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Luzbel
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Libro electrónico328 páginas4 horas

Luzbel

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Información de este libro electrónico

En las profundidades de una selva ancestral, donde los secretos se entrelazan con la herejía, Azrael, portadora de la luz, encuentra a una aliada en Luzbel, el ángel caído que ha tomado una forma humana.

Juntas deben rescatar el Libro del Destino, una reliquia que contiene los hilos que tejen las historias de todos los seres en el planeta. Sin embargo, los antiguos dominios de Luzbel se encuentran desolados, sumergidos en el silencio. El tiempo apremia, pero la alianza ya está sentenciada. Una serie de criaturas acechan en el crepúsculo, buscando romper la conexión ancestral y desatar el caos durante su viaje.

Cada paso las acerca al preciado tesoro, pero las fuerzas oscuras harán todo lo posible para detener a una poderosa mujer que busca su lugar en el limbo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2024
ISBN9789566183785
Luzbel

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    Luzbel - Sofía Ramos Wong

    -

    © Luzbel

    Sello: Tricéfalo

    Primera edición digital: Marzo 2024

    © Sofía Ramos Wong

    Director editorial: Aldo Berríos

    Ilustración de portada: José Canales

    Corrección de textos: Aldo Berríos

    Diagramación digital: Marcela Bruna

    Diseño de portada: Marcela Bruna

    © Áurea Ediciones

    Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

    www.aureaediciones.cl

    info@aureaediciones.cl

    ISBN impreso: 978-956-6183-67-9

    ISBN digital: 978-956-6183-78-5

    Este libro no podrá ser reproducido, ni total

    ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

    Todos los derechos reservados.

    - Primer movimiento (Allegro de sonata) Actun Tunichil Muknal -

    Azrael caminó el trayecto de ida a paso calmo y sin acelerar. Bajó sin problemas la colina que conocía como de los reyes malditos hasta llegar a la entrada de la caverna de Actun Tunichil Muknal. Las aguas estaban más tranquilas que nunca y el reflejo de la luna hacía resaltar la belleza natural de esa maravilla arquitectónica. Giró para adentrarse en un estrecho pasadizo escondido antes del sendero de los esqueletos y la doncella de cristal. Avanzó hasta el fin de la pared de cerámica y cristales rosados hasta llegar a una cámara enorme. A pesar de su larga ausencia, recordaba muy bien el recorrido a través de las cavernas coloreadas con piedras preciosas desconocidas para el ser humano; cual pinturas en un museo, con brillos tornasoles iluminando cada rincón y hasta la sala decorada con huesos calcificados antes de llegar al río. Azrael continuó sin detenerse hasta el final de la gruta.

    —¡Alto ahí! —se escuchó desde dentro de la cámara. Azrael detuvo su paso y le hizo frente a la sombra—. No tienes autorización para estar en este lugar.

    —Vete al Edén, maldito querubín. No tengo tiempo para tus juegos —respondió Azrael.

    Entonces un ser vestido con una capucha de color burdeo se asomó por el borde del túnel. Portaba escondido en una mano un puñal y en la otra un pequeño cristal.

    —Azrael, tanto tiempo sin ver ese cabello fulgurante —preguntó el misterioso ser bajo la túnica—. ¿Qué haces aquí?

    — Necesito verle.

    —A quien tú buscas no se encuentra en este lugar. Yo soy el celador.

    —Querrás decir, protegiendo lo que usurparon —se apresuró en responder Azrael.

    —La interpretación de un arcángel no cambia la realidad. Estos son ahora sus aposentos.

    —Te haré tragar tus palabras —dijo Azrael, haciendo reaccionar al querubín, quien aferró el puñal con más fuerza y se colocó en posición de ataque—. No sería la primera vez que te derribo, Kasbel.

    —Querida —dijo el querubín, mordiendo su orgullo—, sabes que estoy más arriba que tú y mi poder es mucho mayor. Solo un arcángel se aferraría tanto a una victoria pasada.

    —Si estás tan seguro de tu poder, no temblaría la mano sobre ese puñal —respondió Azrael, sorprendiendo a Kasbel—. Pero no he venido a perder el tiempo contigo. ¿Dónde está?

    —Dejó este lugar hace milenios, adornó este jardín artificial repleto de luces, estrellas y piedras para no extrañar tanto mi hogar —le confesó el querubín—. Pero a fin de cuentas todos vamos a desaparecer hasta transformarnos en una sola luz.

    —No te compadezco.

    —Azrael, tú sabes lo que está pasando. Estás más cerca de Hashem que cualquiera de nosotros. Casi has alcanzado el Clara. ¿Aún no sabes dónde está?

    —No puedo sentir su presencia.

    —Nosotros nunca hemos podido sentir la presencia de otro ángel, pero sí de los seres humanos. —Azrael se quedó asombrada con la respuesta del querubín—. Vaya, veo que no te esperabas eso.

    —Si juegas conmigo, prometo que te llevaré personalmente al Edén para que enfrentes a Hashem. Tendrás que mirarla a los ojos, y desearás volver a esta tierra asquerosa a la que llamas hogar. Y eso es peor que cortarte la cabeza o despellejarte.

    —¿Por qué necesitas de su presencia tan urgente? —Kasbel cambió de tema.

    —Se ha roto el sello del tiempo. Sigma Elyon ha perecido… y tarde o temprano los ángeles y los demonios van a ir de cacería —respondió Azrael, dejando al otro sin palabras.

    El querubín se sacó la capucha, dejando ver un hermoso ser de cabellos rojos como el fuego y largos como su altura, de su cabeza sobresalían dos mechones elevados sobre los demás, dando la forma de cuernos.

    —Es imposible. Estás mintiendo. Azrael —le dijo incrédulo, caminando a paso lento hacia ella—. ¿Tú sabes lo que eso significa?

    —Sí. Por ese motivo necesito encontrar a Luzbel —respondió Azrael—. Sácate ese traje, te ves ridículo, pareces un diablo —agregó, para luego dejar atrás la cueva y al querubín, quien solo se limitó a observar cómo el arcángel desaparecía en la oscuridad.

    El camino de vuelta fue más rápido que el de ida. Los pasos fluidos y acelerados aumentaban con las ganas salir de lugar para ir en busca de quien le interesaba. Dobló en las esquinas correctas a ciegas hasta llegar a la abertura escondida en la pared. Cuando por fin salió del laberinto y de la cueva afuera ya se asomaba el sol, se elevó y avanzó con cuidado entre las piedras del lugar hasta llegar al claro del río. Observó el reflejo de los rayos de sol asomándose por los cerros y que poco a poco se acercaban a su cuerpo, aún con una luna llena completa sin desaparecer del cielo. Quedó inmóvil, observando por primera vez aquel espectáculo de la naturaleza, hasta que el sonido de ramas quebrarse a lo lejos hizo que volviera en sí. Giró su cabeza con rapidez y dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenían aquellos ruidos.

    —¿Esa es la forma de recibir a una visita? —dijo Azrael sin mostrar ninguna emoción.

    —Lo que yo haga y como te afecte no es mi problema, es tuyo —respondió Luzbel—. Mi querida hermana, pareciera que fuera ayer que nos vimos por última vez —le dijo viéndose como una mujer que no superaba los treinta años de edad, vestida con una polera sin mangas blanca, un pantalón corto verde, calcetas, botines cafés y una mochila en la que atravesaba una chaqueta. El gorro de explorador dejaba asomar sus cabellos grises violáceos que caían por sus hombros hasta la mitad de su espalda. Llevaba lentes de sol que ocultaban sus ojos grises, los cuales dejó descubiertos a los intensos ojos negros de Azrael.

    —Luzbel, cariño. Qué gusto de verte —dijo Azrael justo en el momento en que el sol comenzaba a abrigar la vegetación. Una sombra se marcaba en el suelo, pero no era la suya.

    —¿Qué haces aquí?

    —Vine a preguntarte algo —respondió Azrael—. ¿Quieres dar un paseo?

    La muchacha reaccionó a la respuesta con una sonrisa, la misma que se dibujó en el rostro de Azrael.

    - Media luna en un café -

    Corría el décimo día del octavo mes del año 1987. Azrael caminó por la avenida hasta llegar al lugar acordado semanas atrás. La muchacha del cabello gris violáceo amarrado en una cola la esperaba fuera del local, esta vez vestida con un pantalón negro, botines cafés y un abrigo verde. Entraron juntas y ella se sentó en uno de los asientos, el que daba a la ventana al resto de la ciudad. Azrael la siguió y se sentó en el asiento del frente. El frío se apoderaba de las calles y a ratos se dejaban caer algunas gotas. La muchacha observaba por la ventana el espectáculo de nubes danzantes que se veía en el cielo, sintiendo pena por la gente que siempre caminaba a pasos acelerados, para llegar a sus destinos sin nunca avanzar; los autos iban y venían como hormigas mecánicas y el viento se llevaba las hojas mientras Azrael admiraba los ojos de Luzbel, intentando descifrar sus pensamientos.

    —¿Recuerdas cuando Ella nos dio la vida? — preguntó de improviso la muchacha.

    —Sí, lo recuerdo muy bien — respondió Azrael.

    —Nos dijo que éramos su creación más hermosa, pero yo no he vuelto a ver algo tan hermoso como el Edén —dijo Luzbel con melancolía—. Los jardines, Azrael, todo sin límites y con un brillo que provocaba pura paz.

    —Nada ha cambiado —comentó Azrael, primero viendo una luz y luego escuchando el trueno.

    —No sabes lo que hablas, porque tú no estabas ahí —respondió Luzbel, molesta por el comentario de la otra—. Cuando Ruaj apareció, investido bajo el poder celestial y su absurda obsesión por crear nuevos seres para que fueran las baterías de adoración de Dios, me pareció una actitud egoísta: tanta superioridad solo para cumplir un capricho. —De pronto se largó a llover—. Sentí pena por ellos, porque ya había fracasado anteriormente con los seres humanos de Kenorland y el Panthalassa. Solo necesita un diluvio para borrarlos de la historia. Un experimento tras otro… —Una lluvia vertical sin viento formaba bandas de agua en el vidrio—. Entonces subí a sus aposentos para transmitirle mi sentir, pero Ruaj nunca me dejó verla. Hizo que los querubines sintieran aversión hacia mí…

    —¿Por qué me estás contando esto? —la interrumpió Azrael.

    —Querida, me halaga que hayas venido, pero eso también significa que tú has creído todo lo que te han dicho de mí. Nunca tuviste reales intenciones de buscarme hasta ahora.

    —No —respondió Azrael en un tono seco—. Reconozco que creí lo que me dijeron. Bajé el espiral de los caudales para verte, pero no estabas. Cada cierto tiempo iba al mismo lugar, hasta que entendí que no querías ser encontrada. Y así fue, hasta mi viaje a la cueva de la Princesa. —La lluvia bajó su intensidad—. Debo admitir que se me hace muy difícil verte con ese disfraz que llevas.

    —No es un disfraz, esta soy yo —dijo la muchacha sin desviar su mirada de la ventana.

    —No eres tú. Estas jugando a mimetizarte con los humanos. Tú eres hermosa. Este traje irá envejeciendo. Es la ley natural. Créeme, tengo experiencia en eso. —La muchacha alzó su mano y acarició el rostro de Azrael, quien por primera vez sintió algo, denotándose en su rostro la sorpresa—. Luzbel…

    —Luci —la corrigió—. Prefiero que me llames Luci.

    —Lu… ci —pronunció Azrael, modulando lento y pausado—. El más hermoso y poderoso ángel de la creación, la más cercana y devota a Dios, portadora de la luz y el conocimiento jugando a ser humana y adquiriendo un nombre terrenal. —La muchacha sonrió al escuchar esas palabras—. No te rías, no es un cumplido.

    —Para mí sí lo es. Es raro escucharte decir cosas lindas.

    Su charla fue interrumpida por el mesero del local. Un joven alto y de pelo corto, vestido de blanco con una pañoleta en su mano, le preguntó a Luci qué iba a consumir. Azrael permaneció en silencio en todo momento mientras la muchacha ordenaba su comida. Luego de tomar el pedido, el joven se alejó de la mesa.

    —Siempre derrochaste alegría y felicidad. Qué bueno que hayas encontrado la forma de seguir haciéndolo —comentó Azrael, mientras la muchacha la observaba y sonrería con amabilidad—. Puedes continuar con tu historia, si quieres… antes de que nos interrumpan.

    —Bien, querida —dijo Luci, al tiempo que se levantaba de la mesa para acomodar de otra manera el pañuelo negro que Azrael llevaba en su cuello—. Sucedió así…

    - El relato de Luci -

    Estaba en los terrenos del Oriente admirando los brillos de los serafines al volar, sus alas provocaban una música que me hacía sentir abrazada. La Luz Divina se transformaba en fractales repletos de formas y colores. Entonces sentí una presencia fuerte que me sacó de mi contemplación: Ruaj se me acercó y me comentó su idea de crear nuevas formas de vida para que existieran en función a Hashem. Ya había fracasado en un experimento anterior con el mismo propósito, pero tuvo que destruir ese mundo. Eran seres demasiado grandes y toscos, no muy maleables y con una naturaleza belicosa. La visión de Ruaj era tener un campo de almas, una especie de ejército de súbditos que me pareció incorrecta. ¿Por qué debían ellos nacer para cumplir solo un objetivo? Para eso ya estábamos nosotros. Unos más que otros, claro. Por ejemplo, Miguel y su extrema devoción. El asunto es que nadie pudo persuadirlo, aunque yo no era la única que pensaba así. Muchos se sintieron abandonados y algunos tenían planes de bajar al jardín una vez que estuviese listo para enseñarles los secretos del Reino y pudiesen crear cosas nuevas. Nos importaba que no sucumbieran como sus predecesores.

    Recuerdo que me dirigí a sus aposentos para hacerla entender, pero los querubines me negaron la entrada: a su parecer en mi aura ya no existía suficiente pureza y devoción como para verla de frente y fui expulsada del gran salón. Samael, el ángel de la muerte, me ayudó a levantar y volví hacia arriba enfrentándome con los querubines, gritándole a Hashem el error que cometía. Qué injusticia para esos seres nuevos nacer con un sino. Miguel, cegado como de costumbre, apareció al frente con su ejército de cien ángeles para enfrentarnos. El ejército negro de los Grigori llegó junto con su líder, Samyaza, para defendernos. Fue una real carnicería lo que ocurrió en el mismo palacio, pero Ella nunca apareció, mientras otras clases de serafines y ángeles continuaban con sus existencias, ignorando nuestro dolor. Miles de luces extintas volando en todas direcciones sin rumbo fijo, pequeñas plumas rotas y rostros perdidos. Ruaj apareció caminando entre las huestes moribundas, cortando las alas de los ángeles caídos como castigo por rebelarse en contra de su ama. Los Grigori sacaron la peor parte. Cuando Miguel arrojó a Samyaza, también lo hizo con su ejército de doscientos ángeles sin ningún tipo de compasión: lo tomó desde su nuca, y con un solo movimiento de su espada le cortó sus preciadas alas. Yo me defendía de los ataques e intentaba detener esa batalla, pero no había caso. El ejército de la luz de oro solo quería destruirnos. Rafael acudió en mi ayuda con su escudo, pero Miguel lo apartó sin mucho esfuerzo, abalanzándose sobre mí con su brillante espada. Iba directo a mis alas, pero fue detenido por Metatrón, él único capaz de parar aquella batalla. Me impresionó verlo aparecer, ya que normalmente no se inmiscuía en nuestros asuntos, su imponente presencia sobrepasaba a la nuestra, incluso más que Ruaj. Los ángeles rebeldes fueron castigados y enviados al abismo custodiados por Samsiel, un ángel menor. Miguel me quitó el sello y Metatrón me llevó al Occidente del Edén para dejarme caer. Aunque impidió que mis alas fueran cortadas, no evitó que Miguel las quebrara. La caída hacia el Tártaro fue dolorosísima. Pasé eones en ese lugar olvidado hasta que me recuperé, arrastrándome por todo el vasto lugar y no hablo de manera figurativa. Luego de años pude salir de ese paraje, aceptando la oscuridad. Estuve vagando por los universos y las dimensiones que antes contemplaba con tanta distancia, y ahora era parte de ellos; la melodía era distinta porque los serafines estaban demasiado lejos: todo llegaba como por goteos, lo cual me desesperaba y me hacía sentir indefensa. Pero fui afortunada en ver cómo esa semilla de Hashem floreció de la forma más violenta jamás vista, conformando los distintos estadios de la nueva vida, una mucho más definida que la anterior. La vi crecer ante mis ojos y alrededor mío. Para mi sorpresa no era la única, muchos otros se escondían acá…

    ***

    —Y fue así que llegué a pasear de cueva en cueva. Intenté adornarlas tanto como el Edén, para no extrañar a mi hogar. Pero nada se le compara.

    —Siempre te gustaron ese tipo de flores —alcanzó a responder Azrael antes de que el mesero llegara con el pedido. Ordenó todo en la mesa y luego se marchó—. Pero me queda una duda, cariño —le dijo a Luci, quien tomaba la taza para dar el primer sorbo de café—. Si fuiste expulsada y castigada como los demás, ¿cómo pudiste viajar por las dimensiones, sin tener tu sello divino?

    —Metatrón me lo devolvió antes de expulsarme.

    —Lo suponía, sentí la energía de tu cristal cuando vi a Kasbel. ¿Por qué lo hizo? ¿Te dio alguna indicación?

    —Solo me dijo que lo necesitaría eventualmente. También me advirtió que sería castigada de las peores maneras y mi nombre sería sinónimo de aberración, que nunca se haría justicia. Que era lo mínimo que podía hacer —contestó Luci sacando una pequeña flor, brillante como el sol, que colgaba en su cuello junto con otra piedra—. Además, me entregó esto. Me hizo prometer que lo protegería con mi vida de ser necesario.

    Azrael observó aquel objeto con cautela y sorpresa.

    —Así que tú tienes el cubo. Me preguntaba dónde estaría —replicó Azrael, restándole importancia al asunto.

    —Mi nombre ha sido manchado en la historia. Me lo advirtieron. Le debo parte de mi vida a Metatrón, proteger su trabajo es lo mínimo que puedo hacer. Y seguir, ¿no?

    —Luci, cariño, creo que Metatrón intuía lo que iba a pasar —comentó Azrael. Luci miró directo a sus ojos, ofreciéndole una risa soberbia—. Los ángeles van a salir de cacería y esta vez no estoy segura si haré lo correcto.

    - 20:54 p. m. -

    Luci llegó a su hogar seguida muy de cerca por Azrael. Un pequeño departamento ubicado frente al parque central de la ciudad y que tenía una vista hacia uno de los jardines principales. La ventana de su habitación dejaba ver la calle: el bandejón en donde la gente caminaba con rapidez y un inmenso parque que se perdía en dirección a la costa. Entraron cuando el reloj de la pared marcaba las ocho cincuenta y cuatro de la tarde. El sol recién se había ocultado y el cielo estaba cubierto de nubes crepusculares que auguraban una posible lluvia. Luci dejó sus cosas en el perchero ubicado al lado de la puerta de entrada y se dirigió a la cocina a calentar un poco de agua. Azrael observaba todo con detención y detalle, sin entender mucho el comportamiento de ella ni por qué le conversaba sobre las cosas que había hecho durante los siglos anteriores. Cuando salió de la cocina se dirigió a la habitación principal, se sacó los botines y caminó descalza hasta la sala.

    — Me cuesta acostumbrarme a tu nueva forma —dijo Azrael—. Y esta rutina tan… peculiar que tienes.

    —No te imaginas lo que se siente andar con tacos todo el día.

    —¿De quién es ese cuerpo? — Luci sonrió al escuchar la pregunta.

    — Es mío.

    — ¿Y por qué luces tan diferente a tu forma original?

    — Es la gracia de la transmutación, aunque no entiendo muy bien cómo funciona. Solo sé que uno no elige su cuerpo.

    —Yo te conozco y esa no eres tú.

    —Azrael, nunca cuestiones la creación de algo tangible a partir de algo etéreo.

    — Nosotros no somos etéreos. Somos reales.

    — En este mundo prácticamente no existimos, a menos que usemos disfraces.

    —¿Entonces este es tu disfraz?

    —No, esta soy yo —respondió Luzbel a secas—. Un ángel tan antiguo como tú debería tener la agudeza como para distinguir entre un disfraz y una esencia. Supongo que eso ocurre cuando siempre permaneces al margen de todo.

    — Cumplo mi función como debe ser —la interrumpió Azrael.

    — Oh sí. Así eres tú, un ángel obsecuente. Pues yo no tengo ninguna función en este lugar, así que me he dedicado a pasarla bien y aprender de ellos. Son una especie única, ¿lo sabías? Muy afectivos y al mismo tiempo en extremo autodestructivos —comentó Luci mientras le mostraba a Azrael su biblioteca personal, que cubría una pared entera —. Mira esto: son seres fabulosos, fuertes como las raíces y frágiles como los pétalos de las flores, espontáneos como la brisa matutina…

    —Asumo que esa faceta poética tuya la adquiriste de sus malos hábitos —intervino Azrael.

    —La poesía es una forma de expresar sentimientos. Una sola palabra tiene la capacidad de decir muchas cosas, de liberarte o encontrar desahogo.

    —No tengo por qué aprender. No me interesan esas nimiedades. Yo solo los transporto.

    —Querida, podrás engañar a todos menos a mí —dijo Luci mientras se sentaba a su lado para jugar con su cabello. Azrael la observó seria y sin realizar ningún gesto—, aunque hayan pasado milenios te conozco y sé que hay algo más, de lo contrario no me habrías salido a cazar, ¿no? —dijo antes de levantarse del sillón y dirigirse a la cocina.

    —Cazar… suena vil —musitó Azrael.

    —¿Qué pasó esta vez? ¿Ruaj volvió a hacer de las suyas? ¿Ha nacido un nuevo Iesus? Me acuerdo de él —dijo Luci mientras se hacía un café—: alto, moreno, lleno de pelos, tenía unos ojos preciosos que combinaban con su ancha nariz, era muy galán, locuaz e inteligente. Es una pena que haya nacido en una época equivocada. —Tomó la taza y se dirigió a la sala para sentarse de nuevo a su lado—. Tenía una gran personalidad, era un hombre atractivo, tenía la gracia del espíritu santo, como dicen aquí. Era un gran poeta y contador de historias, aunque nunca fue el salvador que todos esperaban. Era solo un hombre, solo que sus seguidores lo vieron como algo más y lo convencieron de eso.

    —Siempre estuve cerca de él y nunca te vi. ¿Dónde estabas en ese tiempo?

    —Ya había descubierto cómo alejarme del radar de los ángeles, sin invocarlos. Solo me dedicaba a experimentar los placeres de la vida. ¿Y te digo algo, querida? Ese hombre besaba muy bien —manifestó Luci con voz seductora. Azrael se quedó observándola sorprendida por lo que decía—. ¿Por qué me miras así? Ay vamos, era un ser humano con necesidades. ¿Por qué frenar un deseo carnal? Además, todos sabían que su estadía iba a ser corta en este lugar. Tenía una larga fila de

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