“Hubo en Europa –escribe Jiménez del Oso– una época mágica en la que leyendas, mitos y hasta sueños se entrelazaron de tal forma con la realidad, que en ocasiones se tuvo por más auténtico lo imaginario que lo vivido. La técnica y la escasa ciencia perdurada de las antiguas culturas del Mediterráneo dormitaba en las bibliotecas monacales y, huérfana de información, la gente común valoraba más los sentimientos que el conocimiento, dando cauce a aquellos a través de los símbolos, nunca tan presentes como entonces. La Fuente de la Eterna Juventud tuvo agua física, como físico fue el ‘oro’ de los alquimistas o la Tierra del Preste Juan; tan materiales fueron los símbolos, que muchos no dudaron en morir para poder asirlos con sus propias manos. No pocos de ellos dejaron sus huesos yendo en busca del más preciado: el Santo Grial. Dicen que es símbolo y no otra cosa. El hombre mismo que ha de transmutar su parte humana en divina. Pero otros sostienen que es auténtica copa, la que Jesús usó en la Última Cena y luego, según una piadosa tradición, sirvió a José de Arimatea para recoger en ella parte de la sangre derramada en la crucifixión. Símbolo y objeto, lo cierto es que pocas misiones resultan tan románticas como su búsqueda…”.
Es precisamente la tradición cristiana, la que converge con las leyendas medievales en la construcción del mito del Grial, la que materializa todo este simbolismo en un objeto físico. Es el Santo Cáliz, que Indiana Jones en La Última Cruzada (1989) se olvidó de buscar en el que pudo haber sido su auténtico destino. ¿Llegó el Santo Grial a España?
EL SANTO CÁLIZ DE VALENCIA
Durante el reinado del emperador romano (253-260), la persecución contra el cristianismo se había recrudecido después de que, en agosto del año 256, fuera firmado un edicto que prohibía el culto y las reuniones entre cristianos que tenían lugar en las catacumbas. Por aquellas mismas fechas había sido elegido como Papa (¿215?-258), que tuvo un breve pontificado (257-258), ya que fue decapitado el 6 de agosto cuando estaba celebrando una misa. Pero antes, el pontífice habría tenido tiempo de entregar, junto a otras reliquias, el Santo– a uno de sus más fieles diáconos, .
