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El viaje de Jerusalén
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El viaje de Jerusalén

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En El Viaje de Jerusalén, Francisco Guerrero cuenta las peripecias de su peregrinación a Tierra Santa, a finales del siglo XVI. A pesar de piratas, ladrones, turcos, guerras, jenízaros, privaciones, prohibiciones, multitud de monedas de oro gastadas en exacciones abusivas y unas distancias de miles de leguas, este Maestro de Capilla de la Catedral de Sevilla consiguió llegar a Jerusalén, la “ciudad dichosa”, y visitar los lugares donde tuvieron lugar los principales Misterios de la fe cristiana.

Este precioso librito nos permite compartir las emociones uno de los grandes autores de la música española al pisar, como un simple peregrino, los lugares por los que caminó el mismo Cristo, al celebrar la Misa en el Santo Sepulcro, cuando contempló por primera vez Jerusalén, Belén o Damasco o en el trance de ser capturado por piratas. Lo que le impulsó a emprender un viaje tan arduo y peligroso fue, curiosamente, su labor como músico catedralicio y compositor de numerosos villancicos, algunos de los cuales se añaden al final del libro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2010
ISBN9781501459344
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    El viaje de Jerusalén - Francisco Guerrero

    BREVE NOTA DE LOS EDITORES

    Hay libros que uno lee por razones de estudio, por obligación o por trabajo. Otros, en cambio, se leen y releen por el puro gusto de hacerlo. Este libro del Viaje a Jerusalén pertenece a esta última categoría de libros interesantes y entretenidos, que uno puede disfrutar y recordar luego con cariño. Ya en su época, tuvo un gran éxito: veintidós ediciones en los siglos XVI y XVII, es decir, un número algo superior al correspondiente al Quijote en ese mismo periodo[1].

    La primera razón de su atractivo reside en su tema: el relato de un viaje de peregrinación a Jerusalén a finales del siglo XVI, escrito por el propio peregrino. Y, en aquel entonces, peregrinar no era cosa baladí. Así puede verse en este relato, en el que no faltan bandoleros, jenízaros, galeras, piratas, frutas exóticas y todo un mosaico religioso de católicos, ortodoxos, protestantes, judíos y musulmanes. Al margen de las aventuras corridas, el destino marca profundamente todo el viaje: la Tierra Santa, en cuyos campos y ciudades tuvieron lugar los grandes misterios de la fe católica.

    Leer libros antiguos nos permite, además, escapar a versiones ideologizadas de la Historia que, a menudo, tienen poco o nada que ver con la realidad. Podemos acceder directamente a las motivaciones, emociones y consideraciones de un español del siglo XVI, a su forma de vivir la fe, a sus emociones al visitar los Santos Lugares y a sus impresiones al viajar a tierras dominadas por el Islam. De este modo, es posible descubrir, por un lado, cuán diferente era la realidad de aquel entonces de la Historia deformada que muchos conocen, sobre todo en lo referente a la profunda fe de las personas de esta época, que a menudo ha sido objeto de burla desde la Ilustración. Por otra parte, también resulta fácil identificarse con el autor como persona y como creyente y compartir su emoción al ver Jerusalén y al celebrar la Eucaristía en algunos lugares fundamentales de la vida de Cristo o su comprensible temor a ser asesinado por turcos o piratas.

    Hemos querido mantener esencialmente el lenguaje original del libro, deseando que sirva como introducción a la gracia, espontaneidad y belleza del español del Siglo de Oro. Nos hemos atrevido, sin embargo, a modificar la puntuación y a utilizar en general las normas ortográficas actuales, para evitar que la lectura se haga excesivamente difícil. A pesar de la sencillez con que habla Francisco Guerrero o quizá precisamente por ella, multitud de lectores han encontrado en este librito, a lo largo de los siglos, alimento para sus propios deseos de viajar un día a los parajes por los que caminó el propio Jesús.

    Hemos tomado como edición básica la realizada en 1593 en la imprenta de Juan Navarro, en Valencia. En algunos puntos de lectura más difícil, nos ha resultado de gran ayuda la excelente edición de esta obra que realizó Antonio Solano Cazorla en la Revista Lemir[2], dedicada a la literatura española de la Edad Media y el Renacimiento. También hemos mantenido la dedicatoria y los textos iniciales que contienen los permisos civiles y eclesiásticos para la publicación, ya que resultan muy interesantes y pensando que pueden constituir una buena forma de empezar a situarse en el ambiente en el que se escribe la obra.

    En cuanto al contexto histórico, hay que recordar que se trataba de un momento difícil para viajar a Tierra Santa. A finales del siglo XVI, la totalidad de Oriente Medio se encontraba en manos del Imperio Otomano. El formidable poderío turco estaba en guerra con España y en una cierta tregua comercial armada, interrumpida por conflictos periódicos, con Venecia. Sin embargo, el dinero del turismo, como siempre, abre muchas puertas y resultaba posible para los cristianos europeos realizar el viaje a Jerusalén. Aún así, Guerrero tuvo que ocultar su nombre español y asumir otro de resonancias más germánicas, además de hablar en italiano. Y, en varios casos, al ver una ciudad, una isla u otro lugar, piensa inmediatamente en ellas desde un punto de vista estratégico o militar. No podemos olvidar que la crucial batalla naval de Lepanto entre los otomanos y las fuerzas de la Cristiandad lideradas por don Juan de Austria había tenido lugar menos de dos décadas antes del viaje.

    Aun así, nuestro autor no parece albergar ningún odio contra los musulmanes. E incluso, en el caso de los guerreros turcos, no tiene reparos en mostrar un respeto teñido de admiración por tales enemigos: llegó un turco a caballo [...] estúvele mirando su buen talle, y el buen donaire que traía para la guerra [...] a mi parecer, podría entretenerse con diez enemigos y aun matarlos. También llama la atención su admiración por la ciudad de Damasco, que, según Guerrero, es una ciudad que no debe nada a cualquiera de las mejores del mundo.

    Lo mismo sucede con los cristianos ortodoxos, a pesar de su estado de cisma con la Iglesia Católica. Por ejemplo, Guerrero se deshace en elogios de los monjes georgianos ortodoxos de Jerusalén, en extremo devotísimos, que no se quitan de este sagrado lugar, rezando y cantando; son santísimos varones de gran abstinencia y pobreza. Aunque el canto ortodoxo que escucha en la isla de Zante le resulta primitivo en comparación con la cuidada música de su catedral, no deja de apreciar las canciones litúrgicas de los distintos monjes ortodoxos, al pasar la noche en el Santo Sepulcro: a la media noche, es gran contento oír a todas estas naciones decir maitines y a cada uno en su lengua y canto.

    Guerrero no viajó como turista, diplomático o investigador. Su viaje fue una peregrinación, con una motivación esencialmente religiosa: venerar los lugares en los que ocurrieron los principales acontecimientos de la fe católica. En consecuencia, aunque el libro relata diversos incidentes y cosas que le resultaron curiosas a su autor durante el viaje, su intención fundamental es describir una peregrinación y explicar los lugares importantes para la fe que pueden visitarse en Tierra Santa, buscando animar a otros a emprender su propia peregrinación.

    Resulta contagiosa la emoción de nuestro peregrino al caminar, beber o dormir donde caminó, bebió o caminó el mismo Jesucristo. Su itinerario va marcado por los hechos narrados por diversos pasajes evangélicos o veterotestamentarios y por la meditación o proclamación de los textos correspondienes. Quizá los puntos álgidos son la celebración de la Eucaristía en el Santo Sepulcro, lugar de la Resurrección, y la visita a la muy dichosa y deseada ciudad de Belén, donde se produjo el Nacimiento que partió en dos la Historia misma de la Humanidad. Resulta enternecedora la despedida de Jerusalén, que Guerrero cuenta con sencillez a la par que con emoción: Al dejar definitivamente la ciudad, comenzamos a caminar, volviendo a cada paso los ojos atrás, mirando la santa ciudad y aquellos benditos montes, Sión, Olivete, nos íbamos despidiendo de ellos con harta tristeza por apartarnos de tan santos lugares.

    El estado de buena parte de los Santos Lugares en aquel momento era desolador. Poco tiempo antes, los turcos habían convertido el monasterio franciscano del Cenáculo en una mezquita y, por lo tanto, habían vedado la entrada en él de los cristianos. En otros casos, los antiguos santuarios estaban cerrados o en ruinas, pero Guerrero siempre los visitó

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