Unas Navidades Fuera De Lo Normal
Por Josh Langston
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La época de la Navidad significa una variedad de cosas para muchas personas. Unas Navidades fuera de lo normal lleva este concepto más lejos aún y construye una representación verdaderamente no convencional desde algunas perspectivas extraordinarias. El libro es apropiado para todos, con la excepción de los niños muy pequeños. Seguramente hay por lo menos un cuento de esta colección que merece ser contado una y otra vez durante muchas Navidades por venir.
El exitoso y premiado autor Josh Langston dedica sus grandes talentos a la realización de esta colección de cuentos cortos sobre la época navideña. Pero, a pesar de que toman lugar durante la Navidad, no quiere decir que las historias no producirán sonrisas durante todo el año.
Josh Langston
Josh Langston écrit des livres qui agacent, qui amusent, qui éduquent, mais par-dessus tout, qui divertissent. Son but est d'écrire le genre de livres que les gens auront envie de lire et de relire. Il puise régulièrement dans les périodes peu connues, mais toujours fascinantes, de l'Histoire. Ses intrigues sont complexes, multiples et élaborées avec humour et suspense ; ses personnages sont rarement prévisibles, et même ses méchants sont souvent attachants et diaboliques à la fois. Les lecteurs de Langston se satisfont rarement d'un seul de ses livres, qu'il fasse ou non partie d'une série. Il est fier de ses racines dans le Sud des États-Unis, ce qui se reflète souvent dans ses personnages ou ses choix de décor. Quand il n'écrit pas, il enseigne, alimente son blog ou aide sa merveilleuse épouse à s'occuper de leurs petits-enfants exceptionnels.
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Unas Navidades Fuera De Lo Normal - Josh Langston
año
La época de regalos
«Lo invisible y lo inexistente se parecen mucho». ~Delo McKown
––––––––
—Se han ido —dijo la señora Binderburg. Puso una bandeja con galletas encima de la mesa de la cocina y se dejó caer en una silla con respaldo alto. Ella se quedó mirando las galletas durante un tiempo, y entonces sacó unos pañuelos de papel enrollados del bolsillo de la bata y se sonó la nariz tan fuertemente que parecía un ganso.
—¿Estás segura? —le preguntó el señor Binderburg cuando ella terminó.
Ella miró por la ventana el gran tocón que era lo único que quedaba del abeto de 100 años que daba sombra a su casa. La gente del Centro Rockefeller les había dado una buena cantidad de dinero el día anterior y se lo había llevado a la ciudad.
—No han tocado las galletas, así que estoy segura de que se han ido —dijo ella.
El señor Binderburg agachó la cabeza y puso sus manos arrugadas alrededor de su taza de café, mientras una lágrima se deslizó por su mejilla.
—Después de todos estos años —dijo. Levantó la cabeza, posó suavemente su mano encima de la de la señora Binderburg y sonrió.
—Gracias a Dios —declaró el señor Binderburg.
~*~
Tony Paschetti estaba en estado de shock y miró para abajo desde el andamiaje que rodeaba al gran árbol de Navidad en el Centro Rockefeller. Él agarró el pasamano y miró fijamente la escena en la pista de hielo abajo, donde un hombre corpulento estaba extendido boca arriba, los brazos y piernas se movían casi imperceptiblemente. Tony no había visto caer el adorno, pero sí había oído la conmoción desde abajo y temía lo peor. El hombre herido parecía un blanco sobre el hielo, rodeado por un círculo interior del adorno destrozado y un círculo exterior de espectadores interesados.
Unos momentos más tarde el capataz del trabajo, Abe Joli, llegó a su lado.
—¡Por Dios, Tony! ¿Cómo pasó esto? No me digas que no usaste las cerraduras para colgar los adornos.
—Por supuesto que las usé —dijo Tony—. ¿Crees que soy tonto? No quiero matar a nadie.
Él miró hacia el andamiaje y a la lona colorida que cubría alegremente al árbol enorme mientras lo decoraban.
—Alguien tendría que haberlo tirado —dijo—. No hay manera en que un adorno se pueda haber escabullido por la lona.
Los dos trabajadores miraban mientras tres paramédicos se metían en la muchedumbre para llegar al hombre abatido.
Abe metió las manos bruscamente en los bolsillos de sus pantalones de trabajo.
—No me parece que esto saldrá a tu favor, Tony. Digo, ¿qué va a pensar el policía de esto? Eres la única persona que está trabajando a este lado del árbol —Sacudió la cabeza:
—Por el bien tuyo, espero que no conozcas al pobre tipo tirado en el hielo.
~*~
La agente de policía, sargento Mona Deevers, apretó su abrigo alrededor del cuello y miró hacia la pista de hielo abandonada desde el lado de la plaza del Centro Rockefeller. Las decoraciones eran magníficas, como siempre. Los colores brillantes de los numerosos soldados gigantes de juguete hechos de fibra de vidrio añadían una apariencia festiva a las banderas estatales al otro lado. El Centro Rockefeller tenía todo, excepto personas.
—Será Navidad dentro de unos días. Este lugar debe estar repleto de gente. Esto parece tan alegre aquí como un velatorio —Tuvo un escalofrío.
Su colega Bailey, un policía uniformado que había estado presente durante dos de los últimos cuatro accidentes relacionados al árbol, asintió con la cabeza.
—Sí, parece, pero es más como un cementerio. Si me pregunta a mí, diría que el árbol está embrujado.
—No me digas que crees en esa teoría —sonrió Deevers.
Él encogió los hombros.
—Hemos tenido a un policía estacionado alrededor del árbol desde el segundo accidente. No hay ninguna manera que alguien entrara, subiera al árbol y tirara unos adornos. Pero, lo hicieron. Le dieron con la máquina de hielo dos veces y después el conductor se negó a volver a salir.
—Yo apuesto a que es el viento —dijo Deevers—. Tiene que ser. Apuesto a que hay un edificio nuevo o algo por el estilo que causó el viento a portarse de una manera diferente.
—Hablé con uno de los hombres que decora el árbol cada año —dijo Bailey—. Según él, no hay ningún modo que un adorno podría desprenderse solo. De hecho están colocados con cerraduras a las ramas.
Al darse vuelta para mirar a Bailey, Deevers notó un cambio en las sombras detrás de ella.
—¡Cuidado! —gritó en el momento que uno de los soldados gigantes de juguete se cayó unos pocos centímetros de ellos. Deevers miró alrededor desde el suelo a las aceras abandonadas. Hasta la tienda de Metropolitan Art Museum había cerrado temprano por falta de clientes.
—¿Vio a alguien? —preguntó ella.
Bailey negó con la cabeza.
—Yo le dije que el lugar estaba embrujado. ¿Ahora me cree?
~*~
La señora Binderburg le sirvió una segunda taza de café a su esposo y se sirvió otro pastel, uno de los muchos postres maravillosos que ella cocinaba con frecuencia. Y tenía unos premios de la feria agrícola local para probarlo.
El señor B dejó el periódico sobre la mesa y lanzó un suspiro profundo.
—Sabes que ellos están en la ciudad, ¿no?
—Sí. Esto suponía —asintió ella.
—Debemos hacer algo —Bebió un sorbo de café.
—¿Pero por qué? Estuvieron con nosotros por muchos años. Ahora debe haber otra persona que acepte la responsabilidad.
—Pero no hay nadie que los entienda como nosotros.
La señora B limpió gentilmente la boca con su servilleta. A veces el caramelo del pastel se le pegaba a los pelitos de su labio superior. Todavía no sabía cómo remediarlo.
—Yo nunca dije que los entendía.
—Pues, yo tampoco, pero hemos tratado con ellos durante más tiempo que cualquier otro. Eso debe servir para algo.
—Cuenta que ya no están más con nosotros. Hemos ganado nuestras fiestas. Deja que la gente de la ciudad gane las suyas —dijo ella enfáticamente.
~*~
—¿Quién se ha muerto aquí? —preguntó Deevers al salir de su coche policial sin identificación y se acercó al policía uniformado que había denunciado el vandalismo.
—Muy divertido —dijo el policía—. Yo estaba parado aquí cuando ocurrió. Una por una, las banderas se bajaron hasta la mitad de las astas y se pararon allí.
Bailey metió las manos en los bolsillos de su abrigo azul.
—No vi a nadie. Personas pasan por aquí con frecuencia, pero no permanecen mucho tiempo. Es demasiado peligroso.
Deevers miró alrededor y vio los soldados de juguete derribados y los adornos de Navidad rotos. La cinta amarilla de la investigación policial se mezclaba con los banderines, guirnaldas y cintas festivas. A pesar de los colores, el