"Sobre la vida de los antiguos hombres de este pueblo llamado Huarochirí": Voces, seres y lugares del Manuscrito
Por Celia Rubina y Carmela Zanelli
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"Sobre la vida de los antiguos hombres de este pueblo llamado Huarochirí" - Celia Rubina
Celia Rubina es profesora principal del Departamento de Comunicaciones de la PUCP. Es autora (con L. Kanashiro) de El Perú a través de sus discursos: Oralidad, textos e imágenes desde una perspectiva semiótica (2015).
Carmela Zanelli es profesora principal de Literatura del Departamento de Humanidades de la PUCP. Ha publicado diferentes estudios sobre literatura colonial andina, hispanoamericana y del Siglo de Oro español.
Colección Estudios Andinos 34
Dirigida por Marco Curatola Petrocchi
Sobre la vida de los antiguos hombres de este pueblo llamado Huarochirí
Voces, seres y lugares del Manuscrito
Celia Rubina y Carmela Zanelli, eds.
Sobre la vida de los antiguos hombres de este pueblo llamado Huarochirí
Voces, seres y lugares del Manuscrito
Celia Rubina y Carmela Zanelli, editoras
© Celia Rubina y Carmela Zanelli, 2024
De esta edición:
© Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2024
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe
www.pucp.edu.pe/publicaciones
© Instituto Francés de Estudios Andinos
UMIFRE 17 MEAE/CNRS UAR 3337 AMÉRICA LATINA
Jirón Batalla de Junín 314, Barranco, Lima, Perú
IFEA.direction@cnrs.fr
http://www.ifea.org.pe
Este libro corresponde al tomo 53 de la colección «Actes & Mémoires de l’Institut Français d’Études Andines» (ISSN 1816-1278)
Imagen de cubierta: Folio 106v. del Ms. 3169 (Manuscrito quechua de Huarochirí), Biblioteca Nacional, Madrid.
Cuidado de la edición, diseño de cubierta y diagramación de interiores: Fondo Editorial PUCP
Primera edición digital: marzo de 2024
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2024-00755
e-ISBN: 978-612-317-930-4
Índice
Presentación
Celia Rubina y Carmela Zanelli
I. En torno a la autoría del Manuscrito y la práctica escritural
Capítulo 1
El Manuscrito quechua de Huarochirí, obra literaria de autor anónimo
Gerald Taylor
Capítulo 2
Cristóbal Choquecasa, autor del Manuscrito de Huarochirí
Alan Durston
Capítulo 3
Soy persona de letras y que las profeso
Francisco de Ávila y la cultura libresca de su tiempo
Pedro M. Guibovich Pérez
II. Lengua, saberes y nombres del Manuscrito
Capítulo 4
¿En qué idioma se escribió el Manuscrito de Huarochirí ?
Gerald Taylor
Capítulo 5
Dioses y héroes de Huarochirí
Rodolfo Cerrón-Palomino
III. La acción de los héroes Personajes, tramas y motivos
Capítulo 6
Hacia la delimitación del ciclo mítico de Pariacaca en el Manuscrito de Huarochirí
Carmela Zanelli
Capítulo 7
Las tramas arquetípicas en el Manuscrito de Huarochirí
Carla Sagástegui Heredia
Capítulo 8
Variaciones sobre un tema etnoliterario El motivo «seducción» en el Manuscrito de Huarochirí
Enrique Ballón Aguirre
IV. Tiempo histórico y huellas materiales
Capítulo 9
Construyendo la provincia de Pariacaca Interacción y ritual en la organización de Huarochirí durante los periodos tardíos
Carla Hernández Garavito
Capítulo 10
Pasados presentes y pasados futuros Las revelaciones de las huacas de Huarochirí respecto de los Andes prehispánicos tardíos y coloniales
Zachary J. Chase
V. Aguas rituales y escrituras públicas en el Huarochirí de hoy
Capítulo 11
¿Quiénes son los hijos de Pariacaca? Agua y medio ambiente como base de la identidad cultural en Huarochirí
Sarah Bennison
Capítulo 12
Los actuales manuscritos de Huarochirí y la larga duración de los ayllus checas
Frank Salomon
L@s autor@s
Presentación
Celia Rubina
Pontificia Universidad Católica del Perú
Carmela Zanelli
Pontificia Universidad Católica del Perú
El Manuscrito de Huarochirí es, sin lugar a dudas, la fuente más importante sobre la cultura, historia y religión tanto de la época prehispánica como de la época colonial temprana en los Andes centrales. Se trata de un documento excepcional, que está íntegramente compuesto en quechua y que ha sido elaborado de un modo amplio que escapa a los moldes cotidianos que tendría una carta o cualquier manuscrito mundano propio de la administración colonial. Paradójicamente, este documento no tiene título, ni está firmado; aspectos que determinaron que no se supiera de él durante siglos.
El Manuscrito de Huarochirí fue encuadernado junto a otros papeles coloniales igualmente valiosos. En un mismo volumen de la Biblioteca Nacional de Madrid se encuentran, además del Manuscrito, un resumen de los Comentarios reales, la crónica de Juan de Santa Cruz Pachacuti, la relación de Cristóbal de Molina y el Tratado de los errores y falsos dioses de Francisco de Ávila, a quien pertenecía todo este conjunto variado de textos coloniales sobre la historia, cultura y religión andinas. A partir de las características de la escritura y los contenidos del Manuscrito de Huarochirí, podemos afirmar que quien lo escribió fue un indio instruido que se confiesa cristiano y que mantiene una relación de respeto por la cultura huarochirana de sus ancestros, lo que le permite referirse a las antiguas divinidades sin denigrarlas.
Estas circunstancias nos enfrentan a dos enigmas: determinar quién pudo ser el autor del Manuscrito y saber si el propietario de todo el conjunto fue quien lo encargó. Es necesario imaginar las condiciones de trabajo de un indio letrado y el lugar que ocupaba en el ámbito de la sociedad colonial: el dominio de la escritura lo predisponía para ocupar diversos cargos de la administración, el gobierno civil y eclesiástico del virreinato, como los de escribano, cantor y sacristán que estaban reservados para los indios.
El quechua en el que está compuesto el Manuscrito es la lengua general colonial. Esta lengua fue fijada por el Tercer Concilio Limense (1582-1583) con propósitos catequéticos, eclesiásticos y administrativos. La lengua general colonial se basó en la variante quechua cuzqueña que fue normalizada fonética y, por ende, gráficamente con el fin de facilitar su uso para los hablantes de otros dialectos regionales. Al ser letrado, un indio en el siglo XVII tendría que haber dominado la lengua general colonial, que se había convertido en el vehículo de escritura en quechua. Quien se sentara a escribir, pluma en mano, tendría a su disposición todas las herramientas y modelos diseñados para cumplir con la normalización de la escritura: vocabularios, gramáticas, sermonarios, doctrinas, catecismos, entre otros. No se trataba, pues, de escribir en la lengua materna, tal como hoy podríamos concebir la escritura. Aunque no supiésemos su nombre, el posible autor indígena dejó explícito desde la primera página del Manuscrito su proyecto de escritura. Quiere poner por escrito las antiguas historias de los huarochiranos, para «hacerlas visibles» de esta manera. Su opción no fue ni por su lengua materna (que probablemente pertenecía a la familia aru o aimara), ni por el castellano, sino por el quechua fijado como lengua general colonial.
Acerca del propietario del Manuscrito, Francisco de Ávila, podemos afirmar que fue un sacerdote jesuita muy interesado en la historiografía andina. Durante la época en que Ávila se desenvolvía como cura doctrinero de Huarochirí, fue objeto de acusaciones de diversa índole entabladas por los curacas de la zona. Para defenderse de estas demandas, Ávila impulsó pesquisas sobre las creencias y espacios de culto paganos. Debido a ello, Ávila ganó fama y prestigio como extirpador de idolatrías, ámbito en el que se le llegó a considerar una autoridad.
Por otra parte, importa discutir la relación entre el autor indígena y el propietario del documento, quien también está involucrado en la génesis del mismo. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que hubo un diálogo entre el autor del documento y el doctrinero Ávila, quien parece buscar mayor precisión sobre los lugares donde sucedieron los hechos y expresar su preocupación por el orden o teogonía de las divinidades andinas. Las anotaciones y preguntas del doctrinero en los márgenes del Manuscrito dan cuenta de esto.
Si bien el Manuscrito quechua es una obra culminada —a decir por sus 31 capítulos y 2 suplementos— no existe evidencia de que el documento circulara ni fuera conocido durante la época colonial. Una vez que Ávila supo aprovechar la información recabada en el Manuscrito para enfrentar las denuncias de los curacas en su contra, abandonó la escritura que había emprendido sobre las mismas tradiciones orales en un documento titulado Tratado y relación de los errores, falsos dioses y otras supersticiones y ritos diabólicos en que vivían antiguamente los indios de las provincias de Huaracherí, Mama y Chaclla y hoy también viven engañados con gran perdición de sus almas. No quedan del todo esclarecidas las razones por las cuales el Manuscrito, lamentablemente, desapareció durante al menos dos siglos.
Hay que esperar hasta fines del siglo XIX para encontrar noticias sobre Francisco de Ávila, gracias a las pesquisas de Marcos Jiménez de la Espada (1831-1898), gran estudioso de las antiguallas y la religión autóctona, quien menciona al personaje en sus Tres relaciones de antigüedades peruanas (1879). Por otro lado, la primera traducción del Manuscrito en una lengua europea se debe al etnólogo alemán Hermann Trimborn (1939) e incluso existe una traducción al latín de Hipólito Galante (1942) que habría sido parcialmente traducida al castellano.
La primera traducción parcial del Manuscrito al castellano se debe atribuir al intelectual arequipeño Manuel Toribio Mexía Xesspe (1941-1943), cuyo trabajo al no ser publicado, no tuvo mayor impacto. La traducción integral que realizara José María Arguedas, en 1966, fue crucial para poner en el mapa un texto fundacional como este. El Manuscrito entra en el corpus literario peruano gracias al prestigio de Arguedas, quien populariza la figura de los zorros, en su famosa novela, titulada justamente El zorro de arriba y el zorro de abajo, desgarrador testimonio póstumo que recoge el mencionado tópico. La traducción fue publicada por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) e incluía una contextualización histórica a cargo de Pierre Duviols. Luego se publicaría esta bajo el sello de Siglo XXI, con lo que logró todavía una mayor difusión. Tanto Arguedas como Duviols comentaron las dificultades lingüísticas que enfrentaron al toparse con el Manuscrito, cuya variante colonial les era ajena en algunos aspectos.
La naturaleza textual del Manuscrito puede entenderse mejor considerando la complejidad lingüística de Huarochirí en la época colonial, que podía definirse como «una zona de contacto de lenguas» de la familia aru o aimara y de las distintas variantes del quechua. De ese modo aflora en el Manuscrito —fundamentalmente en el nivel léxico— el sustrato aru que sería la lengua materna del autor, de acuerdo con Gerald Taylor (1987). Es de considerar que en este texto —íntegramente escrito en quechua— también aparece el superestrato castellano en el léxico religioso propio de la doctrina huarochirana.
Ante la complejidad lingüística que acabamos de reseñar, la traducción al castellano hecha por Gerald Taylor es un hito. La primera vez que el investigador tuvo conocimiento de la existencia del documento quechua fue en 1965. Este fue el punto de partida de un largo proceso de estudio de lenguas andinas, trabajo etnográfico en la zona, familiarización con la historiografía y la lingüística colonial que condujo a la primera traducción integral del Manuscrito a la lengua francesa (1980). Taylor siguió profundizando sus investigaciones sobre documentos coloniales de diversa índole, contemporáneos del Manuscrito y ampliando su dominio de las lenguas andinas. Gracias a ello, en 1987, el investigador pudo ofrecer la primera traducción castellana con sustento filológico y científico, que permitió acercar el documento tanto a especialistas como a cualquier persona interesada en el tema. El impacto científico que produjo la edición castellana de Taylor se evidencia en un sinnúmero de estudios que la citan o la ponen de referencia.
En esa misma línea, debemos destacar los artículos que Taylor ha publicado sobre diversos aspectos de la lengua del Manuscrito, especialmente aquellos dedicados a conceptos indispensables de la cosmovisión y religiones andinas: «Camay, camac y camasca» (1974) y «Supay» (1980).
En los años venideros, se hicieron traducciones a diferentes lenguas, como la versión inglesa de Frank Salomon y George L. Urioste (1991), deudora de la traducción de Taylor. Cabe remarcar que algunas de las traducciones, en otras lenguas europeas, se hicieron sobre la base de la versión castellana de Arguedas, como la versión polaca de Jan Szemiński (1985). Además, existe una traducción al holandés del lingüista y estudioso del quechua Willem Adelaar (1988). También tenemos noticia de una traducción al ruso editada en 2018 en Moscú (https://www.directmedia.ru/book-483542-predanya-starinyi-glubokoy-provintsii-uarochiri/).
El libro que hoy ofrecemos contiene una variedad de contribuciones que reflejan el impacto que ha tenido en los últimos treinta años la edición de Taylor. Nuestra publicación se origina en el Simposio internacional «El Manuscrito de Huarochirí, circa 1608», del que recoge sus principales contribuciones. El evento realizado en setiembre de 2013 fue organizado por Marco Curatola Petrocchi, Juan Carlos Estenssoro y quienes escriben, y patrocinado por la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, el Departamento Académico de Comunicaciones y el Programa de Estudios Andinos de la Escuela de Posgrado de la Pontificia Universidad Católica del Perú y por el Instituto Francés de Estudios Andinos. Lo más valioso ha sido contar con el aporte de reconocidos especialistas en el Manuscrito, cuyo enfoque procede de disciplinas tan diversas como la antropología, la lingüística, el análisis textual y la historia, pero también la arqueología y la literatura.
Este volumen se inicia con tres trabajos (caps. 1-3) que abordan el tema de la génesis y autoría del Manuscrito. Si bien hace treinta años, Gerald Taylor planteaba un autor colectivo subrayando su dependencia de la tradición oral; aquí se inclina más bien por un «texto literario» unitario y coherente, fruto del trabajo individual de un autor que trasciende el reporte de un mero informante. Por su parte, Alan Durston también señala un único autor, pero en su caso el estudio de la caligrafía de distintos documentos coloniales lo lleva a identificar a Cristóbal Choquecaxa como autor del Manuscrito. Finalmente, Pedro Guibovich aborda una faceta poco conocida de Francisco de Ávila como intelectual y revela elementos de su formación académica e interés en diversas fuentes librescas.
En el segundo segmento (caps. 4 y 5) de este libro el Manuscrito es abordado desde su naturaleza lingüística. En primer lugar, Gerald Taylor, discute acerca de la «lengua general colonial», sus principales características y cómo se presenta esta en el Manuscrito. Siempre desde un punto de vista lingüístico, Rodolfo Cerrón hace un importante y crucial análisis etimológico de los nombres de los protagonistas del documento, especialmente los huacas y huillcas, es decir los dioses y héroes del Manuscrito de Huarochirí, aspecto clave que no había sido estudiado hasta el presente.
En la tercera parte (caps. 6-8), se encuentran tres trabajos que se abocan al análisis discursivo de las tramas míticas. Carmela Zanelli se encarga de trazar el ciclo mítico del huaca Pariacaca, figura protagónica del Manuscrito, mientras que Carla Sagástegui se ocupa de los arquetipos míticos. Finalmente, Enrique Ballón aborda, desde una perspectiva semiolingüística, el «motivo» de la seducción entre los personajes míticos, tema estudiado en cuatro episodios del documento.
La novedad del cuarto segmento (caps. 9 y 10) es la aproximación al Manuscrito quechua desde una perspectiva arqueológica, es decir tomar en cuenta el registro espacial y material de la región huarochirana. Por su parte, Carla Hernández estudia la organización del espacio ritual y propone identificar lugares aludidos en las acciones narradas. Mientras que Zachary Chase, analiza algunos relatos del documento en los que se «muestra el juego entre mito, huacas, paisaje y temporalidad», elementos clave para entender la organización de dichos espacios, incluso hasta la época colonial.
Finalmente, en la quinta y última parte (caps. 11 y 12), la perspectiva antropológica nos sitúa en la actualidad. Por un lado, Sarah Bennison aborda el tema del agua como eje determinante de la construcción identitaria de estos pueblos agrícolas y sus conflictos en relación con el control de cuencas hasta el día de hoy. Por otro lado, el relevante trabajo de Frank Salomon saca a la luz los cuadernos manuscritos, es decir, las relaciones actuales que todavía registran el quehacer cotidiano de los ayllus checas.
En este libro la mayor parte de los investigadores sigue las ediciones y traducciones del Manuscrito elaboradas por Taylor (1987, 1999), tal como se puede confirmar por las constantes referencias y citas a dichos estudios. En consecuencia, las grafías de los nombres propios —fundamentalmente topónimos y antropónimos— aparecen tal como los presenta la transcripción fonológica quechua propuesta por él. No obstante, las editoras hemos respetado la decisión de Carla Sagástegui de trabajar con la traducción de José María Arguedas (1966).
Es indispensable mencionar el valioso aporte de Juan Carlos Estenssoro en las etapas iniciales del proceso de edición del presente volumen. Su conocimiento histórico, social y religioso de la época, así como la perspectiva amplia de los distintos aspectos que confluyen en una aproximación interdisciplinaria del Manuscrito, fueron gravitantes y marcaron un derrotero que se hace evidente en el resultado final. Asimismo, no queremos dejar de señalar el apoyo que Juan Carlos Estenssoro le brindó a Gerald Taylor en la revisión de los dos artículos incluidos en el libro.
Mediante esta publicación queremos expresar nuestra gratitud, reconocimiento y homenaje al trabajo indesmayable de Gerald Taylor en torno al Manuscrito de Huarochirí. Su legado como investigador y como persona que amó la cultura andina es inmenso. Siempre lo recordaremos por el rigor con el que estudió la lengua quechua, el entusiasmo con el que alentó investigaciones y proyectos en diversas disciplinas, la generosidad de su espíritu en compartir sus conocimientos y el afán por dar a conocer el Manuscrito a todos los peruanos.
I. En torno a la autoría del Manuscrito y la práctica escritural
Capítulo 1
El Manuscrito quechua de Huarochirí, obra literaria de autor anónimo
Gerald Taylor †
El documento que se conoce bajo el nombre del Manuscrito quechua de Huarochirí forma parte de un conjunto de textos conservados en un solo volumen en la Biblioteca Nacional de Madrid. Estos documentos se refieren a diversos aspectos de las prácticas religiosas y estructuras sociales del mundo andino a inicios del siglo XVII. Es probable que hayan sido reunidos por el padre Francisco de Ávila, cura de la reducción de San Damián de los Checa, en los años en que se inició la extirpación de las idolatrías.
La división del Manuscrito en capítulos según el modelo de los sermonarios españoles y el desarrollo organizado de su temática muestran que el autor no estaba relatando aspectos seleccionados de la oralidad, sino que estaba formulando de manera coherente y sistemática la tradición histórica de sus antepasados, emulando en eso a las obras que valorizaban el pasado glorioso y los hechos heroicos de los españoles, que estos solían inmortalizar en sus libros. Tal vez, el modelo formal que siguió haya sido el del Tratado de Ávila (1610), que es otro de los documentos incluidos en el mismo volumen en que se encuentra el Manuscrito.
No se trata, de ningún modo, de un escrito ingenuo que refleja el mundo bucólico de las tradiciones autóctonas o «folklóricas», concepto ajeno a la cultura de esa época. Se trata de una obra literaria cuya finalidad era la conservación del recuerdo de las tradiciones indígenas, no como un conjunto de supersticiones o «patrañas» —como hubiese dicho el padre de Ávila—, sino como un proceso histórico equivalente al conservado por las crónicas españolas. Y, efectivamente, hasta el capítulo 7, no se menciona la palabra supay utilizada en el sentido de «demonio». El término aparece ahí por primera vez haciendo referencia a Chuquisuso, pero en asociación con los ritos que se seguían practicando en la temporada de la limpia de la acequia.
El autor era un buen cristiano y denunciaba la hipocresía de los indígenas que mantenían símbolos de los cultos antiguos al mismo tiempo que fingían ser fieles seguidores de la Iglesia. En ciertos pasajes menciona incluso los nombres de los sacerdotes de los cultos paganos. La nueva época en que vivía eran los tiempos del triunfo del Dios de los cristianos, de la Virgen, de los santos, de la Iglesia y, sobre todo, de sus representantes más físicamente presentes y omnipotentes, los curas que ya habían iniciado las primeras campañas de extirpación de las idolatrías. Sin embargo, para el autor, el triunfo de un nuevo orden no eliminó el prestigio de otros tiempos, del ñaupa pacha, o ‘época antigua y caduca’, en la que los huacas eran quienes animaban y protegían las diversas comunidades y luchaban entre sí para establecer sus propios santuarios sobre los cerros de aspecto más majestuoso. Tampoco eliminó los recuerdos de las hazañas que se atribuían sucesivamente a uno u otro de esos seres sagrados.
Poco a poco, la coexistencia con los cristianos hizo que esos temas indígenas se asociasen a otros semejantes venidos de Europa y se mantuviesen en las comunidades como parte de lo que hoy se llama la «tradición oral». Frecuentemente, esta asociación modificó los valores de los mitos de origen. Por ejemplo, la rivalidad entre el hombre rico (qapaq) y su cuñado pobre (wakcha), en el capítulo quinto del Manuscrito quechua de Huarochirí, es sobre todo una rivalidad de prestigio y de poder que evidencia la protección del huaca principal, Pariacaca —¡que aún no había «nacido»!—, a favor del hombre pobre. No se trata, como en las versiones modernas, del castigo infligido a un hermano envidioso y egoísta, poseedor de abundantes riquezas, frente al triunfo de su hermano pobre, aunque la consecuencia sea la misma: el hombre poderoso se transforma en venado o taruca. Como el autor del Manuscrito escribía una obra literaria cuya finalidad era la conservación del recuerdo de la valentía de «sus» antepasados y el valor de «su» historia para las futuras generaciones —tanto de los miembros de su propia comunidad como de los descendientes de los españoles y, quizás, de un público más vasto— no utilizó su lengua materna —probablemente una variante del aru—, ni una de las «lenguas particulares» de la provincia de Huarochirí, sino la lengua literaria de la época conocida como la «general».
El término «lengua general» fue empleado por los españoles en otros contextos antes de servir de nombre para diversas manifestaciones de la misma variedad dialectal del quechua derivada, como sustenta César Itier (2013), del antiguo idioma cuzqueño y, efectivamente, conocido desde el siglo XVI como «lengua general o lengua del Inca». La primera variante de esa lengua general que conocemos se manifestaba como lingua franca en las obras de los primeros cronistas y, según Juan Carlos Estenssoro (2003), habría sido el código de comunicación de la «primera evangelización», atestiguada por la Plática y la fórmula de Confesión agregadas por fray Domingo de Santo Tomás, respectivamente, a su Lexicon (1560a) y a su Grammatica (1560b). La «primera evangelización» es un concepto desarrollado por Juan Carlos Estenssoro (2003) y se refiere, entre otras cosas, a los textos que permitían la adquisición de un conocimiento limitado de algunos aspectos del dogma cristiano y que circularon en el Perú antes de las reformas efectuadas por el Tercer Concilio (1582-1583).
La variante de la lengua general impuesta por el Tercer Concilio de Lima difería en varios aspectos, esencialmente fonéticos, de aquella usada por fray Domingo de Santo Tomás, pero mantenía el estatus de lengua de comunicación general e instrumento esencial para la predicación. En otra ocasión he tratado de la pertenencia de la lengua del Manuscrito quechua de Huarochirí a la variante literaria ilustrada por los sermones del Tercer Concilio. Efectivamente, aparte de manifestaciones puntuales de elementos de sustrato aru o de las «lenguas particulares» locales (a menudo variedades de lo que Torero [2002] clasificaba como Q1) y de algunos raros términos que pertenecían a idiomas ya desaparecidos, el léxico y las estructuras sintácticas corresponden a la lengua general de los sermones del Tercer Concilio.
El hecho de que la lengua general fuera conocida por los varones en la época de la primera misión jesuita «a algunos pueblos no reducidos de la provincia de Huarochirí» está comprobado por la carta annua que el padre Barzana dirigió al provincial de los jesuitas en 1576:
[…] hallé en el primero [pueblo] como cuatrocientas almas, estuve con ellos tres días predicando y confesando, hasta dolerme todos los huesos, porque estaban allí como salvajes. Estaba allí un cacique con ellos de mucho entendimiento, y hallele una noche que les tenía todos juntos, y como quien predica les estaba repitiendo en su lengua particular lo que yo en la general les había dicho (Barzana citado en Acosta, 1954, p. 267).
En otra comunidad, la experiencia se repite:
Allí vino el cacique mayor de Guadocherí y se confesó generalmente dos días mañana y tarde; tiene un entendimiento terrible; hícele hacer una plática al postrero día a todo el pueblo como quien predica, en su lengua particular, porque las mujeres allí no entienden la general (Barzana citado en Acosta, 1954, p. 268).
Una década más tarde, Dávila Briceño nos informa que en «[t]odas las provincias dichas que cercan a esta de Yauyos, y esta también, hablan lenguas diferentes unas de otras; aunque la gente prencipal de todas ellas habla la lengua general de los Ingas, señores que mandaron esta tierra» (Dávila Briceño, 1954 [1586], p. 155). Evidentemente no podemos estar seguros de que la lengua general a la que se refieren los jesuitas y Dávila Briceño no fuera la variante empleada por Domingo de Santo Thomas en su Plática, en vez de aquella que sirvió de base para la elaboración de la promulgada por el Tercer Concilio. La obligación de utilizar esta última variedad en la evangelización tuvo como consecuencia que la