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El olor del tiempo
El olor del tiempo
El olor del tiempo
Libro electrónico178 páginas2 horas

El olor del tiempo

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Información de este libro electrónico

Casimir, un joven estudiante polaco de origen judío y de familia pudiente, decide viajar a Francia a estudiar en la Sorbona. Repentinamente estalla la Segunda Guerra Mundial y dadas las circunstancias se ve obligado a huir para salvar su vida.

Se embarca en Marsella en el buque Alsina con destino a América del Sur, donde se encuentra con una amiga de la infancia, con españoles republicanos y con judíos del resto de Europa con quienes comparte el drama del exilio y la incertidumbre.
Después de sortear los malos tiempos de tormentas, hambre, enfermedad y perdidas de pasajeros en el barco. Logran llegar a un puerto Holandés que permite su desembarco. Allí logran obtener visa a diferentes países de América del Sur.
Llega a Colombia y comienza a trabajar como corresponsal para AFP. Conoce, entre otros referentes culturales, a Álvaro Mutis (novelista y poeta) con quien entabla una buena amistad y con el paso de los años, presenta programas semanales de exposiciones y museos en las emisoras HJCK y La Radiodifusora Nacional y así se convierte en un famoso crítico de arte. En la Bogotá de los años 50, recibe una visita inesperada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 abr 2024
ISBN9788410684614
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    El olor del tiempo - Martha Cecilia Oramas Bautista

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Martha Cecilia Oramas Bautista

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-461-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    «Hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo

    tiempo para nacer y tiempo para morir

    tiempo para plantar y tiempo para cosechar

    tiempo para llorar y tiempo para reír

    tiempo para la guerra y tiempo para la paz».

    Eclesiastés 3

    Agradecimientos

    Quiero dar las gracias a todos los autores que leí, que me permitieron entender el dolor sufrido al ser exiliados. A los que murieron sin ver un nuevo amanecer en su propio país, en busca de un mejor lugar para vivir. De ellos me inspire al escribir.

    A mis primeros lectores: a Eliza, mi hermana, siempre atenta a mis escritos. A mi corrector de estilo y maestro, Facundo, por sus recomendaciones, por siempre poner una mirada refrescante en mis apuntes y una crítica constructiva.

    A mi hija Cata, por su apoyo incondicional y colaborarme con la obtención de libros del exilio español en Barcelona, que enriquecieron grandemente mi investigación.

    A mi hijo Andrés, quien atentamente me escuchó en mis primeros capítulos y me aportó su crítica constructiva.

    A Alejandro, mi esposo y compañero de vida, gracias a su apoyo, desde el primer momento que empecé con la idea de escribir esta novela, por su confianza y su escucha cada vez que escribía un capítulo.

    A mis compañeros escritores y críticos, que me escuchaban y daban sus consejos.

    A mis padres, quienes, a pesar de que nunca les leí, sé que siempre estuvieron ahí.

    Notas de la autora

    Casimir es un personaje real acompañado de sus vivencias, tanto reales como ficticias. Cuando estuve en un homenaje a Casimir, en una universidad bogotana, se exaltaba su labor como uno de los impulsores del arte moderno en Colombia. A raíz de este homenaje, mas toda la información que tenía de testimonios reales escuchados en Polonia y en Colombia y la investigación realizada, me convencí a escribir una novela sobre su vida. Este libro es una recopilación de historias personales encontradas e información de diferentes autores, entre los que se destacan los escritos del propio Casimir en los que explicaba su trabajo.

    Antes de decidirme a escribir este libro, me sumergí en la lectura de lo que se había publicado sobre él, revisé cuidadosamente su archivo en la Biblioteca Luis Ángel Arango. En el archivo de sus más de veinte cajas que reposan allí, descubrí parte de su vida: cartas, postales, recortes de periódicos en más de cinco idiomas sobre la actualidad y sobre el arte, y los escritos a máquina de sus programas radiales.

    Al leer y escuchar testimonios de las personas que habían sufrido el horror de la guerra, me conmoví. La novela ha sido un reto, un regalo del que siempre estaré profundamente agradecida. Escribir ficción con personajes reales me ha dado gran prevención, aunque Casimir forma parte central de la novela, se han inventado personajes y hechos que nunca existieron. He intentado ser fiel a lo que el personaje hizo en su vida profesional, su vida personal fue totalmente ficción. Quiero manifestar mis más sinceros agradecimientos a la Biblioteca Luis Ángel Arango, especialmente a la sección de libros raros.

    El olor del tiempo pone en primer plano el dolor de la pérdida causada por la devastación de la guerra y la capacidad de renacer en medio de la desolación. Esa guerra, y cualquier otra, ha marcado un antes y un después en la vida de generaciones enteras.

    Prólogo

    ¿Por qué amamos a este personaje? ¿Qué hace que queramos saber de sus pasos?

    En mi caso es porque Casimir es un niño, un niño que es apartado por sus amigos, un niño que vuelve a casa con las preguntas que los demás le han hecho y que no ha sabido responder. La escena inicial de la novela es desgarradora y genuina. Y tiene algo en común con la última escena: la soledad y el desconcierto de una persona —sensible— frente a un mundo que cambia y que busca dejar atrás a sus hombres y mujeres sensibles.

    Casimir es el sujeto moderno, un ejemplar clásico del siglo XX europeo. Es culto, está enamorado de la belleza y se reconoce explorador de paisajes y emociones. Pero descubre demasiado pronto que los nacionalismos se expanden y los ejércitos se alistan, y que la sangre humana es otro aceite del progreso.

    Con una educación sentimental marcada por las persecuciones y las sospechas, el oficio de Casimir se vuelve su refugio, así como su libreta —que nunca abandona— se convierte en un objeto mágico. Gracias a Martha Oramas, tenemos acceso privilegiado a sus notas, a alguna que otra carta y a los desaires que sufre el protagonista en este viaje alucinado.

    Es inútil el intento de contar una vida entera: basta ejercer el oficio de mirar. La autora nos entrega fragmentos de una vida excepcional, un perfume de esos espacios íntimos e indescifrables en los que amó y fue abandonado, una luz sobre la trayectoria de un hombre que enlaza continentes, lenguajes y versiones del ser humano.

    ¿Qué es un museo, sino un compendio de humanidad? ¿A quién se le ocurre dar la vida por el arte, en un mundo tan caótico y fugaz? A Casimir, según esta novela. Y también a otros y otras que ejercen aún el oficio de recordar.

    Recordar duele, sobre todo si se atraviesa una guerra. No cabría en una novela todo el desasosiego, todo el miedo del protagonista. Lo absurdo no cabe en su totalidad.

    Cabe en la novela, y encaja de forma perfecta, el diálogo con los amigos que lo escondieron del mal, los silencios cómplices con las mujeres que lo amaron, las mareas altas en los barcos, la biblioteca del padre, una ciudad latinoamericana bajo la suela de los zapatos y, junto a la búsqueda de la belleza, la memoria del horror.

    Bienvenidos a un tiempo de novela.

    Capítulo 1

    Aquella mañana, un niño en el salón de clases del Colegio, se acercó a Casimir, quien —como de costumbre— estaba absorto garabateando en su cuaderno de notas. El niño se sorprendió al ver el dibujo de Casimir: un árbol del patio lleno de pájaros en reposo. Le preguntó, al cabo de unos segundos:

    —Casimir, ¿puedo preguntarte algo? —Casimir alzó la mirada y asintió con timidez—. ¿Por qué no vienes a la iglesia los domingos? —preguntó el niño.

    Antes de cerrar su cuaderno, dibujó una estrella y contestó:

    —Yo voy a la Sinagoga, con mis padres.

    El niño se quedó mirándolo y, como nadie dijo algo nada más, se volvió corriendo donde estaban sus otros compañeros para contarles.

    Casimir vio que los niños, durante el resto del día, cuchicheaban entre ellos y lo miraban de reojo.

    Durante el resto del día, Casimir observó que los niños cuchicheaban entre ellos y lo miraban de reojo.

    Era otoño y cuando sonó la campana, Casimir se fue a casa corriendo. Pasó por el parque Saski y pisó con deleite las hojas amarillas, que ya estaban secas. Recogió una, la observó con detalle y, después de soplarla para quitarle el polvo, la guardó en el bolsillo de su cuaderno de notas. Llegó a su casa y buscó a su mamá.

    —¡Mamo, mamo! —gritó Casimir, entrando a la casa, pero se detuvo al escuchar el piano. Vio que la puerta del salón estaba entreabierta, se sentó en el suelo sobre el piso de madera y observó a su madre inclinada sobre el piano, con su cabello castaño recogido en su cabeza. Mientras escuchaba, admiraba el salón con sus paredes altas y su techo con molduras de otra época. Sobre las paredes, el papel de colgadura rosado tenue y sobre él unos grandes cuadros que siempre le resultaron fascinantes. Al fondo del salón su madre interpretaba a Chopin.

    Cuando terminó la pieza, bajó la tapa del piano y lo miró con ternura. Casimir se le acercó y le dio un beso en las manos. Amaba esas manos de dedos largos y finos, tan capaces de acariciar con suavidad su piel como de golpear con fuerza las teclas de marfil.

    —¿Por qué nosotros no vamos a la iglesia del barrio como los demás?

    Su mamá se levantó y le dijo:

    —Ven, vamos a conversar al comedor.

    Casimir corrió al comedor y se sentó a esperar a su mamá. Casimir observó su cara, estaba un poco roja, como cuando él corre demasiado.

    —Mira, hijo, no tienes de qué preocuparte —le contestó ella, acomodándose en la silla frente a él—. Es cierto, tú no vas a la iglesia católica como tus compañeros de clase. Nosotros vamos a rezarle a Dios a la sinagoga y hacemos nuestras plegarias en casa, porque nosotros somos judíos. Ya te habíamos explicado qué es ser judío, ¿te acuerdas?

    Casimir sollozó y asintió con su cabeza. Sabía que era bueno ser judío, hace unos meses había celebrado su Bat Mitzvá, pero no entendía por qué sus compañeros lo consideraban tan raro y no querían jugar con él.

    La mamá se acercó a él, lo abrazó y le dijo:

    —Si te vuelven a decir algo tus compañeros, me avisas y voy a hablar con el director. Estaba un tanto sorprendida por la reacción de Casimir.

    —No te preocupes, hay muchos niños más como tú que tampoco van a la iglesia y van a rezar a la sinagoga. Tus amigos como Samuel y Ania, por ejemplo.

    Casimir seguía sufriendo, se le notaba en la mirada.

    —¿Está bien? —preguntó ella.

    —Sí, pero… —contestó Casimir sin alzar los ojos y después de un minuto, preguntó—: ¿no podríamos ir algunas veces a la iglesia de mis amigos, mamo? —Casimir miraba a su mamá con gesto suplicante.

    La mamá movió la cabeza, parecía confundida, sorprendida.

    —No sé ni qué decirte. —Y después se levantó del sofá y le dijo––: Ve a asearte, pronto cenaremos.

    Luego se paró de la silla. Casimir se alejó cabizbajo hacia el patio de la casa y se puso a jugar a patear el balón, mientras pensaba: «Si no voy a la iglesia, mis amigos no van a querer jugar más conmigo».

    Desde ese día, tal como lo temía, Casimir fue excluido de los juegos en el colegio. Comenzó a buscar más a los niños que iban a la Sinagoga, como Samuel y Ana. Ellos eran un poco retraídos, no les gustaba jugar con el balón y para Casimir no eran tan divertidos como Stasek y Lukasz, pero por lo menos no estaba solo.

    Así comenzó Casimir a notar que algo no estaba bien.

    ***

    Casimir cumplía 17 años, pero había mucho silencio en la cena. Estaban sentados sus padres y sus dos hermanos sobre la larga mesa, adornada con dos candelabros de velas blancas encendidas, un pan de trenza y varias fuentes de porcelana con ensalada de remolacha, papas y pavo. El padre tomó aire y miró fijamente a Casimir. Habló con voz enfático:

    —Ya es hora de que hablemos sobre tu futuro, Casimir. —Casimir pensó que esa palabra era demasiado grande.

    —Tú solo te la pasas pintando y jugando con tus amigos. Tus hermanos ya están estudiando en la Universidad.

    Sus hermanos permanecieron callados y no comentaban nada. Solo su mamá se preocupaba porque todos se sirvieran los alimentos puestos en la mesa. Mientras el padre hablaba, Casimir estaba doblando y haciendo figuras con una servilleta.

    —Es hora de que pienses qué vas a estudiar. Si no, cuando cumplas dieciocho años, te voy a mandar a Ginebra a la Facultad de Leyes. Tu tío ya tiene el cupo asegurado, para cuando vuelvas trabajes conmigo en la empresa.

    Miró a sus padres sorprendido, por el futuro que ya le estaban organizando, sin él mismo saber qué quería. Por ahora -era cierto- disfrutaba plenamente de su juventud con sus amigos. Se levantaron de la mesa y Casimir se fue detrás de su padre.

    —Papá —le dijo—, quiero hablar contigo, ¿puedo?

    —Ahora debo hacer unas cosas, mañana en la noche hablamos.

    Al otro día, Casimir fue al despacho de su padre. El padre lo mandó a seguir y le dijo que lo esperara un momento, mientras acababa algo que estaba haciendo. Casimir se puso a observar un cuadro que colgaba en una de las paredes: era de carácter religioso y el autor, Samuel Hirszenberg, presentaba a unos jóvenes estudiando el Talmud a la luz de las velas. El detalle absoluto es un haz del sol, entrando como un polizón

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