, pero olvidaba que a Gypsy la divertía mucho el asunto.
–En el instituto, todos los de la pandilla teníamos un mote. A mí llamaban Gypsy porque tenía el pelo y los ojos negros…
–No, no era por eso –la interrumpió Travis–. Te llamábamos así porque tu abuela nos dijo que tu familia era gitana.
–¡Pero no era verdad! Sólo una pandilla de tontos como vosotros podría haberse creído eso. Mi padre se dedicaba a los seguros y mi abuelo tenía una ferretería. De gitanos nada.
Travis sonrió. Se alegraba mucho de verla. Pero había cambiado tanto en esos años. En el instituto era una cría flacucha, con gafas.
Ya no. Ahora era preciosa. Alta, con curvas generosas, sexy… una fantasía de mujer.
–Oye, Matador –rió ella entonces–. Vuelve a la tierra.
–Estás muy guapa. Has cambiado mucho.
–Ah, gracias. Yo podría decir que tú también has cambiado, pero no es verdad. Sigues intentando ligar con todo lo que se te pone delante, ¿eh?
–Eso no es verdad –protestó Travis. Bueno, sí era verdad. Le gustaba ligar con todo lo que se le ponía por delante. Todo lo que le interesaba, claro.
–Admítelo, Travis. Eres un seductor.
Él iba a protestar de nuevo, pero decidió no hacerlo.
–Ya sé que en el instituto era un poco loco, pero he cambiado.
–¿Ah, sí?
–Lo digo en serio, estás guapísima. Y no sólo por fuera. Seguro que sigues siendo tan dulce como cuando estábamos en el instituto.
Dani le regaló una sonrisa tierna y Travis tuvo que contenerse para no hacer un bailecito de victoria. Sabía que no podría resistirse…
–No me lo puedo creer –rió ella entonces–. ¿Les dices esas cosas a las mujeres?
–¿Qué cosas?
–Travis, cariño, las mujeres siempre saben cuándo un hombre está mintiendo para conseguir algo. Como abogado, me dedico a estudiar a la gente y siento decirte que cuando uno miente es porque no confía en sí mismo. Deberías buscar ayuda profesional.
Travis se quedó boquiabierto.
–Gracias por tu preocupación, pero me las arreglaré –consiguió decir.
Dani lo miró como las mujeres miran a un cachorro.
–Bueno, pero recuerda: no debe avergonzarte reconocer que tienes un problema.
Como Elvin estaba pendiente de cada palabra, Travis decidió proseguir la conversación en su oficina.
–Tu preocupación me abruma.
Ella soltó una carcajada. Curioso, se le había olvidado cuánto se reían en el instituto. Pero ahora, viendo a Gypsy de nuevo, debía admitir que habían sido unos años fantásticos.
–No me has dicho por qué lo llamabais Matador –dijo Elvin entonces.
–Porque ligaba con todo lo que llevase faldas. Las chicas del instituto estaban locas por él –contestó Dani–. Con una mirada las dejaba K.O.
–No es verdad –protestó Travis–. Es que yo había vivido en muchos sitios, siendo hijo de militar, y era más sofisticado que vosotros. Era fácil impresionar a las chicas.
Dani sonrió. Una sonrisa suave, tentadora.
Una sonrisa muy sexy.
Desde luego, se había convertido en una mujer de bandera.
–¿Travis, un seductor? ¿Travis las tenía locas a todas? –rió Elvin, incrédulo.
Eso lo devolvió a la realidad. Estaba a punto de decirle que sí, que en el instituto tenía locas a todas las chicas… No, mejor no. Si lo hiciera, quedaría como un crío.
–Ven, vamos a mi despacho. Explícame qué es esa historia de tu abuela.
Cuando Dani pasó a su lado, Travis respiró su perfume… un perfume tan sensual como todo en ella.
Y, de nuevo, sus hormonas se volvieron locas. Para controlarse, miró a Elvin. Y, como esperaba, verlo prácticamente babeando hizo que se le pasara el mareo.
–¿No tienes nada que hacer?
–Sí, claro. Pero esto es más interesante –contestó él–. ¿Tú qué crees que pasa con su abuela? –preguntó luego, en voz baja.
–¡Travis, entra de una vez y te lo contaré! –gritó Dani desde el despacho.
–Luego me lo cuentas –dijo Elvin en voz baja.
–Ponte a trabajar, anda.
Cuando iba a cerrar la puerta de su despacho, Travis se percató de que Elvin estaba muy ocupado… con un juego de ordenador.
–Ese crío –murmuró.
–Seguramente para él eres una figura paterna –dijo Dani.
–¿Ésa es tu opinión como estudiante del comportamiento humano? –bromeó él.
–Pues sí. Es un chico muy joven y quiere impresionarte.
En ese momento, Elvin empezó a cantar la cancioncilla de un anuncio de televisión. Un anuncio de una tienda de juguetes. Y cantaba bien alto, con mucho entusiasmo. Travis levantó una ceja.
–¿Quiere impresionarme?
–A lo mejor necesita tiempo.
–Sí, unos doscientos años.
Dani rió de nuevo.
–Me alegro muchísimo de verte.
Y entonces hizo lo que Travis esperaba que hiciera desde que entró en su oficina.
Le dio un abrazo.
Dani estaba contenta de haber ido a ver a Travis. Sabía que él podría ayudarla y se alegraba mucho de verlo. Además, estar con él le daba cierta tranquilidad. Y tranquilidad era precisamente lo que le faltaba. Entre el nuevo puesto de trabajo en el bufete de Nueva York, su familia…
Pero Travis le recordaba los buenos tiempos, así que lo abrazó con fuerza.
–Hola, amigo.
Él la abrazó también. Estar en sus brazos la hacía sentirse segura y… algo
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