En el otoño de 1102, don Diego Gelmírez, obispo de Santiago de Compostela, ponía rumbo a la diócesis de Braga para una visita oficial. Estando ambos en los dominios del rey Alfonso VI de León, el arzobispo de la ciudad portuguesa sentía que recibía a un aliado y amigo. Le dio aposento en el palacio episcopal y le permitió visitar libremente sus iglesias y celebrar misa en ellas. Fue un error imperdonable.
Gelmírez empezó por el templo de San Víctor, donde, después de celebrar la eucaristía, ordenó a sus acompañantes que excavaran en la parte derecha del altar mayor. La gran arca de mármol tardó poco en aparecer. Dentro había dos cajitas de plata, una de las cuales contenía la cabeza de san Víctor de Braga, mártir del siglo iii supuestamente decapitado por los romanos en ese mismo lugar. Como explica el profesor Rafael Fandiño en un artículo para la revista Cuadernos de Estudios Gallegos, sabían muy bien lo que buscaban y dónde encontrarlo.
La robaron, así como el manojo de reliquias de la otra caja. Siguieron con la parroquia de Santa Susana, donde