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Camino que vence al tiempo
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Camino que vence al tiempo

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A partir del discurso europeísta de san Juan Pablo II, pronunciado el 9 de noviembre de 1982 desde el altar mayor de la catedral compostelana, se ha desarrollado la conciencia de que el camino de Santiago es un hecho histórico vivo y universal. Un camino que vence al tiempo y trasciende fronteras y religiones, y que asombra al mundo con su inmensa herencia cultural. Fruto de la fe cristiana y de la cosmovisión medieval, la peregrinación hacia el mítico finisterre galaico que custodia las reliquias de Santiago el Mayor ha sido consagrada por la Historia como primer itinerario cultural europeo y patrimonio de la humanidad. La ruta jacobea propicia una conexión personal y colectiva con la espiritualidad, pero también con el misterio del arte románico y la belleza de una geografía sagrada que favorece la comunicación del peregrino con todo lo vivo, con la naturaleza, el arte, las tradiciones, los compañeros de ruta y consigo mismo.
El autor de este ensayo, Francisco Singul, nos ofrece un viaje mental a través de un itinerario milenario de cultura y pensamiento. Nos guiará por las tradiciones jacobeas, como la evangelización de Hispania por Santiago, o el traslado del cuerpo del apóstol desde Jerusalén a Compostela; continuando con la creación del locus Sancti Iacobi, el comienzo de las peregrinaciones, el desarrollo del camino de Santiago, la compilación del Iacobus o Libro de Santiago, la época de Gelmírez, el viaje sagrado en la baja Edad Media, la crisis del siglo XIV, la reactivación tras el Concilio de Trento, la sensibilidad barroca, la experiencia de la peregrinación tras el segundo descubrimiento de las reliquias (1879), el impulso a finales del siglo XX y los retos asumidos por el peregrino del siglo XXI. Una historia fascinante y monumental en un camino de peregrinación que forma parte esencial de la cultura occidental, de la identidad de Europa y de la memoria humana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ago 2020
ISBN9791220102964
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    Camino que vence al tiempo - Francisco Singul

    Francisco Singul

    Camino que vence al tiempo

    EDIFICARE

    UNIVERSI

    © 2020 Europa Edizioni s.r.l. | Roma

    www.europaedizioni.it

    I edizione elettronica agosto 2020

    ISBN 979-12-201-0296-4

    Distributore per le librerie Messaggerie Libri

    El Camino recobrado

    El camino de Santiago es un hecho histórico vivo, una compleja creación espiritual y cultural de origen medieval que evolucionó al amparo de la historia de Europa, no de modo lineal, sino en paralelo con sus energías, impulsos, crisis, luces y sombras, adaptándose al pensamiento de cada época, para llegar al siglo XXI con los matices propios de la sensibilidad contemporánea. Este camino que vence al tiempo, que lo afronta y estimula, que lo traspasa en su discurrir, despierta múltiples evocaciones y ofrece no pocas sugerencias, como corresponde a un fenómeno histórico y cultural de tan larga trayectoria —se inicia en el siglo IX y sus raíces son todavía más antiguas— y tantos aspectos relacionados con su nervio, capaz de componer una poliédrica visión del mundo conformada por su historia, tradiciones, leyendas y creencias. En esta ruta de peregrinación se entrelaza lo sacro con lo profano, lo sublime y lo humilde, lo poético en permeable vínculo con lo épico; las glorias y las miserias de Occidente se dan cita en este itinerario, en relación con las creencias y las leyendas: el camino de estrellas y la belleza de bosques y montañas, la sobriedad de las llanuras que no parecen tener fin y el misterio del arte románico, la épica de la caballería medieval y la picaresca, la hospitalidad y la vivacidad de las ciudades ordenadas en torno a sus catedrales y mercados, el encuentro y el intercambio, la hojarasca y el silencio fecundo de la mente. A lo largo de los siglos y a través de su propio surco, el camino de Santiago ofrece la imantadora atracción de la Aventura y de la Historia con mayúsculas. Durante la Edad Media constituyó un itinerario sagrado; una ruta forjadora de una cosmovisión muy particular, en la que la búsqueda de la patria celestial y la creencia en un mundo mejor, más allá de la muerte, constituían su principal aliciente, su valor más seguro.

    Según antiguas tradiciones y noticias manuscritas de rápida difusión oral, tras la dispersión apostólica que siguió al Día de Pentecostés, el apóstol Santiago el Mayor viajó a los más alejados lugares occidentales del orbe a predicar el Evangelio. En aquel entonces estas fronteras —físicas y supraterrenales— se situaban en ese confín de Hispania que es hoy la actual Galicia; un territorio en el que el Hijo del Trueno difundiría la nueva alianza de Dios con los hombres; y de allí, de acuerdo con estas tradiciones, seguiría por diversos caminos de la península ibérica, regresando después a Jerusalén. El texto bíblico de los Hechos de los Apóstoles afirma que fue en la Ciudad Santa donde sufrió martirio a filo de espada, por mandato del rey de Judea Herodes Agripa. Una muerte acaecida hacia el año 43 o 44, que elevaba a Santiago el Mayor a la categoría de primer apóstol mártir de la cristiandad. Sobre el lugar de enterramiento nada dice el Nuevo Testamento, y habrá que esperar a fuentes más tardías para obtener pistas sobre su sepulcro, situado en un indefinido lugar denominado Achaia Marmorica. Sea como fuere, tal vez debido a la recuperación de un culto olvidado, de una memoria perdida, tras la conquista musulmana de la península ibérica, en 711, la cristiandad hispánica del noroeste, gobernada por los reyes de Asturias, tendrá conciencia de Santiago en aquel siglo VIII como su santo patrono. Las gentes lo invocarán en las iglesias como poderoso protector, cantando el himno litúrgico O Dei verbum. Esperanzadores comienzos para el culto jacobeo que culminarán con el descubrimiento de su Tumba en el siglo IX, en la década de 820–30, en un remoto rincón del noroeste hispánico, oculto en un antiguo cementerio de la diócesis de Iria Flavia. El sepulcro es descubierto en el interior de un antiguo mausoleo que presidía una necrópolis activa desde época romana hasta el siglo VI o inicios del VII, coincidiendo con el final del período suevo.

    Sobre el sepulcro apostólico el rey Alfonso II mandó construir una modesta iglesia para atender el culto apostólico; y poco antes del año 900 se levantaría y consagraría una basílica más amplia, auspiciada por Alfonso III el Magno. Tiempo después, en la plenitud del siglo XII, se concreta la rotunda belleza de la catedral románica, la mayor y más perfecta de Europa, embellecida con toda suerte de espacios, retablos, pinturas e imágenes de devoción en el Renacimiento y en los siglos siguientes, en época barroca y durante la Ilustración. En torno a esta catedral que cobija las reliquias se dispuso una ciudad, creada de modo espontáneo, pero que desde sus comienzos atendió a su vocación de meta de peregrinaciones, y se preparó con conventos, monasterios y hospitales para la llegada de los devotos del santo apóstol. La primitiva Compostela, denominada locus Sancti Iacobi, el santo lugar de Santiago, comenzó a recibir peregrinos desde el siglo IX; y a partir del siglo X comenzó su historia como punto final de una ruta sagrada e internacional, progresivamente conocida en Europa occidental, a lo largo de la cual se forje una de las tres peregrinaciones mayores de la cristiandad, junto con Roma y Jerusalén.

    Una peregrinación que surge en el siglo IX como hecho devocional y piadoso, fruto de un pensamiento religioso muy ligado al culto a las reliquias y a la creencia en dos tradiciones: la evangelización de los lugares occidentales de España por Santiago el Mayor y el traslado de sus restos desde Jerusalén hasta Iria Flavia, para pasar de inmediato a la actual Compostela. Durante el siglo X la peregrinación trasciende la barrera de los Pirineos y logra su plena dimensión europea en los siglos XI y XII, creándose una red de rutas que confluyen en Roncesvalles, Navarra, y, en menor medida, en Somport, en el Pirineo aragonés. A partir de estos dos puertos de montaña la ruta jacobea transcurre por el norte de España, uniéndose sus dos ramales en Puente la Reina (Navarra), para constituir el Camino Francés. En poco tiempo, gracias a la difusión de textos nacidos en territorio de la actual Francia, gran parte de la cristiandad latina pudo conocer la existencia del sepulcro jacobeo y de su progresiva ligazón a una ruta construida en los siglos X al XII, con el impulso de la Iglesia y la monarquía medieval, los monjes cluniacienses y las ciudades de la ruta. Un camino de peregrinación protegido por una infraestructura asistencial y devocional, en torno al cual se dispusieron hospitales, monasterios y santuarios con cuerpos santos y reliquias célebres, fruto de una cosmovisión impulsada por hondas creencias espirituales.

    Desde los primeros siglos del cristianismo los peregrinos acudieron a Jerusalén, a venerar el Santo Sepulcro de Cristo, la roca del Calvario, el monte de los Olivos y otros santos lugares, y a Roma, donde reposan los apóstoles Pedro y Pablo y un gran número de mártires y santos. A estas dos ciudades santas se unirá Santiago de Compostela como la gran meta de la peregrinación medieval. El nacimiento del santuario de Occidente, de orígenes muy modestos, contará con el patrocinio de los reyes de la España cristiana. Primero con la Corona astur, después con Navarra, en el siglo X, seguido de Aragón–Navarra y Castilla–León, ya a finales del siglo XI y primeras décadas del XII. La institución monárquica, cuyo poder emanaba directamente de Dios, ideó un proyecto de promoción de la peregrinación a Compostela con el apoyo de los papas y del monacato benedictino, contando después con las órdenes militares, en especial los caballeros de San Juan de Jerusalén, los templarios y la orden de Santiago.

    En esta época los peregrinos caminan a la tumba del apóstol con la inspiración de su fe en la mediación de Santiago el Mayor, con el estímulo espiritual de las indulgencias que obtenían tras su esfuerzo y su renovación espiritual. La ruta contó con el apoyo de los reyes cristianos, constructores y protectores de su infraestructura física y asistencial, fundadores de nuevas poblaciones que organizan su urbanismo en función de su templo mayor o de su calle principal, que no era otra que el propio camino de Santiago. Estos peregrinos que por decisión propia caminaron a Compostela durante la Edad Media, se sentían inspirados por unas creencias religiosas que les ofrecían el consuelo de los beneficios espirituales de la gran perdonanza. Algunos —una minoría— también buscaban la salud del cuerpo, o realizaban obligados la peregrinación, como expresión penitencial, pero la mayor parte viajó pietatis causa o como voto, con la esperanza de lograr la sanación espiritual, una regeneración personal que influiría positivamente en el conjunto de una sociedad solidaria en el mundo terrenal y en sus vínculos con el Más Allá, impregnada de los valores cristianos de la caridad y la hospitalidad.

    La Compostela de la primera mitad del siglo XII, coincidiendo con el episcopado de Diego Gelmírez, fue el centro de un mundo devoto, culto y cosmopolita. Una ciudad–santuario en la que, al igual que en las rutas jacobeas, se producía una experiencia colectiva que mezclaba lo espiritual con lo terrenal. En los caminos de Santiago de Europa se asistió durante siglos a un fenómeno cultural, en el que intervienen la piedad cristiana, la fe en la mediación del apóstol, el ejercicio de la hospitalidad, y el auge económico y cultural de una sociedad que gozará de un auténtico renacimiento de la cultura y el conocimiento. Una creatividad fruto del intercambio de noticias, ideas, formas y saberes que circulaban en ambos sentidos por los itinerarios de peregrinación, inspirando juegos de espejos y redes de actividad y pensamiento.

    La huella del siglo XII continuó viva en el espíritu del camino jacobeo durante la baja Edad Media; sufrió una crisis de valores en el Renacimiento, padeciendo los efectos de la Reforma protestante y las guerras de religión, y se reactivó durante en el seno de la cultura barroca, adoptando modos y formas tan populares como espectaculares. Tras una nueva y prolongada crisis en el siglo XIX, el hecho jacobeo se enfrentó a los muros y enfermedades sociales y políticas del siglo XX, como consecuencia de ese trazado en paralelo, entremezclándose la historia de la ruta con la realidad de cada tiempo histórico. Tras los años de negra incertidumbre, coincidentes con la Gran Guerra, el conflicto civil español de 1936–39, la Segunda Guerra Mundial y las tensiones derivadas de la separación del mundo en dos bloques, una realidad distinta comienza a alumbrar con el impulso de una Europa unida y afirmada sobre pilares históricos y culturales comunes, como el camino de Santiago, sobre los que quiere reivindicar su identidad.

    Pensamiento, cultura y peregrinación son, por tanto, términos indisociables, ligados a la experiencia de un fenómeno histórico con mil doscientos años de vida. Siendo como es consecuencia y parte sustancial de la mentalidad y de la cultura del Occidente cristiano medieval, este camino que vence al tiempo no se muestra como patrimonio exclusivo de una época específica. Rebasa el ámbito del medioevo y del Antiguo Régimen para manifestarse como hecho espiritual y cultural adaptable a una experiencia espiritual moderna, global y abierta. El bagaje cultural y simbólico y los valores universales del Primer Itinerario Cultural Europeo fueron concretándose a lo largo de la Historia de Europa con el diseño y protección de la infraestructura física y asistencial, con la creación de las ciudades, la construcción de iglesias, monasterios y catedrales y, sobre todo, con el desarrollo de una sensibilidad hospitalaria, considerada como una de las señas de identidad de la rica cultura generada en torno a la peregrinación a Compostela.

    Regresando a los siglos centrales del medioevo, a un momento de renacimiento intelectual y científico que coincidió en Occidente con un programa reformista que buscaba la regeneración de la persona y de la sociedad, hay que resaltar el papel organizador e intelectual de Compostela y Cluny. Una época que vio la restauración de los viejos monasterios hispanos, poblados por comunidades benedictinas que, a su vez, fundan otros cenobios, ocupan granjas, roturan nuevas tierras y dan trabajo a una gran masa de campesinos. La espiritualidad monástica impulsa el culto a Santiago y la peregrinación jacobea como parte de un complejo plan de regeneración de la sociedad. Los monjes colaboran con los peregrinos, dándoles cobijo, comida y atención espiritual. Por otra parte, la necesidad de templos más amplios y seguros impulsa la difusión de la arquitectura románica en estas vías de peregrinación; una arquitectura que forma parte de un sistema artístico integral, y que sirve a las novedades litúrgicas de la Reforma gregoriana. La Edad Media puede definirse como la época dorada de la peregrinación occidental, un tiempo de luz y renacimiento cultural, en contra de lo que se ha dicho, del que subsiste en Europa una densa y rica red de espacios sagrados en relación íntima con los caminos de peregrinación. A finales del período la Iglesia refuerza el atractivo del peregrinaje a Santiago con un instrumento de gran eficacia: la institucionalización del Año Santo compostelano, un período de gran perdonanza con una celebración periódica que sucede en los años en los que el 25 de julio, día de Santiago el Mayor, coincide en domingo.

    Esta expresión de la religiosidad y la cultura sufrirá la feroz crítica de Lutero en el siglo XVI, un tiempo de gran brillantez en lo literario y lo formal, pero que verá la desaparición del viejo espíritu jacobeo en los países que se adhieren a la Reforma protestante; una crisis que se incrementa con los conflictos nacionales e internacionales del momento: las llamadas guerras de religión, la permanente tensión bélica entre Francia y España, dos potencias que se desangrarán durante largos años, manteniendo a lo largo de la Edad Moderna la inseguridad en el continente, y la guerra civil en Francia; todo ello constituye un grave problema para el fenómeno jacobeo en la edad del humanismo. Tras el Concilio de Trento resurge el culto a los santos, el regreso a las devociones tradicionales, medievales, y con ello la idea de peregrinar a Compostela. La ruta se puebla de nuevos peregrinos, adaptados a las nuevas formas de la religiosidad popular, y se estabiliza en los siglos XVII y XVIII, de acuerdo a la nueva sensibilidad religiosa, en una época en la que la cultura barroca consagra un estilo y unas formas suntuosas que reformarán sustancialmente los templos del camino y la basílica jacobea, enriqueciendo los espacios de culto y creando un majestuoso marco de veneración para el apóstol. Durante el Siglo de las Luces la peregrinación mantiene su ritmo. El pueblo mantiene vivas sus creencias y la élite ilustrada no comporta crítica alguna a la peregrinación, al contrario de lo que había sucedido en el pasado con los intelectuales erasmistas. La construcción en la catedral de Santiago de una amplia capilla para la comunión para los peregrinos es reflejo de esta situación. Un optimismo que se refuerza en Compostela con un ambicioso plan de reformas para la basílica jacobea, inspirado en la estética depurada de un nuevo clasicismo, y buscando una mayor diafanidad espacial para el edificio. Estos planes de reforma fueron abortados por la invasión napoleónica de España y el esfuerzo económico que supuso para la Iglesia la Guerra de la Independencia.

    No colapsó la historia del camino de Santiago en el siglo XIX; una época de demorada decadencia, marcada por la introspección y el sentimiento melancólico, por el espíritu romántico; un tiempo durante el cual la presencia internacional en la ruta y su meta se ciñe a los peregrinos portugueses, que van a Santiago en lento y cadencioso flujo, apenas estimulado con el redescubrimiento de las reliquias en 1879 y la apertura al público de la cripta donde se guardan los sagrados restos, autenticados con la bula Deus Omnipotens otorgada por León XIII.

    La primera mitad del siglo XX, debido a los graves conflictos políticos y bélicos que padeció Europa, fue una época de crisis para la peregrinación, débilmente mitigada en las décadas siguientes. Pero en los últimos años del pasado siglo todo cambió, gracias al impulso popular de nuevos peregrinos que redescubren y valorizan el camino tradicional, la peregrinación a pie, y se organizan en asociaciones y cofradías; también las administraciones públicas y la Iglesia, cada institución desde sus responsabilidades, refuerzan un renacimiento que cobró otra dimensión con las visitas del papa Juan Pablo II a Santiago: la primera en el Año Santo 1982, la segunda en el Encuentro Mundial de la Juventud, celebrado en el monte do Gozo en 1989. En su primera visita a la tumba del apóstol como peregrino, el 9 de noviembre de 1982, Juan Pablo II lanzó a Europa una llamada plena de fuerza y sentimiento:

    Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes.

    Un discurso europeísta que constituyó un punto de inflexión en la historia de las peregrinaciones jacobeas en el siglo XX. En los años siguientes, durante el largo intervalo de once años entre los períodos jubilares de 1982 y 1993, se pudo contar con la iniciativa de las asociaciones de amigos del camino, quienes mantuvieron vivo el espíritu jacobeo con sus peregrinaciones periódicas, señalización de la ruta con flechas amarillas, edición de revistas, atención a la prensa y organización de congresos y encuentros. El siguiente Año Santo, en 1993, los poderes públicos, en especial la Xunta de Galicia, y la Iglesia se volcaron en la promoción de los caminos jacobeos en España. Un trabajo continuado en años jubilares sucesivos, los de 1999, 2004 y 2010; períodos de gran perdonanza en los que se concretaron los resultados culturales, sociales y económicos de un trabajo de recuperación y promoción realizado en los períodos inter–jubilares. A lo largo de este período de investigación, delimitación, señalización y recuperación de los caminos de Santiago en Europa occidental, en especial en España, Portugal, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Italia y Polonia, se ha logrado revitalizar el itinerario cultural a varios niveles: recuperando infraestructuras físicas, revalorizando parte significativa del patrimonio histórico–artístico y etnográfico de la ruta, creando una red de albergues de peregrinos, recuperando la actividad asociativa en torno al hecho jacobeo, impulsando la investigación sobre el camino de Santiago, dando como fruto una abundante bibliografía, y buscando la sensibilización de la población local, pues las gentes que se encuentran en esta red de rutas han visto una evolución positiva en su vida cotidiana, mejorando su economía y autoestima. Este afecto por el camino de Santiago lleva parejo una mejor atención al peregrino, por parte de dicha población autóctona, en armonía con la sensibilización de las administraciones públicas y privadas, muy favorable al cuidado y promoción de los caminos jacobeos. Un considerable esfuerzo colectivo, voluntario y altruista en el caso del movimiento asociativo, que logró una significativa promoción de los valores universales de la peregrinación jacobea.

    Desde la histórica llamada a Europa de Juan Pablo II se ha desarrollado una conciencia de que ese camino que vence al tiempo es un vínculo histórico y cultural para una Europa con vocación de unidad, en relación estrecha con los valores morales, históricos y culturales implícitos en la experiencia de la peregrinación. En esta tarea de revalorización influyeron los reconocimientos institucionales ligados al mensaje papal de 1982 y al empeño de la Comunidad Económica Europea, después Unión Europea, en la construcción de una identidad común. La idea de que el camino de Santiago forma parte de la historia e identidad de todos los pueblos del Viejo Continente llevaba consigo un esfuerzo promocional, cimentado en la rehabilitación y valorización de la ruta y de su patrimonio como bien cultural. Un patrimonio que se concreta en la infraestructura física y en su riqueza histórica ligada a la demanda espiritual, hospitalaria y de servicios requerida durante siglos de historia compartida.

    La presencia jacobea en la historia cultural de Europa se explicita a través de sus huellas iconográficas, patrimoniales y de pensamiento; pues la peregrinación europea hacia el finisterre galaico fue fruto espontáneo y popular de una civilización dinamizada por la fuerza de la fe, impulsada por la búsqueda de lo supraterrenal, deseosa de darle sentido a una vida que se sabía efímera y muy frágil. La mentalidad religiosa de la cristiandad latina medieval, con su pasión por las reliquias, las imágenes religiosas y los espacios sagrados, en los que era posible el encuentro con el milagro, puso las bases del viaje hasta el fin del mundo. La historia cultural del camino de Santiago es la historia cultural de Europa, pues buena parte de su peripecia secular está íntimamente ligada al desarrollo de la peregrinación jacobea. La memoria de Europa, su identidad cultural, está asumida en este hecho histórico vivo, pues el patrimonio europeo de los caminos de peregrinación a Santiago integra a buena parte de sus catedrales, monasterios, abadías y ciudades históricas. La creatividad medieval floreció a lo largo de estas rutas, creando incluso un grupo específico de templos llamados iglesias de peregrinación, conformado por San Martín de Tours, San Marcial de Limoges, Santa Fe de Conques, San Saturnino de Toulouse y la catedral de Santiago. Durante la Edad Moderna se acrecentó este proyecto monumental, con el desarrollo urbanístico y arquitectónico de las ciudades y las nuevas aportaciones renacentistas y barrocas en monasterios y catedrales.

    Ya entrados en el siglo XXI, este itinerario sigue siendo generador de cultura y de pensamiento, recurso espiritual y fuente de inspiración para la creatividad contemporánea. La peregrinación es tan espontánea y abundante ahora como en los siglos de su mayor fama, de modo que esta nueva edad de oro sigue basando su razón de ser en la vivencia espiritual, en la vida interior de cada peregrino; pero también en rasgos culturales, sentimentales y de ocio que deben ser justamente valorados y potenciados. El profundo significado religioso–cultural del camino de Santiago, como uno de los pilares de la identidad europea, ha sido destacado en diversas ocasiones, siendo valorado por el Consejo de Europa, con su declaración de Primer Itinerario Cultural Europeo, y por la

    UNESCO

    , al declararlo Patrimonio Mundial. La concesión en 2004 del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia ahonda en el mensaje más íntimo del camino de Santiago: ofrecer un tiempo —el de la peregrinación— y un lugar —el propio camino— donde sean posibles la solidaridad, la reflexión y el diálogo.

    En la actualidad quienes acuden a Compostela como peregrinos lo hacen por diversos motivos. Uno de ellos el espiritual, tal y cómo se entendía en la Edad Media, aunque matizado y actualizado por la sensibilidad contemporánea. De igual modo, los hay de distintos credos que se enfrentan a la experiencia; no se trata, por lo tanto, de una peregrinación estrictamente católica, pues luteranos, calvinistas, miembros de otras iglesias cristianas y seguidores del budismo o el sintoísmo peregrinan a Santiago con un sentimiento espiritual contemporáneo, buscando una vivencia interior intensa y emocionante, aprehendiendo una experiencia de solidaridad, de compañerismo y hospitalidad; valores que unen a personas con personas, y a personas con lugares y espacios, a través de vínculos inaprensibles e inefables. La experiencia propicia un contacto permanente con el pasado y con el medio ambiente, al transcurrir el camino por una geografía sagrada con muchos siglos de historia y cultura, siendo el propio itinerario un espacio sagrado en sí mismo; un espacio en el que se integra el peregrino, reviviendo la misma experiencia, o parecida, que experimentaron otros millones de peregrinos a lo largo de la Historia.

    No se trata, en suma, de un camino en la distancia, de una peregrinación que transcurre por un número definido de kilómetros; es, más bien, una peregrinación que, a través de un entorno natural y de fuerte carga histórica, emocional y cultural, lleva al peregrino actual a un encuentro interior, a un diálogo consigo mismo, con los compañeros de la ruta y con las poblaciones del camino, relacionándose de modo significativo con el tiempo, el que cada uno pasa consigo mismo.

    Capítulo I

    LA SEMILLA CONTIENE EL FUTURO

    1. Santiago el Mayor, apóstol de Cristo

    Santiago el Mayor, hijo de María Salomé y Zebedeo, hermano de san Juan Evangelista es uno de los doce apóstoles de Jesucristo. Las fuentes evangélicas lo sitúan en primer lugar como pescador en el mar de Galilea —llamado también lago Genesaret o mar de Tiberíades—, junto a su hermano Juan y su padre Zebedeo (Mt 4, 21–22; Mc 1, 19–20; Lc 5, 10–11). En compañía de Simón–Pedro, Andrés y Juan constituye el grupo de los cuatro primeros discípulos que siguen a Jesús para convertirse en pescadores de hombres, ampliado después a doce (Mt 10, 1–15; Mc 3, 14–19; Mc 6; Mc 7; Lc 6, 13–16; Lc 9, 1). Atendiendo quizá a su carácter impetuoso, a Santiago y a su hermano Juan, Jesús les puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno (Mc 2, 17), claramente justificado cuando, ante la falta de hospitalidad en un pueblo de samaritanos, ambos hermanos le preguntan al Maestro Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y los consuma?, ante lo cual Jesús los reprende y continúan viaje hacia otro pueblo, en la ruta hacia Jerusalén (Lc 9, 51–56). Antes de estos acontecimientos ya queda probada la cercanía de los hermanos Boanerges con Jesús. Santiago y Juan lo acompañan a la sinagoga de Cafarnaún, en Galilea, donde el Maestro enseña y cura a un endemoniado, y después los tres acuden a casa de Pedro y Andrés (Mc 1, 21–31). Estuvo presente Santiago Zebedeo junto con Juan y Pedro en otros episodios de intimidad con el Maestro, que fueron también de enorme trascendencia, como la resurrección de la hija de Jairo (Mt 9, 23–26; Mc 5, 35–43; Lc 8, 49–56), la Transfiguración (Mt 17, 1–8; Mc 9, 2–8; Lc 9, 28–36) y la oración en Getsemaní (Mt 26, 36–46; Mc 14, 32–42; Lc 22, 39–46; Jn 18, 1).

    Parece que, en los primeros tiempos, Santiago y su hermano Juan participaban con su madre Salomé de una concepción política del mesianismo de Cristo, solicitando Salomé para sus hijos los dos primeros puestos de mando cuando Jesús fuese coronado rey de Israel (Mt 20, 20–23), deseo que también expondrán Juan y Santiago (Mc 10, 35–40). La respuesta del Maestro ante la atrevida petición no deja dudas sobre la naturaleza sobrenatural del reino y los sacrificios precisos para alcanzarlo. Ante el enfado del resto de los apóstoles por el atrevimiento de los hermanos Boanerges, Jesús resalta que el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor (Mt 20, 24–26; Mc 10, 43; Lc 22, 24–27), puesto que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28; Mc 10, 45). Poco antes de que Jesús pronuncie el discurso escatológico en el que anuncia la ruina de Jerusalén (no quedará piedra sobre piedra, ni una que no sea derruida), Santiago, Pedro, Juan y Andrés lo acompañan al Templo y después al monte de los Olivos, donde escuchan el profético sermón (Mt 24, 1–3; Mc 13, 1–4; Lc 21, 5–7). Tras la crucifixión y entierro de Jesús, Santiago fue testigo del Cristo resucitado a orillas del mar de Tiberíades, donde estaba con su hermano Juan y otros discípulos como Pedro y Tomás (Mt 28, 16–20; Mc 16, 14–18; Lc 24, 36–49; Jn 21, 1–2).

    Después de la Ascensión del Señor (Hech 1, 12–14) y el episodio de Pentecostés (Hech 2, 1–4), Santiago Zebedeo y los demás apóstoles pasaron un tiempo predicando en Jerusalén, a pesar de la persecución a la que fue sometida la Iglesia primitiva (Hech 8, 1); a la conversión de Saulo se suman las primeras misiones apostólicas en Samaria, Lidia, Antioquía y otros lugares; un creciente éxito en el proyecto evangélico que no se empaña con nuevas persecuciones, como la ordenada por Herodes Agripa I, rey de Judea y Samaria, que acaba con la vida de Santiago el Mayor, primer mártir del Colegio Apostólico, como explica sucintamente Lucas en los Hechos de los Apóstoles: Por aquel tiempo el rey Herodes mandó detener a algunos de la Iglesia, con el propósito de maltratarlos. Mandó ejecutar a filo de espada a Santiago, el hermano de Juan (Hech 12, 1–2). Cierto es que, pese a la inequívoca expresión de Lucas y a la tradición iconográfica occidental, en la que se representa el martirio de Santiago por decapitación o por degollación (a filo de espada), se desconoce si en la sentencia se aplicó el derecho romano (decapitación) o el derecho judío anterior al año 70, según el cual la muerte le sobrevendría por el golpe de una espada atravesándole el pecho. La brevedad de la noticia de Lucas sobre la ejecución de Santiago Zebedeo, sin que la preceda un proceso judicial como el de Esteban, se ha interpretado como advertencia al peligro que corre Pedro, jefe de la Iglesia de Jerusalén, encarcelado por orden de Herodes, pero liberado por un ángel (Hech 12, 3–19). De este modo sintético se puede sentir la presencia jacobea en la tradición bíblica, en concreto en los Evangelios canónicos y en los Hechos de los Apóstoles. En este último libro Lucas, discípulo y compañero de san Pablo, elude cualquier cita a un posible viaje evangelizador de Santiago a Hispania, misión atribuida a Saulo, como podría sugerir su intención, abiertamente expresada en la Carta a los Romanos (Rom 15, 23–28), de ir a la península a predicar después de pasar por Roma. A fines del siglo I el papa san Clemente (93–101), al referirse a la gran voluntad de Saulo por extender el mensaje evangélico, cita un supuesto viaje de san Pablo a los confines occidentales, creencia posiblemente inspirada por el deseo expresado por el apóstol en su Carta a los Romanos, pero silenciada en los Hechos de los Apóstoles y en las demás epístolas paulinas.

    2. Tradiciones jacobeas: la Evangelización de Hispania por Santiago y el lugar de su tumba

    En los primeros siglos del cristianismo surgen una serie de noticias que sugieren la presencia de un apóstol predicando en Hispania. Un discípulo distinto a san Pablo. A partir del siglo VI ya hay textos en Occidente que recogen la creencia de que fue Santiago el Mayor el discípulo de Cristo que prendió la llama evangélica en la península ibérica. Todo ello da lugar al origen del culto jacobeo en Hispania, con anterioridad al descubrimiento de sus restos en la Compostela del siglo IX, acontecimiento histórico que sucede entre los años 820–30. Para comprender las razones que llevaron a identificar el sepulcro hallado en el Libredón por el obispo Teodomiro de Iria Flavia, como el último destino de los restos mortales de Santiago, hay que analizar estas tradiciones sobre su predicación en los lugares occidentales, así como la creencia de su enterramiento en Galicia. Dos acontecimientos a los que se refieren diversas tradiciones y noticias de época altomedieval y origen europeo, y que recogen datos de la tradición oral, en contra del parecer de los Catálogos Apostólicos, textos griegos que mantenían la versión de que Santiago solo había evangelizado Samaria y Judea.

    Las informaciones más antiguas sobre su predicación en Hispania se transmitieron por tradición oral durante los primeros siglos de nuestra Era. En una época en la que se estaba adoptando poco a poco la religión cristiana en la España romana. Un nuevo culto que, de modo paulatino, fue ocupando el espacio de las devociones paganas, tanto indígenas como las importadas de Roma. Debe tenerse en cuenta que la cristianización de Hispania es un proceso vinculado a la romanización, aunque esto no significa que compartan una evolución pareja. Roma incentivó en la península el culto imperial como signo de romanidad y acatamiento del orden establecido, sin preocuparse por imponer los cultos grecorromanos; aunque los dioses del panteón romano, y después algunas divinidades orientales como Mitra, Isis y Osiris, se adaptaron a la religiosidad popular hispana.

    El Cristianismo también llegó con Roma, a pesar de que sus principios atentaban contra el poder del Imperio y su sistema esclavista; por eso su expansión se llevó con gran cautela, al principio en secreto, y no se desarrolló en Hispania hasta época bajoimperial. Cierto es que las primeras comunidades cristianas conocidas en la provincia Gallaecia datan de la segunda mitad del siglo III —las de Astorga y León se documentan a partir de 255—, grupos que dependían jerárquicamente de la Iglesia de Mérida, pero con un origen vinculado a las comunidades cristianas del norte de África, sobre todo del obispado de Cartago. A pesar de estos vínculos norteafricanos, no todas las iglesias peninsulares tenían esas raíces, pues la España cristiana, como crisol de culturas del Mediterráneo occidental, es fruto de la influencia doctrinal y cultural de distintas partes del Imperio romano, y su vitalidad ya era muy importante hacia el año 300, como prueba la celebración del concilio de Elvira (300–309), reunido en Eliberri, actual Granada, años antes del Edicto de Milán (313), a partir del cual el Cristianismo deja de estar prohibido en el Imperio romano, y bastante antes del concilio de Nicea (325), convocado por el emperador Constantino, cuyo canon V ordena la celebración periódica de concilios provinciales.

    En Gallaecia el Cristianismo tuvo unos inicios muy particulares, pues arraigó en las capas populares bajo la óptica rigorista y ascética del priscilianismo; una doctrina en auge desde fines del siglo IV hasta mediados del siglo VI, que cobró su máxima influencia en el último tercio del siglo IV, coincidiendo con la condena y ejecución en Tréveris del obispo Prisciliano (386–387), acusado de herejía y de practicar la brujería. Su ejecución a cargo del poder imperial llevó a muchos cristianos del noroeste hispánico a considerarlo como un mártir y un santo; es posible incluso que tras su muerte sus restos fuesen llevados a un lugar indeterminado de Gallaecia, para recibir sepultura y veneración. El priscilianismo se mantuvo muy vigoroso entre los gallegos, incluido parte de su clero, hasta el II Concilio Bracarense (572), dándose por terminada esta influencia hacia el año 600, época en la que se diluiría este priscilianismo residual. Desde principios del siglo VII se impone la ortodoxia religiosa y las ascéticas prácticas priscilianistas se van perdiendo y su memoria se olvida.

    Es en esta época, entre los siglos VI y VIII cuando se difunden en Occidente las noticias sobre la evangelización de Hispania por Santiago, sobre su martirio en Jerusalén y al traslado de sus restos a Galicia. La difusión de estas tradiciones está en el origen del culto jacobeo, mucho antes del descubrimiento del sepulcro del Zebedeo, acaecido entre los años 820–30. Un culto que comienza a gestarse en el ambiente político–religioso de la España visigoda, continuando en Francia, Inglaterra y, desde el último tercio del siglo VIII, en el reino de Asturias.

    La cristiandad tenía noticia de la dispersión apostólica y de la evangelización del mundo por los textos evangélicos y los santos Padres. El testimonio de los evangelistas Marcos y Mateo fue refrendado por Lucas en los Hechos de los Apóstoles y por Pablo en su epístola a los romanos. El primero, relatando los momentos precedentes a la Ascensión de Cristo en el Monte de los Olivos, reproduce las palabras de Jesús resucitado: …cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis una fuerza que os hará ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (Hech 1, 8). Por su parte, san Pablo afirma que por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe habitado sus palabras (Rom 10, 17–18). Las noticias sobre la dispersión apostólica siguieron formando parte de la tradición de la Iglesia de los primeros siglos, de modo que ya se citaba a fines del siglo I en la carta del papa san Clemente a los corintios, en el Libro III de la Demostración Evangélica de Eusebio de Cesarea, y en la carta del obispo Firmiliano al obispo de Cartago san Cipriano, pieza escrita en el siglo III. En los siglos IV y V autores como Dídimo El Ciego, de Alejandría, san Jerónimo y san Gregorio también hablan de la actividad apostólica y de la universal propagación del Evangelio, afectando a España. En pleno siglo IV el segundo libro sobre la Trinidad, de Dídimo El Ciego (ca. 313–ca. 398) cita: El Espíritu Santo infundió su innegable sabiduría a los apóstoles, ya al que predicó en la India, ya al que predicó en Hispania, ya a los que andaban en otros sitios de la tierra. Un concepto que reitera san Jerónimo (347–419) hacia 412 en su Comentario a Isaías, afirmando que los apóstoles predicaron el Evangelio desde Jerusalén al Ilírico y a Hispania, apuntando además una idea de gran influencia, como es la localización de la tumba de cada apóstol en la provincia en la que había predicado. El proyecto evangélico también alcanza la península ibérica según el obispo Teodoreto de Ciro (ca. 393–466), autor del sermón De Martyribus en el que asegura que los apóstoles habían predicado en Occidente, a celtas e hispanos.

    Estas tradiciones reforzaron la idea de que, en Occidente, muchas comunidades cristianas habían sido fundadas por otros apóstoles distintos a san Pedro y san Pablo. Para evitar el protagonismo que Santiago u otros apóstoles podían cobrar en el seno de la Cristiandad latina, el sumo pontífice recalcó la autoridad de Roma sobre las demás iglesias. Y así, en 416 el papa Inocencio I, en su Epístola a Decencio, obispo de Gubbio, rechazaba cualquier tradición apostólica nacional, en favor de la romana, afirmando que todas las iglesias de Occidente tenían su origen en san Pedro y sus sucesores: Es manifiesto que, en toda Italia, en las Galias, en España, en África, en Sicilia y las demás islas adyacentes nadie ha constituido iglesias sino aquellos a quienes el venerable apóstol Pedro o sus sucesores constituyeron obispos. Que se cite si en esas provincias ha enseñado algún otro apóstol. Si no se puede encontrar ningún texto, porque es imposible, hay que seguir los usos de la iglesia romana. Inocencio I pedía pruebas sobre algún otro apóstol que hubiese fundado iglesias en Occidente, salvaguardando así la primacía de la sede y liturgia romanas, al tiempo que reivindicaba su autoridad sobre las demás iglesias occidentales. Una actitud que parece reconocer de modo implícito la existencia de tradiciones orales sobre la evangelización de otros apóstoles en Occidente, y que, por eso, rechazando toda tradición oral, el romano pontífice solicitaba pruebas escritas de la fundación de iglesias por algún apóstol que no fuese san Pedro. Parece obvio que esta carta de Inocencio a Decencio no debería ser interpretada de modo literal, pues caería en contradicción con los Hechos de los Apóstoles y la Epístola a los romanos, donde consta que san Pablo predicó en Malta y Roma. La epístola nos parece una llamada a la unidad de las iglesias de Occidente, tanto en lo referente a la unidad de rito como a la obediencia al papa por parte de los obispos y demás jerarquías eclesiásticas, en un momento de peligro para la cristiandad y de manifiesta debilidad del poder imperial, tras el ataque y saqueo de Roma por Alarico (410).

    A fines del siglo V o inicios del siguiente se conoce en Occidente la versión oficial que la Iglesia ofrece sobre el martirio de Santiago; un texto denominado Passio Sancti Iacobi, escrito en un lugar situado entre Milán y Lyon, y conocido en la península ibérica en los siglos VII–VIII. La Passio Iacobi desarrolla la pasión y muerte del Zebedeo, aunque sin mencionar a Hispania como ámbito de su predicación; se trata de un texto hagiográfico que no aporta mucho más que lo ya conocido a través de los Hechos de los Apóstoles (12, 2), aunque toma como referencia piezas más antiguas que recogían los últimos momentos de la vida de Santiago, adornados con detalles maravillosos que respondían a la sensibilidad de la fe popular. Estas tradiciones que se toman como fuente son orientales, y se refieren a la predicación de Santiago en Judea y Samaria, donde había convertido a varios perseguidores de los cristianos. La obra fue recogida y retocada en el siglo XII en el Libro I del Liber Sancti Iacobi, recibiendo el nombre de Passio Magna. La narración de la Passio pondera el poder taumatúrgico de Santiago quien, después de haber vencido al mago Hermógenes, sanar a un paralítico que lo invoca camino del martirio, y convertir en el último momento a Josías, un criado de Herodes, lo bautiza con el agua que el apóstol pide como último deseo antes de morir. El verdugo decapita a Santiago y su cabeza cae sobre sus manos extendidas sin que nadie pueda quitársela; tras la muerte del mártir Josías se produce un terremoto, se abre el cielo y se agita el mar. El Calixtino prosigue el relato con una interpolación de marcado carácter compostelano, según la cual los discípulos de Santiago colocaron cuerpo y cabeza en un zurrón de piel de ciervo con preciosos aromas y lo transportaron de Jerusalén a Galicia por el mar.

    Sobre la presencia de Santiago en Hispania, y en concreto en la Tarraconense, hay una noticia atribuida al obispo Máximo de Zaragoza (ca. 592–619), relativa a la fundación de una iglesia dedicada a la Virgen María por parte del apóstol Santiago el Mayor; el texto, recopilado a mediados del siglo XIX por el teólogo francés Jacques Paul Migne, dice: Caesaraugustae templum Dei genitricis sanctum, et a divo Jacobo constructum, quod ad Columnam dicitur, celebre habetur (Existe en Zaragoza un célebre y sagrado templo de la madre de Dios, llamado de la Columna, edificado por el divino Santiago). El supuesto templo ad Columnan seguía existiendo en 855 y su antigüedad parecía remontar a varios siglos atrás, pues guardaba la tumba de san Vicente, martirizado a comienzos del siglo IV. Lo que sucede con el obispo Máximo y su supuesto cronicón, es que fue lamentablemente utilizado a fines del siglo XVI por el falsario jesuita toledano Jerónimo Román de la Higuera, consiguiendo así el desprestigio de sus fuentes. No obstante, la Chronica Caesaraugustana es relevante para el estudio de la Hispania visigoda y, aunque atribuida a Máximo de Zaragoza, es en realidad obra colectiva y anónima, realizada en la Tarraconense y fruto de fuentes diversas, por lo que no debe ser rechazada sin más. La noticia referida a la fundación del templo del Pilar en fechas tan tempranas debe ser tomada con cautela, aunque podría referirse a una tradición local de discreta trascendencia.

    Muy distinta fue la fortuna de un texto que cobra importante difusión en Europa occidental a mediados del siglo VII: el Breuiuarum apostolorum ex nomine uel locis ibi praedicauerunt, orti uel obiti, un catálogo que ofrece los datos básicos de todos los apóstoles, las tierras evangelizadas por cada uno y el lugar de muerte y sepultura. Compuesto en la Galia meridional a fines del siglo VI y difundido a lo largo del siglo VII, el Breviarum fue decisivo en la promoción del culto jacobeo, configurándose como un texto clave para la promoción de la tradición de la predicación de Santiago el Mayor en Hispania. Su composición se produjo en un ambiente propicio a las comunidades cristianas de Hispania y las Galias, resaltando la fundación apostólica de sus respectivas Iglesias. El texto expone por primera vez en latín una serie de informaciones biográficas sobre los apóstoles, el territorio de su misión y el lugar de su sepultura, dando como novedad la noticia de las misiones de Santiago el Mayor en Hispania, san Felipe en las Galias y san Mateo en Macedonia. El Breviarum concreta el área de la predicación jacobea, los lugares occidentales de Hispania, y da la noticia concreta de que sus restos reposan en un lugar denominado Achaia Marmarica. La cita es la siguiente: Iacobus, qui interpretatur subplantator, filius Zebedei, frater Iohannis. Hic Spaniae et occidentalia loca praedicatur et sub Herode gladio caesus occubuit sepultusque est in Achaia Marmarica VIII Kalendas Augustas. La localización es de difícil ubicación, pero contrasta con la idea de los catálogos griegos, que señalaban a Judea o Cesarea como posibles lugares de sepultura de Santiago Zebedeo. En suma, con la difusión del Breviarum Apostolorum durante los siglos VII y VIII se promocionó la tradición jacobea y el culto a Santiago, mucho antes del descubrimiento de su tumba en Compostela. Por otra parte, esta lectura animó a las Iglesias de Venecia y Córcega a adjudicarse para sí la evangelización de sus respectivas comunidades por Santiago, quien presuntamente pasaría algún tiempo en esas zonas, de paso hacia Hispania.

    En la segunda mitad del siglo VII esta información sobre la predicación de Santiago en los lugares occidentales de Hispania llega al sur peninsular, a la Bética, siendo citada en el capítulo 71 del libro De ortu et obitu Patrum de san Isidoro de Sevilla. En el texto isidoriano se produce un significativo cambio que afecta a la comprensión de la misión del apóstol, pues recoge lo dicho en el Breviarum Apostolorum, pero resalta que Santiago predicó el Evangelio en Hispania y regiones occidentales. En la versión de san Isidoro, por lo tanto, el apóstol no sólo evangeliza el occidente del país, pasando a extender su predicación a todo el territorio del reino hispano–visigodo recientemente unificado. La España visigoda de la segunda mitad del siglo VII padece una seria crisis política; conserva intacta la fe religiosa, pero pierde el vigor que había logrado en el último cuarto del siglo VI, con reyes como Leovigildo (569–586) y Recaredo (586–601). En época de Recaredo, convertido al catolicismo a instancias del obispo Leandro de Sevilla, se celebró el III Concilio de Toledo (589), en el que se adopta el catolicismo como religión oficial del pueblo hispanovisigodo, y en su reinado la Corona se reviste de una maiestas y de un imperium de resabios bizantinos. En el último tercio del siglo VI, la obra de la dinastía de Leovigildo produce acontecimientos trascendentes, pues se asiste a la unidad política peninsular y a la sacralización de la realeza, acuñando la concepción isidoriana del monarca como vicarius Dei. En cuanto a la tumba, san Isidoro reitera la noticia del Breviarum, asegurando que se encuentra en ese misterioso lugar denominado Achaia Marmarica.

    Otras fuentes contemporáneas del sevillano difunden por Germania, la Galia, Hispania y el norte de África la tradición de la predicación jacobea en la península ibérica; nos referimos a una segunda redacción del De Ortu et Obitu Patrum, quizá debida a un monje irlandés del entorno de san Virgilio de Salzburgo (+784), el Cronicón de Freculfo de Lisieux (+825), el Martirologio Gelonense (804) y el Calendario latino del Sinaí; este último documento sobre la dispersión apostólica, conservado en la biblioteca de Santa Catalina del Sinaí, pertenecía a una iglesia del norte de África, que compartía en el siglo VIII y con anterioridad la noticia de la predicación de Santiago Zebedeo en Hispania. Por su parte, la Iglesia latina continúa difundiendo el prestigio de Santiago el Mayor durante el siglo VIII a través del Breviarum Apostolorum y el texto de san Isidoro, al tiempo que surgen nuevas voces, como la del abad anglosajón san Aldhelmo de Malmesbury, que llegó a ser a principios del siglo VIII obispo de Sherborne, autor reconocido del Poema de Aris, compuesto hacia el 700. El poema de san Aldhelmo versifica la misión apostólica de Santiago en Hispania, y debe ser valorado como una gran pieza lírica y litúrgica. Pero también es singularmente valioso desde el punto de vista de la cultura jacobea, al apostar por una relación privilegiada de Santiago con Hispania. El análisis textual del poema de san Aldhelmo indica que, o bien contó con san Isidoro como fuente, pues incurre en el mismo error de confundir a Herodes Agripa con el tetrarca Herodes Antipas, fallo corregido en el Breviarum Apostolorum, o bien tenía a mano uno de los catálogos apostólicos orientales traducido al latín.

    Tras la conquista islámica de la península ibérica en 711 surgen en Inglaterra y el reino de Asturias las creativas voces de Beda el Venerable y Beato de Liébana. La labor del monje anglosajón Beda el Venerable hay que datarla entre los finales del siglo VII y los inicios del siglo VIII; sus versiones en verso y en prosa de la Vida de san Cuthbert datan de 716 y 721 respectivamente; por otra parte, la Vida de los Abades de Wearmouth y Jarrow fue escrita por Beda antes de 716. Mientras, la obra del presbítero astur Beato de Liébana aparece a finales del siglo VIII. Beda conoció las diversas versiones occidentales del Breviarum Apostolorum, textos que reflejaban contradicciones entre sí, motivando su revisión crítica. Así que refundió las versiones, atendiendo al estudio comparativo con las antiguas fuentes griegas y latinas. Como resultado, Beda sostuvo la idea de que la evangelización de Hispania fue obra de Santiago, reforzando por lo tanto los contenidos del Breviarum. Las noticias sobre el reparto apostólico del mundo fueron adoptadas por el Venerable en sus homilías y en una de sus obras ascéticas. En uno de los textos recogidos por Migne en su Patrología Latina, Beda admite que: Pedro recibió Roma; Andrés, el Peloponeso septentrional; Santiago, Hispania; Tomás, las Indias; Juan, Asia; Mateo, Macedonia; Felipe, las Galias; Bartolomé, Asia Menor; y Simón, Egipto.

    El texto de Beda el Venerable no era original en cuanto a la noticia de la evangelización jacobea de Hispania, tradición difundida por el Breviarum, pero ofrece datos novedosos en lo tocante al lugar donde se suponía, a fines del siglo VII, que estaba enterrado el cuerpo del apóstol; es decir, un siglo antes de su descubrimiento. Beda es el primero que deja constancia escrita sobre el enterramiento de Santiago en Hispania. Esta afirmación que aparece en una homilía sobre san Juan Evangelista y en su Martirologio, ambos textos datados a fines del siglo VII o inicios del VIII. En su Homilía 92 sobre san Juan Evangelista, el Venerable —recogido por Migne— admite que su hermano Santiago el Mayor fue llevado a Hispania tras su muerte en Jerusalén: Iste est frater beati Jacobi cuius in Hispania corpus requiescit; es decir, Éste (san Juan) es el hermano del bienaventurado Santiago cuyo cuerpo descansa en Hispania. El Martirologio de Beda es más elocuente, completando la información y aclarando que el sepulcro de Santiago, tras un segundo traslado en la península, se hallaba en sus confines occidentales:

    Los sagrados restos mortales de este bienaventurado apóstol fueron trasladados de lugar en Hispania y escondidos en sus últimos límites, a saber, frente al mar Británico.

    No cabe duda que se trata de un llamativo testimonio. Cien años antes del descubrimiento de la tumba del apóstol, Beda el Venerable la localiza en territorio hispánico, en un lugar próximo al mar Británico, o mar de Occidente; es decir, no lejos de la costa atlántica.

    La labor del presbítero Beato de Liébana, personaje de gran importancia en la historia de la alta Edad Media española, también difunde la tradición de la evangelización jacobea de Hispania. Su obra es igualmente anterior al descubrimiento del sepulcro, y se encuadra en el último cuarto del siglo VIII, unos cincuenta años antes del feliz hallazgo. Beato escribe sobre el año 776 un célebre Comentario al Apocalipsis, tomando como fuentes a Jerónimo, Agustín, Ambrosio, Fulgencio, Gregorio, Ticonio, Ireneo de Lyón, Apringio e Isidoro de Sevilla. El Comentario de Beato aparece al restringido público alfabetizado y culto en 786, retomando en el prólogo del segundo libro la versión isidoriana de la diáspora de los apóstoles —toma notas de las Etimologías de san Isidoro y De ortu et obitu Patrum—, incluyendo la noticia de la evangelización de Hispania por Santiago.

    Esta obra capital de Beato posee un enorme valor exegético y espiritual, pero no debe entenderse como una compilación de textos ajenos, pues su espíritu responde a una intelectualizada reinterpretación, de estilo isidoriano, de la tradición paleocristiana sobre el Apocalipsis; Beato sigue el preceptivo método de trabajo empleado por el monaquismo altomedieval occidental, con intención pastoral y devocional, asumiendo un método espiritual que recoge las esencias de los Comentarios anteriores y orientando sus metas hacia la oración y la contemplación. El texto de Beato logra importante difusión en Europa gracias a las sucesivas copias realizadas en los siglos X, XI y XII, potenciando el culto a Santiago y difundiendo, como había hecho el Breviarum Apostolorum, la noticia de su predicación en la península ibérica. El aspecto visual fue, además, muy relevante, pues los códices del Comentario incluían un mapamundi con una didáctica explicación iconográfica sobre la dispersión apostólica, y que contribuirá a fijar en la memoria del Occidente medieval la tradición de la evangelización de Hispania por Santiago e incluso, a través de su efigie pintada sobre Galicia, la focalización de su tumba en la provincia evangelizada, en sintonía con la máxima de san Jerónimo sobre la ubicación del sepulcro de cada apóstol en las tierras de su predicación.

    Surge también en Asturias, en el entorno de la corte de Pravia, otra obra de incuestionable valor y dudosa atribución, que manifiesta su devoción y amor hacia el apóstol. Se trata del himno litúrgico O Dei verbum, escrito hacia 785 en honor a Santiago el Mayor, patrono de Hispania, en época del reinado del soberano astur Mauregato (783–789), cuyo autor podría ser Beato de Liébana o un desconocido clérigo poeta de posibles influencias carolingias. Con este himno la liturgia de la Iglesia asturiana recoge oficialmente las ideas sobre la evangelización de Hispania que aparecían en el Comentario al Apocalipsis, propagando entre el pueblo llano, que lo cantaba en las iglesias, la creencia de la predicación jacobea en la península Ibérica.

    Tanto en el Comentario al Apocalipsis como en el himno O Dei verbum influyeron las vicisitudes vividas en el reino de Asturias, una época de grandes tensiones ideológicas, teológicas y militares. Por una parte, la Cristiandad hispana, en su mayoría bajo el dominio de los emires de al– Ándalus, había incurrido en un pecado de herejía, por considerar a Cristo como hijo adoptivo de Dios. Y, por otra parte, el Emirato de Córdoba no dejaba de presionar con la fuerza de las armas al norte cristiano. En esta situación de agobio se creó un ambiente religioso, psicológico y sociológico propicio a buscar la tutela del Cielo, contando con Santiago el Mayor como santo defensor del reino. El himno O Dei verbum así invocaba su patrocinio:

    O vere digne santior apostole / Caput refulgens aureum Ispanie / Tutorque nobis et patronus vernulus

    (Oh, apóstol dignísimo y santísimo / cabeza refulgente y dorada de Hispania / defensor poderoso y patrono especialísimo)

    Se produce de este modo, en el reino astur galaico, la fusión de la tradición de la evangelización de Hispania por Santiago y la idea de su patronazgo. Una unión conceptual que influirá en la devoción del pueblo y en la difusión de su culto. La Cristiandad libre, la del norte peninsular, eleva a Santiago a la categoría de santo patrono de la España cristiana, al tiempo que su clero y la institución monárquica salen robustecidos ante el mundo occidental, gracias a la defensa a ultranza de la ortodoxia católica y trinitaria. La doctrina combatida era el adopcionismo, una vieja creencia antitrinitaria adoptada por los mozárabes de al–Ándalus y condenada como herejía por el papa Adriano I en 794, por considerar a Cristo hijo adoptivo de Dios.

    En realidad, el adopcionismo era una vieja creencia herética de origen bizantino, condenada por el papa Víctor I a fines del siglo II. Suele citarse como autor de esta doctrina a Teodoto de Bizancio, un rico curtidor de pieles que aseguraba que Jesús fue un hombre adoptado por Dios en el momento de su bautismo en aguas del Jordán. Cristo sería, por lo tanto, una persona a quien el Creador

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