Lúcida muerte mente
Por Ben Garza
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Un viaje fantástico que lleva a Morton, actuario e hijo único enfocado en planear su futuro, a lugares mágicos donde estará anclado en el presente, viviendo lúcidamente sus últimos días para aprender si es posible morir en paz.
Ben Garza
Escritor de tiempo libre, pero pescador de ideas de tiempo completo. Originario de Linares N. L., mas decidido a navegar por el mundo. Inquieto, no obstante procastinador ocasional. Convencido de que tendremos todos el tiempo justo para terminar lo que realmente queremos terminar en esta vida. Ha publicado una novela de ficción llamada Entre Sueños, en la que explora el tema de la sobrecarga de información y computadoras insertadas en el cuerpo. Tiene otra novela llamada El Club de los Chavos Creativos. Ama la música. La disfruta tocando piano, asistiendo a la ópera y al teatro musical. Le apasiona también viajar y aprender idiomas. De día trabaja como desarrollador de software.
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Lúcida muerte mente - Ben Garza
Lúcida muerte mente
Ben Garza
Lúcida muerte mente
Ben Garza
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© Ben Garza, 2023
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
Obra publicada por el sello Universo de Letras
www.universodeletras.com
Primera edición: 2023
ISBN: 9788410003927
ISBN eBook: 9788410005754
Agradecimientos
A las hadas que moldean esas nubes cósmicas, hábitat natural de la consciencia integral, de donde nace la lluvia de susurros que escuchamos en todos los momentos, tanto dormidos como despiertos, y son el material para hacer este mundo un poco mejor cada día.
Solo un poco, pero un poco está bien.
Gracias a mis padres, a mi familia—compañera de aventuras, y a todos mis amigos que, dado que soy hijo único, se han convertido en mis hermanos.
Claustrofóbico
El interior de este ataúd era blanco, pero ahora me rodeaba una oscuridad total, acompañada de un silencio, adecuadamente, sepulcral.
Tan pronto me encerraron en el ataúd, me rodeó todo el ambiente de un entierro: escuché la tierra cayendo sobre la caja, el motor que controlaba mi descenso dos metros bajo tierra, todo esto mientras alguien con una suave voz daba un discurso como consuelo a los presentes en esta simulación de mi muerte.
Yo estaba más despierto que nunca.
Intenté controlar mis impulsos por golpear las paredes enunciando en voz alta los números primos.
2…3… 5…
Mis amigos dejaron un botón de pánico dentro del ataúd en caso de que no resistiera más.
Una hora era la meta.
13...17…19…
¡No podía terminar de entender cómo fue que los autorizaron a usar la morgue del crucero en el que íbamos!
El capitán accedió rápido ante la petición de usar un ataúd, la morgue del barco, y meterme ahí por sesenta minutos. Toda esta producción era con el fin de aplicarme un castigo por obtener el último lugar del grupo de apostadores al que pertenecía.
Reconocí la voz del capitán, hablando de mí en tiempo pasado:
Vivimos muchos momentos alegres con Morton, y esa alegría nos va a acompañar más allá de su muerte
Cada quien apostaba en los temas que más le interesaban: deportes, elecciones, eventos internacionales, y a cada apuesta se le asignaba una cantidad de puntos, según la complejidad.
Al final, se iban sumando puntos y todos en el grupo competíamos por el gran premio. Y el reconocimiento, claro. El premio era lo de menos. Pero que todos recordaran por todo un largo año que habías ganado, fama, éso era realmente lo que todos queríamos.
37…41…
No era el mejor en todo lo que emprendía, pero afrontaba las derrotas con dignidad y entereza… Hasta las tomaba como lecciones
Pude escuchar algunas risas lejanas.
En mi caso, calculaba la edad en que morirían ciertas personas que yo elegía, algunas famosas y reconocidas mundialmente, otras en mi círculo de conocidos, y mi cálculo era mi apuesta. También apostaba por cuál país conseguiría los premios Nobel, o cuál sería la ciudad del mundo con más desastres naturales o la aerolínea con más accidentes.
57…
Respiré por un rato, y observé mis ideas por un momento, sin aferrarme a ninguna en particular, aprovechando que este espacio era como una cámara de aislamiento…
241…251…257…
El tiempo pasa como gruesa lava descendiendo por la ladera del volcán cuando no tienes ningún reloj a la vista. Me pidieron que entregara todos mis dispositivos antes de darme la ropa que elegí vestir para este ritual.
Acaricié el botón de pánico, solo como un recordatorio de que podía correr a la puerta de salida cuando quisiera. No era opción interrumpir mi castigo, pues implicaría que me darían otro más fuerte, y estando en altamar se les podían ocurrir muchas cosas.
Claro, el capitán estaba tan ebrio cuando le pidieron que accediera a todo este acto, que hasta grabó un sentido discurso cargado de sarcasmo. Mis amigos se aprovechaban de que ellos sí podían tomar cualquier cantidad de alcohol sin emborracharse para convencerlo mientras bebían.
1009… 1013…
Ya era el último día del crucero en el que celebrábamos este evento anual donde se premiaba y se castigaba. Ésos serían los recordados: el primero y el último. Entre premios y castigos, todos festejábamos un año más de camaradería, con un paseo lleno de sol, música y diversión. Recargando energía para la nueva competencia que ya iniciaría al desembarcar.
Era un concurso que ya tenía diez años de realizarse en nuestro grupo, cuya cantidad de miembros crecía siguiendo una función lineal.
1997..1999…
Después de lo que pareció media hora seguía respirando sin problema. Yo mismo me aseguré de verificar que el ataúd tuviera suficientes orificios para que entrara aire.
La morgue del barco es muy pequeña, con paredes de acero inoxidable, y un ancho gabinete con dos plataformas y puertas corredizas. Apenas caben dos personas frente al gabinete, las que se necesitan para cargar y meter el cofre mortal.
El cuarto puede mantenerse a temperaturas muy bajas, para conservar los cadáveres.
En mi caso, ni cerraron el gabinete, ni enfriaron el cuarto. Aunque no dudo que alguno de mis amigos haya sugerido lo primero o lo segundo.
5879…5881…5897…
Cuando yo muera, prefiero que me cremen. Eso del funeral con ataúd y flores, para meterme bajo tierra es un proceso tormentoso, muy lento e innecesario.
Aunque para eso faltan muchos años.
"Morton muere en paz. Vytakaya promete"
Mis dos pies reaccionaron golpeando fuerte la caja. Juro que escuché una voz que dijo esto fuerte y claro.
Una corriente de aire frío circuló desde mis pies a la cabeza, y lo que pensé fue que alguien allá afuera dijo esto, queriendo hacerme una broma.
Era el único cadáver con camisa hawaiana y shorts. Me avisaron de último momento cuál sería el castigo, así que no pensé muy bien cómo iba a vestir. Fue toda una sorpresa para mí. Yo pensé que me iban a pedir que bailara sin parar por una hora todos los ritmos musicales de moda.
8951…8963…
No tenía mucha idea de cuánto tiempo había ya pasado. Bien podían ser cinco o cincuenta minutos.
El único requisito que me pusieron fue que no me durmiera. Tenía que presionar el segundo botón, el de ‘hombre—vivo’, frecuentemente para confirmar que seguía alerta.
Si me dormía, entonces pondrían sonidos fuertes de alerta, para despertarme.
10321.
Mi ejercicio de contar los números primos funcionó para mantenerme firme durante toda la hora.
Llegaron los dos cargadores para abrir el ataúd, y de paso me felicitaron por haber resistido despierto, y sobre todo, resistirme de presionar el botón de pánico.
Todo un logro.
Afuera todos gritaban celebrando que cumplí fielmente mi castigo.
Me regresaron mis pertenencias, y solo por un breve momento me di el lujo de envolverme de misticismo: me imaginé reencarnando en un yo—nuevo, pasando a un nuevo capítulo, listo para volver a competir, con el conocimiento aprendido de los anteriores capítulos.
Pero lo místico del momento se evaporó y todo volvió a ser objetivo, frío y preciso, cuando me dieron un gran vaso con una bebida misteriosa para brindar.
Mientras todos levantaban sus copas al ritmo de la música de la última noche, me tomé de un solo trago lo que me dieron, y corrí rápido a mi camarote a cambiarme el short y mi ropa interior mojada por el terror que sentí dentro del ataúd.
Contacto cercano
Encontré a mi amiga Vivian con su papá en el estacionamiento del hospital. Hacía frío y todavía no amanecía, aunque ya eran las siete de la mañana.
Ella me había pedido la noche anterior que los acompañara a un estudio de rutina que le iban a hacer. Los viernes yo trabajaba desde casa, así que mi horario era muy flexible.
—Buen día Señor Martínez, ¿Cómo le va?
Vivian me invitó a una cena en su casa la semana pasada, así que teníamos poco tiempo de habernos visto. Pero éramos conocidos ya de hace bastante tiempo.
Le extendí mi mano para saludarlo.
Frunció su cara y moviendo su mano me dijo más o menos
. Luego apretó mi mano entre las suyas para darme las gracias por estar ahí con ellos.
Sus manos estaban heladas. Le puse mi abrigo de lana en lo que caminábamos a la entrada. Le quedó justo. Teníamos complexión parecida, y él se veía fuerte a sus sesenta y cinco años.
Me ví en serios problemas para sacarle la vuelta a los charcos de agua en el estacionamiento. Mis zapatos españoles no querían ensuciarse esta mañana.
Mientras esperamos cerca de la puerta de entrada, Vivian lo registró, y de inmediato se despidió de nosotros.
—Lo dejo contigo unas dos horas. Have a terrible tooth pain y me dieron cita para la endodoncia alle otto.
Abrazó a su papá, y le dio un beso antes de correr al dentista para su cita de las 8.
Nos indicaron que pasáramos al piso 10, para prepararlo para el estudio.
—¡Me cago en la leche! Mira que requerirme otra colonoscopia… solo porque pedí un aumento en la cantidad del seguro…
Ya conocía yo esas expresiones de Don Mario, descendiente de españoles rudos, por haber vivido guerra y opresión.
—Tú sabes de esto chaval ¿cierto? ¿Es normal que pidan estudios para subir el monto del seguro?
—No, Don Mario. Bueno, sí estoy en el medio, pero soy actuario. Les ayudo a calcular las primas que cobran. Pero no sé mucho sobre los requisitos para los seguros de vida.
—¡Joder! Nomás me falta que me nieguen el incremento después de sufrir esta violación… ¿Sí sabes que voy a perder mi virginidad con este estudio, verdad?
Me reí con él, y salimos del elevador. Él todavía con su monólogo de ademanes y hablando en voz baja, seguro quejándose de otras cosas.
Una enfermera salió a nuestro encuentro con una silla de ruedas, y Don Mario me dio mi abrigo antes de sentarse.
—¡Acelera, chavala!, que necesito regresar a casa a seguir durmiendo. Esto de levantarse antes que el sol no es de los hijos de dios.
Le sonreí a la enfermera. Con la expresión más tranquila que he visto me dijo que no me preocupara. Esto era su pan de cada día.
Se alejaron, y busqué la sala de espera para trabajar un rato desde ahí.
Tenía asuntos de mi