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Cuentos fantásticos y asombrosos
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Libro electrónico177 páginas2 horas

Cuentos fantásticos y asombrosos

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"Cuentos fantásticos y asombrosos" es una colección electrizante de tres cuentos que sumergen al lector en un torbellino de suspenso y misterio. Cada historia, aunque distinta en trama y escenario, está entrelazada por un intrincado juego de secretos, peligros y descubrimientos asombrosos que mantendrán a los lectores al borde de sus asientos. Desde el angustiante secuestro de un avión en el cielo de Malasia hasta una inquietante historia de amor con una inteligencia artificial, y finalmente, una peregrinación mítica de hombres lobo hacia el reino escondido de Shambhala, este libro promete una experiencia inolvidable

"Cuentos fantásticos y asombrosos" ofrece algo para todos los amantes del suspenso y el misterio. Cada cuento está cuidadosamente elaborado para captar la atención desde la primera página, manteniendo un ritmo que atrapa y deleita. Los personajes son profundos y complejos, lo que permite a los lectores conectar emocionalmente con ellos mientras se enfrentan a desafíos extraordinarios. La variedad de escenarios y tramas asegura que cada historia sea una aventura única, rica en detalles y sorprendente en su desarrollo. Esta colección no solo entretiene, sino que también invita a reflexionar sobre la naturaleza humana, nuestras obsesiones y las leyendas que nos fascinan.

IdiomaEspañol
EditorialJuan Speciale
Fecha de lanzamiento5 jun 2024
ISBN9798227935007
Cuentos fantásticos y asombrosos

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    Cuentos fantásticos y asombrosos - Juan Speciale

    1. La desaparición del avión malasia 777

    2. Amor cibernético

    3. El séptimo hijo varón: el lobizón

    La desaparición de avión Malasia 777

    El aire de Kuala Lumpur estaba cargado de humedad, y el bullicio de la ciudad envolvía sus misteriosas calles, como si cada rincón estuviera impregnado de historias por descubrir.

    Entre el maremágnum de luces y sonidos, se cruzaron los destinos de Alex, un joven ingeniero aeronáutico español, con pasión por los misterios del universo, y Yao Wu, una azafata de vuelo de belleza enigmática, que estaba de vacaciones.

    El destino tejía sus hilos invisibles cuando sus miradas se encontraron en aquel bar nocturno. Alex, con su porte sereno y una chispa de curiosidad en los ojos, invitó un trago a Yao Wu, al verse atraído hacia ella como una polilla hacia la luz. La joven china, con su sonrisa cálida y un brillo de misterio en su mirada, aceptó la copa en la barra del bar.

    El encuentro, fue como el preludio de una sinfonía desconocida, donde cada nota resonaba con la promesa de un destino compartido. En cada palabra, en cada gesto, se fraguaba una conexión que trascendía las barreras del tiempo y del espacio.

    La noche siguiente volvieron a encontrarse en el mismo lugar, y el encuentro se deslizó entre risas y confidencias, y cuando las luces del bar se apagaron, Alex no pudo evitar invitar a Yao Wu a su mundo, a su refugio en medio de la jungla urbana. Con la complicidad del destino, ambos compartieron el resto de los días, explorando los misterios de la ciudad y los misterios que habitaban en el corazón del otro.

    El vínculo entre Alex y Yao Wu floreció en medio de las luces titilantes y los susurros de la noche en Kuala Lumpur, pero como todas las cosas en la vida, su encuentro estaba destinado a llegar a su fin, al menos momentáneamente, ya que Yao Wu debía regresar a su tierra natal, llevándose consigo la promesa incierta de un reencuentro futuro.

    El aroma a jazmín y té verde impregnaba la sala de despedida del aeropuerto, mientras Yao Wu, la azafata china de ojos rasgados y sonrisa enigmática, se despedía de Alex con un fuerte abrazo y un beso. Sus miradas se cruzaron, cargadas de una mezcla de nostalgia y anhelo por el futuro.

    —Te veré en Pekín en cinco meses, Alex —susurró ella con voz melodiosa, dejando escapar un leve suspiro—. No olvides tu promesa.

    Alex asintió, con un nudo en la garganta que no le permitía hablar. La imagen de Yao Wu, con su uniforme azul marino y su impecable moño negro, se grabó a fuego en su memoria mientras ella se alejaba por el pasillo, dejando un vacío en el corazón del joven ingeniero aeronáutico.

    Mientras observaba el avión despegar, una sensación de inquietud se apoderó de Alex. Un presentimiento que se agitaba en lo más profundo de su ser, como un eco de advertencia en el viento. Recordó entonces lo que él llamaba la maldición de su familia: una sombra oscura que se cernía sobre ellos, envolviendo sus vidas en un velo de tragedia.

    La maldición de la familia. Esa frase resonaba en su mente como un mantra macabro. Su madre, arrebatada de su vida en un accidente de aviación cuando él apenas tenía doce años. Su padre, un piloto militar condecorado, víctima de un misterioso accidente de aviación tres años después. La sombra de la tragedia se cernía sobre los Márquez como una nube negra, empañando su presente y futuro.

    Hijo único y huérfano a una edad temprana, Alex encontró refugio en el hogar de su tía materna, quien lo acogió con cariño y comprensión. Su pasión por la aviación, nacida de la fascinación por las historias de su padre, se convirtió en su refugio, en su motor de vida. Estudió ingeniería aeronáutica con la esperanza de contribuir a la seguridad aérea, de evitar que otras familias sufrieran el dolor que él había conocido.

    A pesar de su exitosa carrera y su profundo conocimiento técnico, el miedo a volar siempre lo acompañaba como un espectro cada vez que subía a un avión. Una garra invisible que lo asaltaba antes de cada despegue, una nube de incertidumbre que teñía de amargura su pasión por las alturas. Alex, un ingeniero aeronáutico de reconocido prestigio, se enfrentaba a una ironía cruel: su vida profesional giraba en torno a los aviones, pero cada viaje en uno de ellos se convertía en una batalla interna contra el miedo.

    Durante las semanas siguientes, Alex se encontró inmerso en un curso de capacitación para implementar un nuevo sistema de seguridad en los aviones de la multinacional donde laboraba, después de ser seleccionado entre numerosos ingenieros que también deseaban participar del curso. Su mente, siempre ávida de conocimiento, se nutría de cada detalle sobre los dispositivos electrónicos de transmisión electromagnética que serían el núcleo del nuevo sistema. Estos dispositivos, capaces de comunicarse con satélites en órbita durante todo el vuelo, prometían una revolución en la seguridad aérea, transmitiendo la ubicación del avión en tiempo real, incluso en caso de fallo de los motores, con una duración de meses para poder ser localizados en caso de accidentes.

    Su mente, una amalgama de datos y algoritmos, se debatía entre la fascinación por el nuevo sistema de seguridad, y la inquietud que le provocaba. Los dispositivos electrónicos de transmisión electromagnética, capaces de convertir cada vuelo en un libro abierto, eran una revolución tecnológica.

    Alex absorbía cada detalle del curso como una esponja. Su intelecto agudo y meticuloso le daba una ventaja sobre los demás participantes. No solo dominaba la teoría, sino que también se destacaba en la práctica, configurando los dispositivos con una precisión milimétrica. Incluso, a menudo se quedaba hasta tarde en el laboratorio, absorbiendo cada detalle de la tecnología, como si de un código secreto se tratara.

    A pesar de las adversidades que se interponía en su camino, nunca dejaba de mantener un contacto constante con su amada Yao Wu. Cada día, ya fuera a través de mensajes de texto o llamadas, buscaba reconfortarse en su voz y en las palabras que intercambiaban. En cada mensaje, en cada palabra susurrada al teléfono, hallaban refugio el uno en el otro. Cada conversación era un bálsamo para sus almas, un recordatorio de que, aunque el destino pareciera empeñado en separarlos, su amor era más fuerte que cualquier obstáculo.

    Bajo la luz mortecina de la lámpara, Alex escudriñaba los planos del nuevo sistema. Los datos flotaban ante sus ojos, pero algo no encajaba. Una anomalía, diminuta pero palpable, se deslizaba entre los algoritmos, escapando a la atención de los demás participantes del curso. Un error de programación, apenas perceptible para muchos, pero que para él resonaba como una alarma estridente en la oscuridad.

    El silencio de la noche solo era perturbado por el tecleo frenético de Alex sobre su teclado. Sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño, se fijaban con avidez en la pantalla del ordenador. Un pequeño error en la programación del nuevo sistema de seguridad en los aviones, había pasado desapercibido para el resto del equipo, pero no para él. Su instinto de ingeniero, perfeccionado a lo largo de años de experiencia, le había alertado de inmediato de la potencial catástrofe que podía desencadenar esa ínfima anomalía.

    Las horas se convirtieron en días y la obsesión por el trabajo se apoderó de Alex. Apenas comía o dormía, y su apartamento se convirtió en un búnker caótico de papeles, cables y herramientas. Su única compañía era la taza de café frío sobre su escritorio. La responsabilidad que pesaba sobre sus hombros era enorme: un fallo en el sistema de seguridad podría poner en riesgo la vida de miles de personas.

    Finalmente, después de días de trabajo incesante, Alex logró identificar la causa del error. Sin embargo, la solución no era sencilla. Se enfrentaba a un problema complejo que requería la colaboración de otros expertos. A regañadientes, y con la amargura de no haber podido resolverlo por sí mismo, decidió convocar a una reunión con los mejores ingenieros del equipo.

    La sala de juntas se convirtió en un hervidero de ideas y soluciones. Durante días, los ingenieros discutieron, analizaron y propusieron diferentes alternativas. La tensión era palpable, pero también la camaradería y el deseo compartido de encontrar una solución. Finalmente, después de una ardua batalla intelectual, el equipo logró dar con la clave. El error fue corregido y el peligro, conjurado.

    Alex respiró hondo, sintiendo una mezcla de alivio y agotamiento. Su trabajo había sido fundamental para evitar una tragedia, y eso le llenaba de orgullo. Sin embargo, en las entrañas de la corporación, una tarea de vital importancia se vislumbraba entre las sombras de la intriga. El chip original, portador de secretos invaluables, debía emprender un viaje peligroso hacia la central de la empresa en Pekín. Entre susurros de codicia y amenazas veladas, se gestaba una misión que trascendía los límites de la confianza.

    Alex, emergió como el elegido para llevar a cabo esta tarea arriesgada. Su papel, aunque inicialmente reconocido por descubrir el error que desencadenó la urgencia de la misión, podría tornarse en una trampa mortal, tejida con hilos de traición y ambición desmedida.

    Pero la noticia lo llenó de una alegría inmensa. Este viaje no solo significaba para él, un reconocimiento a su labor, sino también la oportunidad de reencontrarse con Yao Wu, su amada, a quien no veía desde hacía meses. La perspectiva de volver a verla le daba fuerzas para afrontar el viaje que le esperaba.

    El viaje a Pekín se alzaba como un peregrinaje a través del tiempo, un regreso a los días donde el amor había florecido en él y aún ardía con intensidad, y para cumplir la promesa que había hecho. Era más que una simple travesía, era una oportunidad para redimir los errores de su juventud, y para sumergirse en los brazos de Yao Wu, cuya imagen había permanecido grabada en lo más profundo de su ser.

    El vuelo hacia la capital china se presentaba como un desafío, no solo por la incertidumbre que rodeaba el transporte del chip de seguridad, sino también por los demonios personales que acechaban en las sombras de su mente.

    Las horas previas al vuelo se convertían en una tortura para Alex. Los nervios se intensificaban, mezclados con la emoción de volver a ver a Yao Wu. El temor a volar se sumaba al peligro de transportar un objeto tan valioso y codiciado. Su mente era un torbellino de emociones encontradas, un cúmulo de sensaciones que lo mantenían en un estado de tensión constante.

    Alex comprendía el peso de su responsabilidad, sabía que la encriptación de ese dispositivo era la joya de la corona de su empresa, un tesoro codiciado por competidores y espías. La tensión se aferraba a él como una sombra persistente, mientras la urgencia de su misión chocaba de frente con el temor a lo desconocido.

    La responsabilidad y el peligro se entremezclaban con la nostalgia y la esperanza. Sabía que transportar el chip de seguridad de transmisión electromagnética para aviones era una misión crucial. Un secreto de tal magnitud que podría cambiar el curso de la industria aeronáutica, codiciado por empresas rivales que no dudarían en recurrir a cualquier artimaña para obtenerlo.

    El tic-tac del reloj parecía un eco interminable en la sala de espera del aeropuerto, marcando los minutos que precedían al vuelo con una lentitud agónica. Cada segundo que pasaba, el nudo en su estómago se apretaba un poco más, recordándole la fragilidad de su situación. A pesar de la confianza depositada por su empresa en su discreción y habilidades, la paranoia acechaba en los rincones de su mente, alimentando sus dudas y temores.

    Pero entre la ansiedad y el miedo, también había espacio para la esperanza. La promesa de reunirse con Yao Wu, de perderse en sus ojos oscuros y encontrar refugio en sus brazos, era un faro en la oscuridad que lo impulsaba hacia adelante. En medio de la incertidumbre y el peligro, el amor era su ancla, la fuerza que lo mantenía firme en su propósito.

    A pesar de la tempestad interior que lo azotaba, se aferraba a su férrea determinación. La misión, no solo un compromiso con la empresa, sino también un boleto hacia su propio futuro, lo llamaba con insistencia. Pekín, un destino que susurraba promesas de redención y un nuevo comienzo, lo esperaba con los brazos abiertos.

    Con el corazón palpitando al ritmo frenético de la aventura, donde los sueños se entrelazaban con la cruda realidad, tomó la decisión de adentrarse en las alturas, listo para enfrentar los desafíos que se vislumbraban en el horizonte de Pekín.

    Finalmente, llegó el momento de abordar. La voz metálica del altavoz en la sala de espera lo sacó de sus cavilaciones, anunciando el pase a la sala de embarque, y posteriormente,

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